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Buen momento sinfónico

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Viernes, 7 de febrero, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo: Abono 4 OSPA, Sara Ferrández (viola), Jaime Martín (director). Obras de Stravinsky, Schumann y Tchaikovsky.

(Crítica para LNE del lunes 10, con el añadido de los links siempre enriquecedores, tipografía que no siempre la prensa puede adaptar, y fotos propias)

Primer viernes de febrero con una oferta por triplicado en «La Viena española» que no quiero pensar se haga como contraprogramación, dada la meticulosa planificación de la OSPA, en este cuarto de abono.

Volvía como director invitado el santanderino Jaime Martín (1965) quien se encontraba con los aficionados antes del concierto recordando su visita hace ahora 13 años como flauta de la LSO que además interpretarían la «Manfred», aunque esta vez desde el podio y junto a la violista madrileña Sara Ferrández (1995), que mantiene la colaboración artística con la orquesta asturiana.

El programa elegido por el director cántabro, consciente que las grandes obras son para los titulares, supo combinar ese aura literaria que daba título al concierto, Manfred, música y literatura con el conocimiento de la OSPA con la que ha podido trabajar muy a gusto en esta ciudad que le encanta desde su primera visita en aquella caravana londinense (comentando cómo aplaudían ante el paisaje).

Interesante elegir a Stravinsky y su Sinfonías para instrumentos de viento, así llamada por la necesidad de una estructura próxima al griego symphönía (συμφωνία) en cuanto a sonido acorde, pero de un solo movimiento -a partir de dos danzas populares- homenaje a Debussy muerto dos años antes, y cuando el compositor ruso estaba en París. Esta obra revisada en 1947, de apenas 10 minutos, nos permitió disfrutar de los vientos asturianos en solitario para comprobar el excelente momento tanto de las maderas como de los metales, sonoridades compactas y la rítmica tan cercana a la Consagración, con matices y texturas que se agradecen tanto por los propios músicos como para un público ya acostumbrado al sonido de las bandas de música que los sinfónicos engrandecieron.

Sara Ferrández es hermana del chelista Pablo y parece que la música es genética, tocando ya desde los 3 años, así que elegir el «Concierto para violonchelo en la menor», op. 129 de R. Schumann (otro enamorado del Manfred byroniano) parecía lógico llevarlo a su viola en una adaptación que mantiene toda la carga instrumental pero de sonido menos grave aunque más matizado, especialmente en los agudos. Los tres movimientos sin pausa fueron una muestra de buen hacer por parte de todos: una concertación desde el podio con el balance idóneo para mantener la viola siempre en primer plano, dinámicas acertadas, ropaje orquestal a medida de la solista y complicidad en las respuestas instrumentales entre tutti y viola desde la escucha e interiorización de cada sección. La cadencia final fue un prodigio de fraseo y sonido por parte de Ferrández que volvió a emocionar al auditorio.

De regalo otra demostración de que la música corre por sus venas: nada menos que la «Courante» de la Suite nº1 de Bach que la madrileña ha llevado al disco.

Tchaikovsky siempre es tentador y exigente para toda orquesta, por lo que no suele faltar cada temporada aunque se tienda a las últimas, así que optar por esta cuarta y media que es la «Sinfonía Manfred» en si menor (1885), sin numeración, resultó la mejor opción para un Jaime Martín que la conoce desde los dos lados del atril, y la OSPA ya interpretase alguna vez en sus 33 años de historia. Con una plantilla ideal para la ocasión y tras un excelente rodaje en la primera parte, el momento por el que pasa la sinfónica asturiana es álgido pese a todos los contratiempos, pudiendo aplicar el dicho de «a mal tiempo, buena música». Cuatro movimientos para demostrar un sonido compacto, rotundo y sutil, todas las secciones rindiendo al mejor nivel y la(s) buena(s) mano(s) de un director que sabe dónde exigir porque la respuesta es inmediata. El Lento lúgubre fue narrando las torturas del personaje de Lord Byron que Berlioz no se atrevió a asumir pero sí el ruso, otro enorme orquestador y en plenitud creativa donde su propia vida parece el espejo del personaje romántico, llegando a considerar esta sinfonía la mejor de las escritas para finalmente abominar de ella y optar solamente por este primer movimiento. Trompas empastadas, fraseos claros de una cuerda aterciopelada comandada de nuevo por Aitor Hevia, bien equilibrada en los bajos, la madera con un clarinete bajo enorme y arrancando espontáneos aplausos tras su final apoteósico. El Vivace con spirito resultó vertiginosamente claro pese al virtuosismo exigido, escuchándose todo a la perfección y bien balanceado desde el podio, rico en matices y valiente en el tempo. Felicidad poder escuchar el protagonismo del Andante con moto tanto en un oboe celestial como la trompa lejana, todos arropados por una orquesta sutilmente poderosa en todas las secciones y solistas jugando con una mezcla de enigmática alegría. Y el Allegro con foco realmente grandioso, una percusión enorme y precisa, cuerda incisiva, metales potentes bien ensamblados, con un juego de claroscuros tímbricos junto a la madera más la orquestación «puro Tchaikovsky» con un Martín valiente en el aire y marcando las tensiones siempre fieles a la partitura. Momentos de optimismo y belleza (bravo las dos arpas que no figuraban en el programa), y evitando el final original al carecer de órgano (no es buena la opción de los eléctricos) y la grandiosidad que supone, pudiendo dejarnos distantes por lo escrito tras todas las emociones anteriores, el maestro cántabro optó, como muchos otros, por la adaptación del maestro ruso Yevgueni Svetlánov (autor de una «Antología de la música rusa» a lo largo de más de 30 años) que desemboca retomando material del inicio en una vorágine sonora muy aplaudida por el público.

