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El arpa siempre mágica

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Miércoles 16 de noviembre, 20:00 h. Sala de Cámara del Auditorio de Oviedo: Ciclo Interdisciplinar de Música de Cámara de Oviedo (CIMCO): «La Belle Époque», José Antonio Domené & Cuarteto Galerna. Obras de Saint-Saëns, Debussy y Ravel.

Reseña para La Nueva España del jueves 17 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía incluyendo negrita o cambiando algunos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Prosigue este ciclo camerístico que completa la impresionante programación musical de “La Viena española” con el arpista murciano y nieto de asturianos Jose Antonio Domené, junto al Cuarteto Galerna formado por intérpretes de la Oviedo Filarmonía, hoy hasta seis con refuerzo de flauta y clarinete para el último Ravel, uniéndose también la bailarina asturiana Marta Pardo en un cisne de Saint-Saëns bellísimo.

El original programa francés con Saint-Saëns, Debussy y Ravel hizo las delicias de un público que casi completó la sala de piedras del antiguo depósito de aguas, acústica cristalina como el arpa mágica y perfecta en todas las combinaciones con las que Domené fue hechizándonos: solo, dúos con violín y chelo, trío junto a flauta y viola de Debussy aplaudido en los tres movimientos, y el final de Ravel al completo, casi sinfónico del gran orquestador hispano francés.

Una apuesta camerística de CIMCO con un lujo de intérpretes en torno al mago Domené y ese arpa con tanta historia detrás, que no tuvo su parte pedagógica explicando la actual inventada por otro francés como Erard, aunque esta velada utilizase una nueva italiana de sonoridad muy rica (Salvi minerva natural) para una tarde de música francesa igual que la propina dedicada a sus familiares presentes y las fotos con las arpistas de nuestras dos orquestas asturianas.

Oro molido… y cantado

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Martes 15 de noviembre, 19:45 horas. Sociedad Filarmónica de Oviedo, Concierto 15 del año 2020 (2.040 de la sociedad). El León de Oro, Marco Antonio García de Paz (director): Tres estaciones de la belleza. Obras de S. Vivanco, F. Guerrero, T. L. de Victoria, A. Makor, J. Gavito, J. Vila, J. Busto, J. Domínguez y A. Alcaraz.

La centenaria sociedad ovetense acogió este martes a la formación coral asturiana más internacional y laureada de nuestro panorama musical, El León de Oro (LDO) que cumple ya sus bodas de plata pero por el que los años siguen manteniéndole en todo lo alto, «polifonía de oro» con la renovación generacional lógica de los años que no influye para nada en su excelencia, siempre con el sustento de los pocos fundadores aún en activo sirven para mantener aglutinado un verdadero estilo de vida y una forma de entender la música coral transmitida por el Maestro García de Paz, que además está llevando al Coro de RTVE a unos estándares en la línea de su «coro imagen».

El programa que trajeron hasta el teatro musical ovetense se organizó con el título tan sugerente de Tres estaciones de la belleza, casi un catálogo del amplio repertorio de nuestro coro «dorado» al que los «leónigans» rendimos culto, con obras muy trabajadas para esta temporada, caso de Sebastián de Vivanco (1591-1622) del que se conmemora su 400 aniversario, emparejado con otros dos grandes habituales en las voces del LDO, Guerrero y Victoria,  primera estación renacentista donde todos ellos brillaron al mismo nivel, pero colocando al compositor abulense en el lugar que le corresponde junto a la llamada «trilogía de oro» que los luanquinos interpretan como pocas formaciones y tantas alegrías les han dado desde el feliz maridaje con Peter Phillips. De Vivanco nos dejaron tres motetes con el sello inconfundible de los asturianos: jugando con 24-25-26 voces bien equilibradas y balanceadas, de afinación perfecta, emisión cuidadísima y una interpretación de calidad bien llevada por Don Marco que transmite no ya amor por esta música sino un magisterio de cátedra en perfecta simbiosis con sus coralistas. Y en el mismo bloque el Ave virgo sanctissima de Guerrero con todas las virtudes ya conocidas para finalizar esta primera «estación de belleza» con el Regina coeli de Victoria capaz de seguir emocionando con un doble coro en una acústica irreconocible por lo buena que resultó para estas voces únicas, bisándolo de regalo.

Segunda estación que mantuvo el latín como texto pero cantado para nuestro tiempo, O lux beata trinitas del esloveno Andrej Makor (1987) al alcance de pocos coros por la complejidad que con el LDO no se aprecia por su facilidad para estas partituras, otra joya de nuestro Jesús Gavito (1979) como es O sacrum convivium, uno de los componentes habituales del coro que hoy la docencia le impidió volver a disfrutar, como nosotros, de su magnífica obra interpretada por su «otra familia»; parada In Paradisum del catalán Josep Vila (1966) para degustar unas cuerdas deliciosas de color donde siempre me asombran las sopranos que son increíbles por sus agudos impolutos llenos de matices sin excesos, arropadas por los bajos contundentes a la vez que delicados, sustento coral necesario junto a todo el «tejido» de tenores y contraltos. Y qué decir del doctor Javier Busto (1949) cuyo O magnum mysterium sólo los «leones» pueden mantener en su ADN coral en estos 25 años las distintas generaciones que por él han pasado y pasarán.

