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Folklore sinfónico de mi tierrina

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Jueves 2 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto Extraordinario de la OSPAConciertu de les lletres asturianes. Martín García y Juan Barahona (pianos), Rafael Casanova y Francisco Revert (percusión), Daniel Sánchez Velasco (director). Obras de Bartok, Mª Teresa Prieto y Daniel Sánchez Velasco. Entrada gratuita.

El folklore ha sido y seguirá siendo fuente de inspiración para todo tipo de música y la sinfónica es la muestra del alcance que tiene. En este día tan asturiano la OSPA traía un programa casi «de la tierrina» (así somos aquí con los diminutivos), con dos pianistas de casa en el difícil concierto para dos pianos y percusión junto a los «adoptados» tras tantos años en la orquesta, un director y compositor que pasa del atril de clarinete al podio e incluso dirigiendo una obra que enlaza con la escritura de nuestra asturiana más universal y emigrada a México, desde donde recordará su patria chica pero también homenaje a su país de adopción. Por lo tanto se puede hablar de un concierto folklórico, popular y sinfónico en el día de las letras asturianas que es el mejor escaparate (y gratis) para disfrutar de la música, y como dicen ahora, «poner en valor» nuestro rico patrimonio.

El Concierto para dos pianos y percusión de Bartók tiene su origen en la “Sonata para dos pianos y percusión”, versión con arropamiento de una orquesta sinfónica pero con los valores musicales de la “forma sonata” intactos. La versión orquestal es de 1940 (la redacción original esta fechada en 1937) y fue publicada por Boosey & Hawkes, toda una síntesis estética que surge cual explosión que se manifiesta en una estructura aparentemente clásica al respetanr la estructura en tres movimientos: forma tripartita para el primer movimiento, una melodía lírica con una sección central contrastante en el segundo movimiento, y una suerte de rondó-scherzo marcado por la tensión para finalizarla. La novedad está en la escritura rítmica y tímbrica, la unión de los pianos con las percusiones (timbales, xilófono, triángulo, platillos, bombo, tambor y tam-tam) que permite cambios constantes de ritmos, incluyendo algunos muy queridos por el húngaro a base de sonoridades mantenidas en los pianos, contrapuntos con las líneas melódicas dibujadas o sugeridas en la percusión,  «El piano percute y canta, y la percusión canta y percute» que escribía el Padre Sopeña sobre esta obra. Stravinsky, Debussy o la segunda Escuela de Viena le enseñan a Bartók a dibujar melodías dentro de un complejo instrumental con un resultado que no es un “pastiche”sino una de las obras más significativas y elocuentes del compositor.

Por todo lo anterior, que añado ante la falta de notas al programa con las que suelo completar mis reseñas, no es habitual escuchar esta versión en vivo, primero por lo difícil que resulta encontrar cuatro solistas para él mismo, sumarle un orgánico sinfónico tan exigente, más un director capaz de aunar fuerzas, pero sin salir de nuestra tierra se consiguió. Primero dos jóvenes pianistas, hoy triunfando por el mundo y que dieron sus primeros pasos musicales en Asturias, pudiendo dar fe en primera persona de sus conciertos iniciales, Martín García (Gijón, 1996) y Juan Barahona (París, 1989), capaces de sacar del teclado todo el poderío armónico, melódico y por supuesto percusivo. Con una formación que nunca se detiene, estos dos artistas son parte de mi expresión «exportar talento asturiano», por lo que es de agradecer volver a escucharlos y además juntos. La percusión en las agrupaciones instrumentales son el verdadero motor, y para este Bártok que apuesta por una rítmica trepidante más allá del folklore húngaro, en la OSPA tenemos a un tándem titular al que podemos llamar «pareja de hecho» por la cantidad de música que llevan juntos estos asturianos nacidos en Valencia, Rafael Casanova y Francisco Revert que cautivaron y se ganaron la cena por el enorme trabajo que este concierto les exige. Un espectáculo escucharles y verles cambiando rápidamente de baquetas, posiciones e instrumentos que dominan como nadie. La articulación de los instrumentos solistas protagonizaron un diálogo lleno de exigencias y virtuosismo así como de timbres sutiles y altisonantes que maduraron en la mente del compositor húngaro antes de su exilio en Estados Unidos. El entendimiento entre ellos es básico para lograr una sonoridad tan especial, y si Daniel Sánchez Velasco, que conoce como pocos a sus compañeros en ambos lados (clarinete y dirección) se pone al frente, con gesto elegante, preciso, contagiando confianza desde el trabajo, el resultado no podía ser mejor con todas las secciones en su sitio, empastadas, de amplias dinámicas y la cuerda nuevamente con el austriaco Benjamin Ziervogel de concertino invitado, junto a Daniel Jaime. Austria y Asturias casi se escribe igual con dos generaciones unidas para hacer música mayúscula, con la despedida fuera de los abonos y último entre su «familia sinfónica» de Joshua Kuhl, contrabajista neoyorkino y asturiano, en un concierto más allá de fronteras.

Aprovechando todo el montaje anterior y antes de retirarlo para continuar el concierto, nada mejor que una propina de Maurice Ravel (1875-1937), de su Suite para piano a cuatro manos Ma mère l’oyeun arreglo para percusión y dos pianos de Rafael Casanova, la «Laideronnette, impératrice des pagodes«, ideal para poder lucirse los cuatro solistas, tanto Martín como Juan nuevamente en perfecta conjunción y entendimiento con los «percu» que engrandecieron esta maravillosa página de uno de los orquestadores mejores que ha dado la historia, aires de pagoda que por estar en Asturias podríamos retitular panoya, a fin de cuentas otro «templo».

La ovetense Mª Teresa Prieto compone ya en México su poema sinfónico Chichén Itzá, nueva fuente inspiración aunque nunca olvidará sus raíces asturianas. Estructurado en movimiento único en do mayor constituido por tres temas fundamentales donde la creadora parte de sendas ideas literarias inspiradas en las ruinas mayas de Yucatán, la cultura maya del juego de pelota, la serpiente emplumada y el sacrificio de una doncella, un acercamiento fantasioso partiendo de «movimiento, muerte y enigma» con una música que no describe sino que imagina, construcción nacida de impresiones que a pesar del origen programático, la sensación al escuchar esta página no es la de ver algo, sino de estarlo soñándolo, entrelazando temas y con un desarrollo discursivo de gran sutileza tímbrica y la instrumentación que usase en su Sinfonía Asturiana (madera a dos con corno inglés y clarinete bajo, cuatro trompas, tres trompetas, tuba, arpa, timbales, tambor indio, y la cuerda). Sobre la vida y obra de María Teresa Prieto sigo recomendando el libro publicado en 2020 por la Universidad de Oviedo de la doctora Tania Perón Pérez que lleva como subtítulo «Creación y añoranza en el México del siglo XX». Buena interpretación de la OSPA con Daniel Sánchez Velasco entresacando sensaciones, planos sonoros como si una de sus partituras cinematográficas se tratara, sonidos claros y motivos precisos, incorporando el teponaxtle de tradición maya con la intención de reflejar el ritmo y sonido de esa cultura precolombina tan misteriosa y rica como el ambiente logrado con su música.

Y para finalizar, casi como una continuación estilística pero con un dominio en la instrumentación, sus Tres canciones asturianas que todos los presentes reconocieron, son una línea a seguir desde el propio Torner que las recopilase hasta otros compositores que se inspiraron en nuestro folklore, los más cercanos en el tiempo el nunca suficientemente reconocido Benito Lauret (un cartagenero tantos años en nuestra tierra y lo que por ella trabajó) o Antón García Abril. En estas tres páginas, aplaudidas por separado, Daniel Sánchez con un fino trabajo orquestal, reviste de banda sonora canciones que ya cantasen nuestros antepasados, orquestaciones del Dime paxarín parleru, con unas trompas compactas y toda la grandeza sinfónica sin perder el carácter y rítmica, la hermosa, lírica y emotiva Ayer vite na fonte con el oboe presentando y jugando con el tema en un ambiente onírico de nuestra rica mitología de xanas y ayalgas retomado por una cuerda aterciopelada, evocadora del musgo, y finalmente saltar de alegría como en una romería tradicional, Sal a bailar cual banda sonora imprescindible para publicitar nuestra tierra que como el himno  tan conocido, es para vivirla «en todas las ocasiones». Si las orquestaciones del maestro avilesino son de película, el sinfonismo de nuestro tiempo, la respuesta de sus compañeros estuvo a la altura que se merecen estas tres canciones que crecen y no mueren, material plenamente exportable.

Comenzamos mayo con mucho talento que no siempre se queda en Asturias pero la llevan siempre en el alma.

PROGRAMA

Bela Bartók (1881-1945): Concierto para dos pianos y percusión.

Mª Teresa Prieto (1895-1982): Chichén Itzá (1942).

Daniel Sánchez Velasco (Avilés, 1972): Tres canciones asturianas.

Barahona de Oviedo a Madrid

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Miércoles 20 de abril, 13:15 horas. Auditorio del CONSMUPA, Oviedo. Juan Barahona (piano). Obras de Mozart, Schubert y Liszt.

