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Abandonos y reencuentros orquestales

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Miércoles 8 de octubre, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Año 119 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, concierto 2.093 (13 del año 2025): Orquesta de la Fundación Filarmónica de Oviedo, Maximilian Von Pfeil (violonchelo), Pedro Ordieres (director). Obras de Schumann, Schubert, Delius, Dvorák y Márquez.

El apellido Ordieres es sinónimo de música y ha estado unido a la Orquesta de la Universidad de Oviedo que fundase en 1979 mi siempre recordado Alfonso y recuperase en nuestro siglo XXI su hijo Pedro. Pero cuando no hay intención de apoyos o al menos algo de interés (u otros como «lucha de egos» o el «apártate tú que me pongo yo»), el abandono llevó a la renuncia de su director tras ocho largos años al frente, así como el apoyo de los músicos (algo que tristemente me recuerda otras formaciones y parece repetirse cual «Saturno devorando a su hijo») que siempre es primordial para no perder un capital humano único.

Pero a los desahuciados orquestales se les acogió nada menos que en la Fundación de la centenaria sociedad filarmónica ovetense, y en el programa de mano quedaba recogido el guante que no debió lanzarse, y la nueva casa de estos músicos de varias generaciones, como bien expresa el título:

«La música nos une»

Con esa convicción nace la nueva Orquesta impulsada por la Fundación de la Sociedad Filarmónica de Oviedo: un espacio donde personas de distintas edades, trayectorias y niveles musicales comparten algo en común: el deseo de hacer música juntas.

Esta orquesta no profesional, abierta y diversa, surge con el objetivo de tender puentes entre generaciones a través del lenguaje universal de la música. Desde jóvenes estudiantes hasta adultos que desean retomar su instrumento, pasando por músicos aficionados con larga experiencia, todas las edades son bienvenidas.

Creemos en el poder de la música como herramienta de encuentro, aprendizaje mutuo y transformación social y formar parte del compromiso cultural y educativo de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, que a través de su Fundación, abre así una nueva vía para que la música no solo se esciche, sino que también se vida.

Pero esta orquesta también nace con vocación de escenario, Queremos llevar el nombre de la Filarmónica de Oviedoa teatros y auditorios dentro y fuera de nuestra ciudad, revitalizar el panorama musical con estrenos de obras contemporáneas, recuperar repertorio poco habitual y colaborar con solistas de prestigio que compartan esta visión de apertura, excelencia y compromiso.

Porque la música cuando es compartida, transforma todo lo que toca. Y porque no hay mejor manera de proyectar el legado y la excelencia de la centenaria Sociedad Filarmónica de Oviedo que a través de una orquesta viva, comprometida y abierta al futuro.

 

Con esta «carta de presentación» llegaba esta nueva orquesta con mucho camino andado en esa mezcla de juventud y veteranía, de estudiantes y titulados, al mando de Pedro Ordieres que lleva toda la vida amando, viviendo y conviviendo con la música. Inasequible al desaliento, luchador, con un repertorio que conoce a ambos lados (desde el atril y en el podio), con un solista de prestigio como su compañero en la OSPA Maximilian Von Pfeil para abrir temporada y orquesta con el «Concierto para violonchelo y orquesta en la menor», op. 129 de Robert Schumann. Excelente sonido del cello sobre una tarima que amplifica esa belleza de timbre, buenos balances con la orquesta (aún algo «descompensada» en efectivos de cuerda pero muy efectiva además de entregada) comandada por Fernando Zorita como concertino, y la sabia concertación de un Ordieres que lleva a «sus músicos» con seguridad, aún necesitando mejorar la afinación, que el tiempo conseguirá. La sección de viento, especialmente las maderas (sin olvidarme de los metales) mostró un nivel altísimo, que mantendrían en todo el concierto, incluso con «doble plantilla» como explico más adelante.

El cellista alemán nos regaló la Bourré en do mayor de la tercera Suite, «un poco de Bach» que siempre es mucho, como decía un anuncio de un conocido brandy español, e impagables las caras de respeto y admiración de su cuerda en el escenario.

En la segunda parte Schubert y la obertura de una ópera sobre el rey asturiano Alfonso und Estrella, D. 732, enorme partitura y gran trabajo orquestal por parte de esta formación, matizada, equilibrada en intensidades, empastada y disfrutando con la música.

Recambios instrumentales en madera y metales añadiendo el piano preciso de Luis López Aragón, algo atrás en todos los sentidos, para el segundo movimiento (By the River) de la «Florida Suite», RT VI/1 (Frederick Delius), que Ordieres conoce al detalle y su orquesta afrontó con buen gusto antes del primer movimiento (Adagio-Allegro molto) de la conocida «Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95, B. 178 «Del Nuevo Mundo» del checo Antonín Dvorák donde «soltar» amarras en un descubrimiento sonoro por parte de todas las secciones, una travesía sinfónica difícil con el «Almirante Ordieres» navegando con la misma seguridad que contagia a la orquesta. Bravísimas las flautas, especialmente Alba García, la solista a quien conozco hace años, al igual que al trompeta Mateo Velasco  (y algunos músicos más que están en «mi» Banda Sinfónica del Ateneo Musical de Mieres), que aún nos harían otro regalo de altura con una plantilla más grande para el famoso Danzón nº 2 de Arturo Márquez, un «chute en vena» de alegría, complicidad, satisfacción e intensidad emocional porque «la musica nos une».

Larga vida a esta nueva orquesta que volveré a escuchar en Gijón el 17 de diciembre… y espero contarlo desde aquí.

 

El legado Achúcarro

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Lunes 22 de septiembre, 19:30 horas: Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro: Lucille Chung. Obras de Schumann, Ligeti y Liszt. Abono: 36€.

(Crítica para La Nueva España del miércoles 24 con fotos propias, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

Lucille Chung (Montreal, 1979) abría el I Festival de Piano Joaquín Achúcarro, una nueva iniciativa ligada a la disciplina pianística de la música clásica desde la Fundación “Southern Methodist University” con sede en Dallas que lleva el nombre del prestigioso maestro bilbaíno, quien ofrecería una clase magistral en la mañana a cuatro alumnos del CONSMUPA, además de agradecerle traernos a la capital  asturiana a dos de sus muy renombrados alumnos que nos deleitarán juntos y por separado estos tres primeros días del otoño: el matrimonio Bax-Chung, ambos conocidos y escuchados en nuestra tierra.

La pianista afincada en Nueva York se estrenaba en el festival alrededor de un itinerario estético que transitaba desde el romanticismo de Schumann hasta la modernidad rítmica de Ligeti, para concluir con el virtuosismo de Liszt. La selección de repertorio no fue casual: suponía todo un examen de las distintas dimensiones del pianismo -poético, experimental y trascendente- que la francocanadiense resolvió con notable solvencia, con su maestro presente en la sala junto a su inseparable Emma Jiménez.

Los “Fantasiestücke” op. 12 (1837) de Robert Schumann (1810-1856) son ocho piezas donde se refleja la dualidad del compositor, Eusebius y Florestán, apasionado uno,  soñador el otro. Con ellas se  revelaría la sensibilidad poética implícita en los propios títulos e indicaciones del “tempo” en cada una de sus páginas, como la propia Lucille Chung que los bordó con una lectura clara y equilibrada entre lo lírico y lo impetuoso. Articulación limpia atenta a las transiciones de carácter, el equilibrio entre el ímpetu juvenil y la nostalgia introspectiva tan característicos del atormentado compositor alemán. El control exquisito del pedal permitió subrayar los contrastes de ánimo sin perder continuidad narrativa con los momentos íntimos, resultando especialmente lograda la claridad en las voces intermedias, a menudo relegadas en favor de la línea superior y conjugando en la interpretación de Chung un “Florebius” impecable, ángeles y demonios que sobrevolarían una repleta sala de cámara donde no faltaron jóvenes promesas del piano con sus profesores que seguro tomaron buena nota.

