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Tributo al Maestro Dieter

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Domingo 9 de noviembre, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: «For Dieter: The Past and The Future». Benjamin Appl (barítono), James Baillieu (piano). Homenaje a Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012). Recital de lieder.

No se llamó Ben Appl porque su maestro, mentor y amigo fue Dietrich Fischer-Dieskau -como bien nos contaría el propio barítono germano-británico Benjamin Appl (Ratisbona, 1982)- hacéndole la broma quien tuvo un nombre tan largo como su carrera. Este recital fue una clase magistral de este alumno aventajado con junto al piano inconmensurable del sudafricano James Baillieu (1982), reconocimiento de las propias jornadas que se inauguraban este domingo otoñal, por ser tan necesario, o más, en el terreno del lied, donde el protagonismo va en paralelo, al igual que las horas de estudio, para alcanzar la confianza mutua, la complicidad para aunar sentimientos y emociones, más allá de unos textos cuya calidad siempre se eleva al ponerles estas músicas.

Rendir tributo al gran Dieter supone todo un reto, más con el título de «El pasado y el futuro» porque el irrepetible barítono alemán podría haber dicho que «Nada que sea susceptible de ser cantado me es ajeno», aunque todos tengamos claro que en el terreno de la «canción de concierto» sigue siendo el mayor referente, no solo por sus escritos sino por las grabaciones que muchos atesoramos como joyas en nuestras discotecas.

Dos partes donde realizar una biografía humana unida a la musical que Appl nos contó (leída alguna en castellano y el resto en inglés, también su pianista), trufando cada etapa con una sabia elección del repertorio por parte de los dos intérpretes, y que el Maestro ha legado para la eternidad, desde el primer encuentro con el Schubert único, la infancia en Berlín donde poder escuchar obras de su padre Albert y su hermano Klaus (incluido el Nocturno al piano dedicado a su madre), con la poesía de Goethe, el idioma que brillaría a lo largo de esta «Dietertiada» (salvo en Britten). Seguiría el Brahms que primero cantó, alternando con la imprescindible «compañía» de Schubert antes de los tiempos de guerra, duros pero que en Italia le llevaron a cantar a otro de sus ídolos, Hugo Wolf, mientras cepillaba los caballos nerviosos, y a quien comenzó a estudiar en 1946 cuando era prisionero de guerra del ejército estadounidense en Livorno, al sur de Pisa. También el llanto (subrayado al piano) de Tenebrae compuesto por Aribert Reimann (1936-2024), vinculando la Pasión de Cristo y el sufrimiento judío en el Holocausto, que dice en el texto (recogido por José Manuel Viana en las notas): «Apretados, como si / el cuerpo de cada uno de nosotros fuera / tu cuerpo, Señor», tercero de los Fünf Gedichte von Paul Celan (1959-1960), un ciclo dedicado a Fischer-Dieskau por el propio compositor berlinés que bien podría seguir sonando cual oración o plegaria en estos años para Ucrania o Palestina, pues tal parece que no queramos borrar esas heridas que nunca cicatrizan.

No hubo aplausos pero sí entregas como capítulos donde la voz de Benjamin Appl subrayaba cada frase, cada palabra y cada sentimiento, medias voces, apenas un mínimo exceso que James Baillieu acunaba desde el piano, reflexionaba, completaba sin palabras en una sala donde el silencio transmitía ese dolor compartido. Tiempos como prisionero de guerra donde cantar era ahuyentar el mal como el refrán que ya citaba nuestro universal Cervantes («Quien canta su mal espanta»), incluso llevar la opereta «Der Vetter aus Dingsda» a escena: Ich bin nur ein armer Wandergesell (de Eduard Künneke, 1885-1953) antes del regreso a un Berlín devastado por la guerra con Brecht y su Die Heimkehr musicado por Hanns Eisler (1898-1962 ) que me transportaría a los años oscuros por la gravedad, en todas sus acepciones, de Appl, o «la muerte» inspiradora para el noruego Grieg.

Si la primera parte resultó mezcla de nostalgia, sufrimiento, dolor y esperanza, la segunda transitaría por el Brahms de los primeros pasos como cantante, ofrenda fúnebre a la recién fallecida Clara Schumann sobre textos bíblicos, canciones que el barítono alemán ya interpretaba en casa de adolescente y recuperó tras regresar de la cautividad, una inspiración que el hamburgués eleva a la categoría de «lucha por la vida», la misma de Dieter, su primer matrimonio con Irmel, o el feliz encuentro con Gerald Moore en 1952, su colaborador fiel tantos años.

En esta gira homenaje, el nuevo tándem para esta MasterClass fue Appl-Baillieu, el amor por el piano de Schubert (An mein klavier, D342) y el reflejo de más dolor tras perder a su esposa en el tercer parto (Britten profundo y Loewe más luminoso e íntimo) y después a su madre (Eisler), canciones situadas en otra etapa de Dieter donde la música sería terapia y confesión como así nos transmitieron sus «actuales herederos«.

Pero la vida continuó para el irrepetible Dieter y llegarían otras  esposas que también figuran en el programa de mano (las traducciones de los textos se proyectaron) siendo la soprano Julia Varady (1941) la última, a quien conoció en la Ópera de Munich en 1973 para casarse cuatro años más tarde y fiel compañera hasta el último día. Esa parte de la banda sonora la pondrían Weber con Meine Lieder, meine Sänger junto su «otro compañero» Schubert vital, precedidos de la Clara Schumann brillante, antes del Epílogo, recordando la retirada como cantante el último día de 1992, aunque seguiría escribiendo, dirigiendo, impartiendo clases y por supuesto la pintura que siempre practicó, como el autorretrato de 1985 que presidió la velada, propiedad como así nos contó Ben Appl, un guiño más dentro de esta biografía cantada por y para Fischer-Dieskau, brillante colofón con An die Musik.

Pero había que desatar ese nudo en el estómago tras tantas emociones transmitidas por ApplBaillieu, un canto que creció en la segunda parte con el piano siempre compartiendo protagonismo, y nada mejor que La trucha saltarina y dorada en el río, «recreación de los maestros«, o un brindis al maestro donde el canto «ebrio» de Schumann (de Dichterliebe, Op. 48, el nº 11 «Ein Jüngling liebt ein Mädchen») nos devolvió la alegría de saber que el Lied sigue vivo gracias a una pedagogía musical que caló en el alumno aventajado que se convertiría en amigo y terminó siendo mentor, encontrando otro caminante al piano con quien proseguir un viaje que no tiene más destino que hacernos disfrutar.

P.D.: No quiero olvidarme de las excelentes notas al programa de Juan Manuel Viana para guardar (dejo el enlace al mismo), que pese a comentar algunas obras que no se interpretaron en Oviedo, caso de Barber, Sinding o Grothe, completaron un recital magistral.

PROGRAMA:

Parte I
PRIMER ENCUENTRO
F. SCHUBERT: Liebesbotschaft, D957/1 – Am Bach im Frühling, D361 – Der Musensohn, D764

INFANCIA EN BERLIN
A. FISCHER-DIESKAU: “Heidenröslein”, del singspiel Sesenheim
K. FISCHER-DIESKAU: “Nocturne I”, de Der Mutter gewidmet op. 1/1; Wehmut, op. 3/2

JUVENTUD Y PRIMEROS PASOS COMO CANTANTE
J. BRAHMS: Wie bist du meine Königin, op. 32/9

F. SCHUBERT: Der Linderbaum, D911/5

SOLDADO EN TIEMPOS DE GUERRA 1944/45
H. WOLF: Andenken
A. REIMANN: Tenebrae

PRISIONERO DE GUERRA 1945-1947
P. I. CHAIKOVSKI: Nur wer die Sehnsucht kennt, op. 6/6
E. KÜNNEKE: Ich bin nur ein armer Wandergesell

REGRESO A BERLÍN 1947
H. EISLER: Die Heimkehr
E. GRIEG: Der Traum

Parte II
PRIMEROS PASOS DE UNA CARRERA MUNDIAL
J. BRAHMS: “Denn es gehet dem Menschen wie dem Vieh”, “Ich wandte mich, und sahe an”, “O Tod, wie bitter bist du” Y “Wenn ich mit Menschen”, de Vier ernste Gesänge op. 121

ACOMPAÑANTES Y AMIGOS
F. SCHUBERT: An mein Klavier, D342
B. BRITTEN: Proverb III, op. 74

NACIMIENTO DE SUS TRES HIJOS Y ÉRDIDA DE SU PRIMERA ESPOSA IRMEL 1963
C. LOEWE: Süßes Begräbnis, op. 62/4

MUERTE DE SU MADRE THEODORA 1966
H. EISLER: Mutterns Hände

VIDA CONYUGAL
F. SCHUBERT: Liebhaber in allen Gestalten, D558
C. SCHUMANN: Liebst du um Schönheit, op. 12/2

EPÍLOGO
C. M. VON WEBER: Meine Lieder, meine Sänger, op. 15/1
F. SCHUBERT: Litanei auf das Fest Allerseelen, D343 –  An die Musik, D547

Juglares eternos

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Miércoles 19 de marzo, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Concierto nº 1696 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: José Manuel Montero (tenor), Eduardo Frías (piano). Obras de Schumann y Falla.

En colaboración con POEX25 (Festival de Poesía de Gijón) nada mejor que un recital de lieder, la poesía hecha música o la música poetizada, en dos lenguas tan distintas pero tan líricas como las de Goethe y Cervantes. Como bien explica Ramón Avello en las notas al programa, «La palabra lied viene de un tiempo remoto que remite a los trovadores germanos o minnesinger de la Edad Media. Esta primitiva lírica va pasando por diferentes formas y estilos, para adquirir con el romanticismo una nueva intención: la fusión íntima del poema con la música; de la melodía vocal con el piano. El acompañamiento pianístico deja de subordinarse a la voz, para expresar y trascender emocionalmente el sentido del poema».

