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Espejos rotos

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Miércoles 29 de octubre, 19:30 horas. Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo. Inauguración del ciclo «Los Conciertos del Auditorio«: Berna Perles (soprano), Gaëlle Arquez (mezzo), José Simerilla (tenor), Rubén Amoretti (bajo), El León de Oro (maestro de coro: Marco Antonio García de Paz), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías Navarro (director). Obras de R. Carnicer y G. Rossini.

Hay conciertos de los que me cuesta mucho escribir, y este que abría la temporada es uno de ellos, pese a mis ganas de escuchar una obra como el Stabat Mater de Gioachino Rossini (1792-1868) que me acompaña hace años, y tengo una grabación -arriba dejo la carátula- que suele sonar en mi cadena de música al menos una vez al año (en este ya van tres para refrescar el oído). Si además estaba precedida por una sinfonía (a modo de obertura) de nuestro poco reconocido Ramón Carnicer y Batlle (Tárrega, 1789 – Madrid, 1855) para testear a la Oviedo Filarmonía (OFil) con su titular Lucas Macías aún mejor, pues las notas al programa de «otro Ramón» nos preparaban para acudir en este nuevo horario del ciclo con toda la esperanza para abrir boca.

El doctor Sobrino titulaba «Bel canto en espejo» para comprender cómo se organizaba este concierto inaugural, y desmenuzaba o mejor diseccionaba, como buen conocedor del maestro ilerdense, la Gran Sinfonía en Re, dada por perdida y localizada recientemente por el ICCMU en el legado Llimona y Boceta.

Obra de aires rossinianos que Carnicer conocía de primera mano (tanto en Barcelona como después en Madrid, además de sus viajes a Italia donde contrataba compañías que vendrían a España), y como bien nos cuenta su tocayo llanisco, dirigiría en Madrid El Barbero rossiniano donde se interpretaría esta sinfonía, de donde saldría el encargo del Stabat Mater que rivalizase con el de Pergolessi. La OFil con Macías demostraron el buen maridaje y entendimiento tras estos siete años de maduración mutua, una orquesta con personalidad que gana calidad en todas las secciones. Desde los violines hoy con Marina Gurdzhiya de concertino, y una plantilla bien equilibrada (cuerda 12-10-8-6-4), violas y chelos permutados como suele ser habitual y al fin colocando los contrabajos sobre una tarima para dar corporeidad y sustento en los graves. La madera que nunca defrauda, los metales templados, más para esta sinfonía donde la trompeta tiene protagonismo junto a unos trombones potentes, sumando una percusión que por la acústica tan peculiar del auditorio, hace rebotar las frecuencias del triángulo en la parte contraria. El maestro onubense «defendió» esta partitura haciendo una interpretación bien contrastada en los tempi de sus tres movimientos (Allegro – Andantino – Allegro), con gesto claro, preciso, dejando fluir una sonoridad poderosa y rotunda pero bien balanceada, que no sería la misma en el «auténtico Rossini» posterior.

Tras la obertura de Carnicer llegaba ese maravilloso poema franciscano del siglo XIII al que tantos compositores han puesto música, esa Madre Dolorosa con la que esta vez hemos compartido dolor, comprensión, perdón, pero también esperanza, que nunca debemos perder. El Stabat Mater de Rossini se estrenó el Viernes Santo de 1833, en San Felipe el Real de Madrid, presentando el compositor como obra enteramente suya la encargada por Manuel Fernández Varela, arcediano (así se llama el primero o principal de los diáconos, que ejercía jurisdicción delegada del obispo en un territorio determinado), confesor, predicador y consejero real en Madrid tras la petición de Fernando VII, como bien comenta Ramón Sobrino, así como las incidencias que sobrevinieron a esta maravillosa partitura y su finalización definitiva con los diez números.