Belleza de la estación tercera, también contemporánea de inspiraciones folklóricas porque en todos los estilos LDO mantiene su nivel de entrega y calidad, con dos obras del gallego Julio Domínguez (1965), otro de los compositores fundamentales del coro, con El mar se rizó a contrapelo de bellísima escritura e interpretación, o Si la nieve resbala de sus «Cantos asturianos», donde el público pudo comprobar la riqueza de nuestra tradición elevada a la excelencia coral bien compuesta. «Cuatro Jotas» de Jesús, Josep, Javier y Julio, antes de finalizar con otra de las obras que están como el mejor escaparate «dorado», la Fariñona y marañueles del alicantino Albert Alcaraz (1978), el legado que pasa por todos los cantantes de oro en estos 25 años y esperando siga transmitiéndose de generación en generación, pues no sólo refleja el espíritu asturiano allá donde lo cantan sino también la riqueza de nuestro patrimonio musical cuando se afronta desde el conocimiento coral y se interpreta con la altura de miras de El León de Oro.

El mito de Don Juan con visión feminista

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Domingo 13 de noviembre de 2022, 19:00 horasTeatro Campoamor, Oviedo: 75 Temporada de Ópera Oviedo: primera función de Don Giovanni (de Wolfgang Amadeus Mozart, libreto de Lorenzo Da Ponte, inspirado en el libreto de Giovanni Bertati para la ópera Don Giovanni ossia il convitato di pietra -1787- de Giuseppe Gazzaniga). Dramma giocoso en dos actos, KV 527. Estrenado en el Teatro Nacional de Praga el 29 de octubre de 1787. Nueva producción de la Ópera de Oviedo. Fotos propias y del ensayo ©Miki López para LNE.

Critica para Ópera World del lunes 14 de noviembre, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y de las RRSS, indicando la autoría, y tipografía que a menudo la prensa no admite.

La ópera, como la propia sociedad, está revisando la historia e incluso intentando reescribirla como si verdaderamente pudiese cambiarse, y en estos tiempos donde todo es válido, hasta el mito de «El burlador de Sevilla» de Tirso de Molina le ha llegado la corriente del “MeToo”, esta vez en Oviedo con un equipo formado casi todo por mujeres, encabezadas por la directora macedonia Elena Mitrevska (que fue la titular del coro de la ópera ovetense entre los años 2016 y 2020) más la regista bilbaína Marta Eguilior, con una perspectiva distinta: la de las víctimas del conquistador como mujeres abusadas inspirándose en el ensayo «Violadas o muertas» (2018) de la periodista Isabel Valdés, “Un alegato contra todas las ‘manadas’ (y sus cómplices)” como reza la publicidad del libro, buscando desmitificar el mito, convertir al burlador en burlado o lo que veo más arriesgado, hacer explícito lo implícito, enfocarlo desde un machismo que tristemente aún perdura, desde una propuesta arriesgada y oscura como el propio sepulcro del libertino concebido como una “Vanitas” de cuatro cráneos gigantescos (las víctimas Donna Elvira, Donna Anna, Zerlina y El Comendador), y que en palabras de la propia Eguilior se explica perfectamente: “Tenemos que enseñar a no ensalzar esa figura del Don Juan que hace daño”. Más sombras que luces para estas calaveras con el libertino ya difunto nada más subir el telón, condenado con este pre-juicio, el antes seductor trocado ahora en violador antes de que sonase la obertura (siempre impresionante), dibujando al burlador y conquistador también como sátiro e incluso asesino a espada, pistola o cuchillo, un chulo despreciable, engreído, baboso que diríamos hoy, al que su entrepierna le domina.

La provocación llama al público y la Vetusta del XXI pateó más que aplaudió la escena de la vasca (como la megafonía en asturiano que se desinfla a medida que se suceden las funciones), pero se rindió nuevamente a este Mozart que subía al coliseo ovetense por quinta vez en 75 años, la cuarta de las temporadas anteriores (1996-97, 2009-10 y 13-14) tras mi recordado XV Festival Internacional de Música y Danza un 24 de mayo de 1990 con la Compañía eslovaca del Teatro de Bratislava que pareció descubrir la grandeza de esta joya operística a la tradicional y conservadora afición carbayona.