Salto hacia György Ligeti (1923-2006) con dos de los ocho Études del libro II: los números 11 “En Suspens” y 10  “Der Zauberlehrling” (1988-1994) -del total de 18 publicados en tres volúmenes entre 1985 y 2001- que supusieron un verdadero contraste incrustado entre dos “gigantes” y ofreció uno de los momentos más reveladores de la velada por la cercanía en el tiempo de estas composiciones. Los Études son de una complejidad rítmica casi vertiginosa, piezas paradigmáticas de la renovación pianística del pasado que, como en Schumann, presentan unos títulos mezclando términos técnicos y descripciones poéticas, pues el rumano hizo listas de posibles títulos y los de los números individuales a menudo se cambiaron entre el inicio y la publicación de los mismos. A menudo no asignó ninguno hasta después de que se completó cada obra. y el undécimo, un “Andante con moto” (dedicado a Kurtag) combina seis pulsaciones en la mano derecha y cuatro en la izquierda con frases irregulares que se asemejan a una armonía jazzística, mientras  el décimo (El aprendiz de brujo) es un “Prestissimo, staccatissimo, leggierissimo” dedicado al pianista Pierre-Laurent Aimard. Dos pequeñas joyas que pusieron de manifiesto la solidez técnica y la agilidad mental de la pianista, una Chung que se adentró en esta maraña polirrítmica con brillantez y frescura, de precisión quirúrgica pero también llena de humor y ligereza, evitando que la técnica eclipsase la vivacidad expresiva, pues lo mecánico se transformó en un juego sonoro, verdadero laboratorio de color y acentos, sorprendente magia al piano.

En la segunda parte con Franz Liszt, otro “demonio angelical”, Chung desplegó un virtuosismo siempre subordinado al discurso musical sin perder elegancia. Primero la Sonata en si menor, S. 178 (1852-53) dedicada a Schumann, cuatro movimientos sin pausa entre ellos aunque organizada en tres bloques donde la sección central es más lenta. Está considerada como una de las más grandes piezas para piano y también como una de las más difíciles, siendo una de las obras clave del piano romántico. Si Schumann jugaba entre pasiones y sueños, con este Liszt pasábamos cual novela de Dan Brown por esa dualidad del abate capaz de embrujar y enamorar. Chung volcada expresivamente y mostrando las casi hiperbólicas gamas del húngaro en sus dinámicas: los extremos del pppp al ffff resueltos con valentía, delicadeza y vigor, las enseñanzas del maestro bilbaíno donde acariciar las teclas no está reñido con la fortaleza. Despliegue técnico y expresivo muy aplaudido por el público.

Y para cerrar este primer homenaje a Don Joaquín, nada menos que su “Paraphrase de concert sur ‘Rigoletto’ de Verdi” S. 434 (c. 1859). En música paráfrasis se define como “reutilización y adaptación libre de una obra musical existente para crear una nueva composición, usualmente añadiendo ornamentaciones rítmicas y melódicas, para crear una fantasía alrededor del original”, una forma de improvisación donde el compositor toma material preexistente transformándolo de manera personal para mostrar su virtuosismo -como también en las glosas y transcripciones– siendo muchas las realizadas por Liszt sobre obras sinfónicas desde Bach a Beethoven y varias inspiradas en óperas famosas de Donizetti, Bellini, Mozart, Meyerbeer, Wagner o Verdi en este caso. Partitura la del húngaro donde a partir de la conocida y reconocible melodía del famoso cuarteto “Bella figlia dell’amore”, la viste con oropeles y ornamentos, colores y ritmos, con una amplia variedad de ataques donde utiliza distintos tipos para los acordes, los arpegios o las octavas, pudiendo así ejecutar la variedad de la orquesta o lo cantable de la voz humana desde un piano quasi orquestal. Benditos excesos del arrepentido Franz y verdadero portento de cara a un público que le adoraba (y los pianistas aún temen). La interpretación de la virtuosa canadiense evitó la superficialidad donde los pasajes de gran brillantez técnica se integraron en un relato coherente con las secciones líricas para alcanzar un canto noble, sostenido en un legato amplio y unas octavas portentosas. La construcción de los clímax revelaron un sentido arquitectónico sólido capaz de mantener la tensión dramática sin caer en la pirotecnia pianística.

Un demonio arrepentido nos regaló a Scriabin con uno de los 24 Preludios opus 11: el  nº 21 en si bemol mayor que nos devolvió la calma paradisíaca de una transmutada y angelical Chung para finalizar este intenso concierto, muestra de las buenas lecciones y consejos del maestro Achúcarro y la excepcional calidad y receptividad de esta alumna destacada: pianismo integral donde la técnica se pone al servicio de una reflexión estilística profunda, herencia del querido bilbaíno siempre admirado en Oviedo desde su primera visita allá por 1957, todavía presente en su corazón… y el nuestro.

Crítica en LNE del 24SEP25

Tanto monta, monta tanto

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74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 3). Conciertos matinales.

Sábado 21 de junio, 12:00 horas. Santuario del Perpetuo Socorro: Michel y Yasuko Bouvard, órgano. Juan-Alfonso García y la Nueva Música en Granada. Fotos  de las RRSS, propias y ©Fermín Rodríguez.

El patrimonio de órganos en la provincia de Granada se está manteniendo gracias al empeño de muchos instrumentistas que los mantienen respirando, reparando y manteniendo, y en el Festival no faltan los conciertos en sus distintas ubicaciones, siendo la primera vez que se incorporaba al mismo el órgano romántico de 1913 construido por Pedro Ghys Gillemin, con Juan María Pedrero o Paco Alonso Suárez preservando esta joya que en esta primera mañana de verano (aunque climatológicamente vayan muchas más) se comportó como un campeón gracias al matrimonio Bouvard que eligieron un programa variado de unos 50 minutos donde sacar todo el partido al llamado «rey de los instrumentos».

Tanto las notas al programa de Pablo Cepeda como la web del Festival nos presentaban e ilustraban sobre este concierto y sus intérpretes:

«A dos, tres y cuatro manos
Extraordinariamente singular el recital que ofrecerá el matrimonio Bouvard. En el órgano del Perpetuo Socorro, un instrumento fabricado por Pedro Ghys a principios del siglo XX, Michel Bouvard y su esposa, Yasuko Uyama, harán un programa variadísimo por más de cuatro siglos de música, en el que se alternarán en la tribuna, pero también tocarán juntos, con algunas piezas a 4 manos y otras a 3, especialidades muy poco vistas en el órgano. De Charpentier (el famoso Preludio que sirvió de sintonía a Eurovisión) a Juan-Alfonso García o Jean Bouvard, abuelo del organista, el recital recoge música de grandes compositores no especialmente asociados con el instrumento (Mozart, Schumann) y otra de algunos de sus más eximios representantes, como César Franck o Maurice Duruflé. Una oportunidad para sumergirse en territorios desconocidos».

Con puntualidad británica comenzaba a sonar triunfante el famoso Preludio, del Te Deum H. 146, a tres manos, de Charpentier, solemne y asociado al himno de una casi lejana Europa televisiva que cada vez está peor, aunque la música del francés siga siendo marcial y del más puro barroco, con unos registros tan bien elegidos como la interpretación que sonó pletórica.

Del genio de Salzburgo toda su música es un regalo, y con apenas 20 años compuso el Divertimento en si bemol mayor, K 240 tan refinado como melancólico que escribe mi tocayo vasco. La transcripción para órgano a cuatro manos a cargo de «Los Bouvard» fue un prodigio de ejecución y tímbrica, todo un catálogo sonoro en los cuatro movimientos, donde el Menuetto-Trío invitaba a mover los pies y el Allegro final parecía «original» del joven Mozart aún al servicio de Colloredo.

