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Alquifol Rosado

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Viernes 14 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «El sinfonismo de Dvořák»: Abono 5 OSPA, Alberto Rosado (piano), Shiyeon Sung (directora). Obras de Weber, Inés Badalo y Dvořak.

El papel de las mujeres en la música parece haber llegado para quedarse en este siglo XXI, y tanto directoras como compositoras están ganado protagonismo a nivel mundial. El programa del quinto de abono de la orquesta asturiana estaba organizado a la manera clásica (espero algún día se atrevan a cambiar el orden) con obertura, concierto (con estreno mundial el día antes en Gijón) y una sinfonía, pero al menos teníamos como actual tanto música de nuestro tiempo de una compositora, como una directora premiada en esa mina que es el concurso de dirección Gustav Mahler que organiza la Sinfónica de Bamberg.

Lo más interesante para mí era el concierto para piano y orquesta de la hispanolusa Inés Badalo (Olivenza, 1989) titulado «Zafre», un encargo de la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas, que la propia compositora y el solista, Alberto Rosado (Salamanca, 1970) nos presentaron antes del concierto en la sala de cámara con Fernando Zorita de maestro de ceremonias. La RAE define zafre como «Óxido de cobalto mezclado con cuarzo y triturado, que se emplea principalmente para dar color azul a la loza y al vidrio» y es sinónimo de alquifol, de aquí tomo el título para esta entrada. Principalmente el zafre es óxido de cobalto mezclado con cuarzo y hecho polvo, y la palabra viene del árabe zahr, que a su vez parece provenir del persa zahr. La pacense nacida en la raya con Portugal, aunque de pocas palabras (su lenguaje es el musical), nos habló de esa búsqueda de timbres como colores, yo diría que una verdadera química sonora del siempre caro y rico azul cobalto, corroborado por el pianista charro que comentó como paisaje sonoro y también poliédrico por la cantidad de sonoridades que incluye desde todos los puntos de vista, todo un especialista en la música de los compositores vivos, y mejor si están presentes en los ensayos para entrar en detalles más allá de unas partituras que no todos los intérpretes están acostumbrados a descifrar aunque sea el lenguaje de nuestros días (desde hace cien años). Todo bien detallado en el papel que los músicos de la OSPA agradecieron poder trabajar y el solista también. Las notas al programa de Eduardo G. Salueña (que no figura por error sino el del anterior abono) analiza a la perfección esta interesante obra: «(…) profundiza en el color tímbrico y explora la expresividad a través de efectos de diversa índole. Entre estas técnicas extendidas destacan algunas alteraciones en los instrumentos (uso de papel de aluminio en la campana del clarinete para modificar su sonido), su interacción con otros elementos (como los Thai gongs golpeados en agua y elevados para potenciar su glissando) o la forma de tañer las cuerdas (con plectro las del piano o una tarjeta las del arpa). La obra está dedicada a dos intérpretes de piano contemporáneo: el portugués João Casimiro Almeida, quien grabó una reciente versión del de Badalo, y el salmantino Alberto Rosado, encargado del estreno de Zafre».

Se dice del azul cobalto que infunde serenidad, profundidad y una energía renovadora, y desde su descubrimiento «ha sido sinónimo de lujo y exclusividad, utilizado por artistas a lo largo de la historia, desde las dinastías chinas hasta los maestros del Renacimiento, este pigmento no solo era valorado por su intensa belleza sino también por su durabilidad y resistencia a la decoloración. Este color es un puente entre el pasado y el presente, llevando consigo la esencia de la nobleza, la creatividad y la tranquilidad». Puedo utilizar todo lo anterior para describir esta obra que aporta vitalidad y belleza a cualquier espacio, pues la composición de Badalo posee todas esas cualidades, llena de búsquedas tímbricas (se nos hizo difícil encontrar qué instrumento suena ante el trampantojo sonoro con el que los presenta), energía y calma, dibujando auténticos estados anímicos. El papel del piano es exigente siempre, trabajando clusters potentes, por momentos utilizando mitones, pinzando las cuerdas, frotándolas, golpeadas cual máquina de escribir, y con el pedal de reverberación ayudando a crear esos ambientes evanecescentes donde también los tres percusionistas tuvieron sus solos (todo un reto) especialmente con los gongs, más una cadencia del solista cual alquimista sonoro, sin olvidarme de la surcoreana Shiyeon Sung (Busán, 1975), el auténtico crisol para alcanzar este cobalto exclusivo y lujoso con una dirección académica en el gesto, precisa, clara y enérgica sin necesidad de excesos corporales.

