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El Cosmos concuerda

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Viernes 14 de julio, 21:30 horas. 72 Festival de Granada, Patio de los Mármoles (Hospital Real), “Música de cámara”, #Ligeti100: Cuarteto Cosmos. Obras de Brahms, Tomás Marco y Ligeti. Fotos propias y de Fermín Rodríguez. 

En este Festival de Granada la música de cámara tiene su espacio y en el caso de los cuartetos el programa nos está trayendo de lo mejor en el panorama internacional, este viernes con el Cuarteto Cosmos (2014) catalán y otro homenaje al gran György Ligeti (1923-2006), sin olvidarnos de Tomás Marco (1942), compositor residente esta edición, y Johannes Brahms (1833-1897) en un programa intenso y exigente desde el Patio de los Mármoles en el Hospital Real.

También Schumann está en el aire de estos días, y Brahms se encontró con él en 1853 ya con la idea de componer cuartetos. El Cuarteto nº 2 en la menor, op. 51/2 (1873) es buena forma de comenzar un concierto y el Cuarteto Cosmos ya mostró sus cartas con un sonido homogéneo -tocan con instrumentos construidos exprofeso por el prestigioso luthier barcelonés David Bagué– y en el Allegro ma non troppo las melodías juegan con las combinaciones de los cuatro y una energía que se ve además de escucharse. El Andante moderato mantuvo ese lirismo romántico, heredero de Schubert o Schumann sin faltar la carga dramática con intensidades muy amplias. Con esas alternancias de melodismo y dibujos claros en el cuarteto el breve Quasi Minuetto, moderato, prepararía el ambiente sombrío del Finale. Allegro non assai, con la alternancia o juego de los temas, decidido el primero y más lánguido el segundo, danzables para disfrutar de un violín carnoso y penetrante preparando la creciente agitación del cuarteto, aires zíngaros que con su ritmo contagioso redondearon un buen Brahms con los catalanes.

Tras el descanso, cambio de idioma, de estilo, de colores y sonoridades con tímbricas explorando todos los recursos del cuarteto de cuerda: armónicos, golpes de arco, pizzicati violentos, fraseos de dinámicas bruscas en dos páginas de mi generación, primero el Cuarteto nº 4 «Los desastres de la guerra» (1996) de Tomás Marco, que continúa vigente tal y como estamos comprobando en este Festival. Juan Manuel Viana en sus notas al programa repasa la trayectoria del compositor madrileño en sus composiciones para cuarteto de cuerda: Los desastres de la guerra (…) compuesto en 1996 por encargo del Festival de Santander y estrenado el 24 de agosto de ese año por el Cuarteto Paul Klee en el Santuario de la Bien Aparecida (…) presenta, según su autor, algunos puntos en común con el cuarteto anterior: «Se trata de un material musical rigurosamente objetivo en el que se desarrolla, por aplicación de algunos principios de crecimiento fractal, un sistema de proporciones que confluyen en la creación de una forma autónoma». Como en Los caprichos, Tauromaquia, La nuit de Bordeaux o Tapices y disparates, la alusión a Goya no pretende describir o evocar su pintura sino «asumir algunos de sus planteamientos estéticos y expresivos»”. Si la música de Marco sigue siendo actual, tristemente también las guerras y el dolor que conllevan. Este cuarteto es desgarrador, gris, violento como van desgranando las cuerdas y arcos, sonidos por momentos hirientes, casi una banda sonora de la devastación bélica que Goya ya pintase pero hoy basta con ver las noticias porque esta música sirve para todas ellas. El Cuarteto Cosmos se volcó con una página muy exigente de ejecución e interpretación de la barbarie: empaste y entendimiento total de los catalanes, contrastes extremos entre violín y cello, contestaciones del segundo y la viola, un relato sobrecogedor el de Tomás Marco perfectamente resuelto por unos músicos excelentes.

Y tras una pausa para tomar aire pero con las mismas sensaciones vendría el Cuarteto de cuerdas nº 1 «Metamorfosis nocturnas» (1953-1954) de György Ligeti, a quien el Festival le está homenajeando en el centenario de su nacimiento. El húngaro también sufrió en sus carnes la dictadura magiar y mucha de su música quedó en el cajón como él mismo lo escribió. Obra de juventud con clara inspiración en los cuartetos 3 y 4 de Bartók que sólo conocía por la partitura, aunque escrito en un único movimiento, está dividido en doce secciones breves que van contrastando, casi como en el cuarteto de Marco. El término «Metamorfosis» designa, en palabras del húngaro «una serie de variaciones de carácter atemático, que se desarrolla a partir de un motivo de base. Melódica y armónicamente la pieza descansa sobre el “total cromático”, mientras que desde un punto de vista formal permanece fiel a los criterios del clasicismo vienés: carácter periódico, imitación, despliegue del material motívico, desarrollo, reparto entre los instrumentos de la melodía cortada en frases breves». Si el cuarteto catalán toma el nombre de Cosmos, con esta metamorfósis está claro que es todo un universo de la cuerda, jugando con las palabras, todo concuerda en este Ligeti que desplegó no ya los recursos y sonoridades rompedoras en los años 50, toda la tensión y discurrir “biológico”, nacimiento, desarrollo, madurez, cambios de tamaño, como una clase sonora de la propia evolución vital y recordando que la palabra griega significa “transformación” sin olvidarnos del alemán Kafka. Increíble la partitura de Ligeti y asombrosa la interpretación del Cuarteto Cosmos.