El programa que el tenor José Manuel Montero junto al pianista Eduardo Frías trajeron para esta velada de salón en el teatro del paseo de Begoña nos introdujo en ese mundo de la canción, la mejor unidad poético musical donde voz y piano comparten protagonismo, no solo cantar unas melodías acompañadas sino la conexión entre ambas disciplinas con una perspectiva nueva sobre la poesía donde las palabras se encuentran con la música, verdadero diálogo y entendimiento para afrontar dos partes bien diferenciadas.

El propio Montero antes del recital comentaría por alto el proceso por el que Schumann compone su «Amor de poeta» sobre poemas del libro Intermezzo lírico de Heinrich Heine, dieciséis canciones –en realidad escribió veinte– que compuso en una semana (del 24 al 30 de mayo de 1840) pensando en su amada Clara Wieck como desgranando una margarita con continuos cambios anímicos del amor al dolor, del gozo al padecimiento y que los propios versos de Heine (con traducción proyectada en el escenario) sentía tan en primera persona como la música que escribió para ellos «en un rapto de inspiración». El piano tiene momentos propios, solos, pero también con el carácter lírico que en la voz de tenor parecen transportarnos al Schumann más romántico, al amor y desamor de unos juglares atemporales.

La formación alemana de José Manuel Montero se nota desde la primera sílaba, cómo dramatiza cada poema, la expresión doliente de Aus meinen Tränen sprießen, el tormento y traición del Ich grolle nicht, la alegría de Das ist ein Flöten und Geigen, la desesperación del sombrío Ich hab im Traum geweinet o el abandono y la depresión de los últimos, sueños y recuerdos teñidos de una amarga ironía, tan de Heine, aunque sabedores todos del final feliz de este periodo en la vida del compositor alemán. Siempre con un color ideal para este ciclo, con la voz corpórea del tenor madrileño que ha ido ganando con el paso de los años, dicción germana donde cada consonante tiene su duración exacta, a menudo buscando la nota para subrayar una palabra, una sílaba, con unos fraseos ceñidos a lo escrito por Schumann, y el lujo del piano delicado de Eduardo Frías, puede que «abusando» del pedal izquierdo al tener la tapa acústica abierta para nunca sobrepasar la voz, pero encontrando una tímbrica tenue en su momento sin perder tampoco los momentos tensos, fuertes, jugando con las dinámicas y la complicidad necesaria con el tenor, «respirando» juntos, respetando los solos y maridando los conjuntos.

Y de nuestro universal Falla las conocidas Siete canciones populares españolas (1914), que como recuerda Avello «constituyen una de las creaciones esenciales sobre el folklore español. La hondura de Falla, por la que el compositor extrae la raíz más honda de la tradición musical española, resuena en estas canciones». Compuestas en París, y estrenadas en el Ateneo de Madrid en 1915, el propio compositor junto a la cantante polaca Aga Lahowsca las interpretaron para la Sociedad Filarmónica de Oviedo y la de Gijón en este mismo teatro un 11 de diciembre de 1917, casi cien años de una historia que sigue vive, pues estos lienzos líricos elevaron nuestro folklore al mismo nivel que el lied alemán, y han encontrado versiones para todas las voces y transcripciones para instrumentos de lo más variado e incluso orquestaciones. Montero y Frías buscaron su propia tesitura, más grave que la original, ganando en lirismo, «complicando» en algunas el piano pero alcanzando con la lengua de Cervantes la misma hondura que en la de Goethe con la misma complicidad de voz y piano: muy sentida y cercana «nuestra» Asturiana, bravía la Jota, íntima la Nana y abrumador el Polo.

Dos propinas también alternando alemán y castellano, la delicada e íntima Morgen, op. 27 nº 4 de Richard Strauss (1884-1949) con texto de John Henry Mackay (1864-1933), y la marinera Canción del grumete (1938) de Joaquín Rodrigo, con texto anónimo pero hermanando con la música las dos lenguas del recital jugando de nuevo con los ambientes y las emociones de ambos intérpretes que el cercano Cantábrico pareció inspirar la elección de este dúo madrileño:

En alemán «Y mañana el sol brillará de nuevo… (…) y hacia la vasta playa de olas azules / descenderemos callados y lentos / nos miraremos, mudos, a los ojos / y el silencio de la dicha se adueñará de nosotros» para proseguir en castellano con el «En la mar hay una torre / En la mar hay una torre / Y en la torre una ventana / Y en la ventana una niña / Que a los marineros llama / Que a los marineros llama»,  dos sentimientos con olor a salitre, canciones de concierto que volvieron a sonar como juglares eternos en Gijón, capital de la Costa Verde y estos días capital de la Poesía.

PROGRAMA

Robert SCHUMANN (1810–1856):

Dichterliebe, Op. 48 (Amor de poeta) – Textos de Heinrich Heine

1. Im wunderschönen Monat Mai (En el maravilloso mes de mayo)

2. Aus meinen Tränen sprießen (De mis lágrimas brotan)

3. Die Rose, die Lilie, die Taube (La rosa, el lirio, la paloma)

4. Wenn ich in deine Augen seh (Cuando miro en tus ojos)

5. Ich will meine Seele tauchen (Quiero sumergir mi alma)

6. Im Rhein, im heiligen Strome (En el sagrado Rhin)

7. Ich grolle nicht (No guardo rencor)

8. Und wüssten’s die Blumen (Si las flores supieran)

9. Das ist ein Flöten und Geigen (Suenan flautas y violines)

10. Hör ich das Liedchen klingen (Cuando escucho la cancioncilla)

11. Ein Jüngling liebt’ ein Mädchen (Un joven amaba a una muchacha)

12. Am leuchtenden Sommermorgen (Mañana luminosa de verano)

13. Ich hab im Traum geweinet (He llorado en sueños)

14. Allnächtlich im Traumesehichdich (Cada noche te veo en mis sueños)

15. Aus alten Märchen winkt es hervor (En los viejos cuentos)

16. Die alten, bösen Lieder (Las antiguas, malévolas canciones)

Manuel de FALLA (1876-1946):

Siete canciones populares españolas

I. El paño moruno

II. Seguidilla murciana

III. Asturiana

IV. Jota

V. Nana

VI. Canción

VII. Polo

El Schubert del lied

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Viernes 5 de julio, 21:30 horas. 73º Festival de Granada, Patio de los Mármoles (Hospital Real) / Música de cámara | #Schubert esencial: Konstantin Krimmel (barítono), Daniel Heide (piano). Lieder de Schubert. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

La mejor presentación de este vigésimo día de Festival está en la Web que titula «El canto del cisne» un recital que mantendría el espíritu de Schubertiada que se respira en la capital nazarí: «Acaba de entrar en la treintena, pero el barítono alemán Konstantin Krimmel se ha ganado ya a los aficionados al lied de todo el mundo, por su extraordinaria musicalidad y la profundidad de sus acercamientos al género. Necesitará sin duda todo eso para afrontar con garantías de éxito el soberbio programa schubertiano con el que debuta en Granada: nada menos que El canto del cisne, ese ciclo creado con las últimas canciones que quedaron en el escritorio del compositor a su muerte. Krimmel, que llega acompañado por Daniel Heide, fiel escudero de muchos cantantes jóvenes de la especialidad, completará su recital con otras canciones tardías de Schubert, escritas en los años de plenitud y absoluta madurez del músico».

Interesante el programa al agrupar los distintos lieder por los poetas, con los textos originales y subtitulados al español que se proyectaron sobre la piedra, pudiendo deleitarnos con la perfecta dicción de Krimmel en perfecto entendimiento con un Heide fiel escudero para este Schubert último donde ambos intérpretes comparten protagonismo, expresión, lirismo y pasión.

Del primer bloque maravillosa la conocida Serenata que todos hemos tocado al piano, o el Lugar de reposo tras los intensos lieder anteriores y de destacar siempre el color de voz del barítono alemán, ideal para estas canciones, su limpieza en los saltos de octava o comprobar su técnica que ayudaba a una escucha bien equilibrada con el pianista.

En el segundo aún más expresividad, gestualidad y entrega en cada frase por parte de Krimmel, voz redonda de timbre bello y color homogéneo para el idioma de Goethe, musicalidad del alemán en unos poemas de Seidl hermosos como el Doblan las campanas o El correo de palomas, feliz descripción donde el piano redondeó una interpretación de intensidad emocional.

Finalmente los conocidos versos de Heine y la música de Schubert, letra y música unidas para describir, engrandeciendo la palabra en una forma que servirá de modelo para tantos posteriores, diálogos voz y piano, la sombra de la muerte, la congoja, el dolor y desgarrador El doble a la luz de la luna, despedida que todavía nos dejaría de regalo el último lied que daba título a este recital: El canto del cisne.

Dejo a continuación las notas al programa de Luis Gago que no solo ilustran sino que por momentos describen lo escuchado en el Patio de los Mármoles, casi simbólico ante los microrrelatos de Schubert y sus poetas en una velada perfecta entre Konstantin Krimmel y Daniel Heide.

«Schubert se muere»

«Cuando Schubert estaba aún viviendo en casa de Schober […] vi que tenía el Buch der Lieder de Heine, que me interesó muchísimo; se lo pedí y me lo dejó, diciendo que en cualquier caso ya no lo necesitaba más […]. Todas las canciones de Heine que aparecieron en Schwanengesang están contenidas en este libro, [y] los lugares en los que se encuentran están indicados por hojas con las esquinas dobladas, algo que hizo probablemente el propio Schubert». Son palabras extraídas de las memorias del cantante Karl von Schönstein. Ludwig Rellstab, autor de las siete primeras canciones que integran el ciclo, dejó escrito en su autobiografía, Aus meinem Leben, que en la primavera de 1825 había entregado varios poemas a Beethoven para que les pusiera música. Éste había empezado a trabajar en algunos de ellos y llegó a realizar diversas anotaciones a lápiz, pero el compositor, sintiéndose enfermo, decidió entregárselos a Schubert. El siempre poco fiable Anton Schindler, sin embargo, sostiene que fue él quien le dio los poemas a Schubert tras la muerte de Beethoven, aunque sí corrobora el hecho de la existencia de anotaciones a lápiz debidas al músico de Bonn. Uno de los mejores conocedores de la producción schubertiana, su catalogador y principal documentalista, Otto Erich Deutsch, ha apuntado a su vez que «es más que posible que ambas […] historias sean falsas y que Schubert encontrara los poemas de Rellstab a los que puso música en la colección de este último de 1827 [Gedichte von Ludwig Rellstab]». En la versión final del manuscrito autógrafo, al contrario de lo que sucede en Die schöne Müllerin y en Winterreise, las canciones aparecen sin numerar y sin ningún tipo de encabezamiento. Una fecha («Agosto 1828») al comienzo de la primera canción es el único indicio de datación con el que contamos.

