Jueves 11 de diciembre, 19:30 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”: Lucas Debargue (piano), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías Navarro (director), Sofía Martínez Villar (narradora). “Música y enigma II”, obras de Òscar Colomina i Bosch, Ravel y Falla.
Vamos cerrando este año tan musical y volvían las Jornadas de Piano con la OFil y su titular junto al tocayo francés Lucas Debargue (Villers-sur-Coudun, 1990), a quien ya disfrutamos hace ocho años en este mismo ciclo sustituyendo a Martha Argerich, y este jueves recuperando formato de concierto narrado por Sofía Martínez Villar (y autora de las notas al programa que esta vez titula «Evolución ante revolución» para esta segunda edición de «Música y enigma») en la misma línea del que tuvo lugar en mayo pasado, una fórmula didáctica que si entonces gozó de mi aprobación, de nuevo resultó positiva para un público que debe ir renovándose y así se pudo comprobar este jueves (con una sesión matinal para escolares y distintos colectivos de discapacitados que me consta disfrutaron con este nuevo Enigma que no falla).
The Styx (La Estigia) del director y compositor valenciano Òscar Colomina i Bosch (1977) se estrenó por la Orquesta de València y Baldur Brönnimann en septiembre de 2024, primera de una serie de Mitos para orquesta que exploran tradiciones mitológicas en las que el agua es un elemento central en el paso entre la vida y la muerte. Actualmente está trabajando en la segunda parte de esta serie (tal y como refleja en su web) Pozos del Olvido, comisionada por la Orquesta Sinfónica de Tenerife. The Styx toma como punto de partida el río mitológico que separa los mundos de los vivos y los muertos, evocado en un mundo sonoro descrito por la crítica como «preciso pero fluido», «sugestivo y emocionalmente resonante» y lleno de «paisajes extraños e incorpóreos».
Poco antes de comenzar el concierto me llegaba la triste noticia de la muerte de mi querido Misael Campo tras una dura lucha donde fue ejemplo de resilencia y amor por la música que con tantos colombianos y habanos disfrutamos, así que escuchar este cruce de la laguna estigia me resultó aún más duro y Caronte fue la obra del valenciano con una OFil sin fisuras para una partitura poderosa, oscura, de amplia instrumentación para vivir con la música un el tránsito que todos haremos pero que nunca deseamos llegue para nuestros seres queridos. La doctora Martínez Villar nos describía en las notas esta «Estigia» definiéndola, la música como símbolo y analizándola:
«La sonoridad grave del inicio, así como el sonido de violines en el agudo, aporta una imagen muy evocadora que remite al enigmático tránsito entre la vida y la muerte. La segunda característica es: la música como narrativa. La forma en la que se desarrolla la obra, mediante grandes terrazas sinfónicas que contrastan y dialogan, genera una sensación muy cinematográfica en la que los instrumentos aparecen y desaparecen como si fueran personajes en un paisaje neblinoso. La tercera es: la conexión emocional. En este tránsito, a través de una línea melódica ininterrumpida en las cuerdas, la obra nos sumerge con sus tensiones armónicas en una permanente sensación de misterio, jugando con las dinámicas más extremas para golpearnos en unos momentos y dejarnos sin aliento en otros».
Sensaciones, emociones y una orquesta siempre dúctil, versátil, madura tras años de trabajo y capaz de afrontar tanto el barroco en el foso como estas obras de nuestro tiempo con un Macías que sabe cómo sacar lo mejor de todos ellos, con la percusión alcanzando a pintar los claroscuros de este cuadro sinfónico. El compositor, presente en la sala, además de saludar al respetable felicitaría una interpretación que a buen seguro le satisfizo. Mi valoración no puedo separarla del estado de ánimo que me dejó un nudo en la garganta.
Celebrando al hispano-francés Maurice Ravel llegaría ese maravilloso Concierto para piano en sol mayor donde su compatriota Debargue supo sacar todos los guiños del compositor en una obra que maneja aires de jazz en el Allegramante (siempre me viene a la memoria Gershwin), placidez en el Adagio assai central y toda la energía y empuje rítmico del Presto final. El piano sonó siempre en primer plano, lleno de matices, colores resaltados por el arpa de Domené y la celesta virtuosa de Bezrodny, gracias nuevamente una orquesta bien balanceada por Macías, segura sección a sección con una concertación primorosa donde paladear esa escritura única tan buenísima en su instrumentación, de la que The Styx parece haber bebido, siendo el preludio ideal para esta joya de Ravel, que curiosamente nunca fue gran pianista pero dejándonos unas páginas que siguen sonando actuales.
