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Oviedo sonó anglosajón

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Sábado 6 de marzo, 19:00 horas. Los «Conciertos del Auditorio«: Oviedo Filarmonía, Nicolás Altstaedt (violonchelo y director). Obras de Elgar y Schumann. Entrada butaca: 12 €.

El público asturiano sigue necesitando de la música en vivo y sabe que la cultura es segura, por lo que este sábado y con todas las medidas de prevención impuestas, acudió al auditorio ovetense para disfrutar de un concierto en torno al franco alemán Nicolás Altstaedt en su doble faceta de violonchelista y director al frente de una Oviedo Filarmonía (con Marina Gurdzhiya de concertino) que sigue sacando músculo en estas obras agradecidas y conocidas de todo melómano.

El famoso Concierto para violonchelo en mi menor, op. 85 de Edward Elgar (1857- 1934) es una obra compuesta en 1919 tras la Primera Guerra Mundial, cuando su música había pasado de moda,  en contraste con su concierto para violín, pero que en los años 60 Jacqueline du Pré rescató convirtiéndose en una de las grabaciones de música clásica más vendidas, y desde entonces los violonchelistas han caído rendidos al poderío de esta obra. Concierto contemplativo y elegíaco que contando con el propio solista como director hizo de él una recreación personalísima en sus cuatro intrincados movimientos (Adagio – Moderato // Lento – Allegro molto // Adagio // Allegro – Moderato – Allegro, ma non troppo – Poco più lento – Adagio), difícil conducir de espaldas pero con la colaboración de Gabriel Ureña que ejerció de alter ego al frente de la sección de chelos, empatía y conocimiento de la obra, para poder encajar a la perfección una composición donde la orquesta funde tímbricas con el solista. Comienzo con un corto pasaje para el violonchelo marcado como «Nobilmente» en un gesto entre asertivo y malhumorado que decía el propio compositor, inicio declaración de intenciones que vuelve brevemente en el segundo movimiento y también al final, así entendidos por Altstaedt, contrastando con la austeridad del tema principal a cargo de unas violas muy sólidas. Resignación y amargura que parecen mezclarse en Elgar aunque siempre brillando la esperanza. Bien empleado el material rapsódico en el violonchelo con su pizzicato y posterior movimiento virtuoso. En los movimientos lentos surge el aire meditativo y de búsqueda interior que el chelo recrea como pocos instrumentos y el maestro exprime en su doble y difícil faceta de solista y director, final notable de ricos contrastes con ese tema principal enérgico, la cadencia acompañada y el retorno de parte de los materiales del movimiento lento, así como esa primera idea con la que comienza el Concierto, para después permanecer con la profunda melancolía que impregna la obra, ese final tan del temperamento «british»  del propio Sir Edward con esta obra incomprendida en su momento e imprescindible en los actuales. Sonido delicado siempre presente el de Altstaedt, interiorizado y carnoso pero igualmente presente ante la complicidad de una orquesta que escuchó al director y un público en silencio sepulcral (bienvenidas las mascarillas) para captar la amplísima paleta dinámica desplegada desde el escenario. Solos en la madera de enorme calidad, metales bien empastados aunque no siempre contenidos, y una cuerda homogénea compartiendo una sonoridad muy británica para esta versátil orquesta ovetense que diez años después de Haider camina hacia la excelencia.

Y una propina inesperada, no con Altstaedt al cello pero manteniendo el ambiente «londinense» previo, sino con el Minueto de la Sinfonía 95 en do menor, Hob.I:95 de Haydn para agradecimiento y lucimiento de Gabriel Ureña que en su solo volvió a mostrarse dominador, colaborador y fiel continuador de un Altstaedt sentado en la tarima asintiendo y dejando a la orquesta disfrutar de este inusual regalo que sirvió de puente a la siguiente sinfonía.

La Sinfonía n.º 2 en do mayor, op. 61 de Robert Schumann (1810 – 1856), fue estrenada por la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig el 5 de noviembre de 1846, bajo la dirección de Félix Mendelssohn, incansable promotor de la música de su amigo y que en momentos tiene pasajes muy suyos pero también bajo la sombra de su admirado Beethoven, cerrando la primera generación de los sinfonistas románticos alemanes. Tras la revisión once días después añadió cambios en la orquestación añadiendo tres trombones, dejando una plantilla que permanece ideal para los cuatro movimientos (Sostenuto assai – Allegro ma non troppo // Scherzo: Allegro vivace // Adagio espressivo // Allegro molto vivace).

Altstaedt sin necesidad de batuta pero con esas manos grandes y poderosas fue trabajando minuciosamente el sonido, desde la aparición de las trompetas en «pianissimo» arropadas por una cuerda sedosa hasta el impetuoso final. Balances bien logrados y tempi ajustados para poder escuchar cada sección con claridad en esta segunda sinfonía Zwickauer tras la «primaveral» primera. Temas sombríos hábilmente orquestados (maderas y metales a dos con los citados tres trombones), adoleció de más músculo en la cuerda para la grandiosidad de la partitura pero mejoró en el segundo movimiento, ritmo acusado, bien marcado y entendido desde el podio, energía contagiada por Altstaedt, violines limpios, contrastes claros, «scherzo de latigazo» como se ha definido, antes del anhelado y estático adagio mucho más equilibrado, con un oboe inspirado, un clarinete en la misma línea, y las trompas bien ensambladas, siempre arropados por una cuerda aterciopelada que el director se encargó de subrayar, y ese final triunfante «en el que vuelvo a ser yo mismo» como escribió Schumann, refiriéndose al hecho de que había sufrido otro ataque de nervios y un período de inercia creativa después de completar el Adagio cerca de Dresde. Fue un ser seguro y magistral por un breve tiempo, menos de un año, después del cual la oscuridad se cerraría de nuevo a su alrededor pero dejándonos esta segunda que globalmente me dejó buen sabor de boca y la constancia del feliz entendimiento y excelente trabajo de Nicolas Altstaedt con la Oviedo Filarmonía en este repertorio que no puede faltarnos.

Emociones contadas

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Domingo  26 de noviembre, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Sala de Cámara: Asociación Cultural «La Castalia», XVI Curso «La Voz en la Música de Cámara». Concierto de clausura en homenaje a la memoria de Olga Semushina. Entrada libre.

Significado según nuestra Real Academia Española de la Lengua de la palabra emoción (del lat. emotio, -ōnis): 1. f. Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.
2. f. Interés, generalmente expectante, con que se participa en algo que está ocurriendo
.