Entre las muchas ventajas del jubilado está poder asistir a conciertos matutinos como el del pianista Juan Barahona antes de su presentación el próximo día 29 de abril en Madrid dentro del 20 Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo, con un programa exigente y bien «armado» en cuanto a cronología y dificultades, comenzando con Mozart siempre agradecido para los dedos y el alma, un potente Schubert donde Barahona mostró su hondura, para finalizar con Liszt del que también sería la propina.

El 18 de Abril nos han dejado los pianistas Radu Lupu y Nicholas Angelich, ambos ligados al «Ciclo de Grandes Intérpretes» de la propia Fundación Scherzo, pero siempre nos queda la esperanza de contar con una generación joven dando el relevo a los grandes, ley de vida que el tiempo volverá a encumbrar tanto talento aún en un largo camino de inicio para quienes el ciclo de jóvenes abre una puerta siempre necesaria en la capital de España, y que Oviedo ya ha disfrutado de casi todos ellos.

A Juan Barahona le sigo desde sus inicios y puedo asegurar que está en un momento de madurez interpretativa que le hace más que merecedor de figurar en la lista de pianistas actuales, bien formados, trabajadores, implicados e imbricados en su tiempo, con programas variados tanto como solistas, trabajando distintas formaciones y afrontando los grandes conciertos con orquesta, sin olvidar la faceta docente. En «su casa ovetense» nos anticipó lo que sonará en el Auditorio Nacional de Música de Madrid (Sala de cámara).

De Mozart comenzaría con las 12 Variaciones sobre «Ah vous dirai-je, Maman» en Do Mayor, K. 265/300e, el virtuosismo clásico sobre la «Campanita del lugar» que el genio de Salzburgo siempre atesoró desde una alegría infantil imperecedera, engrandeciéndolo con su inimitable creación; continuaría con la Sonata en do mayor KV 330, lenguaje único de engañosa facilidad (como todo Mozart), tempi justos y limpieza pianística en sus tres movimientos que Barahona afrontaría con su escrupulosa búsqueda de sonido claro y ejecución impecable, primera etapa de este viaje pianístico de Oviedo a Madrid.

Un paso adelante con Schubert del que nuestro pianista seleccionaría cuatro impromptus que sacaron a la luz al intérprete  ya maduro que es Juan Barahona, contrastados en intensidades y emociones, primero dos Impromptus op. 90, D. 899, el nº 1 en do menor (Allegro molto moderato) y nº 3 en sol bemol mayor (Andante), amplitud de color y fraseo, claroscuros bien entendidos siempre moldeando el sonido como buen «lector» del mejor Lupu, más otros dos del D. 935, el nº 1 en fa menor (Allegro moderato) y el nº 3 si bemol mayor (Andante con variaciones), hondos, complejos y completos, ricos de matices y sonoridades delicadamente rotundas de las que el también desaparecido recientemente Bashkirov hubiese disfrutado en la interpretación de su aventajado alumno.

Para cerrar este viaje por todo lo alto, última etapa hasta Liszt y dos obras profundas donde la técnica siempre es necesaria pero el talento aún más para poder ahondar en unas páginas llenas de complicaciones emocionales: el Sonetto 123 del Petrarca (de “Années de pèlegrinage II”, S.161/6) y Funerailles (de “Harmonies poétiques et religieuses III”, S.173/7), alto voltaje donde el húngaro repasa desde ese pianismo orquestal su plenitud vital, guiños de polonesa a su «hermano Chopin» en un «funeral poético» escrito sobre el blanco y negro del teclado y la partitura, fuerza física casi maratoniana y todavía mayor la mental, fuerza psicológica para hacer sonar tanta música desde la preparación que el duro trabajo diario supone.

No podía faltar la propina en casa para los suyos, también Liszt, el Valse caprice Nº 6, S. 427 de las «Soirées de Vienne«, la fragilidad poderosa del baile único en la capital mundial de la música desde «La Viena Española». Madrid disfrutará de Juan Barahona como lo hicimos esta matiné de un lluvioso miércoles (ya se sabe que En abril aguas mil) donde el piano puso la luz y el goce de seguir a una juventud que pide paso.

Honestidad musical para el arranque invernal

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Viernes 15 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Iviernu I, OSPA, Juan Barahona (piano), Christoph Gedschold (director). Obras de Rachmaninov y Dvořák. Entrada butaca: 15 €.

Con homenaje a la recién fallecida Inmaculada Quintanal (La Felguera 1940), respetuoso minuto de silencio y dedicatoria a la que fuese Profesora de Música en mis años de estudiante en la E.U. de Magisterio, musicóloga, docente, investigadora y gerente de la OSPA durante la primera década de consolidación (1993-2003), mujer generosa, luchadora, honesta y valiente, comenzaba la Temporada de Invierno con estos calificativos válidos para un concierto que agotó las entradas pese a todas las incomodidades que supone esta pandemia que no cesa, incertidumbres continuas y un (sin)vivir al día pero demostrando que La Música, así con mayúsculas, y mejor en directo, es más necesaria que nunca, como siempre defendía mi admirada Inmaculada, pues la cultura es segura, y los sacrificios obligados no impedirán saciar este hambre de conciertos que son seña de identidad cultural de Oviedo y Asturias, como siempre digo «La Viena del Norte» español.

Programa con dos obras que todo melómano conoce, la orquesta también y Jonathan Mallada en las notas al programa, concluye sobre los dos compositores, Rachmaninov y Dvořák: «sus obras muestran siempre una frescura muy difícil de superar y, en definitiva, han trascendido los siglos como dignos embajadores de la sinceridad más pura que pueda existir: la sinceridad musical«.

Siempre es un placer escuchar el popular Concierto para piano nº 2 en do menor opus 18 del ruso, este viernes con el asturiano Juan Barahona de solista y la batuta del alemán Christoph Gedschold (tras su última visita wagneriana), siendo el austriaco Benjamin Ziervogel el concertino invitado y compañero del pianista en la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Concierto difícil de concertar y momentos de ímpetu que pudieron desencajar algunos pasajes con el piano, por delante de la orquesta, pero mostrando una visión personal de Barahona quien tiene la obra bien rodada y trabajada de principio a fin, con un rubato especialmente sentido que Gedschold siempre intentó seguir aunque sin una marcada pulsación interior. La interpretación fue de bien a mejor, un Moderato apasionado con una orquesta de dinámicas ajustadas a la sonoridad pianística, un intenso e inmenso Adagio sostenuto muy sentido por parte del piano, y un entregado Allegro scherzando donde todos brillaron y encontraron el entendimiento perfecto para una obra de madurez tanto compositiva como interpretativa que Juan Barahona va moldeando en cada concierto.

Aplausos merecidos y propina como no podía ser otra del ruso, su Preludio en re mayor op. 23 nº4 donde sin el «encorsetamiento» orquestal sí pudo lucir esa musicalidad genética Juan Barahona, un intérprete de raza que crece con los años, siempre entregado y honesto ante las obras que amplían su ya extenso y exigente repertorio.

De la Sinfonía nº 8 en sol mayor, op. 88 de Dvořák no llevo la cuenta de las veces que ha sonado en este auditorio y a los atriles de la OSPA, siempre con buen sabor de boca en cada concierto, habiendo pasado por directores que dejaron huella con esta maravillosa página que siempre pone a prueba las formaciones sinfónicas y nuevamente la asturiana junto al alemán Gedschold han vuelto a deleitarnos con ella, perfecto complemento el checo tras el ruso (aunque hubiera estado bien alternar el orden para ir rompiendo los clichés de los programas) creciendo en los cuatro movimientos con un conductor de manos amplias, gestos claros y visión muy trabajada de dinámicas y tempi ideales para lucimiento de todas las secciones orquestales. Como en Rachmaninov la cuerda sonó dulce, equilibrada, presente incluso en los graves (aunque siempre hecho en falta algunos más), los metales en buen momento tímbrico y en coordinación perfecta, mas nuevamente la madera erigiéndose en «la niña bonita» de la orquesta en esta sinfonía donde tanto protagonismo tiene. Un Allegro con brio algo contenido, un Adagio para paladear y disfrutar de los planos sonoros con ese terciopelo de arcos jugando con escalas descendentes y Ziervogel marcando galones, un  Allegretto grazioso en crecimiento emotivo de aires vieneses, y el vibrante Allegro, ma non troppo chispeante, trompetas victoriosas, la melodía que siempre me recuerda «La Canción del Olvido«, vibrante, estallidos del metal cual fuegos artificiales, los aires turcos bien marcados, flauta virtuosa y un allegro entregado y bien entendido para otra «octava honesta» que disfrutamos todos, músicos y público. El esfuerzo merece la pena y estos conciertos son la mejor terapia en tiempos revueltos.

Toquemos madera para mantener la programación porque la necesitamos como el respirar (aunque sea con mascarilla).