Tras tanta tensión, dramatismos, sonoridades violentas, incisivas, volúmenes extremos de los pianos casi inaudibles a los fortes con los arcos como cuchillas, el mejor regalo vendría de Schubert y el Andante del Cuarteto “Rosamunda” nº 13, en la menor, D804 op. 29. La música de mi generación no se entiende sin escuchar primero a los grandes románticos, y tras el Brahms inicial el círculo se cerraba con Schubert, historias musicales donde el cosmos concuerda.

Y con cuerda aún nos espera el Armida Quartett el día 17, que contaremos desde aquí.

Cuarteto Cosmos:

Helena Satué (violín) – Bernat Prat (violín) – Lara Fernández (viola) – Oriol Prat (violonchelo)

PROGRAMA

Johannes Brahms (1833-1897)

Cuarteto nº 2 en la menor, op. 51/2 (1873)

Allegro ma non troppo – Andante moderato – Quasi Minuetto, moderato / Allegretto vivace – Finale. Allegro non assai

Tomás Marco (1942)

Cuarteto nº 4 «Los desastres de la guerra» (1996)

György Ligeti (1923-2006)

Cuarteto de cuerdas nº 1 «Metamorfosis nocturnas» (1953-1954)

Noche de Mahler

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Domingo 9 de julio, 22:00 horas. 72 Festival de Granada, Palacio de Carlos V, “Conciertos de Palacio”: , Tríptico Mahler II. Orquesta Nacional de España (ONE), David Afkham (director). Obras de Tomás Marco y Gustav Mahler. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

Otra noche mágica en Granada, tras el Bach matutino llegaba el Mahler vespertino casi nocturno y con un estreno inspirado en la “Séptima” no muy escuchada, aunque el “Tiempo de Mahler” hace lustros que ha llegado para mantenerse.

Tomás Marco (1942) ya conocía al compositor bohemio antes de “ponerse de moda” con Alfonso Guerra en 1982, aunque siempre se agradece descubrir autores poco escuchados y todavía estamos a tiempo. El compositor madrileño ya compuso cuatro alegorías mahlerianas: Angelus Novus (Mahleriana I), de 1971 que escuchamos el pasado San Fermín, Mahleriana de bolsillo, Angelus Novus II en 2017, reducción de la anterior para 16 instrumentos, dos años después De la vida celestial (Mahleriana III) para combinar con el arreglo de Klaus Simon de la cuarta sinfonía para pequeño conjunto instrumental con armonio y piano, más el estreno absoluto encargado por el Festival de Música de Granada de Ur-Nachtmusik (Mahleriana IV) como preámbulo de la Séptima sinfonía.

La pasión de Marco por la obra de Mahler viene de un conocimiento profundo que le permite “deconstruir” como los buenos cocineros los ingredientes para crear un plato distinto. Esta nueva composición es una evocación de los cantos y presencias de la noche inspirado en sus dos movimientos titulados Nachtmusik o «música nocturna», que explica el propio compositor: «He llamado a la obra Ur-Nachtmusik, algo así como ‘música nocturna primigenia’ como si fuera una pieza escrita antes de las de Mahler que emergerían de ella. Una ficción, claro, pero que me permitía hacer una música mía entroncada con Mahler, y con coherencia con lo que en el concierto se quiere presentar», como bien recoge Pablo L. Rodríguez en sus notas al programa.

La ONE llegó con todos sus efectivos bajo la batuta de su titular, desde 2019, David Afkham (Friburgo, 1983) en pleno estado de forma y clausurando temporada, por lo que la partitura de Tomás Marco encontró en la formación de todos nosotros el mejor vehículo para transmitirnos el espíritu de Gustav Mahler (1860-1911). Noche llena de sueños o pesadillas, de desengaños y pasiones, con un arranque de los contrabajos angustioso, el uso de glissandos en violines y flautas de émbolo evocando la angustia de una imaginada mala noche que nos despierta sobresaltados, una música que provoca el mismo estado anímico de la siguiente utilizando todos los recursos tímbricos con un importante papel de la percusión generando texturas y planos sonoros sumándose unos metales germanos que nos “biografían” la infancia de Gustav pero supongo que la de tantos de mi generación y anteriores con las bandas de música de nuestros pueblos. Evocaciones que la noche ayuda a revivir como sueños antes del despertar con un gong final mantenido en el duermevela granadino. Buena interpretación y acogida del público, con el compositor recogiendo los aplausos y felicitaciones.

Y si Tomás Marco compuso su “Música nocturna” como ficción, la realidad llegó con la Sinfonía nº 7 en mi menor (1904-1905) aumentando aún más los efectivos de la ONE. Si la Sexta del viernes 7 supuso un descenso a los infiernos, esta séptima se la ha considerado la cenicienta de su producción sinfónica, descrita por Pablo L. Rodríguez como que “avanza desde la tragedia hacia la comedia con cuatro movimientos plagados de ambigüedades y un quinto de tinte cómico: trompetas, tambores y cencerros, donde se combinan parodias operísticas con músicas a la turca, un cancán francés, un minué vienés y música circense”. Las pesadillas previas de Marco se hacen reales. El Langsam. Allegro risoluto, ma non troppo es una siniestra marcha con fanfarrias lejanas y pasajes celestiales aunque como en Marco y Mahler no ascienden y llegamos al colapso. Aplausos al finalizar el movimiento, que parecen han venido para quedarse como “público soberano” o directamente desconocedor de una tradición que quiere romperse.

