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Es Juan Carlos Calderón

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Mar Norlander: «Juan Carlos Calderón ¿Quién eres tú?«. Editorial Milenio.

  • ISBN: 978-84-19884-67-1
  • 376 páginas
  • Tapa rústica con solapas
  • 150 x 210 mm
  • Colección: Música Nº 95
  • Fecha de publicación: Junio 2024
  • Precio: 24 €.

Mi generación creció con la música del Juan Carlos Calderón López de Arróyabe ​​​​​(Santander, 7 de julio de 1938 – Madrid, 25 de noviembre de 2012), un santanderino no todo lo conocido que debiera más allá de sus grandes éxitos, que fueron muchos.

Me reconozco como «omnívoro musical» y así me bautizó hace años mi admirado Mario Guada, algo que le gustó a mi querido Carlos Santos (La libreta colorá) para su programa «Entre dos luces» de RNE, y que acepto porque solo distingo, como muchos, entre la música que me gusta y la que no. Como tal, en casa guardo grabaciones de estilos y géneros muy variados, incluso pintorescos, desde mis primeros LP’s, donde en mi juventud tenía la paciencia no solo de ficharlos a máquina (mi querida compañera Olivetti Lettera 32 desde COU hasta el primer Macintosh Classic II), sino después y a mano, ir haciéndome otro paralelo con los compositores e intérpretes de cada vinilo, indicando mi referencia, conservándolo como entonces aunque los préstamos hicieron menguar mi discoteca.

Con la llegada del CD y mis primeros ordenadores, pude «digitalizarme» para realizar (sigo haciéndolo) una buena base de datos con todos los detalles, sin olvidarme la ubicación para una rápida localización. Y así fui descubriendo al teclear cada uno de los campos por mi creados, que Juan Carlos Calderón además de un excelente pianista fue mucho más que el compositor de Mocedades, Sergio y Estíbaliz y tantos otros, también arreglista, productor e incluso «descubridor» de figuras aún vigentes como Luis Miguel o Bustamante, por citar alguno.

En mi fonoteca personal hay mucho jazz, el origen de un Calderón que amaba a Bach sobre todas las cosas, pero me faltaban muchos datos para conocer una vida plena de tanta música sin etiquetas, donde también figuran bandas sonoras, y aún más su faceta poética, con letras que solo otros grandes «aguantan» su lectura despojadas de las melodías que no siempre realzan la calidad. En definitiva, pienso que J. C. Calderón fue otro omnívoro al que seguir conociendo casi 13 años después de su partida.

Mar Norlander es el nombre en las redes de otra omnívora como Mar Fernández Fernández, que al igual que un servidor teniendo apellidos «difíciles» optamos por un identificativo toponímico, y así es el de esta gijonesa de la «tierra del norte» hispano. Desde su vicepresidencia de la Sociedad Filarmónica de Gijón hemos compartido mucha cháchara descubriendo gustos similares, un pasado «oculto» en grupos variados, que como historiadora y musicóloga decidió hacer su tesis doctoral sobre Juan Carlos Calderón dirigida por la catedrática de la Universidad de Oviedo la doctora Celsa Alonso. Del enorme trabajo que ello supuso, había que reducir tantos años de investigaciones,  viajes, entrevistas y demás, para preparar un libro que al fin logró publicar en la colección de música de la editorial Milenio, objeto de esta entrada. Casi cuatrocientas páginas donde no faltan además de excelentes fotos, muchas de la propia familia Calderón, un prefacio del asturiano José Ramón Pardo, verdadera autoridad y un «pozo sin fondo» de sabiduría sobre una época que vivió en primera persona y todavía mantiene viva, el prólogo de la directora de la tesis y un emocionante epílogo de Teresa Calderón.

En el libro organizado en ocho grandes capítulos también hay que destacar el catálogo discográfico y una rica, además de amplísima, bibliografía manejada por Mar, que ya lo ha presentado nada menos que en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo el pasado verano precisamente en un curso de tres días titulado «Creadores santanderinos y cántabros: JUAN CARLOS CALDERÓN: pasión, talento y emoción» dirigido por Los Pardo, padre e hija, donde al fin parece reconocerse a un artista cántabro en su tierra pero de trayectoria internacional.

Se agradecen los libros tan bien documentados que ayudan a engrandecer figuras de nuestra vida como es este caso, incluso con una lista en Spotify© necesaria en nuestro terreno, pero también testimonios que Mar Norlander va reflejando. De las muchas citas que aparecen, quiero resaltar alguna, comenzando por la primera de Emilio Santamaría hijo, quien fuese además de gran amigo de J. C Calderón, gran conocedor de los entresijos de la industria musical española, productor y manager de grandes artistas (por supuesto de Mocedades o su hermana Massiel hasta «jubilarse» con El Consorcio, al igual que lo fue su padre), que en la introducción y una de las últimas entrevistas preparatorias del libro dice:

«Juan Carlos Calderón es un genio, yo diría que el mayor genio de la música popular que ha habido en España en los últimos tiempos. Espero que hagas un buen libro, porque se lo merece».

