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Orlando curioso

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Miércoles 19 de noviembre de 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVIII Temporada de Ópera. A. Vivaldi (1678-1741): «Orlando Furioso» RV 728.

(Crítica para Ópera World del viernes 21 de noviembre, con el añadido de los enlaces siempre enriquecedores, tipografía y colores que no siempre se pueden utilizar, y las fotos de Iván Martínez más alguna propia)

La Ópera de Oviedo volvió a demostrar en esta LXXVIII Temporada que su política de programación no teme los riesgos. Si el curso pasado recuperaba «Arabella», ahora traía al Campoamor, por primera vez en su historia, uno de los títulos más celebrados —y durante siglos más olvidados— de Antonio Vivaldi: «Orlando furioso», ópera estrenada en 1727 y hoy todavía infrecuente en los grandes teatros. La apuesta, valiente y culturalmente necesaria, certifica la voluntad de la institución ovetense de abrir su temporada a repertorios menos transitados, ampliando horizontes para su público, aunque el carbayón no estuvo lo que se dice entusiasmado pese a la buena entrada en esta tercera representación, pues al descanso se vaciaron butacas y al final del segundo acto, pese a la advertencia de ser una pausa técnica rogando no abandonar los asientos, se obvió por otra parte del respetable, puede ser también por el horario que nos llevaría hasta casi las once de la noche y seguro había de administrarse algún medicamento.

Como nos recordaba el musicólogo Ramón Sobrino Cortizo en la conferencia previa del pasado día 11, Vivaldi abre una puerta a la magia y la locura de Orlando, y ”la partitura es un auténtico festín para los cantantes, que pueden mostrar su virtuosismo”, recordándonos que Il prete rosso compuso más de 800 obras, de las cuales 51 son óperas siendo Orlando una de las más brillantes, por su fuerza musical, su rigor dramático y su riqueza emocional. A partir de la obra de Ludovico Ariosto (1532) Vivaldi compone una joya donde los celos, la magia y la locura se entrelazan en una trama ambientada en la isla encantada de Alpina, con los amores cruzados de Orlando, Angélica, Medoro, Ruggiero y Bradamante enfrentándose a los hechizos y trampas de la maga. «El héroe Orlando es una figura que atraviesa la historia literaria europea, desde la ‘Chanson de Roland’ medieval hasta la ‘Divina Comedia’ de Dante», señaló Sobrino Cortizo.

Vivaldi compone aquí un continuo de recitativos y arias da capo que exige a los intérpretes virtuosismo, variedad expresiva y un control absoluto del estilo, un esfuerzo físico que ahuyenta a grandes voces de este periodo de la historia lírica. El entramado vocal que subió al escenario del Campoamor —con predominio de voces femeninas y un único timbre viril real, el Astolfo de San Martín— lo confirma: todas las tesituras avanzaron por una partitura ardua, plena de agilidades, cambios de afecto y amplios saltos interválicos. A este mapa vocal se sumó la acústica propia del teatro, que permitió comprobar cómo ciertas voces se proyectaban mejor cuando la escena las situaba en posiciones delanteras, y especialmente al lado derecho del escenario (que la gran Montserrat Caballé siempre elegía en tiempos de menor importancia en la escena), un fenómeno que no siempre coincidió con las necesidades dramáticas.

Aarón Zapico, profundo conocedor del repertorio barroco, planteó una lectura contrastada y teatral desde la Sinfonía u obertura inicial, con tempi vivos y mucha atención al color. En las funciones anteriores hubo comentarios y críticas sobre el desequilibrio recurrente entre el foso y las voces, si bien en esta tercera fue menor, al menos desde mi fila 12. En los tutti, especialmente en el primer acto, el empuje de la Oviedo Filarmonía, solvente y poco habituada a este repertorio, demostró su ductilidad en todos los estilos, esta vez con un continuo que brilló siempre (David Palanca al clave, Guillermo L. Cañal al chelo y Pablo Zapico a la tiorba) desde un trabajo ejemplar que aportó armazón expresiva y claridad retórica, junto a la cuerda guiada por Jorge Jiménez, otro referente en este estilo, que nos dejaron momentos de sonoridad luminosa para una plantilla personalmente algo numerosa por las dinámicas empleadas.

El elenco reunió mayoritariamente debutantes en la temporada ovetense, lo que añadió un punto extra de riesgo aunque al ser la tercera de las cuatro funciones se avanzó en seguridad. El contratenor Arnaud Gluck (Ruggiero) fue, para buena parte del público y crítica, el triunfador vocal de este miércoles, muy aplaudido en sus intervenciones solistas, y a quien recordamos en el espíritu del «Dido y Eneas» de hace un año dentro de los Conciertos del Auditorio. De voz delicada y lírica, encontró en la instrumentación más liviana de sus arias el espacio ideal para ornamentaciones elegantes y un fraseo de enorme sensibilidad, especialmente en las dos arias lentas a las que aportó esa languidez de su rol: Sol da te, mio dolce amor del acto primero (escena duodécima) con la flauta magistral de Mercedes Schmidt, y Pianger, sin che l’onda del pianto del segundo acto con el chelo del continuo.

La soprano vizcaína Jone Martínez (Angélica) se impuso como la voz de mejor proyección y timbre bello. Técnica segura, coloraturas impecables y un trabajo actoral que reforzó la dimensión afectiva del personaje. En muchos pasajes, su Angélica eclipsó al propio Orlando.La mezzo chilena Evelyn Ramírez (Orlando) firmó un personaje complejo con un timbre oscuro y homogéneo, algo corto en volumen en la zona grave, yendo de menos a más, que en su tercer acto mostró mayor resolución y autoridad dramática con unas coloraturas ya nítidas. No es una “contralto con calzones” pero sí tiene gran capacidad expresiva para su color de voz, además de una innegable preparación física para poder cantar encaramándose a la cueva, aunque se perdiese algo de proyección por esa ubicación.

Segunda mezzo, Shakèd Bar (Alcina) aportando solidez, volumen y un punto de crueldad escénica bien administrado, resolviendo con credibilidad las exigencias del rol pleno de ornamentos virtuosísticos, con otro color para poder diferenciarse dentro del póquer en esta cuerda donde las contraltos escasean.

La tercera sería Serena Pérez (Medoro). La asturiana ofreció una línea elegante y un fraseo refinado en una tesitura incómoda, aunque la orquesta la cubrió en algún momento pero siempre de voz redonda y madurando poco a poco con un trabajo en evolución constante.

Finalmente la griega Maria Zoi (Bradamante) con el barítono madrileño César San Martín (Astolfo) enfrentaron sus respectivas dificultades con desigual resultado. Ella, superada por volumen y algún recitativo desafinado; él, más cómodo a medida que avanzaba la función, con un tercer acto mejor resuelto, aportando la única voz grave del elenco.

El Coro Intermezzo que prepara Pablo Moras, volvió a mostrar su solidez habitual, preciso y empastado en sus breves intervenciones desde el foso, con volumen y buen gusto.

Volver a destacar en esta función el papel de los seis bailarines que acompañan la escena y dejaron cuadros de bella factura y plasticidad, así como los figurantes.

De la puesta en escena, estética, simbólica y estática por momentos. La propuesta de Fabio Ceresa, con escenografía de Massimo Checchetto, opta por elementos mínimos pero de fuerte impacto visual donde pasamos del cielo a los abismos: un puente articulado que une cielo y mar, donde pescar y lanzar la red que captura peces o estrellas; dos escalinatas y una gran luna central que mira desde arriba, giratoria que también hace las veces de trono de Alcina al volverse casi venera de la Primavera boticelliana, con colores sólidos excepto en el último acto.

No faltaron filtros de amor ni cueva. La disposición, simétrica y de gran plasticidad, compone cuadros vistosos aunque resta espacio de movimiento, generando cierto estatismo en algunos pasajes, si bien el inmenso hipogrifo (magistralmente manejado) se convirtió en un protagonista más. El vestuario de Giuseppe Palella y Elisa Cobello —rico, fantasioso, lleno de pedrería y de códigos cromáticos que distinguen mundos y hechizos— resultó uno de los mayores aciertos de la producción, sumándose la iluminación de Fabio Barettin para modular atmósferas y afectos mediante colores cálidos y fríos, completando un universo visual coherente y atractivo, tanto en los fondos como en la paleta utilizada en la concha, pues la fantasmagoría es fundamental para el juego de colores del propio texto de Ariosto, y como dice Ceresa en el libreto de este título, “todo está permitido en Orlando Furioso porque (…) es un mundo hecho de metáforas”.

Puedo concluir que este Orlando era un riesgo necesario y una apuesta valiente. Escuchar Vivaldi escenificado sigue siendo un acontecimiento y Oviedo apostó con audacia aunque el resultado no alcanzó la categoría de gran éxito, pero al menos marcó un paso adelante en la normalización del repertorio barroco dentro de la programación española. La función dejó contradicciones —estilísticas, acústicas y de equilibrio—, pero también momentos de bellísima musicalidad, voces emergentes de gran interés y una puesta en escena que supo iluminar el imaginario fantástico del libreto de Braccioli. Una noche irregular pero estimulante, que confirma que la ópera crece cuando se atreve.

FICHA:

Miércoles 19 de noviembre de 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVIII Temporada de Ópera. A. Vivaldi (1678-1741): «Orlando Furioso» RV 728, “Drama per musica” en tres actos, con libreto de Grazio Braccioli, basado en el poema épico “Orlando furioso” (1516) de Ludovico Ariosto. Estrenado en el Teatro Sant’Angelo de Venecia, el 10 de noviembre de 1727. Coproducción de la Fondazione Teatro La Fenice y el Festival della Valle d’Itria di Martina Franca. Edición musical: Lina Manrique.

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Aarón Zapico – Dirección de escena: Fabio Ceresa – Diseño de escenografía: Massimo Checchetto – Diseño de vestuario: Giuseppe Palella – Diseño de iluminación: Fabio Baréin – Dirección del coro: Pablo Moras – Maestra repetidora: Anna Crexells.

REPARTO:

Orlando: Evelyn Ramírez (mezzosoprano)* – Angelica: Jone Martínez (soprano)* – Alcina: Shakèd Bar (mezzosoprano)* – Bradamante: Maria Zoi (mezzosoprano)* – Medoro: Serena Pérez (mezzosoprano) – Ruggiero: Arnaud Gluck (contratenor)* – Astolfo: César San Martín (barítono).

Orquesta Oviedo Filarmonía

Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo)

* Debutante en la Ópera de Oviedo

Paz y música sinceras

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Martes 28 de octubre, 19:45 horas. Sociedad Filarmónica de Oviedo (Teatro Filarmónica), Año 119, concierto 14 del año 2025 (2.094 de la sociedad): Ángel Luis Sánchez Moreno (oboe y director) y Ensemble, Iliana Verónica Sánchez (soprano), Daniel Oyarzábal (clave). Nulla in mundo Pax Sincera, obras de A. Marcello, Vivaldi, Mozart y Bach.

