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La Regenta vuelve a Vetusta

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Jueves 10 de abril de 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXII Festival de Teatro Lírico Español. «La Regenta», ópera en tres actos, con música de Maria Luisa Manchado Torres y libreto de Amelia Valcárcel y Bernaldo de Quirós.

(Crítica para OperaWorld del viernes 11, con las fotos de Alfonso Suárez, más el añadido de los siempre enriquecedores links, con la tipografía y colores que no siempre se pueden utilizar)

Oviedo ya no es Vetusta pero «La Regenta» de Clarín merecía esta ópera en homenaje a los 140 años de su publicación, y tras el estreno madrileño llegaba al Teatro Campoamor y su festival de teatro lírico, gracias al empeño de la profesora Amelia Valcárcel y la compositora Marisa Manchado, Premio Nacional de Música (2024) precisamente en la modalidad de ópera por esta obra tan esperada en la capital asturiana, un tándem que aceptó el reto equiparable según ambas al de Da Ponte y Mozart por reducir a drama Las bodas de Fígaro y cómo el primero escribía las palabras mientras él segundo hacía la música. Para ellos en seis semanas todo estaba en regla pero para las madrileñas la composición de «La Regenta» les llevaría diez años (más otros diez desde la idea primigenia).

Estrenada en Madrid (con cinco funciones) estaba claro que Oviedo tenía que vivir y presenciar esta ópera de nuestro tiempo, donde más de cien años después, aún queda parte de esa Vetusta clariniana y farsante, pues parte del público -maduro y femenino mayormente- salía escandalizado de sus localidades y gritando por los pasillos en medio de la escena del tercer acto con “el cazador Víctor y la presa Regenta”, un coito elegante y nada explícito mientras el cornudo Quintanar se confiesa a Fermo y retará a Mesía, pero que hubiera reaccionado probablemente de la misma forma ambientándose en Boston o Sonneberg, pues si algo tiene esta novela llevada al cine, la televisión, el teatro o finalmente a la lírica, es su atemporalidad y universalidad donde aparecen “el poder, la maldad, las miserias y las ruindades humanas” que son la inspiración de la compositora, tal y como refleja en sus notas al programa.

Condensar las casi mil páginas de la novela de Leopoldo Alas no era tarea fácil, menos aún adaptarla para poder ser cantada (y hablada en momentos puntuales) por sus personajes, pero el trabajo de composición es loable para una ópera actual (me niego a calificarla de vanguardista), exigente para todos, sumándose una escena minimalista de Bárbara Lluch (en Oviedo estuvo Paula Castellano), negra, sobria, que plasma la soledad y la claustrofobia, con un diván como único mobiliario, donde los tres actos se suceden sin pausa, siendo los dos planos en que se realiza la acción lo más logrado, junto a la iluminación y escenografía apropiada de Urs Schönebaum más el vestuario elegante de Clara Peluffo (válido para toda ella aunque implícito en el baile del casino), nos van situando en todos los ambientes de la obra de Clarín.

Y Ana Ozores omnipresente la hora y media, con los cambios de vestuario llenos de complejo simbolismo, revistiéndose en la escena con los distintos modelos, casi como disfraces, de viuda, señora, virgen o prostituta, con pestañas que parecían ser aquellos recortables de los que en mi época llamábamos “mariquitas”.

La soprano María Miró encarnó a esta regenta plena, empoderada en una evolución de su personaje a lo largo de la función: mojigata con las beatas, doliente en la procesión, contenida con El Magistral, apasionada con Mesía y hasta consumida por el remordimiento (y el enclaustramiento), con esa frase tan concluyente y angustiada de “Estoy tan sola, tan yerta”. De canto siempre cuidado, íntimo y potente, timbre bellísimo y uniforme color vocal, sin fisuras en las no muchas coloraturas que MM (como llama Amelia Valcárcel a la compositora) escribe para la protagonista, sobre todo en el último acto de esta su tercera ópera.

El Magistral del barítono David Oller también jugó con su lucha interior, difícil proyectar la voz desde el plano superior pero mejor al lado de su Anita de quien es “su amigo del alma”, el cura lascivo de apariencia mística y sin complejo de Edipo con su madre Doña Paula (una Laura Vila de graves cortos en su emisión desde el lateral del plano superior), de timbre algo “blando” para su personaje, pero convincente en la escena.

El inmoral Álvaro encontró en el tenor Vicenç Esteve la mejor opción para toda la carga seductora de su personaje, “El Don Juan de Vetusta”, vestido decimonónico morado con peluca de ilustrado, que nos dejó un trío bien empastado en el casino con Vegallana, otro sátiro bien encarnado por el también tenor José Manuel Montero de registro más grave con buena diferenciación de colores, y el Don Víctor a cargo del bajo Cristian Díaz, algo limitado de volumen pero suficiente gracias a un foso que siempre respetó las tablas, que sería abatido por el fugado Mesía.

La soprano María Rey-Joly sedujo como la viuda Obdulia y ex-amante de Don Álvaro, sensual, luchando con una escritura vocal que no ayuda al lucimiento pero escénicamente convincente, al igual que la Petra de la mezzo Anna Gomà, con una voz de calibre especialmente en la confesión al Magistral. Dos carreras vocales divergentes en el tiempo pero completando un reparto que remataría el contratenor Gabriel Díaz como sapo, actoralmente impresionante y vocalmente perfecto en este rol repulsivo: imaginería en la procesión central del segundo acto y el repugnante “sapo” del beso a La Regenta.