De una carta que el propio Schubert envió a Heinrich Probst, el editor de Leipzig, parece deducirse de manera contundente, no obstante, que el compositor no había concebido sus trece canciones como una colección o, al menos, que los dos grupos de canciones constituían entidades independientes: «He puesto música a varias canciones de Heine de Hamburgo», leemos, «que gustaron extraordinariamente aquí […]. Si se diera el caso de que algunas de estas composiciones le convinieran, hágamelo saber». Una y otra colección de Lieder quedaron finalmente inéditas en vida del músico y, al igual que varias de sus últimas composiciones, verían finalmente la luz en la imprenta del editor vienés Tobias Haslinger. Fue él, sin duda, quien le puso por su cuenta y riesgo el atractivo título de Schwanengesang (Canto del cisne) y quien decidió incluir también una nueva canción, fechada en 1828 y muy probablemente la última que salió de la pluma de su autor: Die Taubenpost. Con ella entra en escena un nuevo poeta, Johann Gabriel Seidl, circunstancia que han aprovechado Konstantin Krimmel y Daniel Heide para, con buen criterio, crear una suerte de paréntesis entre los dos bloques de canciones compuestas a partir de los poemas de Rellstab y de Heine, dos entidades perfectamente autónomas y reveladoras de dos facetas muy diferentes de un Schubert ya cara a cara frente a la muerte. Las campanas de Das Zügenglöcklein parecen doblar, de hecho, por él mismo (como las de John Donne evocadas por Hemingway) y la espectral escena retratada en Der Doppelgänger, con ese grito desgarrado cuando la luna muestra a la persona poética su “propia figura”, es, a su manera, una semilla cargada de futuro que acabaría hallando un terreno fértil donde crecer y florecer en los Lieder de Robert Schumann, que encontró en Heinrich Heine al mismo cómplice que ayudó a Franz Schubert en su despedida de todo y de todos».

PROGRAMA

Schwanengesang (El canto del cisne)

Franz Schubert (1797-1828)

Textos de Ludwig Rellstab
(De Schwanengesang D 957. 1828):

Liebesbotschaft (Mensaje de amor)

Frühlingssehnsucht (Anhelo primaveral)

Ständchen (Serenata)

Abschied (Despedida)

In der Ferne (A lo lejos)

Aufenthalt (Lugar de reposo)

Kriegers Ahnung (Presentimiento del guerrero)

Textos de Johann Gabriel Seidl
Am Fenster, D 878 (En la ventana. 1826):

Bei Dir allein, D 866 nº 2 (A solas contigo. 1828)

Das Zügenglocklein, D 871 (Doblan las campanas. 1826)

Die Taubenpost, D 957 (El correo de palomas)

Textos de Heinrich Heine
(De Schwanengesang):

Das Fischermädchen (La joven pescadora)

Am Meer (Junto al mar)

Ihr Bild (Su imagen)

Die Stadt (La ciudad)

Der Doppelgänger (El doble)

Der Atlas (El Atlas)

El oscuro romanticismo

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Miércoles 3 de abril, 20:00 h. Teatro Jovellanos, Concierto 1681 de la Sociedad Filarmonica de Gijón: «Unter Den Dunkeln Linden» (Bajo los oscuros tilos). Marina Pardo (mezzo-contralto), Jesús López Muñiz (trompa), Mario Bernardo (piano). Obras de R. StraussLukeschitsch, Kalliwoda, Proch, MahlerF. Strauss y Schubert.

Interesante recital de lieder no ya por la elección de los mismos, con autores de distinta relevancia histórica, sino por su escritura para voz, trompa y piano (a excepción del de Mahler), una original selección que contó además con un programa de mano excelente, como es costumbre en la centenaria sociedad musical gijonesa que ayer cumplía 116 años, para esta ocasión con las notas de Mar Norlander, sino por incluir todos los poemas en alemán con su traducción al alemán, manteniendo la luz en el teatro suficiente para poder ir siguiéndolos, si bien la cántabro-asturiana Marina Pardo nos explicó cada uno de ellos así como las razones del orden establecido.

En el programa que dejo al final de la entrada, quiero incluir los poetas a los que todos los compositores afincados en la Viena imperial, con el alemán como idioma común, realzan con una música que subraya y respeta el aire romántico de desamores, muertes, cementerios, noches, dolor, tragedia en la vida tan bien reflejada tanto en los textos como en una textura perfecta para una voz femenina grave, redonda, que da ese ambiente de oscuridad contrastado por un piano que ilustra por momentos literalmente esos microrrelatos, sumándose la trompa capaz de cantar y compartir melodías e incluso otorgar la solemnidad o dramaturgia para cada una de las cinco obras originales en este formato nada habitual de este trío.

Marina Pardo tiene el conocimiento de la lengua de Goethe que le permite no solo pronunciar a la perfección los bellísimos poemas, también el color vocal ideal unido a la interpretación siempre interiorizada que con el piano de Mario Bernardo siempre seguro compañero en este «viaje» que realzaba los colores y las pinceladas de estos lienzos sonoros, sumándose la trompa de Jesús López Muñiz en pasajes no siempre limpios pero con la sonoridad exigente que iba desde el «postillón» a la ornitología o una voz sin palabras conformando este original trío.

Interesante el austríaco Georg Lukeschitsch (Villach, 1949), compositor contemporáneo poco conocido, con una balada escrita por Nikolaus Lenau (1802-1850), Der Postillion, que no desentonaría con sus compañeros de programa, de escritura muy expresionista, decimónica y académica para unos poemas bien rimados en 16 estrofas que el trío desgranó con toda la carga dramática y descriptiva cual un cuadro de Caspar David Friedrich, ese caminante bajo nieblas, lunas llenas, carruajes con el piano «tirando» del carro, trotando o frenando ante la tumba del amigo o los ecos en la trompa bien «narrados» por Marina Pardo.

Igualmente intenso y bello Heimweh (Nostalgia) de otro compositor poco conocido como el checo Johan Wenzel Kalliwoda -o Jan Kalivoda– (Praga, 1801 – Karlsruhe 1866), introducción instrumental preparando ese «sol extranjero» a dúo con trompa y el subrayado de un piano que empuja este trayecto de la luz a al nuevo hogar de la tumba.

La segunda parte la abriría dando título al programa Unter den dunkeln Linden, Op. 122, «Bajo los oscuros tilos», poema de Robert Reinick (1805-1852) puesto en música por el austríaco Heinrich Proch (1809-1878) para este trío que canta al árbol totémico musicado por tantos, cantado a trío con suspiros, sueños, sombras y cruces negras donde la luz la pondrían los intérpretes de nuevo fieles a este romanticismo que tanto ha dado a todas las artes y donde la música pone cada banda sonora de estos cuadros.

Más conocidos e igualmente componiendo para este trío de voz, trompa y piano Richard Strauss con su juvenil Alphorn en honor a su padre Franz Strauss (1822-1905), buena conjunción interpretativa en la primera y como gran trompista del progenitor, el corverano Jesús López junto a Mario Bernardo nos interpretaron el bellísimo Nocturno op. 7.

Descatacar el importante papel del piano en todo el recital, pues el lied es diálogo y el mierense «habla» desde las teclas, más aún en este dúo instrumental. Pero de lo más íntimo y con la calidad de Pardo-Bernardo el Mahler de los Rückert Lieder y difícil de traducir como «He abandonado el mundo» (Ich bin der Welt abhanden gekommen) fue de lo mejor en este recital donde olvidamos la orquesta y comprobamos lo bien escrita de esta versión con una Marina Pardo recreándose en las tres estrofas, emocionando en la última: Ich bin gestorben dem Weltgetümmel, Und ruh’ in einem stillen Gebiet!
Ich leb’ allein in meinem Himmel,
In meinem Lieben, in meinem Lied!
 (¡Estoy muerto para el bullicioso mundo y reposo en un lugar tranquilo!
¡Vivo solo en mi cielo,
en mi amor, en mi canción!).

No podía faltar como cierre en un recital de lieder el gran Schubert con su Auf dem Strom D. 943 (más que «En el río» sería «En la corriente», como bien explicó Marina Pardo antes de la interpretación), intenso vocalmente, vibrante al piano y las pinceladas melódicas de una trompa que mantuvo el balance para disfrutar esta obra con la única «licencia» de bajarla de tono pero sin perder ni un ápice de la expresividad más allá de la armadura original o la dificultad instrumental que permitió brillar la redondez de la mezzo (o contralto) que en estos casos no es cuestión de tesitura sino de color y proyección unido a una articulación ideal para el genio del lied en alemán.

La propina del también alemán Louis Spöhr (1784-1859) nos sacó de los cementerios y desamores para poner aires de caza más alegres el «Emma’s Lied» del drama Der Erbvertrag, WoO 92 en la versión para voz, piano y trompa que puso el broche a este trío original con un programa exigente por dramatismo que estos asturianos interpretaron con la entrega y profesionalidad a la que nos tiene acostumbrados a sus seguidores en las distintas facetas que los tres transitan uniéndose en este recital romántico.

PROGRAMA:

I

Richard STRAUSS (1864-1949):

Alphorn, TrV 64. Textos de Justinus Kerner (1786-1862).

Georg LUKESCHITSCH (1949):

Der Postillion. Textos de Nikolaus Lenau (1802-1850).

Johann Wenzel KALLIWODA (1801-1866):

Heimweh. Textos de Gustav Rasmus (1817-1900).

II

Heinrich PROCH (1809-1878):

Unter den dunkeln Linden, Op. 122. Textos de Robert Reinick (1805-1852).

Gustav MAHLER (1860-1911):

Ich bin der Welt abhanden gekommen, de Rückert Lieder. Textos de Friedrich Rückert (1788-1866).