Buen momento sinfónico el vivido este viernes que esperamos se mantenga a lo largo de los próximos programas, sin olvidarnos de las dominicales matutinas y camerísticas cada mes, otro momento para comprobar el excelente estado de los músicos de la OSPA.

Entrega sinfónica

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Viernes, 7 de febrero, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo: Abono 4 OSPA, Sara Ferrández (viola), Jaime Martín (director). Obras de Stravinsky, Schumann y Tchaikovsky.

(Reseña escrita desde el teléfono para LNE del sábado 8, con el añadido de los links siempre enriquecedores, tipografía que no siempre la prensa puede adaptar, y fotos propias)

Con el título «Manfred, música y literatura» llegó ayer el cuarto de abono de la OSPA en un viernes con triple oferta (en Campoamor y Filarmónica que merma la de por sí baja afluencia a la orquesta del Principado), y el regreso al podio del nuevamente director invitado, el cántabro Jaime Martín, junto a la violista madrileña Sara Ferrández, que interpretaría una adaptación del Concierto para violonchelo de Schumann. Interesante opción donde la viola aporta esa sonoridad a caballo entre violín y chelo más «vocal» y cercana en la intensa interpretación de Ferrández (hermana de Pablo el chelista) con una cadencia final perfectamente arropada por la OSPA en excelente concertación del maestro Martín.

Propina bachiana con la «Courante» de la primera suite para redondear, en el amplio sentido de la palabra, una interpretación llena de musicalidad con la violista más internacional.

La velada se abría con Stravinsky y las «Sinfonías para instrumentos de viento» de título equívoco, al no serlo formalmente sino como la entendían los griegos («sonido acorde»), revisada en 1947. Un solo movimiento donde poder disfrutar de los vientos sinfónicos en solitario para este tributo a Debussy con la rítmica siempre fogosa del ruso, entonces por París. Buena interpretación y empaste ideal con la química de Martín en el podio, tal vez rememorando sus años de flautista alcanzando esa sonoridad tan bandística y rotunda muy matizada.

Tchaikovsky es el gran sinfonista de la historia y su «Manfred» (compuesta entre la 4ª y la 5ª) es cual poema que relata al torturado personaje de Lord Byron, siendo poco habitual escucharla, por lo que se agradece la elección de Jaime Martín. Plantilla ideal, compacta, solistas perfectos, pasajes delineados donde poder escucharse todo lo escrito por el ruso sin tacha para ninguna sección. Impactante el primer movimiento con los metales brillantes, vertiginoso segundo de maderas virtuosas, enigmático y luminoso el tercero con la cuerda comandada por Aitor Hevia más clara que nunca, y ese grandioso «allegro» con fuego lleno de luces y sombras con las tímbricas limpias (bravo las dos arpas) y variadas, expresando todas las emociones tan características e identificables del genio ruso, cerrando un concierto pleno de entrega por parte de todos gracias a un Jaime Martín siempre convincente y convenciendo a «tutti».

Regresos muy esperados

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Domingo 4 de febrero, 19:00 horas. «Los Conciertos del Auditorio» (25 años): Ellinor D’Melon (violín), Orquesta Nacional de España (ONE), Jaime Martín (director). Obras de Granados, Lalo y Berlioz.

En diciembre de 2020, aún con los efectos pandémicos, el tándem Martín-D’Melon actuaba en el auditorio dentro de la programación de la OSPA, y los recuerdos están en el blog. Sobre la ONE que me descubrió el mundo sinfónico con Frühbeck de Burgos en aquellos Otoños gijoneses, al menos pude disfrutarla con su titular el pasado verano dentro del Festival de Granada en uno de los mejores conciertos orquestales que pasaron por el Palacio de Carlos V. Así que esta vuelta conjunta a la que seguiré llamando «La Viena Española» (que en la red social X que transito causa risa), tras las anteriores visitas de la orquesta de todos aquel «lejano» 1996 con Enrique García Asensio en el Teatro Campoamor (sin Redes Sociales), o en el más próximo 2007 (donde me quedaba un año para inaugurar blog), pienso que era hora de esta nueva visita a Oviedo, más en estas Bodas de Plata y con un programa donde mostrar su músculo sinfónico, una ocasión más de comprobar que las expectativas dominicales no eran infundadas.

El programa que trajo la ONE con el cántabro Jaime Martín (Santander, 1965) –actual principal director invitado de la OCNE a la batuta- era arriesgado y agradecido para poder mostrar no ya el poderío de «la Nacional» sino la buena química con el podio, que ya se notó en el poco frecuentado preludio del tercer acto de la recuperada ópera de Granados Follet (1903) que bien explica la doctora Sanhuesa en las notas al programa. Partitura en busca de un lenguaje catalán alternativo a la zarzuela que tiene sonoridades wagnerianas (aún cercanas en nuestro oído) y la luminosidad mediterránea, ya interpretada con anterioridad por Martín y la ONE, notándose trabajada en una amplísima gama de matices y calidad en todas las secciones, con una cuerda poderosa (16/14/12/10/8) más dos arpas, viento bien empastado tanto en maderas como en metales, y una percusión siempre en su plano pero segura. Buen preludio para escuchar a continuación a la violinista de origen cubano Ellinor D’Melon Moraguez (Kingston -Jamaica-, 2000) que ha debutado en disco grabado en marzo del pasado año el Tchaikovsky que le escuchamos en Oviedo junto al Lalo de este domingo, ambos compositores con el maestro cántabro a la batuta- aunque la grabación para  el sello Rubicon Classics se realizó con la irlandesa RTÉ National Symphony Orchestra de la que Jaime Martín es titular. Un seguro de duro trabajo previo que en el siempre irrepetible directo se comprobó desde la primera nota del «tutti» y el primer arranque solo del Allegro non troppo.

