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Lorca en el CIMCO

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Jueves 18 de diciembre, 19:30. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. CIMCO, “Lorquiana”. Ana María Valderrama, violín – David Kadouch, piano – Cris Puertas, actriz. Obras de: Poulenc, A. Terzian, Debussy, Falla y García Lorca.

(Reseña rápida escrita desde el el teléfono para LNE de viernes 19,  con el añadido de fotos propias, los enlaces –links– enriquecedores, y la tipografía más colores que la prensa no refleja)

Clausura de la actual edición del Ciclo Interdisciplinar de Música de Cámara de Oviedo (CIMCO) con el dúo que forman la violinista madrileña Ana María Valderrama y el pianista francés David Kadouch, con un programa en torno a la figura de Federico García Lorca, que ya pude disfrutar en Granada durante el último Festival Internacional de Música y Danza. Su repertorio ya lo han llevado igualmente al disco (que vendían al finalizar el recital), y por el que han recibido el galardón al mejor álbum de música clásica en 2024 por la Academia de la Música Española.

Tras la presentación de Cristina Gestido, la velada se abriría con la «Sonata para violín» FP 119 de Poulenc, gran admirador de Lorca y dedicatario de la misma, intensa, evocadora, lunática llena de luz como el poema interpelado por Cris Puertas.

De la argentina Alicia Terzian (Córdoba, 1 de julio de 1934) llegaron aires tan franceses como los porteños, dos de los «Tres retratos» del Libro de Canciones de Lorca, canto y piano -1954/6-  («Verlaine» y «Debussy»), compenetración musical y poética más allá de las palabras, eterno universo lorquiano.

Seguimos afrancesados y cosmopolitas con el Debussy de su «Sonata para violín y piano» en tres movimientos y poesía interpretada, la luciérnaga de Lorca viva en el verso iluminado por Valderrama y Kadouch, colores caleidoscópicos; acequia, ranas o estrellas protagonistas vestidas de pentagramas a dúo con el fluido impresionismo musical teñido de cante y encanto (Fantasque et léger) reconocido desde postales enviadas a D. Claudio en maravillosa interpretación plena de complicidades.

Lorca, Granada y Falla, terna indivisible como la poesía y el canto de violín y piano, campanas de amanecer en Granada, ímpetus y sonoridades grandiosas canalizados en el arreglo de Kreisler sobre la «Danza española» de La vida breve, con un impresionante despliegue técnico y toda la hondura nazarí.

Breve pausa antes del homenaje y protagonismo absoluto de Federico, músico antes que poeta, con cinco de sus canciones populares por él armonizadas, en espléndido arreglo muy actual de Alberto Martín Díaz junto a la palabra proyectada en la piedra: «Nana de Sevilla«, «Los reyes de la baraja«,  «Zorongo«, «Las tres hojas» y «Las morillas de Jaén», más el regalo de “Los cuatro muleros”. Lírica popular sin palabras, sin voz o guitarra pero con el mismo canto sentido del violín y el piano que nos hicieron “tararear” en silencio junto a estos dos intérpretes inmensos de talla universal… Lorquianos eternamente.

PROGRAMA:

F. POULENC: Sonata para violín, FP 119 (dedicada a F. García Lorca)

I. Allegro con fuoco

II. Intermezzo

III. Presto tragico

ALICIA TERZIAN: Tres retratos (selección)

I. Verlaine

II. Debussy

C. DEBUSSY: Sonata para violín

I. Allegro vivo

II. Intermède. Fantasque et léger

III. Finale. Très animé

M. DE FALLA: La vida breve: Danza (Arr. F. Kreisler)

F. GARCÍA LORCA: Selección de canciones (Arr. Alberto Martín)

I. Nana de Sevilla

II. Los reyes de la baraja

III. Zorongo

IV. Las tres hojas

V. Las morillas de Jaén

VI. Los cuatro muleros

Navidades sinfónicas y solidarias

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Miércoles 17 de diciembre, 20:00 horas. Teatro Jovellanos: Concierto nº 1.706 de la Sociedad Filarmónica de Gijón (a beneficio de la Asociación Española Contra el Cáncer). Orquesta de la Fundación Filarmónica de Oviedo, Pedro Ordieres (director). Obras de Schubert y Dvořák.

Mi último concierto del año en  la Sociedad Filarmónica de Gijón resultó una cita que aunaba música y compromiso solidario al celebrarse a beneficio de la AECC en Gijón, y con una extraordinaria entrada que seguro ayudará a seguir invirtiendo en la investigación para seguir una lucha que nunca es suficiente, como bien nos recordó la periodista lenense Laura Mayordomo del diario El Comercio, antes de que sonase la música.

La Orquesta de la Fundación Filarmónica de Oviedo, bajo la dirección de Pedro Ordieres, presentó un programa equilibrado y de gran atractivo, con obras de Franz Schubert y Antonín Dvořák, con una plantilla algo desequilibrada donde el viento era casi tan numeroso como la cuerda (esta vez capitaneada por Daniel Jaime Pérez), con todo el “sacrificio” que supone intentar una sonoridad bien balanceada, una especie de ecualización donde el primero baja el volumen y la segunda lo sube, en un ímprobo trabajo cuando además violas y contrabajos quedaban en franca minoría perdiéndose «pegada en los graves». Con todo alcanzaron una calidad que para una orquesta amateur con apenas tres meses de vida, heredera de la desahuciada Orquesta Universitaria que fundase mi siempre recordado Alfonso Ordieres y recuperase su hijo Pedro durante ocho años, una «escuela de vida» que trabaja para unir caminos, aficiones y una experiencia para los jóvenes que pronto ocuparán atriles profesionales, o como reza en su presentación «un espacio donde personas de distintas edades, trayectorias y niveles musicales comparten algo en común: el deseo de hacer música juntas».

Ya en su debut al que tuve la suerte de disfrutar en su “sede”, en la sociedad hermana de la gijonesa, resaltaba el empuje y ganas de trabajar de esta “heredera universitaria” y con parte de este programa, la obertura “asturiana” de Schubert  y solo el primer movimiento de la sinfonía. Para el 22 de abril del próximo año retornarán «a casa» y espero seguir su evolución, deseándoles muchos más conciertos para llevar la música sinfónica allá donde no alcanzan las orquestas profesionales.

La velada se abrió con la Obertura “Alfonso und Estrella”, D. 732 de Schubert, una página infrecuente en las salas de conciertos que permitió asomarse a una faceta menos conocida del compositor vienés. Como señalaba en las notas al programa, que esta vez tuve el honor de escribir, se trata de una obertura en la que Schubert conjuga la herencia clásica con un marcado aliento lírico, anticipando ya algunos rasgos de su madurez. Pedro Ordieres subrayó precisamente ese equilibrio, ofreciendo una lectura clara y bien estructurada, con un discurso fluido y un sonido cuidado, en el que destacó el buen empaste de las cuerdas y la elegante participación de los vientos.

A continuación llegaría la Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95, “Del Nuevo Mundo”, de Antonín Dvořák, obra emblemática del repertorio sinfónico y verdadero cruce de caminos estéticos y culturales. Tal como recordaba en las notas al programa, la sinfonía no pretende tanto una cita literal del folklore americano como una síntesis personal entre el lenguaje del compositor y las impresiones recogidas durante su estancia en Estados Unidos. Esta idea encontró reflejo en una interpretación atenta a los contrastes y al desarrollo orgánico del discurso musical. Con alguna permuta en los atriles de la madera la orquesta volvió a trabajar los matices para proseguir con el mismo empuje juvenil y la madurez en la dirección.