Las notas al programa nos explican que los tres movimientos de este concierto «son un buen ejemplo para descubrir por qué Maurice Ravel se consideraba a sí mismo un compositor de evolución más que un revolucionario. Su música, igual que su personalidad, es una mezcla de sencillez, sofisticación, búsqueda de perfección técnica y sensibilidad con los rasgos musicales de oriente y occidente descubiertos a partir de exposición universal de París (1889). Se mantuvo alejado del lenguaje más rupturista de la vanguardia de su época y siguió utilizando estructuras musicales claras en las que el oído musical se orienta bien, aunque se sienta sorprendido por armonías más disonantes y ritmos irregulares. Todo esto lo vamos a percibir en esta obra fundamental del repertorio para piano que, desde su estreno en 1932, con Marguerite Long como solista y Ravel como director de la Orquesta Lamoureux, no ha dejado de ser interpretada». Y si The Styx me dejaba inquietud, este Ravel pianístico como bien escribe Sofía Martínez, «el resultado sonoro es fascinante ya que al mismo tiempo que sentimos el vértigo del tempo rápido percibimos la seguridad de melodías y armonías muy claras».
Debargue nos regalaría la Sonata en la mayor, K. 208 de «Domingo» Scarlatti impecable por limpieza, riqueza de sonido, intimista, casi romántica y cercana en la interpretación del francés que dejó un buen sabor de boca en este regreso a las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni».
La segunda parte sería mucho más que didáctica, presentada previamente por la pucelana Sofía Martínez Villar, cuyo proyecto «Música y Enigma» desarrollado con la OFil desde la pasada temporada, «nos da la oportunidad de escuchar esta obra de una forma diferente que invita a ir más allá de la escucha mediante una presentación breve y una guía de audición». Así nos ayudó a diferenciar el «Olé gaditano» del «Ole» granaíno, así como conocer el argumento simple (amor y traición) junto a los cuatro personajes del ballet de Falla encargado por Diaghilev más los figurines de Picasso, recordar a María Lejárraga que al fin está saliendo de la sombra y peso de su esposo Gregorio Martínez Sierra…
También irían proyectándose las imágenes y textos enriquecedores según iban sonando las dos suites orquestales del gaditano afincado en Granada en las manos de un onubense medio asturiano, descripción de cada uno de los siete números de ambas suites, los motivos, instrumentos, las distintas danzas con sus orígenes e inspiración, morir aprendiendo con evolución antes que revolución. Si hubo algún enigma lo dejo para mis lectores con el simbolismo de la numerología: obras, tricornio y nombres repetidos en este concierto.
Ilustrada por diapositivas proyectadas en grande, primero la Suite nº1 impecable por el gusto, el juego tímbrico, las dinámicas, las intervenciones de los primeros atriles gustándose, «visualizando» el ballet sin necesidad de danzantes porque la música brillaba sola ilustrada por y tras la orquesta. Y la Suite nº2, casi sin pausa y sin aplausos que rompieran la unidad narrativa, una explosión sonora donde la jota final me devolvió a Granada, la «sintonía» en el Palacio de Carlos V que suena como seña de identidad propia de un «Falla que no falla» nunca, el compositor alumno de Pedrell que se sentía español en el extranjero y extranjero en España, pero al menos el tiempo lo ha hecho universal, viviendo (y bebiendo) el París de Ravel pero también de Debussy o Stravinsky. La OFil con Macías nos dejaron una versión sinfónica apta para todos los públicos con una calidad digna de haberse grabado para así poder sumarla a tantas que guardo en mi discoteca, que esta vez sonaron para eMe que seguro estará leyendo estas líneas, con una orquesta compacta y los principales luciéndose todos ellos (de nuevo el lujo al arpa de Domené y las teclas de Bezrodny en una «noche de San Juan» pródiga), pero también del empuje en los timbales y toda la percusión junto a las intervenciones solistas de oboe, clarinete, trompeta o corno inglés, así como destacar las trompas, tuba y toda la cuerda, esta vez comandada por Marina Gurdzhiya, y hasta unos «refuerzos» que se unieron y sumaron a la familia sinfónica para el «Falla que no falla», el nacionalismo que une, pero no unifica, la esencia de nuestra música (y de nuestro día a día)
PROGRAMA:
PRIMERA PARTE
Òscar Colomina i Bosch (1977): The Styx
Maurice Ravel (1875-1937): Concierto para piano y orquesta en sol mayor, M. 83
1. Allegramente
2. Adagio assai
3. Presto
SEGUNDA PARTE
Manuel de Falla (1876-1946): El sombrero de tres picos.
Suite nº 1:
1. La tarde
2. Danza de la molinera
3. El corregidor
4. Las uvas
Suite nº 2:
1. Los vecinos
2. Danza del molinero (Farruca)
3. Danza final



































































