Arrancaba la introducción del «Stabat Mater dolorosa» con una OFIL matizada junto a nuestro coro El León de Oro más un cuarteto solista (Berna Perles, Gaëlle Arquez, José Simerilla Rubén Amoretti) algo desigual que me volvió a plantear dudas: no es igual cantar con la orquesta detrás que situarlo delante del coro, como también se suele colocar en estas obras sinfónico-corales. La escucha del director no es la misma teniendo al cuarteto a sus espaldas que enfrente, aunque ello exija de los solistas una proyección que tristemente no todas las voces poseen, de ahí la sensación que parte del público tiene de un exceso de volumen orquestal que «tapa las voces y el coro». Si hay buena técnica no debería haber problema alguno, aunque en los registros graves siempre resulte más difícil. También es labor del director buscar el balance y equilibrio entre las distintas secciones, por lo que a menudo deberá recordar, especialmente a los metales, «quitar una letra de los matices», vamos que ff (fortísimo) sea f (fuerte) e incluso aplacar el ímpetu intrínseco a cada músico, si bien otras veces no se pueda remediar pues así se les exige en la partitura.

El inicio resultó correcto, matizado, con un coro suficiente de volumen en todos los planos y un cuarteto solista empastado, presente pero no del todo equilibrado, primer toque de atención para este número inicial cuando el tenor hispano-argentino atacaba los agudos con unos portamentos nada correctos pero al menos bien contrastados por «48 leones» (12 por cuerda con las voces blancas flanqueando las graves, y éstas permutadas, buscando una sonoridad acorde con la sinfónica), siempre seguros y atentos sin necesidad de «apianar» la orquesta. Las solistas emergieron sobre la masa instrumental en unos agudos limpios.

El segundo aviso vendría con un destemplado «Cuius animam gementem» del tenor pese a un inicio orquestal mimando, fraseando y dejando todo servido para que el solista brillase, pero el oro resultó en bisutería, sin cuerpo y «buscando» unos agudos que deslucen los ataques. Por mucho que el maestro Macías intentase llevar los contrastes escritos, aquello no fluía como debería: descolocación vocal y poco carácter para cantar «Y cuando muera el cuerpo haz que mi alma alcance la gloría del paraíso», personalmente condenándolo al fuego eterno.

Al menos volvería algo de sosiego con un buen dúo de las dos solistas en el «Quis est homo, qui non fleret» tras unas trompas afinadas, empastadas y una cuerda sedosa contestada por las maderas dolientes en el sentimiento. La soprano malagueña ha ganado cuerpo en el grave y mantiene sus agudos portentosos, limpios, de musicalidad total, bien contrastada con la mezzo francesa de color redondo, corpóreo, segura, ambas con emisiones matizadas, agilidades bien encajadas, colores diferenciados y empaste conseguido, mientras la OFIL con Macías las revestía y realzaba.

El arranque del aria del barítono-bajo burgalés «Pro peccatis suae gentis» resultó accidentado tras una indisposición en el patio de butacas de un espectador que ante el susto levantó a los muchos médicos presentes de sus asientos, felizmente solventado pero que detuvo muchos minutos el concierto, probablemente rompiendo la concentración y «obligando» a reiniciar el cuarto número que, sin que sirva como excusa, enfrió el discurrir hasta ese momento, pese a los denodados intentos del titular y su orquesta. Amoretti es más barítono que bajo aunque su registro grave, sobre todo en sus intervenciones a solo, es suficiente y llena la sala. Le reconozco como un intérprete que se entrega siempre pero no lució como era de esperar, con agudos forzados y sin «ligazón», pues parecía como si el texto «¿Quién no apenarse podría, al ver de Cristo a la Madre, padeciendo con su Hijo?» nos pidiese precisamente entristecerse tras la escucha. Algo mejor en el recitativo junto al coro ‘a capella’ «Eia, Mater, fons amoris […] / Fac ut ardeat cor meum» tan bello y matizado que por lo menos me quitó el mal sabor previo. Maravilla de afinación de LDO, expresividad y buen diálogo además del fraseo conjunto marcado al detalle por Lucas Macías que al menos parecía volver a disfrutar, como todos, este quinto número.

