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Gloria a Amneris

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Viernes 13 de diciembre de 2024, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVII Temporada de Ópera: «Aida» de Verdi.

(Crítica para OperaWorld del sábado 14, con las fotos de Iván Martínez, y propias al finalizar la función, más el añadido de los siempre enriquecedores links y la tipografía que no siempre se puede utilizar)

«Aida» marcaría un hito en la historia musical italiana siendo la culminación de la llamada “grand- opéra”, pues Verdi compuso una obra ambientada en el Egipto faraónico llena de teatralidad, más allá de un libreto plagado de sucesos inverosímiles y anacronismos pero también de intimismo dramático. Los amores desgraciados entre la princesa etíope y el capitán de la guardia egipcia cautivaron al público desde su primera representación y en Oviedo ya había ganas de volver a disfrutarla, pues desde 2005 no se subía a las tablas del Campoamor este penúltimo título de la actual temporada asturiana, nada menos que con el montaje de la llamada “piccolina Aida” por el propio Franco Zeffirelli quien la diseñase para el coqueto Teatro Verdi de Busetto en el festival de 2001 que lució y mucho en el centenario coliseo carbayón.

Esta gran ópera que es «Aida» tiene todos los ingredientes “faraónicos” por su grandiosidad coral, exotismo, monumentalidad, colorido orquestal junto a la necesidad de unas voces poderosas que deben conjugarse con el dramatismo y la fuerza lírica más allá del propio triángulo protagonista. Con más concertantes -sobre todo dúos- que romanzas, como llama Verdi a las arias, encontrar el elenco ideal que logre el equilibrio de todos para transmitir la psicología de las voces no es nunca tarea fácil. Si la monumentalidad es uno de los adjetivos para «Aida» está claro que esta función asturiana lo merece dentro del diseño “cinematográfico” fiel al compositor, bien iluminado y que tan bien encaja en el Campoamor por el número de voces, figurantes y bailarines, añadiendo un foso (más la banda interna) colosal, sumándole el colorido y acertado vestuario más un reparto homogéneo que lo dio todo sobre la escena.

El respeto tanto de Verdi como de Zeffirelli por la eficacia dramática del texto en ningún momento hizo pesar la escena ni los despliegues en ella sobre los protagonistas, todos perfectamente organizados por Vivien Hewitt con cantantes físicamente verosímiles en sus papeles para conjugar dramatismo e intimismo, con gran expresividad por parte de todos y cada uno, superponiéndose individualidad y colectividad. Lo visto y escuchado este frío viernes de Santa Lucía fue buen ejemplo de lo que buscaba el genio de Busseto: dotar a las voces de mayor expresividad huyendo de malabares ornamentaciones, con una partitura muy “cantabile” donde impera la melodía, siempre con buen balance entre foso y escena, todo en su sitio al contar con un reparto eficaz en cuanto a los volúmenes requeridos, aunque parece que el problema indicado por Verdi en los matices (ppp, dolce o morendo) perdure en el tiempo, y es que «Aida» sin permitir lucimientos técnicos, sí es exigente en los fraseos, pero sobre todo en la intensidad de emisión a lo largo de toda la tesitura, esenciales para el dramatismo del propio libreto tan bien reflejado sobre la partitura.

Del trío protagonista quien más problemas tuvo con las dinámicas fue el potente Radamés de Jorge de León, tenor de color ideal para el personaje y con volumen suficiente en todo el registro del que esperaba mayor contención para los momentos íntimos, careciendo de la expresividad para resaltar la melancolía o la ternura. Comenzar con la conocida aria Celeste Aida es un reto para todo tenor y el canario lo solventó con más potencia de la requerida para la escena, al igual que los dúos, tríos y concertantes donde pudo más la fuerza, necesaria,  que la ternura. Mejor junto al Nilo con su amada, siendo destacable el final O terra addio con Aida más melancólico y sentido.

La esclava etíope encontró en la italiana Carmen Giannattasio todos los atributos verdianos con su timbre de voz cálido y suave que encajó a la perfección con su rol desde una buena línea de canto de máxima expresividad y buen empaste con todos, destacando su enérgica línea de canto en las multitudinarias escenas corales, manteniendo el registro agudo y con soltura en el paso al grave, sumándole unos buenos “fiatos” en los solos (el Gloria ai Numi o el Trionfo de los actos primero y tercero respectivamente) e impecable el entendimiento con Radamés, sin dejarme el nostálgico O patria mía del tercer acto o la emocionante escena con la romanza Retorna vincitor así como el sentido dúo con la mezzo Amore, amore.

Quien se coronó como reina en Oviedo fue Ketevan Kemoklidze, una Amneris solvente vocal y escénicamente, uno de los grandes roles de Verdi para mezzo que algunos han llamado “la Éboli faraónica”. Desde una tesitura que se mueve abundantemente en los registros medio y grave, pese al color tan diferente en ambos, la georgiana logró máxima expresividad en ambos al igual que con unos agudos más que suficientes, de timbre bien diferenciado y más oscuro en los agudos al unísono con Aida, volcándose en la dualidad pasión-violencia de su personaje desde unos celos a los que Verdi pedía tener “chispa diabólica”, y Kemoklidze la tuvo hasta el final sobre la losa que cierra la cripta implorando la paz.

Los barítonos verdianos son casi una categoría en sí, por una tesitura alta y un color especial. El Ma tu re suplicante del segundo acto fue la carta de presentación de Àngel Òdena, un Amonasro impresionante en todo: heroico, poderoso en timbre, entendiendo e interpretando el dolor y el patetismo pero también el consuelo en el dúo con Aida, personalmente un tarraconense rey ovetense muy aplaudido.

También estaría tocado con corona regia dese su primera aparición (consultando a Isis quién será el general de los ejércitos) el malagueño Luis López Navarro, “bajo cantabile” de proyección suficiente en los grandes concertantes y con carácter, al igual que el alicantino Manuel Fuentes, un bajo joven pero ya profundo que aún irá ganando volumen con el tiempo. Su Ramfis de timbre redondo en toda su extensión resultó igual de solvente escénicamente y majestuoso su Gloria ai Nuri!.

Por cerrar el elenco vocal y pese a la brevedad de sus apariciones, muy segura desde el fondo del escenario la debutante mezzo asturiana Carla Sampedro como sacerdotisa, y Josep Fadó, el siempre seguro tenor de Mataró como mensajero, llamado a tener más papeles protagonistas siendo un lujo tenerlo dentro del elenco de esta producción, ayudando a mantener ese equilibrio vocal sobre las tablas.

Punto y aparte merece el Coro “Intermezzo” titular de la Ópera de Oviedo, porque «Aida» les exige de principio a fin: sacerdotisas y esclavos, pueblo y prisioneras, hombres y mujeres dentro o fuera de escena, juntos y separados con momentos “a capella” impecables, afinados, empastados, seguros en las entradas, amplitud de matices desde unos poderosos fortissimi a los delicados pianissimi, constituyendo el verdadero apoyo de cada escena tanto cantada como actoral (bravo por las esclavas “arpistas”), excelentemente preparados por Pablo Moras, siendo un pilar imprescindible en cada temporada, madurando en cada título que con este Verdi han podido dar la talla como así se les reconoció al final de la función.

