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Cerrando ciclo

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Sábado, 31 de agosto, 20:00 horasXXVI Atardeceres musicales 2024, Teatro Riera de Villaviciosa. Dúo Wanderer (piano a cuatro manos): Francisco Jaime Pantín y Teresa Pérez Hernández. Obras de Mozart, Schubert, Brahms y Dvořák.

(Reseña para LNE del lunes 2, «Despedida al atardecer en Villaviciosa«, con los añadidos de las fotos más los links siempre enriquecedores, y tipografía que que a menudo la prensa no admite, más un Anexo imprescindible en este concierto)

Terminamos agosto y también el vigésimo sexto ciclo de los Atardeceres Musicales malayos que organiza el Círculo Cultural de Valdediós en la capital del concejo imperial tras el desahucio arzobispal del monasterio, pero posibilitando celebrar estos conciertos en el más adecuado y céntrico Teatro Riera, con un lleno repleto de emociones este último sábado, más allá de la propia música de piano a cuatro manos.

Y es que no solo se cerraba este ciclo veraniego, también el docente de Pantín en un homenaje a las “manos graves” del dúo caminante (Der Wanderer en la lengua de Goethe) que han dedicado toda su vida a formar varias generaciones de pianistas, muchos presentes en el concierto más una gran lista de ausentes que quisieron participar igualmente en el regalo del retrato realizado por Toño Velasco, entregado por su hijo Daniel Jaime al finalizar el mismo para sorpresa de la pareja de maestros, con un discurso que salió del amor filial, la admiración de los discentes y el orgullo de la amistad de tantos años.

Hasta el título del programa era simbólico, «Juntos contemplamos nuestra herencia», la de Paco y Mayte para casi todos los que no quisimos perdernos este homenaje de la mejor forma posible: escuchándoles de nuevo juntos, emocionándonos de principio a fin. El Mozart de su Andante con variaciones en sol mayor, KV 501, limpio, reposado, el sustento de Francisco Jaime y el brillo de Teresa Pérez, la compenetración vital que desemboca en la musical en otra lección de interpretación con poso.

De la Fantasía en fa menor, D 940 de Schubert decir que levantó lágrimas ante la profundidad y expresión demostrada en sus cuatro movimientos, magisterio de dos grandes del piano, literalidad en el aire indicado, expresividad “liederística” con la voz de Teresa y el contrapeso de Paco, el protagonismo compartido donde no sobra ni falta nada, la gestualidad al unísono, el mismo latir y sentir la magia del vienés a cuatro manos, connivencia de pentagramas y convivencias de muchos lustros juntos.

Tras el descanso llegarían tiempos de danzas, primero cuatro húngaras del hamburgués Brahms enterrado en la capital imperial con “V” de Viena, esta vez de Villaviciosa y también de Victoria, organizadas como solo los maestros saben (números 9, 19, 1 y 17) para darles una unidad nunca rota por un público rendido, emocionado y conocedor de todo el programa; después tres eslavas del checo Dvořák (la opus 72 nº 2 y las opus 46 números 6 y 8), un sinfonismo a cuatro manos y un sola alma, sincronismo perfecto con unos rubati al alcance sólo de los grandes, sonoridades rotundas y cristalinas con el equilibrio dinámico del pulso común.

El Dúo Wanderer nació con la vocación de profundizar y difundir el repertorio para piano a cuatro manos, y la conocida «Danza de Anitra» del Peer Gynt de Grieg fue un regalo en la transcripción que de nuevo convirtió el piano en una orquesta reducida con todos los matices y fraseos que Mayte y Paco ejecutan de forma única.

Y aún quedaba el cierre definitivo, de nuevo Dvořák y su Allegro con moto, sexto número de las Legends op. 59 que como en sus danzas eslavas o en el arreglo del noruego, trajeron la orquesta al piano, la música camerística para una conclusión luminosa en este concierto donde debo acabar con Don Antonio Machado:

“Caminante no hay camino
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar”.

El profesor Pantín finaliza una larga etapa mirando al frente para proseguir otra haciendo camino al tocar, y con su música seguirá iluminándonos teniendo todo el tiempo para ello.
Enhorabuena y gracias Maestro.

ANEXO:

Notas al Programa

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791): Andante con variaciones en sol mayor, KV 501.
Entre la riqueza que el género variación conoció durante el período barroco y sus formas específicas- la Chacona, la Pasacaglia o el Ground inglés- que J. S. Bach llevó a máxima expresión con sus monumentales Variaciones Goldberg y el retorno a la magnificencia de la mano de Beethoven -que volvió a recuperar el esplendor de una forma de composición que a partir del romanticismo no cedió en su importancia- el primer clasicismo aparece como una isla en la evolución de una disciplina que tradicionalmente ha aportado a la música occidental muchos de sus momentos cumbres. Tan solo el Andante con variaciones en Fa menor de Haydn, de gran originalidad y poderoso desarrollo estructural, parece escaparse de esa cierta superficialidad en la que el estilo galante, amable y tendente a una brillantez virtuosística convencional, parecía haberse instalado. El genio mozartiano aportó al mundo de la variación numerosos ejemplos de su riqueza de escritura e intensidad expresiva sin llegar a alcanzar los niveles de transcendencia revelados en sus sonatas o en algunas de las obras aisladas para piano. Si hubiera que buscar una excepción, ésta sería, sin duda, las Variaciones KV 501, probablemente sus mejores variaciones compuestas para teclado que, partiendo de un tema original muy sencillo a modo de música popular alcanza cotas de intensa expresión en su cuarta variación en modo menor, cuya austeridad y desnudez parecen despojar la música de cualquier elemento accesorio para presentarla en toda su crudeza cromática y severo contrapunto. La escritura del resto de las variaciones presenta similar belleza y la sutileza articulatoria y ornamental, unida a un considerable vuelo instrumental en el que ambas partes actúan en igualdad de protagonismo, hacen de esta breve pieza una obra maestra.

Franz Schubert (1797-1828): Fantasía en fa menor, D. 940

La Fantasía en fa menor D. 940 es sin duda la obra de referencia en el repertorio de piano a cuatro manos y una de las obras cumbres de su autor, colocándose a la altura de las últimas sonatas para piano compuestas al igual que esta Fantasía en 1828, año de la muerte de Schubert y a su vez momento cumbre de su genialidad creativa. Al igual que ocurre con otras aportaciones schubertianas al género Fantasía– recordemos la Fantasía del Caminante o la Fantasía para violín y piano de 1826– presenta una concepción cíclica que incluye cuatro secciones a modo de movimientos encadenados en el orden de la sonata tradicional, pero sin sus condicionantes formales. El primer movimiento supone un retorno a la constante schubertiana del camino como metáfora de la vida a través de una melodía de belleza sublime con la que contrasta un tema dramático en la misma tonalidad inicial. Este motivo es tratado en forma de canon y se convertirá en el protagonista del fugato final de la obra. El segundo movimiento presenta un tema solemne en su dramatismo quasi barroco, subrayado por trinos y dobles puntillos, al que sirve de contraste una melodía cen- tral de carácter belcantista. El tercer movimiento está constituido por un Scherzo muy desarrollado, de dramatismo implacable y fuerte impulso vital que tan solo cede en el breve Trio central. La última sección presenta dos partes diferenciadas, comenzando por la reexposición del motivo inicial, seguida por una sección fugada a cuatro voces que utiliza como sujeto la segunda idea de la exposición, que se manifiesta en toda su crudeza dramática elevando la tensión al límite de lo paroxístico.

