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Orlando curioso

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Miércoles 19 de noviembre de 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVIII Temporada de Ópera. A. Vivaldi (1678-1741): «Orlando Furioso» RV 728.

(Crítica para Ópera World del viernes 21 de noviembre, con el añadido de los enlaces siempre enriquecedores, tipografía y colores que no siempre se pueden utilizar, y las fotos de Iván Martínez más alguna propia)

La Ópera de Oviedo volvió a demostrar en esta LXXVIII Temporada que su política de programación no teme los riesgos. Si el curso pasado recuperaba «Arabella», ahora traía al Campoamor, por primera vez en su historia, uno de los títulos más celebrados —y durante siglos más olvidados— de Antonio Vivaldi: «Orlando furioso», ópera estrenada en 1727 y hoy todavía infrecuente en los grandes teatros. La apuesta, valiente y culturalmente necesaria, certifica la voluntad de la institución ovetense de abrir su temporada a repertorios menos transitados, ampliando horizontes para su público, aunque el carbayón no estuvo lo que se dice entusiasmado pese a la buena entrada en esta tercera representación, pues al descanso se vaciaron butacas y al final del segundo acto, pese a la advertencia de ser una pausa técnica rogando no abandonar los asientos, se obvió por otra parte del respetable, puede ser también por el horario que nos llevaría hasta casi las once de la noche y seguro había de administrarse algún medicamento.

Como nos recordaba el musicólogo Ramón Sobrino Cortizo en la conferencia previa del pasado día 11, Vivaldi abre una puerta a la magia y la locura de Orlando, y ”la partitura es un auténtico festín para los cantantes, que pueden mostrar su virtuosismo”, recordándonos que Il prete rosso compuso más de 800 obras, de las cuales 51 son óperas siendo Orlando una de las más brillantes, por su fuerza musical, su rigor dramático y su riqueza emocional. A partir de la obra de Ludovico Ariosto (1532) Vivaldi compone una joya donde los celos, la magia y la locura se entrelazan en una trama ambientada en la isla encantada de Alpina, con los amores cruzados de Orlando, Angélica, Medoro, Ruggiero y Bradamante enfrentándose a los hechizos y trampas de la maga. «El héroe Orlando es una figura que atraviesa la historia literaria europea, desde la ‘Chanson de Roland’ medieval hasta la ‘Divina Comedia’ de Dante», señaló Sobrino Cortizo.

Vivaldi compone aquí un continuo de recitativos y arias da capo que exige a los intérpretes virtuosismo, variedad expresiva y un control absoluto del estilo, un esfuerzo físico que ahuyenta a grandes voces de este periodo de la historia lírica. El entramado vocal que subió al escenario del Campoamor —con predominio de voces femeninas y un único timbre viril real, el Astolfo de San Martín— lo confirma: todas las tesituras avanzaron por una partitura ardua, plena de agilidades, cambios de afecto y amplios saltos interválicos. A este mapa vocal se sumó la acústica propia del teatro, que permitió comprobar cómo ciertas voces se proyectaban mejor cuando la escena las situaba en posiciones delanteras, y especialmente al lado derecho del escenario (que la gran Montserrat Caballé siempre elegía en tiempos de menor importancia en la escena), un fenómeno que no siempre coincidió con las necesidades dramáticas.

Aarón Zapico, profundo conocedor del repertorio barroco, planteó una lectura contrastada y teatral desde la Sinfonía u obertura inicial, con tempi vivos y mucha atención al color. En las funciones anteriores hubo comentarios y críticas sobre el desequilibrio recurrente entre el foso y las voces, si bien en esta tercera fue menor, al menos desde mi fila 12. En los tutti, especialmente en el primer acto, el empuje de la Oviedo Filarmonía, solvente y poco habituada a este repertorio, demostró su ductilidad en todos los estilos, esta vez con un continuo que brilló siempre (David Palanca al clave, Guillermo L. Cañal al chelo y Pablo Zapico a la tiorba) desde un trabajo ejemplar que aportó armazón expresiva y claridad retórica, junto a la cuerda guiada por Jorge Jiménez, otro referente en este estilo, que nos dejaron momentos de sonoridad luminosa para una plantilla personalmente algo numerosa por las dinámicas empleadas.