Proseguiría este viaje organístico y cronológico hasta Schumann con su Estudio en forma de canon para piano-pédelier, op. 56, nº 4 con Yasuko Uyama Bouvard, del que Cepeda escribe:

«El 24 de abril de 1845, Clara Schumann anotó en su diario que recibieron un pedalero para colocar bajo el piano y practicar así la interpretación del órgano, lo que inspiró a Robert Schumann a componer los Estudios en forma de canon, op. 56. En ellos, y particularmente en el nº 4, el compositor alemán muestra su capacidad de expresión dentro de los márgenes de la escritura imitativa en canon».

La sonoridad del Ghys (casi un nombre de cadena nórdica) inundó el santuario con un pedalero claro y combinaciones de registros en los dos teclados sumándose el pedal de expresión que engrandece aún más un instrumento perfecto para este repertorio. Y no podía proseguir mejor que con Franck a cargo de Michel Bouvard. Su Coral nº 3 en la menor (1890) es el testamento musical del compositor por una escritura  perfecta y unos registros sutiles que este órgano granadino tiene. Si los flautados y violones del órgano mayor nos remontan a los corales de Bach, las voces celestes y humanas (8′) del recitativo expresivo ayudaron a seguir auditivamente las cuatro voces con un Adagio de trompeta redondo y vertical bien ensamblado por el organista francés, donde la elección de los registros es tan importante para una interpretación completa, y la del organista de la iglesia de Santa Clotilde, dotada de un Cavaillé-Coll magnífico, hubiese disfrutado en este Ghys del Perpetuo Socorro.

Aún quedaba programa por delante, y del abuelo de Michel, Jean Bouvard (a su vez alumno de Louis Vierne), las Variaciones sobre un villancico de La Bresse fueron otro muestrario de registros que se incluyen como título de las cinco variaciones, flautas, trompeta, cromormo más la vuelta al tema y ese final pleno donde Yasuko Bouvard sacó todos los tesoros tímbricos de El Ghys, aires navideños más allá del calendario litúrgico con el más puro clasicismo francés, para tomar el relevo su pareja en el merecido recuerdo al organista catedralicio granadino Juan-Alfonso García, fallecido hace diez años, con su Veritas de terra orta est (de «Cuatro piezas para órgano»). El pacense García en estado puro (no el sinfónico de la noche anterior), registros desde la cercanía sonora que recuerda al humilde armonio hasta unas lengüetas con el trémolo perfecto que transmitieron otra meditación navideña en estos maitines post-Corpus.

Y qué mejor elección que Duruflé para «traer» Saint-Etienne-du-Mont hasta el bello Santuario de Granada, con dos obras de altura para concluir una mañana cual regalo de Reyes del Preludio sobre el Introito de la Epifanía, op. 13, y el
Coral variado sobre «Veni Creator», op. 4 en otro despliegue de registros y virtuosismo donde escuchar todo lo escrito en los pentagramas con total limpieza y una acústica ideal. Una sesión matinal de recogimiento y agradecimiento a los organeros y organistas que insuflan vida al rey de los instrumentos.

PROGRAMA

Marc-Antoine Charpentier (1643-1704)
Preludio, de Te Deum H. 146 (a tres manos. 1688-98)

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Divertimento en si bemol mayor, K 240 (1776. Transcripción para órgano a cuatro manos)

Robert Schumann (1810-1856)
Estudio en forma de canon para piano-pédelier, op. 56, nº 4 (1845)

César Franck (1822-1890)
Coral nº 3 en la menor (1890)

Jean Bouvard (1905-1996)
Variaciones sobre un villancico de La Bresse (1969):

Thème

Duo de flûtes en canon

Basse et dessus de trompette

Récit de tierce en taille ou de cromorne

Thème en majeur

Plein jeu

Juan-Alfonso García (1935-2015)
Veritas de terra orta est
(de Cuatro piezas para órgano, 1959)

Maurice Duruflé (1902-1986)
Preludio sobre el Introito de la Epifanía, op. 13 (1960)
Coral variado sobre «Veni Creator», op. 4 (1931)

Triángulo romántico

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Viernes 21 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Música para la primavera», abono 8 OSPAGiancarlo Guerrero (director). Obras de Schumann y Brahms.

Un año después regresaba al podio Giancarlo Guerrero, el nicaragüense nacionalizado costarricense (y estadounidense) además de ganador de seis premios GRAMMY® en el apartado de música clásica (como director y percusionista- con una trayectoria más asentada en los EEUU pero cuya nueva visita a Asturias sigue abriéndole nuevos escenarios y formaciones donde compartir su entusiasmo, energía y vitalidad, esta vez con un programa muy romántico además de conocido por todo melómano y ya rodado por la OSPA con distintas batutas: las sinfonías «Primavera» de Schumann (1841) y la «Cuarta» de Brahms (1885), primera y última de cada uno de estos dos grandes.

En el encuentro previo el maestro Guerrero volvió a encandilarnos con su pasión, sabiduría, verbo fácil y elocuencia, comentando datos biográficos relacionados con las dos sinfonías elegidas y la conexión entre ellas, el «vacío sinfónico» tras la muerte de Beethoven, el miedo a escribir una nueva sinfonía con la comparación siempre humana por la sombra omnipresente del genio de Bonn (tan admirado por Schumann y Brahms), el amor inmortal por Clara que sería la viuda eterna, y Johannes casi un ermitaño tras la negativa de compartir destino quedando en una buena amistad, desdejándose, con la barba casi de mendigo y engordando en Viena con más cerveza que vino.

También el justo reconocimiento a Clara Wieck como gran pianista y compositora, la ayuda al joven Brahms en una apuesta -como debería ser normal también hoy en día- por los jóvenes talentos, el estreno en Leipzig de la sinfonía del primero dirigida por Mendelssohn y la cuarta del hamburgués que llegó a considerársela la décima de Beethoven, compartiendo el número cuatro porque superar al sordo genial era una osadía y casi un pecado (la maldición de las nueve llegó hasta el siglo XX), con una plantilla similar más el uso en ambas del triángulo, poco habitual y como percusionista que también es el director americano, haciendo chanza de la incorporación de bombo y platillos desde las guerras para aturdir al enemigo, siendo los primeros en caer en el campo de batalla, que usarían en muchas composiciones Mozart o el propio Beethoven (en su Novena) junto a los «timpani», más la curiosidad que yo aprovecho como símbolo para este triángulo romántico de Robert, Clara y Johannes, las dos sinfonías elegidas para un concierto que al menos no siguió el orden decimonónico tan transitado, optando por una sinfonía en cada parte, cómo es la elección del director invitado, que no siempre elige lo que le gusta sino con lo que se identifica y estudia, o cómo sigue descubriendo detalles tras 30 años dirigiendo esta «Cuarta», que demostraría haciéndola de memoria.