La vida es puro aprendizaje, el trabajo otro tanto y no hablemos de la música donde nunca se termina de aprender y descubrir. Entendamos todo como pura emoción en cualquiera de las dos acepciones de la RAE, sea leer, escribir, escuchar… Y no es lo mismo «contadas emociones» por escasas y excepcionales que «emociones contadas», lo que pretendo desde aquí y algo que en el mundo de la música se intenta hacer continuamente.
Emociones contadas y cantadas, emociones exteriorizadas o interiorizadas, emociones individuales y compartidas, colectivas por la magia de la música pero siempre emociones. Emoción hubo en un concierto final de curso que dejó pequeña la sala de cámara más allá de descubrir nuevas voces, hacer un seguimiento de las conocidas o escuchar dos estrenos. Emoción en quienes se sumaron al recuerdo y homenaje de una amiga, maestra, intérprete, compañera o esposa.

Emoción colectiva con todos los participantes escuchando las palabras de Begoña García-Tamargo, directora artística de «La Castalia«, emocionada por la amiga y compañera, emoción contenida con la música de Beethoven con el Adagio de la sonata en la mayor grabada por Olga Semushina con su marido Vladimir Atapin al cello, verdadero homenaje escuchado por todos con esa alteración del ánimo penosa e interpretada cual vida eterna de una música que nos mantendrá siempre vivos, ejecutada por ese matrimonio roto por una enfermedad contra la que luchó hasta el final, tristemente orgulloso de disfrutarla un poco más de lo diagnosticado.

Conmoción somática la de todo intérprete al salir al escenario con distintas reacciones interiores: cosquilleo, nervios, bloqueos, rigidez… emociones que todo músico conoce pero no siempre controla, cursos de idiomas porque la palabra cantada siempre debe ser escuchada, trabajo de repertorio de cámara que exige emocionarse cantando y emocionar al oyente, transmisión unívoca cuya respuesta llegará con el aplauso. La música de Fauré o Rodrigo, Guastavino o Tosti, Vaughan Williams o Barber, Hahn o Wolf con poemas emocionantes en su lectura pero aún más trascendentes con sus notas, inflexiones y el ropaje del piano, diálogos donde la música complementa la palabra. Emociones del lenguaje tan difícil y distintas en francés o castellano, alemán o inglés pero igual de exigentes para noveles o veteranos. Las sopranos Carla Romalde, Janeth Zúñiga, Canela García o Cristina Suárez, el barítono Pedro La Villa y el tenor Adrián Begega, la mezzo María Heres (me encantó el acento argentino en su su sentida Pampamapa) y la siempre querida soprano ferrolana Patricia Rodríguez Rico que no podía faltar en este homenaje de emociones (impactante y cómplice con el piano en el emocionante poema alemán que es Befreit de R. Strauss) y de estrenos

Búsquedas interna de la voz y el color, elección del repertorio, trabajo de interiorización y el examen constante del público, una vida cantada y no siempre contada. Manuel Burgueras al piano como profesor de estos repertorios llevando cada voz por el camino correcto o guiando a los demás pianistas como Yozhuan Chávez acompañando a Zúñiga o Alma González (con Heres) quien se sumó con un minuto de música al homenaje emocionado e individual de alumna a maestra, Angelico (1959) el primer número de «Música callada» (Mompou) con una rosa blanca sobre el negro barniz del Steinway.

Emoción compartida desde la propia interiorizada de Gabriel Ureña, empatía de cello y dolor con el piano de Patxi Aizpiri en el Andante de la Sonata op. 19 de Rachmaninov, los rusos que sentimos asturianos, intérpretes y compositores, abrazo sin palabras al amigo y compañero Atapin recordando a «la Atapina» con la música que llega donde la palabra no, precisamente en un concierto con la voz de protagonista donde el violonchelo es lo más parecido a ella, verdadera Vocalise capaz de hacernos vibrar con cada cuerda y más con el sentimiento transmitido desde lo más íntimo.

Qué mejor homenaje que estrenar una obra, trabajada además por cuatro de estos alumnos como broche de otro curso, y Gabriel Ordás (1999) que sigue creciendo en todos los sentidos y estilos, nos regalaba «A Dafne«, fantasía para cuarteto vocal y piano con el texto del Soneto XIII de Garcilaso de la Vega. El relevo en el piano lo tomaría hasta el final la ucraniana afincada en Asturias Yelyzaveta Tomchuk, coprotagonista de este estreno junto a Patricia RodríguezMaría HeresAdrián Begega Pedro La Villa que emocionaron con ese soneto musicado exigiendo a cada solista entrega, técnica y solidaridad en el canto, matices con registros amplios y empastes buscados, intimismo camerístico y tensiones con piano recreando la letra desde la voz. Habrá quedado registrado por las muchas cámaras y grabadoras, a cuyos propietarios vendría bien hacer un curso para fotógrafos en conciertos, cómo comportarse sin molestar, el saber estar en cada momento tan importante para todo en la vida.

El segundo estreno vendría de Pablo Moras (1983), recientemente galardonado con el premio de la SGAE Carmelo Alonso Bernaola de jóvenes compositores, y su obra con texto de Xuan Bello «No Escuro» para coro mixto con piano, el propio compositor y director de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo con Lisa Tomchuk, emociones a flor de piel y emociones cercanas al lujo por poder interpretar una obra nueva dirigida por el autor, asistir en todas las personas, primera, tercera o segunda, singular o plural a la amplia gama de matices y colores emocionales de todo tipo con una obra actual cercana como el homenaje común a Olga desde la voz, solista o en coro.

Y sumándose a la Capilla algunas de las alumnas nada mejor que la alegría de un musical tan conocido como West Side Story (L. Bernstein) en un arreglo con piano de Len Thomas que redimensiona el original a coro, números de Tony por las voces graves, de Maria por las blancas, y el empuje coral conjunto bien compenetrado con el piano por un coro algo corto en hombres (endémico en casi todos) pero convincente, entusiasta y emocionado a la vez que emocionando.

No se podía pedir más, aunque Atapin volvió a dar las gracias a todos, orgulloso con la placa que le entregó «La Castalia» de manos del presidente y amigo Santiago Ruiz de la Peña, tras la foto final con todos los profesores, alumnos e invitados a este homenaje emotivo, porque de bien nacidos es ser agradecidos.

El violonchelo que llena

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Martes 12 de julio, 20:00 horas. Claustro del Museo Arqueológico de Asturias, Oviedo: Festival de Verano. Gabriel Ureña, violonchelo. Obras de J. S. Bach, W. Lutoslawski y P. Hindemith. Entrada gratuita.