Y sin ahondar en la escena que sólo aportó penumbra y dudas en parte del respetable, además de marcarnos antes del primer acorde el enfoque del protagonista a cargo de Marta Eguilior, está claro que este Don Giovanni de 1787 es magia pura o como bien escribe la doctora Cortizo, “todas las emociones del alma humana”. Porque el libreto de Da Ponte dota a cada personaje de enfoques poliédricos, incluso humorísticos o sarcásticos para criticar desde la inteligencia y la maravillosa partitura del genio de Salzburgo la humanidad, el sentir no ya del momento sino de nuestra Europa ancestral: un seductor sin escrúpulos, un criado que se juega su trabajo y hasta la vida, aunque nunca acepte la vileza de su señor, la burguesa engañada que sabedora de la poca catadura de su amor sigue sintiendo desde el dolor una pasión no sólo carnal, la inocente rendida a la seducción de la nobleza, los celos del esposo el día de la boda, la sed de venganza de la huérfana que traspasa al prometido, y así un retablo de sentimientos donde la música de Mozart juega con todos ellos, en arias (todas aplaudidas), dúos, concertantes y conjuntos que siempre sonaron empastados gracias a una Oviedo Filarmonía en un momento dulce, y la maestra Mitrevska dominando desde su experiencia encima del escenario todos los planos sonoros en el foso, mimando cada voz salvo el Don Giovanni que parecía siempre tapado por la orquesta, como contribuyendo a un personaje desprestigiado antes de comenzar. Interesantes los recitativos muy reposados y con silencios que ayudaban a la escena, con el clave de Borja Mariño sin perder ni un detalle sobre las tablas.

Del elenco vocal, homogéneo y bien elegido, la triunfadora del domingo fue la soprano Vanessa Goikoetxea interpretando una Donna Elvira con todas las aristas emocionales y escénicas, incluso “embarazada” desde la óptica elegida, con carácter, potencia y dominio vocal, bien armada en los conjuntos a la vez que íntima, delicada y dejándonos intervenciones en el segundo acto (Ah taci, ingiusto core!) memorables, así como el dúo con Leporello buscando una puerta que al no haberla escarbaron el suelo, o el simpático Numi, che strano affetto, Mi si risveglia in petto! -casi una vuelta de tuerca al Cyrano de Rostand– así como sus entradas en escena rompiendo los intentos seductores del protagonista. Y con ella Rubén Amoretti cual voz de la conciencia más que cómplice de su patrón, desde el conocido catálogo que nos hace sumar mentalmente, poniendo a España como un paraíso para el libertino, en una interpretación inconmensurable de principio a fin, llevándose ambos las mayores ovaciones del respetable.

La pareja Zerlina (Laura Brasó) y Masetto (David Lagares) también nos dejaron momentos entrañables en la parte vocal, si bien la escena hace explícita una violación de Don Giovanni que solo hubiese sido otro intento de seducción, buscando hacernos pensar y convencer, como a su esposo, que hubo más de lo imaginado o sugerido por Da Ponte. Al menos tras la paliza de los “matones de Don Juan” su dúo sacó sonrisas y química, voces y personajes bien defendidos y cantados.

Donna Anna y Don Ottavio llevan el dolor en sus papeles y así lo intentaron transmitir María Rey-Joly, de dinámicas muy iguales con un volumen más que suficiente para el rol de mujer violada y huérfana (Ah, l’assassino mel trucidò), más Joel Prieto cuyo Dalla sua pace del primer acto quedó no solo estático sino algo plano pese a un color vocal siempre redondo, disfrutándolos más en los dúos y conjuntos con un buen empaste.

Si vemos al protagonista condicionados desde antes de cantar, parece que los esfuerzos de Jacques Imbrailo no cayeron en saco roto, ni siquiera cantando sobre una de las calaveras una nada creíble serenata Deh, vieni allá finestra sin ventana ni mujer que le escuchase, donde la mandolina de Begoña Pérez fue lo mejor del momento. Los recitativos diseñados para agriar aún más el perfil buscado, el pecho descubierto y el trato bronco y exagerado hacia todos, fue paralelo en el desarrollo de la obra donde ni siquiera La ci darem la mano transmitió la dulzura musical, y sólo al final pudimos disfrutar del poderío vocal del barítono sudafricano.

El Coro “Intermezzo” siempre es un seguro sobre las tablas y hasta fuera de ellas, mimado por una directora musical que conoce bien el trabajo de estos “secundarios” tan necesarios como imprescindibles en la ópera.

Al menos El Comendador de Fernando Latorre nos hizo reencontrarnos con el convivado de piedra, pasando del negro al blanco marmóreo (sin estatua) cual desteñido del ideado por Peter Shaffer, breves intervenciones que nos devolvieron al mito en ese final casi cinematográfico con sustos, truenos, relámpagos y la “ejecución del villano” dando respuesta al perturbador inicio, donde un cadáver colgado iría descendiendo hasta el hoyo mientras dentro de una luz cenital caía tierra, “polvo somos y en polvo nos convertiremos” o como rezaba el rótulo bajo el escenario, Omnia mors aequat, la muerte que todo lo iguala.

Vestuario de época con simbolismo de colores actualizados e iluminación ayudando a esos claroscuros de la escena, aunque se rompiese con los “móviles” de la manada en otra provocación o deseo no sé si de contemporizar o modernizar, detalles de una puesta y apuesta que forzando un poco hubiese resultado aún más rompedora con desnudos, siempre motivo de escándalos para la Vetusta decimonónica que no muere. A propósito, “la piccina” o “le pene” son palabras italianas que significan pequeña y pena, aunque nos suenen o sugieran otras cosas. Pero lo que nunca falla es Mozart (ni siquiera con las genialidades de Peter Sellars) y cómo escribe de bien para todas las voces. El reclamo de la provocación no hacía falta para que todos disfrutásemos de este Don Giovanni ovetense del que se hablará y escribirá (incluso por la apuesta de Marta Eguilior).