Aunque parece que las toses, móviles y la mala costumbre de aplaudir los distintos movimientos se está haciendo «viral» (al menos sirvieron para ajustar la afinación), este concierto para violín del francés Lalo es todo un homenaje a nuestra música dedicado a Pablo Sarasate. Algo de sangre española corre por las venas de D’Melon actualmente viviendo en Madrid, y el trabajo previo del disco con Jaime Martín se notó en cada uno de los cinco movimientos que todos sentimos próximos. Excelente concertación para una escritura cuya instrumentación respeta siempre al violín solista, pero el buen gusto en la interpretación fue la nota dominante, con la orquesta escuchando cada intervención de la jamaicana, limpia y presente en los agudos, aterciopelada en los graves, con un arco que saca toda la riqueza del timbre. Sumemos la mano izquierda del santanderino que es un verdadero primor y no le importa soltar la batuta para imprimir el carácter lírico del cuarto movimiento, que al menos el aplauso no rompió el nexo con el último), con una orquesta algo más «menguada» en plantilla (pícolo, maderas a dos, 4 trompas, 2 trompetas, 3 trombones, timbal, caja, triángulo, arpa, cuerda completa -14/12/10/8/6- y violín solista) pero que mantuvo la calidez y calidad del resto del concierto. Martín funcionó cual ingeniero de sonido para encontrar el balance perfecto en todas las intervenciones del «tutti», controlar las dinámicas del viento y conseguir un volumen siempre adecuado al servicio de D’Melon y su Guadagnini de 1743, así como los complicados cambios de ritmo o el «rubato» de una solista cuyo cuerpo reinterpreta lo que el instrumento hace sonar. Un Allegro non troppo de aires «flamencos» y ritmo de habanera bien cantada, más un Scherzando: Allegro molto con una hermosísima seguidilla y jota sobre el pizzicato del arpa y la cuerda cual guitarra que Martín logró con la ONE, coreografía gestual en el podio acompañando a la violinista de sonido cristalino, acentuaciones rítmicas y concertación brillante.

De nuevo una habanera lenta (Intermezzo: Allegretto non troppo), sentida por la solista pero cantada por toda la formación que Martín balanceó con mimo en cada detalle, y que se inspira, como bien escribe María Sanhuesa«en ‘La Negrita’, de Sebastián Iradier, compuesta unos años antes que la obra de Lalo». Magia sonora con unas trompas y timbales melancólicos del Andante contestado con otra demostración de excelente concertación y complicidad entre solista y orquesta para una partitura que este tándem conoce a la perfección, violín «cantabile» acunado por la ONE antes del último Rondó: Allegro donde volver a escuchar los  motivos de los cuatro movimientos anteriores en un derroche de reguladores que hicieron brillar siempre a la solista, culminando esta peculiar sinfonía española donde brillaron todos: cuerda tersa, maderas casi bucólicas, metales redondos y percusión en su sitio, mostrando el virtuosismo de la cubano-jamaicana cual reencarnación del navarro para esta página a él dedicada y que diríamos que «viaja» con D’Melon desde siempre.

La propina de «dios Bach» y el primer movimiento (Adagio) de su Sonata nº 1 en sol menor,  BWV1001, donde Ellinor D’Melon hizo llegar su musicalidad y fraseos perfectos con un sonido puro lleno de matices para escuchar en solitario el «poderío» del Guadagnini en las manos de la solista que volvió a dejarnos tan buen sabor de boca (mejor que decir «de oído») en este regreso al auditorio ovetense.

Y con toda la «gran plantilla» de la ONE donde no faltaron profesores invitados, nada mejor que una segunda parte con la siempre impactante Sinfonía Fantástica de Berlioz, otra joya francesa de la orquestación donde la idée fixe va pasando por todas las secciones. El maestro Martín dominó nuevamente los balances, tempi y una amplia gama de matices envidiables para una formación imponente. Una verdadera sucesión de estados de ánimo en un enamorado Héctor para cada uno de los cinco capítulos: un ensoñador primer movimiento que arranca una cuerda aterciopelada y siempre presente (se agradecen las tarimas en los contrabajos), la alegría de un baile a ritmo de vals bien marcado (dos arpas presentes, precisas y encajadas), la pausada escena campestre (excelente el dúo corno y oboe en el palco), el suplicio de la marcha al cadalso (pasé ganas de hacerla real ante la tortura de toses a mi espalda que ni siquiera apagaron los cuatro timbaleros), y esa apoteósica noche de brujas (la cuerda siempre presente ante el iracundo aquelarre sinfónico, «tocando madera» mágica, metales «al rojo vivo» y brillante toque de campanas fuera del escenario) que verdaderamente hicieron «fantástica» esta sinfonía más que «psicodélica» que diría Bernstein (de nuevo actual con Maestro) con los episodios de la vida del artista. Todos lo fueron pero no pesadilla sino sueño sinfónico al mando de un Jaime Martín cada vez más demandado por tantas orquestas por su buen hacer de respeto e interpretación personal que siempre aporta momentos únicos haciéndose respetar con su gestualidad clara y expresión precisa que da confianza a sus músicos.