Hace años que este joven chelista avilesino levantó el vuelo -como los pájaros que «acompañaron» todo el concierto- dejando la OFil (de la que fue el Principal más joven de España con solo 19 años) para continuar su formación a caballo entre Viena y Florencia con Natalia Guttman entre otros para emprender una sólida carrera como solista que le está llevando por medio mundo aunque como hace dos veranos, volvió a nuestro Oviedo veraniego con otro lleno hasta la puerta.

El día gris asturiano resultó el telón ideal para un concierto potente con dos mundos de la escritura para violonchelo: el arranque histórico de J. S. Bach con dos de sus suites, la segunda y tercera, de quienes las leyendas urbanas cuentan que Pau Casals (su conocido El Cant del Ocells fue propina idónea por los pájaros que no callaron durante todo el recital) se desayunaba a diario, la definitiva victoria sobre la viola de gamba para convertirse en el instrumento imprescindible de cualquier formación, más la consolidación actual para esta gran generación de cellistas españoles plenamente universales, dos pesos pesados como Hindemith (1895-1963) y Lutoslawski (1913-1994).

Parte del público que siempre atrae un espectáculo gratuito se levantó en medio de las obras sin el más mínimo reparo, otros se fueron tras Bach, puede que creyendo era el final del concierto o bien por el todavía «menosprecio» a unos compositores que forman parte de una misma historia y hace tiempo dejaron de ser contemporáneos para integrarse en los repertorios sin problemas.

Las Seis suites para chelo solo de Bach son el compañero para toda la vida de cualquier instrumentista y algo extensible a «todo el universo Bach», al principio se odian cual tortura necesaria, después y con mucho estudio se logran tocar con los mínimos fallos posibles, con los años comienzan a paladearse, pues siempre están ahí, y al final de la vida consiguen disfrutarse.
La Suite nº 2 en re menor, BWV 1008 es uno de esos amigos de viaje, seis números únicos individualmente pero que conforman un todo diferenciable en intención, aire, texturas, fraseos y hasta mimetismos. El Preludio es auténtica presentación, la Alemanda una reflexión, la Courante el toque de luz contrapuesto a la oscuridad, toda francesa, de la Sarabande aún de sonoridad renacentista e intimismo emparentado con la citada «viola de pierna», el Minueto abre la puerta al gran salón y la Giga será el viaje pastoral. Gabriel Ureña transitó cada cuadro con una gama de color muy uniforme donde el dibujo primó sobre el fondo, sonoridad rotunda en los graves y un arco que ha alcanzado el camino correcto pero aún sin interiorizar para poder disfrutar de «la segunda».

La Suite nº 3 en do mayor, BWV 1009 pese al paralelismo con la anterior en formato, resultó mucho más madura y redondeada, contrastada en todo, con un Preludio decidido y valiente, destacando la Sarabande por el mimetismo sombrío del cello y la alegría de la Giga cual gaita asturiana desde un juego de roncón y melodía bien planteado, olvidándose de pájaros y centrándose en la inmensidad bachiana desde la soledad del instrumento que llenaba cada piedra del antiguo Monasterio de San Vicente, acústica ideal para «Mein Gott», paladeando «la tercera» que además sonó convincente en los seis aires.

Cinco minutos para saltar dos siglos en el tiempo, cosas de la magia musical y los distintos idiomas que la gente joven dominan sin problemas en este mundo global. La Variación Sacher (1975) para chelo solo del polaco Witold Lutoslawski (dedicada al musicólogo y director Paul Sacher con motivo de su setenta cumpleaños y estrenada por el gran Rostropovich al año siguiente, verdadero impulsor de esta breve composición) es un lienzo sonoro lleno de arrebato, el contraste barroco actualizado y tamizado por la propia evolución humana donde el trazo es mero rasgo en vez de línea, ágil y espontánea, mientras los colores explotan y la distancia consigue dejarnos intuir motivos sin necesidad de formas concretas, «grafía aplicada a la música y no viceversa» en el entorno monacal de otros pájaros sobrevolando el claustro desde el sonido claro y potente de Ureña, cello actual y cercano, exigente técnicamente pero con la frescura de su generación, acercamiento más llevadero para una impetuosa interpretación llena de cuiadosos detalles y la búsqueda de un sonido propio.

La Sonata para violonchelo op. 25 nº 3 (1922) de Paul Hindemith son palabras mayores en escritura e intención que Gabriel Ureña ya ha interiorizado y trabajado en profundidad, dominada la fiera para jugar con los cinco movimientos que indican en sus títulos el camino a seguir casi al pie de la letra: 1. Animado, muy marcado, 2. Moderamente rápido, lento, 3. Lentamente – Tranquilo, 4. Animado y 5. Moderadamente rápido, reflexiones sonoras en cada cuerda y fraseo, en los arcos y el mástil, ligados y «stacati», dobles cuerdas, amplitud de matices, sonata de sonar y llenar anímicamente de principio a fin, siempre la búsqueda de contrastes como toda obra y todo recital que no quiera hacer caer en el sopor, creciendo en cada movimiento hasta el vibrante final con la cuerda en pizzicato resonando en el claustro.

Una hora de música llena de intensidad para un chelista como Gabriel Ureña (1989) que sigue engrosando la lista de españoles virtuosos del instrumento de Pau Casals -con su propina ornitológica- o Gaspar Cassadó junto a los jóvenes Asier Polo, Josetxu Obregón, Pablo Ferrández o Adolfo Gutiérrez Arenas, por citar unos pocos.

El Festival de Verano arranca con éxito, los martes y jueves citas en la agenda para residentes y visitantes, porque Oviedo es música en todas las ocasiones.

Alta costura musical

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Miércoles 6 de mayo, 19:45 horas. Teatro Filarmónica: Concierto 1.924 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. Dúo Gabriel Ureña (chelo), Sofiya Kagan (piano). Obras de Beethoven, Schumann y Rachmaninoff.

No hay nada como la música en directo, única e irrepetible. El pasado miércoles asistía en Gijón al concierto de Gabriel y Sofiya casi con el mismo programa, pero el estado anímico de los intérpretes y del público siempre es distinto, la acústica, el piano, hasta el «rodaje» que supone volver a compartir unas partituras de por sí difíciles que demuestran la grandeza de unos jóvenes sobradamente preparados que continúan una formación sin fin. El Filarmónica se llenó de amigos, antiguos compañeros, estudiantes, seguidores, aficionados que siguen una trayectoria imparable. Algunos me dicen que si no canso con tanta música… ¡qué poco me conocen! y además presumo de seguir la carrera de muchos intérpretes desde sus primeros años, como es el caso de Gabriel, por lo que verles crecer en todos los terrenos aunque más viejo (lo de más sabio no creo) también me enorgullezco de ello.