Merece destacar la intervención del coro residente del festival que prepara San Emeterio, una Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” amateur pero plenamente entregados en el papel de Vetusta, los vecinos de mirada pervertida, chismosos (original la escena con los periódicos y el agujero con las caras, del que dejo una de las fotografías de Alfonso Suárez), inmóviles, jugando con los paraguas más allá del guiño a la climatología asturiana del “Nunca pasa nada, llueve y para…”, con pasajes complicados en esta partitura atonal y sin muchos referentes pero que solventaron con profesionalidad, además de aportar a Eugenia Ugarte y Ángel Simón como Beata y Señorito a este gran reparto clariniano de Valcárcel-Manchado.

Todo el peso de la ópera recayó en Jordi Francés que sacó lo mejor de la partitura, concienzudamente trabajada, con una Oviedo Filarmonía compacta, amplia, afinada, versátil desde hace años, con tímbricas hermosas, una percusión precisa, arpa y teclas virtuosas, el saxo que nos llevaba al vals del casino o el maravilloso solo de violín de Mijlin. La música de Manchado, bien analizada en las notas al programa por el doctor Jonathan Mallada, es difícil de ejecutar por todos. Tiene pasajes agradables de escuchar, con glisandos en la cuerda muy efectistas, solos para demostrar la calidad de los primeros atriles, sonoridades de music-hall, ritmos reconocibles e incluso leit motivs que ayudan a seguir una acción siempre clara en el libreto de Valcárcel, pero el trabajo del director barcelonés, todo un especialista en nuevos títulos, hizo posible una función de autentico drama escénico con respeto por las voces y hacer con la música de la orquesta un abrigo que vistió esta ópera de nuestro tiempo, esperando siga representándose al menos en los 150 años de «La Regenta», porque espero que para entonces el público de esta Vetusta del siglo XXI ya esté educada en las músicas actuales, incluso a las que llaman “de vanguardia”.

FICHA:

Jueves 10 de abril de 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXII edición Festival de Teatro Lírico Español. «La Regenta», ópera en tres actos, con música de Maria Luisa Manchado Torres y libreto de Amelia Valcárcel y Bernardo de Quirós, basada en la novela homónima de Leopoldo Alas “Clarín”. Estrenada el 24 de octubre de 2023 en la Sala Fernando Arrabal de las Naves de Español en Matadero (Madrid). Coproducción del Teatro Real y del Teatro Español (2023).

Versión orquestal para el Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo. Edición a cargo de Guillermo Buendía Navas (Madrid, 2024).

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Jordi Francés – Dirección de escena: Bárbara Lluch – Asistente de dirección: Paula Castellano – Escenografía e iluminación: Urs Schönebaum -Vestuario: Clara Peluffo   Director del coro: José Manuel San Emeterio.

REPARTO:

Ana Ozores (La Regenta): María MiróFermín de Las (El Magistral): David OllerÁlvaro Mía (Presidente del Casino de Vetusta): Vicenç EsteveDon Víctor Quintanar (marido de la Regenta, exregente de la Audiencia): Cristian DíazPaco Vegallana (mejor amigo y confidente de Mesía): José Manuel MonteroObdulia (viuda llamativa y antigua amante de Mesía: María Rey-JolyPetra (criada de la Regenta): Anna GomàDoña Paula (madre del Magistral): Laura Vila Sapo (un monago): Gabriel DíazBeata: Eugenia UgarteSeñorito: Ángel Simón.

Actores: Andrés Bernal y Magdalena Aizpurúa.

Oviedo Filarmonía

Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo

Carnavalesca Arabella

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Domingo 17 de noviembre de 2024, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVII Temporada de Ópera. Richard Strauss (1864-1949): «Arabella», Lyrische Komödie en tres actos, op. 79, con libreto de Hugo von Hofmannsthal. Estrenada en el Sächsisches Staatstheater de Dresde el 1 de julio de 1933. Producción del Aalto-Musiktheater Essen.

(Crítica para Ópera World del lunes 18 con el añadido de los siempre enriquecedores links, tipografía y fotos propias más de las RRSS)

Una ópera muy esperada en Oviedo el tercer título de la septuagésimo séptima temporada, que además de ser estreno en la capital del Principado, llegaba con el cambio de la inicialmente prevista Maite Arberola por la británico-canadiense Jessica Muirhead en el rol de Arabella, que ya interpretase precisamente en esta producción alemana del Aalto-Musiktheater Essen, lo que parecía augurar un éxito. En la línea de seguir apostando por nuevos títulos, no hubo lleno pero sí la “división de opiniones” habitual con los ya cansinos abucheos -cada vez menos- mezclados con tibios aplausos (algo extraño para los muchos forasteros que acuden al Campoamor) en la primera función de la Vetusta decimonónica, con tímidas ovaciones al final de la representación a cargo de los abonados habituales pero sin el triunfo esperable tras una representación globalmente plana, gris, deslucida pese a las buenas intenciones y trabajo de todos, que no convenció y hasta por momentos resultase anodina, por no decir soporífera, sobre todo los dos primeros actos, que en el descanso aún vaciarían más las butacas.

La puesta en escena de Guy Joosten y Katrin Nottrodt pretendía ser como dicen ahora “rompedora” o al menos provocadora, incidiendo en la esquizofrenia y decadencia de la Viena imperial de 1866 que se derrumbaba, usando elementos que incidieran conscientemente en la chabacanería y mal gusto de esta tragicomedia escrita por Hugo von Hofmannsthal a partir de sus “Lucidor” y “Le coche deben compte”, dos historias de falsedades y continuos disfraces en aquel eterno Fasching vienés, aunque hurtándonos del que debería ser el lucido “baile de los cocheros” para convertirlo en una cena de cumpleaños, solamente carnavalesca por las máscaras de cerdos que portaban los tres condes pretendientes, todo muy “marxista” en este “Hotel de los líos” como definió en el programa de mano la doctora María Sanhuesa, auténtica astracanada decadente donde hubo más teatro que canto, verdadero vodevil de figurines poco acertado: el casi protagonista vestido “azul acero” que debe lucir Arabella quedó reducido a una especie de guardapolvos sobre el camisón con el que aparece incluso antes del inicio musical; los condes pretendientes uniformado s igual, y el croata Mandryka más un cazador polar junto a su fiel Welko, ambos con el mismo ropaje toda la función. Faltó el glamour que no debe ir reñido con la crítica ácida a esa familia desestructurada buscando seguir viviendo del cuento a costa de un matrimonio de conveniencia, pues las apariencias deben seguir siendo bellas aunque engañen sin resultar tan explícitas. Para rematar los desatinos hasta se cambia el final feliz para dejar compuesta y sin novio a la pequeña de los Waldner.