Verdadero éxito de este esperado regreso con un público entregado, aunque sin llenar esta tarde dominical. ¡¡Enhorabuena!!

PROGRAMA:

PRIMERA PARTE

Enrique Granados (1867-1916): Follet, preludio del acto III.

Édouard Lalo (1823-1892): Symphonie espagnole, op. 21 (I. Allegro non troppo; II. Scherzando. Allegro molto; III. Intermezzo. Allegro non troppo; IV. Andante; V. Rondo: Allegro).

SEGUNDA PARTE

Hector Berlioz (1803-1869): Symphonie Fantastique, op. 14 (I. Rêveries – Passions; II. Un bal; III. Scène aux champs; IV. Marche au supplice; V. Songe d’une nuit du sabbat).

Martín esencial

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Viernes 11 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono IV «Bruckner esencial»: OSPA, Nemanja Radulović (violín), Jaime Martín (director). Obras de Mozart y Bruckner.

Mientras seguimos a la espera del nombramiento del director titular para nuestra orquesta, al menos regresan al podio directores que dejan huella en ella como es el caso del santanderino Jaime Martín (1965), que incluso durante la pandemia nos dejó una Séptima de Beethoven para disfrutar desde casa.

Este cuarto de abono (tras la suspensión del tercero por avería de la caja escénica) nos traía a Gijón y Oviedo dos obras que ponen a prueba toda la complicidad de una orquesta con el podio, de nuevo química y entendimiento entre ambos, junto a la presentación del violinista serbio-francés Nemanja Radulović, al que tendremos que seguir muy de cerca, procedente de un país pequeño con mucho talento incluyendo el musical, toda una generación de jóvenes intérpretes balcánicos muy activos y populares en las redes sociales, hoy verdadero escaparate necesario para llegar a todos los públicos que habrá que captar para la música en vivo, pues la imagen y el talento son la mejor carta de presentación.

Nunca está de más escuchar a Mozart con una plantilla ideal para él.  El Concierto para violín nº 3 en sol mayor, K. 216 resultó de una luminosa y juguetona interpretación a cargo de Radulović por su impecable técnica, sonido maravilloso y visión propia teniendo a Martín de perfecto cómplice concertador. Las cadencias de cada movimiento fueron perlas llenas de amplísimas dinámicas, con unos pianissimi en todos muy cuidados dentro de un balance orquestal idóneo donde toda la cuerda, esta vez con el «Quiroga asturiano» Aitor Hevia de concertino invitado, nos dejó un tercero de Mozart imprescindible, tres movimientos a cual mejor y sin perder la homogeneidad, disfrutando sobre todo del Adagio, casi como un aria operística cantada por el violín lírico del serbio, verdadera «prima dona de las cuatro cuerdas», y el Rondó lleno de cambios en una agógica enloquecida pero bien entendida por todos los intérpretes que encajaron y se entendieron gracias a esa virtud de escucharse unos a otros.

Éxito clamoroso de este virtuoso del violín que sigue asombrando en las redes y nos dejó boquiabiertos con las Variaciones de Sedlar sobre el último Capricho de Paganini, capaces de acallar las toses que sobraron en los silencios mozartianos, endiabladamente envidiable y broche de oro para su primer viaje asturiano, que espero no sea el único.

Nuestra orquesta pienso que necesita más Bruckner, tiene músculo para él, y el director cántabro lo sabe, conocedor de todos los efectivos a los que exprimió al máximo en la Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor, WAB 104 «Romántica» (versión 1880), no solo por unos bronces poderosos y que son un auténtico órgano sinfónico, también la madera segura y de presencia idónea en esta «romántica», los timbales mandando y al fin una cuerda compacta, tensa y tersa, nítida, presente ante el empuje del resto de secciones y capaz de «sobreponerse», seguir sonando precisa y aunada. Tal vez faltasen más graves pero el trabajo de violas, cellos y contrabajos por mantener el necesario equilibrio dinámico, así como la maestría de Jaime Martín en controlar cada detalle, redondearon una sinfonía imprescindible en los atriles de nuestra orquesta.

La elección de los tempi por parte del director santanderino fueron casi al pie de la letra según las indicaciones que comenzarán a ser más precisas e indicadoras de lo que el compositor deseaba en los albores del siglo XIX, con menos subjetividad que los genéricos términos italianos siempre dudosos, sin contar con las anotaciones a lo largo de cada movimiento, descriptivas y detallistas como en Bruckner era habitual.

No hubo dudas en ninguno de los cuatro movimientos, bien «leídas» por orquesta y director, comenzando con el primero «movido, no demasiado rápido» (Bewegt, nicht zu schnell), ese inicio de la trompa anunciando el nuevo día, como llamando a la puerta para lo que vendría a continuación, reguladores y frases que parece no acabar, volúmenes impactantes pero contenidos, cuerda maleable, sedosa y rugosa según se lo pedía Martín. El segundo «tranquilo y casi rapido» (Andante – andante quasi allegretto), para disfrutar de la cuerda y cada matiz, con metales y maderas cual tubos de lengüetería y bisel de registros únicos para el «órgano sinfónico». Verdaderamente «emocional» (Bewegt) el tercero, espectáculo de fuegos artificiales de trompas, metales al completo y tutti, una montaña rusa que no frena, broma de scherzo en este derroche sonoro que impacta, contrastes dinámicos y rítmicos, las emociones de Bruckner con reminiscencias wagnerianas y siempre necesarias para entender mejor a Mahler, la pletórica Viena toda ella metida en este movimiento con una orquesta entregada, concentrada, atenta y equilibrada al mando claro y preciso del maestro cántabro.