Ficha:

Teatro Campoamor, Oviedo, domingo 13 de noviembre de 2022, 19:00 horas. 75 Temporada de Ópera Oviedo: “Don Giovanni” (de Wolfgang Amadeus Mozart, libreto de Lorenzo Da Ponte, inspirado en el libreto de Giovanni Bertati para la ópera “Don Giovanni ossia il convitato di pietra” -1787- de Giuseppe Gazzaniga). Dramma giocoso en dos actos, KV 527. Estrenado en el Teatro Nacional de Praga el 29 de octubre de 1787. Nueva producción de la Ópera de Oviedo.

Reparto:

DON GIOVANNI: Jacques Imbrailo – EL COMENDADOR: Fernando Latorre – DONNA ANNA: María Rey-Joly – DON OTTAVIO: Joel Prieto – DONNA ELVIRA: Vanessa Goikoetxea – LEPORELLO: Rubén Amoretti – MASETTO: David Lagares – ZERLINA: Laura Brasó.

DIRECCIÓN MUSICAL: Elena Mitrevska – DIRECCIÓN DE ESCENA y DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA: Marta Eguilior – DISEÑO DE VESTUARIO: Betitxe Saitua – DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Rodrigo Ortega, Marta Eguilior – COREOGRAFÍA: Inma Saénz.

Orquesta Oviedo Filarmonía (OFIL), Coro Titular de la Ópera de Oviedo “CORO INTERMEZZO” (dirección del coro: Pablo Moras).

Kantorow, fuego en el camino

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Sábado 12 de noviembre, 20:00 h. Auditorio de Oviedo: Concierto inaugural de las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”: Alexandre Kantorow (piano). Obras de Liszt, Scriabin y Schubert.

Crítica para La Nueva España del lunes 14 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía incluyendo negrita o cambiando algunos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

No se pudo elegir mejor pianista ni programa para arrancar estas jornadas de la llamada “Temporada del rencuentro” que el francés Alexandre Kantorow (Clemont-Ferrand, 20 de mayo de 1997), un prodigio que comenzó su carrera profesional con solo 16 años para ser el primero de su país en ganar el prestigioso Concurso Internacional Chaikovski en 2019, y que llegaba a Oviedo en su gira con tres compositores “fetiche” donde se mueve con una madurez impresionante y técnica puesta al servicio de unas interpretaciones soberbias, modelando el sonido, recorriendo verdaderos pasajes interiores llenos de puro romanticismo. Los cambios en el programa previsto funcionaron de forma homogénea y dándole un sentido global a un recital que puso al público a sus pies tras una velada intensa además de sentida, llegando a regalar hasta tres propinas (ahora se les llama “encores”).

Liszt es un referente para los pianistas por sus exigencias para entresacar de sus obras todos los avances de su época y Kantorow, al que la crítica del magazine Fanfare le ha bautizado como “Liszt reencarnado”, comenzaría con Weinen, Klagen, Sorgen, Zagen S.179, basado en el tema de la cantata 12 de Bach, la contundencia unida a la devoción por el padre de todas las músicas, inicio de un peregrinaje que el joven virtuoso proseguiría con el Soneto nº 104 del Petrarca, perteneciente a los “Años de Peregrinaje” S.161 del abate, clara reminiscencia chopiniana, pleno de contrastes en una penumbra total que ayudaría a un silencio sepulcral poco habitual en el auditorio, con el piano en el centro del escenario sin mover la caja escénica, iluminado levemente en un rectángulo que impresionaba al escuchar todo lo que de él brotaba en las manos del francés. Sin respiros, con una gama amplísima de matices donde primó siempre la musicalidad, para “redondear” este camino literario con Après une lecture du Dante, fantasía en el amplio sentido, tres etapas donde disfrutar de la pasión, fuerza y delicadeza de un sonido limpio, trabajado, rotundo y delicado, mimando cada nota, los pedales realzando y dibujando desde su técnica impecable una primera parte poderosa y llena de claroscursos expresivos al alcance de pocos intérpretes de su edad.

La segunda parte finalizaría el recorrido por el húngaro que enamoraba en los salones parisinos con su endiablada técnica volviendo al íntimismo y hondura expresivas tras la que podríamos llamar pirotecnia pianística, Abschlied que adapta una melodía popular rusa breve y compleja, nuevamente con dualidades bien contrastadas al final de su vida, nostálgica y evocadora, al igual que La lúgubre góndola, la oscuridad llena de amargura, austeridad frente a la opulencia juvenil, donde el pianista francés enamoraría a los melómanos asturianos, ofreciendo la otra cara de la moneda para reflejar el dominio de la globalidad del piano de Liszt, el ocaso del genio premonitorio de la muerte de Wagner dos meses después de finalizarla.

El peregrinaje pianístico daría un salto sin perder la homogeneidad temática con Fers la Flamme, op. 72 del ruso Scriabin, el sinfonismo desde las 88 teclas que canta el triunfo del resplandor sobre la oscuridad, acordes sombríos donde cada nota toma cuerpo para ir moviéndose hasta el estallido emocional de Kantorow.