La Nachtmusik I mezcla de nuevo recuerdos de infancia, pastores, una marcha militar y hasta una habanera, «otro colapso” o sobresalto. David Afkham en estos cuatro años ha conseguido de la ONE un sonido compacto, equilibrado en todas su secciones y la complicidad de sus músicos para responder a la visión de cada obra que afrontan, y esta sexta sonó germánica, nuevamente aplaudida aunque con menor intensidad.

El tercer movimiento, Scherzo. Schattenhaft el propio comentario original lo deja claro, «Schattenhaft» significa sombrío o espectral, vida y muerte de la mano desde el nacimiento, música sinfónica llena de significados, danzas que parecen un vals vienés aunque Mahler no lo indica y tampoco Afkham lo interpretó como tal, más bien buscando la tímbrica de una potente ONE que encontró en esta sinfonía su mejor expresión. Menor intensidad en los aplausos que proseguirían tras cada movimiento.

El cuarto, Nachtmusik II: Andante amoroso incorpora mandolina y guitarra, aunque no se pudiesen escuchar con la presencia necesaria que intenta recrear una serenata, supongo que por la propia intención de Mahler o como escribe mi tocayo “también se desploma” en cuanto a las sensaciones, aunque la cuerda mantuvo la marca bohemia de un clima onírico y hasta cinematográfico, una madera más allá de lo pastoril o unos metales siempre templados con el protagonismo justo reclamado desde el podio.

Y los “colapsos” o derrumbes que escribe el crítico maño, continúan en el Rondo – Finale: Allegro ordinario que evoca un circo (sus notas las titula “La noche de Marco y el circo de Mahler”. Si la Sexta es “Trágica”, esta Séptima podría tener título goyesco porque “El sueño de la razón engendra monstruos”, también payasos que dan miedo, carpas con marchas donde disfrutar de metales y percusión de la ONE con Afkham de “jefe de pista”. Noche de sombra y espectros, de pesadillas musicales con cromatismos y los glissandi “soñados” por Marco despertándonos con el Mahler angustiado que no pierde la esperanza desde un lenguaje sinfónico cada vez más actual. Pasado y presente dándoles la vuelta en una noche pletórica antes de intentar conciliar el sueño.

Cuadrando el círculo

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Lunes 26 de junio, 22:30 horas. 72 Festival de Granada, Patio de Los Arrayanes, “Música de cámara”, Ligeti100: Quatuor Diotima. Obras dePedro Osuna, Ligeti, Tomás Marco y Bartók. Fotos de Fermín Rodríguez.

El cuarteto de cuerda es un organismo musical vivo que requiere compartir incluso la propia vida, cuatro músicos de altura y un solo cuarteto verdadero. Así se entiende la formación camerística por excelencia y para que todos los grandes han escrito, siendo a menudo como un banco de pruebas orquestal.

El francés Quatuor Diotima llegaba y llenaba otra nueva noche mágica en La Alhambra con un programa no ya exigente por las cuatro obras, también dotado de un discurso global que solamente al finalizar pudimos comprender en toda su magnitud.
Cuatro cuartetos, cuatro idiomas traducidos a una unidad expresiva capaz de unir a estos compositores de distintas generaciones que conocen perfectamente la herramienta, los recursos de la cuerda manejándola desde su propia experiencia, un crisol cronológico que encontró los intérpretes adecuados para alcanzar las máximas cotas expresivas.

Para abrir la velada nocturna un joven compositor granadino, Pedro Osuna (1997) que estrenaba en España sus Cuatro danzas (2021), un hallazgo de escritura con el marchamo estadounidense lógico en estas generaciones que han cruzado el charco para su formación. Según las describe Juan Manuel Viana en las notas al programa “refleja el amor del músico por el arte de su ciudad natal, donde compuso las danzas centrales, y el de Boston y Los Ángeles, su lugar de residencia, donde escribió la primera y la cuarta”. Escuchar cada una de ellas supuso un viaje a cargo del Diotima, sonoridades extremas en dinámicas, latido único, tímbricas tan bien escritas como interpretadas desde la Introducción que da paso a Ritual nazarí, los recuerdos granadinos en un obsesivo juego de los cuatro instrumentos sonando como uno solo, algo que parece increíble por la dificultad que entraña; la Tarantella en palabras de su autor «juega con el famoso tema napolitano y conduce al movimiento final, una danza celebratoria en la que quise explotar la visceralidad de la música electrónica del presente y la riqueza armónica del jazz» y Celebración con el aire americano, el sello granadino y el sueño francés reunidos en estas cuatro páginas de una calidad sorprendente tanto en la escritura como en la ejecución impresionante del Quatuor Diotima. No sé cómo sería el estreno con el Cuarteto Carpe Diem en Siena (28 de junio de 2022), pero este de Siana hacía tiempo que no se asombraba con una obra actual.

Y tras salir el compositor a recoger los merecidos aplausos de un público agradecido por esta apuesta del festival, nada menos que György Ligeti (1923-2006) de quien se conmemora el centenario de su nacimiento, optando los franceses por deleitarnos con su Cuarteto de cuerdas nº 2 (1968), casi medio siglo de diferencia con el de Osuna e igual de actual. Del húngaro podríamos comentar su (r)evolución personal y el segundo cuarteto supone un reto para cualquier formación que quiera explorarlo en toda su riqueza. Quatuor Diotima demostraron que no puede hacerse mejor homenaje, cuatro músicos como remeros de un kayak que no solo van perfectamente sincronizados, las paladas entran y avanzan en este fluir musical del mejor Ligeti, cinco movimientos unidos y sentidos desde todos los recursos de cuerdas, arcos, armónicos, pizzicati, resonancias que en el Patio de los Arrayanes aún calaban más. Hasta algún avión nocturno parecía sumarse a una tímbrica tan actual, una joya del siglo pasado plena de fuerza y angustias, mecánica intrínseca que latió en “un solo Cuarteto”.