El maestro Rosado mantuvo el lenguaje actual con la propina del estudio nº 10 -libro 2- del rumano György Ligeti (1923-2006): «El aprendiz de brujo» Der Zauberlehrling (Prestissimo, staccatissimo, leggierissimo)- que complementó perfectamente el mágico concierto previo, la línea melódica danzante en perpetuo movimiento con acentos en staccato dispersos como gotas de color y que el compositor dedicó al gran pianista Pierre-Laurent Aimard. Esta vez el color fue rosado…

De la OSPA, hoy con plantilla adecuada y alumnado del CONSMUPA entre ellos, seguir corroborando el buen momento que atraviesa independientemente de quién les dirija y de nuevo con el austriaco Benjamin Ziervogel como concertino. Así la obertura de Oberon (Carl María von Weber), página independizada y más conocida que la propia ópera, mantuvo ese sonido compacto en todas las secciones, excelentes las trompas, toda la madera impecable y una orquesta siempre bien balanceada por la directora surcoreana, con pasajes donde disfrutar del clarinete (como un trailer de los conciertos de Weber) cargados de matices y cambios de tempo fidedignos a la partitura (me gusta contemplar en el atril las ediciones «grandes» en vez de las más habituales «de bolsillo»).

Y el sinfonismo siempre presente, esta vez con Dvořak y la séptima compuesta en Londres entre 1884 y 1885, no tan popular como la quinta o novena pero igual de exigente para toda orquesta, y también conocida como «Gran sinfonía». La directora Shiyeon Sung fue la batuta segura que marca todo a la perfección y tiene una mano izquierda con la que matizar cada pasaje dejando que la música fluya, apretando el aire sabedora de la respuesta de los músicos que volvieron a demostrar calidez y calidad. Con la plantilla ideal, todas las secciones pudieron escucharse en su plano sonoro, limpias, musicalidad en todas las intervenciones con maderas en feliz conjunción, metales brillantes sin estridencias, timbales mandando y la cuerda sedosa, precisa, alcanzando una sonoridad propia que solo el tiempo y el trabajo consiguen, destacando el Scherzo: Vivace.

Todo un detalle de la maestra al sacar al alumnado del conservatorio a saludar (una violinista primero, que no figuraba en el programa de mano, más el flautista Lucas Santos  y José Manuel Padín, trombón).

Una más que aseada séptima del checo para seguir manteniendo el nivel de los últimos conciertos de abono. Volverán el día 21 con el titular Nuno Coelho para los siguientes, y la violinista Carolin Widmann con otro programa, igualmente organizado que este quinto, pero también interesante.

PROGRAMA:

CARL MARIA VON WEBER (1786 – 1826)

Oberón: obertura, J. 306

INÉS BADALO (1989 – )

Zafre

ANTONIN DVOŘÁK (1841 – 1904)

Sinfonía nº 7 en re menor, op. 70

I. Allegro maestoso – II. Poco adagio – III. Scherzo: Vivace – IV. Finale: Allegro

Recuperando la figura de Jesús González Alonso

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La Colección «René de Coupaud» está recuperando nuestro patrimonio musical asturiano con grabaciones que son auténticas joyas documentales y documentadas, y poco a poco van apareciendo con mucho trabajo nuevos títulos (hasta ahora uno cada dos años). Primero fue el CD doble dedicado a «Tres misas de gaita. Entre la tradición y la conservación del patrimonio asturiano» donde mi memoria retrocedió muchos años hasta San Marcelo en Cornellana con el siempre recordado Lolo. El segundo volumen sería un CD con DVD dedicado al malogrado teclista «Berto Turulla. Una mirada moderna a la música popular de Asturias», que de nuevo me llevaría a otro viaje temporal, a mis años de juventud cuando los teclistas escuchábamos sus intervenciones y envidiábamos su arsenal de sintetizadores en todas las formaciones con las que estuvo.