De la OSPA que volvió al foso tras la anterior «Arabella», pese a la inestabilidad emocional que supongo tendrán por distintos problemas que han saltado a toda la prensa nacional, la orquesta asturiana siempre funciona, hoy de plantilla ampliada y contando con la Banda de Música “Ciudad de Oviedo” como banda interna, así como el cuarteto de trompetas en escena redondeando esta monumental «Aida» llevada con mano de hierro por Gianluca Marcianò, siguiendo todas las indicaciones del director italiano, incluso las siempre difíciles fuera de escena, por momentos excesivo en las dinámicas (puño en alto) aunque sobre el escenario sabía que responderían, exprimiendo cada pentagrama con la música de Verdi y realzando la acción dramática con soltura y seguridad. Pese a algún problema de afinación en la cuerda (el frío siempre influye) el resultado global fue notable, con unos solistas de calidad más que demostrada, desde el oboe hasta el arpa pasando por la flauta o una percusión siempre en el plano correcto.

Redondeando la grandiosidad egipcia, además de la cantidad de figurantes, merecen mención especial las cinco bailarinas con Olimpia Oyonarte que también se encargó de la coreografía, parte importante de esta “gran ópera italiana” que trajo Egipto a Oviedo con la mejor escena y vestuario posibles. Larga vida a Verdi.

FICHA:

Viernes 13 de diciembre de 2024, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVII Temporada de Ópera. G. Verdi (1813-1901): «Aida», ópera en cuatro actos, con libreto de Antonio Ghislanzoni basado en la versión francesa de Camille du Locle de la historia propuesta por el egiptólogo francés Auguste Mariette. Estrenada en el Teatro Vice-Real de la Ópera de El Cairo el 24 de diciembre de 1871. Producción SUONI, edizione Busseto.

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Gianluca Marcianò – Directora de escena: Vivien Hewitt – Escenógrafo: Franco Zeffirelli – Diseñadora de vestuario: Anna Anni – Iluminador: Gianni Mirenda – Coreógrafa: Olimpia Oyonarte  Director del coro: Pablo Moras.

REPARTO:

El rey: Luis López Navarro (bajo) – Amneris: Ketevan Kemoklidze (mezzosoprano) – Aida: Carmen Giannattasio (soprano) – Radamés: Jorge de León (tenor) – Ramfis: Manuel Fuentes (bajo) – Amonastro: Àngel Òdena (barítono) – Un mensajero: Josep Fadó (tenor) – Una sacerdotisa: Carla Sampedro (mezzosoprano).

Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias

Banda de Música “Ciudad de Oviedo”

Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo)

Aida nos espera

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Este año operístico asturiano (que no la temporada aún pendiente de finales de enero con Las bodas mozartianas) se cierra en Oviedo este viernes 13 a las 19:30 horas (festividad de Santa Lucía) con una muy esperada «Aida» de Verdi que seguro agotará las entradas, pues no se subía a las tablas del Teatro Campoamor desde 2006, lo que ya ha generado muchas expectativas en toda la prensa especializada (lo contaré como es habitual para Opera World pero también desde este blog), con un elenco de talla mundial junto a la escenografía original de Zeffirelli, su llamada piccolina Aida.

Además de rescatar de mi biblioteca el libreto publicado por Ediciones Daimon de Elena Posa y el siempre recordado Roger Alier, también saqué de mi videoteca esta maravilla de 1986 (ya por entonces en estéreo, con el vídeo y televisión de tubo enchufados a mi cadena de música cuando no había redes sociales) y unas voces únicas: Pavarotti, María Chiara, Ghena Dimitrova, Paata Burchukadze, Nicolai Ghiaurov y nuestro Juan Pons en la Scala milanesa con Lorin Maazel en el podio en la producción de Luca Ronconi. Para seguir preparándome cada función, pues como dice el refrán muriendo y aprendiendo (atribuido al sabio Salomón), suelo ir habitualmente a las conferencias previas que la Fundación Ópera de Oviedo organiza en el Club de Prensa de La Nueva España (de la que también soy colaborador).

El pasado martes 10 estuve aprendiendo de dos maestros presentados por el responsable de publicaciones  Adolfo Domingo López: primero de mi querido compañero de facultad y andanzas el arqueólogo Ángel Villa Valdés, sin perder de vista y reivindicar la propia arqueología asturiana (Del Nilo al Navia), y a continuación con el doctor en Musicología formado en Oviedo y especialista en Verdi Víctor Sánchez Sánchez, que nos acercarían a los orígenes de la llamada «Egiptomanía» para entender mejor al Verdi de Aida.

Ambos pasaron revista a las personalidades que movieron al genio de Busetto a escribir una gran ópera ambientada en el Egipto siempre mágico (el enlace lleva a la conferencia íntegra).

Así, el doctor Villa Valdés nos habló de Napoleón, del entorno histórico del momento, centrando ya en su terreno de nombres como Dominique Vivant Denon, que realizó el primer recuento de aquellos monumentos desconocidos en Europa y «rapiñó» muchas de las obras que acabaron en museos como el Británico, el Louvre y en menor medida los alemanes o el florentino (visitado por Verdi); de Gian Battista Belzoni, gigantesco y forzudo arqueólogo de vida curiosa; del prusiano Karl Richard Lepsius; no podía faltar Auguste Mariette, arqueólogo y totalmente relacionado con nuestra Aida, pues aconsejará al compositor sobre el libreto y diseñará el vestuario para la ópera (era un gran dibujante); de Jean François Champilion y la Piedra Roseta para cerrar la lista con Howard Carter, conocido por descubrir la famosa Tumba de Tutankamon, enfocando la arqueología desde la inicial a la actual que mira más al pueblo, sus costumbres, útiles y el peso español que hemos tenido en esta disciplina, aclarando que las ruinas restauradas siguen siéndolo, ruinas que deben mantenerse como tales por todo lo que aportan, citando también los documentos históricos del asturiano José María Flórez Gonzalez (de Cangas de Narcea), de Antonio García Bellido descubriendo el Castro de Coaña, y por supuesto de nuestro ilustre Juan Uría Riu, añadiendo yo al propio Ángel  Villa Valdés en esta lista de personalidades, pues sigue trabajando desde 1995 en los castros de Chao de Sanmartín y Coaña con los mismos criterios con los que actualmente se interviene en los yacimientos egipcios.

Egipto siempre atrae pero también por un sentimiento que fascina como es la eternidad de una belleza indescriptible. Por su parte el catedrático Víctor Sánchez también hablará de Mariette, de su labor como difusor de «lo egipcio» desde la grandiosidad y el misterio, las excavaciones o mejor desenterramientos, citando “La caja de las magias” por la referencia teatral y visual de esta ópera faraónica en todos los sentidos, que también se encuentra en «mi joya de libreto» (imprescindible el capítulo Ópera, tumbas y sabios), y el origen del proyecto de Verdi , las cartas y correspondencia en 1870 con Giulio Ricordi, siendo autor del propio “guión original”, con una idea que le llega de Europa como compositor cosmopolita que era, plagado de anécdotas, su documentación de los instrumentos e historia previa con las «mentiras» de François Joseph Fétis,  y aclarando que no la escribió para la inauguración del Canal de Suez, aunque era lo noticiable entonces, sino para el construido exprofesso Teatro Vice-Real de El Cairo, pues la capital egipcia se unía a las grandes ciudades con un teatro de la ópera, que se inauguraría antes con «Rigoletto» (el 1 de noviembre de 1869), siendo el estreno de «Aida» el 24 de diciembre de 1871, y donde no acudió el compositor por la Guerra Franco-Prusiana, además de ser poco viajero pero que ya estaba preparando el estreno de esta última ópera de encargo (cobrando 150.000 francos de entonces) donde podía «controlarlo todo», sin perder de vista la brutalidad de todas las guerras incluida ésta llevada a la ópera aunque «suavizada» y llena de simbolismos.