Y sólo podía poner punto final a este tortuoso camino de luces y sombras el otro Franz, Schubert con su Fantasía “Wanderer” (caminante) D. 760 que alude al lied homónimo. Un homenaje pianístico al primer romanticismo del que todos beberían, el virtuosismo exigente que canta sin palabras toda la gama emocional en tres movimientos para un solo tema que en manos de Kantorow resultó una verdadera lección interpretativa, deslumbrante, sentida de principio a fin cerrando un recital de verdadero peregrinaje íntimo, donde todo los colores posibles sonaron y brillaron llenos de vida.

Bravos y aplausos más que merecidos para regalarnos una etapa extra del “camino francés” desde un pianismo razonado, pues el lied de Schubert Letanía en arreglo del propio Liszt sería el mejor colofón del concierto.

De otro gran virtuoso e improvisador como fue Gyorgy Cziffra, su arreglo del Vals triste a partir de una canción popular húngara volvió a impactar y epatar a un público totalmente rendido a Alexandre “el grande”, este joven francés que aún tendría fuerzas para seguir emocionándonos con su tercer regalo tras un concierto maratoniano para todo pianista: el final de El pájaro de fuego de Stravinski en arreglo de Guido Agosti (1901-1989), el fuego mágico que crea sombras, dando luz y calor además de color. Mejor inauguración para las jornadas de piano imposible.

El peregrino Kantorow

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Sábado 12 de noviembre, 20:00 h. Auditorio de Oviedo: Concierto inaugural de las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”: Alexandre Kantorow (piano). Obras de Liszt, Scriabin y Schubert.

Reseña para La Nueva España del domingo 13 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía incluyendo negrita o cambiando algunos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni” de esta temporada arrancaron con el pianista Alexandre Kantorow, premio «Tchaikovsky» en 2019 con tan solo 22 años, el primer francés en ganar la medalla de oro y el Grand Prix del prestigioso Concurso Internacional, algo que solo había sucedido en tres ocasiones en la historia del certamen.

Declarado por la crítica como el “joven zar del piano” o “Liszt reencarnado”, Oviedo sigue siendo La Viena española y parada obligada en esta gira de conciertos por las mejores salas de todo el mundo entre las que está el Auditorio de la capital asturiana.

Kantorow no defraudó en un concierto con excelente entrada y público en un respetuoso silencio solo roto por algún estertor, asombrando no solo por el virtuosístico sino la profundidad y rotundidad de este joven que debutó con 16 años y que asombra por su madurez interpretativa.
Con cambios en el orden previsto y Liszt casi protagonista único en la primera parte e inicio de la segunda, que cerrarían Scriabin y Schubert. Si el abate húngaro arrebataba en los salones parisinos del XIX, el francés lo hizo en la Vetusta del XXI.

Penumbra que ayudó al silencio y el gran Steinway enmarcado con la mínima luz para paladear el Liszt de Kantorow, pleno de romanticismo, claroscuros increíbles con matices extremos y la fuerza juvenil capaz de pasar al intimismo mágico en un peregrinaje interior (de Petrarca a Dante) bien ejecutado y transmitido con el fuego fatuo y arrebatador del virtuoso francés.

No rebajó entrega ni intensidad tras la necesaria pausa para retomar fuerzas, con una góndola lúgubre, premonitoria del entierro de su yerno Wagner, de compleja sencillez, después la llama de Scriabin cual sucesor virtuoso desde el frio, para finalizar con ese Caminante (Wanderer) de Schubert que nos llevaría al romanticismo inicial e inspirado(r) de este pianista que no deberemos perderle la pista porque está llamado a ser uno de los grandes de nuestro siglo.

Una delicia de interpretación que levantó bravos y merecidísimos aplausos respondidos por no dos sino tres “encores” resumiendo la técnica al servicio de la música con todo el lirismo de nuevo de Schubert en arreglo de Liszt, una popular de Cziffra y hasta el fuego de Stravinsky y su pájaro sobrevolando con piruetas elegantes un final de concierto apoteósico.

Los tríos de José Castel una joya en disco

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José Castel (177-1807): String Trios. Concerto 1700. Daniel Pinteño. Ref. 170005.

Cada vez se hace más necesario reconocer el enorme trabajo de la Musicología en España desde aquellos ya lejanos años 80 en que la Universidad de Oviedo con Emilio Casares pondría la primera piedra de una labor que el tiempo ha ido dando sus frutos expandiendo al resto de universidades españolas varias generaciones de investigadores, sacando a la luz tantas obras y compositores nuestros que la desidia de los gestores a lo largo de los siglos habían llenado de complejos y olvidos en archivos donde «dormían el sueño de los justos«. El grado en Historia y Ciencias de la Música ha venido para quedarse.