Franz STRAUSS (1822-1905): Nocturno, Op. 7 para trompa y piano.

Franz SCHUBERT (1797–1828):

Auf dem Strom, D. 943
(Única bajada de tono). Textos de Ludwig Rellstab (1799-1860)

Recuperando «lieder» de Manuel Palau

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CD Canciones para voz y piano de Manuel Palau. «LUNA MUERTA».
Mar Morán, Aurelio Viribay.
Cezanne Producciones: CZ119 / 0 718157 641464 / M-29961-2023

Manuel PALAU BOIX (Alfara del Patriarca, 4 de enero de 1893 – Valencia, 18 de febrero de 1967) fue un pedagogo además de músico prolífico y polifacético no lo suficientemente reconocido en la llamada «canción de concierto» del que el vitoriano Aurelio Viribay Salazar (1963) nos cuenta en las notas del álbum que «por su excepcional calidad y originalidad la extensa producción para voz y piano (…) ocupa un lugar de especial relevancia en la evolución de la canción de concierto española a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XX. El maestro de Alfara del Patriarca expresó reiteradamente su afinidad y predilección por un género del que se ocupó ininterrumpidamente y con especial dedicación a lo largo de su dilatada trayectoria compositiva y al que prefería referirse como ‘Lied’ por entenderlo como fruto de la completa fusión entre poesía y música». Y nadie mejor que este pianista, investigador, docente, recuperador, estudioso de nuestro patrimonio vocal, todo un especialista en este repertorio como el maestro Viribay Salazar para contarnos y transmitirnos en esta selección de canciones una pequeña muestra del legado de Palau con la voz de la soprano pacense Mar Morán (1992) -estos días en Oviedo cantando «La Traviata»– en quien ha encontrado la intérprete ideal no ya para este repertorio sino también para el de otros compositores españoles como García Leoz en su anterior trabajo «Luna clara», del que esta «Luna muerta» es continuación en un proyecto que seguramente encuentre más calificativos a la siempre encantadora luna lorquiana en un dúo que tiene aún mucho recorrido.

Muy interesante y abundante la producción del compositor valenciano, que en el terreno del lied nos encontramos más de 100 canciones con textos en distintas lenguas (galaico-portugués, gallego, brasileño, francés o alemán) aunque el grueso de su obra liederística se basa en textos valencianos y castellanos, las dos lenguas que Palau utilizaba asiduamente. Para esta grabación Morán y Viribay se han centrado solo en las compuestas en castellano -con la excepción de una canción en gallego- presentando veintinueve canciones, algunas formando colección con título propio denominadas por el propio compositor «Lieder», indicativo de su conocimiento del género y con una visión europea más que española, junto con otras canciones «sueltas» de distinta temática, todas ellas compuestas entre 1924 y 1955 «cuya sorprendente y rica disparidad estética revela un original eclecticismo como principal rasgo estilístico de la obra para voz y piano de Manuel Palau» citando de nuevo y como haré a lo largo de esta reseña las notas de Don Aurelio en el magnífico libreto que acompaña el CD, donde tampoco pueden faltar las letras, pues la comunión texto-música es la base para paladear el lied y entender mejor estos lieder españoles.

Arranca la grabación con un primer bloque de canciones que «refleja la mirada al pasado del compositor, ejemplificada en un estilo neoclásico en lo musical y en la utilización de textos antiguos en lo literario. Cinco de los ‘Seis Lieder’ que abren esta selección ponen música a textos del Cancionero anónimo de la Edad Media mientras que la primera canción del grupo, «Por el montecico sola», se basa en un texto de Lope de Vega en el que la temerosa inquietud de la protagonista abandonada es traducida con gran belleza por el compositor». Un piano hondo preludia y acompaña el primer lied con la voz rotunda y delicada de la soprano pacense, una galería de personajes femeninos de este primer grupo de canciones, dramatismo vocal en el siguiente, Gritos daba la morenica, campanadas al piano y voz cuyo grito es matizado y realzando el texto, tesitura amplia con homogeneidad en el color de la soprano, al igual que una tristeza de enamorada bien reflejada en Mal ferida iba la garza que reflejan ambos intérpretes con delicadeza y dolor en el agudo mientras el piano casi acuna cual aleteo; buen gusto y preciosismo pianísitico de La flor de la villa, aire de inspiración popular pero escritura «clásica».

Los dos siguientes lieder, ¿Con qué la lavaré? y De los álamos vengo, madre, conocidos por las recreaciones que hizo Joaquín Rodrigo en sus célebres e interpretadísimas «Cuatro madrigales amatorios«, Palau como bien explica Viribay en las notas, «no recurre a citas musicales preexistentes sino que utiliza música de nueva creación: desnudos acordes pianísticos subrayan la solitaria tristeza de la protagonista en la primera canción mientras un movimiento continuo de dinámicas semicorcheas dibuja la agitación de las hojas de los álamos movidas por el viento en la segunda». Si no conociésemos las del compositor de Sagunto, son dos visiones nuevas de unos textos atemporales que Mar Morán desgrana deleitándose en cada nota y el acompañamiento de Aurelio Viribay casi sosteniendo esa fresca vocalidad del compositor recuperado en estas bellísimas páginas líricas, la primera sosegada y la segunda con brisa mediterránea.

Siguiente bloque con ‘Dos canciones amatorias’ que Palau busca en la musicología a historia su inspiración: No me habléis, conde sobre un texto anónimo del siglo XVI y en el “Cancionero de Uppsala” para Ya no más. De nuevo creatividad musical para unos pentagramas delicados en voz y piano, cristalinos y pausados, cual viaje al pasado desde una perspectiva muy actual que refleja el compositor valenciano en estos cantos de amor.

Tras el díptico, otro lied inspirado en un texto anónimo del siglo XVI, ¿Qué sentís, coraçón mío?, otro itinerario histórico a la época y textos cantados desde un lenguaje sencillo y atractivo, sin prisa, diálogo más que voz con acompañamiento, articulación exacta en la soprano y perlas al piano.

Continúan el disco con dos lieder basados en textos de Lope de Vega, Elegía al Caballero de Olmedo y Villancico. En la primera con extenso piano inicial de protagonista como «llamadas de trompetería» que vuelve a transportarnos al contexto de la época de sus versos, y la soprano dramatizando una escritura muy exigente en tesitura y matices que la pacense afronta sin problemas; la segunda cual oposición y contraste, «íntima, tierna y delicada, como corresponde a una canción de cuna de contexto navideño» precisamente en estas fechas, nana que arrullan ambos intérpretes desde una dicción perfecta para la excelente combinación de palabra y música.

Prosigue el ambiente navideño pero con una escritura más «neoclásica» de Palau con La Virgen va caminando, muestra de la gran cultura del compositor valenciano capaz de escribir en estilos distintos, una canción con texto de una copla popular malagueña y piano que envuelve la hermosa melodía. La palmera es la segunda de las ‘Dos canciones de Navidad’, árboles importados que no faltan como símbolo de nuestra emigración y convertidos aquí en árbol navideño. Para el maestro Viribay una de las joyas de la producción de canciones de Manuel Palau y «una de las más bellas canciones de concierto españolas del siglo XX», pues si alguien conoce este repertorio es el pianista vitoriano, y corroboro su afirmación pues hay una delicadeza vocal que refleja a la perfección la ternura del poema de Gerardo Diego y un piano sugerente que no distrae en ningún momento.

En Partida el compositor vuelve a cambiar de estilo, ahora «neorromántico» pero manteniendo la inspiración y métrica que la poesía impone, con largas frases largas que expresan la tristeza por el marinero que no volverá sobre un poema del valenciano Lluís Guarner Pérez. La poesía siempre en la base de todo lied, Palau utiliza al gaditano José María Pemán para Arroyuelo del molino, melodía sencilla y piano manteniendo la pulsación que recrea el fluir constante del agua moviendo las aspas.

La única canción en gallego, Chove, toma un desolador poema del orensano José Ramón Fernández-Oxea, y como bien explica en las notas del disco, «pertenece a la colección de canciones gallegas encargadas por el crítico Antonio Fernández-Cid a diferentes compositores españoles. Utiliza un lenguaje impresionista que describe musicalmente la lluvia en las corcheas iniciales de una parte pianística que adquiere paulatinamente una complejidad paralela a la exigente parte cantada». Importante la lengua gallega en la escritura de tantas canciones como el propio Aurelio Viribay nos dejó en su trabajo ‘No Camiño’ recorriendo distintos compositores, podría decir que con ésta se completa este ciclo con el valenciano Palau en versión para soprano y piano que seguirá aumentando el repertorio de concierto.

Cierran este tercer bloque dos páginas, Tonadilla Chiquilla, de las primeras canciones de Palau con textos de la colección poética Mil y un cantares del valenciano Estanislao Alberola, que está en mis estanterías literarias. Musicalmente siguen mostrando el «oficio» del valenciano ya en estos inicios, no importa calificarlas de «canción de concierto» o «canción ligera», Chiquilla es una copla casi de las llamadas «folklóricas» (que también habría que situar en su contexto y no desmerecen en nada de estas que comento), pues parece que el ánimo del valenciano era «llamar la atención de un público foráneo ávido de tópicos costumbristas de carácter españolizante, de los que también participa ‘Tonadilla’». Desde la humildad del propio compositor, si Rossini confesaba «pecados de vejez» sus últimas obras una vez abandonada la ópera, el valenciano consideraba estas dos “pecados de juventud”, pero que ayudan a comprobar la evolución de su escritura vocal.

Y con otro cambio estilístico, retomando la idea de un «lied español» por el coprotagonismo de piano con voz y el texto centro de cada pentagrama, Ávila y Montesa, sobre poemas del valenciano Joan Lacomba i Guillot, que pertenecientes a la colección de cinco “Evocaciones de España”, posteriormente se publicaron como Dos Lieder. Buen conocedor de nuestro patrimonio, Palau recrea musicalmente ambas ciudades con los textos de Lacomba, transportando al oyente tanto a la llanura de la Ávila amurallada y llena de iglesias o conventos, como a la Montesa medieval, de nuevo con evocación de trompetas y fanfarrias organísticas en el piano vasco y la poesía bien cantada por la extrema. Recuerdos franceses lógicos tras los estudios del compositor con Ravel Charles Koechlin, por entonces al alcance de pocos y que el valenciano aprovechó al máximo.