Con el título de Nulla in mundo pax sincera (Nada en el mundo tiene paz sincera) se presentaba el oboísta Ángel Luis Sánchez Moreno (Madrid, 1995) con un Ensemble de dos violines, viola, violonchelo y contrabajo (cuyos nombres no figuraban aunque reconociese alguno), más el siempre brillante y muy solicitado Daniel Oyarzábal (Vitoria-Gasteiz, 1972) al clave, sumándose la  hermana de Ángel, la soprano Iliana Verónica Sánchez (Madrid, 1985), con obras del barroco tan agradecido siempre, más el Mozart joven aún con reminiscencias anteriores desde el llamado estilo galante, que hicieron las delicias de una tarde otoñal asturiana.

En las notas al programa con ese título vivaldiano de la segunda obra y primera con el oboe y la soprano, el concierto nos invitaba «a un viaje sonoro hacia esa búsqueda de paz y belleza divina que, aunque profundamente anhelada por la humanidad, permanece fuera de nuestro alcance en el mundo terrenal» y donde las músicas nos ofrecían «un refugio, un espacio que invita a reflexionar que lo humano y lo espiritual aún pueden encontrarse», como así resultó.

Abría el concierto el famoso Concierto para oboe en re menor de Alessandro Marcello que siempre asociaré a la película «Anónimo Veneciano» (Enrico Maria Salerno, 1970), con una bellísima Florinda Bolkan. Como buena obra barroca es un diálogo perfecto entre solista y orquesta con ese Adagio central escoltado por dos ‘tempi’ rápidos (Andante spiccato y Presto) que son una explosión de virtuosismo donde disfrutar de Ángel Luis Sánchez Moreno, bellísimo sonido de oboe, fraseado y arropado por un ensemble plenamente adoptado por el solista que apenas necesitó ejercer de director ante el buen entendimiento de todos.

Nos mantuvimos en la Venecia de este «viaje sonoro» pero con Il Petre Rosso y el aria que daba título al programa, la primera del motete sacro Nulla in mundo pax sincera, mismo orgánico aunque con solo un violín y la soprano Iliana Verónica Sánchez, en un «arreglo» para la ocasión por el tamaño del orgánico comandado por el «concertino» que fue perfecto para arropar la voz de la madrileña, aseado y reflejando la tensión melódica con buenos ornamentos más el ambiente que el cura pelirrojo maestro de música  en el Ospedalle Della Pietà refleja en este bellísimo motete sacro.

Salto a la Austria mozartiana y primera intervención en solitario del vitoriano Daniel Oyarzábal que nos ofrecería el primer movimiento de la Sonata para piano en do mayor, KV 279 jugando con los dos teclados para lograr los contrastes dinámicos y la desnudez del clave sin las posibilidades del pianoforte, mordentes, trinos, arpegios y adornos llenos de humor del genio salzburgués con 18 años en una de sus primeras sonatas, y logrando mantener una unidad tímbrica que rodeó todo el concierto.

Así se mantuvo el mismo espíritu optimista y transparente con el Cuarteto para oboe y cuerdas en fa mayor KV 370, compuesto siete años más tarde, con los músicos sentados alcanzando el buen entendimiento para una formación camerística que así lo exige, como el mismo latido para compartir protagonismo con el solista. Tres movimientos de nuevo con el Adagio central introspectivo y exigente en mantener las notas largas del oboe sin perder presencia, y los extremos sutiles con el luminoso Allegro y el ligero Rondó que mantuvieron el equilibrio de un cuarteto para lucimiento del oboísta madrileño con una amplia gama dinámica y articulación perfecta.

La segunda parte la ocuparía por completo «mein Gott» con obras que jugarían con la plantilla, comenzando por el aria de la Cantata 51 Jauchzet Gott in allen Landen (Aclamad a Dios todas las naciones), disfrutando de la soprano y con el oboe «sustituyendo» la trompeta original en el aria pero alcanzando así un empaste, limpieza en el sonido y volumen más recogido, prosiguiendo solo la cuerda en el recitativo con los perlados del clave que son imprescindibles. Iliana Verónica Sánchez posee una buena emisión, con una voz que «corre bien» por el teatro (indicar que todos se colocaron fuera de la caja escénica, en el límite del escenario), tiene el color ideal y estilo para estos repertorios, puede que con un volumen no demasiado grande aunque favorecido por la reducida plantilla elegida, y personalmente con la necesidad de marcar más las consonantes del idioma de Goethe que tan acostumbrados estamos de escuchar, pero su técnica es suficiente para afrontar tanto el carácter como los ornamentos que El kantor de Leipzig exige a las voces «instrumentalizadas» en su época.

Igual de exigente aunque breve la conocida aria Bist Du Bei Mir (Si estás conmigo) BWV 508, más sentida e íntima, buscando la idea de esa deseada «paz celestial» desde la «grandeza divina» con una voz angelical que transmitió la reflexión del encuentro entre lo humano y lo espiritual, con clave en vez de órgano y el ensemble arropando la voz de la soprano madrileña.

Volvería «solo ante el peligro» Daniel Oyarzábal al clave, primero con el Preludio y fuga en do mayor BWV 870 (del segundo libro de El Clave bien temperado), rico en ornamentos, bien fraseado el preludio y clara, además de precisa la fuga, para rebosar de virtuosismo con el Preludio en si menor BWV 923 (que sustituyó, con buen criterio, al programado Preludio y fuga en re menor BWV 875), un salto cualitativo de un Daniel pletórico que igual nos impresiona al órgano que exprime cada clave que le dejan, «un seguro de vida artístico» como le ha definido mi querido Luis Suñén, y Bach siempre es único en sus interpretaciones.

El colofón de nuevo con «su ensemble» al completo para la reconstrucción del Concierto para oboe en do mayor, BWV 1055R, (mejor que con flauta) para lucimiento de Ángel Luis Sánchez Moreno, final de viaje con ese diálogo entre solista, cuerda y continuo donde disfrutar de la magia de «dios Bach» siempre inimitable, padre de todas las músicas, pasando de la introspección al virtuosismo en sus tres movimientos. Un amor de oboe (a falta de oboe de amor en la mayor) con una plantilla para la ocasión que nunca desluce y menos cuando hay complicidad entre todos.

Aún vendrían fuera de programa dos paradas más en este viaje, Händel con el tercer movimiento, Largo, del Trío Sonata para dos violines y continuo en sol menor HWV 393 «Dresden» nº 2, en adaptación para oboe y violín -más cello y clave- y la famosa aria «Lascia ch’io pianga» del Orlando HWV 31, de nuevo con el ensemble y clave (mejor que al órgano original) con una inspirada Iliana Verónica Sánchez que no podía faltar para la ocasión en este concierto tan barroco donde compartir sensaciones y ansia de paz en este concierto comandado por Ángel Luis Sánchez Moreno brillando con su hermana.

PROGRAMA:

A. Marcello:

Concierto de oboe en re menor: Andante spiccato – Adagio – Presto.

A. Vivaldi:

Nulla in mundo pax sincera, RV 630: aria.

W. A. Mozart:

Sonata para piano en do mayor, KV 279 (I. Allegro).

Cuarteto para oboe y cuerdas en fa mayor, KV 370: Allegro – Adagio – Rondeau. Allegro.

J. S. Bach:

Cantata Jauchzet Gott in allen Landen, BWV 51 (aria y recitativo).

Bist Du Bei Mir, BWV 508.

Preludio y fuga en do mayor, BWV 870.

Preludio en si menor, BWV 923.

Concierto para oboe en do mayor, BWV 1055: Allegro – Larghetto – Allegro ma non tanto.

Barroco de Sevilla a Granada

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Miércoles 9 de julio, 21:00 horas. Iglesia del Monasterio de La Cartuja: Orquesta Barroca de Sevilla, Aurora Peña (soprano), Ignacio Ramal (violín y dirección). Obras de Handel, Ferrandini, Juan-Alfonso García y Vivaldi. Fotos ©Fermín Rodríguez.

Volvía en este vigésimo primer día de mi festival a la bellísima iglesia barroca del Monasterio de La Cartuja granadina con un música de la misma época llegado desde Sevilla plenamente universal ¡y actual!, donde no faltó el homenaje a Juan-Alfonso García y una acústica con reverberación ideal para las obra instrumentales aunque no tan buena para la voz, sumándole un calor que nunca es bueno para los músicos. La web lo presentaba así:

Barrocos con García
La Orquesta Barroca de Sevilla es uno de los más importantes conjuntos españoles dedicados a música del período preclásico, pero este año se acerca al Festival para participar en el homenaje a Juan-Alfonso García en el décimo aniversario de su muerte. Lo hace con un programa en el que participa la soprano Aurora Peña y que tiene como centro el Tríptico del compositor extremeño-granadino, que condiciona el resto del recital con dos obras instrumentales especialmente célebres y otras dos piezas vocales también conocidas: primero, un lamento escrito por Ferrandini sobre la imagen de María ante el Santo Sepulcro (una obra que fue atribuida a Handel); después, un virtuosístico motete de Vivaldi, auténtica oración penitencial que refleja el temor a la justa ira de Dios y la esperanza en su misericordia.

La Orquesta Barroca de Sevilla (OBS) comandada por Ignacio Ramal (de quien la revista Codalario tiene como protagonista del mes en una amplia y documentada entrevista de mi querido Mario Guada) sonó perfecta de afinación (pese al calor cartujeño), empastada, con excelentes balances, «históricamente informada» y con una plantilla de cuerda donde alternaban clave y órgano, dando un sonido consistente que en este recinto es el ideal.

Iré intercalando en mis comentarios las notas al programa de Pablo J. Vayón: que titula Misterios barrocos. Así el concierto comenzaba con Handel (Haendel o Händel) y su Concerto grosso en si bemol mayor, op. 6 nº 7, en tres movimientos (Largo – Allegro – Largo – Andante – Hornpipe).

En el otoño de 1739, Handel dedicó unas semanas intensas a la composición de una serie de obras instrumentales concebidas para su siguiente temporada de conciertos en el Lincoln’s Inn Fields de Londres, donde alternaba óperas y oratorios. Para ello recurrió al modelo del concerto grosso que había consagrado Corelli, pero lo reformuló con mayor libertad estructural y una expresividad más variada. Así surgieron los doce conciertos del opus 6, entre los cuales el nº 7 destaca por su estructura en cinco movimientos, que alternan tiempos lentos y rápidos, y culmina con un Hornpipe brillante, adaptación de una danza de Georg Muffat.