La increíble escritura musical de Richard Strauss careció de la chispa necesaria pese al buen estado de la OSPA (con Daniel Jaime de concertino) donde Corrado Rovaris no pareció el mismo de sus anteriores visitas al auditorio con la formación asturiana, pero tampoco en su paso por el Campoamor con un «Don Carlo» muy verdiano e incluso con el Golijov del «Ainamadar» en un recordado 2013 donde el maestro italiano sí funcionó con la calidad esperada. En su haber el excelente  preludio del tercer acto, un sinfonismo sin complejos que al menos me quitaría parte de la decepción del foso, y su apuesta por unos tempi arriesgados con los que la orquesta asturiana nunca tiene problemas, contando además con unos solistas de altura.

Foto ©Matthias Jung

Enorme el esfuerzo de Jessica Muirhead que apenas tiene descanso, pero cuya voz posee un vibrato que por momentos llega a resultar molesto, reconociéndole a la soprano el dominio de su Arabella en esta misma producción de Essen. Mejor su “hermano Zdenko” con una María Hinojosa de color bien contrastado con la protagonista, poseedora la soprano catalana de una buena técnica, dicción y gusto a quien le faltó, como suele suceder, un poco más de volumen en los graves, o al menos que el foso bajase decibelios.

El barítono alemán Heiko Trinsinger tiene un timbre desigual, buen volumen pero una línea de canto donde pareció elegir el lado brusco de Mandryka en todos los aspectos, pese a ser un straussiano reconocido, y otro tanto con el padre de Arabella, el Conde Waldner del bajo austriaco Christoph Seidl, bastante tosco en todos los sentidos, donde lució más la parte escénica que la musical. Su esposa Adelaide, la mezzo británica Carole Wilson, se sumó a la astracanada lírica pese a contar con un buen instrumento que ni lució ni convenció, como tampoco con un vestuario chabacano hasta para carnavales.

Los pretendientes de Arabella desarrollaron distinto trabajo: interesante el de los tres condes aunque igualmente contagiados de esa falta de emociones, optando por una desmesura interpretativa. Mejor el Elemer del tenor barcelonés Vicenç Esteve, progresando lentamente “nuestro” bajo asturleonés Javier Blanco como Lamoral, que va ganando enteros poco a poco, y un oscurecido Dominik del barítono de Palamós Guillem Batllori. El Matteo a cargo del tenor coreano Jihoon Son no tuvo el peso vocal esperado, de poca proyección y agudos metálicos, aunque sí dio todo en su lado actoral que por momentos incluso provocaría cierta chanza cada vez que colocaba la pistola sobre la sien.

De los roles más breves, en el primer acto la mezzo gerundense Claudia Schneider como La tiradora de cartas fue convincente, el Cartero del venezolano debutante Ángel Simón (que canta en el Coro de la Ópera) más limitado vocalmente pero un barítono que irá creciendo y perfeccionándose paulatinamente en nuestra tierra porque “hay madera”. Mientras tanto en el segundo acto cuando esperábamos un tirolés canto “yódel” de La Fiakermilli escrito para lucirse, Cristina Toledo nos dejó todo un catálogo de gritos sobreagudos que contribuyeron a todo un esperpento lírico. Por último el actor ovetense Carlos Mesa convence hasta hablando en alemán.

Si «Arabella» es un título poco representado, con los mimbres mostrados en Oviedo pienso que tardará lustros en reponerse, mostrando las falsedades de la vida moderna que resultarían paralelas a la propia representación. Una lástima porque el tándem Strauss-Hofmannsthal nos ha dejado tres páginas para disfrutarlas (junto a «El caballero de la Rosa» y «Elektra») y no para abrir la boca o echar una cabezada, pues “la vida para los ociosos también es espectáculo”, pero como los clientes de este “hotel de los líos” nos fuimos a dormir porque no puede pasar nada más.

FICHA:

Domingo 17 de noviembre de 2024, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVII Temporada de Ópera. Richard Strauss (1864-1949): «Arabella», Lyrische Komödie en tres actos, op. 79, con libreto de Hugo von Hofmannsthal. Estrenada en el Sächsisches Staatstheater de Dresde el 1 de julio de 1933. Producción del Aalto-Musiktheater Essen.

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Corrado Rovaris – Dirección de escena: Guy Joosten – Escenografía y figurinista: Katrin Nottrodt – Iluminación: Jürgen Kolb – Repositora de iluminación: Charlotte Marr.

REPARTO:

Arabella: Jessica Muirhead (soprano) – Zdenka: María Hinojosa (soprano) – Conde Waldner: Christoph Seidl (bajo) – Adelaide: Carole Wilson (mezzosoprano) – Mandryka: Heiko Trinsinger (barítono) – Matteo: Jihoon Son (tenor) – Conde Elemer: Vicenç Esteve (tenor) – Conde Dominik: Guillem Batllori (barítono) – Conde Lamoral: Javier Blanco (bajo) – La Fiakermilli: Cristina Toledo (soprano) – La tiradora de cartas: Claudia Schneider (mezzosoprano) – Welko: Carlos Mesa (actor) – Cartero: Ángel Simón (barítono).

Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias.

La Mancha asturiana

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Jueves 23 de mayo de 2024, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXI Festival de Teatro Lírico Español.
«La rosa del azafrán», zarzuela en dos actos y seis cuadros.
Música de Jacinto Guerrero, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, inspirado en El perro del hortelano de Lope de Vega
. Estrenada en el Teatro Calderón de Madrid el 14 de marzo de 1930. Producción del Teatro de la Zarzuela (2024). Edición crítica de Miguel Roa / Tritó Edicions (Barcelona, 2008).

(Crítica de «La rosa del azafrán» para Ópera World del viernes 24 de mayo con el añadido de los links siempre enriquecedores y la tipografía que la prensa no suele admitir. Fotos de Alfonso Suárez)

En los felices años 20 del pasado siglo, el asturiano Federico Romero junto a Guillermo Fernández-Shaw y el compositor Jacinto Guerrero, acompañados del fotógrafo José Zegri y el crítico musical Julio Gómez emprendieron un viaje en coche para empaparse de las coplas, estribillos y cantos tradicionales de los campos y tabernas manchegas que servirían de inspiración a la bella y compleja partitura de «La rosa del azafrán», zarzuela de la recia tierra de Don Quijote, que casi cien años después sigue triunfando cada vez que se repone, en parte por su calado popular lleno de melodías que escuchábamos a nuestras abuelas y madres, siendo además Emilio Sagi Barba, abuelo de nuestro universal Emilio Sagi, el primer Juan Pedro, con lo que también había homenaje asturiano en este penúltimo título del XXXI Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo.

Tras su paso en enero por el madrileño Teatro de La Zarzuela recalaba con gran parte de la producción en el Teatro Campoamor nuevamente a rebosar, que aplaudiría casi todos los números a un elenco de primera que dignifica y hace grande este verdadero Patrimonio de la Humanidad, pidiendo aumentar las dos funciones actuales, pues cuando hay calidad, y esta función la tiene, el público no falla.

La producción madrileña es una maravilla de principio a fin tal como la ha concebido Ignacio García, que estos días viajaba al Bellas Artes mexicano para un ‘Turandot’ seguramente con la misma honestidad y verismo que esta «La rosa del azafrán» tan ligada a nuestro país, sus gentes y su folklore. En la rueda de prensa García dejaba claro que “El alma de la zarzuela es el vínculo con la tierra anclada en el pueblo” y no defraudó, comenzando por el respeto a la propia obra inspirada en El perro del hortelano de Lope de Vega, una recreación “verista” que refleja la esencia del campo manchego y sus gentes, los celos y conflictos de clase, la dureza del trabajo rural humilde y pobre en las postrimerías del siglo XIX, y hasta el aroma a trigo, cómo pasan las estaciones cual metáfora del ciclo vital y los complejos sentimientos de los protagonistas, con diálogos adaptados y acortados que informan de la trama, el estilo, los personajes y las situaciones invirtiendo la proporción entre lo hablado y lo cantado para un mayor dramatismo de esta historia.

Los decorados de Nicolás Boni están muy logrados, captando la esencia de un pueblo manchego, piedra y cal, espigas en el profundo infinito cual mar sobre el que se puede caminar, y que con la delicada y excelente iluminación de Albert Faura impresionaron por captar cada hora del día, cada estación y ciclo del campo, embelleciendo escenas dignas de la gran pantalla. El rústico vestuario de Rosa García Andújar para los labriegos y espigadoras completó la imagen histórica y verdaderamente creíble de este libreto que la música de Guerrero eleva a la quintaesencia de la mejor lírica hispana.

Con estos mimbres la representación ya animaba al triunfo contando además con un elenco equilibrado bien rodado en Madrid junto a las incorporaciones en la capital asturiana, comenzando por la dirección musical del bilbaíno Diego Martín-Etxebarría. Feliz sustituto de la anunciada Alondra de la Parra que voló antes de tiempo pero encontrando a un maestro conocedor de la obra, atento al detalle, mimando las voces que al fin cantan y no gritan, musicalidad a raudales con una Oviedo Filarmonía (OFil) dúctil, comprometida, capaz de bajar al foso (tras el “espectáculo Villazón” comentado en estas mismas líneas) y ceñirse a la batuta del maestro con plena confianza en el resultado final. Otro tanto del coro titular, la Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” con mucho que cantar tanto en conjunto como en las intervenciones solistas de hombres (simpáticos en el “Pasacalle de las escaleras”) y mujeres (convincentes y pícaras en “La caza del viudo”), bien afinados y matizados, seguros, ofreciendo el movimiento escénico requerido por Sara Cano junto a las cinco parejas de bailarines. Pese a algún inicio coral por delante de la orquesta, en apenas dos compases encontraron la pulsación con el foso, siempre atento a las indicaciones del director vasco, intervenciones de principio a fin casi interiorizadas y no canturreadas aunque ganas no nos faltasen, incluso para “disimular” los pertinaces y maleducados teléfonos. Seguidillas, rondas, pasacalles, jotas (“Bisturí, Bisturí…”) y hasta el popular “Coro de espigadoras” volvieron a mostrar el buen trabajo del director José Manuel San Emeterio y la excelente concertación con la OFil por parte de Martín-Etxebarría.

