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Contra los imprevistos siempre Verdi

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Sábado 24 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Olga Peretyatko-Mariotti (soprano), Luca Salsi (barítono), Oviedo Filarmonía, Tung-Chieh Chuang (director). Extractos de óperas de Mozart, Mascagni y Verdi.

Con expectación esperábamos en Oviedo, capital operística con solera, a la soprano rusa Olga Peretyatko, añadiendo el apellido Mariotti por matrimonio con Michele Mariotti en otra pareja para la historia de la lírica entre diva y director. En el concierto del sábado compartiría programa con el barítono Thomas Hampson pero a mediados de semana nos encontrábamos el aviso de cancelación aquejado de una insuficiencia respiratoria con el obligado cambio de obras y la búsqueda de otro barítono que pudiese afrontar con solvencia este duelo con la nueva diva rusa que desde ahora habrá que llamar como las estrellas con artículo delante, «La Peretyatko» (pues La Netrebko sigue siendo única), encontrándose los organizadores con el italiano Luca Salsi recién finalizada su participación en el Trovatore del MET ( hace pocos años también le tocó sustituir a última hora a Plácido Domingo) antes de volver en abril con Lucía y tras el recital del pasado domingo 18 en la Opera Naples que tiene a nuestro Ramón Tebar de director artístico (también pianista) en esta ciudad en el suroeste de Florida.

El barítono se sumó rápidamente a los ensayos con la Oviedo Filarmonía bajo la batuta del joven director taiwanés Tung-Chieh Chuang, auténtico responsable musical del concierto, agradeciéndoseles a todos por megafonía esta buena predisposición para luchar contra los imponderables, volviendo a realizar cambios en el añadido para la velada sabatina.

Bautizada por la prensa musical como «La dama rusa del bel canto», a la soprano rusa no le escuchamos nada de Rossini y prefirió para Oviedo cantar un poco de Mozart que siempre es mucho, y mucho Verdi que no es poco, junto al barítono italiano que sería padre político, biológico e incluso amante a lo largo de esta selección de óperas en el formato habitual de un aria y un dúo, semiescenificados, y dos más uno tras el descanso, sin faltar oberturas e intermedios amén de las esperadas y ensayadas propinas. Pero quien se merece un aplauso enorme de admiración y trabajo es el talentoso director taiwanés Tung-Chieh Chuang, premiado en el concurso para jóvenes directores Malko de la capital danesa en su edición del 2015, lo que le abrió más puertas, demostrando ser un maestro de la concertación con cantantes, mimándoles en las dinámicas y tempi, con gesto claro y preciso para la orquesta, la Oviedo Filarmonía, a la que se le notó cómoda pese a las premuras e inconvenientes surgidos.

Con Mozart tocó abrir (y casi cerrar) velada con Le nozze di Fígaro, primero la obertura ágil, rotunda y precisa antes de la aparición de la Condesa con Dove sono i bei momenti, recién estrenada en el repertorio de la rusa que puede con el aria pero aún le falta rodarla, demasiado sobria y falta de sentimiento.
Debería haber seguido Mascagni y su bellísimo además de delicado Intermezzo de «Cavalleria rusticana» que la orquesta ovetense (con Marina Gurdzhiya nuevamente de concertino) ya ha interpretado en conciertos similares y el maestro Chuang volvió a sacar lo mejor de ella. La Julieta de Gounod se cayó del programa, supongo que por mantener «cuotas de intervención», así que…

… rompiendo también esa unidad argumental se adelantó la salida de Luca Salsi para comenzar con Verdi y La Traviata, la famosa aria de Giorgio Germont Di Provenza il mar, il suol que pienso le pilló un tanto frío, sobrado de potencia que puede llegar a variar por momentos la perfecta afinación. Y mucho mejor el dúo con su «nuera» Madamigella  Valery? donde empastaron perfectamente, moviéndose a la izquierda del podio casi peligrando la batuta del taiwanés, creíbles vocalmente y mimados en las dinámicas por Tung-Chieh Chuang y una orquesta ideal en estas partituras. Faltó la Violeta perdida (aunque sí el público aplaudiendo el dúo antes del «sacrificio»), nada abandonada sino felizmente encontrada por un Germont padre todo poderoso y generoso con la descarriada que tiene hace ya años en su repertorio.

Tras el descanso más Verdi, auténtico protagonista, impecable obertura de “La forza del destino”, digna página de conciertos sinfónicos (junto a las anteriores de Mozart y Mascagni) para una orquesta muy centrada y eficaz pese a los imprevistos. Cambiando de rol y de vestido (oro en la primera y rojo en la segunda ) inició la soprano rusa su segunda aria en solitario con Mercè, dilette amiche, el bolero de Hèléne («Les vèpres siciliennes») que aún necesita maduración y reposo pese a los años que lleva en su repertorio, tal vez el aire sea el de su Carmen pensada pero los graves deberán ganar redondez y volumen igualando colores demasiado contrastados todavía.