Desde el Adagio-Allegro molto inicial, Ordieres planteó una lectura de amplios arcos formales, con una introducción solemne y bien graduada que desembocó en un allegro de pulso firme. El célebre Largo fue abordado con un tempo contenido y una atmósfera recogida, destacando la calidez y calidad del solo de corno inglés, sostenido por un acompañamiento delicado y expresivo que evitó cualquier exceso sentimental, trabajando los matices y equilibrios entre las secciones. El Scherzo, rítmicamente incisivo, mostró a una orquesta ágil y bien articulada, mientras que el Allegro con fuoco final cerró la obra con energía y coherencia, integrando los motivos recurrentes de la sinfonía en un clímax convincente, siempre  bajo el magisterio de «junior». Personalmente quiero felicitar especialmente a los componentes de “mi” Banda Sinfónica del Ateneo Musical de Mieres por sus respectivos solos a Alba García (flauta) y Mateo Velasco (trompeta) porque estoy viéndolos crecer en todos los sentidos, y su participación en la Orquesta de la Fundación Filarmónica de Oviedo es un escalón más en su formación y toda una experiencia siempre enriquecedora en el largo camino de los músicos.

Como concierto navideño hubo propina con los músicos envueltos en espumillones plateados, manteniéndonos en el continente americano pero bajando hasta México con el agradecido Danzón nº 2 de Arturo Márquez para una orquesta engrosada con más viento, percusión y el piano de Luis López Aragón, que prosigue cursando estudios de dirección orquestal en Oviedo y Alemania.

Público en pie, varias salidas a saludar de Pedro Ordieres, y no podía faltar en este día festejando ya la Navidad el mundialmente conocido villancico Noche de Paz (de Joseph Franz Mohr y Franz Xaver Grüber) en un bellísimo arreglo del avilesino Rubén Díez y el chipriota afincado en nuestra tierra Rafaelos Christofi, ambos presentes en el teatro, digno de banda sonora para alguna de las películas de temática navideña que seguro abundarán próximamente. De nuevo excelente repuesta de todo el teatro con calurosos aplausos, reconociendo tanto la calidad artística de esta propuesta como el valor añadido de una velada en la que música, reflexión y compromiso social se dieron la mano.

En conjunto, un concierto que ofreció una interpretación sólida y musicalmente honesta, sustentada en una lectura reflexiva del programa y en un notable trabajo de conjunto por parte de la Orquesta de la Fundación Filarmónica de Oviedo.

PROGRAMA

Franz Schubert (1797–1828):

Obertura “Alfonso und Estrella”, D.732

Antonín Dvořák (1841-1904):

Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95, “Del Nuevo Mundo”:

I. Adagio – Allegro molto II. Largo III. Scherzo: Molto vivace IV. Allegro con fuoco

Un Rigoletto pasado por agua

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Domingo 14 de diciembre de 2025, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVIII Temporada de Ópera. G. Verdi (1813-1901): «Rigoletto». Nueva producción de la Ópera de Oviedo.

(Crítica para Ópera World del lunes 15 de diciembre, con el añadido de los enlaces siempre enriquecedores, tipografía y colores que no siempre se pueden utilizar, y las fotos de Iván Martínez más alguna propia)

Cuarto título de la LXXVIII Temporada (para cerrar 2025 antes de la «Carmen» que la clausurará ya en 2026) de este clásico como es el «Rigoletto» considerado popular dentro de la “trilogía verdiana” que regresaba al Teatro Campoamor tras el de 2016-2017, con lluviosos aires asturianos y un trío protagonista que cojeó por donde menos esperábamos, aunque los aficionados de esta segunda función aplaudieron la trigésimo segunda vez que se escuchaba esta ópera, contando además con el mismo Duque de la última.

Si en la primera función del pasado viernes hubo tormenta y pateos, al menos este segunda de domingo quedó en un chaparrón sin escándalos, y con padre e hija (Petti y Nowakowski) triunfando sobre Il Duca Albelo que no lució como hubiéramos deseado tras las más de 250 representaciones sumadas con este personaje que, para quienes ya peinamos canas, seguiremos asociándolo a Don Alfredo Kraus desde aquel septiembre de 1981 que perdurará para siempre en nuestra memoria.

El diseño de Ricardo Sánchez Cuerda con la escena de la ovetense Susana Gómez son un reciclaje, pues no están los presupuestos para dilapidarlos, aunque si se prefiere es un ‘regreso al proyecto iniciado con el «Hamlet» de 2022’, como así lo presenta la asturiana en el libreto de este título, que además titula “Sigue la tormenta” para disipar cualquier duda. Dos facetas (El Duque de Mantua actual y el Príncipe danés de entonces) con “un proyecto conceptual único en el que se muestra la realidad de un hombre que, al querer tomar la justicia por su mano, termina devorado por la máscara que construye para restituir el orden justo”, máscara de la deformidad de la que el protagonista se despoja varias veces sin apenas cojear, y donde el inocente acaba siendo víctima de sus intentos de reparación de los desajustes sociales, por otra parte muy actual siglo y medio después del estreno en La Fenice veneciana.

Reconozco que el tratamiento escenográfico sigue resultando eficaz aunque algo incorrecto, con mínimos cambios, caso del vídeo de Rubén Ráyen como teatro de sombras inicial junto a las nebulosas tras el telón, o la figura inquietante que se repetiría como evocación de la amenaza del Conde de Monterone, principio y fin del drama. Pero el efecto de la lluvia (supongo nada cómoda para Rigoletto y Gilda) al rebotar en el plástico produce un ruido que según comentó  el público de la primera función, fue aún mayor por la sonora tromba de agua -casi tanto como los abucheos- que este domingo “cerraron el grifo” antes para evitar males mayores, o al menos no calarse hasta los tuétanos. Y tampoco se utilizó el efecto de recoger en la trampilla del suelo las telas finales que conforman la casa de Los Monterone, sí usada para el rapto de la protagonista con su padre engañado.

Sobre el resto de la escena, los cuadros de los tres actos resultaron más abstractos y con espacios sin perfilar (mejor imaginárselos conociendo el original de Victor Hugo), salvo la casa transparente de Rigoletto, utilizando los planos inclinados que siempre suponen tensión tanto para la acción como para el canto, destacando las luces de Félix Garma, relámpagos incluidos, o los truenos fuera de escena (como la banda interna).

No me gustó nada el vestuario de Gabriela Salaverri que pese a los distintos colores, muy terrosos, mezcla pelucas dieciochescas con trajes de diseño (?), o una orgía sin mujeres, claro que escribe Susana que no hay lugar para ellas, pues “están escondidas (…) en un mundo de hombres y en el que solo los hombres tienen un lugar. Las mujeres habitan en los márgenes (…)”, travistiendo cual Drag-Queens al personal masculino (el Coro Intermezzo siempre seguro y matizado además de coreografiado por Olimpia Oyonarte) en un entorno de brillos muy sesenteros con redondos sillones amarillos para la fiesta en el salón de baile inicial donde tampoco faltarían los abanicos.

Y si la escena no gusta, siempre nos queda la opción de cerrar los ojos y escuchar la música de Verdi que llena y realza todo argumento. El maestro carbayón Oliver Díaz es ya un consumado director que conoce muy bien el foso para ayudar siempre a los cantantes, y esta vez volvió a demostrarlo al frente de la OSPA que volvió a dejarnos una sonoridad compacta, de altura y calidad ya desde la obertura, con primeros atriles que sonaron como alter ego de los protagonistas, desde el oboe al chelo en los momentos más destacables de esta ópera.

