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Casi para todos los públicos

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Miércoles 24 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, AVANTI: OSPA, Rossen Milanov (director). Obras de L. Diéguez, R. Wagner, W. A. Mozart, P. I. Tchaikovsky, G. Mahler, L. van Beethoven, A. Dvorak, J S. Bach, E. Grieg, G. Bizet, B. Lauret y G. Giménez.

El público seguidor de la OSPA decidió dentro de una encuesta con 25 obras (como los 25 años que celebramos esta temporada) una docena dentro de lo que podríamos llamar, con perdón de RNE, «Clásicos populares» y así sonaron las obras que paso a citar, incidiendo en lo de sonar más que interpretar, pues como bien dijo el maestro titular, que hoy ejerció de «presentador» de cada una, es la orquesta de Asturias, capaz de afrontar cualquier repertorio, esta vez en un abanico de 300 años que no siempre lució como era de esperar.

Abríamos con nuestro Himno de Asturias en la orquestación oficial de Leoncio Diéguez, la misma que tantas veces ha sonado en este auditorio, aunque esta vez el coro fue público con los mismos problemas que los «profesionales» porque si no se dirige correctamente, todos cantan «a su aire». Pero sentirse protagonista por unos momentos siempre es de agradecer y hasta nos olvidamos de calidades prefiriendo cantidades.
El «Preludio» del Acto III de Lohengrin (R. Wagner) necesita, como diríamos coloquialmente, amarrar los caballos para que no se desboquen, siendo obra sutil que sonó brava porque los balances son necesarios ante una lucha siempre desigual entre las distintas familias orquestales, hoy además al completo.
La cuerda de la OSPA siempre ha sido como la seña de identidad y el primer movimiento, «Allegro» de la Pequeña serenata nocturna en sol mayor, K. 525 (Mozart) era para lucirse, aunque no hubo intención de sentir esta joya que resultó bisutería, de calidad pero lejos de lo esperado. Triste recordar que la música no es solo la partitura.

Los ballets de Tchaikovsky son filigranas para toda orquesta y la Suite nº 1, Op. 71a del Cascanueces una muestra de su maravilloso sentido melódico e instrumental, plagado de detalles muy sutiles, eligiendo tres (o cuatro) de sus danzas: la rusa, la árabe y la china. Al menos pudimos disfrutar de la calidad de nuestros solistas, principalmente la madera, aunque la necesaria conjunción quedó en pinceladas, que no brochazos, de una batuta nuevamente deslavazada que no imprime ni ritmo ni aire, dejando a los músicos que intenten además de sonar, sentir.
Puede que por esa necesidad de sentimiento, el famosísimo y cinematográfico«Adagietto» de la Sinfonía nº 5 en do sostenido menor (G. Mahler) con la cuerda con Miriam del Río al arpa nos dejó el mejor momento de la velada, esta vez más emoción que precisión, para unos músicos que parecen querer dejar clara su valía, con unas dinámicas al fin angustiosamente interpretadas.

Lástima que, como dice el refrán, «la alegría en casa del pobre dura poco» y Beethoven con su Sinfonía nº 6 en fa mayor, op. 68 «Pastoral» no corroboró el «hit» mahleriano. Pese a elegir los movimientos III y IV, la danza pastoril no resultó bucólica, a pesar de las trompas, faltó intención, aire y mando; la tormenta fue un chubasco, con poca claridad en los contrabajos que tronaron con los timbales.
No despejaron los nubarrones con el «Presto«de las Danzas eslavas, op. 46 nº 1 (Dvorak), borrosas, una Furiant nada ágil ni bailable y carente de un empuje rítmico que fue a borbotones y sin claridad en las melodías a pesar de los esfuerzos. Espero que en el próximo abono, de cámara, se resuelvan los problemas del «Avanti».

La grandiosidad de la famosa «Aria» de la Suite nº 3 en re mayor, BWV 1068 (Bach) permitió disfrutar de la cuerda pero sin criterio, ni historicista ni musical, fraseos sin sentido, volúmenes fuera de lugar, sin la pulsación barroca que requiere un movimiento tan cantable que se le denomina precisamente aria.

Otro refrán dice «de perdidos, al río» porque el cuarto número «En la cueva del rey de la montaña» de la conocidísima Suite nº 1, op. 46 de Peer Gynt (Grieg) nos dejó literalmente dentro de la oscuridad absoluta y nada platónica, cierto que los solistas intentaron poner un poco de luz pero el largo y progresivo acelerando sólo sirvió para llenar de barro, tras la tormenta pastoral o los traspiés eslavos, una obra donde los matices olvidados borraron la melodía principal en un final de fuego prehistórico.
Del ímpetu y colorido que tiene el «Preludio» de Carmen (Bizet) nos quedamos con lo primero porque más que de inspiración española me resultó griega (por las ruinas).

A Benito Lauret no me cansaré de recordarle y agradecer lo que hizo por Asturias en todos los campos. Sus Escenas asturianas tanto en la versión sinfónica como para banda recogen melodías que este cartagenero hizo grandes, y en el Finale da gusto el oficio de orquestador en un músico excelente, jugando con el «balamé» del Pericote y nuestro «Asturias patria querida» en una contraposición no ya de temas sino de colores en los que Diéguez también buscó su instrumentación. Es una obra que nuestra OSPA ha llevado por medio mundo y con grabación para la posteridad que se debería escuchar más a menudo, pues su riqueza dentro de cierto nacionalismo bien entendido y académico a más no poder, requiere un estudio previo y documentado. Algo parecido a nuestra fabada que con excelentes ingredientes y condimentos se puede estropear sin una buena cocción.

Y al final llegó el divorcio, vamos que el «Intermedio» de La boda de Luis Alonso (G. Giménez) resultó un «totum revolutum» a pesar de estar todo claro. Puede que con las cartas boca arriba y una partitura precisa se demuestra la falta de entendimiento entre lo escrito y lo escuchado, teniendo en nuestra memoria tantas y excelentes versiones con orquestas de menor calidad que nuestra OSPA.

Temblando estoy del panorama cercano donde podré escuchar otras formaciones españolas como la Orquesta Ciudad de Granada, las de Bilbao y Euskadi o la Real Filharmonia de Galicia, porque además las obras y compositores exigen no solo trabajo sino talento…

Potencia musical americana

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Sábado 6 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Daniel Müller-Schott (violonchelo), National Symphony Orchestra Washington, Christoph Eschenbach (director). Obras de C. Rouse (1949), Dvorak y Brahms / Schoenberg.