Si los diálogos están adaptados y acortados, contar con Mario Gas, verdaderamente Generoso en el amplio sentido de su personaje, declamando los clásicos hispánicos tan cervantinos cual Quijote poderoso de alta alcurnia, es todo un plus. Completarlo con Vicky Peña igualmente Custodia de la mejor escena española, resultó el tándem ideal que cuando se incorpora a nuestra zarzuela la hacen merecedora de todos los elogios. Sumar al gran Emilio Gavira, otro actor esencial, o el Carracuca de Juan Carlos Talavera que junto al Moniquito de Vicenç Esteve sacaron las sonrisas del público y el fino humor del libreto (impagable la marcha fúnebre que se vuelve jocosa), conjugando lo popular y lo culto que conviven felizmente. Tampoco defraudaron el mendigo – Julián del joven Javier Gallardo y el Miguel del habitual Carlos Mesa, incorporaciones que también van ganando su espacio en la zarzuela con las intervenciones de los llamados actores-cantantes, cuya formación escénica no distingue hace años esa doble faceta.

Y si la parte actoral es necesaria en la dramaturgia, las voces protagonistas son las “cabezas de cartel”, verdaderas todoterreno que pasan del canto a la palabra con la exigencia de una técnica que asusta a muchas, pero para quienes aceptan el reto y se preparan concienzudamente, nos dejan el buen sabor de boca que obliga a pedir más zarzuela. Incorporar como cantante de la música popular a la asturiana Anabel Santiago, una artista que comenzando en la tonada ha evolucionado su repertorio haciéndolo llegar a las nuevas generaciones, resultó un acierto siendo quien arrancaría a capella la función, ligeramente amplificada con una reverberación que daría posteriormente los enlaces entre cuadros, jotas y seguidillas actuales, con coreografiada percusión de manos sobre las mesas o con los panderos, volviendo a la voz sola del soneto quijotesco, e incluso cerrando la representación en un cuidado unísono con el ama protagonista.

El “duelo vocal” de las sopranos asturianas, Beatriz Díaz y María Zapata, Sagrario y Catalina, reflejó dos generaciones líricas como en el propio libreto, ama y criada unidas por el buen quehacer. Tan excelentes actrices como cantantes, la allerana afrontó una partitura exigente técnicamente, con unos graves que han ganado cuerpo, los agudos claros y seguros, más una gama de matices donde sus pianissimi siguen siendo únicos, bien proyectados, con todo el respeto desde el foso para disfrutar de una voz que sigue emocionando desde una madurez bien enfocada. Sus romanzas, especialmente “No me duele que se vaya”, la lírica “La rosa del azafrán es como la maravilla” que así resultó, y los dúos con Catalina o el final con Juan Pedro “Tengo una angustia de muerte” derrocharon buen gusto, musicalidad, empaste y entrega en un personaje complejo.

No quedó atrás ante este reto la ovetense como Catalina, resuelta en escena pasando de lo cómico (excelentes seguidillas con Moniquito) al drama con seguridad, timbre ideal, gran jota y copla en el penúltimo cuadro, buen empaste y mejor proyección junto a las voces blancas en el difícil “Coro de las espigadoras”.

Dejo para el final a Damián del Castillo, el Juan Pedro protagonista que arranca con la famosa “Canción del sembrador” sentida, agradecida y aplaudida, interpretación generosa de esta romanza que han cantado los grandes barítonos y verdadera prueba de fuego para su tesitura en una partitura exigente de principio a fin. Entregado y bien cantado su primer dúo con Sagrario (“Manchega, flor y gala de la llanura”), entregado en “Aunque soy forastero”, rotunda su jota “Hoy es sábado y no quiero”, más el emocionante dúo final “Manchega, tu cariño me da la vida” para redondear una función sobresaliente.

Una espléndida, colorida y sembrada flor sin fisuras que sigue demostrando la vigencia de nuestra zarzuela cuando se realiza con calidad, honestidad y entrega. Oviedo quiere más zarzuela y pide más funciones para los títulos de las próximas temporadas, siempre que sean como la actual. El éxito está asegurado con producciones y elencos como el de esta rosa, “… una flor arrogante que brota al salir el sol…” pero no murió al caer la tarde.

FICHA:

Jueves 23 de mayo de 2024, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXI Festival de Teatro Lírico Español.
«La rosa del azafrán», zarzuela en dos actos y seis cuadros.
Música de Jacinto Guerrero, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, inspirado en El perro del hortelano de Lope de Vega. Estrenada en el Teatro Calderón de Madrid el 14 de marzo de 1930. Producción del Teatro de la Zarzuela (2024). Edición crítica de Miguel Roa / Tritó Edicions (Barcelona, 2008).

FICHA ARTÍSTICA:

Dirección musical: Diego Martín-Etxebarría – Dirección de escena: Ignacio García – Escenografía: Nicolás Boni – Vestuario: Rosa García Andújar – Iluminación: Albert Faura (AAI) – Coreografía: Sara Cano – Asistente a la dirección musical: Sergio Sáez Tecles – Ayudante de dirección de escena: Ana Cris.
Oviedo FilarmoníaCapilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” (director: José Manuel San Emeterio).

REPARTO

«La rosa del azafrán»

Sagrario: Beatriz Díaz – Juan Pedro: Damián del Castillo – Catalina: María Zapata – Moniquito / Un pastor: Vicenç Esteve – Custodia: Vicky Peña – Carracuca: Juan Carlos Talavera – Don Generoso: Mario Gas – Miguel: Carlos Mesa – Micael: Emilio Gavira – Julián / Un mendigo: Javier Gallardo – Cantante de música popular: Anabel Santiago – Bailarines – Figurantes: Adrián Gómez, Ana del Rey, Ángela Chavero, Cristina Cazorla, Irene Hernández, Jesús Hinojosa, Nuria Tena, Verónica Garzón, José Alarcón, Miguel Ballabriga, Enrique Arias y Yoel Vargas.