Dentro de los tantos estilos transitados por Palau e igualmente por las modas del momento, el díptico ‘Del Oriente lejano nos lleva al exotismo de tantos otros compositores coetáneos suyos, como bien recuerda Viribay en sus notas, Stravinsky, el citado Ravel, Albert Roussel, cuatro breves Poesías japonesas del madrileño Julio Gómez o el tríptico La flûte de jade del también madrileño Julián Bautista son composiciones que el pianista y estudioso vitoriano conoce de primera mano y en esta búsqueda no podía faltar Manuel Palau, primero Improvisación, musicando un texto del poeta chino Li-Tai-Pe y Lírica japonesa, de un anónimo japonés del siglo XVI, traducidas al castellano e intensamente interpretadas por el dúo Morán-Viribay, con aires impresionistas de los que el compositor de Alfara del Patriarca nunca renegó.

Aurelio Viribay escribe que «Manuel Palau se sentía especialmente satisfecho del ciclo ‘Paréntesis lírico’, cuyo lenguaje musical evoluciona notablemente adquiriendo una mayor complejidad. Los textos de Vicente E. Pertegaz referidos al entorno de una huerta valenciana -la noria, un farol, la lluvia, la noche, la luna o la niña que recoge caracoles- dan lugar a una música tan descriptiva como sugerente que abarca una amplísima gama de registros expresivos». Sonoridades francesas, cromatismos, jugando con bitonalismo, atonalismo y tonalidad académica, este ‘Paréntesis lírico» es un muestrario de la versatilidad musical de Palau por todos los recursos compositivos utilizados. Siete lieder para disfrutar de la voz de Mar y el piano de Aurelio: Imperceptible, de recuerdo catedralicio debussyano en el piano y exigente registro grave en la voz; Noria vieja , evocadora desde el cromatismo al piano y sentida de la soprano con difícil entonación así como su amplia tesitura; Lluvia, la más francesa en todo e igualmente exigente para los dos intérpretes; otro giro de estilo con Caracolera, cante andaluz o tonada llevada al salón de conciertos; Farsa, llena de atonalidad que viste una melodía resplandeciente, expresionista y totalmente actual con la rompedora habanera final («¡Qué danza más loca!» dice la letra ); la cita del “Dies Irae” en Farsa, un delicioso «engaño» en el piano para llevar la melodía misteriosa cantada por la soprano, y la «marcha surrealista» de Luna muerta que da título al disco y «cierra brillantemente esta antología con una de las canciones más sorprendentes del repertorio lírico español del siglo XX», un verdadero descubrimiento de un repertorio que sigue asombrándonos por el tiempo que ha permanecido en un cajón pero que un trabajo de investigación, ensayo y sabia elección de la intérprete ideal para ello al menos tenemos la ocasión de escucharlo cuantas veces queramos, esperando se mantenga en los conciertos de nuestra amplia geografía.

La toma de sonido perfecta para poder escuchar un piano excelente y toda la amplia gama de matices y buen gusto de la soprano, y todo un CD cuidado hasta el mínimo detalle.

Pistas:

01-06. Seis Lieder:

I. Por el montecico sola (Lope de Vega); II. Gritos daba la morenica (Cancionero anónimo de la Edad Media); III. Mal ferida iba la garza (Anónimo); IV. La flor de la villa (Cancionero anónimo de la Edad Media); V. ¿Con qué la lavaré? (Cancionero anónimo de la Edad Media); VI. De los álamos vengo, madre (Anónimo).

07-08. Dos canciones amatorias:

I. No me habléis, conde (Anónimo); II. Ya no más (Cancionero de Upsala).

09. ¿Qué sentís, corazón mío? (Anónimo siglo XVI); 10. Elegía al Caballero de Olmedo (Lope de Vega); 11. Villancico (Lope de Vega); 12. La Virgen va caminando (Popular); 13. La palmera (Gerardo Diego); 14. Partida (Lluís Guarner Pérez); 15. Arroyuelo del molino (José María Pemán); 16. Chove (José Ramón Fernández-Oxea); 17. Tonadilla (Estanislao Alberola); 18. Chiquilla (Estanislao Arberola).

19-20. Dos Lieder (Juan Lacomba):

I. Ávila; II. Montesa.

21-22. Del Oriente Lejano:

I. Improvisación (Li-Tai-Pe, siglo XVI); II. Lírica japonesa (Anónimo japonés, siglo XVI).

23-29. Paréntesis lírico (Vicente E. Pertegaz):

I. Imperceptible; II. Noria vieja; III. Lluvia; IV. Caracolera; V. Farsa; VI. Farol; VII. Luna muerta.

Grabado, mezclado y masterizado en los Estudios Cezanne, 24 a 27 julio de 2023 por Javier Monteverde.

Tesoros navarros

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Miércoles 24 de mayo, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, concierto nº 1668: Sofía Esparza (soprano), Rinaldo Zhok (piano). «Canciones para una reina»: Homenaje a Arrieta y Gaztambide. Obras de E. Arrieta, J. Gaztambide, Martín Sánchez Allú y Dámaso Zabalza.

Escribe la doctora María Encina Cortizo en las notas al programa, y que daría una conferencia el día anterior complementaria para este concierto, en otra excelente iniciativa de la filarmónica gijonesa, como máxima autoridad que es la berciana en los estudios biográficos del compositor de Puente de la Reina«El patrimonio musical español del siglo XIX sigue conteniendo tesoros desconocidos, como revela el programa de este concierto, que reúne fragmentos de los compositores navarros Arrieta y Gaztambide», y algo tiene esa tierra que atesora tanto talento musical, incluyendo a la soprano Sofía Esparza (Pamplona, 1994) que nos trajo con el pianista italiano, afincado en esa tierra, Rinaldo Zhok (Trieste, 1980), parte imprescindible en las recuperaciones que ambos han llevado al disco el pasado año para conmemorar no solo el bicentenario del nacimiento de Emilio Arrieta (1823-1894), también el de su amigo Martín Sánchez Allú (1823-1858), otro compositor y pianista a rescatar del olvido, o el anterior aniversario del tudelano Joaquín Gaztambide (1822-1870), todos presentes en este recital donde disfrutar parte de la música que también escuchaba la reina Isabel II, de quien Arrieta fue su profesor de canto (además de director de la Escuela Nacional de Música de Madrid), pero de más «realeza» como la infanta María de la Paz de Borbón, la regente María Cristina de Habsburgo-Lorena a quien sumar otras «reinas de la lírica» en la corte española de su época como bien recoge Rinaldo Zhok en el libreto del doble CD.

Verdaderos «Tesoros desconocidos de Arrieta y Gaztambide» como titula las notas mi querida María Encina, comenzando por el gran Don Emilio de quien pudimos escuchar cinco canciones para comprobar su capacidad para crear melodías desde el conocimiento belcantístico en sus años milaneses, pero también la inspiración y conocimiento de la voz, para quien escribe unas melodías plenamente líricas, con un piano tanto propio para ellas como «apunte orquestal» en la selección que nos hizo el dúo Esparza-Zhok, letras incluidas en el programa de mano, perfecto complemento para una escucha que nos llevaría por una pequeña muestra del buen hacer de un compositor formado en Italia que es mucho más que el compositor de Marina, aunque fue la que le encumbrase, como pudimos reconocer en la impresionante Gran Fantasía sobre «Ildegonda» de Emilio Arrieta sobre su ópera de 1845 editada en 2004, página de concierto escrita por el virtuoso salmantino Martín Sánchez Allú, en la línea de tantas paráfrasis sobre los compositores de ópera del momento, la forma de hacerlas llegar al público en las veladas de los salones del XIX, que seguro escucharían a otros navarros como Sarasate.

El virtuosismo al servicio de las melodías de óperas como esta primera de Arrieta que apuntaba ya muy alto, o la de Dámaso Zabalza (1835-1894), íntimo amigo suyo y fallecido el mismo año, coincidencias del destino, cuya Fantasía sobre «Marina» de Emilio Arrieta para piano, Op. 103 de nuevo refleja la importancia de un músico que marcó tendencia en su momento. Impresionante esta doble interpretación del maestro Zhok, quien también presentó cada bloque, e intercaladas entre las canciones y romanzas no solo para dar descanso a la voz, también para valorar a dos grandes pianistas y compositores contemporáneos de los dos homenajeados este miércoles en el Jovellanos. El pianista de repertorio, mucho más que acompañante, investigador y capaz de pasar de estas intervenciones solistas a las compartidas en las canciones o a las siempre complejas reducciones orquestales para piano, auténtico soporte vital en este recital desde Gijón.

De las canciones de Arrieta, la voz de la soprano pamplonica mostró todas las virtudes de una lírica que además dramatiza cada página, desde las dos primeras La zingara (alla polacca), virtuosismo vocal sobre un poema de Adela Curti (1810-1845) casi aria operística, a La melancolía sobre el poema «Presentimiento» (Ensayos poéticos, 1848) de Juan Federico Muntadas, unión emocional entre texto y música, voz y piano sumando y rezumando lirismo que podría firmar años más tarde Tosti. Como suelo escribir a menudo, la música engrandece los textos y más en este estilo tan italianizante pero propio de Don Emilio, canciones de concierto que parecen el banco de pruebas de sus grandes producciones. Y otro tanto con las tres siguientes, diferentes en ánimo y expresión: ¡Pobre Granada! compuesta para ayudar con otros compositores a las víctimas del terremoto de la capital nazarí en 1885, el estilo llamado «alhambrista» de Los ojos de las niñas (1857), seguidillas sobre un poema de José Selgas (1822-1882), amigo y correligionario del compositor, danza hispana tan recurrente en nuestra literatura musical con el gracejo de Esparza, abanico incluido, y la «vestimenta» pianística de Zhok, o L’addio di Eleonora a Torquato, tercera canción italiana sobre un poema de Felice Romani de nuevo con aire belcantista que personalmente me recordó el M’appari de «Martha» (Flotow) por el dibujo melódico y el piano tan delicado, demostrando que Arrieta conocía a los grandes la ópera que triunfaban en Europa.