Las grandes formaciones orquestales tienden a impactar precisamente por su rotundidad sonora, y el director alemán afincado en EE.UU. parece haberse sumado a la magnificencia más en número que en calidad, algo en lo que parecen coincidir muchos, «Un director capaz de galvanizar un conjunto sinfónico y de extraer de él, por derecho, interpretaciones que destacan más por su brío que por su delicadeza» (Arturo Reverter en «El Cultural»). Basta con recontar la plantilla de la cuerda (15-13-11-9-8) para hacernos una idea del despliegue que la NSO de Washington con su titular han traído a esta gira europea. Tampoco podemos hablar de un sonido propio como antaño, donde las diferencias entre los continentes eran mayores y los europeos presumíamos de una tímbrica vienesa o inglesa. La globalidad y los directores tienen parte de la responsabilidad, Eschenbach coloca la orquesta «antifonal» en violines con contrabajos tras los primeros, timbales al fondo a la izquierda y las trompas a la derecha continuando linealmente los metales, más las maderas algo más adelantadas, logrando una espacialidad sonora algo distinta y de agradecer sobre todo en la segunda parte.

Buscando la potencia de la llamada sinfónica nacional de EE.UU. aunque le va mejor lo de Sinfónica de Washington, arrancaron el concierto con Phaeton (1986) para gran orquesta de Christopher Rouse (Baltimore, 1949), de inspiración mitológica al contar la frenética carrera de Faetón en su carro de caballos que el compositor yanqui parece reducir al adjetivo más que al sustantivo, abundante percusión donde no falta el «martillo mahleriano» y un crescendo de casi nueve minutos evocador del bolero raveliano solamente por buscar algún paralelo. Como anécdota mientras Rouse componía los compases donde quiere «reflejar» que Zeus fulmina a Faetón explotó el transbordador Challenger al que finalmente dedicará la obra en memoria de los siete fallecidos. No hubo que lamentar desgracias en el auditorio ovetense pero debo recoger lo que mi querida «paisana» Lorena Jiménez Alonso escribe en las notas al programa: «Su música es pasional, emocionante y electrizante… Si a eso añadimos estrepitosa y virtuosística, tenemos la definición de Phaeton«, un orquestón de calidades globales pero nada sobresalientes para una partitura algo repetitiva aunque visualmente espectacular, o como suelo decir en estos casos, muy yanqui.

Ya he perdido la cuenta de las veces que el chelista alemán Daniel Müller-Schott ha estado en Oviedo con esa joya de instrumentos como el «Ex Shapiro» Matteo Goffriller fabricado en Venecia en 1727, verdadera maravilla de sonido, con armónicos también espaciales, volumen estratosférico y musicalidad en estado puro en sus manos, desde un arco poderoso y sensible a una mano izquierda que dibuja los pentagramas con esmero. El Concierto para violonchelo y orquesta en si menor, op. 104 (Dvorak) está entre los preferidos de los grandes solistas aunque necesita como es de esperar el equililibrio con la orquesta, algo que esta vez no se logró siempre, sin una concertación clara por parte de Eschenbach, Müller-Schott hubo de renunciar a parte de su potencial, también poco ayudado por unos «diálogos» donde los atriles solistas no engancharon con el chelo ni tampoco las dinámicas algo exageradas. Una pena porque los tres movimientos dan para explotar recursos en cada momento, desde el Allegro inicial que debe encajar en cada detalle, hasta el Finale: Allegro moderato de dinámicas en cascadas emotivas, pero y especialmente en el Adagio, ma non troppo donde la batuta y solista fueron por caminos divergentes en vez de mimar un lento ideal para un chelista de sonido pulcro y penetrante.

Al menos su regalo de Ravel, el Kaddish (de las «Deux mélodies hébraïques») esta vez solo, nos permitió paladear el Goffriller y la musicalidad a la que Müller-Schott nos tiene acostumbrados.

Del Cuarteto con piano en sol menor, op. 25 de Brahms, Schoenberg realiza un arreglo para orquesta del que podemos decir lo mismo que el gran Otto Kemplerer: «El arreglo suena tan bien, que ya nadie querrá escuchar el cuarteto original», y esta vez la NSO con su titular buscaron la fidelidad a Brahms haciendo que se escuche todo de una vez, algo que Schoenberg como pianista conocedor y orquestador consumado puede lograr en esta singular obra, recreación más que arreglo de un compositor cuyo catálogo de cámara es probablemente superior cualitativamente al sinfónico, puede que por su autoexigencia de contar con Beethoven como modelo. El propio Arnold daba tres razones para esta transcripción: «Me gusta la obra. Se toca raras veces. Siempre se toca mal, porque cuanto más bueno es el pianista, más alto toca y no se escuchan las cuerdas», algo que la orquesta de Washington y Eschenbach lograron ampliamente. Impresionantes la riqueza de planos en el Allegro inicial, especialmente en la madera aunque seguía habiendo desajustes, o el Intermezzo que pareció más equilibrado, pero parecía que el director alemán se reservaba para el sensacional Animato de sonoridades pletóricas y sobre todo el final Rondo alla zingarese que hizo todo lo posible por mostrar cierto parentesco con las «Danzas húngaras» del hamburgués, e incluso con algunas eslavas del Dvorák que cerraba la primera parte. Potencia musical para una orquesta a la que su titular tendrá que hacer aún más suya, especialmente en la búsqueda de una identidad de la que adolece.

La propina final para mantener esa plenitud nada menos que la Danza de los comediantes de «La novia vendida» (Smetana), puede que lo mejor del concierto y como si todos dieran lo mejor de un espectáculo con un tempo verdaderamente vertiginoso, supongo que por la hora avanzada y el hambre, con Eschenbach ejerciendo de verdadero kaiser a la batuta.

Y febrero continuará con un especial suma y sigue… no hay mejor carnaval que el musical.

Como en casa

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Viernes 15 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 4 OSPA, Joaquín Achúcarro (piano), David Lockington (director): Evocaciones. Obras de Brahms, Rachmaninov y Dvorak.

Enero es el retorno a la normalidad y nuestra orquesta asturiana volvía con su principal director invitado y con el pianista que más veces ha tocado en Oviedo, el bilbaíno Joaquín Achúcarro al que se le quiere como un asturiano de adopción que no parece cumplir años. Cuando se celebraban en 1964 los 25 años de la primera Orquesta Sinfónica de Asturias, también conocida como Orquesta de Cámara «Ángel Muñiz Toca«, entonces dirigida por Don Vicente Santimoteo, se contó con Achúcarro y su esposa Emma Jiménez que interpretaron el concierto para dos pianos de Poulenc, y ahora en las bodas de plata de la actual OSPA también nos ha vuelto a deleitar Don Joaquín, a quien «Codalario» distinguió en 2014 con el «Premio a toda una carrera«, no ya de intérprete sino también de docente, algo de lo que nuestros políticos deberían tomar nota.