El camino no es fácil aunque los frutos vayan llegando poco a poco. Encontrar autores y obras interesantes, seguir la pista, tirar del hilo, investigar en múltiples ubicaciones y fuentes, encontrar las partituras, estudiarlas a fondo, transcribirlas y hacerlas sonar, no siempre se da en el clavo o la diana ni tan siquiera supone alcanzar el objetivo buscado, aunque «nunca el tiempo es perdido». Si además del esfuerzo, el (re)descubrimiento alcanza no ya la publicación, labor musicológica siempre necesaria para la difusión, sino también la grabación de esas obras y, mejor aún, la interpretación en vivo, desde un historicismo deseado y bien entendido, entonces podemos decir que el premio se ha conseguido.

La simbiosis necesaria entre la Musicología y los intérpretes se ha conseguido y ambas van actualmente de la mano; la Asociación Ars Hispana con los musicólogos Raúl Angulo Díaz y Antoni Pons Seguí al frente, lleva desde 2007 sacando a la luz grandes tesoros de nuestro patrimonio musical, y del que Concerto 1700, fundado hace siete años por el violinista malagueño Daniel Pinteño, un ensemble especializado en el repertorio hispano de los siglos XVII y XVIII, está llevando al disco, últimamente el mallorquín Literes, el «madrileño» Brunetti (otra joya) y ahora el navarro José Castell (Tudela, 1737-1807), con la primera grabación en tiempos modernos de la integral de sus tríos de cuerda en una edición muy cuidada y original hasta en el diseño, del que dejo aquí varias imágenes del libreto que acompaña este disco compacto.

Como bien explica el editor de esta nueva joya de nuestro patrimonio, Raúl Angulo, en las notas del CD (traducidas también al inglés, francés y alemán), «Por fortuna, ya se va dejando atrás la imagen de la música española del siglo XVIII como un páramo que poco puede ofrecer de interés al oyente actual. Este oscuro cuadro se ha pintado a partir de un insuficiente conocimiento, además de algunos prejuicios firmemente arraigados sobre el «siglo de las luces» en España, que ha sido juzgado por unos como extranjerizante y sin personalidad, y por otros como un proyecto sin vigor y fracasado. En los últimos años, tanto intérpretes como estudiosos están aunando sus esfuerzos para dibujar una imagen más positiva de la música de este período». Primer toque de atención para quitarse por fin ese complejo de inferioridad que el tiempo y un concienzudo trabajo musicológico ha demostrado ser infundado en todos los géneros no solo escénicos o religiosos, también en el instrumental, camerístico como el que nos ocupa, y sinfónico. Segundo aviso el de aunar esfuerzos entre intérprete y estudiosos de este repertorio que cambie la mala imagen de la música en tiempos ilustrados.

De los compositores cuya obra merecía salir del olvido es precisamente José Castel, nacido en Tudela (Navarra) en noviembre de 1737, de formación «típica» en un maestro de capilla español del llamado Antiguo Régimen: versátil compositor que cultivó los principales géneros musicales de su época, desde música litúrgica (con composiciones sacras que comprenden misas, salmos, misereres y lamentaciones, además de cantadas y villancicos), quizá lo menos estudiado de su producción como bien señala el doctor Angulo, aunque en su época disfrutaron de gran aprecio -como se desprende del hecho de que estén ampliamente diseminadas por diversos archivos españoles y americanos- hasta música escénica y sinfónica. Su vida, igualmente plena, podemos seguirla en el libreto de Raúl Angulo que acompaña el disco, aportando datos contrastados por estar documentados con rigor.

François Lesure, musicólogo francés especialista en la historia de la edición musical parisina (pues la española del momento dejaba mucho que desear), dató hacia 1785 la impresión de estos seis «tríos para dos violines y bajo» a cargo de Jean-Pierre de Roullede, yerno de Louis-Balthazard de La Chevardière, quien ya editase diez años antes los seis dúos para dos violines del propio Castel, fecha que se puede dar por buena, al menos de manera aproximada. El único ejemplar que se conoce se custodia en la Biblioteca Nacional de Francia, todo ello documentado por Raúl Angulo, y dedicado al ilustre navarro Manuel Vicente Murgutio, otro interesante personaje ilustrado que desde diferentes sociedades impulsaría las artes y las ciencias, favoreciendo la práctica de la música y la danza con las academias filarmónicas de entonces donde disfrutar de conciertos de profesionales y aficionados competentes, lugares que seguramente acogieron estos tríos de Castel.

Era práctica habitual en las colecciones de música de cámara impresas en la época, como explica el profesor Angulo, escribirlos en tonalidades mayores, por lo que Castel escribió cinco de sus tríos en en modo mayor, y uno solo, el cuarto, en modo menor. Todos tienen gran variedad formal y estilística, propia de un compositor muy versado en diferentes géneros de música desde un Madrid «Villa y Corte» que tenía una importancia vital en su época con la música instrumental a nivel europeo, que por entonces era sinónimo de mundial.

La grabación se ordena numéricamente, los seis tríos para dos violines y bajo, con la dirección de Daniel Pinteño que ha trabajado en este nuevo disco de Concerto 1700 con los violines del propio Pinteño y Fumico Morie más el violonchelo de Ester Domingo. Magnífica toma de sonido realizada por Federico Prieto en la Basílica Pontificia de San Miguel (Madrid) en noviembre del pasado año, con el apoyo de la Comunidad de Madrid, y una excelente interpretación de estos seis tríos que nos dejan un José Castel original, con mucho oficio en el desarrollo temático nunca ceñido a las «fórmulas» de alternancia rápido-lento-rápido o tripartitas.

