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Emociones contadas

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Domingo  26 de noviembre, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Sala de Cámara: Asociación Cultural «La Castalia», XVI Curso «La Voz en la Música de Cámara». Concierto de clausura en homenaje a la memoria de Olga Semushina. Entrada libre.

Significado según nuestra Real Academia Española de la Lengua de la palabra emoción (del lat. emotio, -ōnis): 1. f. Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.
2. f. Interés, generalmente expectante, con que se participa en algo que está ocurriendo
.

La vida es puro aprendizaje, el trabajo otro tanto y no hablemos de la música donde nunca se termina de aprender y descubrir. Entendamos todo como pura emoción en cualquiera de las dos acepciones de la RAE, sea leer, escribir, escuchar… Y no es lo mismo «contadas emociones» por escasas y excepcionales que «emociones contadas», lo que pretendo desde aquí y algo que en el mundo de la música se intenta hacer continuamente.
Emociones contadas y cantadas, emociones exteriorizadas o interiorizadas, emociones individuales y compartidas, colectivas por la magia de la música pero siempre emociones. Emoción hubo en un concierto final de curso que dejó pequeña la sala de cámara más allá de descubrir nuevas voces, hacer un seguimiento de las conocidas o escuchar dos estrenos. Emoción en quienes se sumaron al recuerdo y homenaje de una amiga, maestra, intérprete, compañera o esposa.

Emoción colectiva con todos los participantes escuchando las palabras de Begoña García-Tamargo, directora artística de «La Castalia«, emocionada por la amiga y compañera, emoción contenida con la música de Beethoven con el Adagio de la sonata en la mayor grabada por Olga Semushina con su marido Vladimir Atapin al cello, verdadero homenaje escuchado por todos con esa alteración del ánimo penosa e interpretada cual vida eterna de una música que nos mantendrá siempre vivos, ejecutada por ese matrimonio roto por una enfermedad contra la que luchó hasta el final, tristemente orgulloso de disfrutarla un poco más de lo diagnosticado.

Conmoción somática la de todo intérprete al salir al escenario con distintas reacciones interiores: cosquilleo, nervios, bloqueos, rigidez… emociones que todo músico conoce pero no siempre controla, cursos de idiomas porque la palabra cantada siempre debe ser escuchada, trabajo de repertorio de cámara que exige emocionarse cantando y emocionar al oyente, transmisión unívoca cuya respuesta llegará con el aplauso. La música de Fauré o Rodrigo, Guastavino o Tosti, Vaughan Williams o Barber, Hahn o Wolf con poemas emocionantes en su lectura pero aún más trascendentes con sus notas, inflexiones y el ropaje del piano, diálogos donde la música complementa la palabra. Emociones del lenguaje tan difícil y distintas en francés o castellano, alemán o inglés pero igual de exigentes para noveles o veteranos. Las sopranos Carla Romalde, Janeth Zúñiga, Canela García o Cristina Suárez, el barítono Pedro La Villa y el tenor Adrián Begega, la mezzo María Heres (me encantó el acento argentino en su su sentida Pampamapa) y la siempre querida soprano ferrolana Patricia Rodríguez Rico que no podía faltar en este homenaje de emociones (impactante y cómplice con el piano en el emocionante poema alemán que es Befreit de R. Strauss) y de estrenos

Búsquedas interna de la voz y el color, elección del repertorio, trabajo de interiorización y el examen constante del público, una vida cantada y no siempre contada. Manuel Burgueras al piano como profesor de estos repertorios llevando cada voz por el camino correcto o guiando a los demás pianistas como Yozhuan Chávez acompañando a Zúñiga o Alma González (con Heres) quien se sumó con un minuto de música al homenaje emocionado e individual de alumna a maestra, Angelico (1959) el primer número de «Música callada» (Mompou) con una rosa blanca sobre el negro barniz del Steinway.

Emoción compartida desde la propia interiorizada de Gabriel Ureña, empatía de cello y dolor con el piano de Patxi Aizpiri en el Andante de la Sonata op. 19 de Rachmaninov, los rusos que sentimos asturianos, intérpretes y compositores, abrazo sin palabras al amigo y compañero Atapin recordando a «la Atapina» con la música que llega donde la palabra no, precisamente en un concierto con la voz de protagonista donde el violonchelo es lo más parecido a ella, verdadera Vocalise capaz de hacernos vibrar con cada cuerda y más con el sentimiento transmitido desde lo más íntimo.

Qué mejor homenaje que estrenar una obra, trabajada además por cuatro de estos alumnos como broche de otro curso, y Gabriel Ordás (1999) que sigue creciendo en todos los sentidos y estilos, nos regalaba «A Dafne«, fantasía para cuarteto vocal y piano con el texto del Soneto XIII de Garcilaso de la Vega. El relevo en el piano lo tomaría hasta el final la ucraniana afincada en Asturias Yelyzaveta Tomchuk, coprotagonista de este estreno junto a Patricia RodríguezMaría HeresAdrián Begega Pedro La Villa que emocionaron con ese soneto musicado exigiendo a cada solista entrega, técnica y solidaridad en el canto, matices con registros amplios y empastes buscados, intimismo camerístico y tensiones con piano recreando la letra desde la voz. Habrá quedado registrado por las muchas cámaras y grabadoras, a cuyos propietarios vendría bien hacer un curso para fotógrafos en conciertos, cómo comportarse sin molestar, el saber estar en cada momento tan importante para todo en la vida.

El segundo estreno vendría de Pablo Moras (1983), recientemente galardonado con el premio de la SGAE Carmelo Alonso Bernaola de jóvenes compositores, y su obra con texto de Xuan Bello «No Escuro» para coro mixto con piano, el propio compositor y director de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo con Lisa Tomchuk, emociones a flor de piel y emociones cercanas al lujo por poder interpretar una obra nueva dirigida por el autor, asistir en todas las personas, primera, tercera o segunda, singular o plural a la amplia gama de matices y colores emocionales de todo tipo con una obra actual cercana como el homenaje común a Olga desde la voz, solista o en coro.

Y sumándose a la Capilla algunas de las alumnas nada mejor que la alegría de un musical tan conocido como West Side Story (L. Bernstein) en un arreglo con piano de Len Thomas que redimensiona el original a coro, números de Tony por las voces graves, de Maria por las blancas, y el empuje coral conjunto bien compenetrado con el piano por un coro algo corto en hombres (endémico en casi todos) pero convincente, entusiasta y emocionado a la vez que emocionando.