Una rosa en Oviedo

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Jueves 23 de mayo de 2024, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXI Festival de Teatro Lírico Español. «La rosa del azafrán», zarzuela en dos actos y seis cuadros.
Música de Jacinto Guerrero, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, inspirado en El perro del hortelano de Lope de Vega. Estrenada en el Teatro Calderón de Madrid el 14 de marzo de 1930. Producción del Teatro de la Zarzuela (2024). Edición crítica de Miguel Roa / Tritó Edicions (Barcelona, 2008).

(Reseña de «La rosa del azafrán» para La Nueva España del viernes 24 de mayo con el añadido de los links siempre enriquecedores y la tipografía que la prensa no suele admitir. Fotos de Alfonso Suárez)

Un éxito rotundo el penúltimo título del Festival de Teatro Lírico Español conjugando a la perfección todo lo que supone esta enorme zarzuela del maestro Jacinto Guerrero: «La rosa del azafrán arrogante que brota al salir el sol…» pero no murió al caer la tarde ovetense.

Producción estrenada en el Teatro de la Zarzuela el pasado mes de enero, y que volvió a triunfar en “La Viena Española” con un elenco de altura tanto en lo musical como en lo dramático. Grandes de la escena en Madrid repetían ahora en Oviedo, como el inconmensurable Mario Gas Generoso y Vicky Peña Custodia del arte de Talía, enormes e impagables por una trayectoria siempre en lo alto, junto a Emilio Gavira y el humor de Juan Carlos Talavera, sumándose en la capital asturiana el poliédrico Carlos Mesa o el joven Javier Gallardo, de casa pero que tienen su lugar en el templo lírico carbayón.

Junto a ellos unas voces de primera, tan buenas actrices como cantantes, algo difícil en la zarzuela que siempre coarta aceptar este género tan español y exigente. Comenzar con las asturianas, Beatriz Díaz y María Zapata impecables como Sagrario y Catalina reflejando ya dos generaciones líricas como en la propia escena. El ama de la allerana ganando graves sin perder sus exquisitos agudos y unos pianissimos de respigarse en una interpretación inteligente, redonda y fiel, más la soprano ovetense que prosigue su carrera ascendente, defendiendo su rol en un buen empaste con todos sus colegas de reparto sembrando esperanza.
Poderío astur extra con Anabel Santiago cambiando tonada por jotas y seguidillas, amplificada abriendo cuadros, con su habitual ímpetu y entrega, sin olvidarnos de los papeles masculinos con el protagonista Juan Pedro del barítono Damián del Castillo en buen estado vocal aunque algo rígido, o el simpático Moniquito del tenor Vicenç Esteve, que se ganó al respetable, solo una parte de este gran homenaje a La Mancha lleno de verismo y honestidad.

Imprescindibles siempre Oviedo Filarmonía en el foso y la Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” sobre las tablas, cantos con historia bien repartida, todos bien conducidos por el director bilbaíno Diego Martín-Etxebarría, sustituyendo a la prevista Alondra de la Parra, con quien hemos ganado por su implicación y dominio de la partitura de Guerrero, mimando todas las voces como debe ser y mandando con guante de seda.

La escena bellísima de Ignacio García (que volvía tras el doblete Gran Vía-Adiós a la Bohemia de febrero), refleja con rigor este “perro del hortelano” decimonónico donde iluminación (desde el amanecer al anochecer manchego), vestuario y escenografía respetuosa y veraz, junto a una docena de bailarines-figurantes, ayudaron a completar una producción de primera que el público asturiano, volviendo a llenar el Campoamor, reconoció con largas ovaciones en cada número, esperando aumenten las funciones para próximas temporadas. Este sábado aún se puede disfrutar si quedan entradas.

Pablo Siana

Esperanza, Sangre, Amor

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Miércoles 12 de julio, 22:00 horas. 72 Festival de Granada, Palacio de Carlos V, “Universo vocal”, Ópera III: Turandot, drama lírico en tres actos, música de Giacomo Puccini (1858-1924), finalizada por Franco Alfano (1875-1954); libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni, basado en la fábula homónima de Carlo Gozzi. Versión concierto. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

Muy esperado este Turandot en el palacio imperial llegado de Madrid este mismo miércoles, haciendo un “paréntesis” en sus representaciones, con todo el despliegue humano y técnico para una noche de ópera donde la escena la pusimos y pensamos nosotros (evitando comparaciones), y la música el último Puccini, con un elenco muy equilibrado y bien elegido, junto a la Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real bajo la dirección de Nicola Luisotti que realmente fueron los que “al alba vencieron” conociendo las respuestas a los tres enigmas de la pérfida Turandot.

Y aunque la acústica del Palacio de Carlos V no es la más idónea, sumándole el número de intérpretes sobre el escenario parecía complicado encontrar el punto exacto, pero la magia en Granada sigue viva. El coro se situó en nueve tribunas añadidas por la zona trasera de la tarima para casi 90 cantantes (no los conté), voces jóvenes, empastadas, dominando esta obra donde su protagonismo es indudable desde su estatismo, con una gama de matices amplia en todas las cuerdas, incluso tapándose la boca para los momentos más “recogidos» y desplegando toda la potencia de un pueblo que pide sangre pero también esperanza, el miedo junto al perdón. Bravo por el coro que tan bien ha preparado Andrés Máspero.

La Orquesta Sinfónica de Madrid, también joven, con la concertino Gergana Gergova impecable, a la que Luisotti sacó a saludar con todo el elenco como copartícipe del éxito, comandando una cuerda aterciopelada y compacta, de buenos graves, sumando arpas y celesta con el volumen necesario para mostrar todos los efectivos equilibrio y excelentes dinámicas que mantuvieron ese color especial de Puccini; maderas llenas de musicalidad, metales tanto recogidos como poderosos en sus momentos, y una percusión que nunca aturdió aunque por momentos retumbase en las piedras palaciegas.