Incertidumbres

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Mis abonos están congelados, muertos, esperando lo que no llega. Nos cogió a todos de improviso y comenzamos a ver desaparecer del calendario nuestros conciertos ya pagados, nuestros abonos fieles que son más que un sueldo toda una ilusión. Pensábamos que todo volvería a la normalidad, pero pasaban las semanas y caían las hojas del calendario como en un otoño fuera de temporada, recordando mi triste final de 2018 encerrado por obligación.
El viernes 13 de marzo saltaba la alarma, se cerraban espacios públicos y acudíamos al instituto sin alumnos, para una reunión atípica separados entre nosotros como apestados. Al menos esa semana pude disfrutar en familia, y ya con la gente asustada, de Noelia Rodiles, pero desaparecía el primer concierto esperado, nada menos que el violinista Michael Barenboim y la Orquesta de la RAI dirigidos por James Conlon el sábado 14 dentro de los Conciertos del Auditorio de Oviedo, con Mozart (obertura de La Clemenza di Tito y el Concierto nº 1 de violín) más la primera de Mahler. Ya no habrá más tema de conversación que el dichoso Coronavirus, después Covid-19 que parece más científico que llamarlo directamente «virus de mierda» o cinematográficamente «El virus del miedo».

La siguiente semana no depararía tampoco cambios y se quedaban, aún no sabemos si aplazados o cancelados, otros dos: el miércoles 18 con el cellista Pieter Wispelwey y la Orquesta del Siglo XVIII dirigidos por Gustavo Gimeno en un programa monográfico de Schumann, mientras el viernes 20 nos despedíamos del noveno de abono de la OSPA, «Lenguajes propios II», otro concierto esperado con dos invitados, el pianista macedonio Simon Trpčeski y el prometedor director Pablo Rus Broseta, con Shostakovich y el segundo Concierto para piano y orquesta más la segunda de Sibelius. Oportunidad perdida de seguir con la historia «Conociendo batutas con la OSPA».

Sumábamos otra semana en blanco y comenzábamos a escuchar música grabada (que al menos tengo para varias vidas) con cierto mono de escribir aunque comentando discos en vez de conciertos, y a conectarnos con muchas plataformas de conciertos en streaming que abrían sus plataformas a todo el público. La Primavera Barroca se marchitó nada más llegar y así el miércoles 25 nos quedamos sin The King´s Consort mientras el viernes 27 de marzo otro aplazado «sine die» de la OSPA, el décimo de abono «Orígenes», conferencia previa a las siete, y esta vez con protagonismo femenino, la ayudante de concertino Eva Meliskova que actuaba de solista y en el podio la colombiana Lina González Granados, con obras de BachStravinsky y Mendelssohn. El cansancio pesaba y ni escribir quería…

El arranque de abril volvía a ser tremendo a nivel general en España, todo parado, confinados con mucho miedo, devorando noticieros y «fake news«, mientras en lo musical se llevaba por delante en «La Viena española» de Oviedo tres actividades: primero la zarzuela Katiuska muy esperada esta temporada el jueves día 2, con Ainhoa Arteta de figura estelar (con una gala fuera de abono el día 24 de abril también cancelada) junto a Martín Nusspaumer y otras voces ya conocidas en el Campoamor; después el concierto extraordinario de Semana Santa con la OSPA el viernes 3, con la vuelta de Kynan Johns al podio junto al Coro de la FPA y un Beethoven de 250 aniversario con su Misa en Do mayor op. 86 sumando un buen plantel de solistas tras la Sinfonía Londres de Haydn.
De mis gustos omnívoros también nos quedamos sin Zenet en el Teatro Filarmónica programado para el sábado 28 de marzo repitiendo «la Guapería de Gijón«.
El domingo 5 ya comenzamos a leer «cancelado» en vez de «aplazado» por todo lo que supone rehacer agendas, y en esas deberíamos haber disfrutado dentro de «Los Conciertos del Auditorio» con los alemanes de Stuttgart, su coro de cámara y la capilla instrumental, Kammerchor Stuttgart / Hofkapelle Stuttgart dirigidos por Frieder Bernius que nos hubiesen deleitado con Mozart, primero el Requiem y después las Letanías, programa ideal para una Semana Santa que vendría con pasión y muerte sin resurrección.

Mientras tanto a seguir en casa trabajando «on line», adaptándonos a crear materiales en «la nube» para un alumnado al que llaman «nativos digitales» pero que no todos tienen ordenador en casa o menos aún conexión (y ya no hablemos de la Asturias rural), como mucho un móvil al que su saldo queda temblando, con familias donde hermanos y padres comparten lo que tienen. Atención individualizada nada parecida a la presencial (necesaria porque educar también es convivir y socializar), y no quiero ni contar cómo es la «Música» en ESO, por lo que las llamadas «vacaciones» solo las salvó mi buena costumbre de seguir con las dos pasiones de Bach (bendito YouTube©) y mi particular resurrección de Mahler desde Lucerna, sin olvidarme de Victoria.

Se detuvo abril, al menos Radio Clásica sigue como siempre, «Entre dos luces» omnívoros musicales y echando mucho de menos la música en vivo, nada comparable con las óperas y los conciertos en plataformas de pago que ahora se abren para posiblemente buscar ganancias cuando acabe este enclaustramiento, el directo irrepetible y sin ayudas tecnológicas ni micrófonos que equilibran lo que la sala o las voces no logran.

Otra semana horrible y cuatro conciertos menos: el Ensemble 1700 del miércoles 15 dentro de la Primavera Barroca, al día siguiente el esperado contratenor de moda Jakub Orlinsky con Il Pomo d’Oro (jueves 16), el undécimo de abono «Legados» de la OSPA el viernes 17 que nos hubiese devuelto a la gran directora Marzena Diakun en un programa verdaderamente jugoso, y el domingo 19 cuando nos traería a la violinista Isabel Faust con Les Siècles.y François-Xavier Roth a la batuta para un monográfico dedicado a Stravinsky.

Avanza abril y otra ausencia irreemplazable aunque esperando se «reprograme» como era la vuelta de Martha Argerich con la Sinfónica de Lucerna el jueves 23, más otro extraordinario fuera de abono de la OSPA con Mayte Martín y Joan Albert Amargós el viernes 24, uno de esos conciertos distintos, Tempo rubato para una versión personal y «quasi flamenca» de El Amor Brujo (Falla).

Despedíamos abril como comenzase, incluso sonó como nunca «Quién me ha robado el mes de abril» (mejor que un «Resistiré» que no resisto), más cancelaciones como la del violinista Ilya Gringolts con la Orquesta de la Radio Noruega dirigida por el peruano Miguel Harth-Bedoya el martes 28 dentro de los Conciertos del Auditorio o el duodécimo de abono, «Contrastes II» de la OSPA para abrir mayo en un extraño día del trabajo donde deberíamos haber escuchado a Juan Barahona en el piano con Jordi Bernácer en el podio (que sigue esperando un titular como agua de un mayo estrenado). Al menos el Ateneo Musical de Mieres estuvo currando desde el inicio de esta cuarentena siempre «Repartidos por casa» con varios grupos de cámara que prepararon un concierto virtual emitido el sábado 2 patrocinado por el Ayuntamiento de Mieres, siempre mimando la cultura y apostando por estos «tiempos modernos» donde un virus nos abofeteó y seguimos  grogui.

Mayo era un mes de lo más prometedor en mi agenda, florido y hermoso aunque marzea tras abril, con todo bien programado desde septiembre del año pasado pues así funcionamos los docentes y melómanos, apuntando cada evento para no perderse nada aunque la dura y cruda realidad nos lo quitó todo.

Sin las conferencias de La Castalia que había preparado su III Ciclo verdaderamente apetecible que arrancaría el martes 5 con mi querida amiga y compañera de facultad Mª Luz González Peña, una avilesina en el archivo de la SGAE para contarnos desde su trabajo las más de 10.000 zarzuelas que atesoran. Sin el Handel de L’Apotheose en la Primavera Barroca carbayona. Sin la ansiada María Moliner de Antoni Parera Fons a estrenar en la temporada de zarzuela del Campoamor con Victor Pablo Pérez en el foso al frente de la OFilMaría José Montiel en el rol protagonista de la famosa bibliotecaria y filóloga, junto a Amparo Navarro o Simón Orfila entre un elenco de voces excepcionales que Oviedo siempre espera con ilusión.
También sin el esperado decimotercero de abono con la OSPA dedicado a Telemann desconocido bajo la dirección de Carlos Mena con el poco conocido oratorio Der Tag des Gerichts, y unos solistas españoles encabezado por María Espada, Juan Antonio Sanabria, José Antonio López más nuevamente el Coro de la FPA, junto a una conferencia previa para el reciente viernes 8 de mayo. Huérfanos también del Homenaje a Lorca con el espectáculo «El Poeta y La Luna» que el Ateneo Musical de Mieres iba a repetir tras el éxito de diciembre 2018.