No se podía pedir más, aunque Atapin volvió a dar las gracias a todos, orgulloso con la placa que le entregó «La Castalia» de manos del presidente y amigo Santiago Ruiz de la Peña, tras la foto final con todos los profesores, alumnos e invitados a este homenaje emotivo, porque de bien nacidos es ser agradecidos.

Lunáticos en el Museo

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Jueves 21 de enero, 19:00 horas. Museo de Bellas Artes de Asturias, Oviedo. Conferencia «Pierrot Lunaire, la actriz y el pintor de sonidos» a cargo de María Sanhuesa. 20:00 horas, Concierto (extraordinario) OSPA en el Museo: Pierrot Lunaire, Op. 21 (Schoenberg): Rossen Milanov (director), Fernando Zorita (violín), María Moros (viola), Maximilian von Pfeil (violonchelo), Peter Pearse (flauta y flautín), Andreas Weisgerber (clarinete), Antonio Serrano (clarinete bajo), Patxi Aizpiri (piano), Anna Davidson (soprano).

En plena celebración de las bodas de plata de nuestra orquesta y programando conciertos en distintas ubicaciones, el recién ampliado Museo de Bellas Artes de Asturias siempre abierto al arte global, acogió en la zona nueva una jornada lunática digna de recordar, comenzando con la conferencia de la doctora Sanhuesa que fue más allá de las notas al programa tituladas «El retrato oscuro», con un lleno preparando el posterior concierto (y colas desde media hora antes), que nos enseñó, como buena docente que es, no solo a entender la muerte del Romanticismo en 1912, año del estreno de este Pierrot Lunaire, recordando al Schoenberg pintor que dudó por esta disciplina en vez de la «orfeística», preguntándonos si alguna vez hemos tenido ganas de matar a alguien, toda la carga satírica y crítica de una María siempre completa e inspirada, inquiriéndonos si podríamos matar el claro de luna… la respuesta estaba en el viento, imágenes y sonidos, Caspar Friedrich y el Werther de Massenet, Debussy y la Salomé de Richard Strauss, ya cercana a un año histórico, también recordando cuadros de nuestro Evaristo Valle, de Picasso o Juan Gris y hasta Botero con pierrots y arlequines músicos y las referencias al «futurismo asesino» para hacer música en el museo, poner sonido a la imagen, cultura de la que siempre estaremos hambrientos, la evolución de la Commedia dell’Arte y su inspiración artística mostrando también el lado oscuro de esta fuerza atesorada por un lunático Pierrot capaz de matar a cosquillas su Colombina, tortura o violencia sin géneros, incluso recordarnos qué es la triscadecafobia desarrollada por un Schoenberg al que la numerología puede apagar la luna poniendo luz pantonal (mejor que atonal y con la carga que hoy tiene el término «pantone«) en una obra centenaria que sigue asombrando.

Milanov se puso al frente de sus músicos trayendo del «otro lado del charco» a una soprano norteamericana cual Pierrot contemporáneo interpretando los versos franceses de Albert Guiraud traducidos al alemán por Otto Erich Hartleben y encargados por  Albertine Zehme, una actriz del melodrama (desde la acepción de palabras con música) a un Schoenberg siempre rompedor capaz, de conseguir lo máximo desde lo mínimo en unos tiempos de crisis totalmente actuales. Un placer poder seguir los textos en la revista trimestral de la OSPA con su correspondiente traducción al español, tres veces siete, veintiún melodramas de 12a estrofas vestidos por siete -en vez de cinco- enormes instrumentistas (donde Zorita sustituía a la programada María Ovín, baja por lesión) para ir recreando paisajes llenos de expresionismo, simbolismo y decadentismo, críticos con un romanticismo trasnochado, despojándolo de las lunas convertidas en inquietantes círculos rojos, desmenuzando cada texto algo falto de la fuerza vocal del sprechgesang (“canto hablado”) en momentos puntuales -y yo estaba situado a menos de cinco metros- pero inmenso con unos solistas a los que Schoenberg trata con un lenguaje contrastante, arisco y melódico desde un concepto tímbrico, combinaciones sonoras bien resueltas por los siete magníficos. Momentos álgidos en cada grupo de siete como Der Dandy vertiginoso, Rote Messe contrastado con madera y piano trémulos a la vez que escalofritantes, y Heimfahrt verdadera «vuelta a casa» de cálida madera y saltarinas teclas bien asentadas para una voz más cantada que hablada, tres ejemplos con cargas emocionales llenas de pinceladas nocturnas sin luz de luna.

Descubrimiento especial el «fichaje» cellístico von Pfeil o las sonoridades de Serrano en el clarinete bajo, la confirmación de los conocidos con un Pearse pletórico en un flautín desgarrador, un Weigerber incisivo, la recuperación del Aizpiri pianista con tanto trabajo sustentando cada cuadro, y un dúo ZoritaMoros recordando texturas olvidadas y corroborando el impresionante momento que estos músicos de la OSPA atraviesan en esta temporada plateada cual luna llena. Al maestro Milanov se le nota feliz con estos repertorios y apuestas por escenarios que terminarán siendo habituales para la música, siente esta música más que otros periodos, puede que sus carencias queden compensadas con conciertos arriesgados, y este de Schoenberg lo era. Cierto que sus músicos responden aunque los invitados parecen quedar en segundo plano, caso de una Davidson que luchó por sentir este Pierrot desde el poderío de unos textos alemanes muy exigentes, demasiado «pegada al papel» y esperando más escena. Mezclar lo grotesto, lo ligero, lo sentimental, parodia e ironía, horror y absurdo, no es tarea fácil, pero los cinco que fueron siete nos hicieron pasar por todos los estados posibles superando con creces lo esperado y alcanzando un éxito impensable para muchos lunáticos que hoy poblábamos el museo.

Se libraron de la horca

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Miércoles 14 de octubre, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXVIII Temporada de Ópera. Verdi: Nabucco. 3ª función. Entrada última hora: 15 €. Fotos ©facebook Opera Oviedo.
Casi lleno para la tercera, que fue la vencida pero por lo mala que resultó con pocas excepciones, y es que este Nabucco verdiano tiene mucho que cantar, el trío protagonista tiene momentos solos donde la desnudez orquestal deja las voces tan expuestas que podemos comprobar virtudes (pocas) y defectos (muchos), el coro se erige en coprotagonista exigiendo a todas las cuerdas un esfuerzo casi sobrehumano.