Llegado a casa y sin querer olvidarme nada, quiero empezar por la primera reflexión: tres compositores para los que el piano es seña de identidad, dominadores del mismo para el que han dejado obras únicas, también herramienta de trabajo camerístico y sinfónico, reducción a lo mínimo pero ampliación al infinito, y las obras de este miércoles no son las entendidas como un solista con acompañamiento sino un auténtico diálogo, esta vez con el cello. Por tanto Ureña y Kagan demostraron en cada partitura el sello de cada compositor desde esa visión conjunta, conocedores del trabajo ahí volcado y del siguiente, estudiosos de cada pentagrama y biografía porque sólo así se alcanza el siguiente peldaño de hacer música juntos, protagonismos compartidos y alternados, sonando rebosantes en sus respectivos instrumentos, poderosos e íntimos como si de terciopelo y seda se tratase, entendimiento mutuo por la doble tarea, introversión previa, individual, larga, meditada, ensayos, repasos… y extroversión posterior, hablada, interpretada en el mismo y único lenguaje universal de la música. Virtuosismo pianístico por parte de la moscovita, entendimiento con el cellista avilesino en las intenciones traducidas a fraseos, dinámicas, arcos, incluso respiraciones, emociones compartidas entre una orquesta de ochenta y ocho teclas al lado de la cuerda casi humana del cello, barítono o mezzo que exhuma música en cada frase, sonidos variados que buscan la fibra.

La Sonata nº 3 en la mayor, op. 69 de Beethoven tiene la hechura clásica y con hilos y telas conocidos, pero el diseño será marca propia del de Bonn a partir de unos patrones heredados que conoce y trasciende más allá. El paralelismo con la moda viene muy bien para expresar los sentimientos que esconde esta partitura, colores alegres del Allegro, ma non troppo, toques vistosos del Scherzo, allegro molto con un corte actual para su época y sobre todo la sabia confección a partir de unas telas con tactos variados, seda y terciopelo para el Adagio cantabile-allegro vivace, melancólica suavidad y expresiva fortaleza, maravillosas combinaciones de ambos intérpretes en una pasarela única, un mismo cuerpo capaz de vestirse acorde al momento, un telar que sacó color y textura en el cello de Gabriel con la percha y complementos del piano de Sofiya.

No importa si la Fantasie-Stücke op. 73 (Schumann) fue compuesta para clarinete y piano, el mismo vestido parece distinto según quién y cómo lo lleve, por lo que elegir un violín o un violonchelo dependerá del destino final. Entendidas las tres piezas como un lied, esa cercanía con la voz humana, puede que la de barítono, como el cello consigue una expresividad ideal ante el subrayado y protagonismo compartido con el piano. La letra está en los títulos que traducía en el anterior concierto: juego tímbrico de los dos instrumentos en un «arrebato de ternura» Zart un mit Ausbruck, dúo en estado puro con la melodía al vibrante y el piano meciendo esa poesía, Lebhaft leicht entre ambos protagonistas, «vivaz o liviano», fraseos articulados casi vocalmente, tensiones resueltas tras cada silencio, el arco de Gabriel expresividad en estado puro, más el Rasch und mit Feur «disparo con fuego», romanticismo desde el arrebato musical de ambos intérpretes, auténtica catarata sonora perfectamente encajada, conversación y mutua entrega, corta e intenso final encajado a la perfección.

Me comentaba al final un músico y compañero de la OFil lo bien que vendría usar una tarima para el violonchelo que le habría dado esa amplificación necesaria para un mejor equilibrio dinámico con un piano poderoso como el de la rusa, por otra parte necesario en ambas obras, añadiendo incluso detalles técnicos que siempre me enriquecen y complementan mi personal visión. Para la segunda parte pienso que estos detalles hubiesen resultado diría que imprescindibles sin mermar el excelente resultado.

Si en Gijón Brahms completaba la madurez de la forma sonata, el universo pianísitico del genial Rachmaninoff supone un salto abismal en los «patrones» románticos usados por sus predecesores, las combinaciones de colores y materiales le hacen inconfundible como si de los modistos para la élite pasásemos al «prêt à porter«, la calidad llevada al gran público sin perder calidad para arrancar un cambio de siglo. La Sonata en sol menor, op. 19 (completada en 1901 y publicada un año después) parece claramente identificable con las melodías y juegos armónicos del compositor ruso que explotará especialmente en sus conciertos para piano tan utilizados en películas. Volvemos a disfrutar del telar musical, transparencias pianísticas de una Sofiya pletórica cual solista y un Gabriel orquestal dando presencia y prestancia desde el Lento, allegro moderato, alternando melodías de hilo dorado llenas de expresividad, sentimiento y gusto por parte de ambos. El Allegro scherzando permitió seguir admirando a una virtuosa Kagan a quien el vestido ruso diseñado por su compatriota le quedaba perfecto mientras Ureña ponía los detalles que diferencian la misma prenda en dos personas, todo un catálogo de recursos técnicos y expresivos en ambos instrumentistas, sonoridades algo apagadas en el cello, puede que así entendidas por el propio compositor. El Andante pareció recordarnos el calzado como parte indispensable de la indumentaria, pies en la tierra para tocar el cielo, antes del estampado y estampido brillante del Allegro mosso, de nuevo el sello genuino de Rachmaninov bien entendido por un dúo que también alcanza su propia identidad, todo el mundo del piano y orquesta reducido a su «mínima» expresión, la simbiosis perfecta para un lirismo desbordante en ambos intérpretes, solos y en conjunto, unos lentos románticos en el amplio sentido de la palabra, y los movimientos rápidos pletóricos, poderosos, sin pliegues porque llenaban de contenido un diseño hermoso de principio a fin.

Muchas óperas y galas líricas ha interpretado Gabriel Ureña en su larga carrera (pese a su juventud), y me consta su admiración por nuestras voces más famosas, lo que unido a Saint-Säens como uno de los últimos grandes no ya en la ópera sino también para el cello, parecía consecuente elegir la voz de mezzo tal cual y «cantarla» junto a la orquesta hecha piano por Sofiya Kagan. El aria Mon coeur s’ouvre à ta voix del «Samson y Dalilla» (reciente todavía en nuestra memoria) fue el mejor regalo y un guiño operístico a los muchos aficionados y amigos que premiaron un concierto redondo. Jugando con las palabras, Gabriel la voz “celleste” con la “orquesta” de Sofiya. Aún seguirán camino juntos hasta octubre en el Palau de la Música de Barcelona, otro icono para los violonchelistas y músicos en general, donde este dúo seguirá asombrando. Ya esperamos con ganas otra visita a la tierra, cada concierto es único y la formación permanente un hecho irrenunciable para todos, más en la música que sigue haciéndoles crecer y podemos corroborar puntualmente. Que sea pronto…

Talento, tenacidad y trabajo

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Miércoles 29 de abril, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, Concierto nº 1.566: Gabriel Ureña (violonchelo), Sofiya Kagan (piano). Obras de Beethoven, Schumann y Brahms.