El sexto nos traería de nuevo al cuarteto de solistas junto a la orquesta, «Sancta Mater, istud agas» con el aire y matices perfectos para degustarlo en su totalidad, pero Simerilla Romero volvía a «sacarme de mis casillas» aunque intentó forzar presencia con la consiguiente descolocación de sus agudos. La malagueña equilibró y brilló a continuación, corroborando que la técnica es muy necesaria, al igual que la francesa. El burgalés buscó el empaste con musicalidad, la orquesta matizó al detalle y los contrastes dinámicos «desnudaron» las carencias mientras realzaban las cualidades individuales con un final en pianissimi de una orquesta siempre segura.

De lo mejor en este agridulce Stabat Mater llegaría con Gaëlle Arquez, recordada del abril pasado en este mismo ciclo, con su cavatina «Fac ut portem Christi mortem», trompas y clarinete presentando la delicada introducción a la voz de la francesa, agudos poderosos, graves corpóreos, pianisimi mantenidos y presentes, color de verdadera mezzo rotunda y delicada, con la técnica al servicio del mejor Rossini, una delicatesen del músico gourmet acorde con el texto («…no seas conmigo desabrida y haz que yo contigo llore»).

Y Berna Perles no se quedaría a la zaga con su aria «Inflammatus et accensus», sentimiento cantado pidiendo «Haz que sus heridas me laceren, haz que me embriaguen la cruz, y la sangre de tu Hijo» subrayado por una contundente OFIL junto a un poderoso LDO, conjunción llena de colores e intensidades tanto musicales como emocionales, con el maestro onubense dibujando los detalles, balanceando las distintas secciones para dibujar este lienzo sonoro de claroscuros que Rossini pintó inspirado sobre el pentagrama.

El momento más amargo llegaría con el cuarteto «Quando corpus morietur» porque el esfuerzo en lograr afinar fue baldío, por un lado las solistas sin perderse mientras los solistas ni siquiera «ayudados» por el cello lograron aunar esfuerzos. De verdad que la desafinación es una sensación indescriptible que cuando no se logra supone un dolor para el oído, y rezando interiormente el texto («Cuando de aquí deba partir concédeme alcanzar – por medio de tu Madre – la palma de la victoria») no conseguí templanza aunque otorgase perdón. Al menos ese final coral del «Amen, in sempiterna saecula» que Rossini felizmente añadió me resultase el alivio por un espejo roto donde el bel canto no siempre lo fue, pero no hay placer sin dolor.

Un arranque de temporada agridulce que me ha desvelado describirlo pero con la esperanza de comprobar como «leónigan» confeso que la cantera coral se mantiene con los años, que la OFIL sigue consolidada dentro y fuera del foso, más un Lucas Macías Navarro que desde el trabajo y estudio riguroso de cada programa se ha hecho un nombre propio desde la batuta (sin perder su prestigio como oboísta), compaginando Oviedo, Granada y Sevilla, además de invitado en medio mundo, con un esfuerzo encomiable para continuar haciendo crecer todo lo que afronta.

PROGRAMA

Ramón Carnicer y Batlle (1789-1855):

Sinfonía en re mayor (Allegro – Andantino – Allegro).

Gioachino Rossini (1792-1868):