El pasado día 9 de enero tuvo lugar en el Antiguo Instituto Jovellanos de su Gijón natal la presentación del volumen 3 «Jesús González Alonso. Ecos de un pianista gijonés en la Escuela Superior de Música de Viena«, donde al fin pude hacerme con la música grabada de este gran pianista que marcaría mis estudios de piano tras escucharle en Oviedo cuando ganó en 1971 el Concurso de Casa Viena, y posteriormente en Mieres con el programa que dejo a continuación, donde interpretaría este repertorio que dominaba como pocos y le llevó hasta Helsinki, Frankfurt, Hamburgo, Viena y posteriormente a San Sebastián donde moriría prematuramente con solo 41 años en el mejor momento de su carrera profesional y docente.

A Jesús González Alonso (Gijón, 1946 – San Sebastián, 1988), el ayuntamiento de su ciudad a título póstumo en 1990 al menos le ha dado una calle a tan ilustre gijonés. En la presentación del Libro-Disco se contó con la presencia de su hermana Blanca (guardiana de su legado) junto a Manuel Ángel Vallina, concejal de cultura del Ayuntamiento de Gijón, y Eduardo G. Salueña, verdadero hacedor de este proyecto y digno «heredero» de nuestro querido René, así como Miguel Barrero, director de la Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular de Gijón, y José Ramón Méndez Menéndez, uno de sus alumnos que siguen teniéndole como referente, también emigrado, y que es el organizador y director del festival internacional de piano que lleva el nombre del maestro gijonés desde 2011.

Con amplia difusión en los medios de comunicación asturianos, de los que dejo algunas capturas de pantalla aquí, al fin pude hacerme con la música grabada del gran pianista, alumno en sus inicios gijoneses de Enrique Truán (otro gran docente a los que seguirían Cubiles, Carrá y tantos), que marcaría mis estudios de piano tras escucharle en Oviedo cuando ganó en 1971 el Concurso de Casa Viena que se celebraba en el antiguo Conservatorio de la calle Rosal a principios de septiembre (aunque ya por aquel entonces acumulaba muchos premios), coincidiendo con mis fiestas de San Mateo en casa de los abuelos, y posteriormente en Mieres el 28 de febrero de 1972, donde iba pertrechado de una grabadora de casete (que borraba para el siguiente concierto tras horas de escucha como alguna vez le comenté a otro querido maestro gijonés de la misma generación que Jesús González) con el programa que dejo a continuación:

Recuperar su música grabada (gratitud al sello Zweitausendeins© para quien grabó estas músicas en formato analógico, remasterizadas por Fernando Oyágüez Reyes) es un auténtico disfrute además de un «viaje al pasado»; sumemos el libro que acompaña este tercer volumen, con fotos del archivo de su hermana (que también ilustran esta entrada) y textos de Sheila Martínez Díez con los del citado José Ramón Méndez, completa no ya mis recuerdos sino la necesaria historia bien documentada del malogrado pianista gijonés.

Poder volver a escucharle con Mussorgsky y Gershwin (grabados en 1979) sigue siendo toda una referencia por su interpretación y sonoridad. Otro tanto de los autores españoles (1982): Albéniz (qué pena no tener su Iberia completa), Esplá o Granados, convirtiéndole en una de los embajadores de nuestra música; y de auténtico regalo la digitalización de la Sonata 50 de Haydn (custodiada en cinta de bobina por su hermana), corroborando el magisterio en todos los estilos y épocas del piano que atesoraba el gran Jesús González Alonso. Las fotos son recuerdos imperecederos, pero además poder escucharle en el extracto de su entrevista para el programa «Música Ficta» de Radio Gijón (24/04/1981) con Avelino Alonso nos deja su voz y amplia visión musical.

Desconozco si desde Gijón tendremos más volúmenes ni a quien se dedicarán, pero verdaderamente los tres actuales son ya tesoros que guardo en formato físico, pues el de la memoria continúa para siempre y las emociones siguen a flor de piel, más con Jesús González Alonso. Lo bueno de cumplir años es seguir llenando esta mochila de la vida.