Si Gilda es el eslabón más frágil de una cadena perversa donde se suceden traiciones, engaños y fechorías, Alexandra Nowakowski, soprano estadounidense de origen polaco, supuso el mejor nexo y engarce para los otros dos (el tinerfeño Celso Albelo y el salernitano Ernesto Petti), brillando desde su primera aparición. Su textura de lírico-ligera con un color vocal sugerente, cálida pero también carnosa, siempre bien afinada y de fiato impresionante con matices extremos, con una afinación impoluta junto a una proyección que llenaba todo el teatro, así como un excelente empaste en los dúos sin olvidarme del cuarteto “Bella figlia della’amore” junto a Rigoletto ubicados en el lado opuesto y “ganando” en presencia vocal a Il Duca y Maddalena, resultó la auténtica triunfadora de la tarde-noche. Cada intervención iría aumentando su entrega, desde el dúo “Tutte le feste al tempio” hasta la esperada y famosa aria  “Caro nome” sensible, tan arrebatadora como los aplausos del público, virtuosismo vocal donde mostrar el dominio de todos los recursos técnicos que lo fueron hasta su agonía final en brazos de su padre con una dramaturgia que creció como su personaje, un verdadero disfrute escénico vocal y actoral.

No se quedó atrás Ernesto Petti en un Rigoletto a tener en cuenta. De amplio registro y enorme expresividad, despojándose de su joroba en los momentos donde reflejar su verdadera personalidad encerrada en el bufón, pero sin la cojera que pareció evitar para lograr el mayor equilibrio, en el amplio sentido de la expresión. Si se me permite el juego de palabras, cargó sobre sus espaldas toda la dramaturgia de la obra, desde las escenas de potencia y volumen hasta los más delicados y expresivos. Sus arias de barítono dramático “Cortigiani, vil raza dannata” maldiciendo a quienes deshonran a su hija, “Piangi, piangi, fanciulla” y el desesperado “Si, vendetta, tremenda vendetta” junto a Gilda (donde juran venganza contra el Duque) estuvieron llenas de intensidad y patetismo, siendo de lo más aplaudido y dejándonos un gran sabor de boca.

Celso Albelo debutó su Duca precisamente en Oviedo, y no ha parado de llevarlo por medio mundo, pero este frío domingo no se le notó cómodo pese al dominio del personaje que ya ha interiorizado. Tampoco brilló su timbre que parecía “tomado” ya desde su primer aria “Questa o quella” donde me pareció cansado vocalmente, cortando las frases, respirando donde no suele, con unos piani nunca bien delineados y forzando unos agudos, que sí dio pero al límite de volumen. Por momentos me sonó incluso “calante” como en “La donna è mobile” evidenciando la cojera del trío protagonista, aunque el público asturiano le quiere y perdona estos detalles, pero personalmente me llevé una decepción con el tenor tinerfeño.

Queda comentar al resto del elenco con algunas voces debutantes que indico en la ficha técnica. El bajo trevisano Roberto Scandiuzzi encarnó un Sparafucile consistente por la profundidad y rotundidad de su voz, aportando el carácter que corresponde a su personaje. La mezzo crevillentina Sandra Ferrández mantiene un timbre central redondo y sigue demostrando sus cualidades de actriz, donde los “hermanos” conformaron un excelente dúo junto al buen empaste y química mostrada por Maddalena con El Duque.

De los barítonos, breve y no muy afortunado estuvo el veronés Gianfranco Montresor como El conde de Monterone, algo tapado por la orquesta y forzando los agudos; el venezolano Ángel Simón como Conde de Ceprano y ujier sigue creciendo escénicamente gracias a un buen nivel vocal; mientras el Marullo del ferrolano Gabriel Alonso no lució como de él esperaba, mostrando un color poco adecuado y unos agudos “apretados”.

Para finalizar me queda citar al tenor murciano Francisco Cruz que mostró sus facultades vocales en un Matteo Borsa presente y suficiente, a la soprano berciana Nerea González dotada de una voz interesante con buenos agudos y defendiendo sus breves papeles de La condesa de Ceprano y Giovanna. Por último me encanta comprobar cómo hay cantera lírica en Asturias, y así la joven soprano gijonesa Teresa de Albéniz debutaba con el partiquino del paje, tras su rodaje en la compañía musical infantil, y residente en la ópera ovetense “La Federica”. Segura sobre las tablas, con maestras de quienes seguir creciendo y donde mirarse, el próximo mes de enero interpretará la adaptación de «Carmen» paralela a la que cierra temporada.

Como dice el refranero “Después de la tormenta viene la calma”, tras un período difícil o de adversidad, siempre llega un momento de paz y tranquilidad, ofreciendo esperanza y optimismo para superar los problemas, un mensaje de resiliencia que sugiere cómo las dificultades son temporales y la calma es inevitable, a menudo fortaleciéndonos en el proceso. En tiempos convulsos la música es la mejor terapia y aprovecho para desear todo lo mejor en el año venidero.

FICHA:

Domingo 14 de diciembre de 2025, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVIII Temporada de Ópera. G. Verdi (1813-1901): «Rigoletto», melodrama en tres actos, con libreto Francesco Maria Piave, basado en la obra de teatro “Le Roi s’amuse”  (1832) de Victor Hugo. Estrenado en el  Teatro de La Fenice de Venecia, el 11 de marzo de 1851. Nueva producción de la Ópera de Oviedo.

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Óliver Díaz – Dirección de escena: Susana Gómez – Diseño de escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda – Diseño de vestuario: Gabriela Salaverri – Diseño de iluminación: Félix Garma – Vídeo: Rubén Ráyen – Dirección del coro: Pablo Moras.

REPARTO:

El Duque de Mantua: Celso Albelo (tenor) – Rigoletto: Ernesto Petti (barítono) – Gilda: Alexandra Nowakowski (soprano) – Sparafucile: Roberto Scandiuzzi (bajo) – Maddalena: Sandra Ferrández (mezzosoprano) – El Conde de Monterone: Gianfranco Montresor (barítono) – Marullo: Gabriel Alonso (barítono)* – Matteo Borsa: Francisco Cruz (tenor)* – El conde de Ceprano / Ujier: Ángel Simón (barítono) – La condesa de Ceprano / Giovanna: Nerea González (soprano)* – Paje: Teresa Rodríguez García de Albéniz (soprano)*.

Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA)

Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo)

Banda interna (Banda de Música Ciudad de Oviedo)

* Debutante en la Ópera de Oviedo

Un enigma que no Falla

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Jueves 11 de diciembre, 19:30 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”: Lucas Debargue (piano), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías Navarro (director), Sofía Martínez Villar (narradora). “Música y enigma II”, obras de Òscar Colomina i Bosch, Ravel y Falla.

Vamos cerrando este año tan musical y volvían las Jornadas de Piano con la OFil y su titular junto al tocayo francés Lucas Debargue (Villers-sur-Coudun, 1990), a quien ya disfrutamos hace ocho años en este mismo ciclo sustituyendo a Martha Argerich, y este jueves recuperando formato de concierto narrado por Sofía Martínez Villar (y autora de las notas al programa que esta vez titula «Evolución ante revolución» para esta segunda edición de «Música y enigma») en la misma línea del que tuvo lugar en mayo pasado, una fórmula didáctica que si entonces gozó de mi aprobación, de nuevo resultó positiva para un público que debe ir renovándose y así se pudo comprobar este jueves (con una sesión matinal para escolares y distintos colectivos  de discapacitados que me consta disfrutaron con este nuevo Enigma que no falla).

The Styx (La Estigia) del director y compositor valenciano Òscar Colomina i Bosch (1977) se estrenó por la Orquesta de València y Baldur Brönnimann en septiembre de 2024, primera de una serie de Mitos para orquesta que exploran tradiciones mitológicas en las que el agua es un elemento central en el paso entre la vida y la muerte. Actualmente está trabajando en la segunda parte de esta serie (tal y como refleja en su web) Pozos del Olvido, comisionada por la Orquesta Sinfónica de TenerifeThe Styx toma como punto de partida el río mitológico que separa los mundos de los vivos y los muertos, evocado en un mundo sonoro descrito por la crítica como «preciso pero fluido», «sugestivo y emocionalmente resonante» y lleno de «paisajes extraños e incorpóreos».