Stabat Mater

1. Introducción. Coro y solistas. «Stabat Mater dolorosa»

2. Aria. Tenor. «Cuius animam gementem»

3. Dúo. Soprano y mezzosoprano. «Quis est homo, qui non fleret»

4. Aria. Bajo. «Pro peccatis suae gentis»

5. Recitativo. Bajo y coro. «Eia, Mater, fons amoris […] / Fac ut ardeat cor meum»

6. Cuarteto. Solistas. «Sancta Mater, istud agas»

7. Cavatina. Mezzosoprano. «Fac ut portem Christi mortem»

8. Aria. Soprano y coro. «Inflammatus et accensus»

9. Cuarteto. Solistas. «Quando corpus morietur»

10. Final. Coro. «Amen, in sempiterna saecula»

El mito de Don Juan con visión feminista

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Domingo 13 de noviembre de 2022, 19:00 horasTeatro Campoamor, Oviedo: 75 Temporada de Ópera Oviedo: primera función de Don Giovanni (de Wolfgang Amadeus Mozart, libreto de Lorenzo Da Ponte, inspirado en el libreto de Giovanni Bertati para la ópera Don Giovanni ossia il convitato di pietra -1787- de Giuseppe Gazzaniga). Dramma giocoso en dos actos, KV 527. Estrenado en el Teatro Nacional de Praga el 29 de octubre de 1787. Nueva producción de la Ópera de Oviedo. Fotos propias y del ensayo ©Miki López para LNE.

Critica para Ópera World del lunes 14 de noviembre, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y de las RRSS, indicando la autoría, y tipografía que a menudo la prensa no admite.

La ópera, como la propia sociedad, está revisando la historia e incluso intentando reescribirla como si verdaderamente pudiese cambiarse, y en estos tiempos donde todo es válido, hasta el mito de «El burlador de Sevilla» de Tirso de Molina le ha llegado la corriente del “MeToo”, esta vez en Oviedo con un equipo formado casi todo por mujeres, encabezadas por la directora macedonia Elena Mitrevska (que fue la titular del coro de la ópera ovetense entre los años 2016 y 2020) más la regista bilbaína Marta Eguilior, con una perspectiva distinta: la de las víctimas del conquistador como mujeres abusadas inspirándose en el ensayo «Violadas o muertas» (2018) de la periodista Isabel Valdés, “Un alegato contra todas las ‘manadas’ (y sus cómplices)” como reza la publicidad del libro, buscando desmitificar el mito, convertir al burlador en burlado o lo que veo más arriesgado, hacer explícito lo implícito, enfocarlo desde un machismo que tristemente aún perdura, desde una propuesta arriesgada y oscura como el propio sepulcro del libertino concebido como una “Vanitas” de cuatro cráneos gigantescos (las víctimas Donna Elvira, Donna Anna, Zerlina y El Comendador), y que en palabras de la propia Eguilior se explica perfectamente: “Tenemos que enseñar a no ensalzar esa figura del Don Juan que hace daño”. Más sombras que luces para estas calaveras con el libertino ya difunto nada más subir el telón, condenado con este pre-juicio, el antes seductor trocado ahora en violador antes de que sonase la obertura (siempre impresionante), dibujando al burlador y conquistador también como sátiro e incluso asesino a espada, pistola o cuchillo, un chulo despreciable, engreído, baboso que diríamos hoy, al que su entrepierna le domina.

La provocación llama al público y la Vetusta del XXI pateó más que aplaudió la escena de la vasca (como la megafonía en asturiano que se desinfla a medida que se suceden las funciones), pero se rindió nuevamente a este Mozart que subía al coliseo ovetense por quinta vez en 75 años, la cuarta de las temporadas anteriores (1996-97, 2009-10 y 13-14) tras mi recordado XV Festival Internacional de Música y Danza un 24 de mayo de 1990 con la Compañía eslovaca del Teatro de Bratislava que pareció descubrir la grandeza de esta joya operística a la tradicional y conservadora afición carbayona.

Y sin ahondar en la escena que sólo aportó penumbra y dudas en parte del respetable, además de marcarnos antes del primer acorde el enfoque del protagonista a cargo de Marta Eguilior, está claro que este Don Giovanni de 1787 es magia pura o como bien escribe la doctora Cortizo, “todas las emociones del alma humana”. Porque el libreto de Da Ponte dota a cada personaje de enfoques poliédricos, incluso humorísticos o sarcásticos para criticar desde la inteligencia y la maravillosa partitura del genio de Salzburgo la humanidad, el sentir no ya del momento sino de nuestra Europa ancestral: un seductor sin escrúpulos, un criado que se juega su trabajo y hasta la vida, aunque nunca acepte la vileza de su señor, la burguesa engañada que sabedora de la poca catadura de su amor sigue sintiendo desde el dolor una pasión no sólo carnal, la inocente rendida a la seducción de la nobleza, los celos del esposo el día de la boda, la sed de venganza de la huérfana que traspasa al prometido, y así un retablo de sentimientos donde la música de Mozart juega con todos ellos, en arias (todas aplaudidas), dúos, concertantes y conjuntos que siempre sonaron empastados gracias a una Oviedo Filarmonía en un momento dulce, y la maestra Mitrevska dominando desde su experiencia encima del escenario todos los planos sonoros en el foso, mimando cada voz salvo el Don Giovanni que parecía siempre tapado por la orquesta, como contribuyendo a un personaje desprestigiado antes de comenzar. Interesantes los recitativos muy reposados y con silencios que ayudaban a la escena, con el clave de Borja Mariño sin perder ni un detalle sobre las tablas.