La alternancia de tiempos, ritmos y contrastes desde una tímbrica compacta y los balances permitiéndonos escuchar todo lo escrito por el compositor de Halle nacionalizado inglés y enterrado en Westminster Abbey, quedó reflejada en esta primera obra antes de proseguir, ya con la soprano Aurora Peña (Valencia, 1990) en Il pianto di Maria, una Cantata sacra da cantarsi dinanzi al Santo Sepolcro del veneciano Giovanni Battista Ferrandini, de quien mi tocayo sevillano escribe:

Durante mucho tiempo se creyó que la cantata Il pianto di Maria era obra de Handel, pero hoy se acepta con firmeza que fue compuesta hacia 1735 por Giovanni Battista Ferrandini, músico veneciano que desarrolló buena parte de su carrera en la corte bávara de Múnich, donde también murió. La obra, destinada a ser cantada «dinanzi al Santo Sepolcro», está escrita para soprano solista y cuerdas, y se estructura en cinco recitativos y cuatro arias. Presenta varias singularidades: sólo el primero y el tercero de los recitativos son seccos, esto es, con bajo continuo, mientras que los demás son recitativos acompañados, con intervención de la orquesta. El último de ellos, que describe el temblor de la tierra, alcanza un dramatismo inusitado. En el aria «Sventurati miei sospiri», las dos secciones de violines se dividen, generando cuatro partes independientes que crean una textura inesperadamente rica. El lenguaje armónico de Ferrandini, contenido y emocional, convierte esta cantata en una de las más conmovedoras expresiones del barroco devocional.

Comentaba la acústica poco ideal para la voz, pero la soprano valenciana brillaría en cada uno de los recitativos y arias de esta cantata, que por momentos me recordaba a Pergolessi. El acompañamiento del orgánico ayudaba a dar y resaltar toda la expresividad de este «llanto de María» en italiano, que Aurora Peña iría desgranando con agilidades claras (aunque tan solo percibía las vocales), ese penar de la Madre de Dios de aires claramente italianos (pese a la atribución inicial que bien explica Vayón) que le va muy bien a las características y estilo de la valenciana.

La OBS proseguiría con la misma sonoridad rotunda, matizada, precisa y atemporal porque la calidad no entiende de distintas interpretaciones, el bellísimo Tríptico (1990) del «recuperado» y merecidamente homenajeado diez años después de su muerte Juan-Alfonso García (del que he vuelto a visitar su exposición en la Casa de Los Tiros y prometo dedicarle una entrada en mi vuelta a Asturias). De esta joya escribe mi tocayo sevillano:

El programa nos conduce a continuación al Tríptico (1990) de Juan-Alfonso García. Compuesta para la Orquesta de Cámara de Granada, esta obra se construye a partir de materiales anteriores reelaborados con un lenguaje personal que combina sobriedad, lirismo y profundidad expresiva. La primera sección es una reelaboración orquestal de una pieza organística previa basada en la célebre canción renacentista De los álamos vengo, madre; la tercera también procede de una obra anterior para órgano, mientras que la sección central enlaza dos citas significativas: un fragmento del Concierto para clave de Manuel de Falla y el Villancico del rey negro de Valentín Ruiz Aznar, maestro y referente del compositor. «Pertenezco a esta estirpe. Valoro mis raíces. Las reconozco. Soy árbol plantado a orilla de esta corriente», escribió García, reivindicando su lugar en una tradición musical viva y profundamente enraizada.

La OBS con Ignacio Ramal demostró la versatilidad y calidad para interpretar esta obra del «homenajeado» para orquesta de cuerda, donde disfrutar del lenguaje sobrio del organista de la Catedral de Granada utilizando unos motivos reconocibles y reelaborados con la maestría de quien conocía y reconocía nuestra herencia musical para traerla a nuestro tiempo ¡35 años después!, y mantenerla de plena actualidad. Una interpretación impecable con una formación (dejo más abajo la plantilla) ideal que esta orquesta barroca actualizó con la sonoridad perfecta y un entendimiento fruto de un impecable y arduo trabajo por parte de todos.

El plato fuerte para cerrar el recital sería Il Prete Rosso, primero su Sinfonia en si menor «Al Santo Sepolcro» que firmaría cualquier otro grupo «especialista» y parece que no valoramos lo que tenemos tan cerca. Dos movimientos (Adagio molto – Allegro ma poco) que Vayón describe y que la OBS enlazó con un «interludio» incorporándose al clave perlado de Alejandro Casal:

El programa regresa al Barroco veneciano con la Sinfonia al Santo Sepolcro de Vivaldi, un concerto ripieno concebido para la liturgia de Semana Santa. Se trata de una obra breve, de escritura contrapuntística densa y sorprendentemente cromática, que incluye una brillante doble fuga. Sirve esta sinfonía como introducción al motete In furore iustissimae irae, compuesto durante una estancia del autor en Roma en la década de 1720. La obra adopta la forma típica que Vivaldi dio a sus motetes: dos arias contrastantes separadas por un recitativo y un Aleluya final marcado por un virtuosismo vocal exuberante. La primera aria traduce la ira divina en un acompañamiento en unísonos violentos con marcados descensos cromáticos; la segunda, en contraste, es serena y doliente, casi un lamento, que se funde con naturalidad en el tono devocional y expresivo que recorre todo el programa.

El lenguaje vivaldiano está claro, con pasajes que nos recuerdan el verano de sus cuatro estaciones o el otoño en el último motete, de cromatismos y armonías semejantes con una orquesta especialista demostrando el por qué lleva años entre las orquestas históricamente informadas y sin complejos interpretativos.

La soprano Aurora Peña mostró unas agilidades claras, emisión perfecta, expresión adecuada, poderosa en su primer aria «In fuore iustissimae irae», un fraseado decitativo «Miserationum Pater piissime», jugando con los matices en el aria «Tunc meus fletus» y finalizar un conjunto con el Alleluia de recogijo para un público que llenó la iglesia del Monasterio de La Cartuja y aplaudió un recital de Misterios barrocos descifrados en este vigésimo día de Festival que ya encara la recta final hasta el domingo, con una propina que nos devolvía a Handel: Tu del ciel ministro eletto, de «Il trionfo del Tempo e del Disinganno» HWV 46a.

INTÉRPRETES:

Orquesta Barroca de Sevilla
Aurora Peña, soprano
Ignacio Ramal, violín y dirección

VIOLINES PRIMEROS:

Ignacio Ramal (concertino) – Ignacio Ábalos – Pablo Prieto – Raquel Batalloso

VIOLINES SEGUNDOS:

Miguel Romero – Fumiko Morie – Elvira Martínez – Andrés Murillo

VIOLAS:

José Manuel Navarro – Carmen Moreno

VIOLONCHELO:

Mercedes Ruiz

CONTRABAJO:

Ventura Rico

CLAVE Y ÓRGANO:

Alejandro Casal

PROGRAMA:

In memoriam

George Frideric Handel (1685-1753)

Concerto grosso en si bemol mayor, op. 6 nº 7, HWV 325

Largo – Allegro – Largo – Andante – Hornpipe

Giovanni Battista Ferrandini (c. 1710-1791)

Il pianto di Maria (Cantata sacra da cantarsi dinanzi al Santo Sepolcro):

Recitativo «Giunta l’ora fatal nel ciel prescritta»

Cavatina «Se d’un Dio fui fatta Madre»

Recitativo «Ahí, me infelice!»

Cavatina da capo «Se d’un Dio fui fatta Madre»

Recitativo «Ahimè ch’Egli già esclama ad alta voce»

Aria «Sventurati miei sospiri»

Recitativo «Sì disse la gran Madre»

Aria «Pari all’amore inmenso»

Recitativo «Or se per grande orror tremò la terra»

Juan-Alfonso García (1935-2015)

Tríptico (1990)

Antonio Vivaldi (1678-1741)

Sinfonia en si menor «Al Santo Sepolcro», RV 169:

Adagio molto – Allegro ma poco

In furore iustissimae irae (Motteto a canto solo con stromenti), RV 626:

Aria «In fuore iustissimae irae»

Recitativo «Miserationum Pater piissime»

Aria «Tunc meus fletus»

Alleluia

Feliz 1700

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Viernes 30 de mayo, 20.00 horas. Teatro Jovellanos. Concierto nº 1700 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: Carlos Mena (contratenor), Concerto 1700. Sacro Vivaldi.

Parecen coincidencias pero realmente no lo son, y hacer coincidir el concierto 1700 de la Sociedad Filarmónica de Gijón con la presencia del conjunto fundado hace 10 años por Daniel Pinteño era casi de justicia. El siempre bienvenido a Asturias Concerto 1700, lo apalabraba hace dos años y este último viernes clausuraba la temporada actual que nos trajo al teatro del Paseo de Begoña un monográfico Vivaldi donde poder disfrutar de este 1700 mezclando instrumental y sacro en la voz del contratenor vitoriano Carlos Mena (1971), con el brazo derecho en cabestrillo (caídas imprevistas) y sus cualidades vocales intactas, incluso ganando cuerpo como los buenos vinos.

La doctora María Sanhuesa en sus notas al programa tituladas «Sacro Vivaldi: musica per (la) Pietà» amén de diseccionar cada obra, las terminaba así:

Luces y sombras, voces y violines, lo sacro y lo profano en la ciudad sobre el agua. Sin contraste no hay belleza, y sobre eso Vivaldi y Venecia —la mítica Venecia/Venusia del carnaval retratado por Federico Fellini en Il Casanova— lo sabían todo. El mundo en las cuerdas de un violín, o en la coloratura de una voz.

Así resultó este «Vivaldi 1700» que llegaba desde Lugo a Gijón, cual La Serenísima cantábrica, conjugando la calidad de un orgánico para la ocasión (detallado más adelante) variado en combinaciones tímbricas con un continuo de peso, teniendo al órgano un Ignacio Prego siempre impecable junto al cello de Ester Domingo, alternando  las tres obras sacras con las dos instrumentales donde el asturiano Pablo Zapico tomaría la guitarra barroca, con el magisterio y entrega del malagueño Daniel Pinteño atento al detalle y la afinación (al finalizar cada obra), con el respeto total por la voz de contralto que brilló en las obras elegidas.

Se abría este 1700 con Mena y Concerto interpretando el motete Filiae maestae Jerusalem, RV 638 (proyectándose la traducción de los textos), tres secciones donde el dramatismo que describe la tristeza de las hijas de Jerusalén tras la muerte de Cristo, encontró la expresión y color de esa voz de contratenor contralto sin fisuras, homogénea, con el grave natural del vitoriano bien arropado por el ensamble al mando de Pinteño donde todo encaja y los punteos de Zapico enriquecían el continuo.

El Concerto a 4 en sol menor, RV157 no solo nos dejaba el característico «sonido vivaldiano» sino el virtuosismo de Pinteño en perfecto entendimiento con Fumiko Morie y Leticia Moros, más los rasgueos en la guitarra de Zapico, la calidad de Domingo y los ornamentos de Prego.

De más envergadura vocal e instrumental serían las cuatro secciones del motete Vestro Principi divino, RV 633, las agilidades de Mena ya desde el aria inicial, contestadas por el violín malagueño, un recitativo bien vestido en el continuo (impecables Domingo y Zapico), más los dos Presto que culminan en un Alleluia virtuoso en la voz, de agilidades casi imposibles con un fiato del vitoriano bien entendido por el orgánico, lleno de brillo, entrega y pasión de «El cura pelirrojo» (feliz en el Ospedalle della Pietá y las “figlie di coro” para quienes tanta música escribió).