Poco antes de comenzar el concierto me llegaba la triste noticia de la muerte de mi querido Misael Campo tras una dura lucha donde fue ejemplo de resilencia y amor por la música que con tantos colombianos y habanos disfrutamos, así que  escuchar este cruce de la laguna estigia me resultó aún más duro y Caronte fue la obra del valenciano con una OFil sin fisuras para una partitura poderosa, oscura, de amplia instrumentación para vivir con la música un el tránsito que todos haremos pero que nunca deseamos llegue para nuestros seres queridos. La doctora Martínez Villar nos describía en las notas esta «Estigia» definiéndola, la música como símbolo y analizándola:

«La sonoridad grave del inicio, así como el sonido de violines en el agudo, aporta una imagen muy evocadora que remite al enigmático tránsito entre la vida y la muerte. La segunda característica es: la música como narrativa. La forma en la que se desarrolla la obra, mediante grandes terrazas sinfónicas que contrastan y dialogan, genera una sensación muy cinematográfica en la que los instrumentos aparecen y desaparecen como si fueran personajes en un paisaje neblinoso. La tercera es: la conexión emocional. En este tránsito, a través de una línea melódica ininterrumpida en las cuerdas, la obra nos sumerge con sus tensiones armónicas en una permanente sensación de misterio, jugando con las dinámicas más extremas para golpearnos en unos momentos y dejarnos sin aliento en otros».

Sensaciones, emociones y una orquesta siempre dúctil, versátil, madura tras años de trabajo y capaz de afrontar tanto el barroco en el foso como estas obras de nuestro tiempo con un Macías que sabe cómo sacar lo mejor de todos ellos, con la percusión alcanzando a pintar los claroscuros de este cuadro sinfónico. El compositor, presente en la sala, además de saludar al respetable felicitaría una interpretación que a buen seguro le satisfizo. Mi valoración no puedo separarla del estado de ánimo que me dejó un nudo en la garganta.

Celebrando al hispano-francés Maurice Ravel llegaría ese maravilloso Concierto para piano en sol mayor donde su compatriota Debargue supo sacar todos los guiños del compositor en una obra que maneja aires de jazz  en el Allegramante (siempre me viene a la memoria Gershwin), placidez en el Adagio assai central y toda la energía y empuje rítmico del Presto final. El piano sonó siempre en primer plano, lleno de matices, colores resaltados por el arpa de Domené y la celesta virtuosa de Bezrodny, gracias nuevamente una orquesta bien balanceada por Macías, segura sección a sección con una concertación primorosa donde paladear esa escritura única tan buenísima en su instrumentación, de la que The Styx parece haber bebido, siendo el preludio ideal para esta joya de Ravel, que curiosamente nunca fue gran pianista pero dejándonos unas páginas que siguen sonando actuales.

Las notas al programa nos explican que los tres movimientos de este concierto «son un buen ejemplo para descubrir por qué Maurice Ravel se consideraba a sí mismo un compositor de evolución más que un revolucionario. Su música, igual que su personalidad, es una mezcla de sencillez, sofisticación, búsqueda de perfección técnica y sensibilidad con los rasgos musicales de oriente y occidente descubiertos a partir de exposición universal de París (1889). Se mantuvo alejado del lenguaje más rupturista de la vanguardia de su época y siguió utilizando estructuras musicales claras en las que el oído musical se orienta bien, aunque se sienta sorprendido por armonías más disonantes y ritmos irregulares. Todo esto lo vamos a percibir en esta obra fundamental del repertorio para piano que, desde su estreno en 1932, con Marguerite Long como solista y Ravel como director de la Orquesta Lamoureux, no ha dejado de ser interpretada». Y si The Styx me dejaba inquietud, este Ravel pianístico como bien escribe Sofía Martínez, «el resultado sonoro es fascinante ya que al mismo tiempo que sentimos el vértigo del tempo rápido percibimos la seguridad de melodías y armonías muy claras».

Debargue nos regalaría la Sonata en la mayor, K. 208 de «Domingo» Scarlatti impecable por limpieza, riqueza de sonido, intimista, casi romántica y cercana en la interpretación del francés que dejó un buen sabor de boca en este regreso a las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni».

La segunda parte sería mucho más que didáctica, presentada previamente por la pucelana Sofía Martínez Villar, cuyo proyecto «Música y Enigma» desarrollado con la OFil desde la pasada temporada, «nos da la oportunidad de escuchar esta obra de una forma diferente que invita a ir más allá de la escucha mediante una presentación breve y una guía de audición». Así nos ayudó a diferenciar el «Olé gaditano» del «Ole» granaíno, así como conocer el argumento simple (amor y traición) junto a los cuatro personajes del ballet de Falla encargado por Diaghilev más los figurines de Picasso, recordar a María Lejárraga que al fin está saliendo de la sombra y peso de su esposo Gregorio Martínez Sierra

También irían proyectándose las imágenes y textos enriquecedores según iban sonando las dos suites orquestales del gaditano afincado en Granada en las manos de un onubense medio asturiano, descripción de cada uno de los siete números de ambas suites, los motivos, instrumentos, las distintas danzas con sus orígenes e inspiración, morir aprendiendo con evolución antes que revolución. Si hubo algún enigma lo dejo para mis lectores con el simbolismo de la numerología: obras, tricornio y nombres repetidos en este concierto.

Ilustrada por diapositivas proyectadas en grande, primero la Suite nº1 impecable por el gusto, el juego tímbrico, las dinámicas, las intervenciones de los primeros atriles gustándose, «visualizando» el ballet sin necesidad de danzantes porque la música brillaba sola ilustrada por y tras la orquesta. Y la Suite nº2, casi sin pausa y sin aplausos que rompieran la unidad narrativa, una explosión sonora donde la jota final me devolvió a Granada, la «sintonía» en el Palacio de Carlos V que suena como seña de identidad propia de un «Falla que no falla» nunca, el compositor alumno de Pedrell que se sentía español en el extranjero y extranjero en España, pero al menos el tiempo lo ha hecho universal, viviendo (y bebiendo) el París de Ravel pero también de Debussy o Stravinsky. La OFil con Macías nos dejaron una versión sinfónica apta para todos los públicos con una calidad digna de haberse grabado para así poder sumarla a tantas que guardo en mi discoteca, que esta vez sonaron para eMe que seguro estará leyendo estas líneas, con una orquesta compacta y los principales luciéndose todos ellos (de nuevo el lujo al arpa de Domené y las teclas de Bezrodny en una «noche de San Juan» pródiga), pero también del empuje en los timbales y toda la percusión junto a las intervenciones solistas de oboe, clarinete, trompeta o corno inglés, así como destacar las trompas, tuba y toda la cuerda, esta vez comandada por Marina Gurdzhiya, y hasta unos «refuerzos» que se unieron y sumaron a la familia sinfónica para el «Falla que no falla», el nacionalismo que une, pero no unifica, la esencia de nuestra música (y de nuestro día a día)

PROGRAMA:

PRIMERA PARTE

Òscar Colomina i Bosch (1977): The Styx

Maurice Ravel (1875-1937): Concierto para piano y orquesta en sol mayor, M. 83

1. Allegramente

2. Adagio assai

3. Presto

SEGUNDA PARTE

Manuel de Falla (1876-1946): El sombrero de tres picos.