Johannes Brahms (1833-1897): Danzas Húngaras.

Brahms compuso sus 21 Danzas Húngaras en 1869 y 1880. No les asignó número de opus, quizás por no considerarlas piezas estrictamente originales y las estructuró en cuatro cuadernos. La composición se concibió estrictamente para piano a cuatro manos, si bien posteriormente Brahms arregló los dos primeros cuadernos para piano solo y orquestó las danzas no 1, 2 y 10, aunque el resto de las danzas fueron objeto de incontables versiones orquestales, algunas de la mano de A. Dvořák, que las tomó como modelo para sus propias Danzas Eslavas. Como ocurre con Liszt en sus conocidas Rapsodias Húngaras, no existen referencias al auténtico folklore húngaro- tan solo revelado bastante después en virtud de los estudios de Bartok y Kodaly- sino que las referencias temáticas se concretan en la música zíngara, muy popular en la Alemania de finales del siglo XIX. Todas estas danzas están escritas en compás de 2/4 y presentan la habitual alternancia entre movimientos lentos y rápidos, las imitaciones de instrumentos populares como el cimbalón y los violines gitanos, la permanente oposición entre la languidez y el desenfreno y una escritura instrumental plena de color, pasión y brillantez.

Antonín Dvořák (1841-1904): Danzas Eslavas.

Colección de 16 piezas compuestas entre 1878 y 1886 en dos bloques Al igual que las Danzas Húngaras de Brahms, en las que sin duda se inspiran, fueron escritas originalmente para piano a cuatro manos y orquestadas posteriormente a instancias de Fritz Simrok, su editor, popularizándose definitivamente en su versión orquestal. Al contrario que Brahms, Dvorák utiliza melodías propias, tomando del folklore solamente los ritmos de danza. Las danzas del Op. 46 utilizan tan solo ritmos del folklore checo mientras en las danzas de 1886, Dvorak emplea ya ritmos eslavos en general.

La danza Op.72 no 2 es una Dumka, danza moderadamente lenta, siempre en tonalidad menor, y carácter melancólico y soñador que se suele asociar tradicionalmente a las penas de amor. En este caso posee ritmo ternario y muestra un lirismo a flor de piel así como una pasión contenida que por momentos amenaza con desbordarse.

La danza Op.46 no 6 es una Sousedska, danza bohemia de carácter tranquilo y ondulante no exento de solemnidad que en este caso aporta más elegancia y refinamiento que ceremoniosidad, dentro de un entorno de contención que tal solo se desborda en su mismo final.

La danza Op.46 no 8 es un furiant checo, danza rápida y tempestuosa, escrita en compás de 3/4 con numerosas variaciones en su acentuación. Un ritmo de danza que alcanzó importante relevancia en la época biedermeyer y que el propio Schubert utilizó en el Impromptum D.935 no 4. En este caso estamos ante una de las danzas más sinfónicas y un verdadero fin de fiesta pleno de brillantez, colorismo y alegría.

Francisco Jaime Pantín

Sobriedad frente al exceso

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Miércoles 7 de febrero, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Concierto nº 1678 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Alvargonzález: Jaeden Izik-Dzurko (piano). Obras de Bach, Liszt Rachmaninov.