La influencia de este segundo de Ligeti nos explicó el de Osuna pero igualmente el siguiente tras el descanso.
Un viaje cronológico, ideológico y hasta geográfico nos traería al madrileño Tomás Marco (1942), compositor residente de esta septuagésima segunda edición del festival granadino, quien siempre ha tenido en su amplio catálogo obras cuartetísticas. Este Cuarteto nº 6 «Gaia’s Song» (2012) encargado por el CNDM y penúltimo hasta la fecha, recoge materiales de danzas de todo el mundo olvidándose del legado occidental que tanto ha constreñido la creación, optando por la expresividad, la rítmica y un tratamiento tímbrico del cuarteto que Los Diotima entendieron con una sonoridad apabullante y una compenetración al alcance de pocos músicos de cámara. El compositor felicitó a los intérpretes y todos compartieron el aplauso más que merecido en un concierto que tomaba forma y sentido tras la obra que cerraría esta “cuadratura del círculo”.

El Cuarteto nº 4, Sz. 91 (1928) de Béla Bartók (1881-1945) sigue siendo tan “moderno” como Ligeti, Osuna o Marco, y Quatuor Diotima ayudaron a redondear el concepto de cuarteto actual, impactante, brillante, caleidoscópico de sonoridades con este cuarto considerado “una de las más altas cimas de todo el repertorio”. Con una estructura en arco o espejo, que Viana define “a modo de palíndromo”, los cinco movimientos sonaron perfectos, bien balanceados en las analogías y protagonismo de los cuarto intérpretes respirando como un solo organismo. Si los extremos resultaron rítmicos, agresivos, sonoridad global, los pares todo un catálogo de efectos como sordinas, pizzicati, diálogos y enfrentamientos aunados por una magia indescriptible que rodearían el hermosísimo lento central, el corazón de la obra y del cuarteto, nocturno como todo el concierto para saborear un chelo rotundo sobre el que sobrevolaron sus tres compañeros de viaje.

Un concierto que tomó sentido gracias a la sabia elección de las obras y la magistral interpretación del Cuarteto Diotima, que retransmitido en vivo por Radio Clásica espero disfrutasen tanto como los presentes en el Patio de Los Arrayanes. Habrá que rogar lo tengan disponible algún tiempo para volver a paladearlo y decir el anhelado “Yo estuve ahí”.

Quatuor Diotima:

Yun-Peng Zhao, violín – Léo Marillier, violín – Franck Chevalier, viola –
Pierre Morlet, violonchelo.

Nada es casual

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Sábado 3 de agosto, 20:00 horas. Salón de Actos del Monasterio de Valdediós: Atardeceres musicales 2019 «Cómo se puede vivir con la mitad ausente«. Diego Fernández Magdaleno (piano): Diálogos.

Nada es casual en los programas del vallisoletano Diego Fernández Magdaleno al que sigo hace muchos años, me asombra cómo combina las obras para darles unidad, diálogos entre ellas, uniones impensables que con él resultan plenamente convincentes, adaptadas en cada sala y cada programa siempre distinto y muy trabajado, sorprendiéndonos continuamente con unos conciertos intensos, sin apenas pausa entre las distintas partes o bloques, esta vez seis con cuatro obras cada una, veinticuatro obras mayormente de autores vivos, de nuestro tiempo, los que ha estrenado y dado a conocer a lo largo de una trayectoria impecable en defensa de la música actual que no atiende a modas ni tiene etiquetas, solamente la música desde el interior.

El Círculo Cultural de Valdediós vuelve otro año, y van dos décadas, a sus ciclos, esta vez con el lema «Cómo se puede vivir con la mitad ausente» haciendo referencia a la mujer, también protagonista en este concierto por la presencia de tantas compositoras sin las que nuestra mitad musical se quedaría incompleta. Diego Fernández Magdaleno volvió a interpretar obras de Carme Fernández Vidal (1970), Zulema de la Cruz (1958), Anna Bofill (1944), Encarnación López de Arenosa (1935), Dolores Serrano (1967) o Teresa Catalán (1951) perfectamente emparejadas con sus colegas donde tampoco faltó un estreno, esta vez Tristán e Isolda de Josep Soler (1935) en la parte III.

María Bosch en las notas que también dejo aquí, hace referencia a los «programas minuciosamente construídos, que ahondan en la psicología de la escucha«, y cada página forma un bloque que aúna música tonal y atonal con una naturalidad pasmosa. Los Crisantemos de Jesús Legido (1943) ponen luz al Estudio de cluster de Zulema de la Cruz, el cántabro Francisco García Álvarez (1959) hace una hermosísima transcripción de Letania Laurentana compuesta por Nicolás Fernández Arias (1863-1938) que prepara la Terra perduda de Bofill, la Anástasis del propio García Álvarez reencontrando sonoridades y el explosivo Preludio IV de Carlos Cruz de Castro (1941), poesía musical como cuatro versos recitados al piano por ese humanista universal que es Fernández Magdaleno.