Mi felicitación al Taller de Músicos de Gijón con Eduardo al frente no solo por este regalo más allá de lo personal, y por supuesto al Ayuntamiento de Gijón por apoyar esta colección imprescindible para melómanos «omnívoros» donde este tercer volumen rescata del inmerecido olvido a mi siempre admirado Jesús González Alonso.

Espiritualidad metafísica para recordar a Rober

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Viernes 12 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: «Inspiración I», abono 4, OSPA, Rossen Milanov (director). Obras de Wagner, Vaughan-Williams y Bruckner.

Mi querido Eduardo G. Salueña escribe las notas al programa (enlazadas arriba en los autores) del cuarto de abono de la OSPA con el que abríamos año antes de sumergirse con Debussy en el foso, pero también nos ofreció una conferencia previa al concierto titulada «Metafísica y espiritualidad en el lenguaje orquestal» llena de sabiduría, guiños cinematográficos y verdadera lección para disfrutar de las obras programadas para una OSPA diríamos que Gran Reserva como los vinos por el tiempo de maduración necesario para afrontar un programa que bien podría haber tomado las primeras palabras del conferenciante y tentado de hacerlas mías.

Tras el paréntesis navideño donde el destino volvía a jugarnos una broma macabra llevándose al trompa Roberto Álvarez, no podía faltar en este regreso y fuera de programa el homenaje de la sección de trompas, hoy nueve con las cuatro tubas wagnerianas (interesante como siempre OSPATV) preparadas para la novena bruckneriana eligiendo un arreglo sincero, sentido y cálido del famoso «Coro de Peregrinos» del Tannhäuser, con rosa roja en las solapas, elegancia y recuerdo del amigo Roberto, compañero siempre vivo en la memoria y más cuando la música era su pasión, eterna como sus acompañantes este viernes: Ricardo, Ralph y el propio Anton, Momentos memorables porque al igual que nuestro recordado trompa «el perdón le llega al poeta al morir junto al féretro de Elisabeth, por el triunfo del amor…» y «cómo Richard Wagner supo darle una intensidad, como se diría divina» (de Fernando Cansado Martínez en Operamanía), bien traído como inicio y final unidos por la metafísica espiritual, espiritualidad metafísica o ambas, que todo y más puede resultar un concierto.

La Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis (1910) de Vaughan Williams puso la calidad sin necesidades metafísicas al contar exclusivamente con la sección de cuerda, la que da solera a este vino musical servido casi con arreglo a los cánones: tres bloques intentando emular sonoridades organísticas en iglesias, orquesta de cámara al fondo, más la orquesta de cuerda y el cuarteto solista (integrado con el resto) pero capaces igualmente de hacernos fantasear con la música del inglés, devolvernos las calidades y ambientaciones que esta joya británica guarda, siendo tan utilizada en el cine como bien nos recordó el doctor Eduardo, desde Master and Commander hasta Remando al viento (del asturiano Gonzalo Suárez) por mostrar dos momentos memorables donde los directores ponen sus imágenes a esta música más que la inversa, aunque también podríamos hacer metafísica con el tema. Un placer degustar la cuerda bien servida y a la temperatura adecuada, con mención especial a Vasiliev, Corpus, Moros y von Pfeil, cuarteto aterciopelado cual cristalería ideal.

La espiritualidad no exenta de carga religiosa la suele poner casi siempre Bruckner, más en esta inacabada Sinfonía nº 9 en re menor (WAB 109) que nos deja ese extraño sabor de boca esperando rematar el Adagio final tras un «misterioso» primer movimiento que no alcanzó a contagiar ambiente aunque el enólogo acertase plenamente, y un Scherzo algo más lento de lo esperado como buscando paladear las pulsiones con que el «sommelier» intenta convencer al cliente, olvidando que no todos tienen igual olfato ni memoria gustativa, que la cata también tiene su arte, así como que todo cocinero no tiene necesariamente que entender de vinos, aunque ello suponga un plus. Al menos no se estropeó ese último trago, poderosamente mágico, variado, íntimo y hasta metafísicamente lírico, con regustos del Tristán wagneriano y la novena beethoveniana con aromas de pastoral, dejando que todo brillase olvidando que la contención es una virtud (la instrumentación parece exigirla), y si no que se lo dijesen al bueno de Anton, célibe toda su vida pese a estar prometido pero encontrando disculpa de diferente religión para así anular un compromiso con el que no parecía estar convencido ni preparado a su edad. Todos los elementos de este gran reserva sinfónico se (com)portaron correctamente, especialmente implicada la sección de trompas alcanzando momentos esplendorosos donde ellos encontraron la dinámica perfecta mientras el equilibrio se logró por la profesionalidad y trabajo de unos músicos de cepa inimitable y largo recorrido. Qué gran vino si el sumiller lo hubiera dejado airearse, servirlo en su punto y no apurar la botella porque olvidó que todas son únicas.