Segundo concierto de este ciclo de jóvenes pianistas patrocinado por la Fundación Alvargonzález,  este miércoles con el canadiense Jaeden Izik-Dzurko (Salmom Arm -Columbia británica-, 1999) ganador del XX Concurso Internacional de «Paloma O’Shea» (2022), y con un programa «no apto para todos los públicos» pero con mucho poso ante composiciones de compositores y virtuosos del piano que están bien en las competiciones, con lo que ello supone de oportunidad para mostrar tanto talento, y que en el caso del compatriota de Glenn Gould mostró sobriedad frente a la tentación del exceso, elegancia en todo, desde el impecable traje negro (siempre abrochando la chaqueta antes de saludar), zapatos de charol negro, camisa con gemelos, corbata y pañuelo, hasta la gestualidad, sin aspavientos cara a la galería, nada superfluo, apenas ligeros movimientos del torso dejando al desnudo toda su impresionante técnica al servicio de la música en unas interpretaciones de alto voltaje.
El respeto y admiración por dios Bach como «padre de todas las músicas», hizo sucumbir desde entonces a todos los músicos, épocas y estilos. El «abate Liszt» en sus años de peregrinaje mundial exhibiendo sus dotes al piano para sacar de él sonoridades grandiosas, voluptuosas, que en cierto modo le convertirían en un mito (o diablo) del piano, no dejó pasar la oportunidad de rendirle homenaje y ayudar a acercar la música de órgano de «El kantor de Leipzzig» al competidor por el reinado del teclado, un piano que el propio húngaro pondría de moda en la época romántica. Las notas al programa del profesor Francisco Jaime Pantín nos cuentan que «las transcripciones de la música de Bach realizadas por Liszt revelan el respeto profundo, rayano en la devoción, que el gran compositor húngaro sentía por estas obras (…) Su transcripción de los 6 Preludios y Fugas para Órgano constituyen un ejemplo elocuente de este modelo, siendo el ‘Preludio y Fuga en La menor’ uno de los más conocidos y frecuentemente interpretados en concierto y constituye una magnífica muestra de la capacidad de Liszt para sintetizar de manera magistral las texturas polifónicas más complejas en un solo teclado sin merma aparente de intensidad y grandeza, a partir de una escritura pianística fascinante –repleta de octavas y series de sextas paralelas– capaz de recoger la práctica totalidad del original organístico bachiano, incluyendo el importante papel del pedalero, en una obra que parece desarrollarse bajo el signo de la improvisación y que incluye frecuentes cadencias de marcada vocación virtuosística». El canadiense agrandaría este respeto al original y al transcriptor con una sonoridad grandiosa, descubriendo cómo la música escrita es solo un lenguaje donde la interpretación es fundamental para comprender cada detalle: inflexiones, matices, pausas, acelerandos y retardandos que marcan las diferencias de lectura de lo escrito cuando hay un estudio concienzudo detrás. Como decía al inicio, Izik-Dzurko no cayó en la tentación de los excesos y supo entrar en los detalles sin obviar los ornamentos, el preludio limpio y cristalino donde los registros del órgano los consiguió con un despliegue dinámico amplio, un uso de los pedales y resonancias del piano más una mano izquierda que por momentos era el pedalero del piano-órgano que en el Weimar feliz de Bach (la fuga luminosa parece reflejarlo) aún resuena en la Academia Liszt allí instalada, el apóstol más famoso que el propio dios pagando su penitencia que en el Jovellanos redimió este nuevo testamento juvenil.
Para no dudar del respeto por ambos y también en el Weimar de Goethe o Schiller más que de Bach, la Sonata para piano en si menor, S. 178 del Liszt «republicano» en la interpretación de Izik-Dzurko pareció un duro ejercicio de martirio soportando las continuas tentaciones de esta inmensa sonata que no vende el alma a Mefistófeles sino que hace triunfar el amor por Margarita, una fantasía que alarga la forma clásica en un solo movimiento lleno de indicaciones muy precisas (Lento assai- Allegro enérgico- Grandioso- Recitativo- Andante sostenuto- Quasi Adagio- Allegro enérgico- Stretta quasi presto- Presto- Andante sostenuto- Allegro moderato- Lento assai) para marcar ritmos, tormentos, emociones y luchas que el pianista canadiense venció con las virtudes morales de prudencia y templanza, más que las teologales de fe, esperanza y caridad infundidas en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones; siempre con la sobriedad entendida como mesura y serenidad y también adjetivo sinónimo de «carecer de adornos superfluos». La exageración en la longitud de esta sonata lisztiana también rinde homenajes a Beethoven o Schubert, y esa unidad musical sin pausas esconde tres movimientos donde hay también su coda (en el análisis detallado y desmenuzado por Jaime Pantín), con una ejecución por parte de Izik-Dzurko igual de minuciosa en los contrastes agógicos y expresivos de los breves motivos que se van transformando, reapareciendo y siguiendo «un hilo conductor de vocación dramática» que llenó de contenido desde un color variado y una riquísima gama tímbrica sin llegar a la lujuria tan de Liszt de ffff o pppp, fuerza y delicadeza contenidas, escalas descendentes y ascendentes sin «tapar» lo imprescindible, stacattos ásperos y dulces venciendo siempre los desafíos y tentaciones siguientes: rítmicas precisas, grandiosidad en su justa medida y hasta cierta religiosidad interior entendida como batalla entre lo escrito y lo interpretado cual coral luterano que vence las turbulencias pecaminosas hasta la presentación del último tema: amplio, lírico y contemplativo muy en la onda del misticismo del reconvertido abate viejo, luces y sombras hechas sonido de piano con un fugato bachiano que entroncaba con la primera transcripción, lleno de tensión y grandeza sinfónica en las 88 teclas. Última penitencia para alcanzar la redención de un joven pianista honesto, sobrio, elegante y capaz de explorar la sonoridad de su instrumento hasta límites inalcanzables para muchos estudiantes, «profundidades del teclado a la que se contraponen luminosos acordes que parecen aunar lo celestial con lo depresivo» como concluye el propio Paco Pantín.
La segunda parte también tendría sus excesos y «grandonismo» que diríamos los asturianos, la Sonata para piano nº1 en re menor, Op. 28 (1908) de Rachmaninov, sin la popularidad de la segunda pero «recuperada» en los últimos tiempos por jóvenes para muchos concursos. El compositor ruso ya expresaba sus dudas sobre la forma y extensión de esta sonata de dimensiones exageradas por su duración incluso después de los recortes ya en su versión definitiva. Obra densa en sus tres movimientos, compleja de ejecución y escucha, pero con el sello personal del virtuoso del pasado siglo, continuador en cierto modo del Liszt del XIX con muchas similitudes incluso físicas (recuerdo el molde en cera de las gigantescas manos de ambos): la probable inspiración faústica o la sonoridad «sinfónica». De nuevo los tormentos llevados al papel y ejecutados con la pasión consustancial y el ímpetu juvenil, fuerza desde el control, lirismo con contención sin amaneramientos. El I. Allegro moderato envuelto en tinieblas bien entendidas con unos pedales perfectos y el virtuosismo adecuado a esta «fantasía» donde escuchamos incluso campanas y motivos tan personales del Rachmaninov de los conciertos para piano (sobre todo el cuarto que álguien calificó como de los elefantes por la fuerza y esfuerzo). Jaeden Izik-Dzurko desplegó todo su poderío físico para explorar acordes en todos los matices, melancolía romántica y aires polacos de los salones parisinos hoy convertidos al Jovellanos gijonés, sobre todo en el II. Lento central, hermoso, poético, melancólico, antes de afrontar con valentía pero «sin despeinarse», el III. Allegro molto deslumbrante, luminoso y trágico alternando nuevamente luz y sombra como en Liszt, ritmos impactantes e interludios líricos, un auténtico frenesí donde recordar el motivo inicial de ataque tétrico como las referencias al Dies Irae que castigaría tanto exceso escrito e interpretado por este joven canadiense que simboliza la sobriedad y elegancia frente a tanto ornamento vacuo de moda en estos tiempos.
Aún le quedarían fuerzas para dos propinas donde aparentemente relajado pero igual de concentrado, volvió a dejarnos el buen gusto por lo escrito desde la «querencia hacia los grandes virtuosos rusos«: de nuevo Rachmaninov con el Preludio op. 23 nº 4 (Andante cantabile en re mayor) menos explosivo que la sonata pero más delicado y tímbricamente íntimo; después el tormentoso Scriabin y su «Étude pathétique» (Estudio op. 8 nº 12 en re sostenido menor), aires de virtuosismo chopiniano que sobrevolaron el teatro culminando más de hora y medio de sobriedad frente a los excesos románticos y febriles traídos a nuestro tiempos por un sensible y soberbio (como adjetivo de grandioso o magnífico) Jaeden Izik-Dzurko al que los premios han posibilitado poder disfrutarlo en nuestro país.
PROGRAMA
I
Johann Sebastian BACH (1685-1750): Preludio y fuga en la menor, BWV 543 (transcripción de Franz Liszt).
Franz LISZT (1811-1886): Sonata para piano en si menor, S. 178.
II
Serguéi RACHMÁNINOV (1873-1943): Sonata para piano nº1 en re menor, Op. 28 (I. Allegro moderato – II. Lento – III. Allegro molto).

Laura Mota, una pianista esplendorosa

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Miércoles 28 de marzo, 19:45 horasTeatro Filarmónica, Sociedad Filarmónica de Oviedo, concierto 6 del año 2018: Laura Mota Pello (piano). Obras de Beethoven, Schubert y Schumann.

Crítica para La Nueva España del viernes 30, con los añadidos de links, fotos propias y tipografía:

La sociedad filarmónica ovetense de la calle Mendizábal es toda una escuela para melómanos desde 1907 en la que me “matriculó” mi tío Paco en 1971 para disfrutar con Joaquín Achúcarro, al que terminaría idolatrando. Por su escenario han desfilado grandes figuras de instrumentistas, voces y orquestas de renombre, aunque siempre apostando por los talentos de la tierra como las pianistas Purita de la Riva o mi querida Carmen Yepes, por citar dos generaciones muy distintas de mujeres y artistas. Laura Mota Pello (Oviedo, 2003) es la última de estas figuras debutantes en la centenaria sociedad del Teatro Filarmónica aunque de trayectoria muy amplia pese a su juventud. La descubrí dando un recital en Mieres con solo 9 años y desde entonces no he dejado de emocionarme cada vez que la escucho y no solo en Asturias, donde recuerdo suConcierto nº 23 de Mozart en el Auditorio con la Oviedo Filarmonía y Marzio Conti el 23 de enero de 2015, junto a un estreno del también joven ovetense Gabriel Ordás más la violinista y compositora inglesa Alma Deutscher, auténtica niña repollo). Laura ha asombrado desde el piano a casi toda España incluso en TVE en aquel programa “Pizzicato” presentado por Ara Malikian, con una sólida carrera de concertista acumulando premios allá donde va hasta llegar a ser la única finalista europea hace ahora un año en el “Aarhus International Piano Competition” danés, incidiendo en ello porque no es niña prodigio sino directamente un prodigio al piano, con mucho trabajo, pasión, madurez y el apoyo incondicional de sus padres, Alberto y Clara, sumando una labor de años con el maestro Francisco Jaime-Pantín, siempre tutelando esta opción de vida desde la experiencia y la sabiduría necesarias para un viaje larguísimo como es el de concertista de piano.