Y realmente normal fue que se convirtiese en el protagonista del cuarto de abono con una obra diríamos «fetiche» para él, como contaba a OSPATV, tocada más de 100 veces, debutada en Siena allá por 1956 nada menos que dirigida por Zubin Metha aún estudiante, o haber ganado con ella el Concurso Internacional de Liverpool en 1959, la Rapsodia sobre un tema de Paganini, opus 43 (Rachmaninov) que data de 1934 estrenada por el propio compositor en Suiza, volviendo a demostrar el dominio del piano tanto en la escritura como en la interpretación de este «quinto concierto» que exige el verdadero virtuosismo para todos, desde el solista que debe pasar al piano las diabluras del violín de Paganini y sobre todo para la orquesta, difícil encaje rítmico si se desea la mejor concertación posible especialmente en las variaciones rápidas. Ésta fue la única pega de una obra que Joaquín Achúcarro tiene interiorizada desde sus inicios (y que celebrase los 18 años de la OSPA en Madrid) siempre aportando cosas aunque no logró transmitirlas al podio, dándose momentos desajustados para una orquesta que iba detrás del solista, especialmente en el unísono del glockenspiel con el piano que casi finaliza un compás antes. Pero si una de las grandezas del pianista vasco es la continua búsqueda del sonido, no queda a la zaga el director británico afincado en EE.UU. al igual que el bilbaíno, alcanzando con la OSPA sonoridades ideales para esta obra, especialmente en la más conocida de las 24 variaciones, tan cinematográfica como recuerda Hertha Gallego de Torres en las notas al programa (que también están en el Facebook© de la orquesta), obra de la que atesoro en vinilo una grabación de Earl Wild que casi rayé de tanto ponerla en el plato.

El maestro Lockington consigue siempre que dirige a nuestra formación un sonido diría que amable, sin estridencias, conocedor del potencial que atesoran todos sus músicos y la belleza interpretativa en cada intervención solista, desde el concertino Vasiliev al oboe de Ferriol o del clarinete de Weisgerber a la flauta de Myra Pearse, solo por citar algunas de las joyas de la rapsodia en bella pugna con el piano. Achúcarro no tiene la fuerza de hace años pero mantiene el gusto característico, la pulcritud de sonido y el rigor hacia la partitura con una técnica todavía impresionante. Y si había dudas tras los detalles antes apuntados, aún nos regaló tres propinas de quitar el hipo:

El Nocturno para la mano izquierda op. 9 nº 2 de Scriabin nos recordó su homónimo con orquesta de Ravel que está entre los preferidos del amplio repertorio del bilbaíno, demostrando la capacidad de emocionar al cien por cien solo con una mano.

Pero el público, ovetense en particular y asturiano en general, le quiere y aplaudió a rabiar, cálido homenaje a un bilbaíno que sentimos como nuestro, por lo que no reparó en volver a sentarse al piano para seguir emocionándonos con su Chopin, otro referente de gusto francés tan cercano a los vascos, primero el Vals nº 14 en mi menor, op. póstumo impecable, con hondura y sentimiento, para después sin apenas mover su característico flequillo blanco por unos años que no pasan para sus dedos y engrandecen cada interpretación, el Preludio op. 28 nº 16 en si bemol menor, virtuosismo sin concesiones a la galería porque tocar en casa es hacerlo para uno mismo, algo que siempre le agradeceremos porque «la vida es más bella con música«.

Brahms abría concierto con la «Obertura trágica» en re menor, op. 81 (1880), con el sonido amable Lockington al que hacía referencia anteriormente, buscando la pureza sin extremismos, dinámicas amplias sin estridencias, cuerda aterciopelada nunca hiriente con unos graves redondeados y buen sustento armónico, madera llena de matices con una tímbrica homogénea y metales empastados solamente exigentes en intervenciones puntuales, transmitiendo ese gusto por dejar fluir la música bajo control, lo que agradecen partituras como las elegidas para este programa de abono. David Lockington transmite a la orquesta desde su gesto amable el gusto y respeto por la música bien entendida sin aspavientos ni exageraciones cara a la galería.

Y más aún lo alcanzó con la Sinfonía nº 6 en re mayor, op. 60 (1880) de Dvorak, un compositor al que la OSPA parece tener cual confirmación cada vez que lo interpreta, siempre con distintos directores como si la entendiesen a la perfección de principio a fin, lo que con Lockington resultó especial precisamente por coincidir en esta búsqueda de la perfección, apreciación muy subjetiva pero que nunca me ha fallado porque la propia plantilla es ideal para las obras del checo, escritas para sacar de la orquesta toda la riqueza que de ella esperamos. Desde el poderoso Allegro non tanto ya presentía que la sinfonía iba a resultar redonda, dinámicas muy trabajadas por todas las secciones, presencias medidas desde una dirección precisa que transmite seguridad a la orquesta, trompas y maderas en este primer movimiento sin desmerecer el resto, con un empuje que nunca decayó sin necesidad de acelerar en los fuertes y arrancando aplausos de unos pocos espectadores. El Adagio aumentó el nivel de musicalidad, fraseos impecables, unos solos de trompa de Morató delicados bien acunados por cuerda y madera, tensiones bien resueltas, contrastes dinámicos muy trabajados, «fortes» con los metales poderosamente presentes frente a los «pianos» de un oboe cristalino (en esta segunda parte Romero), timbales marcados sin un exceso, todo anímicamente preparando el Scherzo (Furiant): Presto en una nueva demostración del entendimiento total y global para la interpretación, partitura, podio y atriles llenos de la vitalidad de ese ritmo endiablado perfectamente encajado de hemiolia, también contrastados con el reposado trío donde los sutiles piccolo y clarinete parecían luchar con la cuerda por ese latido orgánico donde trombones y tuba igual sonaban cual contrabajos soplados que se imponían cual órgano sinfónico a las indicaciones del maestro Lockington, exigente con una cuerda vertiginosa en la que escuchamos todas las notas sin perder pulsión ni ímpetu desde el sello inconfundible de un Dvorak que siempre orquesta magistralmente (dedicada esta sexta a Hans Richter en la dirección de la Filarmónica de Viena) desde una paleta tímbrica realmente personal, para rematar el Finale: Allegro con spirito de la mejor forma posible, implicación de todos en alcanzar la excelencia, intervenciones solistas magníficas y cuerpo orquestal compenetrado para una musicalidad que no debería faltar nunca, triunvirato Dvorak-Lockington-OSPA que parece sinónimo de calidad y cercanía, sintiéndonos cómodos, es decir como en casa…

Compartir a cuatro manos

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Lunes 2 de marzo, 20:00 horas. Salón de Actos, Casa de la Música (Mieres). Dúo Wanderer (Francisco Jaime Pantín y Mª Teresa Pérez Hernández, piano a cuatro manos). Obras de Mozart, Schubert, Grieg y Dvorak.

Emulando el «grandonismo» y a la vista de la prensa regional, Oviedo es casi un barrio de Mieres (o viceversa), porque realmente hoy no hay distancias y es de agradecer cualquier oferta musical en la llamada área metropolitana de Asturias. Si el marco del concierto es el Conservatorio local, aún sin reconocer su nivel profesional por parte de la Consejería del ramo, ubicado en la llamada Casa de la Música, el público acude y llena la sala, como sucedió este primer lunes de marzo, contando además con dos profesores vinculados a este centro, al que tienen presente para sus actuaciones.