Suite nº 1:

1. La tarde

2. Danza de la molinera

3. El corregidor

4. Las uvas

Suite nº 2:

1. Los vecinos

2. Danza del molinero (Farruca)

3. Danza final

Bosques líricos

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Miércoles 3 de diciembre, 20:30 horas. Teatro Jovellanos, Concierto nº 1705 de la Sociedad Filarmónica de GijónTrío Preseli. Crossroads: obras de Berlioz, Rubén Díez, Anthony Randall, Schubert, Gabriel Ordás, António Victoriano D’Almeida y Havelock Nelson.

Siempre resulta interesante asistir a un recital donde la poesía se une con la música, matrimonio indisoluble aunque no esté sobre un pentagrama. Si le sumamos que la formación era el Trío Preseli (creado en 2021) con la soprano María Hinojosa, la trompa de Simon Lewis y el piano de Daniel Pereira González, la sonoridad y tímbrica propia, que ya disfrutamos en este mismo teatro el 3 de abril del pasado año, me servía para volver a titular esta entrada como entonces, «El oscuro romanticismo» pero había mucha música de nuestro tiempo así como dos compositores asturianos que no quería perderme, incluyendo un estreno absoluto.

El programa titulado «Cruzando caminos» (Crossroads) viene perfectamente explicado en el programa de mano (que dejo enlazado) con las notas escritas por el galés Simon Lewis (aún recuerdo su paso por la Oviedo Filarmonía y actualmente en la Bilbao Orkestra Sinfonikoa), que también aprovechó para contar algunas anécdotas mientras cuidaba y limpiaba la trompa. De ellas iré insertando píldoras según voy comentando cada obra, y sobre la originalidad del trío decir que está en su propia idiosincrasia: tender puentes entre las culturas gallega y galesa (pianista y trompista). No faltarían por tanto letras en inglés, gallego, también alemán y por supuesto nuestro castellano, exigencias para una María Hinojosa Montenegro a la que seguimos hace años por nuestra tierra, como todos los cantantes, resulta políglota y estudiosa de cada idioma para poder expresar tanto de unos textos que dejo enlazados y la propia Sociedad Filarmónica de Gijón ubicó en varios lugares con un código QR para poder descargarlos e ir siguiéndolos a medida que se iban escuchando (me consta que no había tiempo para proyectarlos, aunque así evitábamos «distraer la mirada» y concentrarnos en la audición, que a menudo realizo con los ojos cerrados). Seguir aplaudiendo la incorporación en Spotify© de las listas con las obras de cada concierto en versiones de referencia y añado los links (enlaces).

La primera parte sería un tanto oscura aunque la variedad tímbrica de la trompa del galés daba los destellos para no caer en las tinieblas, la soprano sabadellense volcaba su expresividad desde cierto intimismo interiorizado y el piano del gallego compartía el protagonismo que toda «canción de concierto» conlleva.

La Captive (La Cautiva) (1832-1834) de Hector Berlioz (1803-1869), compuesta sobre un poema de Les Orientales de Victor Hugo, es una de sus melodías más significativas. Escrita inicialmente para voz y piano durante su estancia en la Villa Medici, el compositor francés la revisó y orquestó en varias ocasiones. Un hito en la evolución de la mélodie francesa, la pieza marca la transición desde la romanza hacia una expresión más profunda y sofisticada. El poema muestra a una mujer que, aunque reconoce la belleza del lugar donde está cautiva, no puede disfrutarlo. Recuerda con nostalgia su tierra, donde podía vivir y relacionarse libremente. La hermosura del entorno solo acentúa su tristeza y deseo de recuperar la libertad perdida.

Tras el inicio de trompa y piano, María Hinojosa arranca cantando en francés «Si yo no estuviera cautiva», casi literal porque no parecía disfrutar en el registro grave, ya de por si oscuro, y lo difícil de entender la pronunciación, pero su color vocal se adaptó a esta obra compleja.

Introspección (2021) del asturiano Rubén Díez (1977) es una obra que musicaliza el Soneto nº 10 de Emilia Pardo Bazán y en el que se reflexiona sobre la fugacidad y la futilidad de la vida, ya que todo termina desembocando en la muerte, representada por los intervalos de quintas y cuartas a cargo de la trompa. A partir de ese momento la obra se llena de sensaciones íntimas fruto de la aceptación del destino inexorable que todos compartimos.

El pianista, director y compositor avilesino conoce bien la escritura vocal y el papel del piano, añadiendo la tímbrica variada de la trompa (en vez de la viola original) para otra página sombría, interior, dolorosa como el propio soneto de la escritora gallega (La muerte, triste, pálida y divina, / al fin de nuestros años nos espera / como al esposo infiel la fiel esposa) que el trío asumió con el beneplácito del propio Rubén Díez que acudió a felicitarlos tras escucharla.

Do Not Go Gentle Into That Good Night (1999) del compositor galés Anthony Randall (1937-2023), quien empieza su vida profesional como trompista en todas las orquestas importantes de Londres y con conciertos como solista en Londres, Aldeburgh, Edimburgo y Lucerne. Fue profesor de trompa y director del departamento de metales en el London College de música y de la Royal Military School of Music Kneller Hall. La pieza se basa en el poema de Dylan Thomas, No entres dócilmente en esa noche quieta, obra maestra de la lengua inglesa, traducida a varios idiomas y conocida alrededor del mundo. Thomas se inspiró en la muerte de su padre y el poema explora la difícil relación paternofilial.

Interesantes las obras de este profesor y trompista, compatriota y colega de Lewis, así como la elección del poema del galés Dylan Thomas (1914-1953), obra maestra de la lengua inglesa traducido a varios idiomas. Traducido como «No entres dócilmente en esa noche quieta» y nuevamente la muerte que sobrevuela en texto musicado. Conjunción sonora del Preseli con una Hinojosa casi expresionista o «bergiana» en vocalidad, dramatismo, fraseos e incluso respiraciones, revestida en el ambiente por la trompa virtuosa en tímbrica y el sustento del piano.

Der Hirt auf dem Felsen (El pastor en la roca) (1828) de Franz Schubert (1797-1828) es posiblemente la última obra que el compositor vienés escribió y fue pensada para la gran cantante de la Ópera de la Corte de Berlín, Anna Milder-Hauptmann. Ella le había pedido no un Lied —que ya había escrito para ella—, sino una auténtica pieza de lucimiento y que pudiera representar diversas emociones. El texto expresa el lamento de un pastor que, junto a su rebaño, espera la llegada de la primavera, cuando podrá volver a ver a su amada. Lanza su voz al valle y escucha el eco que regresa. Al darse cuenta de lo lejos que ella está, lo invade una profunda tristeza, lo que da lugar a la sección central. Pero el pensamiento de la primavera renueva su energía y esperanza, y la obra pasa a una tercera sección alegre, danzante y virtuosística. El eco, que comienza y termina la obra, lo interpreta la trompa.

Al fin un poco de luz en este bosque sombrío, el mago de la melodía y la mejor herencia vocal para una obra que sobrepasa el lied por la originalidad, manteniendo la voz femenina llena de sentimientos encontrados, las contestaciones de la trompa y el piano armando esas melodías que transitan desde la esperanza a la tristeza con ecos pastoriles casi alpinos. La primera parte abriría una ventana a la segunda más alegre pese a un ambiente siempre grisáceo, atlántico, incluso cantábrico tan de este otoño que ya es invierno en nuestra tierra.