Impresionante la Parte III donde el estreno de Soler evoca leyendas wagnerianas transitando al Preludio de Fernández-Vidal para recordarnos nuestro folclore castellano del Durme, durme (Joaquín Díaz, 1947) y explosionar con la Toccata de Josef Dichler (1912-1993), todo historia viva y atemporal en la visión e interpretación de Diego Fernández Magdaleno que sigue esculpiendo cada nota dotándolas de un color que conjuga en el oyente recuerdos variados de nuestra vida.

Nuevas sensaciones en la Parte IV con el Vals de otoño de López de Arenosa cercano en la memoria, el transgresor Caibanera blues de Dolores Serrano con aires de habanera gaditana emigrada a la tierra prometida, el propio Recuerdo de Sardá y la Carta de Falla a Rubinstein (Tomás Marco, 1942) para otro capítulo pianístico y dialogado, música donde las palabras e imágenes son nuestras.
No podía faltar György Kurtág (1926) y sus Campanas para Margit Mándy, pintando la Luna de medianoche de Stephen Montague (1943), brillando con las Espigas de Luz (Legido) y despertando con Teresa Catalán y su Elegía V, el pianista de Medina de Rioseco todo un bate de esta lírica pura que nos hace llegar.
Último lienzo musical cual cuarteta sonora, el Preludio XI (Cruz de Castro), el maestro Pedro Aizpurúa (1924-2018) de la Clusteriana Didakus al que el amigo Fernández Magdaleno mantiene siempre vivo y actual, una impagable Mazurka I de Enrique Villalba Muñoz (1878-1950) con regustos polacos y siempre nuestra Teresa Catalán para rebosar alegría con su Danza del gozo vermell, un gozo pianístico, musical, poético, caleidoscópico de dinámicas, vigor, luz y color en una velada donde seguir disfrutando entre amigos y donde nada fue casual.

Presencia entre el público del compositor Francisco García Álvarez, de amigos y familiares del propio Diego venidos de todas partes hasta este rincón a la vera de «El Conventín«, de melómanos como mi querido asturiano Florentino convertido desde Burgos al «dieguismo pianístico», también colegas como Luis Vázquez del Fresno, otro gran defensor de la música de nuestro tiempo tanto en la interpretación como desde su faceta de compositor, y un salón de actos que se llenó incluso con público de pie al completarse el aforo. El entorno lo merecía, el intérprete y la música lo engalanaron.

Los mejores de los nuestros

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Sábado 24 de marzo, 20:15 horas: Salón de Actos del Museo de la Evolución Humana (MEH), Burgos. «La voz de la memoria«, Homenaje a Joaquín Díaz, 70 aniversario, Diego Fernández Magdaleno (piano). Entrada libre (aforo completo).

El título de esta entrada no es mío sino de la Junta de Castilla y León en un ciclo que homenajea y premia a los suyos, a sus castellanos ilustres, a fin de cuentas también nuestros, y mucho mejor en vida porque se disfruta más.

Joaquín Díaz (Zamora, 1947) no necesita presentación en esta España nuestra de memorias televisivas en blanco  y negro y sobre todo radiofónicas, músico global aunque le etiquetemos de folklorista, hoy diríamos etnógrafo, que en un gesto de generosidad con visión de futuro legó a la Diputación de Valladolid su amplio archivo para plantar la Fundación con su nombre en la villa de Urueña, una parada obligada a medio camino entre Asturias y Madrid del que me enamoré en la primera visita, de «los museos de Joaquín» incluyendo el de campanas que creo es único en España, el de la música con instrumentos de todo el mundo, museo y casa de otro musicazo como Luis Delgado (Madrid, 1956), siguiendo la llamada del maestro, tiendas de artesanía, talleres varios, las incontables librerías de todo tipo que hacen de esta ubicación «La Villa del Libro«.
Pero también su muralla, las vistas desde ella, los atardeceres en cualquier estación, su gastronomía y alrededores donde es obligatorio visitar San Cebrián de Mazote. Este sábado burgalés se lo recordaba al homenajeado que además me firmaba el «pack» con tres compactos de grabaciones junto al DVD que recoge archivos de TVE, doble regalo porque mi admirado Florentino, un asturiano en Burgos con el que había quedado para disfrutar este evento, acababa de regalármelo sin conocer la presencia de Don Joaquín.

Y esta escapada a la capital castellana era para disfrutar una vez más de mi querido y admirado amigo Diego Fernández Magdaleno (Medina de Rioseco, 1971), al que tenía muchas ganas de volver a escuchar en directo porque sus conciertos respiran emociones, homenajes, respeto, literatura, música y honestidad. Analizar cómo organiza sus programas es todo un reto que me consta igualmente para él y quienes le seguimos. El homenajeado bromeaba con el último orden en estos conciertos festejando sus siete décadas, porque los ocho «bloques» incluían una referencia personal, geográfica incluso, visionada por el piano de Diego acompañada por compositores de nuestro tiempo perfectamente encajados con nuestro folklore. «La voz de la memoria» son Joaquín y Diego, palabras del agua que fluye como la música, que apuesta por los recuerdos (como la visita rápida tras el concierto a la casa donde vivió Antonio José), por los amigos, muchos compositores pues los vínculos establecidos con la música ofrecen regalos tangibles pero igualmente inmateriales.

El programa lo dejo escaneado como los demás «regalos», y para intentar sumarme a este homenaje dedicado a Los mejores de los nuestros destacar un poco de lo mucho que supuso el concierto junto al entorno previo y posterior.