Lógico recordar y brindar con Mahler: «Un vaso de vino en el momento oportuno, vale más que todas las riquezas de la tierra». Así sea.

Febrero de 1975: Nueva Conciencia

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La inmortalidad de la buena música
Hace unos años nadie podía suponer que a la juventud le interesase la música clásica e incluso tener en casa un disco de Beethoven al lado de uno del momento. Parece antagónico pero hoy no lo es. Y esto se debe a la labor de una serie de señores que bien mediante arreglos musicales o letrísticos, hicieron una música clásica al alcance de todos, pese a diversos sectores que califican como “crimen” artístico o sacrilegio alterar las inamovibles obras de los maestros. Es como un conflicto de dos generaciones: la joven que está de acuerdo y la de los adultos que lo consideran irreverente.
Pero no se puede juzgar igual a unos arreglos en el ritmo como los de Ray Conniff o Waldo de los Ríos, con otras interpretaciones personales de Emerson – Lake y Palmer o Teddy Bautista, por ejemplo y citando dos nacionales y otros dos extranjeros, con los originales.
Así, son muy conocidas versiones clásicas con letra de hoy de la “Canción de Cuna” de Brahms, o “Sueño de Amor” de Liszt, y muchas otras que han popularizado diversos cantantes mundiales.
Esto no es de ahora ya que en los 50 hubo una canción con el título de “Passion Flower” que no era más que una versión del “Para Elisa” de Beethoven pero más rítmica y con letra.
Pero no cabe duda de que el revolucionario de este nuevo estilo sinfónico-pop por así llamarlo, fue Waldo de los Ríos con su versión del “Himno de la Alegría”, cuarto movimiento de la Novena de Beethoven, que a su vez tomó la letra del poeta Schiller. La versión español corrió a cargo del cantante Miguel Ríos y obtuvo un resonante éxito mundial, vendiendo millones de copias.
Volvió a probar suerte con el “Te Deum” de Charpentier, con el título de “United” (Himno de Eurovisión), pero no consiguió igualar el record de ventas de la anterior versión beethoveniana.
Por tercera vez insistió, esta vez con Mozart y su sinfonía nº 40 manteniendo esta vez su línea de éxitos que hoy mantiene con su álbum “Mozartmanía”.
Respecto a la primera hubo una serie de críticas. Mi punto de vista es que no existe ningún problema con hacer una versión de una obra inmortal, pues quienes consideran como una “herejía” que manipulen y desfiguren obras ajenas no se dan cuenta que las originales permanecen incólumes y sin daño después de la versión propia que puede triunfar, caso de Picasso con sus Meninas al igual que las de Velázquez pero con su sello y estilo personal. La esencia se mantiene en ambas. Pero no sabemos cuál es el grado de admisibilidad de esas versiones, ni si son o no buenas. Puede darse el caso de que sirva para ir al original y que se den cuenta de su valor pero también el caso contrario de desilusión al compararlas (aunque sea esto casi imposible).
Esto es referente a la adaptación de obras clásicas para nuestros días, pero también está la conversión de una obra ajena en propia. Así y favorecidos por inventos de instrumentos electrónicos como el sintetizador, en el año 1968, debido a Walter Carlos, Leonard Bernstein y Robert Moog (aunque sus primeros pasos se remontan a 1952).
Este aparato es capaz de reproducir la frecuencia y los armónicos de cualquier instrumento, pero con igual timbre y sonoridad. Se han conseguido excelente versiones de obras sinfónicas, con nuevos matices. Ejemplo de esto, es el “Cuadros de una exposición” de Moussorggsky y Ravel, en versión de Emerson, Lake y Palmer, y una anterior del propio inventor, Walter Carlos, que basándose en Bach y con el título de “El sintetizador bien templado”, se la puede considerar como la primera en su género.
Una última posición, es la composición de obras actuales con forma clásica. Así, óperas pop o rock, como “Tommy” de Pete Townshend del conjunto “Who”, o la tan renombrada “Jesucristo Superstar”, de Tim Rice y Andrew Lloyd, junto a las últimas obras de Luis de Pablo.
De lo que no cabe duda, es que a música clásica está en alza. La gente joven se da cuenta de que las melodías del momento se olvidan pronto, pero que una obra de Mozart, Beethoven…, cualquier clásica, sea en la versión que sea, siempre se recordará, o al menos, tardará menos en olvidarse.
La prueba de que se dan cuenta está en el aumento de ventas de discos clásicos. Karajan compite en ventas con Dylan o Hendrix. Las múltiples grabaciones del mejor director del momento, se agotan una tras otras. Sinfonías de Brahms, Preludios de Mozart, Oberturas de Beethoven, Óperas de Verdi, se venden cada día más. Pero ¿quién las compra? los jóvenes. Ya se empiezan a ver la sala de concierto repletas de jóvenes de larga cabellera y tejanos, aplaudiendo una obra de Tchaikovsky, lo mismo que una actuación de un grupo moderno interpretando Chopin a ritmo de rock y acompañamiento de batería.