Para su primera actuación en la sociedad presidida por Jaime Álvarez-Buylla la joven intérprete ovetense no escatimó en esfuerzo, recursos, memoria, ni dificultades técnicas con tres autores románticos cual piedras angulares de la literatura pianística: Beethoven, Schubert y Schumann que habrán sonado muchas veces en este mismo escenario en manos de figuras como Alicia de la Rocha, con quien ya se ha comparado a Laura Mota en cuanto a trayectoria y formación, Luis Galve, Arturo Benedetti, Nikita Magaloff o el mismísimo Sergei Rachmaninoff, por citar algunos Pianistas, con mayúscula, que dejaron su firma en el “Libro de Oro” de la Sociedad Filarmónica de Oviedo.

La Sonata nº 8 en do menor, “Patética”, de Beethoven sirvió para abrir boca, suficiente para ocupar toda una parte durísima, que Laura abordó con fuerza y delicadeza, vértigo y calma romántica a más no poder, vertiginosa y sin mareos, con peso además de poso.
Schubert fue el segundo sustento vienés con dos obras igual de exigentes para todo intérprete: el Impromptu nº 3 op. 142 en si bemol mayor más la Fantasía Wanderer, op. 15, dos páginas notables, profundas y extensas pero también frescas y experimentales como las ideas que bullían en la mente del compositor con su paralelo interpretativo, hondura y madurez para abordar las líneas melódicas de cambiantes armonías e integración en la textura colorista del piano, explorando desde su juventud una sensibilidad interior propia digna de admirar que escuchándola hace olvidarnos de su edad.

Si todo lo anterior ya tenía entidad para todo un concierto, todavía sonaría el Carnaval, op. 9 de Schumann en la segunda parte. Veintiún estampas breves y complejas, arrebatadoras y serenas, juegos de homenajes a Chopin y Paganini con mariposas y marchas filisteas además de esa literatura sonora inspirada en la “Comedia dell’Arte” pintada por Laura Mota con destreza y autoridad, con desparpajo y sentimiento sin artificios, interpretando y releyendo trazos, dinámicas, sonoridades y velocidades. La primera impresión fue la de conjugar técnicas distintas de acuarela, óleo y hasta mosaico por la variedad expositiva desde el piano, esa hondura de la que carecen muchos prodigios asiáticos que tienden a impactar con una técnica vacía de sentimientos. Laura Mota asombra no por lo que toca, pese a tener ya un amplísimo repertorio para quitar el hipo, sino por cómo, algo increíble para su edad que se transmuta al piano para emocionar con cualquier época y autor, tal es su acercamiento a las obras desde una seriedad atípica en estos tiempos. El Schumann carnavalesco brilló entre los mejores recuerdos de este teatro.

Todavía con fuerzas nos regaló a Rachmaninoff por partida doble, resucitado y revivido en esta Filarmónica nada menos que con dos de los diez Preludios op. 23, el nº 4 (Andante cantabile en re mayor) lirismo en estado puro, y el nº 5 (Alla marcia en sol menor) poderoso y marcial, dos propinas plenamente integradas en el discurrir anímico de todo un concierto pleno de musicalidad, sentimiento, hondura y emociones al comprobar cuánto talento atesora Laura Mota. Un miércoles santo para comenzar estas vacaciones escolares inexistentes para los eternos y sacrificados estudiantes de música con bravos merecidos de un público veterano, educado y entendido en esta escuela de melómanos.

Laura Mota, talento adulto

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Miércoles 28 de marzo, 19:45 horas. Sociedad Filarmónica de Oviedo, Laura Mota Pello (piano). Obras de Beethoven, Schubert y Schumann.


Presentación en sociedad
Reseña para La Nueva España del jueves 29, con los añadidos de links, fotos propias y tipografía:
La pianista ovetense Laura Mota (2003) se presentaba en la centenaria Sociedad Filarmónica Ovetense con un programa duro y profundo que los socios conocen por ser piedra angular de tantos grandes concertistas que por su escenario han pasado.
La trayectoria de nuestra pianista es imparable desde 2009 porque este prodigio comenzó su andadura con seis años. Su currículo es apabullante y deslumbra allá donde actúa con una madurez y hondura que solo las grandes como nuestra Purita de la Riva o Alicia de la Rocha tenían a su edad. Su maestro Francisco J. Pantín está encauzando una carrera de mucho recorrido que el tiempo permitirá corroborarlo.

Laura Mota no es espectacular por lo que toca sino cómo, a diferencia de las asiáticas que copan premios en todos los concursos pero cual autómatas carentes de pasión.
La Patética de Beethoven abriendo concierto supuso poner sus cartas boca arriba en el debut con esta Sociedad que siempre ha apostado por músicos de nuestra tierra.

Schubert continuaría asombrando e impactando, el Impromptu 3 fresco y hondo, brillante y contrastado con la gigantesca Fantasía Wanderer, dramatismo y delicadeza, caminante sentimental en 88 teclas y casi una hora de entrega.

Todavía quedaba el Carnaval, op. 9 de Schumann por si la primera parte no fuese suficiente para todo un concierto. La evolución interpretativa de Laura Mota va en progresión geométrica y con todas las épocas y estilos, pero este programa romántico nos da una idea de un horizonte lejano que no tiene fin. Schumann es literatura sin palabras, la Comedia del Arte llevada al piano con guiños a Chopin o Paganini, mariposas coquetas o marchas de filisteos con Laura Mota intérprete de las 21 estampas, breves pero intensas de este “carnaval” en plena Semana Santa, acuarelas por el trazo, óleos por textura, mosaicos por color, obra total en estas manos infantiles de talento adulto y arrebatadora delicadeza.

Sin cansancio aparente e igual naturalidad nos regaló dos preludios (4 y 5) de Rachmaninov.
Porque cerrar los ojos nos transporta a interpretaciones de referencia en este mismo teatro… al abrirlos la impactante y agradable sorpresa de comprobar quién toca ese piano, recreando y sintiendo con poso maduro e ímpetu juvenil.

Imparable Laura Mota

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Sábado 25 de junio, 20:30 horas. Gijón, Fundación Museo «Evaristo Valle», Recital de piano: Laura Mota Pello. Obras de Mozart, D. Scarlatti, Soler, Beethoven y Chopin. Entrada: 5 €.

Volvía al «Evaristo Valle» para seguir escuchando a nuestros jóvenes intérpretes, esta vez a la pianista ovetense Laura Mota Pello (28 de Febrero de 2003) a la que sigo hace años, para comprobar su increíble crecimiento no ya físico, hoy toda una jovencita de 13 años recién finalizado 1º de Secundaria todo con sobresalientes de 10, sino el musical de la mano de Francisco Jaime Pantín con un programa duro, exigente, trabajado desde una técnica que es envidiable en los siete años que lleva estudiando piano, y volviendo a impactarnos por su musicalidad, aplomo, fraseo, adaptación a estilos tan diferentes, pedales en su sitio, dinámicas amplias abarcando desde los pianísimos más íntimos a los fortísismos poderosos en un Steinway&Sons de los años cuarenta, agradecido aunque necesitado de algunos ajustes mecánicos, donde cada autor y obra se diferenciaron a la perfección, demostrando nuevamente que la capacidad y posibilidades de Laura Mota son infinitas, esperando encuentre el apoyo institucional (el familiar y profesional siempre está asegurado) que no nos haga perder esta joya del panorama pianístico mundial. Escucharla es algo indescriptible, cierras los ojos absorbido por el fluir mágico y maduro de cada nota y al abrirlos te encuentras con esta joven inconmensurable, enorme al piano y enfrentada al programa que solo puedo comentar a grandes rasgos porque todo lo hace suyo.