Notas telegráficas: la sorpresa adelantada del encuentro. Inmensidad del MEH que necesitaría un día completo para disfrutarlo. La evolución humana también está marcada por la amistad y la música entre muchas cosas. La materialización física y burgalesa de dos melómanos asturianos en la ciudad del Cid. Emociones compartidas en primera fila, sintiendo las vibraciones del Steinway© en la madera del salón.

Las campanas de Urueña con Kurtág, Montague y el Gerineldo de Joaquín. La fusión de palabras y músicas tan del gusto de Diego, Caibanera por las habaneras de Cádiz y el blues de raíz a cargo de Dolores Serrano Cueto (Cádiz, 1967) con la añada asturiana Duérmete, fíu del alma y la Carta de Falla a Rubinstein de Tomás Marco (Madrid, 1942), un bloque para viajar sin equipaje.
Impensable Diego F. Magdaleno sin un estreno absoluto de un español y amigo, esta vez Espigas de luz de Jesús Legido (Valladolid, 1943) tan actual como el que más, Castilla desde un trigal cromático en blanco y negro con la explosión de Sa Ximbomba de Antonio Ruiz-Pipó (Granada 1934 – París, 1997).

El cuarto bloque redondo por encaje desde la gratitud por compartir Recuerdo de Albert Sardà (Barcelona, 1943), homenaje a Diego Fernández Piera, padre de nuestro pianista, enamorado del flamenco que el compositor catalán entendió desde los melismas que el hijo canta en el piano, como El enamorado y la muerte de Joaquín con el homenaje de «mi gemelo» Francisco García Álvarez (Valladolid, 1959) al músico zamorano festejado este sábado burgalés.

Mi «descubrimiento» de otro pucelanoLuis Villalba Muñoz (1873-1921), cuya Meditación me despertó la curiosidad para urgar en un pasado menos cercano que su música, curiosamente la más alejada cronológicamente en este concierto pero capaz de «compartir actualidad» con la conocida canción burgalesa Morito pititón visionada por el mallorquín Román Alís (1931-2006) junto al Romance del Conde Olinos. Geografías musicales manteniendo título de «los mejores de los nuestros» aunque siempre se quede alguno fuera de programa ante el obligado encaje de bolillos que siempre realiza Diego para sus conciertos.

Sesión «in crescendo» emocional y de homenajes el piano cantábrico en mis entrañas por la Clusteriana Didakus de Pedro Aizpurúa (Andoain, 1924) llena de vigor y resaca marina junto a Sabor d’amor de Ignasi Adiego (Barcelona, 1963) capaz de elevar el bolero al concierto contemporáneo con La rosa enflorece castellana bien regada musicalmente en el medio de ambas.
Último bloque el octavo que supo a poco, Joaquín con Carlos Cruz de Castro (1941) y Max Richter (1966), Diego y su intensidad emotiva, los mejores y además nuestros en sus dedos, con un público agradecido, aplausos merecidos, intercambios a vuelapluma, confidencias rápidas, tiempo para unas cañas rápidas, ilusiones compartidas y sorpresas como los mejores regalos de nuestras vidas.

La música es algo que no tiene precio y viajar el mínimo peaje por ella, para ella y con ella, incluso sin moverte de casa. Pero el directo siempre es irrepetible, palabras del agua…

Música entre amigos

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Viernes 28 de octubre, 20:00 horas. Málaga, Teatro Cervantes: Programa 3 OFM (Orquesta Filarmónica de Málaga), Gabriela Montero (piano), Manuel Hernández-Silva (director). Obras de T. Marco y P. I. Tchaikovsky.
Había que cruzar España para no perderse un concierto en el que volvían a reencontrarse dos amigos venezolanos en mi segunda casa en el segundo día del tercer programa de la OFM con su titular al frente.

Para comenzar la Sinfonía nº 10… «Infinita» del madrileño Tomás Marco (1942) que estrenase en el Festival de Santander el 14 de agosto de 2012 con todas las evocaciones cántabras que vienen más de los títulos de los movimientos aunque resulten de lo más evocadores, al menos para un oyente asturiano, trabajadas con un material sonoro modelado por Marco como pocos de sus contemporáneos, y que desde mi perspectiva suenan cercanos: el 1 Reverso de la marea inquietante presenta registros extremos y matices amplios con un ritmo de los parches en glisandi unido al de todas las secciones. 2 Mar y monte me resultó profundo y grave en tesituras incluida el arpa junto a unos timbales poderosos, el contraste de color y hasta de olor, totalmente distinto del 3 Rincón de poetas, mortecino y celeste por los toques de arpa y fagot más un solo de viola hermoso a cargo de Evdokia Erchova, o ese dúo de flautas mitológicas en ambientes lúgubres, los dos movimientos que en cierto modo vuelven al ciclo vital y paisajístico, 4 Cumbre y valle, 5 Colores de la caverna, vigor majestuoso de tempestades con origen marino y perlas de espuma salpicando en los cellos, más evocador que los dos primeros cual vistas marinas desde las alturas con canto de los bronces como sirenas, las literales del faro de Ajo cuando hay niebla, contrabajo y glisandos varios de esa incertidumbre inestable en continuo juego de dinámicas sin opulencia, timbres etéreos con sordina disipada en un solo de trompa de Cayetano Granados antes de los nuevos embites del hombre primitivo en Altamira, solo de fagot (a cargo de Alberto Reig) y calma cortada por armónicos preparando un final in crescendo tras un enorme trabajo de dirección e interpretación a cargo de la orquesta malagueña que alcanzó momentos de total entendimiento con su titular Hernández-Silva que demuestra nuevamente su talento y profesionalidad en todos los repertorios, sacando de sus músicos lo mejor. Unir magisterio y rigor al trabajo continuado marca la trayectoria ascendente de director y orquesta que solo con tiempo se alcanza, y el venezolano deja huella por donde pasa. El propio Tomás Marco, presente los dos días, compartió aplausos para una «infinita» sinfonía que cambió el Cantábrico por el Mediterráneo de manos de un caribeño con espíritu asturiano.