Llegamos a esta semana del 11 al 17 que completa dos meses enclaustrados y perdidos en casi todo. El martes 12 sería la segunda conferencia de La Castalia con ganas de escuchar al joven compositor Gabriel Ordás, hablándonos de su obra lírica, mientras este jueves 14 hubiera llegado otro de los soñados en Oviedo que se cancelará aunque figure como aplazado porque cuadrar fechas para estos artistas se hará imposible: nada menos que un monográfico Bartok con Sir Simon Rattle y la LSO dentro de los Conciertos del Auditorio que habían programado para esta temporada de mucha altura.
El proyecto LinkUp de la OSPA (este año de nuevo La Orquesta Canta) que con tanta ilusión preparamos desde casi todos los centros educativos asturianos a lo largo de este curso escolar (que no olvidaremos jamás) para hacer música todos juntos también se ha cancelado esta semana a pesar del esfuerzo de alumnado y profesorado así como de la propia OSPA y muchos de sus músicos que han intentado hacerla sonar desde casa, pero la experiencia que vivimos todos en la sala sinfónica tampoco podrán compensarla Internet ni las redes sociales. Parón emocional y también económico para la cantidad de autobuses que hubieran llenado los alrededores de la Plaza de La Gesta (o del Fresno, según toque al gobierno local de turno).
Es grande el refranero español, «Mal de muchos consuelo de tontos» al ver que seguimos huérfanos de música en todo el mundo y no ya en la desunida unión europea, de la que Ibermúsica está padeciendo y mucho, con Alfonso Aijón deleitándonos desde Instagram en una genial conversación con Pablo L. Rodríguez para «La Música Confinada» de Scherzo (mi revista habitual que por primera vez no mandó a casa las revistas de abril y mayo aunque las regaló a todos en PDF, siempre de agradecer), otro de los canales que me han ocupado «cuando la tarde languidece y renacen las sombras», vamos que no estaba teletrabajando aunque siempre esté pegado a una pantalla.

La semana próxima aparecían en mi agenda la chelista Alisa Weilerstein en la Primavera Barroca el martes 19, más el abono 14 de la OSPA, de nuevo celebrando a Beethoven el viernes 22, con Christoph König dirigiendo la séptima del genio de Boon así como a Schumann o el concierto de cello de Haydn con Kian Soltani de solista, manteniendo una estructura de concierto decimonónica para un siglo que busca no ya un director sino nuevos públicos. Menos mal que mi inversión en abonos no incluye el Festival de Danza porque entonces «mi ruina» ya hubiese sido total.

Y la Oviedo Filarmonía bajo la dirección de su titular Lucas Macías, nos debería traer el Requiem de Verdi (muchos difuntos para recordar) con el Coro de la FPA junto a un cuarteto solista de lo más operístico el domingo 24, pero tampoco me imagino yo el auditorio ovetense con un tercio de aforo (creo que los abonados ya ocuparíamos mucho más) o la orquesta y el coro separados cada uno de sus músicos dos metros además de rodearse de metacrilato (a precio de oro para la Fase 1) o actuando con mascarillas. Despropósitos de los expertos que crecen como setas en todos los terrenos al igual que los «periolistos» capaces de hablar sin saber… muchos interrogantes, dudas, mariposas en el estómago, insomnios muchas noches, confinamiento respetuoso, acatar las normas y así «ad infinitum«.

No hay nada claro en el horizonte, cada día aparecen decretos ministeriales, órdenes autonómicas, instrucciones incompletas, fases de desescalada (aumenta la jerga sin sentido) cual concurso televisivo sin pasarela, bulos permanentes, odios y enfrentamientos en redes o platós televisivos y estudios radiofónicos, insatisfacción y cabreo en toda la sociedad de a pie con unos políticos cada vez más alejados de la realidad. Se apela a la responsabilidad de todos y al sentido común (el menos común de los sentidos).

Mi agenda sigue llena de anulaciones, aplazamientos y cancelaciones… ya estoy cansado tras dos meses encerrado en casa escuchando discos, Spotify©, entrevistas de todo tipo o conciertos en los miles de canales que hay en Internet. Estoy cansado de leer libros nuevos o releídos (con más poesía que novela). Cansado de ver películas de todo tipo (aunque confieso debilidad por las musicales de todo tipo) y series en canales como Netflix, Movistar o Amazon en un caos visual de tanto trabajo delante del ordenador.
No me apetece ni quiero tanta pantalla, echo de menos «mi música» en vivo, los conciertos en Oviedo, Gijón, León, las escapadas a Bilbao, Málaga o Pamplona. La mal llamada «nueva normalidad», otro eufemismo horripilante en una sociedad cada vez más pobre y quebrada, no tendrá nada de normal y tendrá todo de nueva. Incertidumbre en todas partes, las necesidades vitales con la salud primero y el trabajo después, le pese a quien le pese (es decir a los de siempre), ayudar a quienes se han quedado sin nada, con demasiados muertos por el camino y hambre en pleno 2020.

Prioridades ideológicas antes que las diarias, las de gente corriente como nosotros, el fútbol sucedáneo del «pan y toros» porque mejor entretener a la masa aborregada mientras hacen caja en partidos planteados sin público (como los conciertos), los necesarios test para los que puedan pagarlos, la puerta cerrada a la cultura con todo lo que mueve y significa para miles de autónomos que ven derrumbarse su vida sin ingresos ni ayudas ni siquiera perspectiva de futuro en un presente muy negro y un futuro impensable por no decir terrible. La generación actual no quiero pensar qué le espera pero tampoco a la mía, con 61 años y casi 33 cotizados.

Palabrerío y apariciones televisivas que no aclaran nada a nadie, sembrando más odio, envidias, cabreos, cacerolas y aplausos en claro «diminuendo». Al menos la música me acompañará siempre, pero hay algo que tengo claro y escribí ya en Twitter cuando nos confinaban:

NADA VOLVERÁ A SER IGUAL

Todo y poco Beethoven

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Viernes 20 de diciembre, 20:30 horas. Málaga, Teatro Cervantes, Programa 06 Navidad: “Todo Beethoven”: Juan Barahona (piano), Beatriz Díaz (soprano), Anna Bonitatibus (mezzosoprano), Johannes Chum (Tenor), Werner Van Mechelen (Bajo), Coro de Ópera de Málaga (director: Salvador Vázquez), Orquesta Filarmónica de Málaga, Virginia Martínez (directora).

Comenzar las vacaciones malagueñas con un «Todo Beethoven» donde había tantos conocidos y no solo de la «tierrina» es todo un regalo anticipado, más con un programa doble comenzando con el probablemente menos escuchado de los cinco conciertos del genio de Bonn, el Concierto para piano y orquesta Nº 2 en Si bemol mayor, Op.19 con mi querido pianista Juan Barahona al que sigo casi desde sus inicios, con la orquesta local esta vez dirigida por la murciana Virginia Martínez, a quien vi dirigir a la OSPA en Oviedo varias veces, y este programa doble (jueves y viernes) al frente de esta formación malagueña que ha ganado enteros en los últimos años bajo la titularidad de Manuel Hernández-Silva.
De todas formas la interpretación de Juan Barahona estuvo muy por encima de la orquesta, casi luchando «contra ella», aunque siempre encajase cada final de las cadencias a la perfección, pero no lo arropado que cabría esperar. El Allegro con brio lo marcó desde el piano con unos músicos «a remolque» mientras Barahona desgranaba con limpieza y buena pulsación estos aires aún clásicos. Lograda la sonoridad del Adagio
Rondo
con momentos de emotividad a cargo del solista y arriesgado el Molto Allegro donde nuevamente quien mandó en el tempo fue el pianista «asturiano» con una concertación atenta que no tuvo la respuesta deseada por parte de los músicos malagueños.
El mal sabor de boca nos lo quitó con la propina de las «Flores solitarias» (Escenas del bosque) de Schumann, intimísimo y delicadeza suprema capaz de acallar unas toses que no descansaron en todo el concierto.

La segunda parte nada menos que con la gran joya sinfónica de Beethoven, la Sinfonía Nº 9 en Re menor, Op. 125 “Coral”incorporando en el último movimiento cuatro solistas y coro cantando la «Oda a la alegría» de Schiller, convertida en Himno EuropeoJosé Antonio Cantón dice de ella en las notas así programa que «… redime la música por su virtud más íntima, y la llena hacia el arte universal del futuro«. Toda una prueba de fuego para los intérpretes, cuatro movimientos de una inmensidad, intensidad y variedad que marcarán el resto de la historia musical ya que «después de la novena no es posible progreso alguno, puesto que sólo la puede seguir directamente la consumada obra de arte del porvenir«. Cuarteto solista de tres voces ya conocidas por quien suscribe: la asturiana Beatriz Díaz, volviendo al Cervantes, que este año está debutando con éxito Beethoven, la italiana Anna Bonitatibus a quien la Primavera Barroca nos trajo a Oviedo hace siete años con un Rossini único y posteriormente una Agrippina mejorable, y el austriaco Johannes Chum tras su convincente Mime en el Sigfrido del Campoamor hace dos años, uniéndose el bajo belga Werner Van Mechelen.
Con el Coro de Ópera de Málaga que dirige Salvador Vázquez, y todos situados en el escenario, comenzaba titubeante y dubitativo el Allegro ma non troppo, un poco maestoso. No hubo química ni empaque en la formación malagueña, faltó la majestuosidad, cada sección parecía «ir a lo suyo» desde una madera sin cohesión hasta la cuerda sin tensión. Por momentos parecía que se remontaría el vuelo pero fueron espejismos, sin el cemento necesario para asegurar una construcción majestuosa que permaneció inestable. El Scherzo. Molto vivace – Presto volvió a mostrar las carencias de unidad a las que el gesto claro pero algo contenido de la directora murciana tampoco ayudó. Nuevas desconexiones y falta de implicación para un movimiento que pide tensión, contrastes sutiles y no a brochazos, sin delinear los motivos, manchas más que dibujos musicales. Y el bellísimo Adagio molto e cantabile, se fue cayendo, muriendo a medida que avanzaban los compases, sin ese «cantable» que reza el aire del tercer movimiento y una madera poco ligada, huérfana por momentos, deslavazada, nada entregada, un individualismo que solo conduce a lo vacuo y la inexpresividad.