El compositor Gabriel Ordás (1999) comenta sobre su obra de estreno Bosque (2025) «el crepúsculo, la densidad del aire, la altura de los árboles, el canto de un pájaro, el eco distante… En mi primer contacto con el poema de Ángel González que inspira esta obra, me sentí transportado a un bosque donde las últimas horas de sol teñían de naranja los árboles en un día frío. Esta escena congelada en mi mente persistió a lo largo del proceso compositivo de la partitura, retrotrayéndome al pasado y llevándome a retomar las primeras tres notas de mi obra Luces de un cielo nocturno, que aluden precisamente al atardecer, pero haciéndolas repetirse aquí una y otra vez hasta volverlas un cuerpo hierático. El verso ‘Andas. No dejan huellas tus pies’ inspiró el segundo tema de la obra, que cita lejanamente el preludio Huellas en la nieve de Claude Debussy, una de las mejores representaciones de pasos jamás escritas en pentagrama. En los últimos compases ambos temas suenan simultáneamente, entremezclándose y desapareciendo, sugiriendo la belleza de aquello que se percibe como eterno, pero es efímero».

La estancia neoyorquina del ovetense que sigue ampliando estudios, le está viniendo bien no solo en lo formativo donde ya está encontrando un estilo propio, también la inspiración fuera de casa y esta obra que no pudo encontrar mejor día e intérpretes para su estreno mundial. Para los asturianos Ángel González (1925-2008) es nuestro poeta de cabecera y mucha producción suya ha sido musicada por distintos autores y géneros, así que Gabriel se suma a la lista con este trío donde la voz de María Hinojosa fue creciendo en confianza, entrega, dicción, matizada con su «dúo de trompa» y una piano donde se respira la raíz del compositor que lo lleva en los genes aunque sus pasiones son amplias y así lo ha volcado en este Bosque tan asturiano de principio a fin, bien sentido por catalana, galés y gallego.

Tres Cançōes op. 92 (1993) de António Victorino de Almeida (1940) están compuestas sobre textos de José Carlos González, y originales para soprano, trompa y piano, ejemplifican el estilo armónico variado y sofisticado de Almeida, conservando un bello lirismo con un cierto sabor atlántico, donde las disonancias forman parte del ambiente sonoro con total naturalidad. Uno de los compositores portugueses más prolíficos y versátiles, además de pianista, director, escritor y figura mediática, Victorino de Almeida inició su carrera como niño prodigio, componiendo ya a los cinco años y a los siete ofreciendo su primera audición pública. Formado en el Conservatorio Nacional de Lisboa y en Viena, desarrolló una intensa actividad internacional, incluida su labor cultural en la Embajada de Portugal en Viena. Su catálogo abarca prácticamente todos los géneros: música para piano, cámara, orquesta, ópera, banda sonora, fado y numerosas obras para cine y teatro. También destacó como divulgador musical en radio y televisión, y como escritor, y sigue siendo una figura central de la cultura musical portuguesa contemporánea.

El carácter portugués lo asociamos a la saudade tan cercana a la morriña gallega, pero estas canciones de Almeida también tienen un estilo cercano y escritura muy actual, y encontraron en el trío su mejor vehículo expresivo. O Malabarista nos habla de «silenciosos equilibrios donde solo queda el dolor de vivir, un fantasma olvidado por el viento nocturno», texto y música unidos en esas tres patas que sustentan esta primera canción y prosiguen cantando «Tres gritos de advertencia suspenden la noche. Tres ecos responden, tres armas apuntan. Y la espada del viento renueva su látigo. En los rostros ya fríos que los dedos encuentran«. Tres número mágico antes de la segunda, A veces una nube que nos canta «Otoño prematuro desciende tras los edificios (…). A veces un barco pierde el rumbo y ancla en el tiempo. A veces es difícil saber dónde, cómo y cuándo. El tiempo del Amor es nuestro y de todos nosotros», música transatlántica de versos certeros e interpretación ganando enteros, especialmente por la soprano catalana que se sintió más cómoda en esta tesitura. Y la tercera canción «Una larga despedida» que abre los balcones de la mañana, de nuevo el amor dibujando su rostro de sal en la playa vacía, aires cercanos y juegos tímbricos donde la música del lisboeta António Victorino de Almeida no solo subraya los poemas del escritor, traductor y técnico de la Biblioteca Nacional Portuguesa José Carlos González (1937 – 2000), hijo de gallegos emigrados al país vecino, el Trío Preseli nos perfumó con el salitre gallego hasta El Muro en una interpretación cargada de expresividad en la lengua de Pessoa.

Three Poems by Geraint Jones (2010) de Anthony Randall musicaliza los poemas de David Rhys Geraint Jones y está cargada de tragedia. Los poemas son descripciones de pérdida y anhelo y se tornan más conmovedores al saber que fueron escritos solo unos meses antes de la muerte prematura del poeta en la campaña de Normandía en 1944. Las melodías y armonías que acompañan las palabras solo añaden tristeza y sentimiento a esta emocionante obra.

Sonaba nuevamente Anthony Randall lleno de angustias que el trío transmitió con el dramatismo de una ópera breve que firmarían Schoenberg o Webern, pues el ambiente expresionista se respira tanto en los poemas como en la partitura. Tres capítulos (Let Me Not See Old Age (Que yo no vea la vejez), A Joy too deep for words to say (Una alegría demasiado profunda para vocalizar) y Your peace is bought with mine (Tu paz se gana con la mía), tres intérpretes, emociones triplicadas y un momento de profundidad musical rotunda que deja desarmado al oyente con el Trío Perseli que es un referente para la música de Randall. Pero al menos quedaba Irlanda, una Asturias a lo grande que siempre transmite juventud, optimismo, ganas de vivir, y pese a la climatología sigue siendo una tierra que visitar.

Four Irish Songs (Cuatro Canciones Irlandesas) (1993) de John Havelock Nelson (1917- 1996) fueron compuestas solo tres años antes de su fallecimiento, son originales para este ensemble de soprano, trompa y piano, y muestran su estilo caracterizado por la claridad, el humor refinado, la escritura accesible y una inclinación hacia el color local, combinando tradición folclórica con un lenguaje tonal elegante. Están dedicadas al trompista británico Ifor James y a su madre, la soprano Ena Mitchell. Compositor y director irlandés cuya carrera combinó la música con la investigación académica, John Havelock Nelson se formó en Dublín en piano, órgano y composición, y realizó estudios superiores en el Trinity College. Cofundó en 1939 los Dublin Orchestral Players y, desde 1947, desarrolló una larga trayectoria en la BBC de Belfast.

Cuatro canciones escritas por el compositor irlandés y originales para esta formación de trío, juguetonas, socarronas, marineras… Lovely Jimmie (Querido Jimmie) de ambiente portuario que canta la duda de volver a pisar tierra, Poor Auld Ass (Pobre burro viejo) donde la trompa rebuzna y la soprano, manos en los bolsos del pantalón, nos hace reír y penar a la vez por el aspecto del animal, Lovely Armoy, adorable despedida al pueblo pesquero con música acorde al texto, para terminar con Linking O’er the Lea (Caminando por la pradera), de letra intraducible, inventada, picarona buscando al buen joven que se cuela en casa ajena para pernoctar con la criada. Al fin la alegría de la noche tras atravesar bosques espesos, oscuros, trágicos, dolorosos, con el Trío Preseli fiel intérprete de cada página y donde disfrutar al fin de una María Hinojosa siempre segura, conocedora del tortuoso camino que la traería sana y salva tras «cruzar caminos» que solo el trabajo y buen hacer alcanzan la meta.

Y la propina sería gallega, hermosa y sentida Lela tradicional con músicas de distintos autores, aquí en el arreglo de Juan Durán (Vigo, 1960) que en la ampliación de Lewis para su trío- llena de color esta partitura muy conocida, programada y versionada de una música nuestra y tan cercana, con la letra de Castelao.