Y el último «movido, pero no demasiado rápido» (Bewegt, doch nicht zu schnell), el paso de la sombra a la luz cegadora, la esperanza en el más allá, visiones y convicciones religiosas, banda sonora de monumentales decorados, procesión no al cadalso sino al paraíso sonoro, estallidos de metales y oraciones de cuerda en un tránsito orquestal que Marina Carnicero en sus notas al programa llama «Un canto de amor a la naturaleza». Cuarta sinfonía romántica, esencial y pletórica gracias al buen hacer de Jaime Martín que volvió a conectar con la OSPA, sensaciones que se notan y transmiten a un público no tan numeroso como querríamos, pero agradecido de conciertos como este cuarto de abono.

El norte cálido y musical

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Viernes 11 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Seronda VI: Ellinor D’Melon (violín), OSPA, Jaime Martín (director). Obras de Chaikovski y Sibelius. Entrada butaca: 15 €.

Retomamos la «anormalidad» tras otro cierre imprevisto, y la vuelta al auditorio con aforo reducido más todas las medidas de prevención e higiene en estos tiempos que lo han cambiado todo menos las ganas de música en vivo. Un poco hartos de la incertidumbre, del vivir al día pero también de conciertos en streaming que nos ayudan a «conectar sin desconectar» y mantener una esperanza que nunca se pierde.

Mis sinceras felicitaciones y gratitud a la OSPA por el esfuerzo en mantenernos con hambre de directo, y tras la pasada semana donde la pantalla seguía delante de nuestros ojos con un programa impresionante (Concierto de piano de Gershwin con la francesa Lise de la Salle y la Séptima del «Beethoven 250») volvía el maestro santanderino al frente de la formación asturiana con otro programa para disfrutar, músicas de la gélida Rusia, Tchaikovsky y Sibelius (desde el Gran Ducado de Finlandia dependiente del Imperio Ruso por entonces) escritas lejos del mundanal bullicio que nos dejaron la calidez de unas obras para un público fiel y expectante por volver a la butaca «de verdad», a paladear el sonido analógico y real que la era digital no conseguirá nunca.

Se presentaba la joven violinista jamaicana de origen cubano Ellinor D’Melon (2000) nada menos que con el Concierto para violín op. 35 (1878) de Tchaikovsky donde primó el virtuosismo del sonido desde una técnica depurada, la música sentida y detallada de rubato plenamente romántico y contenido perfectamente entendido por Martín -que ya la ha dirigido en Gävle (Suecia) y Barcelona precisamente con este concierto– con una OSPA atenta, escuchándose, conectando, disfrutando, como si el público enviase esa sensación de confort cercano.

Tiempo ajustado sin excesos en el Allegro Moderato inicial con una orquesta rotunda y delicada arropándola, una cadenza de seda con ese sonido único del Guadagnini de 1743 (amablemente prestado por un donante anónimo de Londres) y de una agógica impactante antes de la entrada orquestal encajada con la maestría del buen concertador que es el director santanderino, ese movimiento «redondo» del ruso de orquestación brillante; segundo movimiento Canzonetta andante para seguir apostando por el terciopelo, sonidos contagiosos de texturas cuidadas tanto en la violinista como en los primeros atriles sinfónicos, maderas empastadas creando atmósferas cálidas y juegos delicados dialogados con sentimiento sonoro de la jamaicana envuelta en el halo de la cuerda hoy comandada por la concertino invitada Elena Rey, todo bien sacado a la luz con el gesto claro de Jaime Martín, esos aires quasi zíngaros y vitalistas de un tejedor detallista que no deja nada al azar permitiendo disfrutar a todos, sonsacando unos graves necesarios antes del vibrante Allegro vivacissimo final, más complicidades y ajustes perfectamente encajados, el ritmo contagioso con el balance siempre ideal entre solista y orquesta, el sonido que todo lo envuelve, el juego musical y virtuoso donde la interpretación toma sentido en este único concierto de violín de Tchaikovsky que Ellinor entiende con personalidad y Martín ayudó a redondear con la calidad que no se ha perdido. Bravo.

Y sin apenas descanso llegaría Sibelius, porque «no hay quinta mala» como digo siempre, la sinfonía estrenada hace ahora 105 años, y que menos alegrías dio al finlandés, llegando a rehacerla hasta tres veces sin renunciar a ninguna de ellas, pero al que, como a Mahler, le llegó su tiempo. La Sinfonía nº 5 en mi bemol mayor, op. 82 resulta compleja en su concepción e interpretación. Tres movimientos que exigen de la orquesta un empaste especial y unas dinámicas exigentes para no desencajar nada, una cuerda tersa de sonido intenso, unos metales orgánicos en cuanto a presencia y homogeneidad, la madera creando un color único sin perder presencias solistas, más unos timbales que deben dominar sin atronar. Todo funcionó a la perfección nuevamente con el buen hacer del maestro Martín, mano derecha clara y precisa, mano izquierda atenta y rigurosa, gestualidad global para las dinámicas pese a que la mascarilla prive de mejor comunicación pero que el trabajo continuado logra sobrepasar.