Sin la viola llegaría la Sonata da camera a tre, Op. 1 nº 12, RV 63, La Follia con los dos violines protagonistas y basada en variaciones sobre La Follia de Arcangelo Corelli, donde Concerto 1700  están en «su salsa» pues transitan esta música desde sus inicios.

El número fuerte para cerrar el 1700 sería la cantata (mejor que motete como explica Sanhuesa) Nisi Dominus, RV 608, sin «viola d’amore» pero de sonoridad vivaldiana de principio a fin, emoción en el Vanum est vobis (que bisarían de regalo), combinaciones instrumentales degustando incluso la cuerda con sordina del Cum dederit, rico juego de contrastes en los tempi, virtuosismo instrumental y vocal donde las agilidades transitan «como flechas» casi todas las vocales (impactante el Amen final) y unos saltos de registro bien sorteados por un pletórico Mena, incluso colocándose atrás para el Beatus vir solo con violín y órgano, seguido por el recogimiento suplicante del Gloria Patri retomando la posición inicial en una interpretación atemporal, agradecida, exigente, que nos dejó esta música única «por los siglos de los siglos».

Un feliz 1700 para ir cerrando poco a poco mi temporada 24-25 (y ya avanzando parte de la siguiente en la sociedad gijonesa).

CONCERTO 1700:

Daniel Pinteño, violín y dirección – Fumiko Morie, violín – Leticia Moros, viola – Ester Domingo, violonchelo – Ignacio Prego, órgano – Pablo Zapico, cuerda pulsada.

PROGRAMA:

SACRO VIVALDI

Filiae maestae Jerusalem, RV 638

I. Filiae maestae Jerusalem (Adagio)

II. Sileant zephyri (Largo)

III. Sed tenebris diffusis

Concerto a 4 en sol menor, RV157

I. Allegro

II. Largo

 III. Allegro

Vestro Principi divino, RV 633

I. Vestro Prinicipi divino (Allegro)

II. O felix culpa (Recitativo)

III. Quid loqueris ad cor (Presto)

IV. Alleluia (Presto)

Sonata da camera a tre, Op. 1 nº 12, RV 63, La Follia

Nisi Dominus, RV 608

I. Nisi Dominus (Allegro)

II. Vanum est vobis (Largo)

III. Surgite (Presto-Adagio)

IV. Cum dederit (Andante)

V. Sicut sagittae (Allegro)

VI. Beatus vir (Andante)

VII. Gloria Patri (Larghetto)

VIII. Sicut erat in principio (Allegro)

IX.  Amen (Allegro)

Alquimia para la primavera

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Domingo 23 de marzo, 19:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe, Sala de cámara: Primavera BarrocaCircuitos CNDM: Musica Alchemica, Lina Tur Bonet (concertino y dirección). Obras de Vivaldi y Bach.

En lo musical seguimos con la «Primavera barroca» aunque metereológicamente estemos aún en un invierno que vuelve a vender todo el aforo de la sala de cámara del auditorio ovetense, ideal para estas músicas, con un Diálogo entre iguales (como titula Pablo J. Vayón las notas al programa) de la violinista Lina Tur Bonet al frente de su formación Musica Alchemica.

Con dos grandes del Barroco rodados por una formación «ad hoc» volvía a Oviedo con «su ensemble» la violinista ibicenca en gira del CNDM, tras Sevilla (ayer) y Salamanca (mañana) con parada obligada en la capital asturiana en un viaje por la Ruta de la Plata, de norte a sur casi como Vivaldi y Bach. Siempre rompedora en sus proyectos, el éxito estaba asegurado de mano, y este maridaje ítalo-alemán lo explicaría antes del concierto, con Bach llenando las bibliotecas de Köthen y Weimar con partituras de Vivaldi al que conocería copiando su música (era cómo se estudiaba entonces), inspiradora y engrandecida por el kantor, pues la música instrumental sería en esos años el centro de su producción, por una vez sin tantas obligaciones litúrgicas y probablemente su periodo más feliz.

Abría el concierto la obertura de La verità in cimento, RV 739 de «Il Prete Rosso» con el orgánico al completo (que dejo al final de esta entrada), cartas sobre la mesa de esta «alquimia barroca» donde la afinación siempre es un problema, aún mayor por los cambios de temperatura, pero suficiente para comprobar el buen entendimiento entre los ocho músicos.

Con Marco Testori de solista y dos violines -no los tres- llegaría el Concierto para violonchelo en si menor, RV 424 donde lo interesante estuvo en la combinación tímbrica, aunque la afinación no siempre ayudó a este luminoso Vivaldi con el que Lina Tur Bonet siempre ha apostado por tempi casi al límite, que transmite a sus músicos, y mantendría en esta primera parte con ella de solista en el Concierto ‘Il grosso mogul’, retrotrayéndome a otro escuchado en Gijón. Entonces escribía para este concierto:

El RV 208 es una variante de la opus 7 nº 11 transcrita para órgano por Bach (BWV 594) con la novedad del movimiento central para el solista (Allegro – Grave Recitativo – Allegro) de un “recitativo sin palabras” sin perder el carácter virtuosístico del veneciano. Compuesto en los albores de la década de 1710 es un ejemplo del “hombre de teatro” con efectos especiales de todo tipo: ritornellos brillantes, ascendentes bariolages (técnica del arco que consiste en una rápida alternancia entre una nota estática y una que cambia, creando una melodía por encima o por debajo de dicha nota), solos sonoros y rudos junto a una velocidad exuberante en los pasajes más caprichosos, o la generación de melodías sobre armonías exóticas, todo sobre los patrones de un estilo resueltamente teatral donde tampoco falta el elemento visual incluyendo grandes movimientos de arco, articulaciones irregulares y abruptos cambios de posición, algo esencial para causar efecto y admiración incluso en nuestros días.

La versión de los «alquímicos» resultó mucho más libre y todo el virtuosismo y energía de la balear, las cadencias originales ejecutadas con rigor y enorme expresividad, el continuo uniendo clave, laúd, más chelo y contrabajo que le dan más «peso» y color, acelerandos bien entendidos por todos y un rotundo primer movimiento (aplaudid0 al finalizar), el intrigante y sentido Grave: recitativo, para rematar con un Allegro assai bien equilibrado llevado desde el violín con un dominio total de Lina Tur Bonet y mejor ubicado en esta primera parte -permutado con el de Bach del programa original-.

Pausa de quince minutos y un arreglo para cuerda realizado por Dani Espasa de la Passacaglia en do menor, BWV 582, contemporánea de Il grosso mogul en los años de Bach en Weimar como recuerda el sevillano Pablo J. Vayón, interesante apuesta para la ocasión con el orgánico casi al completo (sin laúd) y más contenido, buscando una sonoridad organística y fraseos casi de tecla destacando la viola de Paruzel, el kantor enlazando con el siguiente Vivaldi y el Concierto para laúd en re mayor, RV 93 que tiene versiones para mandolina o guitarra, esta vez con Jadran Duncumb (1989)de solista, bien técnicamente aunque por momentos quedase corto en presencia, pues está escrito principalmente como acordes, y el solista debe tocar arpegios basados en estos acordes aumnque también incluye partes importantes de lucimiento para los violines. El conocido Largo intermedio fue más mimado por el ensamble aunque todo el concierto estuvo en la línea de los grandes contrastes (tempo, dinámicas…) que el barroco pide y con el aire fresco que siempre insufla la directora y violinista a sus interpretaciones. Muy aplaudido el noruego, croata e inglés Duncumb.

Y cerrando el círculo nuevamente Bach con Tur Bonet interpretando el Concierto para violín, cuerda y continuo en mi mayor, BWV 1042, misma estructura tripartita utilizada por Vivaldi, de nuevo con más rigor y excelencia en la ejecución, llevando su ensemble por donde quiso pero sin obligar, transmitiendo dominio y magisterio, eligiendo unos tempi ajustados a las indicaciones donde nuevamente el Adagio fue entendido por todos con la grandeza del kantor mientras los movimientos extremos mantuvieron la exuberancia virtuosística y el balance apropiado para disfrutar de una solista madura, valiente y generosa.

De regalo un guiño al cambio climático y las condiciones de esta primavera invernal con el Presto veraniego de L’estate vivaldiano que muchos de los músicos presentes esta tarde han llevado al disco Se4sons  (emparejándolo con Piazzolla), el directo siempre único pero con la misma energía y libertad de Lina Tur Bonet a la que siempre es un placer escuchar en cualquier estación del año.

PROGRAMA

Primera parte:

Antonio VIVALDI (1678-1741):

La verità in cimento, RV 739 (1720): Obertura

Concierto para violonchelo en si menor, RV 424 (1) (ca. 1729):

I. Allegro non molto – II. Largo – III. Allegro

Johann Sebastian BACH (1685-1750):

Concierto para violín en re mayor ‘Il grosso mogul’, RV 208 (4):

I. Allegro – II. Grave recitativo – III. Allegro

Segunda parte:

J. S. BACH:

Passacaglia en do menor, BWV 582 (ca. 1708-1712, arr. para cuerda de D. Espasa)

A. VIVALDI:

Concierto para laúd en re mayor, RV 93 (3) (1730-1731)

I. Allegro giusto – II. Largo – III. Allegro

J. S. BACH:

Concierto para violín, cuerda y continuo en mi mayor, BWV 1042 (2) (ca. 1718)

I. Allegro – II. Adagio – III. Allegro assai

MUSICA ALCHEMICA:

Timoti Fregni y Valerio Losito, VIOLINES – Natan Paruzel, VIOLA – Marco Testori (1), VIOLONCHELO  – Margherita Naldini, CONTRABAJO – Jadran Duncumb (3), LAÚD – Matteo Messori, CLAVE.
LINA TUR BONET (2-4), CONCERTINO Y DIRECCIÓN.

Sorpresas de doble o nada

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Jueves 6 de marzo, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: «Vivaldiana, Antonio Vivaldi deconstruido». Forma Antiqva, Aarón Zapico (director). Obras de Vivaldi, Nebra, Händel y Boccherini.

Cada concierto de Forma Antiqva es una sorpresa, una apuesta nueva, un disfrute para el oído y una actualización de la música que sigue triunfando en sus interpretaciones, llenando un auditorio que les es fiel no solo por ser asturianos sino por la variedad de cada programa, y esta «Vivaldiana» con su formación  grande no dejó indiferente a nadie.

Las notas al programa de Alejandro G. Villalibre, tan originales como el propio concierto (que  dejo enlazadas), las titulaba «Vivaldiana: de digresiones, nexos y contrapiés» y recogía muchas frases del propio Aarón Zapico, desde «Para muchas obras tú puedes acudir a una estantería, cogerlas y escucharlas. Pero tú no puedes coger Vivaldiana» hasta las propias del doctor en Musicología: «Bienvenidos a un concierto diferente. Una experiencia irrepetible creada para refrescar y salirse de los esquemas clásicos del concierto», finalizando con «(…) cierre el programa, olvídese del ‘orden’, disfrute de lo que se presenta ante usted y luego, a la salida, relea todo. Y, probablemente, quién sabe, quedará más claro».