La Sinfonía «Primavera» de Schumann arrancó con esa fanfarria optimista y brillante de unos metales nuevamente acertadísimos junto a la aparición del triángulo, todo bien llevado por una batuta flexible que marcaba todo, una mano izquierda sobresaliente y la pasión que contagia Guerrero. De gesto preciso, claro, amplio, dando la confianza a una orquesta hoy comandada nuevamente por el suizo Benjamin Ziervogel, concertino invitado (demasiados años sin titular y hoy con Zorita de ayudante) que lideró a la cuerda homogénea, equilibrada, limpia y acertada. Esta sinfonía primeriza («Frühlingssymphonie» como aparece escrito ya en la primera página de una primavera aún por llegar cuando la escribía) es plenamente romántica y para nada juvenil, llena de vida en sus cuatro movimientos, retomando la calidad sinfónica de la OSPA bajo la batuta precisa a cada detalle, conteniendo sonoridades en los momentos delicados como en el Larghetto tierno, melódico como sus lieder, lleno de dinámicas ajustadas con una madera «cantando» siempre perfecta y dejando fluir a la cuerda; el Scherzo: Molto vivace arriesgado en el tempo y logrando hacer presentes la cantidad de temas contrastantes de este tercer movimient0, jugando con los acentos y cambios de compás, los fraseos, los aires beethovenianos en los metales, consiguiendo empastar a todos (bien las trompas y mejor la flauta de Myra Pears) con una batuta a veces estilete y otras florete con la que Giancarlo Guerrero fue tocando los resortes necesarios hasta el último Allegro animato e grazioso literal, para brindarnos una versión impecable de la Sinfonía nº 1 en si bemol mayor, op 38 verdaderamente primaveral, primorosa, juvenil e impetuosa.

Antes del concierto confesaba el director americano lo novedoso de la «Cuarta» de Brahms por el juego de acentos que no consiguen el equilibrio sino la inestabilidad como de estar pisando arenas movedizas, con un inicio en el Allegro que arranca con dos notas como si ya hubiera sonado pasada una eternidad previa no escuchada, casi enlazando con lo inexistente. Última sinfonía del hamburgués que no se atrevió a estrenarla en una Viena tal vez demasiado exigente para las obras nuevas, sino en Meiningen dirigida por el propio compositor, y evidentemente esta cuarta lo era, sombría, compleja, de la que Marta García Tejido escribe en las notas al programa lo siguiente:

«El compositor decide presentar la obra antes de su estreno a su círculo de amistades entre las que se encuentra el crítico musical Eduard Hanslick quien muestra su disconformidad, solicitando al compositor la supresión del tercer movimiento y la reelaboración del último. Brahms confía en la solidez de su composición y sin realizar modificaciones la estrena de forma exitosa. El Allegro inicial presenta un complejo tratamiento a nivel textural y rítmico de los tres temas principales. El Larghetto imprime una sonoridad arcaica a través del uso del modo frigio medieval. Una passacaglia barroca inspirada en la línea del bajo del final de la Cantata BWV 150 de J. S. Bach articula el último movimiento. El tema es presentado por la sección de viento del que derivan una sucesión de variaciones con la que concluye esta titánica sinfonía».

Esta obra maestra la afrontó Guerrero con unos tempi perfectos para delinear cada movimiento, desde el casi etéreo Allegro non troppo, bien elegidas las dinámicas marcadas con la izquierda pero también con su batuta dibujante incluso en las subdivisiones, sensaciones inquietantes hasta cierto fatalismo trágico en la cadencia final. El Andante moderato en compás de 6/8 ya nos previno el maestro de las «trampas» en las acentuaciones, de cómo cada parte tiene su explicación, reflexiva e introspectiva, con otra «fanfarria» en las trompas (presentes) y maderas en equilibrio bien matizado, con uno de los temas más bellos de Brahms con recuerdos a «La Quinta de Beethoven», con unos pizzicati rotundos en la cuerda, presente, y la cita al «dios Bach» (este 21 de marzo celebrando su cumpleaños) recuperado por Mendelssohn y desde entonces idolatrado por el resto de los músicos. El  Allegro giocoso es una danza binaria, verdadero y único «scherzo» (aquí aparece el triángulo) en las cuatro sinfonías de Brahms, con toda la orquesta presentando el tema, empastada, juguetona como pedía el director, articulaciones precisas y ligera la sonoridad antes de atacar, ya con la batuta como verdadero sable, el último Allegro energico e passionato, literal por la energía y pasión de Guerrero, de nuevo la passacaglia bachiana (de la Cantata BWV 150) y las variaciones que fueron desgranando todas las secciones cómodas, confiadas, matizadas, dejando fluir este último movimiento de la más titánica y última sinfonía de Brahms, empujados a ese final siempre impactante.

Un triángulo romántico con dos sinfonías, primera y última, unidas en este concierto de éxito con Giancarlo Guerrero saliendo varias veces a saludar, siendo preocupante la poca asistencia de público  (hoy había Danza en el Campoamor) que está perdiéndose una temporada de madurez y buenos programas a cargo de la orquesta de todos los asturianos. A la espera de un concertino titular y acertar con una nueva gerencia que plantee y planee el mejor futuro deseado, personalmente me perderé el siguiente, séptimo de abono del próximo viernes con un programa de «Danzas sinfónicas» (donde participarán alumnos de 5º y 6º de enseñanzas profesionales de danza del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón), coreografía de Tono Ferriol, que recalará primero en Pola de Siero bajo la batuta del mallorquín Antonio Méndez.

PROGRAMA:

Robert SCHUMANN (1810 – 1856):

Sinfonía nº 1 en si bemol mayor, «Frühling» (La primavera), op. 38

I. Andante un poco maestoso – Allegro molto vivace

II. Larghetto

III. Scherzo: Moltovivace

IV. Allegro animato e grazioso

Johannes BRAHMS (1833 – 1897):

Sinfonía nº 4 en mi menor, op. 98

I. Allegro non troppo

II. Andante moderato

III. Allegro giocoso

IV. Allegro energico e passionato

Juglares eternos

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Miércoles 19 de marzo, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Concierto nº 1696 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: José Manuel Montero (tenor), Eduardo Frías (piano). Obras de Schumann y Falla.

En colaboración con POEX25 (Festival de Poesía de Gijón) nada mejor que un recital de lieder, la poesía hecha música o la música poetizada, en dos lenguas tan distintas pero tan líricas como las de Goethe y Cervantes. Como bien explica Ramón Avello en las notas al programa, «La palabra lied viene de un tiempo remoto que remite a los trovadores germanos o minnesinger de la Edad Media. Esta primitiva lírica va pasando por diferentes formas y estilos, para adquirir con el romanticismo una nueva intención: la fusión íntima del poema con la música; de la melodía vocal con el piano. El acompañamiento pianístico deja de subordinarse a la voz, para expresar y trascender emocionalmente el sentido del poema».

El programa que el tenor José Manuel Montero junto al pianista Eduardo Frías trajeron para esta velada de salón en el teatro del paseo de Begoña nos introdujo en ese mundo de la canción, la mejor unidad poético musical donde voz y piano comparten protagonismo, no solo cantar unas melodías acompañadas sino la conexión entre ambas disciplinas con una perspectiva nueva sobre la poesía donde las palabras se encuentran con la música, verdadero diálogo y entendimiento para afrontar dos partes bien diferenciadas.

El propio Montero antes del recital comentaría por alto el proceso por el que Schumann compone su «Amor de poeta» sobre poemas del libro Intermezzo lírico de Heinrich Heine, dieciséis canciones –en realidad escribió veinte– que compuso en una semana (del 24 al 30 de mayo de 1840) pensando en su amada Clara Wieck como desgranando una margarita con continuos cambios anímicos del amor al dolor, del gozo al padecimiento y que los propios versos de Heine (con traducción proyectada en el escenario) sentía tan en primera persona como la música que escribió para ellos «en un rapto de inspiración». El piano tiene momentos propios, solos, pero también con el carácter lírico que en la voz de tenor parecen transportarnos al Schumann más romántico, al amor y desamor de unos juglares atemporales.