El compositor nórdico no contempla su obra como un simple desafío técnico sino como un proceso de sensaciones e intuiciones. El primer movimiento, Tempo molto moderato – Allegro
moderato – Presto
, un ente propio dentro de la globalidad, de nuevo la búsqueda del sonido cálido contrastado con esa inestabilidad emocional que la partitura refleja, el paisaje gélido y tensiones que fluyen cual viento del norte, empujado por esos golpes percusivos que animan el ritmo cardiaco antes del concluyente final. Tras la tormenta llega la calma, el Andante mosso, quasi allegretto para disfrutar con todo el viento, especialmente la flauta  acunada por los violines en pizzicati, el reposo como de lago congelado en un día nítido, luminoso, el equilibrio bien balanceado desde el podio, dibujos en el aire para este movimiento plácido que en su final comienza a inquietarnos, agógica y dinámica perfectamente equilibradas antes de desembocar tras la modulación en el  Allegro molto – Misterioso, cuerda ágil y limpia, impetuosamente rítmica mientras el resto envuelve de «misterio» un relato sinfónico magistral con ese final único y genial: seis acordes separados por los silencios que resonaron en la gran sala del auditorio ovetense huérfano y entregado.

El propio Sibelius escribiría el 26 de enero siguiente: «una vez más trabajando en la Sinfonía 5. Batallando con Dios. Quiero darle a mi sinfonía una forma diferente, más humana. Más terrenal, más vibrante — el problema es que yo mismo he cambiado mientras trabajaba en ella«. Todos hemos cambiado, más humanos y terrenales pero también hemos vibrado con esta quinta donde Jaime Martín y la OSPA lograron de nuevo el milagro único de la música en directo, sensaciones compartidas, gratitud mutua y esperanza en esta «anormalidad» con la que tendremos que convivir. De nuevo el público sigue dando ejemplo y demostrando que la cultura es segura.

Más noches de cuento

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Viernes 11 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Música y literatura III», abono 12 OSPA, Pablo Sáinz Villegas (guitarra), Jaime Martín (director). Obras de Kodaly, Rodrigo y Rimsky-Korsakóv.

Érase una vez una princesa asturiana que fue creciendo sana y robusta hacia una madurez plena, hermosa, tras haber enviudado y divorciado varias veces, algo normal en tiempos modernos, uniéndola de nuevo con un noble cocinero búlgaro tras dos años de búsqueda donde la felicidad parecía brillar en un reino sin prisas. Entonces desfilaban por palacio pretendientes con futuro, algunos ideales pero poco raudos para evitar el compromiso en otras cortes, así que la elección del centroeuropeo nos dejó algo inquietos. Al principio parecían quererse tras el breve noviazgo, pero faltó la química que nunca hubo del todo, las recetas nuevas nunca compensaban la cocina tradicional que solía desgraciar cuando entraba en la cocina, así que la desgana pareció apoderarse de él atendiendo otros fogones, así que en las obligadas ausencias cada visita de invitados a la casa eran una verdadera fiesta que hacían olvidar los malos tragos, los sinsabores y hasta las pesadillas con las que solía despertarse nuestra amada princesa. La última alegría vendría con la segunda visita de un conde de la vecina Cantabria y la primera de un famoso juglar riojano emigrado a ultramar, que hizo las delicias de todos los asistentes, dado el cariño y mimo hacia la princesa así como el buen entendimiento entre el noble y el joven para con la anfitriona, dejándonos otra noche para el recuerdo intentando alejar la vuelta a casa del marido…

El cuento está incompleto para no extenderme y con el final por escribir. El duodécimo programa de abono volvía con el matrimonio entre música y literatura, básicamente por esos cuentos de las mil y una noches que me hicieron tontear al inicio de esta entrada como otro escritor, aunque este género nos siga dando joyas literarias y trascienda lo infantil pese a la mala prensa que el oficio de «cuentista» ha tenido.
No quiero chismes llamados cuentos ni mentiras adobadas de «pseudoverdad», mejor retomar el carácter didáctico que siempre ha tenido esta literatura, donde los recuerdos tanto de infancia escuchando como adultos contándolos enlazan con la idea musical de cuento, del verbo contar, narrar, que por tradición y transmisión nunca suenan igual ni los sentimos igual.
Tres obras conocidas por un público que retornaba a las buenas entradas en la sala, donde el director Jaime Martín cual narrador de historias volvía a transmitirnos su talento igual o mejor que hace dos años, contando con otro Pablo para la historia de la música, Sáinz Villegas (Logroño, 1977), un guitarrista español que triunfa en el país de las oportunidades (de momento) llevando con humildad su guitarra a los desfavorecidos con la misma entrega que a espectantes melómanos de todo el mundo y a las escuelas donde se debe sembrar para recoger en un futuro siempre incierto con todo el amor y dedicación, ideal conjunción de invitados para que nuestra OSPA brillase, disfrutase y nos hiciese felices a todos como en el final de (casi) todos los cuentos.

Las Danzas de Galanta (Zoltan Kodaly) son como el fondo de armario de nuestra OSPA y normalmente sinónimo de éxito por la brillantez de su música que hace lucirse tanto a nuestros habituales solistas como a los distintos directores que disfrutan con la formación asturiana. El maestro santanderino volvía a demostrar no solo talento sino empatía y respeto por la partitura con unos intérpretes a los que dejó fluir (impresionante el clarinete de Andreas Weisgerber), contagiando alegría y emoción para estas páginas zíngaras en el recuerdo infantil del compositor húngaro, donde el ritmo impulsó una sucesión de bailes llenos de color a lo largo de las cinco danzas enlazadas. Maravilloso el sonido logrado, de nuevo la cuerda tersa, presente incluso en los graves (por fin) y la madera primorosa.

