74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 6). Danza.
Martes 24 de junio, 22:30 horas. Teatro del Generalife. Manuel Liñán & Compañía: Muerta de amor. Dirección y coreografía: Manuel Liñán. Artista Invitada: Mara Rey. Fotos propias y ©Fermín Rodríguez.
Sexta noche de Festival y volvía al Generalife para disfrutar de un espectáculo completo que podría haberlo llamado «obra de arte total» porque Manuel Liñán (1980) y su compañía lograron subir sobre las tablas del teatro tal aire libre -con una temperatura ideal- una fusión de baile y cante flamenco, danza clásica, bailarines cantaores (o a la inversa), puesta en escena impecable, vestuario negro bellísimo, proyectando sombras con unas luces por momentos cual caverna de Platón en rojo, con un decorado y utillería sencilla (no faltaron en momentos puntuales la silla ni las pelucas rubias movidas como hace Melody) pero efectista, que darían un juego increíble, más unos «pedazo de músicos» en directo que por momentos también formaron parte de la coreografía, todo bien amplificado hasta alcanzar unas cotas de calidad capaces de llegar tanto a los eclécticos, entre los que me encuentro, como a los flamencos más puristas y los turistas que no suelen fallar cuando escuchan la palabra, aunque esta vez no fuese el Sacromonte.
En la web del Festival se presentaba este espectáculo con las siguientes palabras:
Baile flamenco y copla
«La nueva creación del coreógrafo y bailarín granadino Manuel Liñán, Premio Nacional de Danza 2017, fusiona la tradición de la copla con elementos innovadores y nos presenta una visión fresca y actual del baile flamenco. Con una puesta en escena cuidada al detalle y un elenco de excepcionales bailarines, el espectáculo es un homenaje a la riqueza y la diversidad del flamenco. La música original de Francisco Vinuesa y la voz de Mara Rey aportan una dimensión emocional que nos conmueve profundamente. Muerta de amor es un canto a la vida y al amor en todas sus formas. Una seductora y apasionante propuesta que reivindica la pasión a través del flamenco y la copla».
Se habla de fusión aunque prefiero referirla como transversalidad por todo lo que reúne este «Muerta de amor»: provocación, deseo, intimidad del cuerpo, energía, desgarro… con la copla como hilo conductor, porque las de nuestros abuelos eran microrrelatos que el baile de los siete magníficos iban recreando, sin género y con todos ellos: masculinidad, homosexualidad, bisexualidad, transexualidad, el colectivo LGTBQ+ totalmente actual pero con una elegancia digna de una casa de Bernarda Alba por el poso lorquiano del coreógrafo y bailarín granadino, dando protagonismo al conjunto, músicos incluidos, pero también a cada uno de sus componentes bien en solitario, por parejas, trío… incluso con distintas alturas de una plasticidad bellísima, arrancando el espectáculo cantando «a capella» -muy bien por cierto- desde la negritud que se tornaría stendhaliana.
Respiraciones, jadeos rítmicos, cotidiáfonos como el cable serpenteante o los pies de micrófono utilizados cual bastones de baile y cante de los siete bailarines, numerología pitagórica cargada de simbolismo, e impar: siete pecados capitales, siete notas musicales, siete escenas, variaciones y combinaciones de los siete elementos sumándose a la escena un octavo, Mara Rey (Madrid, 1979), internacional y verdadero vendaval sobre las tablas. Artista completa, actriz, bailaora y cantaora, de voz desgarradora y potente, expresiva en alma y cuerpo capaz de hacer converger en ella desde La Lupe a María Jiménez con el pellizco de Rocío Jurado y el tronío de Juana Reina. Un rojo clavel pero sobre todo un Me muero, me muero que mueve y conmueve, bailado y cantado.