Y es que parecen volver los dúos de piano (aunque siempre están en los programas), funcionando bien en la versión a cuatro manos con repertorio propio o adaptaciones que en muchos casos suponen el primer acercamiento al mundo sinfónico, y es que las sonoridades logradas con estas obras es lo más parecido a una orquesta reducida. Interpretar estas partituras siempre comento que exigen de ambos pianistas mucho más que ensayo y renuncias, sacrificio del pensar en común, sentir lo mismo para alcanzar esa grandiosidad con veinte dedos y una sola idea. Si la convivencia es diaria está claro que hay mucho terreno ganado, pues damos por supuesto que la música corre por las venas de ambos, y en el caso del Dúo Wanderer respiran música por los cuatro costados.

Hay estudios sobre el efecto positivo que las obras de Mozart tienen en las embarazadas, por extensión a todo ser humano, y especialmente las obras a cuatro manos. El Andante con variaciones en sol mayor, k. 501 es un claro ejemplo de esta escritura original que necesita planteamientos diáfanos, claros, equilibrados en sonoridades y discurso presente, terapéutico podríamos decir. Así resultó cada variación, diálogos reales entre los registros agudos (a cargo de Maite Pérez) y los graves (con Paco Pantín), equilibrio equívoco en apariencias y entretejidos complejos desde la falsa simpleza del niño prodigio. Maravilloso ejercicio de solidaridad musical, de afectos y efectos, de compartir entre todos.

Schubert es la seña de identidad de este dúo asturcanario, y el Divertimento a la Húngara D. 818 otra joya del no siempre reconocido compositor vienés. Los tres movimientos son un catálogo melódico y armónico lleno de lirismo y virtuosismo, diversión y contrastes rítmicos, evoluciones y revoluciones románticas, con la mirada puesta en los aires de moda en aquellos tiempos dentro de las veladas conocidas como schubertiadas, los salones humanistas que tenían la música como epicentro. El Andante parece preparar el ambiente, calentando más que dedos en un derroche sonoro que se agranda en la Marcha, sabor zíngaro más que húngaro, rico en cada detalle, poderío en la zona izquierda, brillo en la derecha, balanza sin fiel y fiel al espíritu del bueno de Franz, antes de rematar con un Allegretto característico de toda su obra camerística como laboratorio de pruebas sinfónicas, la posibilidad que cuatro manos en el piano tienen como microcosmos que la pareja Wanderer entienden como uno, el Schubert como música pura.

La segunda parte supuso avanzar en tiempo y estilo con una transcripción del conocido «Peer Gynt», Suite nº 1 op. 46 (Grieg), reducción orquestal con claro sabor pianístico de sonoridades cercanas a Tchaikovsky, exploración sonora y técnica donde una mano deja paso a dos (no necesariamente del mismo intérprete pero sí una sola interpretación) enlazando las cuatro danzas con el misterio numérico del propio número cuatro, dos veces dos, ánimos y espíritus, Por la mañana de sonidos casi intuidos y delicados, La muerte de Ase oscura y diseñada en el grave con toques de esperanza, la Danza de Anitra de nuevo con aires rusos de ballet sinfónico en cuatro manos, y En el palacio del rey de la montaña como conclusión en una vorágine dinámica y rítmica de menos a más, un contínuo crescendo y acelerando que exige total entendimiento entre los dos intérpretes para encajar a la perfección una obra compleja.

Las Danzas eslavas (Dvorak) como bien me explicaron los maestros, son originales para cuatro manos antes de la versión orquestal más conocida, por lo que la riqueza del piano es fácil elevarla al mundo sinfónico, pero la dificultad que entrañan es enorme y nuevamente muy exigente para el mundo camerístico en su versión plena de paleta sonora. Primero escuchamos las Danzas eslavas op. 46 nº 6 y nº 8, reparto de papeles protagonistas con momentos de lucimiento en ambos pianistas, matices ricos, tiempos donde el rubato siempre debe estar controlado, aires de la Europa oriental sentidos más cercanos con la música, y después las aún más comprometidas Op. 72 nº 2 y nº 7, toda una lección magistral del Dúo Wanderer, exprimiendo el instrumento al máximo desde un virtuosismo necesario para volcar un universo más allá del sentimiento popular, cortando la respiración de un público siempre atento, muchos estudiantes que asistían a esta clase extraordinaria donde el aprendizaje no tiene precio.

El orgullo de compartir música entre intérpretes y público se amplió con las dos propinas del Moderato y Allegro comodo (segunda y cuarta de las Cinco danzas Españolas op. 12 de Moszkowski, originales para dueto de piano aunque también orquestadas posteriormente), para seguir jugando con el dos en una nueva muestra de generosidad por parte del matrimonio pianístico tras recibir un ramo de flores y un detalle de manos de dos alumnos, siempre agradecidos de que Paco y Maite sigan teniendo a Mieres en sus agendas.

Harding Scala al Nuevo Mundo

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Sábado 31 de mayo, 20:00 horas. Concierto extraordinario Fin de temporada, XV Años del Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo. Filarmonica della Scala, Daniel Harding (director). Obras de Rossini, Puccini, Mascagni, Leoncavallo, Verdi y Dvorak.

Con equívocos informativos varios como prensa y programación general anunciando Beethoven y Mahler con Essa Peka-Salonen en la dirección, la certeza estuvo en un excelente concierto para conmemorar quince años del «templo musical asturiano» y cerrar mes así como temporada del ciclo «Conciertos del Auditorio», nuevamente nuevo con figuras mundiales sobre el escenario, la orquesta del foso operístico milanés con el inglés Daniel Harding al frente In memoriam Claudio Abbado, curiosamente sin haber dirigido en vida ninguna de las óperas programadas como cuenta Carlos García de la Vega en las notas al programa, pero que seguramente las habría llevado en la línea escuchada este último sábado de mayo donde se alcanzo un deseado lleno en el auditorio carbayón. Harding ya dirigió en Oviedo hace cuatro años la Mahler Chamber Orchestra, fundada igualmente por Abbado, dejándome entonces un sabor agridulce, aunque esta vez pareció otro, puede que por las diferencias entre ambas formaciones y el repertorio elegido.

La orquesta filarmónica fundada con los músicos de la ópera de La Scala por Abbado en 1982 surge para «salir del foso» y abordar repertorios sinfónicos, aunque la crisis parece ir en dirección contraria y «reciclar» las sinfónicas para interpretar también óperas. Está claro que una gran orquesta funciona con cualquier repertorio, y más si al frente hay una batuta solvente, como sucedió con Harding (Oxford, 1975) veinte años desde su debut en Birmingham, y la Filarmonica della Scala.