PROGRAMA:

Crossroads

I

Hector BERLIOZ (1803–1869):

La captive (1832-1834) H 60 -texto sobre un poema de Les Orientales de Víctor Hugo

Rubén DÍEZ (1977):

Introspección (2021) -texto de Emilia Pardo Bazán, Soneto nº 10-

Anthony RANDALL (1937–2023):

Do not go gentle into that good night (1999) -texto sobre un poema de Dylan Thomas

Franz SCHUBERT (1797–1828):

Der Hirt auf dem Felsen, D. 965 (1828) -Texto de Willhelm Müller y Wilhelmina von Chézy (versos V y VI)

II

Gabriel ORDÁS (1999):

Bosque (2025), estreno absoluto -sobre un poema de Ángel González

António Victorino D’ALMEIDA (1940):

Tres Cançoes, Op. 92 (1993) -sobre textos de José Carlos González

O malabarista

Por vezes uma nuvem

Uma longa despedida

A. RANDALL:

Three Poems by Geraint Jones (2010) -textos sobre poemas de David Rhys Geraint Jones

Let me not see old age

A joy too deep for words to say

Your peace is bought with mine

Havelock NELSON (1917–1996):

Four Irish Songs (1993) -Canciones tradicionales irlandesas-

Lovely Jimmie

Poor Auld Ass

Lovely Armoy

Linking O’er the Lea

Propina:

Juan DURÁN (1960):

Lela (texto de Alfonso R. Castelao)

Oviedo barroco

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Martes 2 de diciembre, 19:30 horas. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo: Conciertos del Auditorio: Emőke Baráth (soprano), Carlo Vistoli (contratenor), Le Concert d’Astrée, Emmanuelle Haïm (órgano y dirección). Scuola Napolitana: obras de Durante, D. Scarlatti, Leo, Locatelli y Pergolessi.  Fotografías propias y de Borocz Balasz (E. Bartáh), Nicola Allegri (C. Vistoli), Marianne Rosensthiel (E. Haïm) y WarnerClassics / Erato (Le Concert d’Astrée).

Como bien anunciaba ayer Jonathan Mallada en el diario LNE (colaborador del ciclo) «La capital del Principado mantiene, de este modo, la estética barroca que predominó en los espectáculos musicales durante el mes de noviembre con el «Orlando furioso» de Vivaldi en la Ópera de Oviedo y los conciertos de «Les Arts Florissants» y «Le Jardin des Voix» en los «Conciertos del Auditorio» y de Shunske Sato al frente de la OSPA». Y parece claro que el Barroco, que tiene su propio ciclo en primavera junto al CNDM, atrae a mucho público, también joven, en parte por tratarse de un repertorio agradecido de escuchar, que explicaba hace años a mis alumnos es como el rock del siglo XVIII por su estructura o duración. Oviedo, a quien no me cansaré de llamar «La Viena Española» gracias a unos gestores que llevan años trayendo lo mejor del panorama musical internacional hasta Asturias, prosigue en el mapa español con Le Concert d’AstréeEmmanuelle Haïm (París, 11 de mayo de 1962) tras Barcelona, abriendo diciembre, y Madrid (miércoles 3) para finalizar en París el próximo viernes 5 esta gira de la formación fundada en el año 2000 (siendo conjunto residente en la Ópera de Lille desde 2004) por la clavecinista y directora francesa, unas bodas de plata con un programa interesante centrado en la llamada «Escuela Napolitana», repertorio en el que son formación de referencia, el antiguo reino español con el sabor del Tirreno en un XVIII que respiraba arte por todas partes, y por supuesto mucha música.

Las dos partes se abrían con sendas obras instrumentales, el Concierto nº 5 en la mayor para dos violines, viola, violonchelo y bajo continuo de Durante, y la Sinfonía fúnebre en fa menor, D.2.2 para cuerdas y bajo continuo de Locatelli, admirables ambas donde la formación de cuerda (incluyendo el archilaúd) y el órgano más la dirección de Haïm demostraron las cualidades por todos reconocidas: empaste, afinación, dinámicas amplias, contrastes en los tempi y una sonoridad envidiable, limpia, clara, con David Plantier de concertino. Se notó el trabajo preparatorio para estos cuatro conciertos que seguramente acabaran en grabación, pues no hubo desperdicio en toda la tarde.

Sobre el quinto concierto de Durante mi admirada y querida langreana Lorena Jiménez, musicóloga y periodista, escribe en las notas al programa que «presenta la división más moderna en tres movimientos, con un enfoque más cercano a las soluciones formales y estilísticas del concerto veneciano, pues en aquellos años había una amplia circulación de los Concerti de Vivaldi (con la típica sucesión rápido-lento-rápido) en el ambiente napolitano», con tres movimientos (Presto-Largo-Allegro) muy bien llevados, esa fusión entre el rigor contrapuntístico y la frescura melódica del incipiente ‘estilo galante’, pura energía contagiada por la directora y teclista, para unir el ritmo de la danzante giga alegre y acelerada junto a unos pasajes fugados perfectamente delineados por su formación.

De la sinfonía de Locatelli nos cuenta que «(…) es el único compositor que no forma parte de la Scuola Napoletana. Pertenece, en cambio, a esa tradición de violinistas-compositores italianos como Vivaldi, Tartini, Geminiani y Nardini. Predominantemente oscura y sin el virtuosismo de sus conciertos para violín, Locatelli compuso esta Sinfonía fúnebre en fa menor para cuerda y clave con motivo de las exequias de su mujer celebradas en Roma. Con tres de sus cinco movimientos en Fa menor, responde a las convenciones dieciochescas asociadas a la muerte y las celebraciones funerarias, y concluye con un reconfortante movimiento (la consolazione) en Fa mayor», que en la interpretación de Le Concert d’Astrée se optó por mantener el órgano en todo el concierto, ayudando a una sonoridad propia válida para unas obras donde lo espiritual -más allá de lo religioso- predominó, sinfonía casi plegaria entre movimientos graves y menos lentos, con el violín como protagonista («no el pirotécnico de L’arte del violino, sino al arquitecto emocional de una ceremonia, donde cada acorde conforma el adiós final» como lo describe Viviana Reina), casi operístico, acompañado por un bajo continuo sombrío pero de presencia suficiente, plena teatralidad y la riqueza expresiva que caracteriza al barroco de la formación francesa.

Las voces solistas serían las verdaderas protagonistas, dos cuerdas y colores que brillaron tanto por separado en la primera parte, como a dúo en la segunda. Ambas venían de cantar Händel el pasado día 16 de noviembre con Jarouskky y el Ensemble Artaserse.

Para esta gira, comenzarían con dos Salve Regina distintas, dos perspectivas de dos compositores, ambos ejemplos purísimos de la música religiosa barroca italiana de finales del siglo XVII y de su paso a la ópera barroca. La de Domenico Scarlatti por parte del contratenor italiano Carlo Vistoli, y la de Leonardo Leo con la soprano húngara Emőke Baráth. Del primero nos cuenta Lorena que «(…) fue compuesta entre 1756 y 1757 (poco antes de su muerte) en su época en la corte de Madrid, ciudad a la que había llegado desde Lisboa, siguiendo a su patrona María Bárbara de Braganza. Observen cómo se detiene y cambia de carácter en “ostende”; “O clemens”, el momento más emotivo de la obra (con disonancias incluidas), nos prepara para el “Amen” final (allegro), en un estilo mucho más operístico». Por su parte en las notas al programa de Madrid, Viviana Reina Jorrín nos habla de los «cambios de entonaciones y aires según la dulce madre es alabada o invocada en busca de ayuda. Las palabras han pasado a la música, enriquecidas con recursos compositivos tales como la alternancia frecuente entre modos mayor y menor, cambios de textura y distintos motivos o ideas musicales que expresan y resaltan el sentido del texto». Vistoli mostró lo mejor de su voz, con una técnica sólida y un timbre idóneo, fraseos muy cuidados, corpóreo en todos los registros, de agudo redondo y grave poderoso, unido a una dicción clara y muy expresivo, dejándonos una interpretación primorosa con el acompañamiento refinado del orgánico.