Y no puede haber baile sin músicos porque los «siete magníficos» son ritmo puro en pies y cuerpo, palmas, golpes en el pecho, pitos y gemidos. Mas el peso de todo el espectáculo se sustenta en cuatro gigantes situados casi en penumbra en el lateral derecho, que no solo tuvieron intervenciones solistas increíbles sino que se sumaron a la escena diseñada por Rafael Liñán, Ernesto Artillo (suyo también el diseño del vestuario) y Gloria Montesinos. Vamos con el póker de ases:
Primero el malagueño Francisco Vinuesa (1985) a la guitarra y autor de la música original, aunando todos los estilos desde un flamenco con poso hasta un minimalismo que pasaba de lo diegético a lo incidental sin perder nunca originalidad, con escenas que parecían campanas o gotas de lluvia, rasgeos que conmovían y el toque complemento inseparable del cante. Y aquí estaba un Juan de la María inmenso, la voz imposible, el desagrro y la «jondura» que le viene de ese mestizaje entre su familia gitana de Jerez más las raíces en Utrera y Lebrija. Y aunque los tacones flamencos son como el tap dance de hoy en día (incluso uno de los bailarines, el que podríamos llamar clásico se marcó al final un Irish Jig), la guitarra de Vinuesa es flamenca como ella sola, la percusión de Javier Teruel (y asesor musical de este espectáculo) fue un portento, con un cajón increíble que encajaba y marcaba cada palo, sustento del baile y refuerzo tímbrico poderoso, compañero habitual de Vinuesa haciendo magia a pares para empoderar el latido común del corazón rítmico. La cuarta pata sería Víctor Guadiana al violín y violín sintetizado, flamenco y árabe de giros casi guturales en el natural o sonidos de flauta (cual Jorge Pardo) en el eléctrico capaz de piar o ambientar los sonidos sintetizados, y por supuesto marcarse una jota sola que quitaría el aliento a los bailaores.
El fin de fiesta convirtió el escenario en un tablao muy del gusto de los turistas (especialmente japoneses y yanquis) que asocian este espectáculo a nuestro país, y que personalmente me resultó algo excesivo en duración rompiendo una línea argumental de rojo y negro para convertirse en un rosa hasta para la última vestimenta del ideólogo y líder Manuel Liñán «jugando en casa» y aclamado por un público que vibró con su artista junto a todo un equipo de altura en una producción maravillosa.
Quiero dejar íntegro el texto del programa de mano escrito por Rosalía Gómez Muñoz trufado con algunas fotos de ©Ferminius porque describe a la perfección las dos horas vividas este día de san Juan en la siempre increíble Granada.
Un canto al amor y a la libertad
«Cuando aún resuenan en este mismo escenario los ecos del triunfo obtenido en 2020 por su anterior trabajo, Viva, dentro del programa «Lorca y Granada», Manuel Liñán regresa al Generalife, esta vez de la mano del Festival de Música y Danza.
Desde su estreno el pasado año en los madrileños Teatros del Canal, Muerta de amor no ha dejado de levantar pasiones y de cosechar aplausos y premios. Un éxito que no obedece a ninguna moda, ni siquiera a su osadía –que la hay, y mucha–, sino al talento indudable de su creador y a un incesante trabajo, cocinado a fuego lento, de desarrollo personal y artístico.
El baile flamenco ha sido siempre la pasión y la esencia de Manuel Liñán. Lo ha demostrado en piezas tan maravillosamente desnudas como Baile de autor, acompañado tan solo de un cantaor y un guitarrista. Pero el arte le ha servido también para saldar cuentas personales, como la relación con su padre, Pie de Hierro –que lo hubiera querido torero como él– y, sobre todo, para liberarse de muchas convenciones, para dejar de ser como el lorquiano «muchacho que se viste de novia en la oscuridad del ropero…» y, entre otras cosas, subir al escenario con bata de cola, dignamente, abriendo espacios de libertad para sí mismo y para todos los que vienen detrás.
Su acierto, sin embargo, no se encuentra solo en las temáticas que aborda, sino en su talento para convertirlas en arte, universalizándolas en lugar de dejarlas, como suele suceder, en simples anécdotas.