La Sonata nº 18, K 576 en re mayor, de W. A. Mozart, la última del genio de Salzburgo con enorme dificultad técnica plagada de pasajes virtuosísticos escoltando un Adagio central hondo resultó de una limpieza asombrosa y difícil elección para abrir un concierto, pero afrontado con la seguridad de la que la pianista ovetense hace siempre gala.
Las dos sonatas de D. Scarlatti interpretadas sin pausa (Sonata K 107 L 474 en fa mayor Sonata K 135 L 224 en mi mayor) impresionantes por agilidad y madurez de toque, casi clavecinísticas por los ataques y ornamentos siempre perfectos con un equilibrio y sonoridades cercanas contraponiendo tiempos parecidos pero diferenciados y delimitados.
También a pares y espíritu de clavecín el Padre Soler, primero la Sonata R 90 en fa sostenido mayor (una de las joyas de la hoy recordada Alicia de Larrocha con quien Laura tiene muchas similitudes) y después el complicadísimo Fandango R 146 en re menor, virtuosismo al servicio de un lenguaje español que se hace universal, sentido como si de una enorme trayectoria vital se tratase por el conocimiento intrínseco de un lenguaje preclásico de inspiración geográfica pero de una frescura incluso en momentos tan complicados técnicamente (el pulgar de la mano derecha martilleando rítmicamente sin perder pulsación alguna, las octavas, cruces de manos y tantos «recovecos» más) dejándonos boquiabiertos ante el despliegue musical de Laura Mota.

Si la primera parte parecía dura, ya no sé cómo calificar la segunda porque me quedaría corto ante el abismo que sin embargo resultó un placer de vuelo planeando nuevamente la música de piano por encima de todo, casi metiéndome en los cuadros de Evaristo Valle para contemplar el prodigio de una pianista de horizontes inabarcables perfectamente orientada y guiada por su maestro Pantín (sin él sería imposible alcanzar este nivel): la Sonata Op. 2 Nº 3 en do mayor de L. V. Beethoven
me recordó al Wilhelm Kempff referente de mis años de conservatorio hace casi medio siglo pero con el «preparatorio» de la primera parte al hacernos sentir el clasicismo de la técnica y el romanticismo del lenguaje inimitable del genio de Bonn. Si los tiempos rápidos resultan poderosos desde la pulcritud, verdadero brío del primero, chispeante el Scherzo o cascada emocional limpia de tempo valiente el Allegro Assai, el Adagio volvió a impresionarme por la hondura del fraseo, veterano y con toda una vida dedicada al piano aunque parezca mentira al ver quién tocaba.
Y no digamos del Chopin elegido para cerrar concierto, primero dos polonesas (de las 23 al menos compuestas por el polaco) de las opus 26, la Polonesa nº 1 en do sostenido menor, vértigo emocional y trasfondo poético de una obra de juventud interpretada desde esta edad infinita de Laura Mota, dos manos que se funden y diluyen en hacer fluir sentimientos únicos, contrapuesta a la nº 2 en mi bemol menor todavía más interiorizada, tocada con la mayor naturalidad haciendo fácil lo inabarcable, midiendo cada compás con total fidelidad a la partitura para revolverla como propia, lo intangible e inexplicable de los grandes intérpretes, esta vez con ¡trece años!, el rubato adecuado, los contrastes de tempo y dinámicas, la fuerza física con la delicadeza en el toque.

Aún quedaba más Chopin: dos estudios del Opus 10 para quitar el hipo, el virtuosismo para trabajar la técnica sin perder de vista las melodías escondidas, el equilibrio de manos y pedales, primero el

Estudio nº 8 en fa mayor y después el conocido como «teclas negras», Estudio nº 5 en sol bemol mayor, sin importar las tonalidades complicadas porque Laura Mota hace fácil lo imposible desde la naturalidad y equívoca inocencia, una madurez asentada en un trabajo increíble y capacidad de sacrificio más unas cualidades innatas que el buen magisterio lleva por el camino ideal alternando con los estudios obligatorios de Secundaria que en este país parecen incompatibles con los musicales aunque los resultados sean tercos y refuercen un maridaje incomprendido por quienes nos gobiernan.
Todo un programa gigantesco interpretado de memoria que cercano a las dos horas todavía nos dejaría más asombrados ante el Allegro de concierto op. 46 (1904) de Granados, conmemoración centenaria y nuevo guiño a la siempre recordada Alicia desde la juventud descarada y descarnada, apoteósica para un público que parecía enloquecer ante el derroche pianísitico de Laura Mota Pello. No olvidar este nombre porque cada actuación suya es todo un acontecimiento irrepetible.

Compartir a cuatro manos

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Lunes 2 de marzo, 20:00 horas. Salón de Actos, Casa de la Música (Mieres). Dúo Wanderer (Francisco Jaime Pantín y Mª Teresa Pérez Hernández, piano a cuatro manos). Obras de Mozart, Schubert, Grieg y Dvorak.

Emulando el «grandonismo» y a la vista de la prensa regional, Oviedo es casi un barrio de Mieres (o viceversa), porque realmente hoy no hay distancias y es de agradecer cualquier oferta musical en la llamada área metropolitana de Asturias. Si el marco del concierto es el Conservatorio local, aún sin reconocer su nivel profesional por parte de la Consejería del ramo, ubicado en la llamada Casa de la Música, el público acude y llena la sala, como sucedió este primer lunes de marzo, contando además con dos profesores vinculados a este centro, al que tienen presente para sus actuaciones.

Y es que parecen volver los dúos de piano (aunque siempre están en los programas), funcionando bien en la versión a cuatro manos con repertorio propio o adaptaciones que en muchos casos suponen el primer acercamiento al mundo sinfónico, y es que las sonoridades logradas con estas obras es lo más parecido a una orquesta reducida. Interpretar estas partituras siempre comento que exigen de ambos pianistas mucho más que ensayo y renuncias, sacrificio del pensar en común, sentir lo mismo para alcanzar esa grandiosidad con veinte dedos y una sola idea. Si la convivencia es diaria está claro que hay mucho terreno ganado, pues damos por supuesto que la música corre por las venas de ambos, y en el caso del Dúo Wanderer respiran música por los cuatro costados.

Hay estudios sobre el efecto positivo que las obras de Mozart tienen en las embarazadas, por extensión a todo ser humano, y especialmente las obras a cuatro manos. El Andante con variaciones en sol mayor, k. 501 es un claro ejemplo de esta escritura original que necesita planteamientos diáfanos, claros, equilibrados en sonoridades y discurso presente, terapéutico podríamos decir. Así resultó cada variación, diálogos reales entre los registros agudos (a cargo de Maite Pérez) y los graves (con Paco Pantín), equilibrio equívoco en apariencias y entretejidos complejos desde la falsa simpleza del niño prodigio. Maravilloso ejercicio de solidaridad musical, de afectos y efectos, de compartir entre todos.