Del segundo operista navarro y contemporáneo de Arrieta, escucharíamos al tudelano Gaztambide con reducciones para soprano y piano, siempre auténticas «locuras», de varias romanzas de zarzuela que Sofía Esparza volvió a interpretar, en el amplio sentido de la palabra, dramatizadas, bien vocalizadas, matizadas y fraseadas junto a un inmenso Rinaldo Zhok, ya cantadas en Madrid el pasado septiembre en el Teatro de la Zarzuela, comenzando por la Romanza de Berta «Pasó la noche» (de la zarzuela Catalina), la curiosa y en cierto modo pícara Canción de Baltasara «Al ver que uno me camela» (Casado y soltero), la Romanza de María «Ay yo me vi en el mundo desamparada», de la más conocida de sus zarzuelas, El Juramento; la Cavatina de Conchita: «Como es la vez primera», de la zarzuela
En las astas del toro, la mejor expresión de nuestro género por excelencia. Para cerrar recital, la «Malagueña y Jota del Tá y del Té» «¡Ay!, yo me enamoré del aire… Y al mirarte sonreír» (Los caballeros de la tortuga). Cinco páginas donde pasar de unos registros a otros, aires y estilos tan operísticos como de raigambre hispana caso del último «doblete» pasando de la malagueña a la jota tan española (y navarra), romanzas de títulos poco (o nada) representados pero escogidos números ideales en la voz de la soprano pamplonica con el magisterio del maestro repertorista imprescindible en recuperar estos tesoros desde Navarra y traerlos al público.

El regalo y avance del siguiente trabajo del dúo recuperando obras de otro grande como Barbieri con la canción El negrito de su entremés «Los dos ciegos«. Complemento de lo más idóneo para redondear estas canciones que nos hicieron sentir realeza del siglo XXI en Gijón.

A la salida más felicitaciones a los intérpretes que gentilmente atendieron al público y firmaron ejemplares del disco con la primera integral de las canciones de Arrieta (en el concierto sólo una breve muestra) y que bien merece la pena adquirirse, escucharlas repetidamente y leerse un libreto que forma parte de la musicología de nuestro tiempo junto a las partituras, con el directo siempre irrepetible.

Molinera cantábrica

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Lunes 21 de enero, 20:00 horas. Santander, Centro Botín (auditorio), «Música Clásica«: Pablo García López (tenor), Simon Lepper (piano). F. Schubert (1797-1828), poemas de W. Müller (1794-1827): Die schöne Müllerin (La bella molinera), D. 795. Entrada: 10 €.

Algunos museos cierran los lunes pero cuando se amplía la oferta como es el caso del Centro Botín en un terreno ganado para la ciudad, su auditorio abre al público con distintos conciertos de música clásica, siendo mi querido tenor cordobés Pablo García López quien ha tenido el honor de inaugurar este 2019 nada menos que con una sesión familiar la mañana del domingo y este lunes los veinte poemas de Müller que Schubert convierte en veinte «lieder» para compartir el protagonismo con el pianista inglés Simon Lepper en una impresionante velada con un público muy educado que por la poca luz apenas pudo ir leyendo los textos y su traducción al español a medida que la música fluía con el Cantábrico de natural telón de fondo, auditorio de acústica perfecta pese a la cristalera equilibrada con madera (el concierto se grabó para Radio Clásica) y un Steinway algo «duro» en la pulsación, supongo que por estar todavía «rodándose».

La mejor prueba de fuego para un cantante lírico son las canciones (todas: francesas, inglesas y españolas que aún no alcanzan el reconocimiento internacional), en especial las románticas y particularmente el mundo del lied alemán (Beeethoven, Schubert, Schumann, Wolf…) por su dificultad en el idioma unido a unas exigencias igualmente altísimas en el piano, nunca acompañante sino coprotagonista con la voz, indivisibles artísticamente. Microrrelatos que piden una implicación total sin descanso en los intérpretes, una prueba de fondo de una hora larga llena de intensidad dramática que marca el grado de preparación del dúo, en este caso tenor y piano.

El ciclo de La bella molinera (1823) resulta ideal para una voz joven que va ganando en los graves y con el desparpajo que dan los años, textos que el piano completa creando el ambiente, la tensión o el embeleso. Pablo García López cual «Der Wanderer» (caminante) arranca su Das Wandern (camino) al paso, sin prisas, hacia la molinera en un alemán perfecto, ademán cuidadamente descuidado, timbre adecuado y dominador de la escena contagiando al público este inicio de viaje casi susurrado, acunado por Simon Lepper. Los barcos surcando la bahía ponían el decorado natural como la voz del tenor que supo siembre Wohin? (a dónde) le iba a llevar este crucero vital, aligerando el paso pero con la mano izquierda en el bolso, bien asentado, proyectando y  jugando con el piano en las dinámicas. Un alto (Halt) solo literario porque la pausa no existe, oye el molino y el arroyo, escuchamos el piano pintando ese paisaje que se canta, mojado como el mar del fondo al que le damos las gracias (Danksagung an den Bach), doble intención de intérpretes y público aunque única dirección de lirismo. Caminos tortuosos de cuestas empinadas con el único bastón del piano, poderoso siempre abierto, bordeando con un fluir limpio ese río de la vida, otra etapa que habla de cesar el trabajo (Am Feierabend) aunque aumenta en los dos intérpretes, intercambio de esfuerzos, contrastes dinámicos del susurro a la fuerza pese a cantar unos «brazos débiles», para hacernos cómplices de una curiosidad (Der Neugierige) ingenua, cantada desde el amor a Mozart y a Schubert, el terreno natural donde caminar nuestro cordobés de la mano del excelente pianista inglés.

Contemplábamos felices este espectáculo poético-musical creciendo en emoción e intensidades, riqueza de matices y gusto, dramatización lógica para quien lleva mucha ópera en su todavía joven pero madura trayectoria de repertorio bien elegido con estos «premios» que nos regala. No hay impaciencia (Ungeduld) sino brisa fresca en piano y voz, primera cima de este viaje, musicalidad del alemán perfectamente encajado con el percutir rápido del piano, disfrutando una interpretación de calidad, entrega sin reparos, el rubor en las mejillas del enamorado confeso, y el relajado saludo matutino (Morgengruß) tras las emociones anteriores. Los pianissimi del tenor cordobés son únicos, reconocibles, mimados desde el piano inglés siempre sabio, dando el paso adelante en la escritura precisa de Schubert siguiendo el discurso romántico de tensión y calma necesaria dentro de la unidad global bien planteada para dosificar fuerzas sin perdernos nada por el camino.
Río para dar vida a las flores del molinero (Des Müllers Blumen), ternario cual vals vienés por «rubato» en su interpretación, piano sin palabras que pone Müller para cantarse antes de la emocional lluvia de lágrimas (Tränenregen) literal por el goteo de tiempo medio sin disgustos, melodía doblada en voz y mano derecha, con la izquierda vistiendo la declaración y tristeza de perder el reflejo de la amada ante la amenazante tormenta para cantar creyéndose suya a la molinera, Mein, convencimiento del caminante, tenor convincente volcado en una interpretación que seguiría «in crescendo».

Pause para recordar el laúd colgado por la tristeza y la cinta verde que le adornaba (Mit dem grünen Lautenbande), color esperanza donde la juventud se levanta rauda del tropiezo amoroso y el piano se convierte en cordófono trovadoresco para la musicalidad del alemán cantado, soltando lastre sin perder compostura. Nuevas cotas del camino emocional, desánimo sin desfallecimiento antes del desencuentro con el cazador (Der Jäger), el rival y ladrón de amor platónico, fluir de emociones evocando siempre al río amigo, musicalidad innata en los dos intérpretes, romanticismo cercano a Mendelssohn, las veladas en los salones vieneses de poesía y música con el propio Franz, Schubertiadas evocadas en el decimocuarto número nuevamente dramatizado en un constante crecimiento a lo largo de la velada por el tenor y el painista, cordobés e inglés, con celos y orgullo (Eifersucht und Stolz), el arroyo leal, veloz y furioso, agitado, que en un triste meandro cantará los colores favorito (Die liebe Farbe) y odiado (Die böse Farbe), ecos fúnebres del admirado Beethoven, paleta cromática emocional de timbre uniforme en todos los registros, tanto vocal como pianístico (el «ostinato» reposado que mantiene el pulso), lentamente delicado el favorito, pasionalmente expresado el odiado, trompas del muchacho mülleriano en el piano, elevando la voz y preparando los tres poemas finales.

«Flores secas» (Trockne Blumen), pictóricamente plenas de claroscuros, notas largas del piano para la melodía casi agónica, «El molinero y el arroyo» (Der Müller und der Bach) como dos mundos en uno, contraposición terrenal y espiritual con la realidad mandando, música pura donde la palabra embellece, cambios de paso en el caminante, dudas existenciales cantando siempre el regato amigo hasta abocarse a lo terrible convencido, descanso feliz y reposo tranquilo, «Canción de cuna del arroyo» (Des Baches Wiegenlied) cual imagen de la Ofelia prerrafaelita de John Everett Millais por un ahogamiento luminoso y orlado floral, despedida de un peregrinaje intenso compartido entre tenor y pianista largamente ovacionados por un público entregado.
Feliz de poder comprobar el crecimiento personal y artístico de mi «ahijado cordobés» al que los lieder y canciones le abrirán aún más puertas.

Placeres otoñales

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Jueves 2 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Mark Padmore (tenor), Imogen Cooper (piano). Obras de R. Schumann, G. Fauré y R. Hahn.

Con el otoño vuelven los ciclos, de nuevo «las jornadas de Luis Iberni» con el piano protagonista junto a la voz, hoy el mundo del lied y la chanson como bien comenta en las notas al programa María Encina Cortizo en una tarde de puente para muchos (se notó en los huecos y la media de edad) convirtiendo el auditorio ovetense en una tarde de salón con una lección de buen hacer por parte de un dúo de altura como Cooper y Padmore, pues tanto monta, monta tanto en estos recitales.