Lo mejor de la velada, además del éxito de público, algo a anotar a lo largo de todas las funciones, la Oviedo Filarmonía con el maestro Gianluca Marcianó al frente, una señora orquesta de foso con una dirección que la hizo sonar plenamente italiana, limpia, con intervenciones solistas excepcionales (cello, flauta, oboe…), plena donde debía y acompañante de seda en los momentos vocales, tanto en arias como dúos, concertantes y coros, el segundo pilar donde se asentó y salvó de la horca este título.

Las voces que dirige Patxi Aizpiri son el seguro escénico siempre, con algo de cansancio en las voces masculinas que tuvieron algo de «aire» en los agudos y algo detrás de la orquesta en el segundo acto aunque seguros siempre, incluso fuera de escena (a pesar de la dificultad añadida), con algún pasaje calante rápidamente corregido. El esperado Va pensiero se quedó sólo en aseado pese al mimo con el que el director italiano llevó a la orquesta y el tempo, de hecho fue muy aplaudido pero no lo bisaron como en la segunda, dejando el momento «a capella» como lo mejor de la noche tras la travesía anterior. Un notable para este Coro de la Ópera de Oviedo.

Del elenco protagonista el Nabucco del barítono búlgaro Vladimir Stoyanov irrumpió algo pobre de presencia vocal y casi nos adormece, pero en la segunda parte logró transmitir algo de emoción, musicalidad y elegancia pese a la desigualdad de color en un grave algo forzado. La Abigaille de la soprano rusa Ekaterina Metlova resultó lo mejor, por no decir lo menos malo, del reparto, ya recuperada de su amigdalitis, con una técnica capaz de escucharla siempre en primer plano pero cuya maldad no debe ir pareja a la frialdad, lástima porque es una de las figuras que parece están llamadas a triunfar, pero faltó entrega, puede que contagiada de sus compañeros. No cuidó los finales de frase teniendo «fiato» suficiente, lo que hubiera mejorado la percepción global de su actuación.

La mezzo Alessandra Volpe cumplió como Fenena y mantuvo el tipo en los concertantes, color bien equilibrado con su «hermana», sobrada en el agudo y un grave claro sin perder color, una grata sorpresa.
Los problemas vinieron con el Zaccaria de Mikhail Ryssov, carente de registro grave verdadero, forzándolo y empañando una línea melódica bella pero con sensación de tensión en los agudos en una tesitura algo forzada. Solo al final y dominando el medio (que es lo que le quedaba) se salvó de la horca al darle una impronta de emoción y buen hacer. La Anna de Sara Rossini siempre en números conjuntos, quedó a menudo tapada en sus intervenciones por sus compañeros, y el Abdallo del tenor avilesino Jorge Rodríguez Norton breve y justo de presencia.

Trabajo me costó reconocer al ovetense y querido Miguel Ángel Zapater como el Gran Sacerdote de Baal, voz opaca y sin potencia, puede que por algún problema de salud pues conozco su trayectoria y no es lo habitual en él, carente de la rotundez a la que nos tiene acostumbrados su voz de bajo, esta vez debajo del resto y por momentos imperceptible.
El desastre lo trajo un Ismaele que no enamoró a Abigaille, pues el toledano Sergio Escobar, posee un color poco agradecido y técnica escasa que intenta suplir los agudos forzando en extremo lo que le llevó al gallo no deseado, así como problemas de afinación. Sus intervenciones siempre dieron sensación de inseguridad y desasosiego para quien suscribe. La soga pendía pero esta vez hubo milagro, aunque le paso a la nómina de los bautizados como «tenorinos», algo imperdonable cuando tenemos en esta cuerda y con menos renombre voces capaces de afrontar este rol con más solvencia.

La producción de cinco teatros donde además del Campoamor y el Jovellanos gijonés está el Baluarte pamplonés, el Principal de Palma y el St. Gallen suizo, resultó más que aceptable. Positiva la escenografía de Emilio Sagi porque nunca chirría ni molesta la acción, espejos rojos, «telón» cual arpa o barrotes, grandes estructuras y guiños históricos en las estelas o escultura inicial, y colocando las voces donde mejor pueden cantar, apoyado por el vestuario de Pepa Ojanguren, sin excesos y con detalles elegantes como el rojo de Abigaille o las túnicas más el diseño de Luis Antonio Suárez. Impecable y parte importantísima la iluminación de Eduardo Bravo al que el pongo su apellido de calificativo.

Los figurantes bien aunque no tenían grandes exigencias y cumplieron.
El viernes habrá otro reparto antes llamado joven, que seguro mejorará esta tercera, aunque arranca mi temporada oficial con la OSPA, pues este miércoles no fue el mejor día y pensé que cambiaría el argumento final pasando por la soga casi todos y sin intervención divina por ninguna parte.

Dalila sin Sansón

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Sábado 31 de enero, 20:00 horas. LXVII Temporada de Ópera de Oviedo, segunda función: Samson et Dalila (Camille Saint-Saëns). Entrada de última hora: 15 €. Fotos del autor, ©OperaOviedo y Facebook®.

Oviedo ha estado más de medio siglo esperando por recuperar este «Operatorio» como bautizó Pachi Poncela la obra del francés antes de subirse el telón, y volvía a «gallinero» como en mis primeros años, para escuchar por vez primera un título que además de lo novedoso tenía muchos acicates para escaparme al templo lírico carbayón a pesar de los truenos, relámpagos y granizo que parecieron formar parte de la propia escena. La prensa asturiana, de la que dejo algunas páginas al final, se hizo eco del último título de la temporada, y el estreno del jueves presentaba claros y nubes como la climatología.

Volvía para gozo de sus muchos seguidores asturianos el malagueño Carlos Álvarez en el rol de Sumo Sacerdote, también el australiano Stuart Skelton del que todavía recordamos su Peter Grimes hace tres años, nuestro bajo asturiano más internacional Miguel Ángel Zapater, también el recordado Max Valdés al frente de una OSPA que le sigue teniendo cerca en oficio y recuerdo, más naturalmente el protagonismo de la mezzo Nancy Fabiola Herrera en un momento dulce de una carrera bien enfocada que la hace triunfar allá donde va.