Página tras página podemos ir respondiendo a la pregunta de ¿Quién eres tú? y conocer desde los orígenes familiares, el jazz para el que parecía abocado pero que le formó para el resto de su carrera, las grabaciones para RNE, el camino al pop, su capacidad para adaptarse a cada artista en sus arreglos, las composiciones propias y un largo etcétera. Mar Norlander disecciona musicalmente muchos de sus temas más conocidos pero también las letras, sus producciones y el salto a los EEUU (afincado en Los Ángeles) donde muchos le perdimos el rastro aunque volvería en los 90.

Y auténticas joyas los enlaces al archivo de RTVE (grabaciones de RNE y de TVE) para poder ver y escuchar a un gran músico que este libro nos retrata como ninguno. Personalmente me encantó el apartado del capítulo 3 dedicado a Serrat que titula «Camino de Mediterráneo» que conocía en parte y desmenuzado musicalmente por Mar en un disco imprescindible donde hay arreglos del propio Calderón junto a Antoni Ros-Marbá sin olvidarnos del incombustible y gran Ricard Miralles, casi pareja irrenunciable del «Nen de Poble Sec» a lo largo de su trayectoria, pero también de Aute o de nuestro Víctor Manuel.

No podía faltar Mocedades cuando se habla de Calderón, y el propio músico confesaba, como refleja la página 192:

«Para mí Mocedades y Sergio y Estíbaliz son algo más de lo que ustedes conocen, son esa gran familia que antes de tener un nombre artístico, se reunían para cantar folk americano bajo la batuta de Don Roberto».

Ver el manuscrito de Eres tú y cómo analiza la estructura nuestra musicóloga es otra de las partes que quiero destacar del libro, acordes, letra, pero otros tantos temas que tienen la firma y estilo único del santanderino, como Tómame o déjame (con arreglos que repetiría para Secretaria), El vendedor, Los amantes o el disco de 1975 La otra España con un arreglo del 2º movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven (Dieron las doce) y letra propia -y compartiendo grabación con Pedro Iturralde (Goizaldean)- volviendo al «Sordo de Bonn» en otro arreglo del mismo (Cuando tú nazcas) unos años más tarde (1983), así como las críticas en la prensa de los especialistas de entonces. Mocedades, Sergio y Estíbaliz, Cecilia y tantos más… incluso una grabación que atesoro entre mis «descubrimientos» de su última época:

Las referencias al mundo del jazz son también obligadas, su admiración por Bill Evans, el disco Bloque 6 con el batería Peer Wyboris y Carlos Casasnovas al contrabajo más el propio Calderón al piano, sus amistades y otras formaciones donde estaban Pepe Nieto, Vlady Bas, por supuesto Pedro Iturraralde y su hermano Javier, o los hermanos Medrano, una Big Band irrepetible (incluso su versión de Milestones que fue sintonía de aquel programa de televisión «Jazz entre amigos» del añorado Cifu), todo igualmente diseccionado al detalle por Mar, de una parte no siempre bien entendida por entonces (los primeros años 60 en Madrid) pero que es necesario conocer para comprender mejor el enorme bagaje del artista cántabro, en «La dualidad entre el jazz. y el pop» ya en los 70 que sería el mejor rodaje para unos músicos que son históricos en la música española sin necesidad de etiquetas, verdaderos omnívoros de entonces.

Cada capítulo es un recorrido puntilloso, cercano y riguroso de mi querida Mar Norlander, un repaso de tantos años a la vida del multifacético Juan Carlos Calderón, premios, alegrías y tristezas, el músico y la persona, un ARTISTA con mayúsculas del que escribe su ya biógrafa oficial: «(…) el estudio de su trayectoria artística nos desvela su pasión por la música, una gran capacidad de trabajo y una mente brillante en constante evolución que ha dejado un legado monumental, siendo artífice de la banda sonora de las vidas de varias generaciones(…)», de la mía por supuesto, ayudándome a conocer y admirar aún más a un ídolo que sigue conmigo.