Son años siguiendo a los asturianos en todas sus combinaciones e incluso por separado a los tres hermanos, y si de algo pueden presumir es en la calidad de los músicos elegidos para cada proyecto, por lo que este nuevo reto casi celebrando el cumpleaños de Antonio Vivaldi (Venecia, 4 de marzo 1678 – Viena, 28 de julio 1741), me retrotrajo a su primera grabación de «Las Cuatro Estaciones» en Granada allá por 2011, que fueron un hito y continúan siendo un referente del «sello Zapico«. Esta vez toda una apuesta al doble o nada, ganada antes de comenzar con un orgánico para la ocasión (26 músicos) con  dobles trompas y oboes, dos chelos, órgano y clave, laúd-guitarra con viola de gamba pero también un fagot dando un colorido y protagonismo a muchos de sus músicos, algunos con reconocida trayectoria individual que acuden siempre a la llamada del «Zapico mayor» para disfrutar entre todos.

Dos partes siempre con Vivaldi protagonista y desarmando (Forma Antiqva lo «deconstruyen») varios de sus conciertos para dos instrumentos (origen primigenio del proyecto), sobre todo los de trompas y violonchelo, pero alternando con el bilbilitano José de Nebra, el anglo-germano Händel y hasta el hispano-italiano Boccherini, con un programa que dejo al final de esta entrada.

Así arrancaban en solitario las dos chelistas (Ruth Verona y Elisa Joglar) con un sonido rotundo, perfecta compenetración y el segundo movimiento del RV 531 como «aperitivo» y el primer tutti de la obertura de Nebra para imbuirnos del sonido propio y la amplísima paleta de color instrumental como en los asturianos es costumbre. El breve pero intenso paso por Händel volvería a jugar con los contrastes y matices extremos tan barrocos aunque revestidos de cierto pre-clasicismo por un uso controlado de los crescendi combinados con los ataques en los inicios de las frases.

Y para volver al «prete rosso» interesante la improvisación previa de Pablo Zapico al laúd antes de afrontar el Largo del concierto para laúd, dos violines y bajo, «cuerda mimada» con el sustento de Daniel Oyarzábal en el órgano y el contrabajo de Jorge Muñoz, casi susurrado por la dupla Jorge Jiménez (que tendría su mayor protagonismo en el otoño) y Daniel Pinteño, o el complicado Allegro del Concierto para dos trompas, cuerda y bajo en fa mayor, donde Alexandre Zanetta y Carlos González tuvieron que «domar» sus instrumentos naturales en primera fila (no así en el Larghetto-Allegro de la segunda parte ubicados en su inicial posición trasera junto a los oboes), antes de una improvisación al órgano previa al original y delicado Adagio molto otoñal con Jiménez al violín siendo sorprendidos por el poderoso Allegro de «Bajazet» al que sí seguiría una luminosa La caccia del otoño con silencios y un «tempo ad libitum» en el solo y un orgánico donde se añadieron las dos trompas, órgano y clave dando una sonoridad especial a esta estación «made in Forma» siempre distintas (y que bisarían sin el último Allegro), para finalizar esta parte con una bellísima improvisación al cello de la «cuarta Zapico» (como llamo a Ruth Verona), antes de los dos primeros movimientos de La Casa del Diavolo de Boccherini, otro guiño jugando con esa mezcla de estilos a caballo entre el barroco y el Sturm und Drang (por tormentoso e impetuoso) sin perder la esencia interpretativa de una formación poderosa en presencia instrumental pero llena de dinámicas y tímbricas, con el continuo, además de los teclados, del fagot de Joaquim Guerra, la guitarra y laúd de Pablo Zapico o la viola de gamba de Lixsania Fernández, junto a las apariciones puntuales de los dos oboes (Pedro Lopes y Jacobo Giráldez) redondeando un tutti orquestal multicolor.

La originalidad volvería rearmando parte del puzzle inicial pero con más incorporaciones como el Concierto para cuatro violines, cuerda y bajo en si menor, RV 580 al completo (y aplaudido al finalizar) donde Mirian Hontana y Sergio Suárez se sumaron a Jiménez y Pinteño en el cuarteto solistas en perfecta fusión tímbrica y estilística, independientemente de la calidad del instrumento, bien arropados por el resto de la formación, siempre con Aarón Zapico marcando dinámicas y tempi tan personales y asimilados por «sus músicos».

Y manteniendo casi siempre la alternancia de aires tan barroca, la otra obertura de Nebra sería el pegamento para escuchar los dos Allegri del RV 531 para los chelos, intercalados con el Andantino con moto de Boccherini, otra originalidad dentro del programa y nuevamente aplaudidas las dos solistas.

El remate con el regreso de las dos trompas a su concierto en fa mayor, el Larghetto-Allegro y el Andante sostenuto-Allegro assai con moto donde ambos solistas tuvieron que seguir «luchando» con la siempre traidora trompa natural pero solventando con musicalidad y empaste los difíciles ornamentos que el cura veneciano muerto en Viena escribió para este concierto que pareció presagiar al Haydn vital con la dinámicas y sonoridad que Aarón Zapico logró de esta orquesta homenajeando a Vivaldi en una original organización de las obras elegidas. Ya lo reflejaba el doctor Villalibre: «(…) A partir de ahí todo crece con obras de Nebra, Haendel y Boccherini “sin más ánimo que sean obras que tengan ese componente Vivaldiano de teatralidad, ritmo y pulsión dramática”, explica Aarón Zapico. Ese es, en definitiva, el nexo de unión del programa de hoy: la rapidez de ideas y dinámicas, los bajos poderosos y la celebración festiva de un estilo tan imprevisible y desacomplejado que nos permite desarmar el reloj, separar todas las piezas y volverlo a montar cambiándolas de sitio. Y sigue funcionando».

PROGRAMA

Primera parte

Largo

Concierto para dos violonchelos, cuerda y bajo en sol menor, RV531 Antonio Vivaldi (1678 – 1741)

Allegro

Obertura Iphigenia en Tracia José de Nebra (1702 – 1768)

Allegro – Menuet

Concerto grosso op. 6, n° 5 en re mayor Georg Friderich Händel (1685 – 1759)

Largo

Concierto para laúd, dos violines y bajo en re mayor, RV 93 Antonio Vivaldi

Allegro

Concierto para dos trompas, cuerda y bajo en fa mayor Antonio Vivaldi

Adagio molto

L’Autunno, RV293 Antonio Vivaldi

Allegro

De Bajazet, RV703 Antonio Vivaldi

Allegro La caccia

L’ Autunno, RV293 Antonio Vivaldi

Andante sostenuto – Allegro assai

La Casa del Diavolo, 1771 Luigi Boccherini (1743 – 1805)

Segunda parte

Allegro – Largo – Larghetto – Adagio – Largo – Allegro

Concierto para cuatro violines, cuerda y bajo en si menor, RV580 Antonio Vivaldi

Allegro

Obertura Vendado es amor, no es ciego José de Nebra

Allegro I

Concierto para dos violonchelos, cuerda y bajo en sol menor, RV531 Antonio Vivaldi

Andantino con moto

La Casa del Diavolo, 1771 Luigi Boccherini

Allegro III

Concierto para dos violonchelos, cuerda y bajo en sol menor, RV531 Antonio Vivaldi

Larghetto – Allegro

Concierto para dos trompas, cuerda y bajo en fa mayor Antonio Vivaldi

Andante sostenuto – Allegro assai con moto

Concierto para dos trompas, cuerda y bajo en fa mayor Antonio Vivaldi

Calentamiento global y musical

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Miércoles 18 de diciembre, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, concierto nº 1690 de la Sociedad Filarmónica de Gijón (a favor de la Asociación Gijonesa de Caridad – Cocina Económica): Ensemble Praeteritum, Pablo Suárez Calero (violín). Obras de Corelli y Vivaldi.

Con la siempre amena presentación de Pachi Poncela, quien nos hablaría de estos clásicos no muy reconocidos en vida pero que ya están «incrustados en la conciencia universal» y que «sobrevivirán incluso a la Inteligencia Artificial«, reconociendo que «El futuro está en el pasado» y que tanto Corelli como Vivaldi se nos muestran con las obras de este mi último concierto del año como «irremediablemente humanos«, a cargo del Ensemble Praeteritum que fundase en 2011 el violinista madrileño Pablo Suárez Calero, recomendándonos igualmente la lectura de las interesantes notas al programa de Mar Norlander, comenzaba este «Viaje musical… del barroco a la solidaridad» con el muy apropiado concierto «para  la noche de Navidad» de Corelli,  presentación del sexteto: cuarteto de cuerda al que sumar contrabajo y archilaúd en vez del clave, para demostrar el buen entendimiento y la sonoridad, al menos peculiar -que sería más potente con Vivaldi- con el maravilloso sonido del Nicola Gagliano (Nápoles 1780) en manos del fundador, un programa que tienen grabado desde 2015.

Primeras pinceladas de la visión que Suárez Calero tiene de este barroco italiano donde además del virtuosismo apostaría por unas dinámicas propias y unos tempi muy personales, manteniendo la alternancia y contrastes tan propios de la época tanto de los aires, de la alternancia entre los solistas y el grosso como en los matices, aunque el continuo no sea el mismo sin el clave y con un archilaúd algo oscurecido -no estaba Pedro Jesús Gómez sustituido por Juan Carlos de Mulder– en cuanto a presencia, la (re)visión de este Corelli mostró el perfecto entendimiento del ensemble.

Punto y aparte ya con los siete músicos, el sexteto más el violín solista de Pablo Suárez Calero afrontarían una versión muy personal de las conocidas y ya populares Las cuatro estaciones  que presentan «en versión senza fine« con una obertura del Allegro del concierto RV 157 y los cuatro conciertos donde se irían intercalando las cadencias añadidas como «improvisaciones» por Pablo Suárez que al menos puedo calificar de personales pero no rompedoras.

Y es que desde mi primera escucha en vivo con la OSA dirigida por Alberto Blancafort y Pedro León de solista allá por un lejano 16 de enero de 1973 en el derruido Teatro Capitol de Mieres, puedo contar por decenas (o cientos) mis conciertos de El cura pelirrojo, amén de discos y CDs con todo tipo de versiones (algunas con los profesores de mi tocayo), acercamientos y estilos tanto «románticos» como los mal llamados historicistas, pues sí rompedor fue la grabación que Canarios (con Teddy Bautista y García de Diego en aquella formación más progresista) en un doble LP de 1974 titulado «Ciclos» (y remasterizado a CD ¡en Alemania!) del que incluso escribí en la revista de mi «Bernaldo» mi año en COU. Buscando imágenes y concordancias serían como Las Meninas de Velázquez y las de Picasso.