El italiano Salsi además de complemento masculino y paternal como Giorgio Germont nos regaló un entregado Macbeth Pietà, rispetto, onore que nos supo a poco, voz pletórica y rotunda, más contenido que de suegro y centrado en esta su segunda aria antes de pasar al padre jorobado con esos roles del genio de Busseto que exprimen todas las cuerdas para perfilar cada cantante su propio personaje.

La Peretyatko tiene igualmente bien estudiada y cantada la Gilda de «Rigoletto» aunque su Gualtier Maldé!… Caro nome con excesiva pirotecnia vocal en su última aria en solitario, tercera de la noche, resultó muy personal pero poco precisa aunque entregada en volúmenes para los agudos, antes del final con su «padre» Salsi, primero el Cortigiani vil razza dannata reválida de todo barítono que el italiano defendió con vehemencia, credibilidad (encorvándose además de cojear) y volumen, más el dúo paternofilial Tutte le feste al templo donde la soprano estuvo algo tapada por el barítono mientras Tung-Chieh Chuang no tuvo contemplaciones dinámicas con una orquesta madura.

Aplauso enorme para el barítono por lo que supuso esta sustitución de última hora que no decepcionó a nadie y se adaptó a las circunstancias, más los bravos para la prometedora diva rusa que aún sigue en ascenso para poder mejorar Verdi tras encandilar con Rossini, ausente en Oviedo. Personalmente su color vocal puede ser mozartiano y hasta creerme que los años la lleven por estos repertorios, es cuestión de esperar y elegir.
Ante el éxito nada menos que tres propinas: la Bess rusa del Summertime (Gershwin) que figuraba en el primer programa aunque ella prefiriese darnos sorpresso, sin poso en el grave, muy plana pese a sus agudos pero de lo más comercial. Como Zerlina llamaría al conquistador italiano para “darse la mano” y marcharse lentamente con Mozart (Là ci darem la mano), un Salsi poliédrico pasando este sábado de suegro a padre y finalmente Don Juan con la Peretyatko menos «Verdi» con Wolfgy en feliz dúo.

Mozart es mucha ópera y hubiese sido el final ideal, pero sin más papeles preparados y para regocijo del respetable quedaría organizarse un poco con unos desconcertados músicos y director para bisar los compases últimos del dúo Todos los días de fiesta con Verdi, y Oviedo volvió a disfrutar de la ópera aunque sea en concierto.

P. D.: reseña en La Nueva España de este domingo 25 y crítica del lunes 26 edición digital solo para suscriptores, adjunto foto:

Prometedores debutantes

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Miércoles 17 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Edgar Moreau (violonchelo), Oviedo Filarmonía, Tung-Chieh Chuang (director). Obras de J. Fernández Guerra, Shostakovich y Tchaikovsky.
Noche de debuts y estrenos con un verdadero examen para el director taiwanés Tung-Chieh Chuang que se enfrentó a tres obras muy distintas como son una primicia, un dificilísimo concierto con solista y una sinfonía histórica, superando con sobresaliente la prueba, dominando tanto las obras como a la formación local que igualmente es una todo-terreno en cualquier repertorio y estilo, sabiendo amoldarse a las distintas batutas que se han puesto al frente, aprendiendo de casi todas, esta vez equilibrando los planos para compensar una cuerda que sigue siendo algo escasa pero que con maestría y esfuerzo logran hacernos olvidarlo, precisamente por una contención y búsqueda del sonido de una sección de viento realmente «domada» por el ganador del último Concurso Malko de dirección en la capital danesa, lo que le supondrá una verdadera gira con orquestas de prestigio, siendo el arranque este miércoles dentro de los conciertos del auditorio asturiano.

La propia Oviedo Filarmonía sigue con su política de encargar obras para engrosar sus estrenos, y esta vez correspondió al compositor madrileño Jorge Fernández Guerra (1952) y su Calle 1061, explicada perfectamente por él mismo en las notas al programa, inspirado en el Concierto para dosclaves y continuo, BWV 1061:

«… Yo, entonces, era un ferviente consumidor
de fugas, pero esta no es superior a cualquiera de las más grandes de
los últimos años (El arte de la fuga, Ofrenda musical, etc.)…. En esas fechas era adepto de las
orquestaciones de Bach realizadas por Webern, Schoenberg, Stravinsky o Busoni.
Y “orquesté” esa fuga con un secuenciador electrónico de esos años, con
sonidos lamentables pero que me daban los planos que escuchaba. El secuenciador
terminó saliendo de mi vida, así como una grabación casera en casete
que perdí en alguna de tantas mudanzas.
Pero la fuga seguía en mi cabeza y solo en ella. La oportunidad de hacer con
ella un proyecto orquestal que acabara con esta fijación vino con este encargo
para Oviedo Filarmonía.
Calle 1061 consta de dos partes, la primera recoge momentos del segundo movimiento
del Concierto de Bach, con algunas licencias y una especie de tratamiento
casi narrativo. Es siempre Bach pero “glosado”. La segunda parte es la
fuga del tercer movimiento, y aquí suena entera (no se puede bromear con una
fuga de Bach), pero tratada orquestalmente siguiendo ese lema: “así es como yo
la oigo”, que Anton Webern empleó para explicar su orquestación del Ricercare a Seis de la Ofrenda Musical. No es el mismo resultado, yo no soy Webern, pero
me he reconciliado con un episodio de mi pasado y, al mismo tiempo, ofrezco
una obra de muy buena música, no en vano es de Bach»
.