Schubert es la seña de identidad de este dúo asturcanario, y el Divertimento a la Húngara D. 818 otra joya del no siempre reconocido compositor vienés. Los tres movimientos son un catálogo melódico y armónico lleno de lirismo y virtuosismo, diversión y contrastes rítmicos, evoluciones y revoluciones románticas, con la mirada puesta en los aires de moda en aquellos tiempos dentro de las veladas conocidas como schubertiadas, los salones humanistas que tenían la música como epicentro. El Andante parece preparar el ambiente, calentando más que dedos en un derroche sonoro que se agranda en la Marcha, sabor zíngaro más que húngaro, rico en cada detalle, poderío en la zona izquierda, brillo en la derecha, balanza sin fiel y fiel al espíritu del bueno de Franz, antes de rematar con un Allegretto característico de toda su obra camerística como laboratorio de pruebas sinfónicas, la posibilidad que cuatro manos en el piano tienen como microcosmos que la pareja Wanderer entienden como uno, el Schubert como música pura.

La segunda parte supuso avanzar en tiempo y estilo con una transcripción del conocido «Peer Gynt», Suite nº 1 op. 46 (Grieg), reducción orquestal con claro sabor pianístico de sonoridades cercanas a Tchaikovsky, exploración sonora y técnica donde una mano deja paso a dos (no necesariamente del mismo intérprete pero sí una sola interpretación) enlazando las cuatro danzas con el misterio numérico del propio número cuatro, dos veces dos, ánimos y espíritus, Por la mañana de sonidos casi intuidos y delicados, La muerte de Ase oscura y diseñada en el grave con toques de esperanza, la Danza de Anitra de nuevo con aires rusos de ballet sinfónico en cuatro manos, y En el palacio del rey de la montaña como conclusión en una vorágine dinámica y rítmica de menos a más, un contínuo crescendo y acelerando que exige total entendimiento entre los dos intérpretes para encajar a la perfección una obra compleja.

Las Danzas eslavas (Dvorak) como bien me explicaron los maestros, son originales para cuatro manos antes de la versión orquestal más conocida, por lo que la riqueza del piano es fácil elevarla al mundo sinfónico, pero la dificultad que entrañan es enorme y nuevamente muy exigente para el mundo camerístico en su versión plena de paleta sonora. Primero escuchamos las Danzas eslavas op. 46 nº 6 y nº 8, reparto de papeles protagonistas con momentos de lucimiento en ambos pianistas, matices ricos, tiempos donde el rubato siempre debe estar controlado, aires de la Europa oriental sentidos más cercanos con la música, y después las aún más comprometidas Op. 72 nº 2 y nº 7, toda una lección magistral del Dúo Wanderer, exprimiendo el instrumento al máximo desde un virtuosismo necesario para volcar un universo más allá del sentimiento popular, cortando la respiración de un público siempre atento, muchos estudiantes que asistían a esta clase extraordinaria donde el aprendizaje no tiene precio.

El orgullo de compartir música entre intérpretes y público se amplió con las dos propinas del Moderato y Allegro comodo (segunda y cuarta de las Cinco danzas Españolas op. 12 de Moszkowski, originales para dueto de piano aunque también orquestadas posteriormente), para seguir jugando con el dos en una nueva muestra de generosidad por parte del matrimonio pianístico tras recibir un ramo de flores y un detalle de manos de dos alumnos, siempre agradecidos de que Paco y Maite sigan teniendo a Mieres en sus agendas.

Paul Lewis, notario de Beethoven

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Martes 25 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Paul Lewis. Beethoven: las tres últimas sonatas para piano.

El testamento del genio de Bonn, no ya pianístico sino global, puede que sea este tríptico conformado por las opus 109, 110 y 111. Un músico completo, por intérprete y docente, como es el caso de Francisco Jaime Pantín, preparó unas notas al programa donde disecciona estas tres sonatas desde el conocimiento profundo de ellas, y poder leerlas según sonaban en el Steinway© del auditorio (precisamente elegido por el asturiano, nuevamente perfecto en afinación y bien ajustado), con la caja acústica acortada, es decir cerrada, en las manos del pianista británico Paul Lewis, resultó una lección magistral.

Qué difícil el universo de Beethoven reducido al piano, presente en mis años de estudiante y atesorando grabaciones integrales en varios formatos a cargo de los virtuosos de siempre (precisamente Wilhelm Kempff nacía también un 25 de noviembre, de 1895) y más en estas tres últimas sonatas que romperán con la propia forma, algo de lo que solo un genio es capaz: crear para destruir, mundos interiores en cada una de ellas, compuestas entre 1821 y 1822 antes de poder convencerse que más no podía y entrar en sus últimos cinco años dedicado a las sinfonías o los cuartetos de cuerda, también obras maestras pero que parecen estar en el espíritu de esta «última trilogía en blanco y negro».

Interpretar en el mismo concierto las tres sonatas no es ya todo un reto para el intérprete, esfuerzo interior y exterior, sino para un público más sinfónico que camerístico, aunque el mismo que pudo comprobar dos enfoques de Beethoven totalmente opuestos: el del concierto nº 4, sinfónico y apolíneo, frente al de Lewis, camerístico y dionisíaco. Comentando al descanso esto que acabo de apuntar, se me confirmaba que el carácter personal siempre se refleja en el artístico, por lo que no resultó extraño disfrutar de un concierto desgarrador e íntimo, potente y suave, la montaña rusa anímica de Beethoven con Lewis de perfecto traductor.

La Sonata para piano nº 30 en mi mayor, op. 109 en tres movimientos diríamos que clásicos, resultaron el prólogo esperanzador para un «largo discurso dolente» que define Pantín en las notas comentadas. Expresividad al máximo y fuerza para el Vivace ma non troppo. Adagio espressivo, la «broma» (como scherzo) del Prestissimo donde el sonido pulcro del pianista de Liverpool dibujó un contrapunto vigoroso y delicado, para acabar con las seis variaciones del Gesangvoll, mit innigster Empfindung (Andante, molto canntabile ed espressivo), alemán en la indicación, italiano por lo universal, completo por el sentimiento hecho música, técnica al servicio de la partitura, dinámicas impresionantes, uso del pedal preciso sin obviar momentos buscados de «tormenta» antes de la calma, del lirismo que subyace en este epílogo.

Apenas un respiro y llegaba otro aire, nuevo capítulo con la Sonata para piano nº 31 en la bemol mayor, op. 110, como bien recuerda el maestro Pantín, «marcada por el epígrafe con amabilita», y Lewis poniendo música a las palabras, mensaje humanístico, amores y desamores, el propio carácter de Beethoven siempre reflejado en sus obras, más íntimo en el piano, el ascenso al paraíso para volver al abismo más profundo, emociones musicales. El Moderato cantabile molto espressivo literal, capaz de percibirse ese contraste interior cual seda y arpillera, el Scherzo: Allegro molto inquietante conseguido desde unas sonoridades increíbles en el universo de las ochenta y ocho teclas, para el Adagio ma non troppo. Fuga: Allegro ma non troppo hacer recordar órganos eclesiásticos no ya por la forma fugado final sino por el clima alcanzado en ambas manos, juegos tímbricos increíbles, pulcritud en cada dedo y luz al final de un túnel del que Beethoven nos saca para dejarnos la esperanza.