La «limpieza» del cuadro me la hicieron los asturianos Forma Antiqva con Aitor Hevia en Granada el 7 de julio de 2011 dentro del 60º Festival de Música de Granada, que titulé entonces como «Vivaldi resucitado» y mucho más detallado «Vivaldi redescubierto«, el mismo que grabarían a continuación para debutar con su sello alemán Winter&Winter (más los «añadidos» de Uri Caine al piano y Theo Bleckmann en la voz), para posteriormente el 30 de abril de 2013 volver a escucharlos en Oviedo donde hablaría de «El cambio climático». Más actual es la visión de Lina Tur Bonet que apuesta por jugar con una tímbrica pintando musicalmente estos cuadros barrocos manteniendo el espíritu vivaldiano desde una libertad interpretativa que debe ser el acercamiento a los nuevos públicos con tiempos nuevos en todos los sentidos. De las visiones comerciales para turistas en Venecia o Praga mejor no comentarlas porque no son aptas para cualquier bolsillo y menos para oídos educados

Está claro que Suárez Calero entendió este «su Vivaldi» con cambios en la partitura (siempre abierta a cualquier interpretación) introduciendo además de la sonoridad ya presentada en Corelli, silencios muy dramáticos, ¡reguladores!, rubati que demostraron el buen ensamblaje con su «pretérito actual» y un virtuosismo unido a esa gestualidad propia donde poder disfrutar con el sonido del Gagliano. También se rehicieron compases, calderones, cesuras, añadidos, más que originales, cortando el discurso musical esperado pero que son la aportación del profesor madrileño a estas «estaciones sin fin«, cadencias propias, con el archilaúd del limeño afincado en España ganando presencia más allá de los rasgueos, una sonoridad y coordinación con el cellista madrileño o el peso grave que doblaría la contrabajista soriana. Igualmente impecables las contestaciones de la primer violín zamorana o la presencia siempre clara de la violista madrileña.

De las cuatro estaciones que fueron subiendo temperatura, coraje y buena musicalidad, me quedo con un otoño verdaderamente cálido, la «transición» (cual veranillo de San Martín) de un ya más confiado De Mulder en una cadencia bellísima, y el invierno de alta temperatura, el verdadero «calentamiento global» del que bisarían el Largo con una sonoridad bien armada entre los pizzicatti de violines, contrabajo y archilaúd con el eterno e inmenso arco de viola y cello, que también lograron aires de gaita pastoril como «roncón y puntero» en una deconstrucción muy de nuestros tiempos que hizo las delicias del público, solidario y melómano, donde también había jóvenes estudiantes tomando nota de Suárez Calero.

ENSEMBLE PRAETERITUM: Pablo Suárez, violín solo – Laura Delgado, violín I – Íñigo Grimal, violín II – Paula García, viola – Marco Pannaría, violonchelo – Laura Asensio, contrabajo – Juan Carlos de Mulder, cuerda pulsada.

PROGRAMA

Arcangelo CORELLI (1653 – 1713)

Concerto grosso en sol menor, fatto per la Notte di Natale, Op.6, nº 8

I. Vivace – Grave. Arcate, sostenuto e come stà

II. Allegro

III. Adagio – Allegro – Adagio

IV. Vivace

V. Allegro

VI. Largo. Pastorale ad libitum

Antonio VIVALDI (1678 – 1741)

Las cuatro estaciones (en versión senza fine)

Obertura: Concierto para cuerdas en sol menor, RV 157 (III. Allegro)

Cadence*

Concierto para violín en mi mayor, RV 269, La primavera

Allegro – Largo – Cadence* – Danza pastorale – Cadence* – Adagio spicatto

Concierto para violín en sol menor, RV 315, L’estate

Allegro non molto – Cadence* – Adagio e piano – Presto e forte – Presto Arpegiatta antec autumnus*

Concierto para violín en fa mayor, RV 293, L’autunno

Allegro – Adagio molto – Cadence* – Allegro – Cadence*

Concierto para violín en fa menor, RV 297, L’inverno

Allegro non molto – Largo – Allegro

* Cadencias añadidas como improvisaciones por Pablo Suárez

Siempre nos quedará Viena

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Viernes 31 de mayo de 2024, 20:00 horas: Teatro Jovellanos, Concierto nº 1684 de la Sociedad Filarmónica de Gijón. Orquestra Vigo 430, Jonian Ilias Kadesha (violín y dirección). Obras de Mendelssohn, Mozart, Vivaldi y Haydn.

Aprovechando que para este programa la sociedad gijonesa me encargó las notas al programa, esta vez mi reseña del concierto la coloco entre las mismas (en color azul), actualizando lo previsto y lo vivido en este último concierto de la temporada actual, siendo además un honor dejarlas reflejadas en unos programas de mano  (que en otros lugares se está perdiendo como refleja mi tocayo sevillano en la Revista Scherzo de este mes) pues son para guardarlos porque mantienen la esencia de informar y formar, incluyendo enlace a la lista de reproducción de las obras en Spotify© que ayudan bien antes y/o después a degustar cada programa. Además de mi gratitud por la confianza de su Junta Directiva en este que suscribe, debo dar la enhorabuena a la centenaria sociedad filarmónica, de la que me enorgullezco ser socio, por seguir apoyando la música de cámara y traer a la capital de la Costa Verde intérpretes y formaciones tanto consagradas como las que siguen arribando al panorama regional, nacional e internacional, fidelizando a los melómanos e incorporando nuevas generaciones de aficionados.

En este último programa de la temporada 23-24 con la que también cerramos mayo, podremos disfrutar de cuatro compositores que son básicos tanto en la formación de músicos y orquestas camerísticas, como para todo aficionado, siempre necesitados de volver a “los clásicos” que no deben faltar nunca.

La Orquestra Vigo 430 fundada en 2005 bajo el nombre de Ensemble Vigo 430 y consolidado en 2014 con el apoyo del Ayuntamiento de Vigo, como tantas formaciones que se adaptan al repertorio elegido, presentó para este concierto «clásico» gijonés una plantilla reducida, joven y equilibrada (4-4-2-2-1) de mayoría femenina y con una sonoridad homogénea, ligeramente desafinados los primeros violines y optando por unos tempi ajustados de buen balance bajo la dirección clara de Jonian Ilias Kadesha con una gestualidad que ayudó a imprimir el carácter de esta primera sinfonía de la tarde:

Felix MENDELSSOHN (Hamburgo, 1809 – Leipzig, 1847) fue un niño precoz para la música, viajero incansable, influyente en la vida musical de su época, dirigiendo a sus contemporáneos y predecesores, recuperando la obra de Bach del que apreció su “artesanía”, y dejando escritas más de 750 obras, 72 con número de opus más otras 24 llamadas “menores” junto a otras 49 publicadas de manera póstuma, un legado de 60 volúmenes compilado por su hermano Paul Hermann y donado a la Biblioteca Estatal de Berlín en 1878. Como compositor tuvo fama de meloso o sensiblero, especialmente por su obra pianística, pero tanto en lo sinfónico como en la música de cámara o la sacra está clara su vena puramente romántica, junto a un sentido de la medida clásico. Además de sus conocidas cinco sinfonías para orquesta (especialmente la tercera “Escocesa” y cuarta “Italiana”), tiene doce de su época “juvenil” compuestas entre 1821 y 1823 cuando tenía entre 12 y 14 años, que dan prueba de su enorme talento, dejando incompleta la decimotercera para afrontar su primera gran sinfonía para orquesta. La Sinfonía para cuerda II en re mayor, que figura así con números romanos en las partituras autógrafas, no fue publicada hasta 1959 por la editorial Deutscher Verlag für Musik. Probablemente interpretada en Berlín en casa de sus padres con una orquesta para socios y amigos, consta de tres movimientos (Allegro – Andante – Allegro vivace) donde podemos alegría desbordante en el primero, la influencia de Händel en el central o un brillante y fino ejercicio de contrapunto en el último con frases imitativas de aire beethoveniano.

El inmenso catálogo realizado por Ludwig Köchel de la obra de Wolfgang Amadeus MOZART (Salzburgo, 1756 – Viena, 1791) podría haber sido mayor que el de Bach (padre de todas las músicas y felizmente recuperado por Mendelssohn) si hubiese vivido más años, y no le faltó forma musical ni instrumentos solistas para los que escribir. Como niño prodigio también dominaba el violín, llegando a ser konzertmeister del Príncipe-Arzobispo Colloredo en cuya orquesta había muchos músicos italianos. Mozart escribió cinco conciertos completos entre abril y diciembre de 1775, siendo este último fechado un 20 de diciembre y conocido como “Turco” por su toque oriental (que utilizaría en más obras), uno de los más difundidos por la sorprendente madurez de su escritura, la riqueza tímbrica y una escritura elegante impensable con sólo 19 años, y encuadrado en su mal llamado periodo de “aprendizaje” donde explorar y explotar al máximo las posibilidades del violín solista que ya empleasen los Corelli, Locatelli o el propio Vivaldi (que sonará a continuación) escuchados en tres viajes a Italia con su padre entre 1769 y 1773, pero con un salto estilístico: no faltará la influencia francesa del llamado “Estilo Galante” junto a la riqueza melódica alemana, todo al alcance de un genio como el de Salzburgo. La famosa violinista Anne-Sophie Mutter lo califica de «Atrevido y con muchas capas. A su atípica entrada solista al principio le sucede una serie de ideas encantadoras, que se tornan más caudalosas en el segundo movimiento. Esto da paso a un Finale que inserta un demoniaco Alla turca que en realidad es un motivo húngaro», t-res movimientos siguiendo el esquema de los conciertos para solista, Allegro aperto – Adagio – Rondo (Tempo di minuetto) que cuenta además de la cuerda frotada con dos oboes, dos trompas y bajo, auténtica evolución en la estética mozartiana cargada de dramatismo y cambios de ánimo, que parece surgir tras su estancia en Munich en sus muchos viajes asombrando a media Europa.

Incorporando los vientos requeridos de las trompas y oboes a la plantilla, «El turco de Mozart» nos trajo al violinista Jonian Ilias Kadesha en su debut español como solista de este conocidísimo concierto, de nuevo con las indicaciones del aire casi al pie de la letra y unas cadenzas muy interesantes por su parte, con la orquesta llevándola tanto desde el arco como con sus indicaciones gestuales, dirigir e interpretar todo con lo que supone de máximo control de balances y ajustes en las entradas, con la complicidad del concertino, en difícil afinación de las trompas que defendieron con buena tímbrica al lado de la pareja de oboes para redondear la sonoridad mozartiana y destacando el Rondeau por las marcadas alternancias entre solista y orquesta subrayando los cambios.