Maravilloso encontrarnos con el enamorado Robert Schumann (1810-1856) y sus «Kerner-Lieder», op. 35, contando con las traducciones que podíamos seguir al dejar la sala con la luz suficiente para comprender la perfecta unión de poesía y música, los textos de Justinus Kerner plenamente románticos, con esa aureola de sonambulismo tan del gusto de Robert y Clara, melancolía sobrenatural expresada de por sí en el piano y engrandecida formando este ciclo de nueve poemas que Padmore desgranó con delicadeza, expresión contenida sin llegar nunca a los fortísimos, utilizando todos los recursos vocales desde una técnica exquisita capaz de proyectar sin dificultad en toda la gama dinámica, puede que abusando un poco del «falsete» aunque venga tan bien al dramatismo de unas letras  que hablan de  noches de tempestad, muerte, amor y gozo… hasta la imagen del caminante y esa peregrinación o trayecto en compañía de una Cooper sin la cual hubiese resultado menos placentero, guiando cada recoveco, cada flor, el amor silencioso, contestando las preguntas, silenciando lágrimas e incluso sanando esa amor enfermizo con aromas y voces antiguas. Verdadera recreación de un ciclo no tan escuchado como los de Schubert, puede que falto de sobresaltos y para paladearse desde el recogimiento en nuestras propias palabras ante el siempre duro idioma alemán.

Interesante la segunda parte francesa incluso unificando los poemas de Paul Verlaine con dos visiones complementarias tanto en el tratamiento vocal como pianístico, heredero del alemán pero con la cercanía geográfica e idiomática que nos llena más. Por deseo expreso de los artistas se nos indicaban incluso los bloques para el aplauso, emparejando a Gabriel Fauré (1845-1924) y Reinaldo Hahn (1874-1947) con una selección bien traída y poco habitual para tenor. De las «Cinq mélodies «de Venise»», op. 58 del primero,  I. Mandoline y II. En Sourdine mientras del venezolano afincado en el país vecino cinco de «Les Chansons grises»:
I. Chanson d’automne, II. Tous deux, III. L’Allée est sans fin…, IV. En Sourdine y V. L’Heure exquise, con ese traducido «silenciado» que bien podía haberse dejado literalmente como «en sordina» común y hora exquisita que también escucharíamos a continuación.
Qué delicadeza escuchar el Verlaine de Fauré y Hahn en la voz de un apóstol del canto como Mark Padmore acunado por el piano de Imogen Cooper, exquisiteces sin sordina llenas de luz íntima, claridades en penumbra y recuerdos venecianos frente al mundo caribeño traído a París, el otoño creativo de otro poeta de la música aunque la propia poesía la tenga implícita.

Volverían con Fauré y «La bonne chanson», op. 61, nueve escenas apasionadas (I. Une Sainte en son auréole, II. Puisque l’aube grandit, III. La Lune blanche luit dans les bois, IV. J’allais par des chemins perfides, V. J’ai presque peur, en vérité, VI. Avant que tu ne t’en ailles, VII. Donc, ce sera par un clair jour d’été, VIII. N’est-ce pas?, IX. L’Hiver a cessé) explorando y explotando sentimientos más allá del amor humano y divino, santos con lunas llenas tras amaneceres que crecen, caminos traicioneros siempre del caminante vital, el romántico vestido para la nueva época, Fauré transitando el salón, miedos terrenales y cantos estacionales desde un verano esperado hasta un invierno finalizado con todas las preguntas posibles. Protagonismo compartido por piano y voz donde los sentimientos afloraron más con el simbolismo francés que la melancolía alemana, noche y día de placeres otoñales interpretados desde una madurez de dos intérpretes que esta tarde hicieron juntos este camino lírico, regalándonos una más de Fauré antes de contemplar una luna casi llena en el día de difuntos.

El verano también es trabajo

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Viernes 21 de julio, 20:00 horas. RIDEA, Oviedo: Concierto de clausura del III Curso de Canto y Repertorio «La Castalia«. Entrada libre.
Para algunos el verano supone ocio y vacaciones aunque en el mundo musical nunca se tenga un minuto de tiempo libre. Oviedo sigue siendo «La Viena del Norte» hispano incluso en los meses de estío con unas temperaturas idóneas para disfrutar de su amplia oferta en los distintos entornos y festivales, pero también para aprovechar unos días de formación, la que ocupa toda la vida profesional y más aún en el siempre exigente mundo lírico.

La Asociación Cultural «La Castalia» que preside Santiago Ruiz de la Peña sigue ofreciendo cursos como este tercero de canto y repertorio en la capital asturiana, acudiendo jóvenes voces asturianas y de las comunidades cercanas para continuar esa carrera en algunos casos incipiente, en otros consolidándose, buscando siempre mejorar distintos aspectos como perfeccionar la técnica, dicción y fonética, idiomas tan necesarios en todas las facetas profesionales, o repertorio y análisis, recordando que todo ello es imprescindible para quienes se dedican al mundo de la lírica, independientemente de buscar una carrera o por el mero hecho de continuar ese itinerario sin final que es el canto.
La labor del claustro de «La Castalia» sigue siendo encomiable por inculcar amor por la música y poder visibilizar unas voces desconocidas para parte de un público que volvió a llenar el Palacio de Toreno, y que resultó el termómetro de examen final a cinco días de duro trabajo que culminan con el concierto final.

Enhorabuena a Begoña García-Tamargo (dirección artística y canto), Manuel Burgueras (repertorio y pianista «oficial» de estos cursos), Ana Cristina Tolívar (fonética), Mª José Collazos (análisis) y la ucraniana afincada entre nosotros Yelyzaveta Tomchuk, nuevo fichaje en el campo del pianista de repertorio, más allá del acompañamiento, con un trabajo «poco agradecido» en las siempre diabólicas reducciones orquestales que compensan páginas «liederísticas» como también pudimos disfrutar este viernes, completando un elenco de profesores a los que la moda e invasión anglosajona comienza a llamar coach.
Interesantes las obras elegidas y el orden de intervención de los cantantes para «armar» este concierto de clausura del que dejo copia a continuación y amplío con algunas anotaciones a vuelapluma.

Abundante cosecha de sopranos y digna representación del resto de cuerdas (mezzo, tenor y barítono) afrontando repertorio variado y difícil donde hubo una verdadera colección lírica con dos obras por voz colocadas en el programa para dar variedad y vistosidad a los géneros trabajados con el profesorado durante la semana.

Abría velada la soprano gallega Cristina Suárez con Manuel Burgueras al piano cantando Sposa son disprezzata de «Bajazet» RV 703 (Vivaldi), con la misma trama de «Il Tamerlano«, un aria barroca de calado mostrando buenas maneras (que completaría su intervención con Weber) y ganas de gustar en dos estilos distintos y distantes.

Volvía a escuchar a la soprano Canela García que nos dejó el «lied» sinfónico Zueignung op. 10 nº 1 (R. Strauss) de sentimiento, poesía musical y diálogo con el piano del maestro hispanoargentino y volvería con La zagala alegre de las «Seis canciones castellanas» (Toldrá), la canción de concierto que exige a los intérpretes crear y cantar un microrrelato donde el texto debe ser subrayado con la música, algo que ambos intérpretes entendieron en la dirección correcta.

Ya conocía a la mezzo María Heres, con Lisa Tomchuk al piano que afrontó el aria Che puro ciel de «Orfeo y Euridice» (Gluck), un repertorio de arias barrocas en las que la ovetense se desenvuelve con comodidad y un color idóneo recordándonos el de algunos contratenores que están recuperando muchas de estas partituras, retomándolo posteriormente con Che faro senza Euridice (en vez del previsto Cruda sorte! Amor tiranno! de la rossiniana «L’Italiana in Algeri«, único cambio que demuestra el atento trabajo por ofrecer siempre lo mejor de cada intérprete).

Mi admirada soprano la avilesina Vanessa del Riego con Manuel Burgueras al «piano orquestal» nos interpretaron el Laudamus te de la «Gran Misa en do menor» (Mozart) siempre progresando en un repertorio que lleva interpretando a lo largo de su carrera, siempre difícil en el caso del genio de Salzburgo, endiablado en agilidades, color, saltos y musicalidad. Un aplauso por su encomiable trabajo y amor por la música.

El también conocido tenor Adrián Begega con Yelyzabeta Tomchuk afrontó el lied Der Neugierige del ciclo «Die schöne Müllerin» (Schubert) y el recitativo con aria Sventurata Sidon!… Se colà ne´fatti è scritto del «Idomeneo» mozartiano, bello color y registro central poderoso, más idóneo para Mozart que para el muy exigente y siempre complicado mundo camerístico de la llamada canción de concierto, al que pocos cantantes han querido acercarse precisamente por sus dificultades.

La también gallega y soprano Carla Romalde nos interpretaría la Ännchen de «El cazador furtivo» (Weber) con el aria Einst träume meiner sel’gen Base donde su expresión gestual debe complementar la acción que el texto en alemán describe, mejor en la parte movida y «cantabile», mientras su compañera Cristina Suárez volvería para la Ágata doliente Und ob die Wolke sie verhülle, dos colores de voz y personajes para la misma obra, con la reducción pianísitica a cargo de una convincente Lysa Tomchuk. Carla Romalde repetiría posteriormente con la Romanza de María de «El Juramento» (Gaztambide) más cómoda  con el castellano y de color carnoso escrito para lo que entonces se llamaba tiple, para una partitura igual de exigente que también pudimos disfrutar en el Campoamor hace tres años.

Habitual en nuestra tierra y también trabajando duro, la soprano moscona Paula Lueje con Manuel Burgueras nos dejaron una auténtica recreación de I’ vidi in terra (soneto 123 y último de los «Drittes Sonet von Petrarca«) del húngaro Franz Liszt, partitura poco habitual bien defendida y ejecutada por ambos intérpretes, que como escribe Petrarca supusieron «cordura, amor, dolor y cortesía», muchas tablas por parte de ambos, siendo la de Grado quien finalizaría el concierto con el piano de Tomchuk pasando de la poética italiana al alemán casi cabaretero de la conocida Canción de Vilja (Vilja Lied) perteneciente a «La viuda alegre» («Die Lustige Witwe«) de Léhar, el rey de la opereta siempre exigente pero muy agradecida, perfecto rubato con feliz entendimiento pianístico y sentimiento a raudales que resultaría broche dorado del concierto.