Del elenco vocal, homogéneo y bien elegido, la triunfadora del domingo fue la soprano Vanessa Goikoetxea interpretando una Donna Elvira con todas las aristas emocionales y escénicas, incluso “embarazada” desde la óptica elegida, con carácter, potencia y dominio vocal, bien armada en los conjuntos a la vez que íntima, delicada y dejándonos intervenciones en el segundo acto (Ah taci, ingiusto core!) memorables, así como el dúo con Leporello buscando una puerta que al no haberla escarbaron el suelo, o el simpático Numi, che strano affetto, Mi si risveglia in petto! -casi una vuelta de tuerca al Cyrano de Rostand– así como sus entradas en escena rompiendo los intentos seductores del protagonista. Y con ella Rubén Amoretti cual voz de la conciencia más que cómplice de su patrón, desde el conocido catálogo que nos hace sumar mentalmente, poniendo a España como un paraíso para el libertino, en una interpretación inconmensurable de principio a fin, llevándose ambos las mayores ovaciones del respetable.

La pareja Zerlina (Laura Brasó) y Masetto (David Lagares) también nos dejaron momentos entrañables en la parte vocal, si bien la escena hace explícita una violación de Don Giovanni que solo hubiese sido otro intento de seducción, buscando hacernos pensar y convencer, como a su esposo, que hubo más de lo imaginado o sugerido por Da Ponte. Al menos tras la paliza de los “matones de Don Juan” su dúo sacó sonrisas y química, voces y personajes bien defendidos y cantados.

Donna Anna y Don Ottavio llevan el dolor en sus papeles y así lo intentaron transmitir María Rey-Joly, de dinámicas muy iguales con un volumen más que suficiente para el rol de mujer violada y huérfana (Ah, l’assassino mel trucidò), más Joel Prieto cuyo Dalla sua pace del primer acto quedó no solo estático sino algo plano pese a un color vocal siempre redondo, disfrutándolos más en los dúos y conjuntos con un buen empaste.

Si vemos al protagonista condicionados desde antes de cantar, parece que los esfuerzos de Jacques Imbrailo no cayeron en saco roto, ni siquiera cantando sobre una de las calaveras una nada creíble serenata Deh, vieni allá finestra sin ventana ni mujer que le escuchase, donde la mandolina de Begoña Pérez fue lo mejor del momento. Los recitativos diseñados para agriar aún más el perfil buscado, el pecho descubierto y el trato bronco y exagerado hacia todos, fue paralelo en el desarrollo de la obra donde ni siquiera La ci darem la mano transmitió la dulzura musical, y sólo al final pudimos disfrutar del poderío vocal del barítono sudafricano.

El Coro “Intermezzo” siempre es un seguro sobre las tablas y hasta fuera de ellas, mimado por una directora musical que conoce bien el trabajo de estos “secundarios” tan necesarios como imprescindibles en la ópera.