El esperado final arrancó con la orquesta bajo una batuta de Virginia Martínez algo más «templada» pero como dice el refrán, «poco duró la alegría en casa del pobre». Cierta rigidez en la murciana con gesto demasiado frío, izquierda ausente por momentos y escasa por no decir nula respuesta de la orquesta.
Los distintos tiempos que van surgiendo en el último movimiento (Presto – Allegro assai; Allegro molto assai (Alla marcia); Andante maestoso – Adagio ma non troppo, ma divoto – Allegro energico, sempre ben marcato – Allegro ma non tanto – Prestissmo) fueron sucediéndose sin pasión sinfónica, sin energía ni musicalidad solo salvada por el cuarteto solista, desde la primera intervención del bajo-barítono Van Mehelen algo «tocado» por alguna afección pero poniendo toda la carne en el asador, dicción perfecta, fraseo correcto y entrega, al igual que el tenor Chum, de suficiente volumen y buen empaste con su compañero.
La pareja femenina se decantó a favor de la soprano asturiana, sobrada de registro y color homogéneo que por momentos tapó a la mezzo italiana, sin perder nunca la musicalidad de su breve pero exigente intervención, tanto en los dúos como en el conjunto donde el brillo, frescura y tesitura de Beatriz Díaz sobrevoló cual flautín sobre una masa sonora que no pudo con ella.
Todo con una orquesta que nunca bajó las dinámicas y mantuvo la falta de balance entre sus secciones, con unos timbales demasiado presentes en relación al resto y no siempre «a tempo». Si las partes solistas son cortas pero exigentes, para el coro es una verdadera maratón que se solventó con fuerza excesiva ante el desequilibrio con la orquesta, uniéndose una falta de legado en la línea melódica optando por marcarlo como los instrumentos y dejando un silabeo entrecortado que nos impidió saborear este último movimiento. Hubo momentos rozando el peligro en las sopranos, manteniéndose en la cuerda floja, mientras los graves aguantaron el tipo. Dentro de la mediocridad al menos los cuatro solistas cumplieron por encima del resto.

Tras el discurso político del alcalde Francisco de la Torre, melómano reconocido que volvió a prometer un auditorio para Málaga (espero verlo algún día), todos volvieron a escena para cantar con el público Noche de Paz, cuya partitura se incluía en el programa, aunque solamente se hiciese dos veces la primera estrofa). Casi las once de la noche para un concierto esperado donde mis conocidos no defraudaron ante la falta de química entre la orquesta y el resto.

Santander espera

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Jueves 7 de junio, 20:00 horas. Salón de Actos, Casa de la Música, Mieres: Juan Barahona (piano). Obras de Mozart, Beethoven, Ravel, Albéniz y Liszt.
Mi más enorme gratitud hacia Juan Andrés Barahona Yépez (París,1989), musicalmente Juan Barahona por volver a acordarse de Mieres y brindarnos un concierto cercano, duro, entregado, casi familiar y todo un privilegio poder seguir su evolución imparable, preparando el camino que le llevará por segunda vez al Concurso Internacional de Piano de Santander «Paloma O’Shea» en su decimonovena edición, siendo uno de los 20 finalistas mundiales, todo un premio estar de nuevo entre lo mejor de los jóvenes intérpretes sin dejar de trabajar, estudiar, dar conciertos, en una carrera internacional que no tiene más límites que los que quiera ponerse, y de momento no lo parece.

En esta parada mierense del músico «ovetense» sus alforjas venían llenas de un mundo pianístico variado en estilos, todos bellos y exigentes, demostrando la versatilidad y respeto por todos ellos aunque los gustos personales, del intérprete pero también del público, nos hagan sentirnos más identificados. Cada uno representa un microcosmos, un universo que debe explorarse, y cada vez distinto aunque se afronte periódicamente, pues el directo siempre es único e irrepetible. Los recitales previos a los concursos me recuerdan las pretemporadas deportivas con encuentros amistosos en distintos terrenos de juego, por comparar campos y pianos distintos, pues solo unos pocos genios se permiten viajar con su propio piano caso de Zimerman, diseñarlo como Barenboim o exigir un modelo concreto para traerse incluso afinador propio. La mayoría de pianistas se encuentran instrumentos de todo tipo y solamente la profesionalidad les hace sacar de cada uno lo mejor independientemente del estado en el que se encuentre, algo que Juan consigue siempre.

Quería hacer ese comentario previo porque el piano de un conservatorio pequeño como el nuestro, no suele ser el mejor de los instrumentos para un concertista aunque esté bien ajustado y afinado, lo mínimo para sacar todo el partido a las obras elegidas. El de Mieres aguantó el chaparrón hasta la tormenta final, incluso soportó excelentemente la propina, porque Barahona esculpe los sonidos y busca ese lenguaje específico de cada compositor. La Sonata nº 9 en re mayor, KV 311 de Mozart requiere limpieza y velocidad, pedales en su sitio, fraseos, ataques, discursos diferenciados y todo lo exigido para unas obras de engañosa facilidad porque esconden mucha más música de la que aparenta. La firma del genio se percibe en los tres movimientos de «receta clásica», incluso podemos imaginarnos su música camerística y hasta la ópera, melodías cantabiles con orquesta reducido todo a las 88 teclas sin perder nada de sentido. Así entendió Juan Barahona esta sonata de 1777 donde el llamado estilo clásico tiene la marca mozartiana como ejemplo perfecto.
Avanzando un paso adelante en el tiempo del piano será Beethoven el elegido, la misma forma sonata como un mismo paisaje pero con visiones distintas, la Sonata nº 27 en mi menor, op. 90 en dos movimientos, romanticismo, fuerza interior llena de claroscuros que deben aflorar, indicaciones en alemán que más que aclarar el aire o tempo parecen exigir mayor introspección y dudas para encontrar el punto justo, «con vitalidad y completo sentimiento y expresividad» para el primero liviano contrastado con el «no demasiado rápido y cantable» del segundo perfectamente traducido en la interpretación de Barahona, llena de colorido, sutileza y musicalidad sin tópicos para el de Bonn entendido como la normal evolución tras el genio de Salzburgo conviviendo en la Viena capital mundial de la música.
No podía faltar en este viaje por el universo multicolor desde el blanco y negro pianístico la parada en el impresionismo francés, nada menos que tres obras de Ravel que también rinden tributo a otros músicos sin perder estilo propio y romper sin extremismos. A la manera de Borodin, A la manera de Chabrier vals parisino, y la bellísima Pavana para una infanta difunta, recuerdos rusos, franceses y realeza española pintados por el pianista Ravel y felizmente recreados por Barahona que se desenvuelve en esta música como pez en el agua transmitiendo plenitud, bienestar y felicidad ante unas partituras de las que traduce como pocos ese ambiente y «maneras» compuestas por un gran orquestador del que el piano más que herramienta es maqueta previa.

Una parada necesaria antes de la segunda parte para tomar aire, refrescarse y sin perder la magia sonora francesa, la visión andaluza de un catalán con el Mediterráneo unificando lo etéreo, Almería de Albéniz perteneciente al segundo cuaderno de Iberia, el mayor monumento pianístico al que muchos intérpretes han dedicado toda su vida, otros dejándolo para una madurez que parece no llegar nunca, y los jóvenes acercándose poco a poco en un itinerario que exige más vida que técnica aunque ésta sea imprescindible. Barahona nos deleitó recreando el sonido francés que Albéniz se trajo de los vecinos del norte para traspasarlo a la piel de toro ibérico, siendo Almería una de las perlas que más me siguen gustando por la hondura definida con líneas bien delimitadas y precisas que presagian más etapas de un viaje interior por el que todo solista debe transitar aunque el viaje pueda resultar más duro que la satisfacción de prepararlo.
Y si hablamos de dureza, sacrificio, virtuosismo, nadie mejor que Liszt y Après une lectura de Dante: Fantasia quasi Sonata cuya fama de intérprete viajaba con su música, inalcanzable y enrevesada, tortura para aflorar entre tantas notas las precisas en dinámicas imposibles sin dejarse ninguna, «Años de peregrinaje» para esta fantasía donde la imaginación e inspiración literaria daría para filosofar con la música del húngaro que llenaba teatros y enamoraba. Juan Barahona cerca de la frontera mágica de los 30 años tiene descaro para tocar y madurez para interpretar, por lo que su Liszt brilló con luz propia en toda la gama cromática, enérgica, lírica y estilística tras este viaje pianístico que terminará pronto en Santander para seguir demostrando el excelente momento por el que está pasando.