Exportamos talento desde España, que al menos recuperamos cuando nos visitan, jóvenes músicos preparados que con trabajo durante toda la vida que han elegido, ese que no se ve pero se aprecia cuando les escuchamos, a base de tenacidad y con todo el apoyo de los seres queridos, deciden marchar a continuar una formación con sus ídolos.

Incorformista, trabajador y tenaz, así como mucho talento desde niño son algunos de los muchos calificativos que podría dedicar a Gabriel Ureña (Avilés, 1989), el chelista principal más joven de España que con 19 años ya estaba en la Oviedo Filarmonía. Desde ese atril continuó cada día una formación que nunca termina, la semilla de los Virtuosos de Moscú prendió rápido en este avilesino y siguió disfrutando desde el chelo con grandes directores, voces de ópera que triunfan en todo el mundo, escuchado a inconmensurables solistas hasta que decidió seguir a Natalia Gutman hasta Viena donde reside en la actualidad, contactando con una de sus pianistas, la joven moscovita Sofiya Kagan (Moscú, 1982) con la que vuelve a su tierra para tocar en las sociedades filarmónicas de Gijón y Oviedo, mostrando sus avances y descubriéndonos una colega que como él, también tiene una dilatada trayectoria pese a la juventud, madurez que las tres «T» alcanzan independientemente de los años: talento, tenacidad y trabajo.

El programa que nos trajeron a Gijón es para dejar exhausto a cualquier intérprete, tres obras de tres grandes, romanticismo en estado puro espalda con espalda, compartiendo dificultades y grandezas entre piano y chelo, jugar y conjugar unas partituras exigentes para los dos intérpretes, protagonismo compartido, templar y contemplar la riqueza musical reducida a la música de cámara en estado puro, el dúo ideal para los compositores capaces de experimentar en formato cercano unas obras mayores «per se» con toda la grandeza exportable al mundo sinfónico.

La Sonata nº 3 en la mayor, op. 69 (Beethoven) de 1808 es una auténtica delicia para el aficionado de las filarmónicas e imprescindible para los seguidores del genio de Bonn, obra con todos los detalles personales del compositor alemán que también emigró a Viena. El Allegro, ma non troppo me recordó el de la Sonata para violín y piano nº 1 en re mayor por motivos y hechura, inicio del cello solo pero posterior alternancia entre los solistas, pasajes conjuntos, el siempre necesario desarrollo lleno de adornos para lucimiento técnico sin olvidar la musicalidad que subyace en cada pasaje, y el derroche de claroscuros, tensiones resueltas que el dúo entendió a la perfección. El Scherzo, allegro molto central una broma musical tal como Beethoven las entiende, carácter burlesco desde un jugueteo que tiene el silencio plenamente integrado para sorprendernos con esa alegría que la plenitud creativa le daba. También el dúo entendió a la perfección el espíritu en un auténtico coqueteo entre piano y cello que desemboca en el Adagio cantabile – allegro vivace, remanso equívoco antes de la catarata expresiva final en una sonata pletórica en partitura y virtuosa ejecución.

La Fantasie-Stücke op. 73 (Schumann) nos traslada en el tiempo cuarenta y un años, es de 1849 y toda una vida musical, el cello como barítono cantando con el piano tres lieder sin palabras, originalmente para clarinete, aunque ese paralelismo de timbres consiga hacer cantar cada cuerda en perfecta simbiosis con el piano, el género romántico donde Schumann también dejó huella, con un tratamiento instrumental casi sinfónico por el juego de timbres que logra sacar de los dos instrumentos, Zart un mit Ausbruck, dúo en estado puro, melodía al cello sudoroso y vibrante con el piano meciendo la poesía en estado puro, «arrebato de ternura», Lebhaft leicht diálogo entre los protagonistas, «vivaz o liviano», fraseos articulados en el mismo idioma, tensiones siempre resueltas tras cada silencio por breve que sea, con un arco por parte de Gabriel expresivo a más no poder, y Rasch und mit Feur, auténtico «disparo con fuego», arrebatos musicales por parte de ambos intérpretes, encajando los unísonos, contestándose una conversación de entrega mutua, como si estos jóvenes llevasen tocando juntos toda su vida, corta e intensa en un final encajado por ambos a la perfección. Placeres musicales del gran Robert.

Sin apenas respiro el último paso, casi otros cuarenta años y larga vida romántica contra corriente, el año 1886 de la Sonata nº 2 en fa mayor, op. 99 (Brahms), la madurez de la forma en el mismo formato de dúo, nuevos caminos y más expresividad si cabe, cuatro movimientos que van más allá sin olvidar la raíz, avance vital para 80 años que en el siglo XIX darían para una auténtica (r)evolución, optando por mantener tradición desde la modernidad pero sobre todo el respeto por los mayores. Así se entiende esta sonata y así la interpretaron Ureña-Kagan, diálogos chispeantes donde las semicorcheas sonaron claras y precisas, alternancias y uniones desde un empaste y entendimiento musical de auténticos creadores que respetan y conocen todo el camino previo, enfrentados a una partitura dura de ejecución, de estudio y de interpretación en el amplio sentido de la palabra, leer entre líneas, sacar a flote motivos escondidos en una masa donde nada sobra en cada capítulo, esos registros graves en el cello, los pizzicati del segundo movimiento cargados de emoción contenida, el piano en octavas ligeras junto a las dobles cuerdas del cello, especialmente en el movimiento final, redondeando sonoridades, relatos independientes que forman un todo en esta obra de madurez personal, compositiva e interpretativa. Una maravilla poder disfrutarla desde esta juventud que derrocha ganas.

Si hay una obra asociada especialmente y desde siempre al chelo es El cisne de «El carnaval de los animales» (Saint-Saëns), una delicadeza en el chelo de Gabriel con un acompañamiento pianístico sin sensación de reducir orquesta con una Sofiya perfecta vestimenta para una música danzada imaginariamente por una primera figura del ballet. España sigue siendo tierra de violonchelistas, con una generación que ha tomado el relevo de los grandes para deleite melómano. Así nos sentimos con esta propina, bailando como un regalo que agradecimos con salva de aplausos más que merecida para un concierto profundo que transmitió energía desde la juventud madura de dos intérpretes con mucho talento. La tenacidad y el trabajo van de la mano.