Teniendo a un violinista al mando de la orquesta no podía faltar “Il Prete Rosso”, Antonio VIVALDI (Venecia, 1678 – Viena, 1741), otro compositor prolífico que pese a su fama moriría en la indigencia en la capital austriaca. De su contribución a la literatura musical para la cuerda frotada, especialmente para el violín y más allá de “Las Cuatro Estaciones”, su concierto subtitulado «Grosso Mogul», el mismo título que el RV 43 para flauta en mi menor, no figura en los manuscritos autógrafos sino en la copia conservada en la ciudad alemana de Schwerin (también transitada por el Haydn final de hoy), y parece hacer referencia al mítico diamante de ¡no menos de 280 quilates! perteneciente a una dinastía musulmana de la India, sueño de la riqueza oriental escrito con la brillantez de Don Antonio, otro de los imprescindibles y no tan popular como los de sus otras colecciones. El RV208 es una variante de la opus 7 nº 11 transcrita para órgano por Bach (BWV 594) con la novedad del movimiento central para el solista (Allegro – Grave Recitativo – Allegro) de un “recitativo sin palabras” sin perder el carácter virtuosístico del veneciano. Compuesto en los albores de la década de 1710 es un ejemplo del “hombre de teatro” con efectos especiales de todo tipo: ritornellos brillantes, ascendentes bariolages (técnica del arco que consiste en una rápida alternancia entre una nota estática y una que cambia, creando una melodía por encima o por debajo de dicha nota), solos sonoros y rudos junto a una velocidad exuberante en los pasajes más caprichosos, o la generación de melodías sobre armonías exóticas, todo sobre los patrones de un estilo resueltamente teatral donde tampoco falta el elemento visual incluyendo grandes movimientos de arco, articulaciones irregulares y abruptos cambios de posición, algo esencial para causar efecto y admiración incluso en nuestros días.

Para El Gran Mogul de Vivaldi el solista Jonian Ilias Kadesha volvía con algunas curiosidades como la incorporación de una guitarra barroca para el continuo en vez del clave, lo que engrandeció unir la parte rítmica con los punteos acompañando algún solo del violinista. El virtuosismo del greco-albanés en este concierto quedó acreditado por su amplia gama de matices, algún «abuso» de los glissandi o la inclusión en sus cadencias de guiños al folklore europeo junto al «Oh! Susana» o el inicio del último capricho de Paganini, una práctica habitual que actualiza las intervenciones de los solistas y genera complicidad con los aficionados que reconocen esas melodías.

Para terminar este concierto nada mejor que hacerlo en la capital musical por excelencia con una soberbia sinfonía del considerado padre de esta forma, Franz Joseph HAYDN (Rohrau, 1732- Viena, 1809), la número 49, catalogada por el musicólogo Anthony van Hoboken (1887-1983) como Hob. I.49, fechada en 1768 y subtitulada alrededor de 1790 como «La Passione». Del título se dice le fue puesto en referencia al carácter profundo y casi meditativo, reforzado por el hecho poco común de que sus cuatro movimientos (Adagio, Allegro di molto, Minuetto-Trio, Finale. Presto) están en la oscura tonalidad de fa menor -heredera de la barroca Sonata da chiesa-, y aunque nada pruebe que fuera escrita para la Semana Santa, pese a otras líneas de pensamiento que indican esa posibilidad, nunca demostrada, de asociar esta sinfonía de Haydn a las actividades musicales de Pascua en la Corte de Esterházy (en la que fue director musical durante largos y productivos años) está claro que nos encontramos ante una de las sinfonías más sombrías del austriaco. El musicólogo Charles Rosen se refiere a ellas con las siguientes palabras: «Haydn compuso una serie de sinfonías impresionantes, dramáticas, muy personales y manieristas. En orden cronológico las más importantes son: la Sinfonía nº 39 en sol menor; la Sinfonía nº 49, La Pasión; la Sinfonía nº 44, Fúnebre; la Sinfonía nº 52 en do menor; y la Sinfonía nº 45, Los adioses. (…) En cierto sentido, parecen presagiar no el ingenio de carácter social y lírico de su obra posterior (y de la de Mozart), sino un estilo ásperamente dramático, intensamente emotivo, sin ningún vestigio de sentimentalismo». Parece claro que “La Pasión” fue compuesta en un momento de transición en el pensamiento musical del austriaco siendo final de una fase creativa e inicio de otra. En esta partitura invierte el orden “habitual” de los dos primeros movimientos, y será la última donde adopte esta forma, conservando la significación de la tonalidad citada de fa menor desde el comienzo al final, exceptuando el trío del minueto en modo mayor, simbolismos como lo fueron también las tonalidades de sol menor para Mozart o do menor para Beethoven, el “triunvirato” de la llamada ‘Sinfonía Clásica’. Escrita para dos oboes, dos trompas y cuerda con un fagot integrado en los bajos (plantilla similar a la utilizada en el concierto de Mozart), destaca el Adagio de comienzo misterioso y lejano animado por los bruscos sobresaltos que producen las indicaciones dinámicas tan del gusto de “Papá Haydn” en el espíritu del ‘Sturm und Drang’, destacando el ya citado tercer movimiento desesperado y oscuro donde la luz sólo la pondrán los oboes y trompas antes del Presto donde la tensión se mantiene con un breve motivo rítmico melódico.

Con la misma plantilla mozartiana y más homogénea en tímbrica o balances, la Orquestra Vigo 430 afrontaría esta partitura del «Padre de la sinfonía clásica» con la misma pasión de su sobrenombre y los necesarios riesgos para su interpretación, desde la madurez y hondura del Adagio inicial, el equilibrio en el Menuett hasta mostrar todo el ímpetu juvenil de los movimientos pares con un Jonian Ilias Kadesha que transmite seguridad y conocimiento a esta formación joven dejándonos el buen sabor clásico de un programa donde Gijón fue Viena para cerrar mes y temporada.

Buena clausura de temporada con protagonismo para la Viena capital musical por esta filosófica y afinada (a 430 Hz) “clásica» orquesta viguesa comandada por un ateniense de sangre albanesa y residente en Berlín, tocando un violín »ex-Moser» Guarneri de Gesu de 1743 que recalan en nuestra centenaria sociedad gijonesa, cosmopolitismo melómano sin fronteras para seguir viajando desde la butaca del Teatro Jovellanos.

Eva Zaïcik Regina

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Miércoles 31 de mayo, 20:00 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. Clausura de la X Primavera Barroca, Royal Haendel: Eva Zaïcik (mezzo), Le Consort. Obras de Haendel, Ariosti, Vivaldi y Bononcini.

La música es universal y el cierre de esta décima «Primavera Barroca» en colaboración con el CNDM, asistiendo su director Francisco Lorenzo, fue la mejor prueba con obras un compositor alemán emigrado y nacionalizado inglés que adoraba la ópera italiana, e interpretado por unos jóvenes franceses (el día antes en Madrid) que pusieron el broche de oro a este mes de mayo y a un ciclo plenamente consolidado que llena el aforo y pide más barroco.

La reina que nos postró a sus pies fue la mezzo francesa Eva Zaïcik (17 de julio 1987), tomen nota del nombre porque es un portento y además no sólo en este repertorio barroco. Una mezzo de las de verdad, con voz rotunda y emisión clara, de un color personal, tesitura amplia y homogénea (pese a lo complejo de las obras elegidas), fraseos elegantes y refinados, dinámicas perfectas y una dramatización para cada personaje verdaderamente prodigiosa y cercana. Desde mi fila 4 pude disfrutar de su técnica asombrosa, de unas agilidades limpias y expresivas, con los «da capo» bellamente enriquecidos y exprimidos con todos los contrastes posibles, de su gestualidad y respiración controlada al máximo, de unos pianissimi y filados impresionantes.

Si su interpretación fue para recordarla mucho tiempo, aún brilló más gracias a un sexteto impecable como este ensemble Le Consort, equilibrado, bien balanceado, capitaneado por Justin Taylor desde el clave y la violinista Sophie de Bardonnéche, pero destacando todos ellos por una tímbrica homogénea, una matización barroca y elegante, un continuo con el chelo de Hanna Salzenstein virtuoso en su momento y feliz sustento junto al contrabajo de Hugo Abraham. De Augusta Mckay Lodege y Clément Batrel-Génin el complemento tímbrico por entendimiento y sonoridad perfecta, pasajes a unísono muy cuidados, contestaciones entre violines, viola y chelo trabajadas hasta la última nota y brillando en las páginas situadas entre las partes cantadas, mientras en éstas el acompañamiento hizo brillar aún más a la mezzo francesa con un repertorio que tienen muy trabajado y se nota desde el primer acorde.

De la «reina Zaïcik» destacar todo lo que cantó, y que se escuchaba en la «Royal Academic of Music» londinense junto a G. F. Händel,Haendel o Handel (Halle, 1685 – Londres, 1759) ya nacionalizado inglés, compositor y empresario que contrataría a estos músicos italianos que completaban el programa. La emotiva y patética aria de Ventura «Sagri nurni» perteneciente a Caio Marzio Coriolano (1723) del boloñés Attilio Ariosti (1666-1729), recién descubierta en la Biblioteca de París como nos contó el maestro Taylor al inicio, o Giovanni Bononcini (1670-1747) con la brava aria de Amulio «Strazio, scempio, furia e morte» perteneciente a la ópera Crispo (1721), más todo el «Royal Haendel» en buena alternancia entre lentas y rápidas que redondearon un atractivo y completo recital.

Eva Zaïcik asumió los distintos roles de Haendel: Sesto, Almirena, Tolomeo, Jerjes…) que escribió para aquellas voces de entonces (los castrati Senesino o Caffarelli) deslumbrando no solo técnicamente sino por la ya mencionada dramatización: arias patéticas y lentas contrastadas con las de bravura rápidas. No faltaron los «hits» que siguen siéndolo en todas las versiones que siguen sonando, pero que la mezzo francesa hace suyas: Lascia ch’io pianga de «Rinaldo», Stille amare de «Tolomeo», la Matilda del Ah! Tu non sai’ de «Ottone, re di Germania», HWV 16 (1772), y por supuesto las dos arias de Sesto en «Giulio Cesare in Egitto» HWV 17 (1724), con el Crude furie degl’orridi abissi pletórica de musicalidad en estado puro sin artificios vacuos, huyendo de lo que llamo «pirotecnia vocal» primando la expresividad al servicio de cada página (la dramatización del aspergermi d’atro veleno! impactante y literal «¡Impregnadme de atroz veneno!»), con esa voz rotunda y cálida a la vez, saltando del agudo al grave con esa facilidad engañosa, pues cuando lo difícil no lo parece es síntoma de perfección, y «la Zaïcik» reinó en este repertorio, consiguiendo momentos de total emoción donde solo se escuchaba su voz con un silencio sepulcral, creciendo en intensidad dramática a lo largo de las dos partes de este regalo de recital.

Le Consort brilló con luz propia, desde la obertura de «Rinaldo», el Concierto para violín en si bemol mayor, HWV 288 para lucimiento de Sophie de Bardonnéche bien «contestada» por Augusta McKay Lodege, el siempre seguro clave de Justin Taylor acertando en la elección de los registros y con unas ornamentaciones que aún lucirían más en las arias, y en el A. Vivaldi (1678-1741) elegido cambiando «La follia» RV63, por otra parte ya escuchada en este ciclo, por la Sonata n°1 op. 1, RV 73 plenamente veneciana, Italia exportable y de moda en la Europa del XVIII, de intro «otoñal» más la «Gavotta» final con la que salir ganando por el cambio de «Il prete rosso» (que presentaría en inglés la violinista solista, mientras el clavecinista lo hizo al principio en perfecto castellano, al igual que Eva Zaïcik antes de las propinas).