Un contratiempo salvado «in extremis» lo tuvimos con el tenor Skelton, aquejado de una infección de garganta desde hace dos semanas que en la primera función se limitó a actuar sin cantar, siendo «su voz» Dario di Vietri el feliz recambio para un rol como el de Sansón que no se encuentra fácilmente. Para esta segunda representación el italiano estuvo directamente en escena, que comentaré más adelante, y a día de hoy es probable que cante las dos que quedan, como comprobaré desde Mieres con la proyección de la tercera función en distintos puntos asturianos, una vez degustada «in situ».

El resultado global fue satisfactorio y equilibrado para una ópera sin sobresaltos, bien escrita, fácil de seguir, con momentos álgidos, movimientos escénicos conseguidos y dificultades no siempre captadas por un público que casi llenó el Campoamor, aunque no sea una obra que el aficionado conozca de memoria. La dirección de escena excelente a cargo de Curro Carreres, conjugando elementos cercanos en el tiempo (el libro del último título lo recoge perfectamente) con guiños de una calidad estética altísima subrayada por un vestuario apropiado y una iluminación apropiada aunque algo tétrica para algunos. Las fotos de la propia Ópera de Oviedo son buena muestra.

El coro que dirige Patxi Aizpiri volvió a estar a su altura, presente en casi toda la ópera fue capaz de subrayar la acción, incluso entre bastidores, algo siempre delicado y bien resuelto, o protagonizarla directamente, especialmente las voces graves en ese coro de inspiración gregoriana, más empastado que las voces blancas, que también tuvieron su intervención.

Verdadera maravilla la inclusión de los bailarines Manuel Badás y Sonia Blanco con coreografía de Antonio Perea para la Bacchanale, de una plasticidad bellísima en la parte del último acto, mientras la OSPA se mostró realmente cómoda bajo la dirección del maestro Valdés, volúmenes respetuosos con los cantantes, lirismo instrumental bien concertado y presencia sin excesos en las introducciones o la «Bacanal» antes comentada. Saint-Saëns le otorga un papel casi cinematográfico que nunca molesta y siempre se agradece incluso en el último piso, y el chileno volvió a recordarnos su magisterio también en el foso.

El elenco vocal estuvo en esa línea de equilibrio pero algo menor en los distintos filisteos solistas que no brillaron como se podría esperar. Bien el bajo ovetense Zapater en su breve intervención como viejo hebreo, llenando escena con presencia física y vocal dotada de un grave redondo sin forzar volúmenes, en parte por una orquesta comedida en matices. Destacado el Sansón di Vietri por el esfuerzo en gustar y cumplir desde una voz algo desigual en el agudo pero homogénea en el medio y grave. Su actuación fue creciendo a lo largo de los tres actos, destacando el conocido dúo con Dalila del segundo y su tercer acto atado a la columna o ese final suspendido que seguramente Skelton no hubiese mejorado. En cuanto pula detalles como la sensación calante en los pianos y cierto engolamiento, estoy seguro que volveremos a saber de él porque tiene un timbre más que agradable.

Esperado el Sumo Sacerdote Carlos Álvarez que se mostró felizmente recuperado, su timbre mantiene el color, su línea de canto es de elogiar, sigue impresionando sobre la escena pero faltando esa pizca de fuerza que asombró antes de su obligado paréntesis, y que como en otras lesiones, el miedo parece atenazar o perder confianza, aunque este papel le hace bien al barítono malagueño y resultará una buena inyección de moral.

La auténtica triunfadora de la noche fue Nancy Fabiola Herrera que encarnó una Dalila embaucadora, sensual, madura, conocedora de todos sus recursos. El aria «Primavera que comienza» del primer acto convenció aunque lo que nos respigó fue el dúo del segundo y fueron nuestros corazones los que se abrieron a su voz, incluyendo al propio Sansón. Una auténtica dama de la lírica que se volcó en un rol perfectamente perfilado.

No cabe duda que sin ser una ópera de masas, este Samson et Dalila nos dejó buen sabor de boca global, apostando de nuevo por la mezcla de títulos de siempre con otros casi olvidados e incluso algunos estrenos. Ya está avanzada la próxima temporada en la misma línea, con Walkiria, Nabucco, Bodas, Bohème y la novedad de El Duque de Alba de Donizetti que esperamos no sirva para meter miedo como a los niños holandeses, y de mantener repartos equilibrados estoy seguro que el público seguirá en aumento y la crisis seguirá supliéndose con trabajo. La calificación global de esta temporada, en la que solo me perdí Barbero, es notable.

Prensa regional:

Butterfly de Oviedo a Mieres

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Miércoles 19 de noviembre, 20:00 horas. Casa de Cultura de Mieres, retransmisión en directo desde el Teatro Campoamor de Oviedo de la tercera función de «Madama Butterfly« (Puccini).

Volvía la ópera televisada a Mieres con una buena entrada, una toma de sonido ligeramente alta, engañosa por la cercanía de los micrófonos que recogían todo (ruidos de pisadas incluidos), realización buena aunque no estuviese pensada para aguantar primeros planos pero con una iluminación que ayudó y una satisfacción media por parte de los asistentes.

Un elenco muy equilibrado, aunque destacasen más los secundarios, una orquesta sonando como debe hacerlo con Puccini, y la dirección musical del ovetense Pablo González que volvió a mandar desde el conocimiento de una obra difícil para sacar lo mejor de la Oviedo Filarmonía en foso.

No entraré en detalles porque siempre comento que el directo no tiene nada que ver con la proyección por lo apuntado al inicio, si bien las sensaciones las reflejaré tras dejar el reparto a continuación, incluyendo fragmentos de la prensa regional preparando este tercer título de la temporada asturiana, algunas críticas así como fotos tomadas durante la proyección en mi pueblo, que esta vez parecía transcurrir por momentos directamente en el escenario mierense. Por supuesto volver a agradecer a Telecable, CajAsturLiberbank y a la propia Ópera de Oviedo la iniciativa de transmitir de forma gratuita en pantalla gigante sus títulos, acercando un género que como siempre, sigue de moda aunque eche en falta más juventud.