Viena con sonido asturiano

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©Foto asturias24.es  ® Gabriel Ureña

El pasado lunes 27 de octubre de 2014 era noticia el violonchelista asturiano Gabriel Ureña por interpretar en Viena la Suite nº 1 de Bach ante la Reina de España, con motivo de la inauguración de una exposición sobre Velázquez en el Museo de la Historia del Arte de la capital austríaca, siendo el primer viaje oficial en solitario de su majestad Doña Letizia, asturiana como Don Gabriel, lo que tuvo más repercusión en la prensa regional, no siempre acertada en algo que algunos han llamado, no exento de crítica «madreñismo» por el afán de buscar orígenes astures a todo aquel personaje conocido, independientemente de sus logros o desmanes. Al menos esta vez sí había algo directamente astur en la capital más musical de Europa.

 

® Gabriel Ureña: Concierto 4 de Mayo en el Palacio Strozzi (Florencia)

El chelista avilesino ha pedido una excedencia en la Oviedo Filarmonía (de la que es solista desde el año 2009, siendo el más joven de las orquestas españolas), para poder cursar un máster de alta especialización en la capital de la música con Natalia Gutman, y también con ella un postgrado en Fiésole (Florencia) para una carrera que nunca tiene fin.

Bebiendo directamente de la alumna de Rostropovich, Gabriel Ureña lleva años con su instrumento a cuestas de aquí para allá, trabajando duramente y viajando para completar una formación que vuelve a demostrar la calidad de nuestros intérpretes asturianos, semillas que han florecido desde la llegada hace más de veinte años de los Virtuosos de Moscú a esta tierra, estéril hasta entonces para los músicos de cuerda pero que supuso un punto de inflexión y solaz de melómanos, agrupaciones instrumentales y salas de concierto, siempre desde el esfuerzo personal de gente joven y de sus familias, sacrificadas en todos los sentidos ante una miopía de los gestores que siguen sin ver en la educación una inversión más que un gasto, y en la música un bien cultural del que cualquier país civilizado presume, incluso en tiempos de crisis.

Cuarteto du Solei: Lukas Medlam, Yury Revich, Jasna Simonovic y Gabriel Ureña ® GUreña

Gabriel Ureña comenzó sus estudios en el Conservatorio «Julián Orbón» de su Avilés natal con Alexander Osokin antes de pasar a Oviedo con Maite Andérez, aunque su calidad e inquietud le llevó a seguir perfeccionándose y aprendiendo. Siempre un placer escucharle en solitario, a dúo, como solista e incluso dentro de la orquesta carbayona cuyas intervenciones, tanto en conciertos como en la ópera, son destacables.

Cuarteto du Solei: Lukas Medlam, Yury Revich, Jasna Simonovic y Gabriel Ureña ® GUreña

En Viena Gabriel forma parte, entre otros del Quatuor du Solei (sustituyendo a Steffan Morris) y con el Ensemble Barroco Contemporáneo de Austria interpretó en otro acto, nada menos que en el famoso Palacio Imperial, un cuarteto de Boccherini.

Como él mismo contaba en la entrevista publicada por el diario LNE, «esta carrera conlleva sacrificio, mucho viaje, pero el esfuerzo se ve recompensado cuando compruebas que el público disfruta con lo que haces«, y quienes le seguimos desde sus inicios podemos corroborarlo. De sus andanzas tengo noticias suyas por las redes sociales, donde encuentra hueco para compartir vivencias con su legión de seguidores, unido a un carácter que le abre todas las puertas. Además de hablar inglés, italiano o el alemán que ya maneja con soltura, el único lenguaje universal sigue siendo la música, y Gabriel es políglota, además de responsable y consecuente, un ejemplo para una juventud que estamos exportando, esperando no se queden en otras tierras porque sería perder una inversión de todos.

La actividad vienesa es frenética, arte en cada esquina, música por todas partes acudiendo a conciertos en sedes históricas o actuando en esos mismos escenarios. La carrera de Gabriel Ureña está bien enfocada y tiene compromisos para todo el curso, recalando en la Sociedad Filarmónica de Oviedo allá para el 12 de mayo de 2015 sin perder ni un minuto. Al menos podemos presumir de un músico asturiano «coronado» en Viena con calidad reconocida y embajador de nuestra tierra, orgullo para todos y envidia (sana) de muchos colegas. Seguiré mandándole «MUCHO CUCHO©».

Salitre también en el aire

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Jueves 23 de octubre, 19:00 horas. Oviedo, Museo de Bellas Artes de Asturias: «La Carrera de América», conferencia de Juan Carlos De La Madrid.

La capital del Principado estaba este jueves otoñal tomada por la policía pero en «El Bellas Artes» olía a salitre, a puerto pesquero, a emoción en el relato, público con el corazón en ultramar, música bañada en lágrimas y la historia como evasión a un mundo en «la otra capital» en esta tarde donde lo real se palpaba en el museo y lo que en él acontecía, Darío Regoyos, Nicanor Piñole y tantos otros como callados testigos de excepción.

Alfonso Palacio, director del museo, hacía la presentación de una original actividad a partir de un cuadro de mediados del siglo XIX perteneciente a los fondos de nuestra pinacoteca: La corbeta ‘Villa de Avilés’, de William Andrews Nesfield (1793-1881), un buque construido en 1851, que transportó cincuenta mil jóvenes emigrantes entre los años 1853 y 1869.

Y ese cuadro que hoy ocupaba la segunda planta estaba en la charla del polifacético Juan Carlos De La Madrid, autor del libreto de la zarzuela La Carrera de América con música de Rubén Díez Fernández, dos avilesinos nacidos en la llamada Villa del Adelantado de la Florida, tierra de marinos como Pedro Menéndez.

Nos embarcamos en un viaje lejano desde la cercanía del verbo fácil del historiador y la música atemporal del compositor, todo bien aderezado en alternancia equilibrada que siempre evitó naufragios. Al contrario, las felicitaciones tras hora y media de conferencia y música demostraron que el museo está vivo, la música ya no puede faltar, y el tema bien ensamblado hacía imposible varar.

Rubén Díez al piano electrónico y dirección, fue desgranando en medio del relato distintos números de una zarzuela estrenada, como no podía ser menos, en Avilés allá por el 2007, con mi querida Beatriz Díaz, la Sabugo Filarmonía o Gabriel Ureña entre otros.