En Oviedo el elenco parece equilibrado (toco madera) por el trío protagonista: Amneris (la mezzo georgiana Ketevan Kemoklidze debutante en Oviedo), Aida (la soprano italiana Carmen Giannattasio también nueva en Oviedo) y Radamés (mi admirado y muy querido en Oviedo el tenor canario Jorge de León), sin olvidarme del resto: El rey (Luis López Navarro, bajo), Ramfis (Manuel Fuentes, bajo), Amonastro (el catalán Àngel Òdena, barítono), Un mensajero (Josep Fadó, tenor) y Una sacerdotisa (la mezzo asturiana Carla Sampedro). Habrá también un segundo reparto que me perderé por cuestiones de agenda.

En la dirección musical al frente de la OSPA estará mi bien recordado italiano Gianluca Marcianò con la directora de escena Vivien Hewitt y la escenografía que Franco Zeffirelli diseñase para el coqueto Teatro Verdi de Busetto, más el vestuario de la oscarizada y «musa» del director, la florentina Anna Anni. No puede faltar en esta gran ópera verdiana el Coro Intermezzo, titular de la ópera ovetense, que prepara Pablo Moras.

Dolores que son alegrías

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Jueves 27 de abril, 20:00 horas. Teatro Campoamor (Oviedo),  XXX Festival de Teatro Lírico Español: «La Dolores», drama lírico en tres actos. Música y libreto de Tomás Bretón (Salamanca, 1850 – Madrid, 1923), basado en el drama rural de José Feliú y Codina. Estrenado en el Teatro de la Zarzuela el 16 de marzo de 1895. Nueva producción del Teatro de la Zarzuela. Conmemoración del centenario del fallecimiento de Tomás Bretón (1923-2023). Edición crítica de Ángel Oliver Pina (Ediciones AUTOR / ICCMU, Instituto Complutense de Ciencias Musicales, 1999).

Crítica para Ópera World del viernes 28 de abril, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y de Alfonso Suárez, y tipografía que a menudo la prensa no admite.

Continúa en “La Viena Española” la trigésima edición del Festival de Teatro Lírico Español nada menos que conmemorando el centenario del fallecimiento del salmantino Tomás Bretón (1850-1923) y su ópera (o drama lírico) «La Dolores» con una producción a lo grande, como se merece, con aforo completo para las dos funciones que ya piden ampliarse, y muchas ganas de disfrutar este título tan poco representado del autor de «La Verbena de la Paloma».

Oviedo tiene un prestigio ganado que sólo admite obras de gran nivel pero apostando igualmente por recuperar nuestro patrimonio lírico. Y la producción llegada del teatro de la madrileña calle Jovellanos (que pudieron disfrutar en la capital a finales de enero y principios febrero) hubo de apretarse un poco para este espectáculo de primera con casi un centenar de artistas en escena más otros tantos músicos dentro y fuera de las tablas, sin reparar en nada: gran orquesta, banda de música, rondalla, amén de dos coros, adulto e infantil, junto a bailarines, acróbatas, gigantes y cabezudos, por lo que armar en el Campoamor semejante grandeza supongo serían los únicos “dolores” dado que el resultado fue una auténtica alegría, sumándole la presencia en los papeles principales de muchas voces conocidas de la tierra, todo ello comandado por el ovetense Óliver Díaz que domina toda la materia prima de este gran drama lírico de Bretón.

Casi tres horas de espectáculo a lo grande que fue creciendo como la propia partitura del salmantino, un preludio en cada acto que incluye la escenografía de Amelia Ochandiano con unas acrobacias especiales, bellísimas plásticamente (sobre todo en el onírico acto final), haciendo lucir aún más las partes instrumentales donde la Oviedo Filarmonía brilló con luz propia, manteniendo el poderío incluso en los concertantes que por momentos taparon las voces solistas, aunque también los hubiese de buen balance gracias igualmente a la potencia de algunas voces que sobresalieron por volumen, entrega y buen gusto según fue avanzando la representación.

La banda fuera de escena, dirigida por David Colado, también se lució encajando tímbrica y rítmicamente con el foso. La rondalla langreana quedó algo atrás en dinámicas aunque en la última jota pudimos disfrutar de unas bandurrias mucho más presentes, bien ajustadas desde el podio y empastadas con la orquesta.

La partitura de Bretón está llena de detalles wagnerianos, italianos y hasta franceses sin olvidar el aire español, cambios estilísticos que el maestro Díaz intentó subrayar y encajar, siendo probablemente el más completo la famosa jota Aragón la más preciosa del primer acto, con todas las voces “Grande(s) como el mismo sol” incluyendo una Capilla Polifónica que no tuvo mayores problemas con ella, volcándose en esta popular página, destacando el excelente cuerpo de baile donde las castañuelas mandaron y marcaron. Con todo sigue siendo el momento esperado, emocionante y tan aplaudido que se bisó desde el dúo de joteros.

Si la escena fue bien pensada acercándola a los años 50 con un vestuario acorde y los decorados adaptables a cada acto, esta ópera romántica necesita de voces sutiles, flexibles y capaces, exigentes por tesitura y expresión buscando jugar con los colores ante los “duelos” de barítonos o tenores que plantea esta magna ópera del compositor salmantino.

La soprano cubanoamericana Monica Conesa, debutante en Oviedo, fue una Dolores para recordar. De voz corpórea, homogénea con graves suficientes y agudos nunca excesivos manteniendo no ya el color sino la gran expresión de su personaje a lo largo de toda la obra, despuntó desde su seductora aparición en el primer acto, pasando por los desafiantes y enérgicos dúos con Melchor, hasta con los de Lázaro, el intimista “¡Vencida estoy por mi cruel destino!” de la novena escena del segundo acto, o ya en el tercero su aria “Tarde sentí cuitada…” y el dúo final. Expresiva, valiente, jugando con los registros para coquetear y enamorar a todos pero arreada como buena maña a quien la copla atormentará, al igual que al pueblo de Calatayud.

En este ambiente verista, el canario Jorge de León encarnó un Lázaro que comenzó incómodo por tesitura y terminó siendo de los más aplaudidos según fue entrando en calor, tanto en el “madrigal” del segundo acto como en el maravilloso dúo final “¡Dolores mía!” tan operístico, una pareja de voces dejándose la piel con un papel endiablado, que fue creciendo expresivamente desde unos agudos claros para este tenor valiente y arrebatador.

La joven mezzo asturiana María Heres debutaba en un papel principal sobre las tablas que lleva años pisando en el coro y comprimaria, por lo que su Gaspara resultó ideal para ella: segura en su línea de canto, buena proyección y dicción, escena bien trabajada y sobre todo un color de voz que redondea este personaje. De madrina de Lázaro en el segundo acto, creyente, además de eficiente mesonera al inicio y cómplice con Dolores en la escena cuarta del último acto (“¡Infame, infame sirvienta!”) o con su ahijado (“Mentira me parece… Lázaro… ven… soy yo!”), de una madurez fruto de mucho estudio, esperando más papeles como este para seguir viéndola crecer en el difícil mundo de la lírica.