La Salve Regina de Leo es un motete más luminoso y extrovertido, casi «mozartiana», llena de agilidades vocales, pasajes virtuosísticos, y ese tratamiento tan operístico y teatral del texto litúrgico, que Reina Jorrín describe: «se combina con la contención expresiva de la música sacra, desplegando un estilo galante en el que el brillo melódico no se impone, sino que halaga. La obra mantiene un refinado contrapunto interno y cada parte del texto es tratada con un carácter propio, a menudo precedida de breves introducciones instrumentales. Al final de la plegaria, tendremos la seguridad de que hemos vivenciado la lucidez de quien aprendió a expresar lo sagrado». Emőke Baráth nos brindó una interpretación en esa vía de religiosidad teatral, de sonoridad amplia y matizada, con los da capo de ornamentaciones muy cuidadas, agilidades precisas, buenas notas tenidas, enorme musicalidad y una proyección vocal excelente, de nuevo bien arropada por una cuerda y continuo que subraya la expresividad del texto con una dirección siempre atenta a la solista.

El plato fuerte sería el Stabat Mater (1736) de Pergolesi, una de las obras más conmovedoras e interpretadas del repertorio sacro, que con los «mimbres» de la primera parte ya augurábamos el éxito por el perfecto empaste de los solistas, de colores bien diferenciados, con la voz prístina aguda de Baráth y el contratenor Vistoli poderoso en los graves, que en los «cruces» melódicos brillarían igualmente. Cada número, de los doce de que consta esta maravilla sacra, sería un placer para el oído: la húngara entregada, el italiano rotundo, ambos de una paleta vocal impecable y rica, con los textos bien articulados y unos fraseos subrayados por el orgánico. El primer dúo (Stabat Mater dolorosa) ya marcó el nivel, Baráth prosiguió con el Cujus animam gementem verdaderamente «andante amoroso», de nuevo a dúo el lento O quam tristis (dúo) y la primera aria rápida a cargo del italiano, Quae moerebat et dolebat, agilidades precisas, color carnoso y el ropaje «a medida» de Le Concert. Expresividad máxima en el dúo lento Quis est homo con el Pro peccatis suae gentis, antes del hermosísimo Vidit suum dulcem natum donde la soprano volvió a derrochar musicalidad, dicción, fraseo, matices y un estilo que domina de principio a fin. Como «espoleado» no quedó a la zaga el contratenor con el Eia Mater donde cada palabra subrayada por el ensemble, tomaba cuerpo y carácter teatral alto ante la expresividad demostrada. En los dos números siguientes a dúo, Fac ut ardeat cor meum y Sancta Mater la plegaria jugaba con el color bien mezclado de ambas voces, los sobretítulos contagiaban a seguir respetuosos e imaginar tantas representaciones pictóricas y escultóricas de esta Madre Dolorosa. Avanzaba la emoción con Vistoli (Fac ut portem Christi mortem) y el auténtico momento «flamígero» del dúo Inflammatus et accensus. Cambios de tonalidad y expresión que la cuerda reflejaba igualmente, claroscuros que irían dibujando poco a poco el final a dúo del último Quando corpus morietur con el Amen, así sea que levantó los bravos de un auditorio casi a tope.

Las notas para Oviedo reflejan que el autor fue «uno de los representantes más destacados de la Scuola Napoletana, su expresivo y emotivo Stabat Mater (con su variada línea melódica, largas notas pedales, disonancias, y esas palabras “dolorosa”, “lacrimosa”, “gementem” y “tristis et afflicta” llenas de pathos), fue durante años el Sabat Mater de referencia, y hasta Rossini dudó antes de componer su propia versión, convencido de que nadie habría podido realizar una mejor versión. Wagner llegó a definirlo como “una obra absolutamente perfecta” y Bellini lo bautizó como “el divino poema del dolor”. Pergolesi pasó sus últimos días en el convento franciscano de la ciudad de Pozzuoli (Nápoles), donde se había retirado por el empeoramiento de su salud, y allí fue donde aceptó un último encargo de la Confraternita di Santa Maria dei Sette Dolori, que necesitaba un nuevo Stabat Mater para la celebración del Viernes Santo, porque el de A. Scarlatti se había quedado obsoleto. Como señala el musicólogo italiano Alberto Basso, “la secuencia de Pergolesi constituyó una muestra significativa del nuevo clima sentimental y patético introducido en la música sacra por obra del estilo napolitano (intercalando arias y dúos), pero sin alardes vocales inútiles, y más bien sencillo, cantabile, afectuoso y delicado, melancólico y casi nunca hierático». Y las notas madrileñas destacan que en esta obra «se conjugan la textura dúo-solista con una orquesta de cuerdas reducida, que permite a la voz habitar un espacio íntimo, casi confesional. Las doce partes se suceden con una unidad emocional impecable. Una retórica afectiva traduce el dolor sacro en una sensibilidad íntima y teatral, típica del barroco tardío italiano. Los silencios, las cadencias plañideras, los gestos melódicos que suben para luego caer tristemente, construyen una dramaturgia interna que transforma el sufrimiento en forma sonora. En este canto, la muerte no es un abismo, sino un umbral que se cruza con lágrimas y luz»

Después dos propinas, de Roma a Londres, donde disfrutar de estos los intérpretes, nuevo catálogo colorido por parte de los solistas sobre un lienzo sonoro que Emmanuelle Haïm brindó para iluminar casi dos horas de excelente barroco en este arranque del último mes del año, pero aún queda diciembre para volver a «los clásicos»… que contaremos desde aquí, pues la oferta sigue siendo amplia y difícil la elección.

PROGRAMA:

PRIMERA PARTE

Francesco Durante (1684-1755): Concierto nº 5 en la mayor (Presto – Largo – Allegro).

Domenico Scarlatti (1685-1757): Salve Regina para voz solista, cuerda y continuo en la mayor.

Leonardo Leo (1694-1744): Salve Regina para voz solista, cuerda y continuo en fa mayor.

SEGUNDA PARTE

Pietro Antonio Locatelli (1695-1764): Sinfonía fúnebre en fa menor, D.2.2 (Lamento: Largo – Alla breve ma moderato Grave – Non presto – La Consolazione: moderato)

Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736): Stabat Mater, P. 77:

Stabat Mater dolorosa / Cujus animam gementem / O quam tristis et afflicta / Quæ mœrebat et dolebat – Pro peccatis suæ gentis / Quis est homo qui non fleret 7 Vidit suum dulcem natum / Eja Mater fons amoris / Fac ut ardeat cor meum / Sancta Mater, istud agas / Fac ut portem Christi mortem / Inflammatus et accensus / Quando corpus morietur – Amen.

INTÉRPRETES:

Emőke Baráth, soprano – Carlo Vistoli, contratenor

LE CONCERT D’ASTRÉE:

Primeros violines: David Plantier (concertino), Giorgia Simbula, Rozarta Luka, Clémence Schaming

Segundos violines: Stéphanie Pfister, Agnieszka Rychlik, Yan Ma, Yuki Koike

Violas: Michel Renard, Diane Chmela, Delphine Millour

Violonchelos: Mathurin Matharel, Annabelle Luis

Contrabajo: Ludovic Coutineau

Archilaúd: Shizuko Noiri

Órgano y dirección: Emmanuelle Haïm