La formación alemana de José Manuel Montero se nota desde la primera sílaba, cómo dramatiza cada poema, la expresión doliente de Aus meinen Tränen sprießen, el tormento y traición del Ich grolle nicht, la alegría de Das ist ein Flöten und Geigen, la desesperación del sombrío Ich hab im Traum geweinet o el abandono y la depresión de los últimos, sueños y recuerdos teñidos de una amarga ironía, tan de Heine, aunque sabedores todos del final feliz de este periodo en la vida del compositor alemán. Siempre con un color ideal para este ciclo, con la voz corpórea del tenor madrileño que ha ido ganando con el paso de los años, dicción germana donde cada consonante tiene su duración exacta, a menudo buscando la nota para subrayar una palabra, una sílaba, con unos fraseos ceñidos a lo escrito por Schumann, y el lujo del piano delicado de Eduardo Frías, puede que «abusando» del pedal izquierdo al tener la tapa acústica abierta para nunca sobrepasar la voz, pero encontrando una tímbrica tenue en su momento sin perder tampoco los momentos tensos, fuertes, jugando con las dinámicas y la complicidad necesaria con el tenor, «respirando» juntos, respetando los solos y maridando los conjuntos.

Y de nuestro universal Falla las conocidas Siete canciones populares españolas (1914), que como recuerda Avello «constituyen una de las creaciones esenciales sobre el folklore español. La hondura de Falla, por la que el compositor extrae la raíz más honda de la tradición musical española, resuena en estas canciones». Compuestas en París, y estrenadas en el Ateneo de Madrid en 1915, el propio compositor junto a la cantante polaca Aga Lahowsca las interpretaron para la Sociedad Filarmónica de Oviedo y la de Gijón en este mismo teatro un 11 de diciembre de 1917, casi cien años de una historia que sigue vive, pues estos lienzos líricos elevaron nuestro folklore al mismo nivel que el lied alemán, y han encontrado versiones para todas las voces y transcripciones para instrumentos de lo más variado e incluso orquestaciones. Montero y Frías buscaron su propia tesitura, más grave que la original, ganando en lirismo, «complicando» en algunas el piano pero alcanzando con la lengua de Cervantes la misma hondura que en la de Goethe con la misma complicidad de voz y piano: muy sentida y cercana «nuestra» Asturiana, bravía la Jota, íntima la Nana y abrumador el Polo.

Dos propinas también alternando alemán y castellano, la delicada e íntima Morgen, op. 27 nº 4 de Richard Strauss (1884-1949) con texto de John Henry Mackay (1864-1933), y la marinera Canción del grumete (1938) de Joaquín Rodrigo, con texto anónimo pero hermanando con la música las dos lenguas del recital jugando de nuevo con los ambientes y las emociones de ambos intérpretes que el cercano Cantábrico pareció inspirar la elección de este dúo madrileño:

En alemán «Y mañana el sol brillará de nuevo… (…) y hacia la vasta playa de olas azules / descenderemos callados y lentos / nos miraremos, mudos, a los ojos / y el silencio de la dicha se adueñará de nosotros» para proseguir en castellano con el «En la mar hay una torre / En la mar hay una torre / Y en la torre una ventana / Y en la ventana una niña / Que a los marineros llama / Que a los marineros llama»,  dos sentimientos con olor a salitre, canciones de concierto que volvieron a sonar como juglares eternos en Gijón, capital de la Costa Verde y estos días capital de la Poesía.

PROGRAMA

Robert SCHUMANN (1810–1856):

Dichterliebe, Op. 48 (Amor de poeta) – Textos de Heinrich Heine

1. Im wunderschönen Monat Mai (En el maravilloso mes de mayo)

2. Aus meinen Tränen sprießen (De mis lágrimas brotan)

3. Die Rose, die Lilie, die Taube (La rosa, el lirio, la paloma)

4. Wenn ich in deine Augen seh (Cuando miro en tus ojos)

5. Ich will meine Seele tauchen (Quiero sumergir mi alma)

6. Im Rhein, im heiligen Strome (En el sagrado Rhin)

7. Ich grolle nicht (No guardo rencor)

8. Und wüssten’s die Blumen (Si las flores supieran)

9. Das ist ein Flöten und Geigen (Suenan flautas y violines)

10. Hör ich das Liedchen klingen (Cuando escucho la cancioncilla)

11. Ein Jüngling liebt’ ein Mädchen (Un joven amaba a una muchacha)

12. Am leuchtenden Sommermorgen (Mañana luminosa de verano)

13. Ich hab im Traum geweinet (He llorado en sueños)

14. Allnächtlich im Traumesehichdich (Cada noche te veo en mis sueños)

15. Aus alten Märchen winkt es hervor (En los viejos cuentos)

16. Die alten, bösen Lieder (Las antiguas, malévolas canciones)

Manuel de FALLA (1876-1946):

Siete canciones populares españolas

I. El paño moruno

II. Seguidilla murciana

III. Asturiana

IV. Jota

V. Nana

VI. Canción

VII. Polo

Magisterio del piano

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Miércoles, 12 de febrero, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo: Jornadas de Piano «Luis G. Iberni», Yefim Bronfman, piano. Obras de Mozart, Schumann, Debussy y Tchaikovski.

(Crítica para LNE del viernes 14, con el añadido de los links siempre enriquecedores, tipografía que no siempre la prensa puede adaptar, y fotos propias)

Llegaba en gira, y de nuevo con Oviedo en el mapa musical, el pianista uzbeko Yefim Bronfman (Taskent, 1958), una de las leyendas vivas junto a un Sokolov que lo hará el próximo domingo. Aunque afincado en Nueva York tras ser recriado en Israel, está claro que aún seguiremos hablando de la «Escuela rusa» porque ambos pertenecen a ella en estos tiempos de globalización también en el piano, pero lo que se recibe en la infancia parece permanecer en estos grandes.

El programa que traía Bronfman a la capital asturiana, a quien también podemos nominar para capitalidad del piano al haber pasado por ella toda la élite nacional e internacional, se convertiría en una clase magistral de repertorio e interpretación con un músico por el que no pasan ni pesan los años, poso en cada página sumado al virtuosismo atesorado cada día, dándole una fama bien merecida, con titulares como «técnica imponente, su potencia y sus excepcionales dotes líricas son reconocidos constantemente por la prensa y el público», y así lo corroboramos en un auditorio con buena entrada.

Abrir con Mozart y su Sonata nº 12 en fa mayor, K. 332 (1783) fue la primera lección por una ejecución más allá de lo académico: Allegro brillante,  Adagio lírico y quasi operístico, más el Allegro assai vertiginoso, con ímpetu juvenil, amplio de matices y de sonido prístino.

Siguiente capítulo de magisterio con Schumann y la Arabeske, op. 18 (1839), no solo un ornamento o estilo de contornos figurados, florales o animales utilizados para crear intrincados patrones inspirados en la arquitectura árabe, también un término de danza, una posición de ballet, donde una simple melodía aparece tres veces, interrumpidas por dos pasajes en modo menor donde la melodía no cambia en cada aparición, pero sí nos obliga a reevaluar la figura, como si nuestra visión cambiara cuando se ve a través de las diferentes sombras que proyectan los pasajes intermedios. Un paréntesis emocional entre los problemas del alemán con su amada Clara, verdadero quejido de un artista obligado a trabajar para comer, sin espacio para la imaginación, pero con mucha magia en este corto trabajo de subsistencia que Bronfman interpretó desde una pasional intimad, subyugante en dinámicas.

Tercera etapa en este viaje cronológico, Debussy y tres Images del segundo libro (1911), que puedo calificar de caleidoscopio sonoro pues al francés no le gustaba le asociasen con impresionistas ni simbolistas, aunque su música busque pintar con el sonido, algo que también Schumann reflejó con la frase «El pintor puede aprender de una sinfonía de Beethoven, así como el músico puede aprender de una obra de Goethe». Desde un piano distinto en sonidos hasta entonces lejanos (la inspiración en el gamelán de Java es destacable), Bronfman dibujó óleos, acuarelas y hasta plumillas coloreadas con las Campanas a través de las hojas, la flotante luna luminosa sobre un templo oriental, o Peces dorados, reflexiones acuáticas brillantes y evocadoras, tres cuadros sonoros de pinceladas variadas con un pedal siempre en su sitio, arpegios perlados y la música pintada con el Steinway© ovetense en las manos (y pies) del uzbeko.