Como casi siempre los villanos dan mucho juego argumental y por supuesto vocal, así que el Melchor del tarraconense Àngel Òdena volvió a triunfar con un rol de “malo y traidor” que le va como cuando canta: “así Dios me formó, cruel, violento”, sobrado de volumen pero amplio en matices, su color se diferenció por todo con Rojas y Patricio en este “duelo baritonal”, empastando con todas las voces, poderosos sus dúos con Dolores para redondear otra sobresaliente tarde en un Oviedo que le quiere.

Al asturiano David Menéndez le correspondió dar vida a un andaluz sargento Rojas con esa vis de acobardado cómico que le va muy bien; vocalmente fue mejorando desde el segundo acto con los esdrújulos casi rossinianos (“En cuanto de la música el paso doble escúchese…”), aunque no se le notase cómodo en un papel originario para bajo, y sonó convincente en sus recortados, por exigencias del guión, “Soldado valiente…” o la “Soleá”, saliendo corneado aunque a salvo.

Otro tanto del rico Patricio, un Gerardo Bullón siempre seguro en escena, armando un buen tándem con Rojas, cómica la escena de los regalos para Dolores, cerrando un trío de barítonos con mucho que cantar para diferenciarse dramática, vocal y expresivamente.

Excelente el tenor almeriense Juan de Dios Mateos como Celemín, de timbre bello y buena proyección vocal que le permitió mantenerse claro en todas sus intervenciones, siendo muy sentido en el tercer acto con Lázaro (“Pues solos un momento”).

No son las coplas la especialidad del asturiano Juan Noval-Moro ni las jotas de Bretón totalmente de Aragón. Algo tirante “en las alturas” y mejor a dúo con Celemín, en su última intervención “Si vas a Calatayud…” estuvo más cómodo y seguro.

Ya destaqué el excelente cuerpo de baile y a la Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” que algo desigual mantuvo el tipo en esta difícil ópera de Bretón, pero dejo para el final al Coro Infantil Escuela de Música “Divertimento” por su profesionalidad bajo la dirección de Cristina Langa. Es maravilloso cómo se desenvuelven en escena cantando tan natural, verdadera cantera coral asturiana que funciona a la perfección, toda una experiencia que no olvidarán nunca.

“Salud al noble pueblo de Calatayud” y larga vida a esta Dolores para que nos siga dando alegrías.

Ficha:

Teatro Campoamor (Oviedo), jueves 27 de abril de 2023, 20:00 horas. XXX Festival de Teatro Lírico Español: «La Dolores», drama lírico en tres actos. Música y libreto de Tomás Bretón (Salamanca, 1850 – Madrid, 1923), basado en el drama rural de José Feliú y Codina. Estrenado en el Teatro de la Zarzuela el 16 de marzo de 1895. Nueva producción del Teatro de la Zarzuela. Conmemoración del centenario del fallecimiento de Tomás Bretón (1923-2023). Edición crítica de Ángel Oliver Pina (Ediciones AUTOR / ICCMU, Instituto Complutense de Ciencias Musicales, 1999).

Reparto:

DOLORES: Monica Conesa – LÁZARO: Jorge de León – MELCHOR: Àngel Ódena – GASPARA: María Heres – ROJAS: David Menéndez – CELEMÍN: Juan de Dios Mateos – PATRICIO: Gerardo Bullón – CANTADOR DE COPLAS: Juan Noval-Moro – HOMBRES: Adrián Begega, Sergey Zavalin – BAILARINES FIGURANTES: Miriam Abad, David Acero, Hugo Aguilar, Enrique Arias, Cynthia Cano, Elisa Díaz, José Molina, Concepción Mora, Daniel Morillo, Lucía Prada y Pablo Viña – ACRÓBATAS: Cleyra Membrilla, Giada Ottaviani y Myriam Rojo.

DIRECCIÓN MUSICAL: Óliver Díaz – DIRECCIÓN DE ESCENA: Amelia Ochandiano – ESCENOGRAFÍA: Ricardo Sánchez Cuerda (AAPEE) – VESTUARIO: Juan Gómez Cornejo (AAI) – COREOGRAFÍA: Miguel Ángel Berna – ASISTENTE DE DIRECCIÓN DE ESCENA: Ana Barceló – ASISTENTE DE DIRECCIÓN DE ILUMINACIÓN: David Hortelano – ASISTENTE DE COREOGRAFÍA: Estíbaliz Barroso – COORDINADOR DE ACROBACIAS: Roberto Gasca.

Orquesta Oviedo Filarmonía (OFIL), Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo”, coro residente del Festival de Teatro Lírico Español (dirección del coro: José Manuel San Emeterio Álvarez), Banda de Música “Ciudad de Oviedo” (dirección de la banda: David Colado), Coro Infantil Escuela de Música “Divertimento” (dirección de Cristina Langa), Rondalla de la “Orquesta Langreana de Plectro” (directora: Seila González).

Ucrania dos años después

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Jueves 12 de mayo, 20:00 horasTeatro Campoamor, OviedoXXIX Festival de Teatro Lírico Español: Katiuska (Pablo Sorozábal). Ainhoa Arteta, Àngel Òdena, Martín Nusspaumer, David Rubiera, Milagros Martín, Juan Noval-Moro, Enrique Baquerizo, Amelia FontOviedo Filarmonía, Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo”Jaume Santonja (director musical).