La Sonata para piano nº 32 en do menor, op. 111 es el cúlmen y desenlace no ya sonatístico sino interior y global del genio universal, dos movimientos únicos de una envergadura casi inabarcable. Paul Lewis se volcó en transmitir cada emoción no indicada pero escrita, pianista que sabe leer entre notas, conocedor del momento evolutivo, de la vorágine escondida, cada respiro agónico, cada suspiro, tormentas y remansos nuevamente desde una técnica impoluta, un rigor admirable y una entrega interpretativa fabulosa. Maestoso – Allegro con brio ed appassionato como recuerdos de juventud, escrituras retrospectivas de «patéticas» y «apasionadas» maceradas con el inexorable paso del tiempo y la Arietta: Adagio molto semplice cantabile, como últimos anhelos y alientos, cristalino diseño y ejecución, trinos agudos limpios sustentados por una mano izquierda sobria y segura, honestidad cual confesión de pecados veniales, momentos sincopados casi futuristas por atrasar unos cuantos años el nacimiento del jazz, variaciones como si dando vueltas a la misma idea buscase soluciones y respuestas antes de un inesperado optimismo final. Paco Pantín escribe que «se despide para siempre, con sonrisa melancólica quasi schubertiana» y precisamente nos regalaría el Allegretto  en do menor D 915 del bueno de Franz, porque las notas parecían premonitorias al concluir: «Digno final de un ciclo y de un tríptico que podría constituir el mejor testamento de Beethoven».

Tengo que rematar que Paul Lewis levantó acta increíble, albacea del legado y notario de este documento sonoro que nos llegó a lo más profundo.

Laura Mota Pello: un regalo al piano

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Martes 17 de diciembre, 19:30 horas. Salón de Actos «Casa de la Música«, Mieres. Laura Mota Pello, piano. Obras de Soler, Mozart, Chopin, Albéniz y Moszkowski.

El directo es inigualable, único, irrepetible. La pianista ovetense Laura Mota es toda un figura con premios nacionales, conciertos y apariciones televisivas.

Volvía a Mieres con un programa de quitar el hipo, memorizado y trabajado a conciencia, con las sabias orientaciones del maestro Jaime Pantín, capaz de transmitir todo su saber y plantar musicalidad en una pianista increíble, de técnica impresionante y seguridad pasmosa, absorviendo cada detalle, cada fraseo, cada ataque, con la facilidad e inocencia que a todos nos maravilló.

Arrancaba nada menos que con tres sonatas del Padre Soler, las R 87 en do menor, R 84 en sol mayor y R 90 en fa sostenido mayor, mismo lenguaje pero distintos caracteres que Laura Mota desgranó como perlas pianísticas, unidad buscada por la intérprete y rotas por un público que no daba crédito (como los bancos) ante este portento, perfecto preámbulo para la Sonata KV 333 en si bemol mayor de Mozart. Llevo un buen rato en casa y todavía no me he recuperado del «shock»: como si el espíritu de Wolfie se hubiese infiltrado en la pianista carbayona, el Allegro abrió la luz de una interpretación única, fresca como si el aire musical entrase por la ventana del arte, caldeando sensaciones y calmando ánimos en un Andante cantabile capaz de emocionar y conmocionar, sintiendo la envidia sana cual Salieri de Milos Forman en «Amadeus», lo más cercano del genio saliendo de aquellas pequeñas manos, grandes en profundidad, para finalizar con el torbellino Allegretto gracioso de nuevo celestial, vital, jovial, descaradamente eterno.

Me quedé petrificado en la silla, sin palabras, deteniendo la mente buscando parecidos emocionales no encontrados.

Sin resuello comenzaba a sonar Chopin, el romántico y profundo, pianismo en estado puro con dos Valses póstumos, en la menor y la bemol mayor, música de salón acallando al público que abarrotó asientos, manantial de arpegios claros y pedales siempre perfectos, para seguir con Tres estudios, nuevos el nº1 en fa menor nº 3 en la bemol mayor más el Op. 25 número 1 en la bemol mayor, la humildad del trabajo hecho arte, piezas de concierto arrebatadoras desde el intimismo, el juego del rubato natural, sin afectación, concepto claro en la escucha.

Del polaco en Francia al Albéniz catalán de Aragón (de la «Suite Española«) como nueva sorpresa de una pianista políglota en la música, todo el sabor de la tierra maña en el piano más internacional del nacionalismo español, fraseos increíbles, sonido único, fuerza impensable, casi sobrenatural para una interpretación natural, directa y sin complejos.

Para seguir boquiabierto, otro virtuoso del piano como Moszkowski y «Tres estudios op. 72» en la línea chopiniana pero todavía más complejos, virtuosísticos, sencillez en la escucha y ejecución con aplomo, nº 5 en do mayor, nº 6 en fa mayor y nº 11 en la bemol mayor, la evolución tímbrica desde la tonalidad, cascadas sonoras que trajeron otro destello de madurez desde la aparente y engañosa facilidad interpretativa de Laura Mota. Transformación delante del piano, espontánea naturalidad en los saludos, apabullante desparpajo de principio a fin, atronadores aplausos para despertar del sueño hecho realidad y vuelta con regalos navideños adelantados:

Bach, el padre de la música con hilo directo desde la eternidad sonando en el piano, más aplausos y bravos, ¡otra vez la España más internacional! con Granados (qué Danza Oriental) y cual estrella final coronando este retablo maravilloso, la Danza de la gitana de Ernesto Halffter, honda, sentida, limpia como la inocencia y profunda como lo ignoto del ser humano.

No lo había dicho aunque las fotos daban una pista: Laura Mota Pello sólo tiene 10 años… un regalo al piano. Enhorabuena a sus padres y familia. Gracias por permitirnos disfrutar emociones olvidadas.

Emociones a flor de Kissin

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Jueves 7 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Jornadas de Piano «Luis G. Iberni», Evgeny Kissin. Obras de Schubert y Scriabin.

Todavía con la última lágrima de emoción tras el tercer bis de Kissin, la Polonesa nº 6 de Chopin que escuchase por Rubinstein en el Teatro Campoamor hace muchos años (7 junio 1975), se me hace difícil transcribir a palabras el torrente de sentimientos que nos sacudió de principio a fin desde un auditorio con la caja acústica haciéndonos aún más cercano un concierto íntimo para todos los presentes, e intentando plasmar lo más rápido posible esta emoción que no quiero dejar reposar.

Contar la biografía de este veterano de 42 años daría para mucho, análisis desde todos los puntos de vista, aunque pianista y ruso ya marca diferencias. Jugando con el abecedario tengo tres «t»: Talento, Técnica y sobre todo Trabajo, pues el primero con el segundo quedarían cortos si no se suma el tercero, necesario para distinguir un grande de un genio. Y de esas tres «t» salen tres «s» emparejadas y consecutivas: Sensibilidad, Sonido y Seguridad, talento sensible con técnica que logra un sonido indescriptible y con el trabajo tener la seguridad de saber que cada concierto, aunque se repita el programa, incluso las propinas, siempre será distinto.

Kissin llegaba de Madrid a Oviedo, engrandeciendo la nómina de figuras que han pasado por la capital asturiana, y comenzaba hablando de Rubinstein como si la última propina cerrase un ciclo vital para mí. También dos «s» como las de su apellido, Schubert y Scriabin, incluso forzando en cierto modo «Shopen ruso» que continúa el juego emocional en que se convirtió este primer jueves de otoño asturiano, «veranín de San Martín», música siempre limpia, clara, de líneas perfiladas sin el más mínimo atisbo de niebla, dibujo perfecto y colores exactos para describir lo indescriptible desde lo inefable e irrepetible de un concierto que me ha marcado definitivamente.