Vivaldi y sus “Cuatro Estaciones” ya se oyen lo mismo en versión de la Filarmónica londinense que en la actual de Teddy Bautista, antiguo “canario”.
Pero la realidad es esa. La música clásica, la Música, así con mayúscula, se oye y gusta. Claro. Es Inmortal.
Pablo Álvarez Fernández
Dejo esta transcripción literal con ligeros retoques de puntuación y los añadidos casi obligados a los enlaces o links que hoy nos permite la tecnología y enriquecen los textos de mi primer artículo publicado en 6º del Bachillerato de Ciencias, siendo de los primeros escritos por alumnos en la prestigiosa revista del único instituto en el Mieres de entonces, dirigido por Doña Carmen Díaz Castañón. Estaba en mi penúltimo curso (1974-75), suprimiendo el ministerio de turno la reválida de 4º de bachillerato y dejando opcional la de 6º para titular superando el llamado COU (curso de orientación universitaria que sustituía al PREU), y con mi título profesional de piano también en su recta final (llegaría al Conservatorio de Música de Oviedo en pleno San Mateo del mismo año 1975), profesional entonces y dependiente de Bellas Artes y la Diputación, aún en la calle Rosal. El curso 1975-76 cursaría el mío justo cuando comenzaba a impartirse el BUP (bachillerato unificado y polivalente), apareciendo en su primer año la materia de “Música” tras décadas pidiéndolo, llegando incluso a solicitar a la dirección del centro el puesto de profesor que por titulación podía, mas la edad resultaba un inconveniente, unido a ser alumno del propio instituto.
La revista “Nueva Conciencia” comenzó cual fanzine para ir mejorando en presentación e impresión, en parte financiada con las aportaciones de la Asociación de Padres de Alumnos de entonces, editándose profesionalmente e incluso enviándose algunos ejemplares a distintas universidades mundiales, pues recogía básicamente la memoria de actividades pero especialmente colaboraciones del profesorado de las distintas materias, incluso avances de tesis doctorales, dejando a continuación el índice de ese décimo número.
Guardo los números 4 al 10 y desconocía cuántos años más estuvo editándose (en Internet encontré que llegaron al 23) pues finalizado mi séptimo año en El Bernaldo tras aquel COU de calabazas en junio y tras un verano de enclaustramiento obligado con las ciencias puras (Matemáticas Física y Química) poder superarlas en septiembre junto a la temida Selectividad de entonces, para marchar a estudiar a Oviedo, aunque no Ciencias Químicas como en principio quería y a la vista de los problemas optar por “Magisterio”, entonces convertido en Diplomatura de la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de EGB.
Aquel verano del 76 cambió muchas cosas en todos los aspectos, no digamos en “Mi querida España” que cantaba la malograda Cecilia, las ciencias por las letras al optar por la especialidad de “Humanidades y Ciencias Sociales” siempre esperando que se convocasen plazas de especialistas en mi materia, “Música”, tanto en las escuelas como en los institutos, aunque ésta no llegaría hasta 1987 en mi segunda “intentona” de oposiciones madrileñas para lo que se llamaba Territorio MEC, pero hoy tocaba recordar los años mozos.
De mis opiniones y gustos musicales no hubo tantos cambios a lo largo del tiempo como se puede deducir de la lectura de este artículo o de las entradas en el blog, pues sigo confesándome “omnívoro” en cuanto a la música se refiere, y donde los estilos e interpretaciones de la entonces llamada “música clásica”, siguen discutiéndose cuarenta años después. Pero gracias al esfuerzo y trabajo de todos en aquella transición, estos años pasados han formado a grandes profesionales en este mundo entonces de “bohemios” o gente de “mal vivir” que por lo menos son reconocidos socialmente, aunque nunca lo que se merecen.
Puedo concluir que incluso estos años reflejados por un adolescente de 1975 han redondeado la visión que da el tiempo, publicaciones muy serias y documentadas, verdaderos análisis de una historia de nuestro país que en el caso de mi admirado Eduardo García Salueña (1982) no solo fue tema de tesis doctoral sino el de una joya de libro recientemente publicado “Música para la libertad” (Norte Sur Ediciones) del que puedo presumir de haber estado en su bautizo en Gijón (arriba está la foto) y traerlo hasta Mieres el próximo 30 de noviembre a la librería “La Pilarica”, magna publicación con la que rejuvenezco por haber podido vivir tanto de lo reflejado en ella sobre aquella fusión en Galicia, Asturias y Cantabria. A él le debo recuperar este artículo por todo lo que removió su presentación y posterior lectura.
Tratándose de seguir haciendo historia musical además de cercana, el CD que acompaña al libro es otro documento imprescindible donde entre los doce temas (con dos inéditos) El ventolín de Asturcón fue sintonía de amigos y Juan Carlos Calderón mi pianista y compositor ideal de una adolescencia recordada en esta entrada que rememoraremos alguna que otra vez.