La mejor imagen de nuestro país sigue siendo la guitarra que creció de vihuela y morisca hasta ser directamente española, gracias a tantos compositores que escribieron para ella, especialmente Boccherini por elevarla otro peldaño, si bien tardaría demasiado tiempo en recuperar el papel «culto» pese a la amplia literatura a ella dedicada, dejándola en manos flamencas e incluso populares sin mayores aspiraciones artísticas, decantándose por lo lúdico además de accesible. Todavía en nuestros días la guitarra española sigue asociada a los gitanos, autodidactas increíbles, y sobre todo a la auténtica leyenda del siempre recordado e irrepetible Paco de Lucía. El espaldarazo como instrumento de concierto con orquesta lo darían, con distintas circunstancias políticas, Salvador Bacarisse (Madrid 1898 – París 1963) y Joaquín Rodrigo (Sagunto 1901- Madrid 1999), siempre unidos a intérpretes de reconocido prestigio como Narciso Yepes o Andrés Segovia que darían popularidad y galones a nuestro instrumento por antonomasia, así como a las muchas y hermosas páginas a ellos dedicadas, sin olvidarnos que el algecireño aprendió a leer música para poder interpretar con toda la fidelidad a Falla y al propio Rodrigo.

Pablo Sáinz Villegas ha tomado el relevo de los grandes y su interpretación de la Fantasía para un gentilhombre (1954) de Rodrigo alcanza la plenitud interpretativa esta vez con la OSPA y un Jaime Martín concertador excelente, dejando fluir la música, haciendo escucharse unos a otros, con una guitarra sin necesidad de amplificación pero con una claridad y armónicos ideales, fundida sin competir con la orquesta, felices encuentros entre trompeta con sordina y piccolo, junto a una limpieza en la ejecución que consiguió momentos mágicos de silencio, tan necesario para el disfrute como el propio sonido. Los dedos del riojano son espectáculo en sí, punteando, rasgueando, subiendo y bajando el mástil, percutiendo sobre el golpeador… Si en la entrevista para OSPATV nos encandiló, su guitarra enamora desde el primer acorde. Asombrosa la proyección a toda la sala sinfónica y ejemplar la comunión con maestro y orquesta. Gaspar Sanz elevado al firmamento sinfónico del siglo XX por dos nobles como el valenciano Marqués de Aranjuez y su destinatario jienense Marqués de Salobreña, otro cuento universal, «gentil», con mucha historia española donde la música siempre ha estado presente.
No solo virtuosismo sino arte sonoro en estado puro con la propina de la Gran Jota de Concierto de Francisco Tárrega, dejándonos boquiabiertos al comprobar todo el arsenal de una guitarra en las manos de Pablo interpretando esta música popular fuente de inspiración de tantos compositores, y que uno de los mayores enamorados de nuestro instrumento puso al alcance de pocos por las exigencias técnicas, algo que hace fácil lo difícil al escuchar a Sáinz Villegas.

Agradecido por una semana de eficiente y cordial trabajo con nuestra orquesta como con el maestro vecino, aún nos dejaría otro regalo hermanando pueblos con la música, Asturias (Albéniz) leyenda o relato casi flamenco que un catalán dedica a nuestra tierra interpretado por este tocayo mío riojano y universal.

Las mil y una noches de cuentos y conciertos, los sueños personales reales e irreales que la música provoca, esta vez Rimsky-Korsakov y su famosa Scheherezade, op. 35 que corroboró un concierto de magia, de ensueño sin trampas, cuatro movimientos para disfrute de público e intérpretes, la química por lo conocido unida a una interpretación de altura para una orquesta madura, 27 años que se notan para lo bueno y lo malo, Jaime Martín apostando por lo positivo, llevándola con gesto claro, preciso, benevolente, recreándose Vasiliev como en sus mejor juventud, aunque los años no pasen en balde, y con el arpa de Miriam del Río, realmente toda la plantilla colorida y brillante, la cuerda nuevamente enorme, presente y precisa, tensa y tersa, todos gustándose y disfrutando (bravo los percusionistas), cada solista disfrutando con sus pasajes, las secciones empastadas y todas a una haciendo surgir la magia del conjunto, más en una obra tan rica en orquestación como esta del ruso, contagiando la luminosidad que echamos de menos cuando se pasa de cocción o falta la implicación desde el podio. El Maestro Martín nos brindó un completísimo concierto convencido y convenciendo, es verdad que las obras elegidas ayudan, pero recrearlas para hacerlas lucir como nuevas es la magia interpretativa. Un mismo cuento narrado de distintas formas permite descubrir matices, recovecos, momentos imperceptibles en otras ocasiones que como niño inocente nos permite reconocer lo desconocido. Hay que reivindicar el repertorio de siempre pero desde la calidad e implicación narrativa, actores y espectadores conviviendo en la alegría de un espectáculo siempre único.