La Sonata para piano nº 17 en re mayor, D. 850 de Schubert no puede tocarse mejor en todos los sentidos. Leyendo las notas del maestro Francisco Jaime Pantín era como si las hubiese escrito después de escuchar a Kissin, porque todas ellas son aplicables a la interpretación transparente, limpia impecable, «afirmación vital no exenta de euforia», luminosa y brillante, «movilidad casi vertigonosa… que parece anticipar los excesos schumanianos», y así todas ellas, escritura instrumental que en el piano del ruso aún resultaba más rica, inspiración en el cuarteto de cuerdas que se trasformaba en orquesta donde «la música parece extinguirse hacia las simas más recónditas del teclado», para avanzar hacia la «sonoridad casi líquida en su fluidez» en este oasis otoñal que el pianista prodigio convirtió en lección mágica y sonora.

Y Scriabin cual «Chopin a la rusa» sería protagonista absoluto de la segunda parte, primero su Sonata nº 2 en sol sostenido menor, op. 19 en dos movimientos de claras resonancias románticas y calado expresivo que Kissin sabe aflorar como nadie (regalo de música). La técnica para el sonido con el talento y sensibilidad hicieron disfrutar tanto del lírico Andante como del vértigo del Presto final, angustia serena que supo a poco en otra interpretación profunda y magistral. Condensación de emociones desde la genial madurez.

De los Estudios Op. 8, también deudores del modelo chopiniano, incluso en su trasfondo pedagógico, la selección resultó un muestrario de profundidades cual montaña rusa de sensaciones, siempre con un trabajo previo capaz de dar a cada dedo la fuerza y protagonismo exacto para delinear lo que cada «miniatura» esconde, nuevamente descrita por Pantín como sólo un profesor es capaz y el genio poner en música: los estudios 2, 4, 5, 8, 9, 11 y 12 sonsacando lo mejor de ellos desde la aparente sencillez siempre equívoca para el profano, pero apasionadas en cada uno de ellos con estados anímicos variados, sutiles o delicados, épicos o apacibles, trepidantes o dramáticos, nocturnos enamorados y «patético» final, homenaje revolucionario de plenitud y paroxismo donde el virtuosismo no epató un discurso musical irrepetible. De nuevo los estudios convertidos en piezas de concierto en las manos (y pies, porque el uso de los pedales daría para un tratado exclusivo) de este genio único dentro de una generación de pianistas galácticos, mayoritariamente rusos, que marcan diferencias dentro de la excelencia, haciendo difícil elegir. Pero para gustos los momentos.

El regalo de la Siciliana de la Sonata de flauta de Bach que recrease el gran Wilhelm Kempff (también grande en Schubert) fue como la guinda de la exquisitez, pero Chopin y sobre todo la última Polonesa, me hicieron derramar lágrimas de emoción, algo que pocas veces me pasa. Gracias Evgeny, «ElGenio Kissin» y emociones a flor de piel.

Francisco Jaime Pantín: entrega y gratitud

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Martes 11 de junio, 20:00 horas. Salón de Actos de la Casa de la Música, Mieres. Francisco Jaime Pantín, piano. Obras de Haendel, Beethoven y Schubert.

No hay palabras de agradecimiento para la familia Jaime Pérez, nuestros queridos Paco, Mayte y Daniel (cariñosamente «Los Pantines») por el apoyo que siempre dan al Conservatorio de Mieres, acudiendo sin reparos a compartir su magisterio cuantas veces les han solicitado su presencia, con programas comprometidos donde han compartido sus sentimientos con un público que les aprecia y donde siempre hay química, lo que se nota por las dos partes, a menudo compañeros y alumnos, presentes y ausentes siempre cercanos en el corazón.

Y en la lista de conciertos para celebrar las Bodas de Plata de nuestro conservatorio mierense, han acudido prestos a la cita pudiendo disfrutar con los tres, siendo Francisco quien puso el broche en este caluroso martes donde el repertorio elegido supuso una nueva clase de lo que supone «hacer música disfrutándola».

La primera parte, con un reportero poco educado (palabra que dedicaré una entrada a estos «rompeconciertos») comenzaba con la impresionante Chacona en sol mayor HWV 435 de Haendel, barroco puro por contrastes abruptos en todo el desarrollo de las 21 variaciones sin perder la visión romántica de un intérprete completo. Saltos emocionales de lirismos delicados a fortísimos duros pero nada rudos, octavas en la izquierda galopantes y potentes acompañadas de perlas cristalinas de ornamentos en la derecha, tempos vertiginosos y tranquilidad casi espiritual, sonoridades etéreas frente a auténticos tutti orgánicos en una lección de manejo de pedales, tanto en su sitio como sin él, equiparando esta obra con las contemporáneas del gran Bach, haciendo del piano el clave supremo que no lograron disfrutar.

Y sin perder esas líneas maestras la completísima Sonata en la bemol mayor, nº 31, Op. 110 de Beethoven con esos movimientos tan claramente escritos: Moderato cantabile Molto expresivo, Allegro Molto, Adagio ma non troppo – Arioso dolenteFuga: allegro ma non troppo – L’istesso tempo di Arioso – L’istesso tempo della Fuga, interpretación magistral, clara en el desarrollo, madurez de escritura y por supuesto de ejecución, romanticismo que bebe de todo lo anterior con la genialidad del sordo de Bonn. Fantástico comprobar la pedagogía directamente, transmitida desde la práctica que muchos políticos no entenderán en toda su vida, orgullo docente que ejerce fuera del aula más que dentro. Hay grabación por parte de Roberto Serrano y podremos volver a disfrutar del Maestro Pantín, un Beethoven que volvería como propina final.

Breve descanso para secarse sudores y despojarse de la chaqueta para afrontar una segunda parte Schubert, uno de los preferidos de Francisco Jaime en solitario o a cuatro manos con María Teresa Pérez (ese Dúo Wanderer, «caminante» que ya deja claros los gustos), el piano romántico bien ensamblado hasta en la elección de las dos obras en la tonalidad engañosa de do mayor, pues el tránsito modulante es permanente y la exigencia técnica total, aunque poder tocar entre amigos casi convirtió la velada del salón mierense en vienesa como aquellas «schubertiadas«, poesía y música en los dedos del invitado, cual anfitrión en nuestra casa: el Momento Musical D 780 nº 1 y la Fantasía Wanderer D 760 sin pausa, concebida como un «toDo mayor», nuevo derroche y entrega de un monumento, más que momento, seguido de los cuatro movimientos «fantasiosos» (Allegro con fuoco ma non troppo – Adagio – Presto – Allegro) que hicieron las delicias de todos, contagiados de la energía a veces contenida y otras rebosante, romanticismo en estado puro con la madurez del trabajo vital que nunca decae, Schubert en estado puro haciendo olvidar su juventud por la vasta producción del malogrado compositor vienés, comprobando la calidad de su casi millar de obras donde el piano tiene un lugar de honor al que Pantín rindió pleitesía.

Aún hubo fuerzas para las propinas con dos «B»: la de Bach con su Allemande de la Suite Francesa nº 5 en sol mayor, BWV 816, como «previsto» tras el Händel inicial, un puente cual connato de amigo que no cuaja, para la otra B de Beethoven, el grande, el inspirado e inspirador con ese segundo movimiento de la Sonata nº 8 en do menor Op. 13 «Patética» que no pudo resultar más a propósito de este concierto entre amigos con entrega recíproca y gratitud como docente, melómano y amigo.