La plantilla resultó ideal y su colocación vienesa perfecta para lograr un sonido de disco: contrabajos atrás a la izquierda, percusión al fondo y metales agrupados de centro a derecha incluyendo aquí las trompas, con solista ovetense (Jorge Monte de Fez) para quien no faltaron aplausos individuales. Impresionante la calidad alcanzada por esta orquesta donde hubo brillo, tensión, limpieza, presencia, gama dinámica amplísima, disciplina y todos los calificativos que queramos, plegados al gesto siempre exquisito de Harding, claro y preciso, marcándolo todo mientras dejaba a los músicos compartir ese disfrute musical, sobre todo en la primera parte que resultó como una promoción del producto deseado.

La música instrumental de las óperas habituales en la Scala milanesa ocupó la parte esperada por un público mayoritariamente lírico en este concierto, arrancando con el solo de cello inicial de la obertura de Guillermo Tell (Rossini) antes de alcanzar la parte más conocida, ciertamente algo fríos y todavía calentando, aunque los siguientes tres intermedios, pausados y tranquilos desde el podio, resultaron «in crescendo» de emociones y calidades: Puccini y el inicio del tercer acto de Manon Lescaut, segundo solo de cello, Cavalleria rusticana (Mascagni) descubriendo mismas raíces y dramatismo que en el de Lucca, culmen de intensidad emocional con Pagliacci (Leoncavallo), sonido convincente en cada sección y solistas convencidos, conocedores de un repertorio amoldado siempre a la dirección del momento, y Harding optó por la pulcritud confiando la sensibilidad a sus músicos. Para cerrar Verdi y la obertura de La forza del destino, obra habitual en conciertos precisamente por su carácter sinfónico de música pura pese a componerse como apertura de esta ópera de argumento español y que tantos directores de orquesta la han dejado grabada para disfrute de discófilos. Buen sabor de boca operístico para una formación que encima del escenario gana en sonoridades desde un trabajo con los altibajos habituales. Lástima que haya público con prisa para el aplauso sin esperar la bajada de brazos del director porque nos privaba al resto de seguir paladeando esos silencios sabrosos donde la música todavía está en el ambiente.

Foto Web

Totalmente distinta la segunda parte retomando el espíritu de Abbado para esta orquesta, el repertorio sinfónico con una de las cumbres del género, la Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95 «Del Nuevo Mundo» (Dvorak) donde Daniel Harding disfrutó de una orquesta rendida a su excelencia en la dirección, logrando una interpretación perfecta, apolínea sin perder romanticismo alguno merced a una sonoridad precisa y preciosa: cuerda presente en todo momento independientemente del caudal sonoro de vientos, redondez en unos contrabajos ligeros en melodías y pesantes en pegada, solistas con timbre hermoso (especialmente las maderas con corno inglés, flauta y clarinete rivalizando en belleza), percusión acertada y metales en el punto justo donde el poderío nunca resultó arrebatador, optando el director británico por dinámicas extremas que exigen sacrificio en todos para no perder nunca el equilibrio. Cada movimiento contrastado resultó impecable, el Adagio – Allegro molto un micromundo de expresión e intensidades, el Largo de emotividad y belleza expositiva, el Molto vivace más allá de virtuosismos, que los hubo, sin perder ni una nota por el camino con un balance entre secciones perfecto, y ese final realmente fogoso, el Allegro con fuoco recordado por los de mi quinta y anteriores como sintonía del programa «Ustedes son formidables» con Alberto Oliveras al micrófono. Cuatro movimientos donde observar al maestro Harding resultó todo un espectáculo y una verdadera clase de dirección: elegante, claro, conocedor de la obra en todos los detalles que fue haciendo sonar en su punto exacto, siempre con la respuesta esperada de una orquesta que brilló más que con la primera parte operística.

Como si subscribiesen lo anteriormente apuntado, bisaron la obertura de Guillermo Tell, esta vez sin partitura (de eso hablaban maestro y viola solista) y sin el inicio de chelo, entrando en la archiconocida «carga». Se quitaron la espina inicial reafirmándose como una excelente orquesta sinfónica con un Harding ya en primera línea del escalafón directorial. Buen cierre esperando ver y disfrutar por lo menos otros quince aniversarios más.

CantamOS PAra crecer sin WERTgüenza

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Jueves 3 de abril, 10:30 y 12:00 horas – Viernes 4 de abril, 10:30 y 12:00 horas. Auditorio de Oviedo. Programa Link Up: «La orquesta canta». OSPA, Rossen Milanov (director). Obras de T. CabannisBrackettDvořákMendelssohnBeethovenStravinskyJ. Papoulistradicional norteamericana.

Nuestro maestro Milanov se marcó como primer objetivo nada más llegar a la OSPA acercarla a los públicos del mañana. La primera apuesta fue traer a Europa el proyecto «Link Up» desde el Carnegie Hall, del «Weill Music Institute«, que él conoce en primera persona, «La Orquesta Canta» que fue una auténtica bomba. Y este año repetíamos con «La Orquesta Canta» duplicando la oferta para movilizar a casi 4.000 alumnos de 9 a 13 años de toda Asturias con sus profesores, un esfuerzo que ha tenido el apoyo de toda la comunidad educativa, implicándonos desde el primer día y con la esperanza que la LOMCE de Wert retome la obligatoriedad de la materia de «Música» tanto en Primaria como en Secundaria para no dejarla en residual o incluso hacerla desaparecer si queda relegada a optativa o mera oferta según los centros, pues lo que se ha sembrado y trabajado con varias generaciones acabaré perdido por ideologías que siguen pensando sólo en la flauta dulce (sigue siendo menos cara) como pérdida de tiempo y la llamada música culta para el que quiera dedicarse a ella, eso sí, pagando y en el extranjero, porque parece que tiene más valor. Invertir en cultura es apostar por el futuro. Claro que también apuestan porque hagan deporte al recreo, lo de Educación Física no se parece a la Gimnasia de mis años mozos que parecen desear estos gobernantes nuestros.

La introducción tenía que hacerla porque lo vivido nuevamente estas dos mañanas en el Auditorio por este alumnado va más allá de un mero entretenimiento. Debemos reconocernos en cada escuela de pueblos muy alejados todavía de la capital por lo mal comunicados, institutos pequeños donde no hay más música que la del aula, chavales que no tienen acceso universal a estos eventos, y donde el directo es irrepetible. También centros concertados y privados («me gusta ese uniforme» decía un alumno mío al que le contesté que si lo usase seguramente diría lo contrario) asisten y comparten la universalidad del lenguaje musical, compañerismo haciendo música juntos independientemente de la raza, religión, clase social… Emocionarnos haciendo música entre todos con la flauta dulce pero también con algún incipiente violinista o clarinetista, cantando en castellano o inglés (el año pasado también francés y portugués), bailando y por supuesto escuchando, porque todo esto y mucho más es Link Up. Materiales didácticos excelentes que llegan sin coste alguno a profesores y alumnos, reuniones previas, trabajo de meses que no finaliza en el concierto sino que es aprovechable para siempre. En Asturias podemos presumir de ello y el tiempo dirá. Los medios de comunicación se han hecho eco del evento y su magnitud, aunque la falta de mayor formación musical haya impedido que fuesen más correctos en la información.