Música de Giacomo Puccini (Lucca, 1858-Bruselas, 1924). Libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, inspirado en la obra teatral «Madame Butterfly» de David Belasco y en el relato homónimo de John Luther Long.
Tragedia giapponese en tres actos.
Estrenada en el Teatro alla Scala de Milán, el 17 de febrero de 1904.
Producción del Theater Magdeburg.
PERSONAJES E INTÉRPRETES
Madama Butterfly: Amarilli Nizza
Suzuki: Marina Rodríguez-Cusí
Kate Pinkerton: Marina Pinchuk
F.B. Pinkerton: Viktor Antipenko
Sharpless: Manuel Lanza
Goro: Mikeldi Atxalandabaso
El Príncipe Yamadori/El Comisario Imperial: José Manuel Díaz
El Tío Bonzo: Víctor García-Sierra
Yakusidé: Manuel Valiente
El Oficial del Registro: Manuel Quintana
La Madre de Butterfly: Marina Acuña
La Tía: Ana Peinado
La Prima: María Fernández
Dirección musical: Pablo González
Dirección de escena: Olivia Fuchs
Diseño de escenografía y vestuario: Niki Turner
Diseño de iluminación: Alfonso Malanda
Coreografía: Tim Claydon
Director del coro: Patxi Aizpiri
Orquesta Oviedo Filarmonía.
Coro de la Ópera de Oviedo.

Vocalmente comenzaremos por  «La Nizza«, protagonista que fue creciendo musicalmente como el personaje, aunque algo sobreactuada y faltando más calidez en su línea de canto, por otra parte apropiada aunque poco creíble en el perfil de Cio Cio San. Lleva todo el peso de la ópera y estuvo bien arropada desde el foso, atento González a los devenires de «la diva«. En su haber experiencia más que demostrada y poderío, por momentos excesivo, en el registro agudo, segura en afinación pero con volúmenes no siempre acordes al momento dramático.

El Pinkerton del tenor ruso no me convenció del todo por un registro agudo algo tenso, transmitiendo más angustia que gusto, si bien el color vocal es bello. Faltó más lirismo y en el dúo con Butterfly quedó un escalón por debajo. En el teatro desconozco cómo corre su voz, actoralmente cumplió y tendré que escucharle en otros roles, pero Antipenko no me parece que tenga mucho más recorrido del apreciado este miércoles a pesar de la amplificación cercana.

Lanza fue el más completo y personalmente quien más me gustó, siendo un barítonoconvincente en todas sus intervenciones, entregado a su papel de Sharpless llegándonos a todos. A la par la excelente mezzo Marina Rodríguez-Cusí que dibujó una Suzuki plena, cantando con buen gusto y dominando todos los registros.

No quiero olvidarme del estupendo Goro de Atxalandabaso, seguro siempre, de trayectoria bien asentada, excelente actor y tenor ideal para dar equilibrio a repartos que sin cantantes como los antes citados, dejarían coja la función. En repartos amplios tenores como el vasco son necesarios e imprescindibles.

Bien el resto de voces que cumplieron en sus intervenciones más o menos breves, incluyendo al niño actor que bordó sus apariciones con una madurez increíble.

El coro que dirige Aizpiri volvió a estar a pleno rendimiento, un poco destemplado en el arranque del primer acto pero yendo a más, siendo conmovedora la intervención fuera de escena a boca cerrada, en un empaste con la orquesta de muchos quilates, siendo Pablo González artífice de ese equilibrio y sonoridad celestial.

Leía en algunas críticas que la puesta en escena resultó minimalista, cierto pero creíble, sin barbaridades y donde la luz ayudó a hacer creíbles los tres actos, con plataformas recordando nenúfares, escaleras con planos paralelos a la emotividad del momento y que sonaban percusivamente al caminar los cantantes sobre ellas por la cercanía de los micrófonos. Incluso la urna transparente y hasta la bandera estadounidense dieron mucho juego, así como un vestuario algo desigual (algunos de los kimonos, especialmente el primero de Cio Cio San era bellísimo, los trajes muy «clásicos» y el uniforme más del ejército del aire que la marina, aunque bien en percha) y el esperado para esta ópera. Los primeros planos descubrieron poco maquillaje en la Butterfly que con más «carga» hubiese dado mejor en la pantalla, pero como suelo decir para los montajes, «no crujió» ni desvió el espíritu japonés.

Volver a destacar el peso del director asturiano capaz de armar toda la función con sutiles intervenciones orquestales, tiempos marcados a menudo por los solistas, especialmente la soprano, y logrando una sonoridad pucciniana algo menguada para una formación que esta vez cumplió sobradamente, acompañando, subrayando y coprotagonizando una acción de todos conocida.

El viernes estaré en el teatro para repetir con el segundo reparto, pero ya lo contaremos al día siguiente. El directo siempre es irrepetible…

Pocos celos sin pasión

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Otello (Verdi). LXVII Temporada de Ópera de Oviedo. Miércoles 17 de septiembre, 20:00 horas, Casa de la Cultura de Mieres, proyección en directo desde el Teatro Campoamor. Entrada libre. Sábado 20 de septiembre, 20:00 horas, Teatro Campoamor. Entrada última hora: 15 €. Producción de la Ópera de Oviedo. Reparto: Robert Dean Smith (Otello), Juan Jesús Rodríguez (Jago), Maria Luigia Borsi (Desdémona), Mireia Pintó (Emilia), Vicenç Esteve (Cassio), Manuel de Diego (Roderigo), Stefano Palatchi (Ludovico), Damián del Castillo (Montano / Un heraldo). Dirección de escena: Bruno Berger-Gorski. Escenografía y vestuario: Barbara Bloch. Iluminación: Alfonso Malanda. Asistente a la dirección musical: Julio César Picos. Asistente a la dirección de escena: Raúl Vázquez. Coro de la Ópera de Oviedo (director: Patxi Aizpiri). Orquesta Oviedo Filarmonía. Director musial: Yves Abel.

El comunicador Patxi Poncela nos contaba media hora antes de la última representación del primer título que debíamos seguir al nutricionista verdiano y haber comenzado por Rigoletto, pues este Otello, que parece debería haberse titulado Jago, realmente era duro de roer. Sumemos unas voces protagonistas desiguales, una escenografía cutre de cartón piedra y desconchados premonitorios de lo que vendría después, un vestuario pobre y una puesta en escena de las llamadas modernas que nada aportan al entendimiento de la obra por los no iniciados (a mí me servía con cerrar los ojos, aunque mi visión en anfiteatro me hacía perder la piscina – cuadrilátero – cama de arena) hacen imposible degustar un plato que requiere el equilibrio justo aderezado con el gusto durante la cocción y «emplatamiento».