Reseña para Opera World del viernes 24 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos mías y de Alfonso Suárez / Cultura OVD, y tipografía cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
En dos años el mundo ha cambiado de forma vertiginosa. La pandemia de 2020 se llevó por delante una “Katiuska” muy esperada en Oviedo, Ainhoa Arteta entraba en una complicada etapa de su vida cancelando actuaciones, el volcán de La Palma estaría en erupción casi tres meses en un no lejano 2021, y por si fuera poco, Putin invadía Ucrania el 24 de febrero pasado. No es un argumento ideal, la realidad supera siempre la ficción, pero la primera opereta del maestro donostiarra parece más actual que hace 91 años, recomendando la lectura de «El teatro musical de Pablo Sorozábal (1897-1988): Música, contexto y significado» de Mario Lerena (Arte Textos 4, Universidad del País Vasco), donde en el capítulo 2.2.1.2. «Un despegue fulgurante: el triunfo de Katiuska» se narra con todo lujo de detalles esta obra escénica que forma parte de nuestra memoria musical, sobre todo para los que peinamos canas y escuchamos cientos de veces tanto en vinilo (conservo la grabación con el Coro de Cantores del maestro Perera, la Orquesta de Conciertos de Madrid dirigida por el propio compositor y los siempre únicos Pilar Lorengar, Alfredo Kraus o Renato Cesari), como en casete o CD, y ya en los tiempos actuales desde todas las plataformas a nuestra disposición, incluyendo YouTube© con la misma producción representada en Madrid el mes de octubre de 2018 cuando nadie preveía esta postpandemia tan dura y convulsa.
La “Katiuska de Sagi” sigue siendo vistosa pese al plano inclinado (como en la “Maruxa de Paco Azorín» que disfrutamos en Oviedo hace ahora tres años) pues no ayuda a la mejor actuación posible sobre el escenario y hasta podría haber algún percance, incluyendo las ruinas delanteras, solventado por la gran profesionalidad de todos los que subieron al escenario. Sumemos la escenografía del hoy director del Teatro de la Zarzuela Daniel Bianco, el elegante vestuario de Pepa Ojanguren (repuesto por Susana de Dios), o la iluminación siempre acertada de Eduardo Bravo en esta coproducción española triunfadora allá donde va.
Todo el elenco en general estuvo bien y muy equilibrado, comenzando con un Àngel Ódena protagonista total, como en su día Marcos Redondo, que fue creciendo de principio a fin pese a tener que comenzar con la siempre exigente romanza Calor de nido casi en frío, para ganar enteros, volumen y presencia a lo largo de los dos actos, destacando sobremanera en el dúo Somos dos barcas con Ainhoa Arteta. Pedro el Comisario tarraconense se ha hecho totalmente con el personaje y lo transmite con plena autoridad vocal, siendo el triunfador de la tarde.
La soprano tolosarra, auténtica princesa lírica vestida para la ocasión volvía a pisar las tablas con todos los miedos y precauciones, ganas y entrega sin estar en su mejor momento vocal, pero el público asturiano la adora y no solo le perdona todo, sino que le agradeció su presencia en el Campoamor. La emoción se palpó en cada romanza, Vivía sola con mi abuelita y sobremanera Noche hermosa, la musicalidad y buen gusto siempre presente, aunque en los concertantes no pudiese mantener su presencia vocal, pero todo un logro haber cantado esta “Katiuska” que servirá para continuar este renacimiento de nuestra Ainhoa querida y admirada en tantos años de carrera, donde Oviedo siempre ha estado presente. Le deseamos todo lo mejor en estos duros tiempos que corren y besar las tablas al final de la representación es un acto de fe en ella misma.
Mención aparte para la gran dama de la zarzuela, la veterana Milagros Martín más joven que nunca, derrochando talento, voz, gracia, escena, una declamación perfecta y el fox-trot impresionantemente bien bailado, A París me voy en la buena compañía del asturiano Juan Noval Moro y la réplica de la otra pareja de altura, Amelia Font con David Rubiera, que hicieron las delicias igualmente con el cuarteto y vals ¡Rusita, rusa divina!. Aunque los diálogos se hayan cortado, algo habitual hoy en día, ya no se habla de tiples o tenores cómicos, tampoco de actores y actrices cantantes, al fin tenemos cantantes que son grandes actores, y su participación en la opereta de mi tocayo, redondearon el equilibrado elenco, sin olvidarme de otro “imprescindible” como Enrique Baquerizo, el Amadeo Pich catalán que logró más de una carcajada en esta tragicomedia donde las katiuskas también tuvieron su propia coreografía.
Cerrando el elenco vocal, el tenor uruguayo Martín Nusspaumer que ya apuntase maneras en aquella “Tabernera” de 2018, defendió su Príncipe con ganas en unos concertantes siempre difíciles en donde su bello color (demostrado al menos en su romanza del primer acto Es delicada flor), quedó algo corto en volumen.
El coro y orquesta titulares subrayaron el nivel de la opereta con un Jaume Santonja sin concesiones vocales y manteniendo unos tiempos algo más lentos de lo habitual, lo que vendría bien a los solistas. De la Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” (que dirige José Manuel San Emeterio) las voces graves comenzaron la función algo excesivos frente a las blancas más comedidas, todos al fin sin mascarillas, para ir ganando en empaste, siendo verdaderamente rotundos como campesinos y soldados. De Oviedo Filarmonía agradecer la inclusión de dos mandolinas para emular las balalaikas rusas, generando una tímbrica propia y especial, los buenos balances logrados por el director valenciano donde tampoco faltaron los saxofones y el piano, más las intervenciones del arpa, con una plantilla ideal que desde el foso sonó siempre bien armada, matizada y disciplinada.
El sábado será la segunda función de este consolidado Festival de Teatro Lírico en “La Viena española” que finalizará con la ópera «María Moliner» de Antoni Parera el próximo mes de junio que espero contar también desde aquí, más una gala lírica que me perderé por causas mayores, donde estarán Carlos Álvarez, Jorge de León y Rocío Ignacio bajo la batuta de Lucas Macías que vuelve al frente de su orquesta.
Ficha: Teatro Campoamor, Oviedo, jueves 12 de mayo de 2022, 20:00 horas. XXIX Festival de Teatro Lírico Español: “Katiuska” (Pablo Sorozábal), libreto de Emilio González del Castillo y Manuel Martí Alonso. Estrenada en el Teatro Victoria de Barcelona el 27 de enero de 1931, y en el Teatro Rialto de Madrid el 11 de mayo de 1932. Producción del Teatro Arriaga de Bilbao, coproducida por el Teatro Campoamor de Oviedo, el Teatro Calderón de Valladolid y el Teatro Español de Madrid. Edición de Pablo Sorozábal Gómez. Instituto Complutense de Ciencias Musicales / Sociedad General de Autores y Editores (Madrid, 2008).
Reparto: KATIUSKA, PROTEGIDA DEL PRÍNCIPE SERGIO: Ainhoa Arteta; PEDRO STAKOF, COMISARIO DEL SÓVIET: Àngel Òdena; SERGIO, PRÍNCIPE PRÓXIMO A LA FAMILIA IMPERIAL: Martín Nusspaumer; BRUNO BRUNOVICH, CORONEL DEL EJÉRCITO ZARISTA: David Rubiera; OLGA, JOVEN NOVIA DE BONI: Milagros Martín; BONI, ANTIGUO ASISTENTE DEL CORONEL: Juan Noval-Moro; AMADEO PICH, VIAJANTE VENDEDOR DE MEDIAS: Enrique Baquerizo; TATIANA, TÍA DE BONI Y DUEÑA DE LA POSADA: Amelia Font.
DIRECCIÓN MUSICAL: Jaume Santonja; DIRECCIÓN DE ESCENA: Emilio Sagi; AYUDANTE DE DIRECCIÓN DE ESCENA: Javier Ulacia; ESCENOGRAFÍA: Daniel Bianco; VESTUARIO: Pepa Ojanguren; REPOSICIÓN DE VESTUARIO: Susana de Dios; ILUMINACIÓN: Eduardo Bravo; AYUDANTE DE ILUMINACIÓN: David Hortelano; COREOGRAFÍA: Nuria Castejón.
Oviedo Filarmonía, Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” (dirección: José Manuel San Emeterio).

Por la puerta grande

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Jueves 24 de junio, 20 horas. Teatro Campoamor, XXVIII Festival Lírico, Oviedo: El Gato Montés. Ópera popular española en tres actos y cinco cuadros, música y libreto Manuel Penella (Estrenada en el Teatro Principal de Valencia, el 22 de febrero de 1917). Entrada butaca: 46 €.

Concluyendo curso escolar y temporada lírica carbayona, este jueves festividad de San Juan en Mieres, salía por la puerta grande esta ópera nuestra, un «gato» verdaderamente atigrado donde los registros graves triunfaron en esta representación llena de amor, pasión, violencia y muerte, con una dirección de escena a cargo de Raúl Vázquez verdaderamente bella, sin tópicos, conocedor de todos los recursos en sus muchos años de oficio, bien rodeado por una «cuadrilla» de altura, desde la escenografía (Carlos Santos) a la iluminación (Eduardo Bravo) pasando por el vestuario (Massimo Carlotto) y la coreografía (Alberto Ferrero), un círculo perfecto con todos los simbolismos, casi como darle la vuelta de género al bolero de «querer a dos hombres a la vez y no estar loca».