La esperada segunda parte me devolvía el Concierto nº1 para piano y orquesta en si bemol menor, op. 23 (Tchaikovsky), totalmente distinto al reciente de Oviedo, con una Gabriela Montero lesionada en el dedo anular de su mano derecha por un percance doméstico que a punto estuvo de cancelar, incluso con el sobreesfuerzo del día anterior podría hacerme pensar que mermaría la parte técnica, cosa que no ocurrió, máxime cuando su musicalidad es superlativa y el entendimiento alcanzado con su amigo compatriota fue sobresaliente. Concierto exigente para todos, el Andante non troppo e molto maestoso-Allegro con spirito marcó la pauta a seguir, la fortaleza física y sonora de la pianista, el equilibrio orquestal y el encaje ideal de la batuta con la solista para una página conocida que utiliza un motivo popular ucraniano más el segundo romántico en plenitud de pasiones e «inquietante ansiedad» que escribe José Antonio Cantón en las notas al programa. Tras ese volcán sonoro y cristalino donde pudimos disfrutar de todos los detalles, el Andantino semplice-Allegro vivace assai central fue un remanso remando todos en las mismas emociones, la flauta de Jorge Francés dialogando con un piano rivalizando en lirismo y el alegre aire de vals que Hernández-Silva entiende como vienés de espíritu, contagiado a su formación que fue perfecta pareja de baile venezolana, sin pisotones, encajado al detalle para llegar al verdadero «fuego» final, el Allegro con fuoco que comienza vertiginoso y saltarín, nueva danza de entendimiento único para alcanzar lo sublime, la batuta siempre atenta al piano, protagonismos en diálogos sin quitarse la palabra, completándose para engrandecer ese derroche de emociones con un virtuosismo hondo que puso la carne de gallina a mis compañeras de palco.

Mas toda aparición de Gabriela Montero lleva incluida la felizmente recuperada técnica de la improvisación que siempre asombra allá donde actúa, algo que para «la Divina Emperatriz» (como la rebauticé tras escucharla hace tres años en Barcelona) forma parte de su propia historia desde los juegos infantiles en su amada Venezuela, dañada y más querida aún, con distintas peticiones por parte del público, bandera tricolor incluida, decantándose por ese Alma Llanera de la querida tierra natal de estos amigos reunidos en Málaga, pero con las referencias al recién finalizado primero de Tchaikovsky, reencontrándose con Mozart tras un apunte llegado de lo alto del coliseo, con variaciones y modulaciones en tono menor, ritmos de habanera marina y llanera recorriendo un océano de musicalidad y dolor, físico e interior, para regalarnos diez minutos para el recuerdo y la alegría de este encuentro entre amigos que continuaría tras el concierto, porque los kilómetros no son distancia para unir pasiones.

P. D.: Compartí palco con mi esposa Asun, mi cuñada Olvido e Irene que acudía por vez primera a un concierto. No podía ser mejor bautismo musical para mi sobrina de nueve años.
Antes del concierto y durante el descanso con Alejandro Fernández (crítico de Codalario y de La Opinión de Málaga, entre otras publicaciones) pudimos ponernos voz y conversación.
Especialmente emotivo resultó conocer a Pilar Pino, una zamorana compañera de profesión en Fuengirola, y a su hijo Roque Casabona, joven pianista que tampoco podía faltar a este concierto que nos reunió por unas horas fuera de las redes sociales continuando una amistad de años con la pasión musical como motor vital de nuestras vidas.

Un arco iris de sonidos

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Viernes 18 de octubre, 21:00 horas. XXX Festival de Internacional de Órgano Catedral de León: Giampaolo di Rosa. Obras de Bach, Beethoven, Guilmant, Liszt y Di Rosa. Entrada libre.

Desde la inauguración el pasado 21 de septiembre me he permitido bautizar el nuevo órgano de Klais como «El Bicho de León», pues el otro se encuentra en el Duomo de Milán así apodado por mi amigo Paolo Zacchetti. Y parece que lo de estos «animales sonoros» ha calado porque el regreso triunfal a León del fantástico Giampaolo di Rosa lo glosó finalizando el concierto su director Samuel Rubio que hablaba del caballo salvaje y el domador italiano, organista enamorado de su trabajo, asiduo de este festival, y a la vista de lo escuchado más lo leído en las notas al programa, del instrumento: «Un órgano en sí mismo, y en particular este nuevo… es un monumento del ingenio humano. Con ese instrumento se materializan las posibilidades realmente infinitas de producir continuamente lo que no es material, y que solo puede ser escuchado: el sonido con todos sus colores».

Si en el programa primó la literatura pianística que Giampaolo domina como nadie, la luz que suponen las transcripciones al instrumento rey resultan recreaciones precisamente por la riqueza tímbrica que se consigue, y más en este órgano con tantísimas combinaciones de registros que explican la semana previa de trabajo más los 95 minutos de concierto que de no ser por la hora seguramente serían muchos más. Para los conocecores de la distinta técnica exigida para el piano y el órgano está bien ir un poco más allá del lenguaje de las 88 teclas y cambiar la fuerza física por la búsqueda del color que se logra en el rey de los instrumentos, siendo habituales las reducciones orquestales (Liszt fue uno de los grandes) pero también adaptaciones, más que transcripciones, como la que brindó Guillou el día de San Mateo, admirado y maestro del organista italiano.