Acudía el miércoles a la proyección en pantalla gigante (sigue suspendiendo la realización y el sonido que llegó por un sólo canal) dentro de la apuesta mierense por acercar la ópera al pueblo, con la ventaja de primeros planos imposibles en el teatro y comprobar la gestualidad de los protagonistas así como una idea global del reparto. Tristemente el directo de la cuarta y última representación fue como la Ley de Murphy donde «todo lo que puede empeorar, empeorará». Parecía el tonto que acudía todos los días a la película del oeste esperando que el vaquero no entrase en la cantina sabedor que todos los días le daban una paliza.

La propia ópera de Verdi como nos recordaba el radiofonista gijonés nada es lo que parece. La divina Callas insistía en que lo importante es el último acto porque es finamente el que recordamos y levanta todo lo anterior. En Oviedo abucheos y pitos para un Otello nada creíble en ningún aspecto: no es moro, las rastas en el cogote parecieron ubicarle su voz en dicha zona y la angustia cada vez que cantaba era contagiada al público temeroso que no llegase al agudo, siempre apretado, descolocado y gritado.

Dean Smith no tiene color ni sabor para este rol que tiene mucha enjundia (qué distinto de su Tristán o el concertístico Sigmund también en Oviedo), lástima que por momentos en la media voz parecía tomar el camino correcto, pero finalmente recogió la tempestad que no descampó hasta el final. Y del personaje irreconocible, arrodillado más de la cuenta, pintado a lo Braveheart, celos supuestos e incapaz de enamorar y mucho menos convertir a una piadosa mujer cristiana. Una pena no se hubiese suicidado antes y evitásemos la injusta muerte de Desdémona.

«La Borsi» al menos puso el gusto en el canto, la credibilidad de un personaje dificilísimo de crear y cantar, perdonándole incluso el quiebro en el final de la bellísima aria del sauce (el miércoles no lo tuvo) tras crear un ambiente en el teatro de los que permiten cortar el aire. Mi enhorabuena por la pasión y entrega que mantuvo la italiana.

Triunfó Jago, «el malo de la película» interpretado por un Juan Jesús Rodríguez poderoso pero que deberá cuidarse de papeles como éste que pueden mermar su futuro. Casi impecable en su línea de canto faltando gusto en el fraseo al apostar por una dramatización sólo de volúmenes en vez de crear un personaje que actoralmente dominó y venció al resto del elenco.

La Emilia de Mirela Pintó fue de menos a más, tapada literalmente en el cuarteto ubicándola atrás, mejor en el concertante del tercer acto y final en su punto. Ya tenía ganas de volver a escucharla en escena tras el concierto con la OSPA de hace cinco años.

Seguro y en su línea la breve intervención de Lodovico Palatchi, siendo capaz de escuchársele dentro de los truenos y relámpagos vocales. Más discreto el Cassio de Vicenç Esteve que a la vista del conjunto alcanzó el aprobado rapado.

Capítulo aparte merece el «coro de Aizpiri» comprometido de principio a fin, luchando contra los elementos, algo retrasado al inicio o fuera de escena (lógico) pero asentándose todos volviendo a demostrar una profesionalidad y entrega plausible. Era difícil no gritar ante la masa sonora verdiana siempre desbocada, pero consiguieron equilibrar parte del desastre.

La Oviedo Filarmonía afrontaba una partitura con mucho que tocar pero sin mando desde el podio, pues el Maestro Abel no logró amarrar los caballos, desbocados continuamente, olvidando que también había canto en escena (qué distinto del que dirigió a la OSPA hace dos años). Los músicos en foso se limitaron a cumplir órdenes y faltó la química así como degustar lo que es una concertación que en Verdi es siempre exigente, sobre todo en este Otello casi wagneriano con permiso del respetable.

Al menos no tuve que gastar mucho dinero y las entradas baratas funcionan porque daba gusto ver casi todo ocupado, lástima que muchos comiesen este Otello convencidos que estaba al punto. Este restaurante merece platos mejor cocinados y servidos como se debe.

Jornada Michael Nyman

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Sábado 15 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Jornadas de Piano «Luis G. Iberni», Michael Nyman, Michael Nyman Band, Oviedo Filarmonía, Marzio Conti (director). Obras de Michael Nyman.

Protagonismo total de Michael Nyman dentro de las llamadas jornadas de piano, supongo que por el título de la película que más famoso ha hecho al músico británico, puede que por tener nada menos que dos pianos de cola en el escenario del auditorio carbayón, pero evidentemente metido a calzador siendo más válido el otro ciclo de conciertos, y todo porque las etiquetas nunca son buenas y dan lugar a equívocos.

Particularmente me gusta Nyman desde hace décadas cuando Ramón Trecet lo ponía en su programa «Diálogos» y por ser el complemento perfecto de las excelentes y personales películas de Peter Greenaway que no faltaron en este concierto, con pocas sorpresas en un estilo que él mismo bautizó como minimalismo, más como técnica compositiva que por la extensión de sus obras. Por cierto tener a la OvFi y Conti, auténticos todoterrenos colaborando en este concierto es todo un lujo para el propio Nyman, aunque la amplificación de todos unida a los cuidados efectos de sonido (revers y delays varios) dieron una dimensión supongo que impensable para muchos de los presentes.

El orden del programa se alteró mínimamente pero personalmente estuvo más acorde con lo global. Comenzó solo Nyman y su banda algo reducida (sin viola, trompa ni trompeta) pero igual de eficaz en la consecución de la sonoridad típica del británico, repasando algunos temas famosos: Chasing Sheep (sintonía radiofónica hace años y perteneciente a la película «El contrato del dibujante»), algo desajustada por parte de la banda a la que le costaba seguir el ritmo del piano, An Eye for Optical Theory del documental de 2008 «Man on Wire» con esos contrastes entre el viento -saxo barítono y soprano antes de la adición en cuanto a suma del resto de la banda-, y cuatro de las siete danzas acuáticas: 1, 2 «Stroking», 4 y 8 «Synchronizing» de las citadas Water Dances con ese sello inimitable, clásico en las lentas y supongo que excesivamente repetitivo para parte del público en las rápidas, casi rock&roll final, alternancia de tiempos y texturas que son el recetario Nyman donde la amplificación y efectos consiguen impactar al oyente, incluso sin las siempre complementarias imágenes para las que estas músicas fueron compuestas, nuevamente Greenaway y «Making a Splash».