Al menos El Comendador de Fernando Latorre nos hizo reencontrarnos con el convivado de piedra, pasando del negro al blanco marmóreo (sin estatua) cual desteñido del ideado por Peter Shaffer, breves intervenciones que nos devolvieron al mito en ese final casi cinematográfico con sustos, truenos, relámpagos y la “ejecución del villano” dando respuesta al perturbador inicio, donde un cadáver colgado iría descendiendo hasta el hoyo mientras dentro de una luz cenital caía tierra, “polvo somos y en polvo nos convertiremos” o como rezaba el rótulo bajo el escenario, Omnia mors aequat, la muerte que todo lo iguala.

Vestuario de época con simbolismo de colores actualizados e iluminación ayudando a esos claroscuros de la escena, aunque se rompiese con los “móviles” de la manada en otra provocación o deseo no sé si de contemporizar o modernizar, detalles de una puesta y apuesta que forzando un poco hubiese resultado aún más rompedora con desnudos, siempre motivo de escándalos para la Vetusta decimonónica que no muere. A propósito, “la piccina” o “le pene” son palabras italianas que significan pequeña y pena, aunque nos suenen o sugieran otras cosas. Pero lo que nunca falla es Mozart (ni siquiera con las genialidades de Peter Sellars) y cómo escribe de bien para todas las voces. El reclamo de la provocación no hacía falta para que todos disfrutásemos de este Don Giovanni ovetense del que se hablará y escribirá (incluso por la apuesta de Marta Eguilior).

Ficha:

Teatro Campoamor, Oviedo, domingo 13 de noviembre de 2022, 19:00 horas. 75 Temporada de Ópera Oviedo: “Don Giovanni” (de Wolfgang Amadeus Mozart, libreto de Lorenzo Da Ponte, inspirado en el libreto de Giovanni Bertati para la ópera “Don Giovanni ossia il convitato di pietra” -1787- de Giuseppe Gazzaniga). Dramma giocoso en dos actos, KV 527. Estrenado en el Teatro Nacional de Praga el 29 de octubre de 1787. Nueva producción de la Ópera de Oviedo.

Reparto:

DON GIOVANNI: Jacques Imbrailo – EL COMENDADOR: Fernando Latorre – DONNA ANNA: María Rey-Joly – DON OTTAVIO: Joel Prieto – DONNA ELVIRA: Vanessa Goikoetxea – LEPORELLO: Rubén Amoretti – MASETTO: David Lagares – ZERLINA: Laura Brasó.

DIRECCIÓN MUSICAL: Elena Mitrevska – DIRECCIÓN DE ESCENA y DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA: Marta Eguilior – DISEÑO DE VESTUARIO: Betitxe Saitua – DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Rodrigo Ortega, Marta Eguilior – COREOGRAFÍA: Inma Saénz.

Orquesta Oviedo Filarmonía (OFIL), Coro Titular de la Ópera de Oviedo “CORO INTERMEZZO” (dirección del coro: Pablo Moras).

Granada roja y femenina

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Jueves 25 de febrero, 19:00 horas. Teatro Campoamor, XXVIII Festival de Teatro Lírico  Español, Oviedo 2021: Granada («La Tempranica» de G. Giménez y «La Vida Breve» de M. de Falla). Entrada butaca: 46€.

La lírica tiene por capital a Oviedo, y tras la ópera llega esta vigésimo octava edición de un festival que arrancó este último jueves de febrero con dos joyas en una, usando de hilo argumental la Granada granada, roja, pasional, trágica, de atractiva puesta en escena (Giancarlo del Mónaco) y música para degustar, con un elenco muy digno en los dos títulos, una orquesta en estado de gracia pese a lo reducida por las limitaciones actuales, al igual que el aforo, más un Iván López Reynoso que supo sacar lo mejor de la Oviedo Filarmonía con la que se entiende a las mil maravillas, encabezando estos repertorios donde se muestra seguro, cómodo y dominador de dinámicas y tempi adaptados siempre a las voces.

En La Tempranica el hilo argumental lo llevan dos grandes de la escena como Jesús Castejón y Carlos Hipólito encarnando a Giménez y Falla respectivamente, con unos diálogos (de Alberto Conejero) un tanto «a calzador» pero que cumplieron su cometido, siendo un placer ver y escuchar a estos actores queridos por todos los públicos, mientras las letras «andaluzas» no siempre fueron entendibles, aunque para eso se inventaron los sobretítulos.