Evidentemente el control de Nicola Luisotti fue absoluto, dominador de esta ópera, sacando el jugo a una orquestación brillante, orientalista y “guerrera” sin olvidarse de subrayar los momentos cantados, sabedor de que los solistas encontrarían el punto justo de volumen.

Del reparto, comenzar por el casi omnipresente Calaf del tinerfeño Jorge de León, en un momento vocal dulce, con potencia en los agudos, redondez en el medio y seguridad en los graves, todo el protagonismo y carga dramática que escribió Puccini más allá del “Nessun dorma” (aplaudido antes de finalizarlo aunque la acción no se detuvo). Metido en su personaje valiente y generoso, todos los estados de ánimo se reflejaron en él, volumen suficiente para tener a la orquesta detrás, emisión precisa y memorable final con Turandot en perfecta sintonía y empaste con la “principesa”.

Hoy en día la napolitana Anna Pirozzi es la princesa Turandot por capacidad, color, fuerza, dramatismo, entrega, expresividad y demás calificativos que queramos añadir. Si en las óperas los “malos” son importantes, en esta aún más y desde esa majestuosidad vocal. Su presencia en escena desde la primera aparición marcó diferencias y su gestualidad digna de analizarse incluso el egoísmo de la mirada. Peo el amor todo lo redime y perdona, y esa “muda” de sanguinaria a enamorada resultó el broche ideal a un rol que ya es suyo.

Liù es el personaje más “pucciniano” con todo el simbolismo que conlleva, y la georgiana Salome Jicia (que sustituye a Nadine Sierra) mostró en sus dos conocidas arias calidad y calidez, agudos en planísimo sobrevolando sin problemas la orquesta, línea de canto hermosa y mucha musicalidad, empastes en los dúos, fiato asombroso y con gusto, más un color que en los conjuntos brilló entre los tutti.

Al fin un bajo joven con cuerpo para el Timur del polaco Adam Palka, voz redonda que con los años aún ganará en emisión, línea de canto muy cuidada y matices controlados con volumen más que suficiente.

El trío de Ping, Pang y Pong encontró los cantantes adecuados por escena (los que más), empaste, volumen y buen gusto sin olvidar el toque cómico de los ministros. El barítono mexicano (Ping) Germán Olvera de color broncíneo y emisión potente, con los dos tenores que ayudaron a redondear estos personajes inspirados tanto por libreto como por música: el Pang del granadino Moisés Marín resuelto junto al Pong del vasco Mikeldi Atxalandabaso, siempre un seguro de calidad y más en este rol que lleva años defendiéndolo.

Citar el buen nivel dentro de ese reparto homogéneo del tenor barcelonés Vicenç Esteve, el emperador Altoum, de color diferenciado del Calaf (algo importante en la elección de las voces), o el mandarín del barítono Gerardo Bullón, intervenciones no por breves igual de importantes y destacables.

Y no puedo olvidarme del granadino Coro Infantil «Elena Peinado», con el nombre de su directora, demostrando un nivel altísimo de empaste, afinación, volumen cuidado en los matices, habiendo trabajado muy bien sus apariciones en escena y educados en el amor por la ópera, los niños y niñas a quienes Puccini ha tratado con su estilo y mimo.

Público feliz, entregado, incluso intentando aplaudir “hasta donde llegó Puccini”, y ya de madrugada, con el “añadido“ de Alfano, todo como el propio final: “nadie duerma” hasta el amanecer, que me llega escribiendo.

REPARTO

 Nicola Luisotti (director)

Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real (Andrés Máspero director del coro)

Coro Infantil «Elena Peinado» (Elena Peinado, directora)

Anna Pirozzi, soprano (La princesa Turandot)

Vicenç Esteve, tenor (El emperador Altoum)

Adam Palka, bajo (Timur)

Jorge de León, tenor (el príncipe desconocido, Calaf)

Salome Jicia, soprano (Liù)

Germán Olvera, barítono (Ping) – Moisés Marín, tenor (Pang) – Mikeldi Atxalandabaso, tenor (Pong)

Gerardo Bullón, barítono (Un mandarín)

Doña Paquita de Pasqual

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Miércoles 29 de mayo, 20:00 horas. Teatro de la Zarzuela, Madrid; retransmisión en vivo (desde los canales propios del teatro en Facebook, YouTube y Web): Doña Francisquita (música de Amadeo Vives, texto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw inspirada en «La discreta enamorada» de Lope de Vega). Adaptación de Lluis Pasqual. Fotos ©TeatroDeLaZarzuela (capturas de pantalla de la emisión).

Desde sus orígenes la escena siempre ha sido objeto de visiones distintas con un mismo original. Teatro y Lírica forman parte de ello y hace años que los directores de escena y dramaturgos han querido revisar, actualizar o versionar con distinto criterio muchas obras maestras. En el caso de la ópera aún tengo mi primer recuerdo de Peter Sellars con un Cossì mozartiano ambientado en el «Despina’s caffe» o más recientemente una Bohème de Damiano Michieletto con la Netrebko, Beczala y sus amigos «yonkis», escenografías que comenzarían a romper moldes en aquella recordada Traviata de Salzburgo con Villazón firmada por Willy Decker, sin olvidarme de los muchos Elisir solo citando DVDs que tengo en casa. De las muchas «actualizaciones» que han pasado por el Campoamor tengo buen recuerdo de unos Diálogos de Carmelitas de Carsen increíbles frente a la época de balnearios, albornoces y toallas (probablemente portuguesas) pero también el Sagi que ambientó en Llanes el archirrepresentado Elisir amén de las óperas barrocas que continúan la línea escénica en boga.