La próxima semana nuestra OSPA afronta por sexto año el proyecto Link Up, «La orquesta rock» pero no se dejen llevar por el título engañoso, sembrar para recoger desde el Carnegie Hall siendo los primeros en disfrutarlo fuera de los Estados Unidos. De nuevo estará Ana Hernández Sanchiz con cantantes conocidos y estrenándose entre nosotros la directora Irene Gómez-Calado, que espero contarles como «profe» con mis alumnos un año más

Festival de talento

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Viernes 11 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 8 OSPA, Jaime Martín (director). Obras de Dvorak y Bartók.

Tras «nuestra» escapada bilbaína la OSPA y manteniendo colocación como en el Euskalduna, volvía a su sede ovetense con un director español en constante crecimiento, Jaime Martín (Santander, 1965), actual titular de la Orquesta de Cadaqués, quien en una entrevista al diario La Nueva España (la dejo casi íntegra al final, en su versión papel) decía: «Una orquesta es un festival de talento» y quiero tomar este titular también para mi entrada del blog.

Todas las virtudes que llevo tiempo destacando de la orquesta asturiana, este octavo de abono se han multiplicado porque al fin la batuta cántabra dio la necesaria seguridad, confianza, serenidad, ilusión por el trabajo bien hecho y sobre todo una honestidad con las obras elegidas que los músicos transmiten.

Las Danzas eslavas, op. 46 (1878) de A. Dvorak (1841-1904) suelen interpretarse sueltas y no en su totalidad como pudimos disfrutarlas este viernes, ni en versión original para piano a cuatro manos ni la orquestal, algo que parte del público no pareció enterarse aplaudiendo indebidamente y haciendo romperse el hechizo de la continuidad de ocho danzas en distintas tonalidades, ritmos y tiempos con un empuje contagioso lógico en una música de baile con inspiración folklórica pero a base de melodías propias que no tienen porqué ser herederas de las húngaras de Brahms. Maravillosa cada sección orquestal y cada intervención solista, dinámicas amplias perfectamente marcadas por el director santanderino, intensidades graduadas para deleite de todos, difícil quedarme con alguna aunque por comparar (aunque sea odioso) con la escuchada el pasado 24 de febrero la «Furiant» Danza nº 1 en Do mayor «Presto» hoy tuvo todo lo que entonces faltó: agilidad, bailable, empuje rítmico y claridad en las melodías, al igual que la última, tal vez la más conocida de todas. Estado de gracia para toda la orquesta y entendimiento total con el podio, plenitud para una integral que pone a prueba formaciones y batutas.

Aún más complejo de interpretar y dirigir que al checo Dvorak resulta el llamado Concierto para orquesta, Sz. 116, BB 123 (1942-1943) del húngaro Bela Bartók (1881-1945), puede que evitando llamarlo sinfonía no ya por sus cinco movimientos, aunque resulten como tales los impares e intermedios los pares, sino por unos contrastes más en la línea de los barrocos, también comentado por Asier Vallejo Ugarte en las notas al programa (enlazadas en los autores al principio).
La biografía de Bartok daría para una película y en sus última etapa neoyorkina parecía abocado al hundimiento total cuando surge este encargo de unos compatriotas que nos dejará una de las páginas orquestales más fastuosas y difíciles dentro del repertorio sinfónico, básicamente por el tratamiento concertante de las distintas secciones orquestales que la OSPA tiene en calidad superlativa como pudimos disfrutar por unanimidad los afortunados: el arranque de la cuerda y luego flautas de Introduzione – Andante non troppo presentó credenciales claras de lo que vendría después, el metal del Allegro vivace sonó virtuoso y claro en las secciones fugadas del desarrollo, con unas trompas en perfecto entendimiento desde hace muchos conciertos, unos trombones a los que llamo el cuerpo orgánico por no decir organístico, y las trompetas seguras y vibrantes, con una percusión mandando sin ensuciar; de la cuerda que enamora destacar su pasaje movidísimo del último movimiento perfecto por claridad, presencia e intensidad pero también destacable el segundo movimiento con todos los instrumentos alternando por parejas en pasajes brillantes sonando como uno solo, respiraciones, fraseo, matices idénticos como verdadera sana competición en mejorar el anterior y dotando de una continuidad marcada por el tambor con «mando Dalai en plaza» ese movimiento realmente de verdadero encaje de bolillos: fagots, oboes, trompetas, flautas… cada tema respirando aire popular desde el dominio instrumental plenamente académico, por no decir clásico del compositor húngaro. Hasta el Intermezzo interrotto, cita del «tema de la invasión» de la Séptima sinfonía de Shostakovich -popularísima en EE. UU.- como guiño de su fino humor húngaro, sonó aterciopelado en una OSPA a la que deseamos mantenga este nivel, con un Finale: Pesante – Presto para guardar y grabar cuando Radio Clásica lo emita dentro de unos meses. Si el viejo Bartók muestra mucha ironía con esta obra, Jaime Martín a quien la batuta le proporciona libertad, nos dejó un guiño de cómo alcanzar no ya magia sino una interpretación magnífica y de altura, fruto de la honestidad, el trabajo, el entendimiento y un saber mucho además de bien de su trabajo. Ha sido un excelente flautista y como director sigue creciendo, contando sus apariciones por triunfos, y el de este octavo de abono en Oviedo ha sido uno más. Esperamos vuelva pronto. En la entrevista citada cuenta muy claro la forma de entender su oficio: «… requiere colgar el ego de una percha. La gran cualidad de un músico de orquesta es la flexibilidad. Una orquesta es como una cometa y el director es el encargado de mantener el hilo. Cuando se hace así soy feliz, es un trabajo mágico». Magia y talento.