Ahora, maduro y liberado de mucho lastre, el granadino ha decidido hablar de amor. De todos sus amores, que son los amores de todos y de todas: amores apasionados, tóxicos, platónicos, fraternales, frustrados… porque para él el amor, real o inventado, es el motor de la vida y del baile.
Y como la generosidad es otro de sus atributos, en lugar de realizar un espectáculo unipersonal como aconsejan estos tiempos difíciles, Liñán se divierte –con el sudor de su frente– y divierte ofreciéndole al mundo una obra grande y jubilosa, con siete bailarines que representan, además, la gran variedad de estilos que posee la danza española.
El hilo conductor de este Muerta de amor es la copla ya que, desde muy joven, desde que la Nati se las cantaba en las Cuevas Los Tarantos, las coplas, con sus letras desgarradas y ambiguas, han sido la banda sonora de todas sus historias de amor. Letras como las de Un clavel o Me muero, me muero, interpretadas por los propios bailarines o por una Mara Rey poderosa como una bacante poseída por el dios Amor, llegan como flechas al corazón del espectador.
Los siete bailarines cantan y bailan en un verdadero musical, expresando sus propios discursos no solo a través de los palos del flamenco –como esas alegrías flamenquísimas que baila el más joven, Juan Tomás de la Molía, o la impresionante soleá del propio Liñán–, sino con otros bailes españoles, incluido el folklore. Todos ellos tienen su momento de gloria y, junto a los magníficos músicos, llenan el escenario de arte, de sorpresas, de humor y de una cierta locura que se contagia en numerosas ocasiones a un público que respira a su compás.
Porque nada es casual en Muerta de amor. Hace años que el Liñán bailaor, poseedor de numerosos premios, incluido el Nacional de Danza, viene desarrollado un talento especial para la coreografía y, sobre todo, para la dirección de escena. Una capacidad, muy rara en los flamencos, que consiste en hacer salir lo mejor de cada uno de sus magníficos intérpretes y en aunar luego todos los ingredientes que intervienen en la escena haciendo que la excelencia final del espectáculo sea muy superior a la suma de sus individualidades.
Un talento que consiste, además, en no querer hacerlo todo solo, sino rodeado de otros grandes profesionales dentro y fuera de la escena: la música excepcional de Francisco Vinuesa, las magníficas luces de Gloria Montesinos… o la complicidad de Ernesto Artillo, entre otras cosas diseñador de unos trajes negros que no saben de géneros.
Todos ellos hacen de Muerta de amor un auténtico canto al amor y a una libertad que lo permite todo, menos la indiferencia».
Manuel Liñán & Compañía
Muerta de amor
Dirección y coreografía: Manuel Liñán
Acompañamiento creativo: Ernesto Artillo
Colaboración coreografía: José Maldonado
Artista Invitada: Mara Rey
Baile: Manuel Liñán, José Maldonado, Juan Tomás de la Molía, Miguel Heredia, José Ángel Capel, David Acero, Ángel Reyes
Cante: Juan de la María
Guitarra: Francisco Vinuesa
Violín y violín sintetizador: Víctor Guadiana
Percusión: Javier Teruel
Música original: Francisco Vinuesa
Espacio sonoro, arreglos y Folclore: Víctor Guadiana
Asesoramiento musical: Javier Teruel
Diseño vestuario: Ernesto Artillo
Diseño escenografía: Rafael Liñán, Ernesto Artillo y Gloria Montesinos
Realización escenografía: Readest montajes – Diseño iluminación: Gloria Montesinos A.a.i. – Técnico iluminación: J. M. Pitkänen – Diseño de sonido: Ángel Olalla – Maquinaria y regiduría: Octavio Romero – Asistente de producción y Tour mánager: Inés García – Guía espiritual: Iván Baba