No podía faltar algún oratorio del alemán en la corte británica, por lo que el Recitativo y aria de Dejanira Where shall I fly? (acto III, escena 3) de «Hercules», HWV 60 (1744) de-mostraría la primera «locura» vocal de esta mezzo igual de impactante en el idioma de Shakespeare, una verdadera interpretación que remataría su presencia y canto regio lleno de los claroscuros barrocos… ¡Inolvidable Zaïcik!.

Con el público entusiasmado por la calidad, la cercanía y el sentimiento, otro «hit» que no puede faltar y primer regalo: Ombra mai fu de «Serse» con una introducción instrumental al mismo nivel que la mezzo francesa, una perla más engarzada en este collar de diamantes para el «Rey Haendel».

La emoción, con lágrimas contenidas o derramadas (textual Lascia ch’io pianga), piel de gallina y pelos como escarpias, llegaría con El lamento de Dido (del «Dido y Eneas» de Henry Purcell (1659-1695), segunda locura por parte de «la Zaïcik» y Le Consort, la desolación y muerte más expresiva de la lírica con el cello trágico antes de entrar todo el ensemble con esa carga dramática que desveló esta reina Dejanira. Todos a sus pies y larga vida Zaïcik Regina. No se olviden del nombre, escúchenla cuando puedan, en vivo siempre mejor.

Modernidad malacitana en Oviedo

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Miércoles 3 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, sala de cámara: X Primavera Barroca, «Fogosa inteligencia», Cantadas para tiple de Juan Francés de Iribarren. María Espada (soprano), Concerto 1700, Daniel Pinteño (violín y dirección). Obras de Juan Francés de Iribarren, Vivaldi, José de Torres, José de Nebra y A. Corelli.

Prosigue la décima primavera barroca ovetense en colaboración con el CNDM, esta vez trayéndonos Málaga hasta Asturias con el violinista Daniel Pinteño al frente de su formación Concerto 1700 (grupo residente de la temporada 22/23 del CNDM) con un programa centrado en el organista y Maestro de Capilla Juan Francés de IRIBARREN (Sangüesa, 1699 -Málaga, 1767) con el título de «Fogosa inteligencia«, última de las hoy programadas cantadas religiosas del compositor navarro afincado en la capital de la Costa del Sol en el siglo XVIII. con la soprano emeritense María Espada, junto a obras que el propio Iribarren conoció y transcribió en sus 34 años en tierras malagueñas (de 1733 a 1767) de donde ya no se movería hasta su muerte, llegando a crear el Archivo de Música de la seo malacitana, verdadero tesoro musicológico, ampliando igualmente el elenco instrumental de su capilla cuya «recreación» actual fueron este Concerto 1700 conformado para este recital por intérpretes conocidos y con larguísima experiencia en estas músicas barrocas: Fumiko Morie (violín), Rodrigo Gutiérrez (oboe), Ester Domingo (chelo), Pablo Zapico (laúd barroco), Ignacio Prego (clave y órgano) con el propio Daniel Pinteño al violín y dirección, todo un lujo de instrumentistas en esta «real capilla malagueña del siglo XXI».

Las Cantadas para tiple de Iribarren suponen la introducción del llamado «estilo italiano» en la capital andaluza a cargo del maestro navarro, buen conocedor de lo que se componía más allá de los Pirineos y por supuesto lo que sonaba en la Capilla Real madrileña, con música para las festividades de la Inmaculada, Navidad y Corpus en un estilo que conjuga la tradición hispana con lo moderno para entonces, un J. F. de Iribarren digno «heredero» de su valedor José de TORRES (ca. 1670-1738), maestro de capilla en la Real Capilla madrileña entre 1670 y 1738, y contemporáneo de José de NEBRA (1702-1768), vicemaestro de capilla también en la Capilla Real de  la capital del reino Madrid (de 1751 a 1768), incluso con paralelismos estilísticos.

En este caso no debemos olvidarnos del enorme trabajo de investigación tanto del propio Daniel Pinteño, como del organista y doctor Antonio del Pino en la recuperación histórica y de Raúl Angulo (Asociación Ars Hispana) en la edición y transcripción de estas obras del maestro navarro que suponen estrenos en nuestro tiempo. De todo ello nos hablaría el violinista malagueño en la conferencia previa celebrada a las 18:00 horas, junto al catedrático Ramón Sobrino, con presencia del futuro, presente y pasado de la Musicología española.

Para estas cantadas, cuyos textos figuran en el programa de mano, con notas de los citados Pinteño y Del Pino, nadie mejor que la voz de María Espada que con el tiempo no solo mantiene su vocalidad intacta  sino que ha ido ganando cuerpo en los graves, reconociendo evidentemente que la voz de tiple en la música religiosa era  por entonces masculina, cantada por niños, jóvenes, castrados o incluso sopranistas, pero que la soprano extremeña resolvió sin ningún problema de color, ni de emisión ni de pronunciación, siempre impecable, con unas agilidades «endemoniadas» resueltas sin dificultad con su timbre característico sin afectación, junto al lirismo en los recitativos y movimientos lentos que siempre son una delicia en un registro tan homogéneo y matizado como el suyo.

Se iniciaba el concierto con el «grueso» del protagonista Iribarren a cargo del «orgánico», primero y a modo de obertura con la «Tocata de la cantada al Santísimo para tiple» Prosigue, acorde lira, sobre el op. 5, nº 4 de Arcangelo Corelli (1740), siguiendo la habitual práctica de los «contrafactum» que hasta el propio J. S. Bach utilizó (como el Stabat Mater de Pergolessi que también inspirará al navarro). Dos movimientos en edición y transcripción de Antonio del Pino (I. Adagio – II. Allegro) para disfrutar del sexteto instrumental asombrándonos la feliz compenetración de Pinteño y Morie en los violines, y esa sonoridad característica con instrumentos «de época», que dieron problemas de afinación por el calor y cambio de temperatura incluso en la propia sala, siempre en su punto por estos intérpretes, antes de entrar ya con tres de sus cantadas recuperadas:

Sois mi Dios la hermosa fuente, aria al Santísimo con violines  de 1755 ( I. Aria -Allegretto-: Sois mi Dios la hermosa fuenteComo el ciervo que corre, cantada sola al Santísimo con violines de 1750 (I. Aria -Allegro gustoso-: Como el ciervo que corre y Hoy ese corderito, tonada al Santísimo de 1744 (I. Entrada -Allegro-: Hoy ese corderito – II. Recitado: En doradas espigas – III. Canción (Allegro): Ocultarse ese cordero), no organizadas cronológicamente pero «armadas» para jugar con los tempi variados y las combinaciones con o sin oboe, alternando órgano o clave así como disfrutar de esa mezcla de estilos que evolucionan con oficio, María Espada dándonos una lección de buen cantar recordando al kantor de Leipzig, al cura pelirrojillo y hasta la tonada española que J. Francés de Iribarren titula «canción» y el magisterio de la soprano pacense las hace propias e irrepetibles.

Es habitual en estos formatos alternar páginas vocales con instrumentales, y si además son obras que el propio Iribarren conoció, la unidad temática adquiere todo el sentido. Del veneciano Antonio VIVALDI (1678-1741) escuchamos una excelente e «hispana» Sonata en trío en re menor ‘La follia’, RV 63, de 1705, un Tema con variaciones donde disfrutar de Concerto 1700 en estado puro, cada variación todo un catálogo de virtuosismo por parte de cada músico, la «unidad sonora» de los dos violines, el oboe (que ganaría terreno «haciendo perder el juicio a los clarines» y de sonido menos abrupto que el metal) bien contrastado con el violín primero y no una mera duplicidad, más un continuo de lujo con la tecla alternando órgano y clave junto al compacto dúo formado por cello y laúd.

En la misma línea del propio compositor navarro, otras dos cantadas sacras de los españoles anteriormente citados: José de  Torres con Amoroso Señor, cantada al Santísimo con violines y oboe, de 1733 (I. Recitado: Amoroso Señor omnipotente – II. Aria -Andante-: Quien todo es amores – III. Recitado: Goza, goza dichosa – IV. Aria -Vivo-: Suave acento) puramente barroca, con María Espada plena de vocalizaciones ricas en matices y el aria rápida segura y con fuerza; después José de Nebra (1702-1768): Obedeciendo a leyes de amor grato, cantada sola al Santísimo Sacramento (I. Recitado: Obedeciendo a leyes de amor grato – II. Aria (Allegro): Aplaude, blasona), estilísticamente contemporánea de las compuestas por el navarro y ya con unos aires preclásicos sin perder el barroquismo de todo el «ensemble», nuevamente disfrutando tanto del recitativo como del aria rápida donde la soprano emeritense se desenvuelve con la aparente y engañosa comodidad de un estilo ideal para su voz.

Para completar la «moda italiana» en Málaga, y de la que también bebía Iribarren, de nuevo un «intermedio instrumental», Arcangelo CORELLI (1653-1713) con quien disfrutamos la Sonata a quattro para oboe, violines y bajo continuo, WoO 4 (I. Adagio – II. Allegro – III. Grave – IV. Spiritoso – V. Allegro), el «dos en uno» de Daniel y Fumiko más oboe de Rodrigo y ese bajo continuo siempre equilibrado, necesario, colorido y atento de Ester, Ignacio y Pablo.

Cerraría concierto de nuevo el protagonista «malagueño» Iribarren con la cantada que daba título al programa que llevan por León, Oviedo y MadridFogosa inteligencia, cantada al nacimiento con violines (1737), otra recuperación histórica con cinco partes (I. Recitado: Fogosa inteligencia – II. Aria -Amorosa-: Quedito, pastores – III. Recitado: Mirad con qué fervor – IV. Aria -Vivo-: Ya borrascas), escrita a los cuatro años de su llegada a la Málaga barroca, donde el estilo del maestro de capilla ya apunta al feliz encuentro entre lo hispano y lo italiano incluso en los tiempos y orden utilizado (RARA, por la alternancia recitado-aria) con ese final tan barroco de «borrascas», lucha entre la voz de María Espada, «dicha suprema», y la tormenta de Concerto 1700, «parabienes se den los mortales», verdadero nacimiento «con finas señales el motivo de todo solaz» vocal e instrumental, una pequeña muestra de nuestro patrimonio musical, mucho destruido por causas de todos conocidos pero también felizmente recuperado en Hispanoamérica donde Iribarren también sonaría en su tiempo.

Nuestro rico refranero dice que «Después de la tempestad llega la calma«, así que nada mejor que el regalo del Grave Hay dulcisimo amante… de una de las Cantatas al Santísimo escritas por Antonio de Literes (1673-1747), otro de los compositores recuperados ¡en Guatemala!, nueva delicia vocal de María Espada junto a Concerto 1700 en buena sintonía para esta tormenta igualmente climatológica a lo largo de la tarde, cuyo remanso lo pusieron estos defensores de nuestra música antigua cada vez más moderna.

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