 

Febrero de 1975: Nueva Conciencia

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La inmortalidad de la buena música
Hace unos años nadie podía suponer que a la juventud le interesase la música clásica e incluso tener en casa un disco de Beethoven al lado de uno del momento. Parece antagónico pero hoy no lo es. Y esto se debe a la labor de una serie de señores que bien mediante arreglos musicales o letrísticos, hicieron una música clásica al alcance de todos, pese a diversos sectores que califican como “crimen” artístico o sacrilegio alterar las inamovibles obras de los maestros. Es como un conflicto de dos generaciones: la joven que está de acuerdo y la de los adultos que lo consideran irreverente.
Pero no se puede juzgar igual a unos arreglos en el ritmo como los de Ray Conniff o Waldo de los Ríos, con otras interpretaciones personales de Emerson – Lake y Palmer o Teddy Bautista, por ejemplo y citando dos nacionales y otros dos extranjeros, con los originales.
Así, son muy conocidas versiones clásicas con letra de hoy de la “Canción de Cuna” de Brahms, o “Sueño de Amor” de Liszt, y muchas otras que han popularizado diversos cantantes mundiales.
Esto no es de ahora ya que en los 50 hubo una canción con el título de “Passion Flower” que no era más que una versión del “Para Elisa” de Beethoven pero más rítmica y con letra.
Pero no cabe duda de que el revolucionario de este nuevo estilo sinfónico-pop por así llamarlo, fue Waldo de los Ríos con su versión del “Himno de la Alegría”, cuarto movimiento de la Novena de Beethoven, que a su vez tomó la letra del poeta Schiller. La versión español corrió a cargo del cantante Miguel Ríos y obtuvo un resonante éxito mundial, vendiendo millones de copias.
Volvió a probar suerte con el “Te Deum” de Charpentier, con el título de “United” (Himno de Eurovisión), pero no consiguió igualar el record de ventas de la anterior versión beethoveniana.
Por tercera vez insistió, esta vez con Mozart y su sinfonía nº 40 manteniendo esta vez su línea de éxitos que hoy mantiene con su álbum “Mozartmanía”.
Respecto a la primera hubo una serie de críticas. Mi punto de vista es que no existe ningún problema con hacer una versión de una obra inmortal, pues quienes consideran como una “herejía” que manipulen y desfiguren obras ajenas no se dan cuenta que las originales permanecen incólumes y sin daño después de la versión propia que puede triunfar, caso de Picasso con sus Meninas al igual que las de Velázquez pero con su sello y estilo personal. La esencia se mantiene en ambas. Pero no sabemos cuál es el grado de admisibilidad de esas versiones, ni si son o no buenas. Puede darse el caso de que sirva para ir al original y que se den cuenta de su valor pero también el caso contrario de desilusión al compararlas (aunque sea esto casi imposible).
Esto es referente a la adaptación de obras clásicas para nuestros días, pero también está la conversión de una obra ajena en propia. Así y favorecidos por inventos de instrumentos electrónicos como el sintetizador, en el año 1968, debido a Walter Carlos, Leonard Bernstein y Robert Moog (aunque sus primeros pasos se remontan a 1952).
Este aparato es capaz de reproducir la frecuencia y los armónicos de cualquier instrumento, pero con igual timbre y sonoridad. Se han conseguido excelente versiones de obras sinfónicas, con nuevos matices. Ejemplo de esto, es el “Cuadros de una exposición” de Moussorggsky y Ravel, en versión de Emerson, Lake y Palmer, y una anterior del propio inventor, Walter Carlos, que basándose en Bach y con el título de “El sintetizador bien templado”, se la puede considerar como la primera en su género.
Una última posición, es la composición de obras actuales con forma clásica. Así, óperas pop o rock, como “Tommy” de Pete Townshend del conjunto “Who”, o la tan renombrada “Jesucristo Superstar”, de Tim Rice y Andrew Lloyd, junto a las últimas obras de Luis de Pablo.
De lo que no cabe duda, es que a música clásica está en alza. La gente joven se da cuenta de que las melodías del momento se olvidan pronto, pero que una obra de Mozart, Beethoven…, cualquier clásica, sea en la versión que sea, siempre se recordará, o al menos, tardará menos en olvidarse.
La prueba de que se dan cuenta está en el aumento de ventas de discos clásicos. Karajan compite en ventas con Dylan o Hendrix. Las múltiples grabaciones del mejor director del momento, se agotan una tras otras. Sinfonías de Brahms, Preludios de Mozart, Oberturas de Beethoven, Óperas de Verdi, se venden cada día más. Pero ¿quién las compra? los jóvenes. Ya se empiezan a ver la sala de concierto repletas de jóvenes de larga cabellera y tejanos, aplaudiendo una obra de Tchaikovsky, lo mismo que una actuación de un grupo moderno interpretando Chopin a ritmo de rock y acompañamiento de batería.
Vivaldi y sus “Cuatro Estaciones” ya se oyen lo mismo en versión de la Filarmónica londinense que en la actual de Teddy Bautista, antiguo “canario”.