Gene y Fred

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Viernes 25 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono nº 13 OSPA; Dylana Jenson (violín), David Lockington (director). Obras de Ginastera, Lalo, Bernstein y Borodin.

El programa de abono que nos reencontró con uno de mis aspirantes preferidos a la titularidad, y nombrado principal director invitado, giró en torno a las danzas, obras conocidas y popularizadas algunas por Dudamel con «La Bolívar» aunque la madurez de la OSPA consiguió el siempre necesario poso y Lockington es la elegancia británica desde el podio atento a cada detalle. Como se respiraba cierto ambiente cinematográfico en estas músicas de danza, sería como comparar a Gene Kelly con Fred Astaire, los dos grandes pero de estilos y repertorios muy distintos, sin olvidarnos de las parejas de baile que ambos tuvieron, y esta vez la «asturiana» resultó Ginger Rogers en vez de Cyd Charisse.

«Estancia» en Argentina es una finca, algunas mayores que todo Extremadura, por lo que cuando llegas a esta tierra te desean «feliz estadía». Alberto Ginastera escribe su ballet Estancia cuya «Suite» de cuatro Danzas Op. 8a (1941) tienen todos los elementos que las orquestas y público desean: ritmos contagiosos, orquestación poderosa, melodías pegadizas, mezcla de popular y sinfónico, contrastes dinámicos y la rememoranza del escenario donde se desenvuelve la acción:

I. Los trabajadores agrícolas prepara el ritmo trepidante que la orquesta logró desde el ataque bien llevada por el maestro inglés, con un empaste total; II. Danza del trigo trajo dinámicas muy cuidadas y la cuerda «pellizcando» con redondez las intervenciones solistas de la calidad a la que nos tienen acostumbrados Myra y Vasiliev; III. Los peones de hacienda breve y bueno, abanico de timbres en una orquestación de nuestro tiempo, y tras la pausa obligada por la sintonía en anfiteatro del Gran Vals de Tárrega típica de «celulares» y maleducadas de edad (1), la IV. Danza final: Malambo, competencia masculina cual cerviches pamperos en taconeo que hasta los músicos incorporaron como si en la partitura se marcase, enriqueciendo aún más esta visión elegante de estas danzas que todas las secciones disfrutaron, especialmente la percusión que este viernes trabajó a destajo. Destacar la precisión siempre necesaria y aún más en esta obra compleja rítmicamente que la sabia batuta logró.