En lo musical la mezzo Ana Ibarra encarnó a una gitana de garra, como su voz, de timbre metálico que en estos papeles hasta se agradece, sensual y arrebatadora, con el contrapeso de Rubén Amoretti (que repetiría en Falla), bajo de verdad de los que escasean, aunque el color y emisión no sean los de antaño pero que formaron una pareja convincente en lo vocal y escénico, con una iluminación que subraya el dramatismo, siendo «la tempranica» la auténtica protagonista.

No faltaron en el reparto voces de casa como Ana Nebot (en la conocida «tarántula» de Gabrié), Juan Noval Moro como Zalea o la pastora María Heres que tienen su minuto de gloria en el teatro de todos, completando el elenco conocidos como Gustavo Peña, Miguel Sola, Gerardo Bullón o Cristina Faus, que harían doblete al igual que el excelente «cantaor» Jesús Méndez.

Mención especial para la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo que dirige Pablo Moras porque con apenas 16 voces y mascarilla obligada, sonaron siempre presentes, especialmente los hombres, y afinadas incluso fuera de escena, todo un éxito que redondearían en la segunda obra, al igual que una orquesta en el foso redonda, equilibrada pese a los pocos efectivos, entregada, empastada en todas las secciones y mimada por el director mejicano invitado de la formación titular del festival que se asienta como la orquesta perfecta para la lírica asturiana.

Para La Vida Breve sería Virginia Tola la Salú protagonista junto a la abuela Cristina Faus, voces ideales para ambos roles, el contraste tímbrico y de color necesario, junto al gusto en el canto, la presencia escénica y una dramatización que en Falla es intrínseca en ambas. La soprano argentina tiene un color agradecido aunque pierda volumen en el registro grave, pero dominando de principio a fin su personaje, mientras la mezzo valenciana está en un estado óptimo vocalmente, un lujo su empaste, dicción y proyección, como pudimos comprobar en «la otra Salú».

Igualmente importante el cuerpo de baile con coreografía de Nuria Castejón que lucieron en esta Granada totalmente granada, bien entendida y mejor llevada por todos, nuevamente el coro completando una velada exigente de alto nivel global. Pese a la sobriedad de la puesta en escena, con unos paneles móviles y momentos muy cinematográficos (más en «La Tempranica» con guiños al Stoker de Coppola), la iluminación ayuda a ese ambiente de rojo pasión, de rojo granada que envuelve la acción, junto a una boda donde el cantaor Jesús Méndez crucificado y la guitarra del lenense Jesús Prieto Sánchez-Hermosilla completaron un cuadro «jondo», amplificados con primor y arropados por una orquesta delicada. También el herrero Gustavo Peña, la voz de la fragua, lució en esta breve pero intensa obra de final trágico.

El coro volvió a dejarnos su calidad habitual, con las intervenciones solistas de Vanessa del Riego entre otras, que ayudan a completar un elenco donde los llamados comprimarios juegan un papel importantísimo para redondear la representación.

Personalmente Falla sigue superando a Giménez, puede que realmente la gitana haya calado en dibujar su Salú, y colocar las dos obras en una misma función dan la visión global del ambiente internacional que la capital andaluza ha tenido en tantas músicas. Tanto el vestuario como la puesta en escena de Del Mónaco ayudan a disfrutar de la dramaturgia total, tal vez incomprensible en su momento pero que en estos tiempos donde todo parece ser revisable, no entorpecen el concepto primigenio.

Bien este arranque de temporada donde el público fiel soporta todas las restricciones, aunque seguro que esperan los siguientes títulos, la Zarzuela con mayúsculas tan lírica como esta función doble en horario anormal, pero demostrando continuamente que la cultura es segura y que Oviedo mantiene una tradición y capitalidad musical de la que esta semana es otro ejemplo, y desde aquí lo seguiré contando si nada lo impide desde La Viena del Norte español.