Otra voz que pasó hace unos años por Asturias y volvía a este curso es la soprano ferrolana Gloria Amil que tiene tras de sí una carrera variada, esta vez trabajando y cantando con la orquesta hecha piano de Manuel Burgueras dos exigentes y conocidas arias operísticas: el Addio, del passato bei sogni ridenti de «La Traviata» (Verdi) y la gavota Obéissons quand leur voix appellee de «Manon» (Massenet) lógicamente con piano y sin coro pero que el público interrumpió varias veces -supongo que por desconocimiento pese a ser un título de referencia en la ópera-, mejor Manon que Violeta sin meterse mucho en dos roles que deben convencer y enamorar además de cantarse, aunque la belleza de estas páginas supera cualquier comentario teniendo todos nuestras referencias en dos personajes fetiches para cualquier operófilo.

El joven barítono turolense Ricardo Barrul Martín acompañado al piano por el maestro Burgueras apuntó buenas maneras en las arias de Alfonso Ma, de’malvagi invan… Vien, Leonora de «La Favorita» (Donizetti) y Zurga O Nadir de «Los pescadores de perlas» (Bizet), con un bello color vocal que los años irán dando el cuerpo necesario puesto que musicalidad tiene y técnica continúa trabajándolo, estando en el camino correcto para afrontar estos roles.

La soprano vitoriana Nora Chena Sola con el piano de Yelyzabeta Tomchuk demostró el buen y poderoso instrumento que posee afrontando dos pesos pesados vocalmente como la «Canción de la risa de Adela· en Mein Herr Marquis de «El murciélago» (Johann Strauss hijo) y Les oiseaux dans la chamilleLos Cuentos de Hoffman«) de Offenbach, mucho más que un despliegue de poderío, agudos o agilidades, convencimiento y escena que da el trabajo así como mucho tiempo de estudio, el que nunca termina, cautivando al público en ambas arias, especialmente la segunda donde no necesitó «darle cuerda a la muñeca» para enamorar siempre con el excelente subrayado musical de la astur-ucraniana Tomchuk.

En definitiva un curso de nota con las lecciones bien aprendidas que todavía quedaría repasar tras el concierto de examen final porque así es la vida del música, estudiando siempre para buscar la excelencia. Y llegar a casa con tiempo para disfrutar en El Palco de La 2 (también en la web de rtve) de un «Liceu a la fresca» con un «Trovador» que algunos de estos cantantes podrían cantar en algún momento de sus carreras, pues la ópera sigue enamorando y las voces llegan directamente al alma.
Enhorabuena a todos.

Voz y Verso

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Lunes 6 de octubre, 20:00 horas. Sala de cámara del Auditorio, Oviedo. Recital «Voz y Verso»: Juan Noval-Moro (tenor), Borja Quiza (barítono), Ángel Cabrera (piano). Obras de Schubert, Schumann, Wolf y Mahler. Organizado por la Asociación Lírica Asturiana «Alfredo Kraus». Entrada: 10 € (+ 1 € por «tramitación» por TiquExpress).

El Lied es la forma por excelencia que combina canto y piano, voz y verso como titulaba este concierto la asociación presidida por Carlos Abeledo, que sigue apostando por la música de cámara, esta vez con un dúo asturgallego y un pianista manchego sin el que no podríamos concebir un recital donde el piano es tan importante como la propia voz. Añadir el placer de poder seguir la traducción en vivo de los textos en alemán sobre unas fotografías bellísimas de Carlos Briones.

Dejo aquí el programa con anotaciones puntuales sobre la marcha, destacando el trabajo de ambos cantantes, especialmente del poleso por su memoria para todas sus intervenciones, y de nuevo el piano siempre seguro y pendiente de la voz como debe ser siempre y más en un recital con autores históricos en el terreno del lied.

El recital lo comenzaba el barítono gallego nada menos que con Schubert y Gesänge des Harfners, Op. 12, falto de intimismo y exceso de tensión en los agudos así como una musicalidad que no se correspondía con los textos, tal vez buscando una expresión romántica centrada solamente en la parte musical que nunca es suficiente, y más con referencias de grandes que han afrontado estas canciones con palabras de Goethe. Wer sich der Einsamekeit Ergiebt fue el primero de los números con un Quiza aún sin entrar en calor, Wer nie sein Brod mit Thränen ass donde la fuerza canora no encajaba con la dramática, y finalmente An die Thüren will ich schelichen que redundó en lo mismo.

Juan Noval-Moro se enfrentó con Dichterliebe, Op. 48 de Schumann, el «Amor de poeta» con dieciséis «microrrelatos» de Heine llenos de intensidad condensada donde el tenor asturiano hubo de realizar cambios anímicos en breve espacio de tiempo siempre bien ayudado desde el piano: Im wunderschönen Monat Mai de buen clima global pero agudos algo «apretados», mejor Aus meinen Thränen spriessen y la rápida Die Rose, die Lilie, die Taube con dificultades para captar todo lo que el idioma alemán esconde en esta canción; Wenn ich in deine Augen seh’  lenta y de intimidad conseguida con contrastes bien marcados; Ich will meine Seele tauchen’ siempre traicionera y debiendo cuidar en no descolocar la voz al abrir en vocales; Im Rhein, Im heiligen Strome presentó unos graves oscuros pero logrando todo el  dramatismo de un número subrayado siempre por el piano; el hermoso y conocido Ich grolle nicht personalmente resultó el lied mejor en todos sus aspectos; Und wüssten’s die Blumen sonó ligero y de dinámicas amplias con un piano exigente frente a un Das ist ein Flöten und Geigen de compás ternario demasiado marcado para mi gusto pero bien cantado; más íntimo el décimo número Hör ich das Liedchen klingen, casi a media voz para degustar esos textos siempre dolorosos y casi susurrados, nuevo contraste con la alegría bien transmitida de Ein Jüngling liebt ein Mädchen. Como si cada página fuese convenciéndonos a todos, Am leuchtenden Sommermorgen la escuchamo como «esas mañanas de estío», recogidas en el canto y nuevamente con un piano perfecto complemento de la voz. Ich hab’ im Traum geweiner conmovió con los silencios subyugantes referidos a la muerte, solamente rotos por el ruido del aire acondicionado que no cejó a lo largo del recital. Allnächtlich im Traume nos trajo algo de luz pese a las lágrimas del texto y esa congoja tan de Schumann, llegando más claridad y ligereza en Aus alten Märchen por parte de tenor y pianista antes de concluir con Die alten bösen Lieder, remate con fuerza en ambos intérpretes y ese delicadísimo  final del piano tras la tempestad anterior. Impresionante la evolución del tenor poleso a lo largo de este ciclo exigente para cualquier intérprete.

Breve descanso para afrontar la Peregrina de Hugo Wolf con el mismo peligro de descolocar o cambiar el color de voz al abrir las vocales de los textos de Mörike, traicioneras siempre, resultando mejor los pianissimi aunque los crescendo peligrasen en homogeneizar registro y color; el segundo número nos mostró unos buenos medios y matización menos exagerada que en el primero, salvo los agudos donde primó emisión sobre emoción en otra demostración de poderío y trabajo por parte de nuestro tenor.

Como si de una lección histórica del «Lied» no podía faltar Gustav Mahler de quien Borja Quiza cambio el orden programado de los Rückert-Lieder, por otra parte algo habitual y buscando cierta regulación anímica que creo resultó positiva aunque no del todo completa: Liebst du um Schönheit, personalmente con excesivo volumen para un texto que no lo exige; Blicke mir nicht in die Lieder mucho mejor sin necesidad de sobreactuar vocalmente y donde el piano es quien recrea y subraya unas palabras que dan mucho juego tanto en la pronunciación como en su significado; Ich atmet’ einen linden Duft! es la respiraciónde esa dulce fragancia donde el barítono comenzó a  centrarse tanto en tema como expresión hasta «abandonar el mundo» de Ich bin der Welt abhanden gekommen, más contenido inicialmente para ir creciendo en dinámicas y jugar con ellas a pesar de una sensación de ligera desafinación o voz fuera de lugar mejorando el final de registro grave y medio para un fortísimo excesivo antes del pianísimo final de las últimas palabras «In meinem Lieben, in meinem Lied» y llegar la medianoche, Um Mitternacht donde nuevamente el barítono de Ortigueira exageró en el agudo rompiendo esa intimidad necesaria como confundiendo intensidad emocional con dinámica, mejor la media voz en toda la tesitura y ese final potente para las palabras finales cargadas de todo el simbolismo que queramos ponerle.

El punto final resultó de nuevo Schumann a dúo con el Blaue Augen hat das Mädchen de las Spanische Lieber-Lieder sobre textos de Juan del Enzina, buen empaste de ambas voces transmitiendo la alegría de los «ojos garzos ha la niña» traducidos al idioma de Schiller que no perdieron emoción en ningún aspecto.

De regalo otra «del mismo precio» si yo fuera un pajarito aunque cantado como Wenn ich ein Vöglein wär realmente hermoso y con buen gusto.

Difícil para todos así como exigente el recital de este lunes que pone en valor lo que supone preparar conciertos de lieder poco agradecidos para los no iniciados y durísimos para los intérpretes. No sirve con leer la partitura, sentirla en un idioma ajeno y extraer la carga emocional de cada palabra, cada párrafo, cada color vocal, sigue siendo asignatura pendiente aunque optativa de muchos jóvenes cantantes actuales. Borja y Juan se han atrevido, aunque la nota no haya sido la misma. El sobresaliente para Ángel, no siempre valorado como la mayoría de los pianistas mal adjetivados acompañantes: ni una obra de las escuchadas tendría la misma carga emocional sin su interpretación cuidada en cada poema hecho música.