La soprano María Fidalgo, el tenor Pablo Romero, el cellista Pelayo Cuéllar y varias voces blancas de la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo» (de la que el propio Rubén es director adjunto aunque viva en el Teatro Campoamor, como ironizó Juan Carlos), pusieron el complemento a una modélica charla con ilustraciones visuales y musicales. No en vano era «una conferencia en todos los sentidos».

El Intermezzo con piano y cello fue casi obertura para una zarzuela contada y cantada, la belleza del sonido de Pelayo Cuéllar, con música en los genes, y un piano capaz de suplir la orquesta original, realidades entremezcladas con el relato de aquellos emigrantes que viajaban en condiciones infrahumanas casi similares a las pateras que dos siglos después buscan lo mismo, dejando atrás familias, ilusiones, amores como el dúo de Teresa y Andrés, María Fidalgo y Pablo Romero más el coro de mujeres de «la Capilla». Fotografías de los pequeños puertos de Gijón o Avilés desde donde marchaban a hacer fortuna allende los mares, La Habana siempre arrebatadora, Buenos Aires y el puerto del barrio de la Bocca, Caracas…

Relato de viajes y desgracias, idas sin vueltas, tragedias, barcos de vela como cascarones en el Atlántico, añorando al amado como en el «Tema de Andrés» cantado con emoción por María Fidalgo, haciendo resonar la sala que pese a no reunir las mejores condiciones acústicas y tener la orquesta reducida al piano, conmovió desde la hermosísima y sentida melodía compuesta por el músico avilesino para una voz bien timbrada.

La segunda oleada de emigrantes en los años 70 del siglo XIX cambiaron condiciones y tiempo para la misma distancia, vapores y grandes veleros, la independencia de Cuba y esa otra emigración que ya no partía de nuestra tierra por necesitar auténticos puertos pesqueros, emigrantes que cambiaban «la carrera de América» por «América como carrera», otro tipo de tripulaciones, de viaje y de puertos para atravesar el Atlántico en 10 días hasta que la Primera Guerra Mundial truncaría el devenir de la propia historia.

No faltó un poema o chascarrillo a cargo del siempre ameno Juan Carlos De La Madrid, donde la «sorpresa» estaba en decir que nadie la recordaría desde que se escuchó en el estreno, surgiendo la espontánea a cantar «Cuello vuelto», la soprano Patricia Martínez cual cupletista que redondearía estos fragmentos de la primera zarzuela del siglo XXI rememorando el XIX.

Quedaba el colofón y remate para hablar de «El Palacio de Cristal«, un conocido comercio en Cuba del avilesino Servando Ovies, que en una escapada a la tierra con el poderío del emigrante empresario, volvía a Cuba en el «Titanic«, siendo leyenda antes y después, encarnando y uniendo las dos oleadas que De La Madrid nos contó y el elenco cantó.

Andrés vuelve al pueblo, Pablo Romero canta «Luché en La Habana» con el acompañamiento al piano del compositor, historia hecha zarzuela, historia como el cuadro de Nesfield que nos acompañó, o la historia de la nota amarillenta perdida como el barco más famoso de la historia para un «Fin» con banda sonora de cello y piano en la mejor tradición de los inicios del cine, otro tema que los protagonistas de hoy, letra y música, también dominan. Seguramente habrá otra «conferencia-performance», aunque se necesiten patrocinadores y mecenas para poder subir a un escenario «La Carrera de América» completa. Mientras en la calle, mucha policía para algo poco real. El pasado se hizo presente con el verso y la música, la historia cercana y misteriosa como la sal que está en las lágrimas y en la mar.

No es cuento: Volo2 resultó Volo3

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Sábado 1 de diciembre de 2012, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Arcadi Volodos (piano), Oviedo Filarmonía, Michael Francis (director). Obras de Brahms y Mendelssohn.

La anterior visita en mayo de 2009 del gran Volodos me recordó a Shrek porque las apariencias engañan y el monstruo resultó ser encantador, sensible, dulce y tierno. Esta vez Fiona resultó una OvFi que tras el paso por el foso parece salir a flote engrandecida, y Burro, buen amigo en este cuento le correspondió nada menos que al inglés Michael Francis, una estrella en ascenso sin necesidad de doblarlo porque su acento británico era imprescindible para el programa de este primer día del último mes del año. Tres obras y tres patas suficientes para asegurar el equilibrio: orquesta, solista y director. De este cuento El Gato con Botas está independizado (¿el público?) y ocuparía otra película con Antonio Banderas poniendo voz hispana al personaje.

Brahms sería el protagonista de la primera parte, Obertura trágica, Op. 81 contrapuesta a la «académica», más enérgica que lacrimosa desde la primera nota. El maestro Francis se encargó de trazar las líneas claras de su visión, energía, tensión y dulzura, logrando sonoridades dignas de elogio en la orquesta carbayona, dinámicas extremas donde los pp eran sobrecogedores y capaces de acallar toses pese al frío invernal del exterior, que engrasarían la maquinaria para la obra y solista esperados. Lástima tener más cuerda en la plantilla porque la obra así lo exigía y sólo faltó el lógico volumen y «pegada» en los graves para redondear la perfección buscada por Mr. Francis. Ya indicaba Alejandro G. Villalibre en las notas al programa que esta obertura «no busca agradar tanto como epatar», aunque personalmente logró ambas cosas.

Sin caer en todos los calificativos que el ruso Arcadi Volodos (San Petersburgo, 1972) es capaz de verter en sus semblanzas biográficas, me quedo con «su virtuosismo junto con su sentido único y fraseo, color y poesía, le han convertido en el narrador ideal de las historias musicales románticas». Dominador de Rachmaninov o Liszt, «el segundo de Brahms» (Concierto para piano y orquesta nº 2 en SI b M., Op. 83) engrosa su larga lista de interpretaciones geniales, fácil de entender y hasta de acompañar como demostró el tándem OvFi-Francis. Un pianista capaz de sacar miles de matices a un instrumento mínimamente desajustado y sentado en una silla igual al resto como uno más a sumar en esta «sinfonía con piano», color orquestal desde las teclas como así lo escribió el de Hamburgo, misma paleta y agógica desde la batuta, concertación ajustada en cada uno de los cuatro movimientos, solista pendiente del concertino para «respirar» con sus arcos y un podio atento al teclado. Grandeza de Volodos para quien no hay retos técnicos una vez superados otros anteriores. Allegro non troppo así entendido por solista y director, empaste y complicidad con trompas y maderas, igual que el Allegro appasionato en la línea de bloque orquestal incluyendo el piano, hasta el reposo del Andante, con un Gabriel Ureña haciendo hablar el cello (pediremos a en navidades madera con más solera para redondear el «sabor en boca» que logra siempre el avilesino), protagonismo bien entendido y asimilado por Volodos (lo demostró en la propina). El rondó final del Allegretto grazioso volvió al cuento de «Shrek», simpático y sobrio, juguetón bien secundado por el buen amigo Francis en este «cuento Burro», capaz de aligerar toda la densidad del último movimiento redondeando una interpretación excelente en una «Fiona» enamorada y fiel de este «Relato a 3».