Como muestra dejo detallados los cortes de cada trío y sus movimientos, con tonalidades cargadas de simbolismos, aires remarcados bien descritos e interpretados «al pie de la letra», juegos instrumentales y tempi siempre variados de caracteres universales sin perder la esencia española y el conocimiento de las «modas» del momento, con breves comentarios personales a la interpretación de Concerto 1700.

01-03: Trío I en si bemol mayor: Allegro spiritoso; Larghetto; Menuetto (Allegretto) – Trío. Académico y luminoso de clásico con un minueto que nos hace viajar a los salones del Reino.

04-05: Trío II en fa mayor: Larghetto-Allegro; Menuetto (Andantino) – Trío. Dos movimientos, el primero profundo, bien desarrollado con el lento preparando el ataque del rápido en un enfoque casi «teatral» y un segundo ocupado de nuevo por un minueto delicioso con los tres intérpretes sonando magistrales, escrito con elegancia y ritmo bailable.

06-08: Trío III en mi bemol mayor: Allegretto Gratioso; Larghetto; Allegro. Arranque ligero de amplias dinámicas, ataques precisos, el peso del grave soportando dos violines majestuosos y limpios, con un lirismo de sonoridad preciosista en el lento, aún con regusto del barroco, rematando en el rápido de «tempo giusto», el balance del trío con el empaste unificado de una formación que late a la misma velocidad.

09-12: Trío IV en sol menor: Allegretto Gratioso; Andante Largo; Rondeau (Allegretto); Menuetto (Andantino) – Trío. El único de los seis en modo menor, que le da un aroma diría que más vienés que francés, aportando una escritura madura digna de cualquier palacio europeo donde el trío se convertía no solo en la formación camerística por excelencia sino en todo un banco de pruebas a pequeña escala, casi preparatorio del repertorio sinfónico, y así lo entienden Concerto 1700 en estos cuatro movimientos, otra aportación, mejor que rareza del formato, que permite desarrollar el talento del compositor navarro. Interesante el segundo movimiento y nuevamente un delicioso minueto, que en una «escucha ciega» nadie reconocería al tudelano.

13-15: Trío V en la mayor: Allegro; Despacio; Menuetto (Andantino) – Trío. Personalmente otro agradable descubrimiento, aromas de la mejor música de cámara española en los buenos tiempos de la Ilustración española, con un sonido hispano en el que escribieron sus contemporáneos de más renombre pero con igual calidad por no decir superior.

16-18: Trío VI en mi mayor: Cantabile; Allegro; Menuetto (Allegretto) – Trío. Un inicio exactamente  «cantable» a cargo del primer violín, el apoyo grave del cello y el juego con el segundo violín en una escritura original y hasta audaz para los finales del XVIII si queremos compararlo con obras de la misma época en la Europa que avanzaba en todos los terrenos. Otro tanto del movimiento central rápido, con crescendi que acabarán siendo la revolución desde Manheim a partir de 1720 así como la desaparición del bajo continuo y la independización de la cuerda, algo que el tudelano Castel ya parecía tener claro unos pocos años antes.

Lirismo pleno en cada instrumento, sonoridades cuidadas, equilibrios bien balanceados, unidad desde el trío verdaderamente bien entendido y por tanto otra joya de la música camerística de nuestro siglo XVIII que debemos escuchar varias veces para disfrutar tanta calidad poniendo en su lugar a José Castel a cargo de Concerto 1700.

Como cierra el propio comentario del disco «En definitiva, esta primera grabación de los tríos para dos violines y bajo de José Castel nos pone ante la figura de un compositor de gran inventiva y versatilidad, del que cabe esperar gratas sorpresas en el futuro».

Vientos del norte

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Miércoles 2 de noviembre, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Gijón. Sociedad Filarmónica de Gijón, concierto nº 1654: Quinteto VentArt (Myra Pearse, flauta; Juan Ferriol, oboe; Andreas Weisgerber, clarinete; Vicent Mascarell, fagot; José Luis Morató, trompa). Obras de Klughardt, Arnold, Hindemith y Medaglia.