El maestro de espadas Lucas Macías presidió un espectáculo donde con la Oviedo Filarmonía dejó el festejo en lo más alto, la música del maestro Penella engrandecida por la adaptación orquestal del  «apoderado» Israel López Estelche, jugando con una tímbrica ideal para este verismo atemporal capaz de convertir el arpa en guitarra española y los metales en banda sinfónica para ese pasodoble universal con el título de la propia ópera, el peso de los registros graves con unos violonchelos o unas trompas dignos de dar la vuelta al ruedo.

Los miembros de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo que dirige Pablo Moras no fueron meros subalternos sino coprotagonistas de esta velada, dentro y fuera de la arena, figurantes cantantes junto al cuerpo de baile, y donde pudimos disfrutar de la Loliya de María Heres que ya pide paso en estos papeles o Víctor Urdialez entre los peones, una cantera vocal ovetense que de nuevo trajo al ruedo al Coro infantil de la Escuela de Música Divertimento (Rosa Argüello Iglesias, Nerea Fernández Amor, Guillermo Fernández Rubio, Rodrigo Méndez de la Fuente y Carlota de Miguel Busta), unos gitanillos que ya han tomado la alternativa escénica y coral en esta Fiesta tan nuestra.

Y todo un cartel de primeros espadas con Juanillo, el Gato Montés de Àngel Òdena verdadero triunfador de la tarde por poderío vocal y escénico, dominio total y barítono ideal convertido en bandolero héroe más que villano, vencedor en mano a mano con el torero Rafael Ruiz, el Macareno encarnado por un Gillen Munguía (de faena aseada y de aliño) «por el amor de una mujer», Soleá Nicola Beller Carbone convincente, creciendo en cada «tercio», entregada y querida como otra hija de esa inmensa madre, la Frasquita de Marina Pardo siempre atinada, con el destino bien leído y cantado de la Gitana Sandra Ferrández, embrujándonos para redondear ese círculo mágico de mezzos donde no quiero olvidarme de la «cuadrilla» perfectamente asentada y al quite desde «los medios» como el Hormigón de Fernando Campero y con todas las bendiciones del Padre Antón, Francisco Crespo, ensamblados para afrontar cada «mihura» de este Penella inspirado.

Por finalizar estas rápidas líneas o crónica de última hora, pues este viernes es aún lectivo, con el coso del Campoamor aplaudiendo la fiesta, pidiendo la vuelta al ruedo para todos y salida por la puerta grande (escalonada y con distancia de seguridad), ya con ganas de la próxima «feria lírica asturiana» que es este festival ovetense plenamente consolidado y cercano a los treinta años, creciendo como su orquesta y titular desde un foso  con mucha historia musical.

El propio Raúl Vázquez en el programa «digital» nos orientaba sobre su visión de esta partitura auténticamente verista y española, inspiraciones pictóricas y literarias para algo tan nuestro como la historia musicada de Penella totalmente exportable en la producción de un festival lírico que apuesta por renovar nuestro patrimonio y manteniendo en estos tiempos difíciles la actividad en un teatro que ha sabido aguantar como pocos la Pandemia, salvando puestos de trabajo, afición y demostrando, por si aún quedaban dudas, que la cultura es segura… y necesaria.

Sobria y elegante Luisa Fernanda

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Jueves 20 de junio, 20:00 horas. Teatro Campoamor, XXVI Festival de Teatro Lírico Español: Luisa Fernanda, comedia lírica en tres actos  (música de Federico Moreno Torroba, libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw).

Producción del Teatro Real con dirección musical de Óliver Díaz y escena de Emilio Sagi.

Último título de la segunda temporada española con lleno en el Campoamor apostando sobre seguro, tanto por la zarzuela elegida, que muchos conocemos desde nuestra infancia, como por la escenografía de Sagi que nunca pasará de moda por su elegancia y sobriedad, sumando un elenco vocal de altura para redondear un éxito que se esperaba como agua de junio (no dejó de llover y el frío era otoñal más que víspera de la entrada del verano).

El propio Emilio nos deja una introducción en el programa de mano de la que quiero resaltar cómo entiende a los personajes: «… son burgueses, discuten de política. Hablando más directamente (…) hay que decir que Luisa es una mujer educada, culta, y que Vidal es un hombre extremeño, rico, cosmopolita, y nunca un “paleto”, que conoce bien a las mujeres: en su duetto con la Duquesa Carolina,
él sabe muy bien cómo «dar caña» a esta aristócrata
«, y la elección de las voces protagonistas resultó ideal, comenzando con el barítono tarraconense Ángel Órdena que cuajó un Vidal Hernando convincente, algo menor en la media voz, pero dando credibilidad a su protagonista tanto cantando como en el siempre difícil verso hablado que proyectó sin problemas. Emoción sincera en Luché la fe por el triunfo, y de menos a más en el coro de los vareadores. La otra triunfadora fue la soprano navarra Sabina Puértolas como la Duquesa Carolina, elegancia en estado puro, timbre perfecto y musicalidad arrolladora dejándonos dos maravillosos dúos: el Caballero del alto plumero. y Para comprar a un hombre. El contrapeso femenino la Luisa Fernanda en la voz de la soprano Davinia Rodríguez, papel complicado y exigente, más de mezzo por una extensión de agudos amplios hasta los difíciles graves, pero resolviendo bien sus dúos con Vidal En Mi tierra extremeña, y el último con Javier Cállate corazón, empastando sin problemas en el resto de números, siendo las partes habladas las menos convincentes aunque igualmente válidas, pues no debemos olvidar que el texto es el origen de la zarzuela aunque los melómanos nos quedemos solo con la música.
El cuarteto protagonista lo completaría el portorriqueño madrileño Joel Prieto como Javier, un tenor prometedor, comenzando algo nervioso y titubeante en De este apacible rincón de Madrid pero que iría creciendo con la representación en los números que tantas veces hemos escuchado a los grandes. Su timbre es bello, aún necesita ganar cuerpo, y se fue ganando al respetable.

Hubo varias voces asturianas que dieron la redondez necesaria a esta maravillosa partitura, la soprano Ana Nebot como Rosita, segura sobre las tablas y de emisión clara, la mezzo María José Suárez como Doña Mariana que se mete siempre al público en el bolsillo en cada actuación, completa en canto y habla, y el siempre esperado Saboyano del tenor Juan Noval-Moro, entrando marcialmente en escena con una de las melodías más tarareadas de mi adolescencia.

Menos presencia pero igual de importante y solvente la de Manel Esteve como Luis Nogales junto al resto del elenco vocal en personajes que por menores no dejan de tener su peso y calidad para mantener un equilibrio vocal, y donde también tuvieron presencia siete componentes de la Capilla Polifónica «Ciiudad de Oviedo», indicativo de la necesaria calidad citada y experiencia del coro dirigido por Pablo Moras, que además completaron como es habitual, una actuación muy digna pese a las dificultades que conlleva cantar fuera de escena varios números además de la conocida Mazurka de las sombrillas que supuso uno de los momentos álgidos de la representación a nivel vocal y visual por parte de todos.
No faltó el ballet, siempre bello y vistoso, más la niña Amelia Álvarez que todos mimaron en escena, desenvolviéndose con una soltura envidiable.