El estreno en España de la Sinfonía nº 6 «Ahae», inspirada en el fotógrafo coreano, puso al compositor al frente de la Oviedo Filarmonía con el pianista Patxi Aizpiri cual solista aunque le tocó suplir al propio Nyman, que por cierto es poco pianista pero peor director, si bien tratándose de una obra suya nada que exigirle. Cuatro movimientos contrastados en la más pura receta sinfónica para una plantilla digamos clásica salvo una percusión sin timbales con marimba, vibráfono y tambores. El primer movimiento de aire rápido con recuerdos de «western», un segundo lento de mayor lirismo aunque siempre desde la técnica compositiva de Nyman, un interesante tercer movimiento rápido en ternario marcado por la primera aparición de los parches en un ostinato rítmico de negra dos corcheas negra que evoluciona a un lento cuaternario con las placas dando más colorido aún, todo ello repetido, para finalizar con un llamemos Vivace en compás a siete, amalgamas que le encantan al compositor británico, para finalizar acelerando.

La segunda parte complementó perfectamente la primera tocando todos juntos (salvo el alter ego Nyman Aizpiri) con la dirección de Marzio Conti en MGV (Musique à Grande Vitesse), música para el TGV francés -a gran velocidad, casi implorando por nuestro AVE astur que no llegará ni a gorrión si es que alguna vez hay vías por el túnel ducha- donde el compositor reclamó como intérprete su partitura al bajista eléctrico Martin Elliott, banda integrada y en «diálogos» con la OvFi en total arrebato sonoro y anímico de media hora, repitiendo como «bis» la parte de cierta épica más allá del toque de tambores. Excelente la labor directorial del maestro titular que no sólo marcó entradas sino también matices que no resultan sólo de añadir o quitar instrumentos como el propio compositor hace, técnica medieval que casi siempre funciona, sino en dar el gusto interpretativo que el director italiano dejó claro engrandeciendo una partitura simplemente agradecida, por no llamarla comercial en estos ambientes. Este marzo todavía nos deparará mucha más música: la que gusta y la que no gusta, porque realmente es lo que hay…

Viento en popa con pequeña vía de agua

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Martes 19 de noviembre, 20:00 horas. Oviedo, Teatro Campoamor, Don Pasquale (Donizetti). Producción de la Ópera de Oviedofoto-alfonso de las indicadas, gentileza Ópera Oviedo). Reparto: Carlos Chausson (Don Pasquale), Beatriz Díaz (Norina), José Luis Sola (Ernesto), Bruno Taddia (Malatesta), Coro de la Ópera de Oviedo (director Patxi Aizpiri), Oviedo Filarmonía, Marzio Conti (director musical).

LXVI Temporada, segunda representación del tercer título, con buena entrada pese a ser día laborable, en una puesta en escena de Curro Carreres que no molestó aunque hubiese momentos incomprensibles, pero con elegante vestuario, iluminación y movimiento apropiado.

En el apartado vocal citarlos en el orden personal que puse para el reparto por méritos y calidad, haciendo hincapié en la dureza y dificultad de esta ópera de la que comparto la opinión del gran Muti.

El Don Pasquale de Chausson toda una recreación del personaje, escénicamente siempre en su sitio, cómico con los tintes drámticos en su punto y un timbre potente, redondo, cautivador, convincente en todos los registros. Impecable este maño al que los años están dando como ya apunté en otra entrada, poso y peso.

La Norina de Beatriz Díaz de «BraBoo®» que diría un amigo mío, todo un hallazgo en este su debut para este personaje que le va como anillo al dedo en todos los sentidos: la doble personalidad cual Jekyll-Hyde, Sofronia-Norina, embaucadora y enamorada, mandona y delicada, capaz de darle el colorido adecuado y la escenificación apropiada desde una línea de canto asentada en su seguridad, potencia e intimismo, crescendi con fiatos en su punto, derrochando musicalidad y teatralidad, bien regulada tanto en los dúos como en los concertantes con el volumen perfecto para cada intervención y ese color que siempre enamora, a vejestorios y jóvenes.

El Ernesto de Sola en la línea de los tenores actuales, voz ideal para su personaje que fue de menos a más, quedando poco presente en los dúos, algo pequeño pero bien cantado, y reconociéndole el esfuerzo de incorporarse a última hora.

La vía de agua de este crucero estuvo en Malatesta Taddia, como si el apellido le hubiese tirado por la borda en vez del pobre Ernesto al final de la obra, registro grave inexistente, más bien hablado, medio escaso en volumen y «apretado» en el agudo, siendo el único que desequilibró un elenco muy aseado para esta maravilla de Donizetti.

El Maestro Conti fue el perfecto complemento al frente de su Oviedo Filarmonía, que volvió a ser muy solvente en el foso (y muy bien el trompeta solista en la escena con Ernesto del segundo acto), bien llevada por una batuta siempre atenta a las voces, con los planos adecuados para que todo brillase sin destellos, orquesta bien compactada y con sonoridades muy adecuadas para una partitura engañosa en todos los aspectos. Esta titularidad aún nos dará muchas alegrías dentro y fuera del Campoamor.

Destacable el Coro que dirige Patxi Azpiri, en su línea de calidad y seguridad vocal unida a una experiencia en escena que lo sitúa siempre en cabeza, completando la «obra en música» que supone toda ópera, así como el breve papel de Bruno Prieto (notario), una de los excelentes solistas que la formación vocal atesora desde hace años.

No quiero olvidar al actor Carlos Enrique Casero como mayordomo de Don Pasquale, que sin palabras completó y complementó siempre al protagonista, con un guiño al camarero de «El Guateque» para una escenificación muy cinematográfica como desde un principio supimos, aunque Díaz no me recuerde a la Hepburn, ni Grant o Stewart tampoco a Sola y Taddia.

Quedan dos funciones más y la del reparto joven, la primera ha dejado buenas críticas entre todos, esta segunda aquí dejo mis impresiones recién llegado a casa (a pesar de las horas), pero bienvenido a Oviedo Don Pasquale después de tantos años (la última allá en 1990 con doble función), ópera difícil de encontrar repartos equilibrados y con calidad para disfrute total, de cabo a rabo y viento en popa con velocidad de crucero y escala en la capital, que esta vez llegó a buen puerto.

La magia musical es capaz de transportarnos donde queramos… sólo cerrar los ojos y escuchar. En mis años jóvenes, que uno se va acercando en edad a Don Pasquale, el crítico «Florestán» hubiera calificado esta representación como «aseada», aunque el barco seguramente le hubiese mareado pese a no haber galerada, como mucho marejadilla.