La biografía de Dylana Jenson, esposa de Lockington, es de película cuya banda sonora está escrita para violín. La Sinfonía española, Op. 21 del francés Edouard Lalo es realmente «un concierto para violín y orquesta evitando cadenzas y ejercicios de gran virtuosismo» como comenta Eduardo G. Salueña en las excelentes notas al programa (que están enlazadas al inicio de esta entrada en los nombres de los compositores). La dedicatoria de la obra a Sarasate se nota en los números elegidos (faltó el Intermezzo) por la violinista de origen costarricense, más por la herencia musical del navarro que por fuentes directas del francés de ascendencia española, aunque la habanera sea ya en su época internacional. El sonido de Dylana es cálido, elegante como la dirección y perfecto maridaje musical que la OSPA entendió desde la primera nota del Allegro non troppo, continuando en el Scherzando: Allegro molto con reminiscencias también danzarinas (vals y seguidilla) desde unos rubatos bien conseguidos. El Andante rebosó musicalidad y romanticismo por todas partes, terciopelo sin sensiblerías, para desembocar en el conocido Rondo: Allegro más francés que español pero universal sin perder ese ritmo latente de una obra que Lockington y la OSPA concertaron perfectamente con Jenson.

Nuevo contraste entre siglos para la segunda parte con las danzas como hilo conductor, primero Bernstein y las Danzas sinfónicas de «West Side Story», antídoto para toses (como comentaba un amigo cantante) al resultar muy conocidas, lo que juega siempre a favor, y sobre todo no dar lugar al respiro. Rafa brillando en la batería con todos y cada uno de los números, bien secundado por sus compañeros de percusión, la versión de Lockington volvió a ser elegante, estilizada, de etiqueta frente al chándal, huyendo de sensacionalismos, cuidando el sonido de cada número y con las dinámicas adecuadas en todos ellos, destacando un Mambo muy sinfónico y poderoso, así como el Rumble (Estruendo) de musicalidad nunca ruidosa, y si los metales brillaron con sol, la madera fue sombra perfecta pero la cuerda resultó cual luna llena.

Y si hay danzas sinfónicas poderosas, exigentes para todos pero también agradecidas por lo populares, esas son las Danzas polovtsianas de «El Príncipe Igor» (Borodin). Siempre está bien programar obras del siglo XX sin olvidar la referencia del XIX por todo lo que supone de historia orquestal y bagaje útil para toda formación de nivel que se precie, y la OSPA lleva tiempo ahí. Tras todo lo escuchado anteriormente no había mejor forma de concluir este concierto de danzas que el maestro inglés afincado en EE.UU. supo sacar con brillantez y energía siempre desde una gestualidad clara y concisa. De nuevo todos los solistas pudieron demostrar su excelencia (que es mucha en todos y cada uno de ellos) en las cinco danzas que son más escuchadas que la ópera a la que pertenecen. Arriesgando en tiempos y dinámicas creo que el resultado global fue notable alto sin llegar a sobresaliente, más por lo perentorio de ampliar la sección de cuerda que nos dé el equilibrio perfecto para dinámicas como las que Borodin y tantos otros plantean, aunque la sabiduría desde el podio está precisamente en aminorar el resto. Así pudimos escuchar todo con el volumen correcto sin perder la globalidad ni la importancia de cada nota en su contexto. Examen superado y disfrute total del concierto.

Para concluir nada mejor que lo también comentado con mi admirado tenor amigo al salir del Auditorio: cómo se nota cuándo los compositores también son directores, conocedores del instrumento para el que escriben desde la realidad sonora y no desde la soledad interior. Lockington se queda otra semana en Asturias, y el programa promete…

(1) La teoría que mantengo tiene explicación: la sintonía es de teléfonos móviles ya «antiguos», habituales en personas de edad que realmente pueden necesitarlo pero con los servicios básicos, y el tiempo empleado para apagarlo suele ser femenino al estar «perdido» dentro de su funda a punto o tela, en el fondo de un bolso lleno al que cuesta acceder. También es «de película»