El elenco reunió mayoritariamente debutantes en la temporada ovetense, lo que añadió un punto extra de riesgo aunque al ser la tercera de las cuatro funciones se avanzó en seguridad. El contratenor Arnaud Gluck (Ruggiero) fue, para buena parte del público y crítica, el triunfador vocal de este miércoles, muy aplaudido en sus intervenciones solistas, y a quien recordamos en el espíritu del «Dido y Eneas» de hace un año dentro de los Conciertos del Auditorio. De voz delicada y lírica, encontró en la instrumentación más liviana de sus arias el espacio ideal para ornamentaciones elegantes y un fraseo de enorme sensibilidad, especialmente en las dos arias lentas a las que aportó esa languidez de su rol: Sol da te, mio dolce amor del acto primero (escena duodécima) con la flauta magistral de Mercedes Schmidt, y Pianger, sin che l’onda del pianto del segundo acto con el chelo del continuo.

La soprano vizcaína Jone Martínez (Angélica) se impuso como la voz de mejor proyección y timbre bello. Técnica segura, coloraturas impecables y un trabajo actoral que reforzó la dimensión afectiva del personaje. En muchos pasajes, su Angélica eclipsó al propio Orlando.La mezzo chilena Evelyn Ramírez (Orlando) firmó un personaje complejo con un timbre oscuro y homogéneo, algo corto en volumen en la zona grave, yendo de menos a más, que en su tercer acto mostró mayor resolución y autoridad dramática con unas coloraturas ya nítidas. No es una “contralto con calzones” pero sí tiene gran capacidad expresiva para su color de voz, además de una innegable preparación física para poder cantar encaramándose a la cueva, aunque se perdiese algo de proyección por esa ubicación.

Segunda mezzo, Shakèd Bar (Alcina) aportando solidez, volumen y un punto de crueldad escénica bien administrado, resolviendo con credibilidad las exigencias del rol pleno de ornamentos virtuosísticos, con otro color para poder diferenciarse dentro del póquer en esta cuerda donde las contraltos escasean.

La tercera sería Serena Pérez (Medoro). La asturiana ofreció una línea elegante y un fraseo refinado en una tesitura incómoda, aunque la orquesta la cubrió en algún momento pero siempre de voz redonda y madurando poco a poco con un trabajo en evolución constante.

Finalmente la griega Maria Zoi (Bradamante) con el barítono madrileño César San Martín (Astolfo) enfrentaron sus respectivas dificultades con desigual resultado. Ella, superada por volumen y algún recitativo desafinado; él, más cómodo a medida que avanzaba la función, con un tercer acto mejor resuelto, aportando la única voz grave del elenco.

El Coro Intermezzo que prepara Pablo Moras, volvió a mostrar su solidez habitual, preciso y empastado en sus breves intervenciones desde el foso, con volumen y buen gusto.

Volver a destacar en esta función el papel de los seis bailarines que acompañan la escena y dejaron cuadros de bella factura y plasticidad, así como los figurantes.

De la puesta en escena, estética, simbólica y estática por momentos. La propuesta de Fabio Ceresa, con escenografía de Massimo Checchetto, opta por elementos mínimos pero de fuerte impacto visual donde pasamos del cielo a los abismos: un puente articulado que une cielo y mar, donde pescar y lanzar la red que captura peces o estrellas; dos escalinatas y una gran luna central que mira desde arriba, giratoria que también hace las veces de trono de Alcina al volverse casi venera de la Primavera boticelliana, con colores sólidos excepto en el último acto.

No faltaron filtros de amor ni cueva. La disposición, simétrica y de gran plasticidad, compone cuadros vistosos aunque resta espacio de movimiento, generando cierto estatismo en algunos pasajes, si bien el inmenso hipogrifo (magistralmente manejado) se convirtió en un protagonista más. El vestuario de Giuseppe Palella y Elisa Cobello —rico, fantasioso, lleno de pedrería y de códigos cromáticos que distinguen mundos y hechizos— resultó uno de los mayores aciertos de la producción, sumándose la iluminación de Fabio Barettin para modular atmósferas y afectos mediante colores cálidos y fríos, completando un universo visual coherente y atractivo, tanto en los fondos como en la paleta utilizada en la concha, pues la fantasmagoría es fundamental para el juego de colores del propio texto de Ariosto, y como dice Ceresa en el libreto de este título, “todo está permitido en Orlando Furioso porque (…) es un mundo hecho de metáforas”.