Obra amable de escuchar porque «Mein Gott» soporta lecturas desde todos los estilos y tímbricas, y Fernández Guerra opta por una cercanía nada actual donde prima el buen gusto orquestal con el color que dan la marimba y el arpa junto a una cuerda sedosa y unos vientos por momentos organísticos en cuanto a presencia. Cierto que la fuga no está desarrollada académicamente sino desde la óptica del compositor, bebiendo de distintas fuentes y profesores, con una «visión de las transformaciones que la música de creación precisaba acometer en el cambio de siglo» (como figura en su propia biografía); el maestro Chuang sacó de la partitura no ya los motivos bachianos sino la paleta elegida por el madrileño, con quien supongo intercambiaría impresiones en los ensayos, y que subió a recibir los aplausos de un público agradecido, en general predispuesto a estrenos en esta línea compositiva.

El Concierto para violonchelo nº 1 en mi bemol mayor, op. 107 de Shostakovich es como casi todo el catálogo del gran compositor ruso, una verdadera montaña de emociones plagada de diabluras para todos los intérpretes con momentos de aparente remanso, exigente para el solista, esta vez Edgar Moreau, un prodigio de cellista francés con un «David Tecchler de 1711» sonando por momentos aterciopelado y nunca «gimiente», excelentemente concertado por un Chuang de nuevo explorando planos y presencias, con tiempos pactados con el solista desde el Allegretto inicial fácil de degustar cada intervención solista o del tutti, contagiando el aire festivo y veloz, con una trompa cual segundo solista, aunque técnicamente en otra categoría, un extenso Moderato realmente sentido por todos, atención y escucha mutua, dramatismo y sonoridades excelentes tanto en los armónicos de Moreau como el ambiente de la celesta en los dedos del virtuoso Bezrodny, la Cadenza del solista de musicalidad y sonido preciosista, con fraseos limpios y presencia, musicalidad madura tal vez bien encauzada por sus maestros pero ya totalmente interiorizada pese a la juventud, y el Allegro con moto vibrante, espectacular, los sentimientos personales de Don Dmitri llevados al pentagrama en una obra referente de Rostropovich a quien fue dedicado, con Moreau asombrando y contagiando empuje. Una excelente interpretación de todos.
La propina solo podía ser Bach como hiciese en el homenaje a las víctimas de París, esta vez la «Sarabande» de la Suite nº 3, poderosa, desgarradora y cerrando círculo de esta primera parte, inspiración y fuente. Este enfant terrible nos dará muchas alegrías y habrá que seguirle la pista.

Aunque pueda parecer reiterativo siempre digo que «no hay quinta mala», y además la tenemos fresca de hace dos meses con la OSPA, y me refiero a la impresionante Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64 (Tchaikovsky). La orquesta ovetense no tiene la plantilla de la asturiana, y en estas maravillas sinfónicas se nota, pero el trabajo del director taiwanés es digno de destacarlo, como lo fue en la primera parte. Dominando la obra de memoria pudo mantener el tipo y alcanzar de la OFil lo mejor de cada sección, de sus solistas y sobre todo del conjunto, amoldándose fielmente a todas las indicaciones del maestro Chuang que brindó una quinta sobresaliente desde el Andante previo al Allegro con anima. Seguridad, aplomo, gestos claros y precisos, una mano izquierda prodigiosa para mantener los volúmenes en su sitio con una respuesta ideal por parte de la orquesta. El famosísimo Andante cantabile – Andante maestoso resultó melódico a más no poder, con un sentido del «rubato» impecable, reguladores de total expresividad bien logrados por un viento muy empastado desde un sonido suave sin perder color, no ya el conocido solo de trompa sino las distintas contestaciones de la madera o toda la cuerda. El Valse: Allegro moderato con patrioso parecía arrancar cojo y binario pero solo la primera apariencia porque el inestable equilibrio sirvió para la personal lectura de un taiwanés berlinés, el Tchaikovski de los ballets como recordando un foso en el que la OFil tiene su «sede» y el Auditorio lo visita como si de otra orquesta invitada al ciclo se tratase, tiempos no forzados para disfrutar todas las notas y hasta bailarlas sin traspiés. Lo mejor ese inigualable último movimiento, donde cada repetición del tema es distinta y subrayó claramente Tung-Chieh Chuang, sucesión de tiempos y presencias, la entrega de los músicos a una partitura que no nos cansamos de escuchar, Andante maestoso – Presto furioso – Allegro maestoso – Allegro vivace- Allegro con anima, cada el aire calificativo haciéndose sustantivo y sustancioso, uniendo en esta quinta sinfonía «el amor y el dolor extremos» como el propio director comentaba en La Nueva España, contención y explosión.