A nuestra zarzuela también ha llegado este interés por las «revisiones» con mayor o menor acierto, pues Calixto Bieito o La Fura resultan habitualmente «taquilleros» además de controvertidos por desvirtuar la acción original (como en tantas óperas), encumbrando a los directores de escena como los divos actuales, obligando a actuar en condiciones antinaturales para cualquier cantante, buscando más la visión estética que la musical, primando la belleza de cantantes más que su voz, una tiranía en la sociedad del placer. No tengo buenos recuerdos en algunos montajes finalizando con un Sobre Verde que sobraba, y en cambio la última Africana presentada por Joan Font resultaba por lo menos respetuosa desde lo actual. Hay que reconocer que los escándalos y las críticas negativas se hacen virales, ayudan a llevar más público, unos por morbo, otros para comprobar y a veces corroborar lo leído, pero los que se estrenen me preocupa se lleven una visión parcial de grandes obras musicales donde la escena sigue ocupando tres cuartas partes de las críticas.

Mi generación creció con el audio (radio, vinilos, cassettes y CD), y tras la llegada de la televisión y el vídeo (luego el LaserDisc, el DVD o el BlueRay) supuso un avance al acercarnos la otra mitad tan importante como la música: la escena. La llamada «era de internet» es la última revolución que en el acceso a la lírica en general supone «universalizar», pero no siempre con la calidad deseada, aunque siempre con excepciones y la controversia siga vigente.

Toda esta introducción viene a cuento por la última producción del Teatro de la Zarzuela coproducida con el Liceu barcelonés y la ópera de Lausanne de Doña Francisquita y música del maestro Vives y un elenco de primeras figuras que con una excelente realización en directo (que disfruté en el televisor) y una toma de sonido impecable, hicieron llegar a todo el mundo (twitter echaba humo) esta joya de nuestro género por excelencia que llegaba con mucha polémica previa no siempre educada y perdiendo el respeto por quienes trabajan en ella, con mucho dinero invertido en vestuario, luces, atrezzo, escena y todo el personal. Si es gratis apagamos en caso de que no guste, si pagamos podemos no aplaudir, pedir la hoja de reclamaciones (porque quien paga tiene derecho a protestar), aportar opiniones razonadas siempre discutibles (el debate mantiene la mente despejada) e incluso silbar o patear al final del aria, romanza o toda la función (he vivido algunos momentos así con cantantes y últimamente más con las escenografías, lanzamiento de zapato incluido), pero nunca faltar al respeto, algo que tristemente se está dando en nuestra sociedad de la que la zarzuela o la ópera tampoco se escapan, fiel reflejo de estos tiempos, y que la zarzuela siempre criticó por ser algo vivo, irrepetible cada día.

Vuelven los tiempos de los escándalos por Jesucristo Superstar, el desnudo de Victoria Vera en Equus y los mal llamados conservadores que enarbolan la bandera de su moralidad y pensamiento único. Tendremos que recuperar aquel espíritu de libertad y de buenos modales que se han perdido.

Lluis Pasqual, como tantos otros, decide cambiar la acción original de Doña Francisquita del Madrid que arrancaba el pasado siglo, a tres momentos en cada acto (1934 grabando un disco, 1964 en aquella televisión del UHF que en la actualidad parece estar en las madrugadas o madrugando, y un ensayo general de nuestros días), teniendo que introducir al narrador que nos explique su personal visión con textos propios (genialmente interpretado por Gonzalo de Castro) y centrarnos en un argumento perdido con escenografía y bellísimo vestuario de Alejandro Andújar, aunque también hay crítica propia de estas «actualizaciones» por parte de Doña Francisca, que la asturiana Mª José Suárez bordó en cada intervención (seguro que también lleva más de cuarenta representaciones). De los tres actos el segundo me pareció el más logrado.

Las voces principales estuvieron a la altura esperada: Sabina Puértolas (Doña Francisquita) en un rol debutado sin problemas aunque le queda «hacerse con él», e Ismael Jordi (Fernando) que está en un momento álgido de rotundidad vocal aunque sigamos recordando al irrepetible Alfredo Kraus (dedicatario de este título). Los dos lucieron en las romanzas y nos dejaron unos dúos impecables.

No se quedaron atrás Ana Ibarra (Aurora), para mí la verdadera triunfadora de la noche en una complicada partitura que defendió con calidad y belleza a «La Beltrana», más Vicenç Esteve (Cardona), junto a un excelente Santos Ariño (Don Matías).

El cuerpo de baile lució y se lució más allá del esperado Fandango donde la incombustible Lucero Tena volvió a brillar como la figura mundial que es con las castañuelas (el público verdaderamente la aclamó), si bien no entendí que se repitiera, no era un bis, con ella sentada, dentro de esa idea de ambientar como ensayo el último acto.

El coro titular que dirige Antonio Fauró ayudó a completar una escena variada y variable (sentados todo el primer acto) pero perfectamente empastados y con los protagonismos esperados, sumando al conjunto desde su calidad habitual.

Redondearon la música la Orquesta de la Comunidad de Madrid y el titular Óliver Díaz, verdadero maestro sacando de todos lo mejor, defendiendo desde el teatro de la calle Jovellanos nuestras partituras, trabajador incansable, cuidando las dinámicas y los tempi que favorecieron el lucimiento de un elenco vocal que dignifica nuestro género, algo que siempre reclamamos para poder exportar nuestro patrimonio musical al resto del mundo.

Personalmente he visto cosas peores y he disfrutado como algunos otros, aunque esta «Doña Paquita de Pasqual» no sea la genuina «Doña Francisquita» sino más bien un homenaje (o salto en el tiempo) desde una óptica no bien explicada o entendida por muchos.