Felicitar a toda la «familia OSPA«, dirección, gerencia, músicos, personal de administración y servicios, así como al personal del Auditorio, porque el esfuerzo y trabajo es inconmensurable. Tampoco quiero olvidarme de más protagonistas como Gustavo Moral, animador y pedagogo musical que es otra de las patas donde se asienta el proyecto, y el trío vocal: Amanda Puig que debutaba, y los que repetían del año pasado Sonia de Munck y Julio Morales, aunque ya obtuvieron sobresaliente el curso anterior.

Espero que la Consejería reconozca la inversión en futuro ahora en el presente, pues Milanov lo tiene claro. Mi alumnado disfrutó y seguro seguirán comentando la experiencia entre ellos con todo el rédito en el aula.

La parte musical no quiero olvidarla, pasando con las obras trabajadas. Tras afinar todos, comenzamos con la canción de «Link Up» Ven a tocar, versión española de «Come to Play» (Thomas Cabaniss), a tres voces con distintos niveles de dificultad, siguiendo la canción en inglés Simple Gifts (Brackett) también con opción instrumental o vocal que algunos de los profesores canosos asociamos a una serie televisiva conquistando el Oeste yanqui con la música del gran Copland y su Primavera Apalache.

Sí resonó el auditorio con las flautas a unísono un fragmento del Largo de la Sinfonía del «Nuevo Mundo» (Dvořák), segundo movimiento donde los pequeños mandaron sobre el corno de Juan Pedro Romero y la orquesta con Milanov rendido. También «cantan» solistas instrumentales y el primer movimiento del Concierto de violín (Mendelssohn) lo interpretó Gabriel Ordás de 14 años, un espejo para muchos compañeros que se preguntaban cuánto había que estudiar para tocar así.

Como proyecto pedagógico el alumnado participa con la escucha, preparada con anterioridad y que llamamos «escucha activa» pero donde se siente más implicado es en las obras que ofertan distintos niveles de dificultad instrumental aunque la voz no falla, y así sucedió con la versión del cuarto movimiento de la última sinfonía del sordo de Bonn, himno de una Europa que no ha cubierto expectativas pero musicalmente sigue siendo potencia, superada la versión de «los Ríos» Waldo y Miguel para afrontar una Oda a la alegría (Beethoven) que cada alumno eligió libremente, independientemente de su capacidad.

La parte lúdica pero también lingüística resultó la tradicional americana (en arreglo de Cabaniss) Bought me a cat, calidad total comparada con «El pollito pío» nacional para comprobar que el idioma de Shakespeare se trabaja también desde la música.

Tras proponer combinaciones varias la OSPA nos interpretó el final de El pájaro de fuego (Stravinsky) que seguimos con un musicograma hermoso donde el cuento hecho sonidos cantó.

Como en las fiestas lo mejor para terminar es música movida, que nos mueva, esta vez con letra mixta en español e inglés, los idiomas más hablados en EE. UU. además de una coreografía muy conseguida que puso literalmente en pie a todos los asistentes, Oye (Jim Papoulis) que si ya se escucha en pasillos y autobuses, tras lo vivido con Link Up seguramente resulte más famosa que la dichosa Macarena de Los del Río si la bailan Obama y Michelle, aunque quienes me conocen y leen saben mi opinión: sólo dos tipos de música, la que nos gusta y la que no (¡Ah! y me visitará esta entrada la CÍA por citar al matrimonio de la Casa Blanca).

De vuelta al instituto seguían cantando, soplando las flautas, los que volvían otro año diciendo que este mucho mejor y preguntando por el tema del que viene, si Wert quiere…

Buscando identidades en el inicio de año

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Viernes 17 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, OSPA: Concierto de abono nº 5 «Música e identidades»: Kristóf Baráti (violín), David Lockington (director). Obras de Kodály, Dvorak y Sibelius.

Tras el periodo navideño y una neumonía aún en el cuerpo mi nuevo año musical comenzaba como terminaba, es decir con la OSPA y su principal director invitado, el británico afincado en EE.UU. que además afrontaba un programa duro para todos (el jueves en Gijón), de los que requieren mucho trasfondo, atención, intención e introspección. Eso sí, el formato no varía desde hace lustros: primera obra a modo de aperitivo, un concierto con solista antes del descanso, buena propina incluida normalmente, y una sinfonía llenando la segunda parte.

El título buscado podría cambiarse por «Música y densidades» en vez de identidades, pues resulta un tanto engañoso: cada intérprete debe recrear la identidad de su papel, por otra parte obra identitaria de su autor, especialmente cuando es de los considerados grandes -lo que normalmente decimos el sello inconfundible-, búsqueda de identidades nacionales en el caso de los compositores elegidos y de los que habló la gallega Beatriz Cancela Montes en la conferencia previa así como en sus notas al programa (enlazadas en los autores). También identidades distintas en los directores que recrean cada obra y los propios intérpretes que sin perder su identidad deben renunciar en pos del conjunto y del director. Muchas, puede que demasiadas identidades sin olvidarme del solista y hasta de su violín Stradivarius, también con identidad propia y única, para tres obras muy densas:

Las Danzas de Galanta (1933) del húngaro Kodály resultaron menos livianas de lo esperado con un inicio titubeante, como si tardasen en entrar en calor hasta la cuarta o quinta (y última), siempre ligeras como le gusta al director británico llevar los tiempos vivos, exigencia no devuelta del todo por una orquesta algo destemplada en conjunto pero siempre atenta en los solistas que no suelen enfriarse habitualmente, destacando el inconmensurable Andreas Weisgerber capaz de convertir su clarinete en tárogató húngaro asumiendo identidades con total entrega y respeto a la partitura.

El concierto para violín y orquesta en la menor, op. 53 del checo Dvorak no es tan famoso como el de cello, tampoco muy escuchado ni grabado en parte por las dificultades para encontrar un solista más que virtuoso, entregado a una partitura poco agradecida para la mayoría, que solo el convencimiento pleno de todos los intérpretes puede llegar a alcanzar la emoción, algo que faltó a pesar del esfuerzo tanto de Lockington como de un Baráti pendiente del atril con su «Lady Harmsworth» de 1703, sonido increíble con identidad propia tamizada por una interpretación que adoleció de más comunicación entre todos, con algunos desajustes e imprecisiones en la orquesta adoleciendo de una limpieza que sí ofreció el solista húngaro. Escuchar este concierto es comprobar cómo se puede pasar del ímpetu casi violento del tutti al lirismo del solista en su Allegro ma non troppo, con pocos momentos para el relajo y la tensión que se transmitió pero por lo poco claro del bloque orquestal. Más llevadero resultó ese Adagio ma non tropo de total lirismo donde la madera, especialmente las flautas, empastaron y comulgaron en el discurrir melódico hasta el nuevo estado anímico que introducen las trompas, ímpetu algo turbulento que transmitió más inseguridad que ambiente bucólico o pastoril como identidad propia, invierno más que verano en otra visión. La batuta siempre atenta y clara hubo de concertar hasta la extenuación del Allegro giocoso ma non troppo para reconducir ambientes folklóricos bohemios que nuevamente la madera sacó a flote, seña inequívoca, casi firma, de nuestra formación asturiana para un final fresco por parte de todos los intérpretes.