Tercero de los conciertos de esta temporada en la filarmónica gijonesa con un quinteto de viento (del que el COVID nos privó el pasado mayo) formado por profesores de la OSPA que llevan lustros juntos y ya peinan canas, como todos, convirtiendo la música de cámara en una delicia tan necesaria para ellos como para los aficionados que disfrutamos con un programa muy interesante y «cercano en el tiempo» viendo la evolución en la composición para esta formación desde el período romántico hasta finales del pasado siglo, donde no faltó un compositor vivo que, como otros muchos de nuestro tiempo, escriben para estas agrupaciones, formación de quinteto de viento que se remonta al checo Anton Reicha en 1811 como bien cuenta la profesora Andrea García Alcantarilla en las buenísimas notas al programa (toda una seña de identidad de la centenaria sociedad que me hace guardarlas como auténtica fuente de información).
Un programa dividido en dos partes con dos regalos, demostrando el feliz entendimiento de estos cinco «asturianos» de adopción (para mí desde el pasado siglo con sus nombres propios: Myra, Andreas, Vicent, José Luis y Juan) que llevan tantísimos años de compañeros, manteniendo no ya una técnica magistral sino un amor por la música que transmiten al público.
Comenzaron con el alemán August Klughardt
(1847-1902) y su Quinteto de viento, op. 79, obra publicada en 1901, por tanto tardía pero plenamente romántica con muchos «recuerdos» tanto de Brahms como de Mendelssohn en sus cuatro movimientos (I. Allegro non troppo
II. Allegro vivace
III. Andante grazioso
IV. Adagio – Allegro molto vivace
). Impresionantemente bien tratados cada uno de los instrumentos, permite disfrutar juegos de timbres, diálogos y contestaciones en los cinco, estructurados de forma académica pero muy bien escritos, destacando el último movimiento con esa introducción lenta antes de atacar el virtuoso final donde disfrutamos del virtuosismo individual de este conjunto al servicio de la música.
Del británico Sir Malcom Arnold
(1921-2006), un trompetista que también compondría bandas sonoras, destacan estas tres «Canciones marineras», Three Shanties for Woodwind Quintet, op. 4 que el público disfrutó recordando estas melodías populares: I. Allegro con brio («What Shall We Do with a Drunken Sailor»), un tango o habanera que va creciendo y jugando con la tímbrica del quinteto, II. Allegretto semplice («Blow the Man Down / Boney was a Warrior») de contagioso ritmo ternario, simpático, brillante, con el tema pasando por los cinco instrumentos, y el  III. Allegro vivace («Johnny Come Down to Hilo») virtuosístico, humorístico y casi cinematográfico en su concepción, muy aplaudido y con la deseada alegría contagiosa de esta obra del compositor británico.
La segunda parte nos traerían a uno de los grandes del pasado siglo, el violista, musicólogo y compositor alemán Paul Hindemith
(1895-1963) con la Kleine Kammermusik, op. 24 nº 2 («Pequeña Música de cámara») creada para sus compañeros de la orquesta de la ópera de Frankfurt estrenada en Colonia el 12 de junio de 1922. Rompedora en su tiempo por sus armonías, toques de jazz, referencias al mejor Stravinsky y de nuevo el toque de humor que prevaleció en este primer miércoles de noviembre. Música camerística solo pequeña en el título, sus cinco movimientos exigentes tanto individualmente como en conjunto, demostraron la necesaria compenetración del quinteto en interpretarnos esta maravilla de obra con la «curiosidad» de utilizar el piccolo en el segundo movimiento con Myra «compitiendo con Peter«, y maravillándonos con la sonoridad del oboe de Juan, el toque bufón de Andreas, el lirismo de Vicent y el «soporte tímbrico» de José Luis. Así fuimos disfrutando del I. Lustig. Mäßig schnell Viertel, el vals satírico y también lírico del II. Walzer. Durchweg sehr leise, la muerte inspiradora del III. Ruhig und einfach, de ritmo vital casi marcial, el interludio IV. Schnelle Viertel para degustar la calidad de los cinco músicos, con tantas partituras en su trayectoria, unidos en esta joya del compositor alemán, concluyendo con el enérgico V. Sehr lebhaft, la lógica evolución romántica que en su momento fue revolución y el tiempo nos la ha dejado como cercana, agradecida de escuchar y disfrutando de la excelente interpretación de VentArt.
Y nada mejor para cerrar el programa que el brasileño Julio Medaglia (São Paulo, 1938), también muy cinematográfico, formado en la Europa de la llamada «vanguardia» con Berlín de capital musical. Partiendo de tres danzas populares en sudamérica a principios del pasado siglo (tango, vals paulista y chorinho), compondrá para el quinteto de viento de «Los Berliner» su Belle Epoque en Sud-America,  tres aires que nos suenan conocidos por la cercanía cultural por reconocibles incluso en su escritura:  I. El Porsche Negro (Tango), porteño y casi «plagio» de una Cumparsita con buenos vientos tanto individuales como en conjunto, II. Traumreise nach Attersee (Vals Paulista) reposado, cantado con el aire instrumental y un «rubato» bien entendido por este quinteto, más el III. Requinta Maluca (Chorinho), derroche de virtuosismo de Andreas en diálogo con sus cuatro compañeros en un desenfreno musical que levantó los mayores aplausos tanto para el solista de la OSPA como para sus amigos en esta travesía musical por el quinteto de viento.
Con ese regusto argentino nada mejor que un excelente arreglo de Adiós Nonino de Astor Piazzolla (1921-1992) que VentArt tienen desde sus inicios casi como «obligado» en su repertorio, la pujanza de la música hispana trabajada en la Europa académica y engrandecida por los compositores de nuestro tiempo.
Pero aún quedaba el último regalo de la «Aragonesa» de G. Bizet (1838-1875), cuya Suite nº 1 de Carmen en arreglo para quinteto, sonó sinfónica en la interpretación de estos cinco maestros hoy reunidos como buen viento del norte en Gijón.

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