Puedo concluir que este Orlando era un riesgo necesario y una apuesta valiente. Escuchar Vivaldi escenificado sigue siendo un acontecimiento y Oviedo apostó con audacia aunque el resultado no alcanzó la categoría de gran éxito, pero al menos marcó un paso adelante en la normalización del repertorio barroco dentro de la programación española. La función dejó contradicciones —estilísticas, acústicas y de equilibrio—, pero también momentos de bellísima musicalidad, voces emergentes de gran interés y una puesta en escena que supo iluminar el imaginario fantástico del libreto de Braccioli. Una noche irregular pero estimulante, que confirma que la ópera crece cuando se atreve.

FICHA:

Miércoles 19 de noviembre de 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVIII Temporada de Ópera. A. Vivaldi (1678-1741): «Orlando Furioso» RV 728, “Drama per musica” en tres actos, con libreto de Grazio Braccioli, basado en el poema épico “Orlando furioso” (1516) de Ludovico Ariosto. Estrenado en el Teatro Sant’Angelo de Venecia, el 10 de noviembre de 1727. Coproducción de la Fondazione Teatro La Fenice y el Festival della Valle d’Itria di Martina Franca. Edición musical: Lina Manrique.

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Aarón Zapico – Dirección de escena: Fabio Ceresa – Diseño de escenografía: Massimo Checchetto – Diseño de vestuario: Giuseppe Palella – Diseño de iluminación: Fabio Baréin – Dirección del coro: Pablo Moras – Maestra repetidora: Anna Crexells.

REPARTO:

Orlando: Evelyn Ramírez (mezzosoprano)* – Angelica: Jone Martínez (soprano)* – Alcina: Shakèd Bar (mezzosoprano)* – Bradamante: Maria Zoi (mezzosoprano)* – Medoro: Serena Pérez (mezzosoprano) – Ruggiero: Arnaud Gluck (contratenor)* – Astolfo: César San Martín (barítono).

Orquesta Oviedo Filarmonía

Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo)

* Debutante en la Ópera de Oviedo

Música para La Regenta

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Lunes 17 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Sala de cámara: Música en torno a «La Regenta», Cuarteto «Clarín». Obras de Toldrá, Granados, Albéniz y Turina.

Música y literatura siempre han ido de la mano y la capital del Principado está celebrando los 140 años de la publicación de «La Regenta» (1884-1885) de Clarín, siendo este el primer concierto del ciclo con un cuarteto de cuerda que ha tomado el nombre del ilustre ovetense nacido en Zamora, cuatro músicos pertenecientes a la Oviedo Filarmonía, que a su vez está completando otra banda sonora para la obra que ha inmortalizado Vetusta como sinónimo de Oviedo.

Leopoldo Enrique García-Alas y Ureña, conocido simplemente como Leopoldo Alas o Clarín  (Zamora, 25 de abril de 1852 – Oviedo, 13 de junio de 1901) fue un escritor y jurista español además de crítico musical. Buscar obras españolas contemporáneas a su vida daría para muchas opciones, aunque ceñirse a la formación elegida se puede hacer algo más complicado. A la terna inicial de Granados, Albéniz y Turina se sumaría un Toldrá posterior y que abriría el concierto como ventana con vistas al mar que desde Oviedo no se ve, aunque la luz del mediterráneo iluminase muchas páginas de los tres  compositores catalanes así como el Guadalquivir sevillano de aires toreros y melodías cercanas.

El vilanovino Eduardo Toldrá (1895-1962) ayudó a difundir la estética de Debussy como intérprete de cuartetos en España, y junto al sevillano Turina se mueven en un lenguaje personal equidistante de los dos polos que marcaban los intereses encontrados del momento, algo alejado de nuestro Clarín aunque cercano a la evocación en los inicios del siglo XX y conocedores del cuarteto. Y seguiré emparejando a Toldrá y Turina, inicio y final del concierto, pues hay mucho de búsqueda de un realismo que puede resultar tópico, como ocurre con lo que de “andaluz” tienen los compositores españoles elegidos para este programa clariniano, pero también muy literario, independientemente de la propia cronología.