Descanso necesario para retornar a la madre patria donde no podía faltar Tchaikovski, al que parecen llevar en los genes tantos pianistas de su generación (Sviatoslav Richter, Shura Cherkassky, Mikhail Pletnev o Sokolov), todos compatriotas y exiliados de la extinta Unión Soviética. El compositor definió su Gran Sonata en sol mayor, op. 37 (1878) como «de perfección inalcanzable», poco frecuentada por los pianistas por «incómoda»  al estar escrita con una reconocible concepción orquestal contenida en el instrumento solista, algo que escuchamos continuamente, y achacándole la falta de familiaridad con la técnica virtuosa del piano, olvidando que también fue un pianista talentoso. Bronfman es todo, virtuoso y talentoso, capaz de afrontar las colosales dificultades que plantean los cuatro movimientos, inaccesible para la mayoría de jóvenes intérpretes. Sonata que requiere además de toda la técnica al servicio de la partitura, una inteligencia musical que el uzbeko demostró sobradamente. Inmenso su esfuerzo, visión llena de pasión, fuerza, melodismo sinfónico por sus amplísimas dinámicas y reminiscencias de todo lo antes escuchado, claridad y equilibrio, cercanía sin gestos para la galería, concentración y toda la energía en una interpretación de máxima entrega.

Aún quedaban fuerzas y ganas para no una sino tres propinas (Sokolov puede llegar a seis) donde seguir demostrándonos su magisterio. De nuevo Tchaikovski y de «Las Estaciones» elegir la Canción de otoño (Octubre), un aire más fresco tras la grandiosa sonata. Con ímpetu juvenil su estudio Revolucionario de Chopin fue de una vertiginosa ejecución en la mano izquierda sin perder nunca el primer plano de la derecha. Y qué mejor que terminar con otro ruso emigrado a los EEUU como Rachmaninov y del Preludio en Sol menor, op. 23 nº 5 la majestuosa y rotunda alla marcia para seguir sentando cátedra desde el piano y reivindicar la capitalidad de Oviedo en el universo musical donde no faltan leyendas como Yefim Bronfman.

PROGRAMA:

-I-

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791):

Sonata n.° 12 en fa mayor, K. 332

I. Allegro – II. Adagio – III. Allegro assai

Robert Schumann (1810-1856):

Arabeske, op 18

Claude Debussy (1862-1918):

Images (Imágenes), 2e série:

1. «Cloches à travers les feuilles» (Campanas a través de las hojas)

2. «Et la lune descendre sur le temple qui fut» (Y la luna se pone sobre el templo que fue)

3. «Poissons d’or» (Peces dorados)

-II-

Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893):

Gran sonata en sol mayor, op. 37

I. Moderato e risoluto – II. Andante non troppo quasi moderato – III. Scherzo: Allegro giocoso – IV. Finale: Allegro vivace

El piano universal

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Miércoles, 12 de febrero, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo: Jornadas de Piano «Luis G. Iberni», Yefim Bronfman, piano. Obras de Mozart, Schumann, Debussy y Tchaikovski.

(Reseña desde el teléfono para LNE del jueves 13, con el añadido de los links siempre enriquecedores, tipografía que no siempre la prensa puede adaptar, y fotos propias)

Comienza una semana muy musical donde disfrutar con dos pianistas que son leyendas vivas: el próximo domingo a las 7 de la tarde Don Gregorio Sokolov, y este miércoles el uzbeko Yefim Bronfman (Taskent, 1958), recriado en Israel y afincado en Nueva York, que resume un pianismo absoluto que destila y aúna lo mejor de la escuela soviética, centroeuropea y estadounidense en un recital cual compendio de universalidad y máxima excelencia.

En esta cita ovetense venía desde Alicante trayéndonos un programa variado y cargado de calidad con músicas de Mozart, Schumann y Debussy, para concluir con el poco programado monumento pianístico que es la Gran Sonata en sol mayor de Tchaikovski. Un recital para seguir sumándolo a la historia ovetense del piano que quedará en nuestra memoria de melómanos.

Primero el inicio para saborear buena parte de la historia del piano: la Sonata 12 en fa mayor de Mozart, brillante y juvenil, la Arabeske de Schumann, intima y pasional, más la segunda serie de las Imágenes de Debussy, caleidoscopio sonoro de campanas, luna luminosa o dorados peces. Una completa lección magistral de tres épocas (clasicismo, romanticismo e impresionismo) desde el universo multicolor de las 88 teclas, que Bronfman fue desgranando con una perfección estilística llena de timbres cincelados en cada nota o frase, potencia escalada de amplios matices, colores, y sobre todo el magisterio y poso que dan los muchos años de minucioso trabajo.

Segunda parte con la rocosa sonata de Tchaikovski, plagada de colosales dificultades en sus cuatro movimientos que la hacen casi inaccesible a la mayoría de intérpretes. El compositor la definió como «de perfección inalcanzable», máximo virtuosismo que requiere de una inteligencia musical que solo se alcanza con el tiempo para poder recrear toda la expresión  y sabiduría, además de mucha sensibilidad para esta apasionada obra con aromas del anterior Schumann o de Beethoven. Bronfman nos dejó una ejecución clara, equilibrada, perfecta desde la cercanía, sin excesos gestuales pero volcado y virtuoso, con toda la expresión del compositor ruso y la entregada interpretación del uzbeko, que pone la técnica siempre al servicio de la Música con mayúsculas.

Espléndidas y espléndido Bronfman aún con fuerza para las tres propinas: más Tchaikovski en Octubre («Canción de otoño» de Las Estaciones), el implacable e impecable Revolucionario de Chopin y para terminar con «alla marcia» del Preludio en Sol menor, op. 23 nº 5 de Rachmaninov. Oviedo también capital del piano.

Buen momento sinfónico

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Viernes, 7 de febrero, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo: Abono 4 OSPA, Sara Ferrández (viola), Jaime Martín (director). Obras de Stravinsky, Schumann y Tchaikovsky.

(Crítica para LNE del lunes 10, con el añadido de los links siempre enriquecedores, tipografía que no siempre la prensa puede adaptar, y fotos propias)

Primer viernes de febrero con una oferta por triplicado en «La Viena española» que no quiero pensar se haga como contraprogramación, dada la meticulosa planificación de la OSPA, en este cuarto de abono.

Volvía como director invitado el santanderino Jaime Martín (1965) quien se encontraba con los aficionados antes del concierto recordando su visita hace ahora 13 años como flauta de la LSO que además interpretarían la «Manfred», aunque esta vez desde el podio y junto a la violista madrileña Sara Ferrández (1995), que mantiene la colaboración artística con la orquesta asturiana.

El programa elegido por el director cántabro, consciente que las grandes obras son para los titulares, supo combinar ese aura literaria que daba título al concierto, Manfred, música y literatura con el conocimiento de la OSPA con la que ha podido trabajar muy a gusto en esta ciudad que le encanta desde su primera visita en aquella caravana londinense (comentando cómo aplaudían ante el paisaje).

Interesante elegir a Stravinsky y su Sinfonías para instrumentos de viento, así llamada por la necesidad de una estructura próxima al griego symphönía (συμφωνία) en cuanto a sonido acorde, pero de un solo movimiento -a partir de dos danzas populares- homenaje a Debussy muerto dos años antes, y cuando el compositor ruso estaba en París. Esta obra revisada en 1947, de apenas 10 minutos, nos permitió disfrutar de los vientos asturianos en solitario para comprobar el excelente momento tanto de las maderas como de los metales, sonoridades compactas y la rítmica tan cercana a la Consagración, con matices y texturas que se agradecen tanto por los propios músicos como para un público ya acostumbrado al sonido de las bandas de música que los sinfónicos engrandecieron.