El máximo responsable musical el asturiano Óliver Díaz volvió a demostrar que es una de las grandes batutas del momento y el mejor defensor de nuestra Zarzuela. Sin perder detalle mantuvo las dinámicas precisas para favorecer las voces, la Oviedo Filarmonía sonó compacta y segura con intervenciones maravillosas del arpa y el concertino en esta recta final de temporada donde ha crecido exponencialmente, sonando la maravillosa música del maestro Moreno Torroba como hacía tiempo no escuchaba.

Y de nuestros ilustres asturianos, el tándem Emilio Sagi con el vestuario de Pepa Ojanguren solo caben elogios para esta producción de líneas puras y colores cálidos, con la iluminación siempre cálida de Eduardo Bravo y coreografía de Nuria Castejón.

Titulo esta entrada con los calificativos de sobria y elegante porque es la tónica, con el detalle de «inventar una maqueta de Madrid y situarla a un lado del escenario, reciclándola como decorado campestre cuando la historia se mueve a Extremadura» con un paño sobre el que las bailarinas colocan unas encinas, la grande que preside el tercer acto, los distintos planos que nunca dan sensación de muchedumbre y sobre todo esos efectos visuales de sombras, luces que dan una plasticidad a la acción bellísimas por su sencillez en esta «historia de sentimientos» perfectamente reflejados por las voces bien elegidas con un «final abierto, sin dar una solución clara a este asunto» de amores y lealtades en ese ambiente con claro marco político de enfrentamiento entre realistas y revolucionarios resuelto con una puesta en escena impecable y unas voces convincentes.

Oviedo quiere zarzuela, de la grande, con títulos y voces de calidad que pongan nuestro género al mismo nivel que la ópera, con más funciones para llegar a un público que ama y entiende esta música como propia. Ya estamos esperando la vigesimoséptima edición de un festival completamente integrado en la vida cultural de «La Viena del Norte», aunque siempre nos queda la calle Jovellanos de Madrid, asturiana e ilustrada. Viva la Zarzuela con mayúsculas.

Amores desgarrados

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Martes 15 de diciembre, 20:00 horas. Teatro Campoamor, LXVIII Temporada de Ópera de Oviedo: Il Duca d’Alba (G. DonizettiM. Salvi). Segunda función. Entrada última hora: 15 €. Fotos: ©Ópera de Oviedo salvo las indicadas como ©pablosiana.

Tras esperar 128 años este martes tocaba volver a la segunda representación de esta ópera de Donizetti que mantiene mi opinión del «reestreno» con las matizaciones y el tiempo de poder reposar todo lo escuchado, con la magia de un espectáculo irrepetible siempre, exigente cada día, redescubriendo detalles como toda segunda lectura, esta vez desde principal, cortada la visión superior del escenario pero con monitores por si se querían seguir igualmente los sobretítulos, aunque la dicción en italiano por parte del reparto hacía fácil seguirla.

Esta vez pude paladear más a Donizetti que a su discípulo Mateo Salvi que supo continuar y completar la obra del maestro aunque se aprecian los «añadidos», especialmente en la línea de canto y en la orquestación, algo más «académica» y menos rica que la autógrafa, pero volvió a sonar belcanto con un reparto ya rodado tras la función del domingo.
La obra tiene momentos hermosos con otros donde decae un poco, sobre todo los recitativos antes de las arias escritas para todos y cada uno aunque ninguna «especial» para la soprano en el sentido donizzetiano, por otra parte con un protagonismo exigente y duro, más dúos o tríos combinando las voces del «quinteto» con Daniele el maestro cervecero, sumando unos concertantes donde los cantantes solistas mantuvieron casi todos la presencia dentro de la sonoridad por momentos majestuosa.

El Coro de la Ópera estuvo algo retrasado por momentos y puede que mermado en efectivos, especialmente masculinos, para una obra donde su coprotagonismo es claro. En el primer acto puede que la colocación no favoreciese un mayor volumen, al igual que en la salida desde atrás en «pianísimo» no necesario porque al acercarse ya se produce el efecto deseado de «crescendo». Hay mucho que cantar pero volvió a mantener el tipo, especialmente los cantos fuera de escena e incluso las intervervenciones  «a capella» que con algún despiste puntual de afinación, también arroparon a los solistas, completando una segunda función más que digna pese al poco tiempo con el que Enrique Rueda ha estado trabajando. Supongo que la inestabilidad e incertidumbre no es compatible con la confianza al cantar.
La OFil volvió a sonar bien en el foso, normalmente contenida en volúmenes desde la dirección de Roberto Tolomelli, siempre pendiente del escenario, con mínimos «desajustes» en el cuarteto de trompas tan característico de Donizetti o el dúo de viola «destemplada» con Amelia d’Egmont, puntuales desvíos para un trazo de línea fina, cuidando tiempos aunque los acelerando arrastrasen por momentos al coro o al propio Duque en su solo del tercer acto.

De todo el elenco prima el trío protagonista formado por Amelia, Marcel y el Duque de Alba, sin olvidar al citado Daniele, y con menos intervenciones pero exigentes como al resto, Sandoval y Carlo, incluso el tabernero de Ricardo Domínguez, uno de componentes del coro, en una trama donde podemos comprender la evolución de los personajes, siempre con el amor en sus multiples variantes y enfoques, con los malos no del todo y los buenos tampoco… La música empuja el destino de cada uno de ellos y el de Bérgamo supo escribir para las voces como pocos, de ahí la vigencia de esta obra aparcada tanto tiempo puede que sumando complejidades para cantantes y desigual escritura no solo del alumno.

José Bros volvió a triunfar con este Marcel de Brujas, pletórico, entregado, cantando como en él es habitual a pesar de ciertos «tics nasalizantes» que acaban siendo seña de identidad, de nuevo con un papel muy adecuado a su voz, gustándome mucho el dúo del segundo acto con Amelia añadiendo la dificultad de cantarlo tumbados y revolcándose como dos enamorados, más incluso que en la conocida aria Angelo casto e bel del último acto, aplaudida igual que el domingo aunque personalmente me gustase más el primer día. Igualmente acertado el dúo con El Duque del primer acto, jugando ambos con los dos planos en escena, y nuevo triunfo del tenor catalán, muy querido en Oviedo desde hace muchos años por su entrega total, arriesgando también con papeles como este nuevo donizzetiano.

La jovencísima Maria Katzarava (Ciudad de México, 1984) demostró de nuevo la proyección que le espera aunque me encandiló un poco menos que el domingo. Amelia d’Egmont tiene muchas dificultades no ya por su evolución de enamorada a desengañada, que no logró del todo en cuanto a color, sino por unos graves que requieren volumen y uniformidad tímbrica, algo que una soprano lírica no alcanza en sus inicios como los de esta debutante soprano, papel exigente en los concertantes donde sí brilló por encima de sus compañeros, pese a un ligerísimo «calado» en el potente final, empastes difíciles como el dúo con Danielle del segundo acto y el comentado dúo de amor con Marcel, lo mejor de esta segunda función. El aria del tercer acto no tiene el poderío hipnótico de otras heroínas del propio Donizetti, puede que temiendo un «belcanto» demasiado preciosista, pero «la Katzarava» lo defendió con seguridad, arrancando el merecido aplauso tras finalizarla. Tomemos nota por lo apuntado de la primera, color hermoso, emisión clara, amplia gama de matices y sobre todo excelente presencia escénica.