El Stradivarius de Baráti sonó a gloria con la Obsesion de Eugene Ysaye, primer movimiento de la segunda sonata del director, compositor y virtuoso belga donde el tema del Dies Irae rememorado desde Bach saca del violín y su intérprete todo un muestrario de identidades. Lo mejor del concierto.

La Sinfonía nº 1 en mi menor, op. 39 de Sibelius nos devolvió la OSPA más habitual en cuanto a sonoridades, entrega y entendimiento con el podio para una obra más interiorizada por todos, aunque no sea tampoco muy llevadera para la mayoría: crecimientos temáticos con reminiscencia todavía romántica que precisamente trajo a la memoria una identidad brahmsiana para la primera del finlandés, cuatro movimientos donde los solistas (de nuevo Weisgerber más una percusión ajustada) se impusieron al grupo, mejor ensamblado en esta segunda parte y espoleado por una escritura sinfónica que ayuda al lucimiento de todos. Lockington volvió a apostar por combinar dibujos melódicos claros y juegos de intensidades a los que la OSPA responde perfecta, madera con identidades propias, metales protagónicos sin excesos y cuerda -con el arpa cristalina y segura de Mirian del Río-como reivindicando el papel perdido, puede que por incredulidades que no deberían darse. De menos a más hasta el Finale Quasi una fantasia donde tensión y pasión se dieron la mano antes del sorpresivo e inesperado final.

Tres obras densas, exigentes, introversión más que extroversión y toda la subjetividad insalubre en el concierto que abre mi 2014 lleno de esperanzas, incluso musicales.

Sin mano izquierda

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Viernes 8 de noviembre, 20:00 horas. OSPA, abono 2: «Una patria sin fronteras», Virginia Martínez (directora). Obras de Verdi, Wagner, Smetana y Dvorak.

En la variación está el gusto y así se presentaba el programa, sin faltar el homenaje a los bicentenarios, una «rareza» poco escuchada en vivo y una sinfonía potente que la OSPA ya ha interpretado en este mismo escenario. Volvía como directora invitada la murciana Virginia Martínez, trabajadora incansable que traía todas las obras memorizadas aunque con distinta respuesta por parte de los profesores, en una pugna donde todos perdimos.

Faltó más implicación por parte de ambas partes porque no es suficiente con el gesto claro si no hay respuesta, mayor precisión de la demostrada por todas las familias, sobre todo en la sinfonía que recordé dirigida por Mr. Griffiths como muchísimo más redonda y rotunda, más el siempre necesario plus de «tener mano izquierda» en el amplio sentido de la palabra. No hubo balances dinámicos adecuados, los tempi resultaron un tanto sosos, y sólo la belleza de las obras salió indemne, así como las intervenciones solistas que siempre son seguras aunque no necesariamente entregadas, tal vez contagiándose del repentino frío tras unos días de «veranillo».

La idea de abrir velada con la Obertura de Nabuco (Verdi) era buena de interpretarse con criterios musicales más claros, pero la orquesta me sonó a banda sinfónica hasta para el esbozado «Va pensiero» que aparece en este mal homenaje verdiano.

El Idilio de Sigfrido, Wwv 103 (Wagner) tiene todos los ingredientes para disfrutarse al contar con una cuerda sobresaliente desde hace años y la plantilla idónea para completar una página bellísima que se quedó en escarceo amoroso, nueva decepción para este segundo bicentenario.

La venganza de Šárka (Smetana) sirvió para enmendar la plana por todas las partes, el auténtico primer plato tras los sosos entremeses previos, obra poco escuchada pese a estar incluida en «Mi patria» por no programarse completa sino algún número suelto de los seis de que consta. La dirección de la maestra Martínez fue más convincente y guerrera, fogosa como el violento inicio, siguiendo el hilo literario previo que refleja muy bien mi colega Ramón Avello en las notas al programa. Tanto las distintas intervenciones solísticas como el tutti parecieron contagiarse del ardor y dar lo mejor de la sesión para una obra realmente hermosa.

El plato fuerte quedó fuera de punto, diría que crudo, demasiado «lineal» y falto de carisma, un tira y afloja para la Sinfonía nº 8 en sol mayor, op. 88 (Dvořák) de la que esta orquesta nuestra nos ha dejado en el auditorio una interpretación a años luz de la dirigida por el maestro Griffiths, adorada por el que suscribe, grabada de la radio digital y subida al portal goear© para disfrutarla en su totalidad. El Allegro con brio no colmó las expectativas, masa sonora sin definir las líneas melódicas salvo las ya escritas en la partitura, el Adagio siempre conmovedor sólo degustado a medias por momentos que apenas se mantenían, el Allegreto grazioso un pequeño guiño cual sonrisa educada, y el Allegro, ma non troppo un poco más sentido como si atisbar el final del concierto diese un toque de viveza y chispa del que careció el resto de la sinfonía pero sin el regusto vienés del compás ternario. Desajustes inesperados en cambios de ritmo, indecisiones y hasta entradas a destiempo quedaron por el camino.

La directora murciana y la orquesta asturiana volvieron a darme la sensación de una relación imposible donde todos perdimos la posibilidad de un concierto variado pero sin gusto. La patria sin fronteras que debería ser la música se quedó en otro ideal. Lástima que el trabajo duro no tuviera la recompensa esperada, al menos por mi parte.

Conlon uno de los grandes

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Domingo 10 de febrero, 19:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo. Deutsches Symphonie-Orchester Berlin, James Conlon (director). Obras de Dvorak y Shostakovich.

Aunque el frío resultase gélido y el programa viniese de climas casi polares en estas fechas, la orquesta berlinesa (DSO Berlin) con Conlon al frente, arrancando su «Spain Tour», hizo saltar chispas en el auditorio ovetense en el horario dominical que sigue despistando a parte del público.

La siempre agradecida Sinfonía nº 9 (5) «del Nuevo Mundo» en Mi m., Op. 95 (Dvorak) no por muy escuchada deja de sorprender y poner a prueba toda orquesta y director que la interprete, y está claro que lo escuchado en Oviedo es oro de todos los quilates posibles. Con una formación alemana de cantidad, donde «el tamaño importa» (con 8 contrabajos hagan el cálculo de la plantilla) y calidad en todas sus secciones, con solistas excepcionales, más un director que sabe delinear cada motivo, atento al color, jugando con dinámicas completas en su amplio espectro, mimando cada plano, sacando los tempi adecuados y mandando como sólo los grandes saben, la versión de Conlon fue perfecta de principio a fin. Desde el AdagioAllegro molto se presentía emoción en cada nota, en empaste divino parte a parte bien dibujada por la batuta de Conlon; el Largo rezumó lirismo por todas partes desde el inicial y orgánico metal con redoble de timbal hasta el solo de corno inglés, con una cuerda de sustento único hasta la alegría y alborozo del final de este segundo movimiento; el Scherzo: Molto vivace una auténtica delicia sonora, captando todo si perder el detalle, conjugando unas dinámicas que posibilitaron una audición completísima, y atacando sin pausa el Allegro con fuoco, sacando chispas que decía al principio, porque si la cuerda (permutando cellos y violas) es auténtico terciopelo, las maderas un tratado de ornitología y los «bronces» todo un órgano sinfónico, añadamos la percusión en su sitio y obtendremos el fuego capaz de derretir los oídos más exigentes. Realmente nos dejó sin palabras.