La impresionante propina tras un recital pleno de «cantabiles» uniría a Liszt con Verdi del que el virtuoso tomaría el cuarteto «Bella figlia…» de Rigoletto para su Paráfrasis sobre Rigoletto S 434, paráfrasis
como «explicación con palabras propias del contenido de un texto para aclarar y facilitar la asimilación de la información contenida», en este caso propia música a partir de la ópera desde un piano casi imposible que rehace y engrandece al reducir, género que estuvo de moda en muchos virtuosos popularizando músicas de otros, y Barahona generoso tras el esfuerzo de todo el recital, sumando otro trabajo impecable merecedor de lo mejor.

Gracias Maestro y «MUCHO CUCHO©» para Santander
(quienes me conocen no necesitan traducirlo).

Tenso, denso e intenso

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Viernes 21 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Orígenes III / Rusia Esencial II», Abono 10 OSPA, Juan Barahona (piano), David Lockington (director). Obras de Lockington, Prokofiev y Beethoven.
Tarde de reencuentros en el décimo de abono, el maestro Lockington (1956) que también debutaba como compositor, más el pianista «de casa» Juan Barahona en un programa que he querido titular ya en la propia entrada: tenso, denso e intenso por las obras escuchadas.

Ceremonial Fantasy Fanfare (2009) del propio David Lockington la presenta el maestro en OSPATV (que siempre nos prepara para el concierto desde ese canal en las redes a la medida de todos) y resultó ideal para abrir boca y oídos, preparación anímica y técnica con una orquesta exhuberante en los metales, aterciopelada en la madera, tensa en la cuerda y atenta en la percusión. Brevedad también en intensidades y una instrumentación buscando contrastes tímbricos muy del gusto norteamericano, «fanfarria» en el buen sentido que resume parte del equipaje que el británico ha ido llenando tras tantos años en los Estados Unidos, conocedor de los gustos de un público peculiar y mucho más que un apunte sinfónico de este músico integral con el que la OSPA siempre ha dado lo mejor de ella y volvieron a demostrarlo.

Ver crecer humana y artísticamente a Juan Andrés Barahona (1989) es uno de los placeres que te dan los años, disfrutar con este joven que vive por y para la música, genética con trabajo apasionado, siempre buscando retos y afrontando repertorios poco trillados pero muy exigentes. El Concierto para piano nº 2 en sol menor, op. 16 (1912-1913) de Sergei Prokofiev es un claro ejemplo, con una escritura rica en timbres donde el piano se suma al color ruso cuando no resulta protagonista absoluto. Densidad sonora, intensidades extremas, búsqueda de texturas, juegos rítmicos en un solista que se encuentra a gusto con este compositor muy especial en sus composiciones, no olvida la tradición y evoluciona con acento propio a lenguajes rompedores que prepararán una revolución en estos albores del siglo XX en todos los terrenos. Cuatro movimientos llenos de recovecos exigentes para solista y orquesta que requieren una concertación perfecta, algo que Lockington hace desde la aparente sencillez y el perfecto entendimiento con todos. Impresionante la búsqueda del color y el control total de las dinámicas, balance de secciones desde una mano izquierda atenta y la batuta precisa. Así de arropado pudo disfrutar Barahona de una interpretación preciosista en sonoridades, tenso en fuerza, denso en la expresión e intenso en entrega desde el Andantino inicial hasta el Finale: Allegro tempestoso, vibrante protagonismo y omnipresencia compartida en sonidos, contundente delicadeza desde una entrega total por parte de todos.

Sangre musical de ambos lados del Atlántico nada mejor que Alberto Ginastera y dos propinas de las Tres danzas Argentinas op. 2, primero la «Danza de la Moza Donosa», milonga de concierto en una delicada versión de filigrana y ritmo meloso acariciada más que bailada por los pies que barren más que arrastrarse en el baile, después la furia, el contraste vital, la explosión del guapango con las boleadoras de la «Danza del Gaucho Matrero», potencia y buen gusto aunados en el nacionalismo argentino como complemento al ruso de Prokofiev, dos mundos reunidos por un Barahona maduro que seguirá dándonos muchas alegrías.

En las temporadas orquestales no puede faltar una sinfonía de Beethoven, y a ser posible «La cuarta» que no es frecuente programarla en parte por estar «engullida» entre dos inmensidades. Pero la Sinfonía nº 4 en si bemol mayor, op. 60 (1806) podríamos disfrutarla más a menudo, clásica por herencia, rompedora por el Scherzo, sello propio que ya destila desde la oscuridad del Adagio inicial antes de atacar el Allegro vivace, y sobre todo verdadera prueba de fuego para los músicos. Lockington apostó por la intensidad y los tiempos contrastados sabedor que la OSPA responde, dejándola escucharse bajando los brazos, marcando lo justo y necesario, matices subyugantes y silencios saboreados. Cierto que no hubo toda la limpieza deseada en las cuerdas graves para ese final vertiginoso o que por momentos faltó algo de precisión entre las secciones para encajar milimétricamente las caídas, pero la interpretación alcanzó momentos de belleza únicos, especialmente en el clarinete que evocaba al mejor Mozart, pero sobre todo la sensación de homogeneidad en un color orquestal muy bien trabajado. Me quedo con el Scherzo – Allegro vivace por lo que supuso de feliz entendimiento entre Lockington y la OSPA, siempre un placer estos reencuentros desde esta «cuarta» no tan escuchada como deberíamos ni por el público ideal que este viernes no acudió como quisiéramos al Auditorio.

Explorando pasiones

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Jueves 13 de octubre, 19:45 horas. Sociedad  Filarmónica de Oviedo, Teatro Filarmónica, concierto inauguración de la Temporada 2016-17, concierto 12 del año y 1.944 de la Sociedad en su año 110. Juan Barahona (piano). Obras de Bach, Schumann, Albéniz y Prokofiev.
Es un placer comprobar el crecimiento de los artistas desde sus inicios, ver la progresión basada en el duro trabajo y la búsqueda de la perfección pero también de un lenguaje propio que puede llevar toda una vida. Juan Barahona es músico de nacimiento y luchador incansable que ha decidido tomar el camino difícil. El programa que trajo en su vuelta a la centenaria sociedad carbayona era exigente, algo habitual siempre, con retos por tratarse de cuatro compositores y épocas tan distintas en su enfoque como en su interpretación, ordenados cronológicamente.

Abrir concierto con J. S. Bach y su Concierto Italiano en Fa Mayor BWV 971 es comenzar en lo alto, máxime cuando al pianista le «fusilaron» los periodistas gráficos con flashes pareciendo olvidar lo importante que es la concentración para los músicos, y teniendo que pedir por favor no continuaran en esa línea nada más finalizar el Primer Movimiento (sin indicación de tempo) que fue mucho más que un calentamiento de dedos. Ya retomado el hálito perdido el Andante le sirvió para reencontrarse con el intimismo cálido del kantor, limpio y claro en fraseos y sonido con ese toque romántico al que lleva esa pasión contenida, sonido de clave en el piano con cada nota exacta, esculpida y cantabile, totalmente contrapuesta al Presto brillante, virtuoso por vertiginoso y con todo el empuje vital de una juventud madura basada en el estudio del sonido. Impecable el respeto a la partitura desde un piano de hoy en día y confirmación de muchos calificativos que ya hice en su tiempo como «pintor y escultor de sonidos».

Las «Escenas del bosque» (Waldszenen Op. 82) de Schumann son nueve cuadros románticos donde la búsqueda de un sonido propio se hace más clara, con una técnica asombrosa llena de ricos matices, un pedal siempre en su sitio y unos climas bellos además de diferenciados, paisajes que exploran las cuatro estaciones árbol por árbol hasta completar un bosque global en intención con el mínimo apoyo de una partitura recostada en el arpa para no olvidarse ningún color. Tras la Entritt casi marcial, «El cazador al acecho» (Jäger auf der Lauer) límpido y vibrante, ágil además de claro antes de las «Flores solitarias» (Einsame Blumen) delicadas, cantarinas antes de las sombras de un «Lugar embrujado» (Verrufene Stelle) sacando graves inquietantes cual ocres otoñales con rayos de sol que no calientan pero dan brillos, antes de encontrar un claro de «Paisaje amigable» (Freundliche), buen tempo sin perder el paso ni el aire y descansar en el plácido «Albergue» (Herbergue), melódicas manos que alternan protagonismo sin perder presencia. Después vendrían «El pájaro profeta» (Vogel as Prophet), tintas impresionistas, perlas y silencios, ligados de un trazo ejecutado cual acuarela por la inmediatez y frescura, la triunfal «Canción de caza» (Jaglied), martilleando el paso cual orquesta en blanco y negro con toques de trompa y la alegría de un buen día antes de la «Despedida» (Abschlied) cual canción sin palabras, nocturno elegíaco, claroscuros ligados a sonidos envolventes para un Schumann con el que Juan Barahona se siente cómodo y entregado.