El Duque de Alba del barítono Ángel Ódena sigue sin convencerme, pletórico de potencia y mejorando en cada acto abusa de un vibrato que afea la emisión, sigue siendo expresivo pero incluso en los momentos más «íntimos» como el dúo con Marcel mantiene este recurso, por otra parte personal, volviendo a reconocerle un papel grande en escena y defendido con profesionalidad en cada aparición, especialmente en el tercer acto y el desenlace del cuarto, despidiéndose de los belgas casi a grito pelado más allá del desgarro.

Mejor el bajo asturiano Miguel Ángel Zapater que dibuja un Daniele templado, capaz de transmitir heroicidad en su primera aparición del acto inicial, complicidad con Amelia en el segundo y decisión en el conjunto final donde su color brilló en el agudo, más cercano a un barítono, sin desmerecer unos graves que Donizetti no exagera nunca.

El Sandoval del barítono Felipe Bou mantuvo el nivel global aunque en el trío con Marcel y el Duque perdiésemos su presencia, solo recuperada en el silencio orquestal. Bien el Carlo del tenor Josep Fadó, breves intervenciones pero seguras en un «secundario» que no puede perder el equilibrio necesario dentro de un reparto de calidad diríamos que completamente hispano.

Dejo para el final la producción de la Opera ballet Vlaanderen, con una dirección de escena muy lograda de Carlos Wagner, la escenografía de Alfons Flores, el vestuario de A. F. Vandevorst o la iluminación, tétrica por argumento pero con los toques apropiados para realzar de Fabrice Kebour, todo con lo que en esta segunda función pude recrearme.
Desde la obertura con telón bajado y vídeo premonitorio de una Virgen que se hará pedazos, la misma sobre la que se postrará el Duque en el tercer acto, al lado de una mesa de billar, los soldados gigantes que se irán cambiando de posición en el resto (solo «ausentes» en el segundo acto de la cervecería) para con las luces adquirir transparencia o poderío, opresión frente a revolución, sombra omnipresente y especialmente los dos planos en escena que sirven para diferenciar vencedores y vencidos, también calle sobre el sótano de la fábrica donde se ocultan los insurgentes, y hasta pasarela al barco que llevará al Duque a Portugal.

Detalles como los cadáveres que llenan la primera escena, cubriéndolos con sábanas blancas, entre ellos Egmont, sábanas que en el tercer acto se vuelven vendas, las sombras con los ahorcados en la plaza de Bruselas proyectadas sobre el trío gigantesco dando sombra al trío masculino, los aviones sobrevolando, las cruces del último acto con las velas bien ubicadas, la aparición cual trono de semana santa del Duque antes de dar el relevo de mando generacional, y ese final de belgas decapitados puede que por Magritte antes de la oscuridad total, todo para una ambientación fuera de época que no molesta en ninguno de los cuatro actos, sumando un vestuario que me gustó por ese aire de «novecento» para el pueblo, los soldados algo más peliculeros, aunque sin entender el luto blanco de la heroína, con pantalón y calzas del siglo de oro, descalza con vestido túnica para el dúo amoroso. Me encantó el segundo acto por el juego que da la cebada, malta o lúpulo de la cervecería, brindis de ambrosía belga donde los españoles beben sin pagar, casi playa donde el castillo de arena es tumba y posterior cama de regocijo, y montaña para esconder unas armas que son necesarias para toda invasión.

Las críticas de la primera función las dejo al final, dando la razón a Aurelio M. Seco (en su Web) en cuanto a estrenar obras de autores españoles en vez de recuperar este Donizetti inacabado que dormía en el limbo de los justos de nuestra historia lírica, pero reconozcamos que poder disfrutarla en vivo precisamente en Oviedo, con ser una apuesta arriesgada, nos permitirá poder contar la experiencia. Cinco títulos para todos los gustos es como elegir el once ideal de la selección porque todos llevamos un entrenador dentro, pero al final lo que queremos es ver ganar y sobre todo que den buen espectáculo, y hasta ahora estamos en los puestos punteros, a pesar de todo lo que llevamos pasado. El futuro está por escribirse…

Un buen Duque de Alba

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Domingo 13 de diciembre, 19:00 horas. Teatro Campoamor, LXVIII Temporada de Ópera de Oviedo: Il Duca d’Alba (G. DonizettiM. Salvi). 19:00 horas. Primera función. Entrada: 15 €.

Tras 128 años volvía esta ópera de Donizetti con todo el esplendor de su lenguaje bien entendido por su discípulo Mateo Salvi que supo continuar y completar la obra del maestro para seguir sonando a puro belcanto con un reparto más que digno donde brilló la jovencísima Maria Katzarava (Ciudad de México, 1984), el Coro de la Ópera manteniendo su excelente nivel con Enrique Rueda sustituyendo de manera provisional al defenestrado Patxi Aizpiri, y una producción de la Opera ballet Vlaanderen, con una puesta en escena de Carlos Wagner que no molesta nunca en los cuatro actos, con momentos logrados, un vestuario excelente aunque sin aportar más que un intento de actualizar algo que es historia de España, y una buena dirección de Roberto Tolomelli al frente de una OFil siempre competente en el foso.

De la obra comentar que es Donizetti en estado puro con todo el drama hecho música lleno de arias hermosas para el trío protagonista, dúos, concertantes y un peso del coro tanto en escena como fuera de ella que en algún momento quedó corto exigiéndoles más volumen del necesario para compensar, pero siempre con acierto. Instrumentaciones que recuerdan su Lucía -hoy su onomástica- o Roberto, y un cuidado en la escritura vocal donde cada papel tiene su protagonismo escénico, por algo se le considera al de Bérgamo como el padre de la ópera romántica.
Amelia d’Egmont es una típica heroína operística con muchas dificultades para una soprano lírica porque requiere un buen registro grave además de todo el agudo belcantístico, y la debutante soprano mejicana Katzarava resultó perfecta para el rol, de color hermoso, emisión clara, amplia gama de matices y sobre todo un presencia escénica que eclipsó al resto del reparto. Habrá que seguir a «la Katzarava» desde ahora porque tiene mucha carrera por delante.

De sus compañeros, José Bros nos dejó un buen Marcel de Brujas, papel muy válido para su voz, más allá de la conocida aria Angelo casto e bel, aunque el color tienda a nasalizar por momentos para mejorar la emisión, lo que no quita un resultado global más que aceptable, bien en los dúos y concertantes, entregado al personaje con todo el dramatismo que tan bien sabe transmitir el tenor catalán, muy querido en Oviedo. El barítono Ángel Ódena está en un momento pletórico y mejorando con el tiempo aunque no me gusta su vibrato más allá de lo expresivo, pero reconozco que El duque de Alba es un papel grande en escena y lo defendió con solvencia, caracterizado para la ocasión como un actor de película.
Cumplieron mejor que en anteriores títulos el barítono Felipe Bou como Sandoval y el bajo Miguel Ángel Zapater como Daniele, aunque siga echando en falta la redondez de antaño. Bien las breves intervenciones del Carlo de Josep Fadó y el tabernero de Ricardo Domínguez.
La OFil sonó bien desde la obertura, bien controlada por un Tolomelli con quien los cantantes no tuvieron problemas ni por velocidad ni por dinámica.

Intentaré repetir el martes este cuarto título de la temporada, porque la obra bien lo merece y la música siempre triunfa, más con un reparto equilibrado para lo exigente de este Duque de Alba, independientemente de las licencias del argumento, a los españoles nunca nos dio miedo…