Y de regalo unas variaciones sobre Damunt de tus nomes les flors del gran Mompou, nuevo derroche dinámico e interpretativo lleno de emotividad (también la tiene en YouTube® hacia el minuto 4:23), agradeciendo el recuerdo a nuestra tierra española (o catalana sin Más) suficiente para recordar esta segunda visita al Auditorio.

No nos podemos quejar de Mendelssohn en Oviedo, pero la Sinfonía nº 3 «Escocesa» en La m., Op. 56 que nos dejó Michael Francis con una OvFi que resultó distinta y cercana, nacionalista y británica sentida desde el conocimiento de folclores que flotan como en la rememorada Escocia musicada por Donizetti para su Lucia di Lamermoor, esencia en el germanismo compositivo que no cae en tópicos, ayudado por una orquestación brillante de la que el director sacó todo lo mejor en cada sección. Si Brahms fue sobrecogedor y brillante, Mendelssohn devolvió toda la paleta romántica de texturas, agógicas (cambios de tempo), majestuosidad y empuje sin pausa desde la Introducción: Andante con moto – Allegro un poco agitato – Assai animato – Andante come I, neblina otoñal que nunca impidió perder la línea del horizonte, cuerdas muy trabajadas, maderas empastadas, metales sutiles, timbales aterciopelados siempre a punto para un Scherzo: Vivace non troppo, exigente para todos pero cumpliendo como buen ejército sonoro. Incluso el tránsito del Adagio cantabile al Finale guerriero no dejó tiempo a rupturas indeseadas por el «público enfermo» (toses entre movimientos indeseadas), más pendiente de la hora que de disfrutar una versión distinta a las últimas escuchadas en este auditorio ovetense, orquesta guerrera al mando de un buen general.

Si tras las «galeras» que parece suponer el foso para esta orquesta, nos la devuelven rejuvenecida a escena, bien venidas sean. Claro que la maestría en la dirección tuvo mucho que ver en este «Spa», y Volo2 resultó Volo3… no es cuento.

Del abismo al paraíso

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Miércoles 14 de marzo, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Midori (violín), OvFi, Marzio Conti (director). Obras de Puccini, Britten y Ravel.

Concierto distinto con la lírica sobrevolando todo él en un estilo que tanto la orquesta ovetense como su actual titular dominan y se sienten cómodos, «cojeando» algo en Ravel pero sobre todo emocionando con Midori.

El Intermezzo del Acto III de «Manon Lescaut» (Puccini) se colocaba al inicio para calentar motores, versión más sinfónica que de foso que siempre agradecen todos al permitir una gama dinámica más amplia y mejor escucha por parte de un público tan operófilo como el carbayón, con un solo del cello de Gabriel Ureña dulce y bien cantabile cual barítono en estado de gracia, seguido por la viola de Igor Sulyga y el violín de Mijlin, trío de ases que despuntaron cual figuras líricas.

El Concierto para violín nº 1, op. 15 de Britten nos presentaba en la capital asturiana (puente entre Florida y Suiza) a Midori, una violinista cuya presencia física menuda y delicada se transforma desde el primer compás. Cual prolongación corpórea su interpretación de esta obra poliédrica, de aristas cortantes, llena de sufrimiento, transmitía con toda la gestualidad pareja a cada nota que su violín (Guarneri del Gesù de 1734) emitía, sin perder el lirismo que ya nos cautivó recientemente en el «Peter Grimes» y ahora la OvFi acompañó como si de la voz se tratase, violín cantante, emotivo, dramático, gimiente, brillante, con un virtuosismo nunca exagerado y planeando todo el dolor y sentimiento del compositor inglés en un 1939 triste históricamente como bien recuerda Aurelio M. Seco en las notas al programa. La concertación de Conti puedo decir que fue operística porque así lo pide una partitura exigente para toda la plantilla, logrando una gama dinámica que hizo suspirar tras cada pianíssimo, siempre atento a la solista que ejerció con mando en plaza. Esfuerzo recompensado dejándonos una versión para recordar de una obra con la que no se atreven muchos solistas ni orquestas, dura no ya para el ánimo.

Todavía con ese malestar que Britten te deja en el cuerpo, Midori nos regaló la Fuga de la Sonata nº 1 en Sol m. BWV 1001 de Bach, auténtica delicia de fraseo, sonido y placer tras el dolor, en un tempo agradecido, nada lento y como terapia necesaria, grandeza que continuó al pedir salir al vestíbulo del primer piso para compartir con el público el agradecimiento mútuo que supone haber dado el mejor regalo: la música.

La segunda parte comenzó con los Valses nobles et sentimentales de Ravel, más plebeyos de lo esperado aunque la plantilla estuviese algo reforzada, bien llevados pero faltando precisamente algo más de sentimentalismo que no es igual que sensiblería. Conti tuvo algunos detalles interesantes pero la orquesta aún no puede alcanzar repertorios de esta envergadura pese al excelente trabajo que están realizando. Ya que la lírica pareció impregnar el programa, como en ella la elección del repertorio es la base para una carrera fructífera que no traiga problemas a la voz.

Creo que el maestro florentino sabedor de esa máxima operística quiso resarcirse con el Capriccio sinfonico de su compatriota Puccini, obra no muy habitual, de paleta sonora cercana al oyente aunque sin la voz para la que tan bien escribirá, sólo resulte evocadora más allá de las melodías apuntadas. Bien las distintas familias orquestales, buen empaste global, nuevamente dinámicas bien conseguidas y una cuerda que va tomando cuerpo, para una obra juvenil del de Lucca donde los motivos de «La Bohème» (triunfante tras «Manon Lescaut») me trajeron mentalmente a Beatriz Díaz como la Musetta con alma de Mimì para quien Don Giácomo no tiene secretos.

Al menos la propina también sonó operística, y la cuerda vibró en el hermosísimo Intermezzo de la «Cavalleria Rusticana» de Mascagni que nos devolvió el color y la sonrisa tras un concierto que surcó lo más recóndito de nuestros sentimientos aunque inicio y final fuesen «intermedios» del abismo al paraíso

P. D. Crítica sin firma en LVA.