El decimoquinto concierto de esta trigésima edición del prestigioso festival leonés volvía a corregir el inicialmente previsto en la Web pero bien en el programa completo, arrancando súbito con el Preludio y fuga en mi menor, BWV 548 (Bach) en el teclado IV y pedalero casi en su totalidad, sonidos recios, potentes y casi austeros hasta que comienza a crecer y saltar de teclados en los pasajes virtuosos, y no digamos en la fuga vertiginosa, presto en aire y registros cambiando a velocidad estratosférica los sonidos en cascada colorista que pasaba de una nave a otra.

La Sonata en do menor op. 13 nº 8 «Patética» de Beethoven es una delicia al piano que en la transcripción del propio Giampaolo cobra nueva vida en el nuevo Klais. El Grave/Allegro di molto e con brìo marcó la línea a seguir en toda la obra, con lo apuntado anteriormente de cambiar fuerza por registros sin olvidarnos el pedalero que consigue ambientes únicos; el intimista Adagio cantabile -que en mis años jóvenes tocaba en la Iglesia- jugó con flautados alternados en los teclados IV y II (rotos por los dichosos móviles) para desembocar en un pleno Rondo (Allegro) de regusto bachiano en música y registros elegidos, permanente búsqueda tímbrica en los cinco teclados y pedalero, combinaciones enganchadas entre unos y otros que dieron otra iluminación a la sonata del sordo de Bonn con multitud de rubati siempre aprovechados para la multitud de cambios sonoros realizados por el virtuoso trasalpino.

La segunda obra «puramente organística» sería el Adagio (de la Sonata nº 5 opus 80 en do menor) de Guilmant, la misma del Allegro appasionato interpretado por Ana Belén García en Astorga. Con el sabor romántico francés en sabia elección de registros donde la dulzaina del teclado V logró ese ambiente de penumbra luminosa y que personalmente fue lo que más me llegó.

El terremoto sonoro de magnitud 9 en la «escala Klais» estaba por llegar, y todos en el epicentro. Liszt el grande del piano, el endemoniado arrepentido, compone la Fantasía y fuga sobre B.A.C.H. que Di Rosa transcribe para el órgano, para el universo majestuoso de timbres en unos pies aún más rápidos que las manos saltando por los cinco teclados, pedal de expresión y por momentos masa cegadora en tutti cual cascada lumínica antes de recuperar los colores básicos. Derroche sonoro, virtuosístico, físico para una obra de envergadura casi inalcanzable en un reto que muchos organistas se plantean de seguir engrandeciendo lo naturalmente inmenso. Impresionismo e impresionante este Liszt di Rosa.

Un músico completo como Giampaolo di Rosa compuso por encargo para este día la obra Batalla, estreno que pude degustar en buena posición de escucha y visión para comentar que estamos ante una forma renacentista y barroca desde nuestro siglo XXI, batalla imperial como muestrario tímbrico desde la indenifición melódica en lenguaje vanguardista (en cierto modo cercano al anterior estreno de Vlahec) con tintes pianísticos en momentos puntuales, evoluciones en texturas diversas, disonancias, notas pedales, claroscuros, contrastes dinámicos increíbles, ritmos alegres, tintineantes y también de marcha, imperiales a fin de cuentas. Un estreno que sumar a la breve historia del Klais al que cada obra intenta exprimir, testar, «domar», tantear unas posibilidades que se nos hacen inalcanzables («posibilidades realmente infinitas de producir continuamente lo que no es material, y que solo puede ser escuchado: el sonido con todos sus colores» que escribe el propio di Rosa), el público convertido en almas reflejadas por los vitrales sonoros en esta «selva de sonidos creados por el nuevo órgano». Lástima no haber podido sacar una foto de la partitura en el atril, hojas pegadas en una tabla como mosaico mudo que el milagro compositivo e interpretativo hizo hablar.

Tomás Marco, presente en la catedral, escribió dos temas sobre los que Giampaolo di Rosa realizó una improvisación (al igual que Guillou con C. Halfter), arte en el que también es un maestro, regalo de 70 aniversario para nuestro compositor madrileño. Sin peder de vista el estilo o la firma del propio Marco, pero con la óptica del italiano como si de un «espejo» se tratase, pudimos asistir casi atónitos a otro seísmo organístico, acelerandos, búsquedas extremas de frecuencias (la más grave en el pedal y la más aguda en teclado) con trémolos, trinos ostinados sobrevolando momentos espirituales en adagio, acelerandos contagiosos para el pálpito, majestuosidad y final en tutti como rúbrica homenaje y regalo mútuo de compositores e intérprete.

Todavía quedaban dos propinas, un blues que resonó en lo más íntimo de cada uno rehecho litúrgico y una marcha de salida hacia la lluvia nocturna leonesa pasadas las 22:35 para refrescar emociones con gotas de «un arco iris de sonidos» que dijese el gran Olivier Messiaen.

Nuevo éxito de Klais, de Giampaolo, de León y del Festival que todavía nos deparará dos conciertos antes de poner el cierre a esta edición de estrenos, porque 30 años sólo se cumplen una vez.

Lo seguiremos contando en esta nueva Peregrinatio.