Avanzando en el tiempo y también en la exploración desde el trabajo, si Schumann parece tener en Bach el referente, sus «apuntes impresionistas» nos llevarán a nuestro Albéniz con una página digna de estar en Iberia como es La Vega (h. 1887), del acento alemán al francés de un español universal como la idea de una Suite «Alhambra», toda la dificultad técnica y expresiva en apenas un cuarto de hora capaz de desatar pasiones diversas, ataques con fuerzas extremas y contornos difuminados, la masa sonora cual paleta que se fundirá en nuestro oído desde esa forma tan peculiar de Barahona por esculpir cada nota. Unamos al trabajo diario el tiempo que siempre da reposo y madurez en la visión de esta partitura para volver a asombrarnos.

Y el salto a la Rusia de S. Prokofiev parecía culminar este viaje idiomático explorando el mapa pianístico que Juan Barahona sigue trazando, nuevos acentos para una endiablada Sonata nº 6 en La Mayor Op. 82, arrebatadora y tormentosa, aterrradoramente voluptuosa y rítmica, cuatro movimientos que pasan por todos los estados de ánimo, tumultuosa interior y exteriormente. El Allegro moderato tiene el sello inconfundible del ruso, salto del impresionismo a los coqueteos atonales disfrazados de melodías que deben salir a flote cual cubismo en el piano, ritmos de ballets sinfónicos reducidos a la geometría colorista; el Allegretto buscando graves limpios sobre los que danzar sin perder el equilibrio; el Tempo di Valzer Lentissimo un oscuro objeto de deseo con profundidades cinematográficas donde el aire se corta antes del espectacular Vivace, virtuosismo en todo el teclado, pulsión desaforada, guiños de sarcasmo y dibujos sueltos de trazo, bocetos sinfónicos desde la soledad angustiosa que estalla en fuegos fatuos convertidos en artificio por un Barahona dominador y enamorado de esta satánica sonata, trabajando un acento ruso que tiene interiorizado.

Había que cruzar el charco desde Europa hasta la Argentina cosmopolita de Ginastera y disfrutar la Danza de la Moza Donosa (segunda de las «Tres Danzas Argentinas»), herencias y fusión con el folklore, mestizaje bien entendido por un Juan Barahona más íntimo y recuperado del demonio ruso. Toda una tarde llena de búsquedas sonoras y pasiones por explorar, calentando motores rusos para volver con la OSPA en abril y de nuevo Prokofiev, esta vez el segundo de piano.

Pintando y esculpiendo sonidos

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Sábado 9 de abril, 20:30 horas. Fundación Museo Evaristo Valle, Somió (Gijón). Recital de piano: Juan Barahona. Obras de Mozart, Schumann, Albéniz y Ginastera. Entrada: 10 €.

Volvía a esta maravilla de museo gijonés y a esa joya de Steinway© el pianista Juan Andrés Barahona Yepez (París, 1989), en una breve parada dentro de su actual formación londinense y tras su paso por el último Concurso Internacional de Piano de Santander o los recitales en la capital británica, y con un programa que continúa confirmándolo no ya como una promesa sino auténtica realidad interpretativa. Cada concierto suyo al que acudo es un paso de gigante, afrontando repertorios de enorme dificultad con los que no se arredra y aportando continuamente una musicalidad innata pero también heredada, aunque fruto de un enorme trabajo desde la pulcritud de su técnica, un sonido poderoso y un respeto hacia la partitura hasta el mínimo detalle, disfrutando en la distancia corta de lo riguroso que es con las duraciones, fraseos, pedales y sobre todo entrega en cada obra, sacándoles la esencia de su estilo y mostrándose igual de cómodo en todos los repertorios.
Si en este mismo museo y preparando el afamado concurso vecino le citaba como «escultor del piano«, este sábado primaveral lo reafirmaba como pianista total, pintor y escultor con cuatro autores genuinamente únicos y cuyo sello personal hace suyos nuestro intérprete ovetense al que «nacieron en París«.

La Sonata para piano en re mayor, KV. 311 de Mozart tiene en sus tres movimientos todo el universo del genio: un Allegro con spirito que retrata la necesaria limpieza con la que debe sonar el tema y la tensión por mantener claro y preciso el desarrollo con un empuje infatigable; el Andante con espressione es uno de los movimientos tranquilos tan mozartianos donde el lirismo y expresión flotan en cada nota, algo que Juan Barahona tiene asumido desde sus inicios, deleitándonos con un fraseo íntimo y cercano; finalmente el Rondó (Allegro) parece recordarnos el de los conciertos de piano por el impacto sonoro donde se dibuja el piano emergiendo de un lienzo ya preparado, incluyendo una cadenza meticulosa que nos hace esperar la entrada de una inexistente orquesta, sólo en la mente del prodigio salzburgués. Sonata limpia de trazo rápido para pintar un fresco impoluto de temática clásica.
Observando los cuadros las Escenas del Bosque (Waldszenen) op. 82 de R. Schumann ponían la banda sonora a un documento en primera persona, nueve imágenes claramente diferenciadas en ánimo y expresión con temática asturiana por la cercanía ambiental. Imposible detallar cada una e impresionante despliegue descriptivo desde el piano, desde la «Entrada» (Entritt) que nos pone en situación, la intriga de claroscuros en «El cazador al acecho» (Jäger auf der Lauer), las casi impresionistas «Flores solitarias» (Einsame Blumen) o la cinegénita canción Jaglied donde el romanticismo puro de cámara saca del piano unas trompas alegres. La «Despedida» (Abschied) nos devolvió a la tranquilidad del museo tras viajar por una masa verde rota por manchas de color en unos paisajes con figuras dignos de los mejores lienzos.

La segunda parte presentada por el propio Juan tenía cierto trasfondo de homenajes y aniversarios, el de la muerte de Enrique Granados (1867-1916), quien completó en 1910 los póstumos e inacabados -solo 51 compases- Azulejos de Isaac Albéniz (1860-1909), y el nacimiento del argentino Alberto Ginastera (1916-1983) que cerraría recital.
De la amplia producción del músico de Campodrón, será la suite Iberia la obra de referencia para todo pianista, y las dos obras elegidas son en cierto modo preparación y conclusión de la misma, todo el lenguaje propio del catalán universal volcado en el piano. La Vega (h. 1887) podría figurar sin problemas como un número más, pero mantenerla independiente (la primera de una llamada Suite «La Alhambra») ayuda a comprender mejor la magnitud de los cuatro cuadernos de Iberia. Con toda la dificultad técnica y expresiva, Juan Barahona tradujo cada momento esculpiendo sonidos y difuminando contornos, dominando la masa sonora con un empleo de los pedales impoluto, unos ataques diferenciados desde la fuerza característica de dinámicas extremas que enriquecen aún más todo el universo de Albéniz. Y los Azulejos (1909) que son la reflexión póstuma a sus cantos españoles y su pasión ibérica desde el piano desde un mayor intimismo (recomiendo la lectura de Manuel Martínez Burgos en la revista del RCSMM). Ideal contraponer ambas páginas como obras acabadas, y no bocetos, miniaturas comparadas con sus compañeras de viaje pero tratadas magistralmente y dignas de exponerse independientes con el recuerdo de las demás en nuestra memoria auditiva. Si realmente no podemos encasillar a Barahona como intérprete de un autor, época o estilo, está claro que Albéniz le abrirá muchas puertas internacionales porque técnica para afrontarlo tiene y madurez solo la dan los años puesto que el trabajo no le asusta ni le detiene.

Las Tres Danzas Argentinas, op. 2 (Ginastera) confirmaron las impresiones anteriores, cómodo en cualquier repertorio, dotado de una fuerza no ya juvenil y lógica sino interior para comunicar desde el piano, los ritmos hermanos fueron el motor abstracto sobre el que plasmar un lenguaje orquestal en el «reducido al blanco y negro» del piano. Las extremas y vigorosas Danza del Viejo Boyero y Danza del Gaucho Matrero, ésta sobremanera por lo vertiginosa y virtuosística, flanquearon la cálida y milonguera Danza de la Moza Donosa, el lirismo que me recuerda La Rosa y el Sauce de su compatriota Guastavino sin palabras contrapuesto al Malambo desde las ochenta y ocho teclas, todo con el inconfundible «sello Ginastera» y la entrega del artista Juan Barahona, pintor y escultor de sonidos, dominador del color y moldeador de formas emocionales en un museo único.