Vistes al mar de Toldrá establece un diálogo con la poesía de Joan Maragall en cada uno de los tres movimientos (las poesías de referencia son La ginesta, A les llunyanies, y La mar estava alegre aquest migdia), aplaudidos independientemente pese al anunció inicial del cellista. Hay en ellos una tenue y sensible polifonía en el primero, un segundo movimiento evocador de Debussy por el tratamiento de la melodía, junto al movido y en cierto modo «innovador» tercero, evocaciones literarias válidas para esta banda sonora. Los cuatro músicos que llevan años compartiendo en sus atriles mucha música, aunque no en esta formación, así entendieron estas vistas o poesías sin letra, muy aseadas aunque con algún problema de afinación, puede que por la temperatura de la sala de cámara.

Las Doce danzas españolas op. 37 (1892-1900) del ilerdense Enrique Granados (1867-1916) están originalmente escritas para piano y según el propio compositor fueron escritas en 1883, aunque probablemente perfeccionadas posteriormente por él mismo. Si bien existen muchas versiones y arreglos, desconozco la autoría de las interpretadas por el Cuarteto «Clarín» que seleccionaron tres de las doce: la número 2 Oriental, con un sentido movimiento central, la tercera conocida como Fandango o Danza gallega, una zarabanda enérgica y rítmica, más la popular Andaluza o Playera (quinta, que no debe confundirse con la anterior) de cierto aire flamenco por esa «evocación de lo andaluz» a que hacía referencia anteriormente. En lo personal estuvieron algo alejadas del espíritu primigenio y donde los unísonos volvieron a notarse algo desafinados; a favor esta versión personal con los violines cual mano derecha mientras viola y cello son la izquierda, con fraseos más adaptados a la cuerda que al piano así como una agógica bien entendida por el cuarteto.

Algo similar ocurriría con la selección de cuatro de los ocho números pertenecientes a la Suite Española nº 1, op. 47 del gerundés Isaac Albéniz (1860-1909). Compuesta entre 1882 y 1889, los arreglos estuvieron más en la línea pianística por la sonoridad y mejor instrumentación para cuarteto de cuerda, con los aires adecuados así como mayor ajuste en la afinación. Asturias (Leyenda, nº 5) bien elegida la alternancia y protagonismos, Cádiz (Saeta, nº 4) muy bien sentido, Cataluña (Corranda, nº 2) de sardana más rica en la cuerda que en el propio piano, y finalmente Sevilla (Sevillanas nº 3), cuatro episodios contrastados donde poder lucirse cada músico y mantener un sonido más homogéneo en la formación para la ocasión.

Finalizarían con La oración del torero (31 de marzo al 6 de mayo de 1925) de Joaquín Turina (Sevilla, 1882 – Madrid, 1949), obra breve escrita inicialmente para el cuarteto de laúdes Aguilar, que asume como característica la esencia del pasodoble desde una gran estilización y una sutil fuerza interior, siendo probablemente una de las obras de mayor interioridad compuestas por el sevillano, que además realizaría la adaptación para cuarteto de cuerda nada más terminar la primera en mayo, y para orquesta de cuerda en 1927. La interpretación del Cuarteto «Clarín» estuvo ceñida a la partitura del andaluz, de sonido compacto y con ese aire torero bien llevado por una cuerda que está rodada, aunque no sea solamente la suma pues un cuarteto necesita toda una vida para latir y sonar cual unidad.

De regalo volverían a Granados y el «Intermedio» de Goyescas que en cualquier versión siempre es bello y en cuarteto no defraudó, poniendo el cierre a este nuevo capítulo sonoro para Ana Ozores.

Cuarteto «Clarín»:

Marina Gurdzhiya, violín
Luisa Lavín, violín
Rubén Menéndez, viola
Guillermo L. Cañal, violonchelo

PROGRAMA

Eduard Toldrá (1895-1962):

Vistes al mar

-Allegro con brio
-Lento
-Molto vivace

Enrique Granados (1867-1916):

Doce danzas españolas (selección)

-Oriental

-Fandango

-Andaluza

Isaac Albéniz (1860-1909):

Suite Española (selección)

-Asturias

-Cádiz

-Cataluña

-Sevilla

Joaquín Turina (1882-1949):

La oración del torero, op. 34