Pero la realidad es esa. La música clásica, la Música, así con mayúscula, se oye y gusta. Claro. Es Inmortal.
Pablo Álvarez Fernández
Dejo esta transcripción literal con ligeros retoques de puntuación y los añadidos casi obligados a los enlaces o links que hoy nos permite la tecnología y enriquecen los textos de mi primer artículo publicado en 6º del Bachillerato de Ciencias, siendo de los primeros escritos por alumnos en la prestigiosa revista del único instituto en el Mieres de entonces, dirigido por Doña Carmen Díaz Castañón. Estaba en mi penúltimo curso (1974-75), suprimiendo el ministerio de turno la reválida de 4º de bachillerato y dejando opcional la de 6º para titular superando el llamado COU (curso de orientación universitaria que sustituía al PREU), y con mi título profesional de piano también en su recta final (llegaría al Conservatorio de Música de Oviedo en pleno San Mateo del mismo año 1975), profesional entonces y dependiente de Bellas Artes y la Diputación, aún en la calle Rosal. El curso 1975-76 cursaría el mío justo cuando comenzaba a impartirse el BUP (bachillerato unificado y polivalente), apareciendo en su primer año la materia de “Música” tras décadas pidiéndolo, llegando incluso a solicitar a la dirección del centro el puesto de profesor que por titulación podía, mas la edad resultaba un inconveniente, unido a ser alumno del propio instituto.
La revista “Nueva Conciencia” comenzó cual fanzine para ir mejorando en presentación e impresión, en parte financiada con las aportaciones de la Asociación de Padres de Alumnos de entonces, editándose profesionalmente e incluso enviándose algunos ejemplares a distintas universidades mundiales, pues recogía básicamente la memoria de actividades pero especialmente colaboraciones del profesorado de las distintas materias, incluso avances de tesis doctorales, dejando a continuación el índice de ese décimo número.
Guardo los números 4 al 10 y desconocía cuántos años más estuvo editándose (en Internet encontré que llegaron al 23) pues finalizado mi séptimo año en El Bernaldo tras aquel COU de calabazas en junio y tras un verano de enclaustramiento obligado con las ciencias puras (Matemáticas Física y Química) poder superarlas en septiembre junto a la temida Selectividad de entonces, para marchar a estudiar a Oviedo, aunque no Ciencias Químicas como en principio quería y a la vista de los problemas optar por “Magisterio”, entonces convertido en Diplomatura de la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de EGB.
Aquel verano del 76 cambió muchas cosas en todos los aspectos, no digamos en “Mi querida España” que cantaba la malograda Cecilia, las ciencias por las letras al optar por la especialidad de “Humanidades y Ciencias Sociales” siempre esperando que se convocasen plazas de especialistas en mi materia, “Música”, tanto en las escuelas como en los institutos, aunque ésta no llegaría hasta 1987 en mi segunda “intentona” de oposiciones madrileñas para lo que se llamaba Territorio MEC, pero hoy tocaba recordar los años mozos.
De mis opiniones y gustos musicales no hubo tantos cambios a lo largo del tiempo como se puede deducir de la lectura de este artículo o de las entradas en el blog, pues sigo confesándome “omnívoro” en cuanto a la música se refiere, y donde los estilos e interpretaciones de la entonces llamada “música clásica”, siguen discutiéndose cuarenta años después. Pero gracias al esfuerzo y trabajo de todos en aquella transición, estos años pasados han formado a grandes profesionales en este mundo entonces de “bohemios” o gente de “mal vivir” que por lo menos son reconocidos socialmente, aunque nunca lo que se merecen.
Puedo concluir que incluso estos años reflejados por un adolescente de 1975 han redondeado la visión que da el tiempo, publicaciones muy serias y documentadas, verdaderos análisis de una historia de nuestro país que en el caso de mi admirado Eduardo García Salueña (1982) no solo fue tema de tesis doctoral sino el de una joya de libro recientemente publicado “Música para la libertad” (Norte Sur Ediciones) del que puedo presumir de haber estado en su bautizo en Gijón (arriba está la foto) y traerlo hasta Mieres el próximo 30 de noviembre a la librería “La Pilarica”, magna publicación con la que rejuvenezco por haber podido vivir tanto de lo reflejado en ella sobre aquella fusión en Galicia, Asturias y Cantabria. A él le debo recuperar este artículo por todo lo que removió su presentación y posterior lectura.
Tratándose de seguir haciendo historia musical además de cercana, el CD que acompaña al libro es otro documento imprescindible donde entre los doce temas (con dos inéditos) El ventolín de Asturcón fue sintonía de amigos y Juan Carlos Calderón mi pianista y compositor ideal de una adolescencia recordada en esta entrada que rememoraremos alguna que otra vez.