Juan Barahona, escultor del piano

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Los pianistas, como los organistas, y a diferencia de otros instrumentistas, salvo casos muy excepcionales que incluso viajan con él o exigen un modelo y marca concreta, nunca pueden enfrentarse ni tocar el mismo instrumento, no hay dos iguales y cada uno resulta un complejo de sonoridades, teclados de distintas sensibilidades, pedales mejor o peor ajustados y todo un mundo incontrolable por parte del músico, así como la propia acústica de cada sala, lo que sumado a un mismo programa que no será nunca el mismo desde la propia interpretación siempre subjetiva (como del público) y propia del músico, nos da toda una amplísima opción y gama. Casi podría decir que el pianista debe domar cada piano tras dominarlo con un trabajo que nunca se acaba.

Mi admirado Juan Andrés Barahona Yépez (París, 1989) lleva desde los seis años dedicado en cuerpo y alma a una carrera de sacrificios solo «soportada» por un amor por el piano y el apoyo pleno de la familia, toda una vida pese a su juventud que no ha hecho sino continuar creciendo. Sus distintos maestros le han educado muy bien pero la materia prima estaba ahí, y en este 2015 parece haber llegado una oportunidad al alcance de muy pocos como es llegar al XVIII Concurso Internacional de Piano de Santander «Paloma O’Shea» y superar la primera selección de entre más de 200 pianistas llegados de todo el mundo. Lo difícil, estar entre los 20 finalistas, ya es todo un premio, aunque los obstáculos siguen y todavía le queda un mes de julio de auténtico infarto. El estudio diario, el esfuerzo titánico de abordar repertorios, el obligarse a tocar en público, grabarse y corregirse desde una autocrítica y autoexigencia impresionantes… pude volver a disfrutar de dos conciertos parecidos y siempre distintos en Gijón y Mieres, con el grueso del programa idéntico en ambos, aquí los dejo escaneados, y añadiendo algunas diferencias. El común denominador sería la fuerza, tanto física como psíquica unida a una sensibilidad desbordante que se traduce en mimar cada detalle, cada sonido, cada silencio, la importancia de la nota anterior, la del momento y la siguiente, incluso el protagonismo de una sola dentro de un acorde, por lo que dudaba adjetivar el trabajo de Barahona entre dom(in)ador de piano o escultor, optando por esta a tenor de lo que intentaré contar con palabras, siempre difícil tras escucharle en vivo.

Sábado 6 de junio, 20:30 horas. Museo Evaristo Valle, Gijón. Obras de Mozart, Albéniz, Ravel, Kurtág y Brahms. Entrada: 10 €.

Martes 9 de junio, 20:00 horas. Salón de Actos, Casa de la Música, Mieres. Obras de Brahms, Ravel, Kurtág y Beethoven.

Sólo con ver las obras seleccionadas podemos hacernos una idea de la dificultad y exigencia física, una auténtica «paliza» la que Juan Barahona se dio en ambos conciertos. Acabar en Gijón y empezar en Mieres con la Sonata para piano nº 2 op. 2 en fa sostenido menor de Brahms no está al alcance de muchos pianistas. Cada uno de los movimientos requieren del intérprete un trabajo técnico en busca de la expresividad extrema en cada compás, frase, movimientos diseñados incluso independientes para intentar alcanzar la globalidad de esa forma sonata que el hamburgués eleva al infinito.

Juan Barahona ahonda con auténtica madurez y experiencia vital esta maravilla de partitura buscando cada detalle desde un trabajo meticuloso, de precisión casi relojera, mejor aún de joyero para pulir todo, un manejo de los pedales asombroso, unos ataques siempre diferenciados, los fraseos personalísimos ajustados al estilo del llamado postromanticismo desde una honestidad digna de admiración. Si acabar con esta sonata es para la extenuación, empezar parece derrochar toda la fuerza en el primer asalto, pero no ya la juventud sino ese trabajo sin descanso prepara para esto y mucho más.

Un universo distinto es Ravel, para mostrar y demostrar la riqueza del piano cuando se domina y una belleza en aquel nuevo lenguaje que ahora sigue siendo actual, escondiendo la escritura sinfónica en el mundo pianístico, la paleta orquestal frente a la inmensidad de grises. De los seis números que conforman «Le Tombeau de Couperin» la elección de dos tan contrastados como el cuarto Rigaudon y sexto Toccata resultaron un torbellino de sensaciones, la fuerza delicada, el dramatismo, los contrastes que consiguen colorear lo aparentemente monócromo, de nuevo esculpiendo cual Miguel Ángel o Rodin desde una auténtica roca alcanzando calidades de seda marmórea, impresionantes al oído que hace de ojos ante esta maravilla pianística, un cuarto de vértigo lleno de humor fino frente a un sexto martilleante y cristalino. No importa la calidad pétrea, en este caso el «Steinway» del museo o el «Yamaha» del conservatorio, cada material nos dio el acabado propio, difícil elección de la obra de arte final, rotundidad gijonesa y brillo mierense.

La Sonata para piano en do mayor, KV. 330 de Mozart fue el calentamiento del sábado, claridad expositiva, tres tiempos dibujados al detalle, energías en los extremos y el lirismo del Andante Cantabile central, como preparando el material siguiente del Albéniz casi raveliano en Almería del segundo cuaderno de «Iberia«, partitura que Barahona cantó y contó en grande, con poso e incluso «pellizco» que dicen los puristas del flamenco, la grandeza de lo popular llevado a las salas de concierto y defendiendo con fruición una pequeña parte de nuestra piel de toro, convencido que cuando afronte la totalidad de esa biblia pianística que es la Suite Iberia de Albéniz sorprenderá a más de uno. Ubicarlo antes de Ravel fue todo un acierto en Gijón, y en ambos casos el descanso tras el francés era obligado.

En la búsqueda de estilo propio se necesita poder tocar lo máximo y más variado de un repertorio inabarcable para el piano, algo donde los maestros tienen mucha influencia aunque el alumno aventajado, y Juan Barahona siempre lo ha sido, son quienes dicen la última palabra al sentirlos y poder hacerlos suyos. El rumano «casi húngaro» Giórgy Kurtág (1926) es uno de los compositores más interesantes del pasado siglo y un buscador de sonoridades al piano donde sus «Jatékok» (Juegos), de los que ya lleva ocho volúmenes desde que comenzase con ellos en 1973, casi como herramientas didácticas, un mínimo ejemplo y obra ideal para un pianista como el asturiano de adopción que investiga continuamente en ello, eligiendo dos de ellos por lo que pese a la brevedad, Stop and Go hace un derroche tímbrico incluyendo el propio silencio, tan distinto según mantengas o no el pedal, dependiendo del ataque y levantamiento de cada tecla, incluso el toque justo del pie para jugar con los armónicos que sigan manteniéndose el tiempo necesario, todos los recursos llevados también al Hommage a Schubert donde sutilmente se homenajea al instrumento e intérprete vienés que tanto trabajó y admiró a sus contemporáneos, en Gijón perfecto antes de Brahms y en Mieres preparación incluso del instrumento antes de enfrentarse al siempre complicado Beethoven. Debemos saber que pese a la originalidad del lenguaje de Kurtág, su conocimiento y admiración de toda la música anterior desde Machaut hasta Bach o el propio Beethoven, le llevan a su concepción personal. Si se me permite la comparación, hay que conocer todo el proceso de un artista, por ejemplo pintor, antes de saborear las obras últimas, pensando en nuestro Joan Miró.

Porque si comentaba la barbaridad que supone afrontar estas obras en un concierto, el esfuerzo y exigencia del intérprete me deja sin calificativos, eligiendo la Sonata nº 29 op. 106 en si bemol mayor «Hammerklavier», un auténtico martillo para sacar del más duro mármol una escultura humana donde no hay nada de frío ni inmaterial, casi un pensador por no llegar al David. Frente al micromundo húngaro la inmensidad del genio de Bonn hecha sonata, la más personal y exigente para intérpretes y públicos, cuatro movimientos con vida propia muy profunda, madurez vital llevada al lenguaje extremo de las ochenta y ocho teclas, repaso a la historia desde la novedad, aires de fuga que alzan el vuelo del sentimiento en una carrera desenfrenada que necesita momentos de ternura, el universo de Beethoven que Juan Barahona desgranó nota a nota, transitando con paso seguro y golpes certeros, modelando cada aire, impresionándome el Adagio Sostenuto por la solemnidad, gusto sin prisa, fraseo sonoro y especialmente (será por la cercanía aún en la memoria auditiva) el Largo – Allegro Risoluto, el trabajo ante una mole a la que rebajando con el cuidado de no romper la obra que «esconde» aplicó el cincel del mimo y la fuerza necesaria para alcanzar el cénit.

Extenuación total que en Gijón todavía llevó a lo impensable con el regalo de la paráfrasis de Rigoletto que compusiese el genial y virtuoso Liszt, derroche de facultades físicas y mentales tras un «pedazo de programa» que no solo le mantiene en una forma impresionante de cara a Santander sino que le pone muy alto en el panorama de los pianistas augurándole muchos éxitos. Se ganó una cena para reponer y supongo que una buena sesión de Spa para la necesaria relajación que el trabajo de Titán tuvo en estos dos conciertos. Lo malo es que no hay descanso para los músicos, al menos disfruta con su trabajo y lo comparte con el público. Gracias Juan.

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