Sara Ferrández es hermana del chelista Pablo y parece que la música es genética, tocando ya desde los 3 años, así que elegir el «Concierto para violonchelo en la menor», op. 129 de R. Schumann (otro enamorado del Manfred byroniano) parecía lógico llevarlo a su viola en una adaptación que mantiene toda la carga instrumental pero de sonido menos grave aunque más matizado, especialmente en los agudos. Los tres movimientos sin pausa fueron una muestra de buen hacer por parte de todos: una concertación desde el podio con el balance idóneo para mantener la viola siempre en primer plano, dinámicas acertadas, ropaje orquestal a medida de la solista y complicidad en las respuestas instrumentales entre tutti y viola desde la escucha e interiorización de cada sección. La cadencia final fue un prodigio de fraseo y sonido por parte de Ferrández que volvió a emocionar al auditorio.

De regalo otra demostración de que la música corre por sus venas: nada menos que la «Courante» de la Suite nº1 de Bach que la madrileña ha llevado al disco.

Tchaikovsky siempre es tentador y exigente para toda orquesta, por lo que no suele faltar cada temporada aunque se tienda a las últimas, así que optar por esta cuarta y media que es la «Sinfonía Manfred» en si menor (1885), sin numeración, resultó la mejor opción para un Jaime Martín que la conoce desde los dos lados del atril, y la OSPA ya interpretase alguna vez en sus 33 años de historia. Con una plantilla ideal para la ocasión y tras un excelente rodaje en la primera parte, el momento por el que pasa la sinfónica asturiana es álgido pese a todos los contratiempos, pudiendo aplicar el dicho de «a mal tiempo, buena música». Cuatro movimientos para demostrar un sonido compacto, rotundo y sutil, todas las secciones rindiendo al mejor nivel y la(s) buena(s) mano(s) de un director que sabe dónde exigir porque la respuesta es inmediata. El Lento lúgubre fue narrando las torturas del personaje de Lord Byron que Berlioz no se atrevió a asumir pero sí el ruso, otro enorme orquestador y en plenitud creativa donde su propia vida parece el espejo del personaje romántico, llegando a considerar esta sinfonía la mejor de las escritas para finalmente abominar de ella y optar solamente por este primer movimiento. Trompas empastadas, fraseos claros de una cuerda aterciopelada comandada de nuevo por Aitor Hevia, bien equilibrada en los bajos, la madera con un clarinete bajo enorme y arrancando espontáneos aplausos tras su final apoteósico. El Vivace con spirito resultó vertiginosamente claro pese al virtuosismo exigido, escuchándose todo a la perfección y bien balanceado desde el podio, rico en matices y valiente en el tempo. Felicidad poder escuchar el protagonismo del Andante con moto tanto en un oboe celestial como la trompa lejana, todos arropados por una orquesta sutilmente poderosa en todas las secciones y solistas jugando con una mezcla de enigmática alegría. Y el Allegro con foco realmente grandioso, una percusión enorme y precisa, cuerda incisiva, metales potentes bien ensamblados, con un juego de claroscuros tímbricos junto a la madera más la orquestación «puro Tchaikovsky» con un Martín valiente en el aire y marcando las tensiones siempre fieles a la partitura. Momentos de optimismo y belleza (bravo las dos arpas que no figuraban en el programa), y evitando el final original al carecer de órgano (no es buena la opción de los eléctricos) y la grandiosidad que supone, pudiendo dejarnos distantes por lo escrito tras todas las emociones anteriores, el maestro cántabro optó, como muchos otros, por la adaptación del maestro ruso Yevgueni Svetlánov (autor de una «Antología de la música rusa» a lo largo de más de 30 años) que desemboca retomando material del inicio en una vorágine sonora muy aplaudida por el público.

Buen momento sinfónico el vivido este viernes que esperamos se mantenga a lo largo de los próximos programas, sin olvidarnos de las dominicales matutinas y camerísticas cada mes, otro momento para comprobar el excelente estado de los músicos de la OSPA.

Entrega sinfónica

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Viernes, 7 de febrero, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo: Abono 4 OSPA, Sara Ferrández (viola), Jaime Martín (director). Obras de Stravinsky, Schumann y Tchaikovsky.

(Reseña escrita desde el teléfono para LNE del sábado 8, con el añadido de los links siempre enriquecedores, tipografía que no siempre la prensa puede adaptar, y fotos propias)

Con el título «Manfred, música y literatura» llegó ayer el cuarto de abono de la OSPA en un viernes con triple oferta (en Campoamor y Filarmónica que merma la de por sí baja afluencia a la orquesta del Principado), y el regreso al podio del nuevamente director invitado, el cántabro Jaime Martín, junto a la violista madrileña Sara Ferrández, que interpretaría una adaptación del Concierto para violonchelo de Schumann. Interesante opción donde la viola aporta esa sonoridad a caballo entre violín y chelo más «vocal» y cercana en la intensa interpretación de Ferrández (hermana de Pablo el chelista) con una cadencia final perfectamente arropada por la OSPA en excelente concertación del maestro Martín.

Propina bachiana con la «Courante» de la primera suite para redondear, en el amplio sentido de la palabra, una interpretación llena de musicalidad con la violista más internacional.

La velada se abría con Stravinsky y las «Sinfonías para instrumentos de viento» de título equívoco, al no serlo formalmente sino como la entendían los griegos («sonido acorde»), revisada en 1947. Un solo movimiento donde poder disfrutar de los vientos sinfónicos en solitario para este tributo a Debussy con la rítmica siempre fogosa del ruso, entonces por París. Buena interpretación y empaste ideal con la química de Martín en el podio, tal vez rememorando sus años de flautista alcanzando esa sonoridad tan bandística y rotunda muy matizada.

Tchaikovsky es el gran sinfonista de la historia y su «Manfred» (compuesta entre la 4ª y la 5ª) es cual poema que relata al torturado personaje de Lord Byron, siendo poco habitual escucharla, por lo que se agradece la elección de Jaime Martín. Plantilla ideal, compacta, solistas perfectos, pasajes delineados donde poder escucharse todo lo escrito por el ruso sin tacha para ninguna sección. Impactante el primer movimiento con los metales brillantes, vertiginoso segundo de maderas virtuosas, enigmático y luminoso el tercero con la cuerda comandada por Aitor Hevia más clara que nunca, y ese grandioso «allegro» con fuego lleno de luces y sombras con las tímbricas limpias (bravo las dos arpas) y variadas, expresando todas las emociones tan características e identificables del genio ruso, cerrando un concierto pleno de entrega por parte de todos gracias a un Jaime Martín siempre convincente y convenciendo a «tutti».

El instrumento perfecto

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Lunes 27 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Royal Concertgebouw Orchestra, Janine Jansen (violín), Klaus Mäkelä (director). Obras de Purcell, Britten, Dowland y Schumann. Fotos propias y de Alfonso Suárez.

Cada pianista suele tener (y a menudo elegir) una marca con la que se identifica y siente más cómodo para sus conciertos, y así Steinway©, Yamaha© o Bösendorfer© son el instrumento preferido aunque normalmente tengan que «lidiar» con otros y no siempre en el estado ideal para una buena interpretación. Pese a todo tampoco todos saben sacar el máximo partido a un buen piano, y el buen ejecutante siempre hará sonar como suyo todo teclado con el que se encuentre, mientras tampoco las buenas marcas son seguro de buen concierto dependiendo quién las haga sonar.