P. D.: Por sacar la entrada con premura, allá en agosto, pagué más precio aunque asegurase asiento. Todo sea por acercar nuevos públicos, incluso de fuera de Oviedo, con los que pude comentar cómo trabajan en esta temporada, la segunda más antigua de España aunque no con el mismo apoyo económico de entonces. Gracias por los esfuerzos y a esperar lo que todavía nos queda de ésta.

Mieres de Traviata

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Martes 15 de octubre, 20:00 horas. Auditorio Teodoro Cuesta (Casa de Cultura) de Mieres: retransmisión en directo desde el Teatro Campoamor de La Traviata (Verdi).
Un año después volvía a Mieres la ópera, eso sí, televisada, y nada menos que en el 200 Centenario de Verdi con una entrada como sólo esta obra inmortal es capaz de convocar.

Vuelvo a repetir las carencias de una emisión como las anteriores, que esta vez podrán compartir los cientos de personas que se dieron cita en La Escandalera de la capital, donde ni la iluminación está prevista para la televisión, la realización sigue dejando mucho que desear aunque haya mejorado, y el sonido logra el milagro de las voces tapando a la orquesta (!). Supongo que la falta de medios y algo más de conocimiento técnico no sean impedimento para continuar con esta experiencia que hace llegar la ópera a un público no habitual pero al que también debemos educar con calidad.

Las críticas profesionales tras la primera función coinciden con mi opinión técnica, aunque tras las consideraciones iniciales, quiero dejar unas pinceladas de cosecha propia.

Con un decorado casi minimalista a base de espejos – cristales, Susana Gómez es perfecta para la solución económica entre los grandes montajes inalcanzables por presupuesto y espacio escénico, y las versiones en concierto que no deben venderse como ópera en el sentido estricto. Sofá y mesa de despacho (diseño escenográfico de Antonio López), así como una pequeña mesa de juego como único Mobiliario, unido a un vestuario años 50 (de Gabriela Salaverri) completan la coproducción de la Ópera de Oviedo, Festival de Verano de El Escorial, Quincena Musical de San Sebastián, Auditorio Baluarte de Pamplona y Gran Teatro de Córdoba.

Foto de Codalario

Ópera atemporal donde las haya, el reparto resultó equilibrado en su totalidad, lo que es de por sí digno de mención, aunque la protagonista total haya sido Aylin Pérez que fue capaz de cantar y captar toda la evolución de su personaje de Violeta aunque sin camelias y transformada en una pelirroja Gilda Valery, color vocal perfecto para un rol que le está dando muchas alegrías. El Alfredo de Aquiles Machado resultó convincente en sus conocidas arias, delicado en los dúos y con ligeras carencias que no empañan la globalidad, completada por el Giorgio Germont de Gabriele Viviani, otro tanto que «su hijo», bien actoralmente aunque con una pequeña desafinación en la conocida «Di Provenza», puede que fruto del micrófono tan cercano y la orquesta «hundida en el foso», un trío sobre el que se asienta sin cojear esta maravillosa ópera.
Destacar la buena dirección musical de Carlo Montanaro capaz de dar su toque ya desde la obertura, jugar con los tempi de una Oviedo Filarmonía que no pude degustar como seguramente sonó en el teatro, y sobre todo cómo concertó con las voces, respirando con ellas y eligiendo siempre el aire que reclamaban los protagonistas, que lo son siempre.

No quiero olvidarme del Coro que dirige Patxi Azpiri, auténtica delicia escénica y vocal (nuevamente ellas mejor que ellos) con una profesionalidad que el tiempo ha ido asentando.

Los siempre difíciles secundarios cumplieron en sus intervenciones, desde la Flora de la asturiana María José Suárez, seguridad y aplomo, la delicada Annina de Marta Ubieta, siguiendo con Jon Plazaola (Gastone), Carlos Daza (Douphol), el Marqués José Manuel Díaz y el Grenvil de David Sánchez, junto a los «comprimarios» Gonzalo Quirós y Bruno Prieto (del propio coro) en sus breves apariciones como Giuseppe y Commissionario.

El público mierense disfrutó sobre todo hasta el descanso tras hora y media de un tirón, quedando todavía el último acto donde Violeta es «abducida por la luz» tras enamorar al respetable esta Ailyn Pérez como auténtica diva de esta segunda función que sonó en medio Asturias como merecido homenaje a Pepe Verdi. Agradecer estas iniciativas aunque tengan todos los peros que queramos y algunos sigan recordando el año 1958 de La Callas con Kraus, siempre Don Alfredo, en Lisboa… Ay! ¡si hubiesen tenido los medios técnicos de hoy en día…!

Derbies en Don Carlo

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Este miércoles acudí a la Casa de Cultura de Mieres para seguir la retransmisión desde el Campoamor de Don Carlo (Verdi). 23 personas hasta el descanso que dudaron entre el Madrid-Barça de copa o esta nueva gozada verdiana con titanes y empates al igual que en el fútbol. Además de la OSPA con Corrado Rovaris que prepararon un terreno de juego perfecto, mi clasificación quedó:

Ainhoa Arteta y Juan Jesús Rodríguez como Isabel de Valois y Rodrigo realmente sembrados, artistas y en un momento vocal inmejorables que crecen en cada función. El reinado Arteta tendrá largo recorrido y JJ Rodrigo afrontará con seguridad roles como éste.

2º ex-equo Alex Penda y Felipe Bou, Princesa de Éboli y Felipe II contrastes dramáticos con registros graves difíciles de encontrar, enamorándonos de Alexandrina Pendatchanska ya en el Ensayo General.

Steffano Secco en el rol principal, y el Coro de la Ópera que dirige Patxi Aizpiri, algo desiguales en color o tempo, pero dignos de podio, en especial las damas.

El resto del elenco adecuado y colaborando a un equilibrio difícil para una obra como este Don Carlo tan exigente, debiendo citar a Luiz-Ottavio Faria como Inquisidor.

Volver a destacar la elegancia en vestuario y atrezzo. Mejorable nuevamente la realización que nos ofreció TeleCable que comenté puntualmente desde mi Twitter.

No es igual el directo que la retransmisión y tampoco tenemos los medios del MET, pero este Año Verdi no ha hecho más que empezar…

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