Con el poderío orquestal aún más aumentado (arpas, celesta, clarinete bajo, contrafagot, maderas y metales duplicados y percusión de quitar el hipo) para Shostakovich, la Suite Orquestal de «Lady Macbeth en Mtsensk», Op. 29 en el arreglo del propio Conlon de esta llamada ópera maldita, hizo removerse al público en las butacas con auténticas hormigas en el estómago, pasando de la cumbre al abismo, contrastes abismales y montaña rusa en cada uno de los doce números de esta auténtica revisión orquestal que como dice Arturo Reverter en las notas al programa, recreación que … nos lleva a introducirnos en una obra «enigmática y paradójica, que habla en un lenguaje que, simultáneamente, revela y oscurece, conciesa y deniega, se equivoca y acierta, acusa y, finamente, olvida».

Seguramente la crítica del Pravda de «caos en vez de música» podríamos retitularla como «caos hecho música», expresionismo puro y duro, arrebatador y místico, todo con una orquesta capaz de plasmar en música todo este dramatismo casi litúrgico donde el arreglista y director ha sabido traducir al único lenguaje universal, olvidándonos del texto originario pero sin perder de vista a la Katerina Ismailova protagonista como si de un poema sinfónico volviésemos a esta shakesperiana del distrito de Mtsensk. Explosiones y emociones que volvieron a bisar en el «Gefährliche Spannung» poniendo este concierto en otro nivel de calidad difícil de superar donde el Shostakovich y sobre todo Conlon fueron los protagonistas.

Magia y heroismo

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Viernes 16 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 4 OSPA, Suyoen Kim (violín), Gilbert Varga (director). Obras de Beethoven y Dvorak.
Concierto que nos dejó huella con un repertorio calificado en cierto modo de «heróico» como escribe en las notas al programa Asier Vallejo Ugarte (enlazadas en los nombres de los compositores) lo que siempre se agradece, en especial cuando confluyen un conductor serio, riguroso, y una solista joven e impactante que debutaba en España sustituyendo a otro joven prodigio como Kristóf Baráti, aunque creo que todos ganamos con el cambio por esta alemana de origen coreano que es Suyoen Kim, 24 años pero con una trayectoria que ha unido esa técnica oriental con el vigor germano bien tamizado por la escuela rusa. Mis queridos daneses la bautizaron hace nueve años en el diario Jyllands-Posten (el de las caricaturas de Mahoma) como «nueva estrella mundial», y no se equivocaron.

El Concierto para violín en RE M., Op. 61 (Beethoven) compuesto en 1806 es una de esas joyas universales de la literatura musical que la propia Kim tiene en su repertorio hace años, ahora más maduro, pletórico, romántico, de sonoridades potentes en ese Stradivarius «exCroall» de 1684 patrocinado por Portigon AG (Baráti hubiese traído el «Lady Harmsworth» de 1703), con una orquesta que sonó como nunca, todo un bloque bien ensamblado y unificado con el rigor del maestro Varga, planos sonoros en su sitio ¡hasta los de Mr. Prentice!, medidas exactas, tal como están escritas, acompañamiento delicado, un dúo de trompas de terciopelo, sacando de todas y cada una de las secciones de la OSPA una identidad que ojalá no se pierda, con muchos atriles jóvenes en esta primera parte, gustándose, escuchándose, disfrutando con violinista y director, compartido por el respetable. El inicio de los timbales y la larga introducción orquestal del Allegro ma non troppo

lograron la magia (siempre en lucha herórica con un ejército de toses sincopadas que va en aumento) desde el primer instante, incisivo, potente, sinfónico, y la aparición del violín de Suyoen Kim auténtica seda, musicalidad en cada arco, en cada trino, dobles cuerdas imposibles y una cadencia impactante. El Larghetto resultó cautivador, nuevamente mágico en intimidad compartida por solista y orquesta con el maestro atento a todos los detalles, sin perder nunca la vista en la protagonista, incluyendo el arranque seguro del Rondó: Allegro, enérgico, dinámico, con el tempo giusto y humorístico… rigor y vigor que apuntaba como primeros calificativos al finalizar el concierto. Magia orquestal donde tengo que destacar el dúo del violín con Mascarell en la línea de empaste y musicalidad de esta maravilla concertística, y el fraseo con los cellos realmente de filigrana sonora bien llevado por Varga.

Varias salidas tras los aplausos de un público entregado a la interpretación de la germanocoreana también agradecida a sus compañeros en este viaje heróico todavía dejó una propina «Little bird», pajarillo de nuestro tiempo en alarde técnico sin perder un ápice la misma delicada fuerza demostrada en el concierto beethoveniano.

La Sinfonía nº 7 en Re m., op. 70 (Dvorak) continuaría en cierto modo el heroismo y admiración por el genio de Bonn, tamizada por el de Hamburgo, con una amplia plantilla, la habitual con algún refuerzo, obra memorizada e interiorizada por el maestro inglés, hijo y alumno del violinista húngaro Tibor Varga (1921-2003), lo que permitió una lección de cómo dirigir esta obra sacando nuevamente lo mejor de la orquesta asturiana. La sombra amenazante de los graves con que arranca el Allegro maestoso fue ganando en dramatismo, cuerda hiriente sin chirriar, maderas a dos pero todas a una, metales potentes, timbales en su sitio, momentos líricos en violines y flautas, remanso en el Poco adagio, sin perder la melancólica tristeza con un clarinete idílico de Andreas en su intervención, y Varga dibujando cada detalle, atento a cada matiz, dinámicas bien cuidadas sin perder rotundidad, casi organístico. El Scherzo: Vivace sincopado, casi danzante cual vals brillante devolvió una oscuridad sin tragedias, interiorizada para concluir con el Finale: Allegro titánico, broche de oro para una sinfonía continuadora de la magia que flotó en el ambiente, luces y sombras con triunfo sonoro gracias a la simbiosis musical conseguida por un director con música en sus genes. Grabado por Radio Clásica tendremos que estar atentos a la programación para rememorar un día mágico.

Me perderé la vuelta de Milanov con un programa «Diaghilev» que me llama, pero en la Ópera del Campoamor Beatriz Díaz como Liù ejerce un magnetismo único… aunque Santander está cerca para un sábado de un noviembre cargadísimo.

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