Este paralelismo pianístico inicial lo traigo por el orquestal, recordando a Berlín, Viena o Ámsterdam, pues sus filarmónicas son como empresas que suponen tener el material con el que todo intérprete quiere construir, formando parte suya, y los directores ponerse al frente con «el instrumento perfecto». Por Oviedo han pasado esas «tres marcas» y no siempre con el mejor ejecutante de tan grandes instrumentos sinfónicos, pero tengo claro que el finlandés Klaus Mäkela (Helsinki, 17 de enero de 1996) hace sonar más que bien toda orquesta que dirige, haciéndose el deseado desde la primera  vez que trabaja con ellas y asombrando allá donde quieren «ficharlo».

Si en Granada me ganó para la causa con dos conciertos y una buena orquesta como la de París -que dicho sea de paso no está entre las «marcas famosas»- ya en Oviedo (parada entre Barcelona y Madrid) venía con la Real Orquesta del Concergebouw de Ámsterdam (RCO) de la que será su titular a partir de 2027 (simultaneándola con la de Chicago) para seguir reafirmándose como «uno de los más prometedores jóvenes directores del mundo» en el más esperado de los conciertos de esta temporada, «transformando cada debut en algo similar a un flechazo sentimental« como escribía en una entrevista de este lunes Pablo L. Rodríguez, autor de las notas al programa. El director finlandés es un intérprete de altura que, con un instrumento perfecto como la real orquesta neerlandesa (parece no es correcto decir holandesa), volvió a enamorarnos y hacer caer rendido a un auditorio al completo, sabedor de estar ante otro concierto histórico en la capital asturiana.

Este programa que traían a Oviedo (y segundo de Madrid, que no harían en Barcelona) podría calificarse de atrevido por inusual pero muy coherente al encontrarnos para la primera parte con la Marcha de la «Música para el funeral de la Reina Mary», Z. 860 de Purcell junto al Concierto para violín y orquesta, op. 15 de Britten ya con Janine Jansen (Soest, 7 de enero de 1978) preparada, pues el solo de trompetas y trombones a pares con el atabal enlazarían sin pause con el redoble de timbal que arranca el primer movimiento del concierto de violín. Y es que Britten fue devoto admirador de su compatriota Henry Purcell, al igual que un excelente intérprete de Schumann (para la segunda parte) tanto al piano como dirigiendo. El inicio de los solistas de la RCO mostró al Mäkela inteligente en dejarles mandar sin marcar, pues ya conocemos cómo trabaja el joven finlandés. Y la entrada del concierto de Britten ya resaltó las características tan personales de su arte de dirigir. Perfecto concertador atento a la solista y capaz de sacar toda la gama dinámica de la orquesta para poder disfrutar al completo la emocionante interpretación de Janine Jansen con su Stradivarius ‘Shumsky-Rode’ (1715). Todos ellos se conocen, trabajan juntos a menudo y la complejidad técnica del compositor británico no fue obstáculo para ninguno de los artistas demostrando respeto, admiración y un amor por la música común.

El sonido de la violinista de Países Bajos es increíble, llega a todos los rincones con una paleta de recursos y colores únicos, hasta en los armónicos. Su musicalidad trasciende más allá del propio instrumento, es corporal, con un arco tan increíble como su digitación estratosférica, pura emoción que transmitió en los tres movimientos, siempre perfectamente balanceados por Mäkela y una RCO ideal en sonido y empaque con la plantilla perfecta (calcular a partir de la cuerda: 14-12-1o-8-6, hoy comandada por el concertino Vesko Eschkenazy). Las indicaciones de Agitato o Animando fueron literales hasta la Cadenza previa al inicio del tercer movimiento que logró un reverencial silencio por parte de todos hasta ponernos la carne de gallina. Este triunvirato de «solista, orquesta y director» en este concierto logró engrandecer esta primera parte que dejó muy alto el listón y exhausta a la virtuosa, saliendo a saludar hasta en cinco ocasiones pero imposible regalar una propina tras el esfuerzo físico y mental de un Britten para el recuerdo.

Con la misma coherencia llegarían las obras unidas en la segunda parte: las Lachrimae antiquae de Dowland y la poco interpretada segunda de Schumann (además de continuación de la primera, pues como bien relata Luis Gago en el programa de mano para Ibermúsica, «Robert Schumann como Benjamin Britten padecieron fuertes episodios melancólicos o, en terminología más moderna, depresivos. Se acentuaron, claro, al final de la vida de uno y otro como consecuencia de la enfermedad: los trastornos mentales derivados de una antigua y muy probable infección de sífilis en el primero y severas dolencias cardíacas en el segundo, que afectaron seriamente a la movilidad de la parte derecha de su cuerpo de resultas de un infarto, lo que le impidió tocar el piano, una de sus ocupaciones predilectas, y le obligó a desplazarse en silla de ruedas»). Y estas notas las titula «Melancolías» pues nadie como Dowland puede traducir este sentimiento y el arreglo elegido para el concertino, el violín segundo, dos violas y cello de la RCO cual ensamble de violas renacentista, verdaderas lágrimas antes de la Sinfonía nº 2 en do mayor, op. 61 de Schumann dirigidas de memoria por un Mäkela que las conoce a fondo, al igual que los neerlandeses.

La gestualidad del director finlandés es propia, estilizado cuerpo cimbreante, danzante por momentos, encogido o estirado, con una mano izquierda que frasea, delinea, agita, corta o aminora, más la batuta cual varita mágica ágil, vibrante, marcando sin ofender y dibujando en el aire. Escuchar esta segunda sinfonía de Schumann (estrenada en Leipzig el 5 de noviembre de 1846) observándole dirigir es un placer visual junto al sonoro. Escrita durante los primeros síntomas del deterioro mental que según confesión del compositor  «hablaba de la resistencia del espíritu» -lo que le supuso una verdadera batalla contra su mala salud- si el programa de este concierto demuestra cohesión de principio a fin, esta segunda sinfonía también. Mi admirado tocayo la disecciona como buen profesor en las notas al programa, y puedo comentarla a partir de ellas: A través de un tema común siempre claro en la RCO, presentado en el allegro inicial por unos metales siempre nobles en un tempo «un poco più vivace», el mismo tema que volvería a sonar al final del movimiento y también del scherzo, siempre enunciado por la misma familia de instrumentos con una claridad meridiana de los neerlandeses. El scherzo va en segundo lugar en vez del habitual adagio, y jugando con las notas del nombre de Bach en alemán. Mäkelä subrayó la ternura del Schumann más lírico, apoyado primero en una cuerda increíble, donde las fusas a unísono sonaban todas a una perfectamente encajadas, más el momento estelar del oboe (recordando que Lucas Macías ocupó esa plaza). El último allegro victorioso resultó impecable, triunfante y elegante como la dirección de Mäkelä, con el movimiento del que Schumann afirmó le hizo revivir y sentirse mucho mejor de su aflicción al ponerle punto final, y así nos hicieron sentir este instrumento perfecto con el mejor intérprete del momento.

Y de regalo otra delicatesen para recordar: el Andantino del entreacto nº 3 de la «Rosamunde» D. 797 de Franz Schubert, imposible mejorar lo escuchado este último lunes de enero en Oviedo, fecha para la historia musical de «La Viena Española» que no me cansaré de repetir.

PROGRAMA:

Primera parte

Henry Purcell (1659-1695):

Marcha de la «Música para el funeral de la Reina Mary», Z. 860

Benjamin Britten (1913-1976):

Concierto para violín y orquesta, op. 15

I. Moderato con moto – Agitato – Tempo primo

II. Vivace – Animando – Largamente – Cadenza

III. Passacaglia: Andante lento (Un poco meno mosso)

Segunda parte

John Dowland (1563-1626):

Lachrimae antiquae

Robert Schumann (1810-1856):

Sinfonía n.° 2 en do mayor, op. 61

I. Sostenuto assai – Un poco più vivace – Allegro, ma non troppo

II. Scherzo: Allegro vivace

III. Adagio espressivo

IV. Allegro molto vivace

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