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Una vida en el piano

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Martes 11 de julio, 22:00 horas. 72 Festival de Granada, Palacio de Carlos V, “Grandes intérpretes”: Daniil Trifonov (piano). Obras de Chaikovski, Schumann, Mozart, Ravel y Scriabin. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

Vigésimoprimera noche de festival con alerta por calor en Granada y un pianista de referencia como el ruso Daniil Trifonov (Nizhni Nóvgorod, Rusia, 1991) que me hizo pensar lo dura que es su vida. Con 17 años ya ganaba premios internacionales, lo que supone llevar su infancia y adolescencia pegado al piano y renunciando a muchas cosas. Desde entones su agenda está completa por todo el mundo, de hecho en Oviedo ya estuvo en 2013, 2015 y 2019. Actualmente basta con entrar en su Web y comprobarla, aterrizando ayer desde New York, supongo que con jetlag, ensayar, tocar y continuar “tour” por Mónaco Verbier, Salburgo, alternando conciertos con orquesta y el mismo programa que le trajo al Palacio de Carlos V.

No es de extrañar que con semejante ajetreo, sumado a un calor que dificulta la concentración el programa en principio parecía más un “calentamiento” comenzando con el Álbum para la juventud, op. 39 de Tchaikovsky, una “colección de 24 miniaturas que sigue, según propia declaración, la estela de las Escenas de niños de Schumann (subtitulada por ello 24 piezas fáciles a la Schumann)” como bien recuerda Rafael Ortega Basagoiti en las notas al programa. Dos docenas de cuadros para los estudiantes, que en manos del maestro adquieren toda la genialidad melódica. Sencillas y creando atmósferas que Trifonov consigue desde el mismo momento de salir a escenas, como necesitando “su mundo” y recordándome a otro genio ruso como Don Gregorio. Más allá del carácter pedagógico de estas pequeñas obras como recuerdos de infancia, Trifonov las fue tratando con toda la gama de matices, tempi, ataques, ritmos (bien resueltos la Marcha, el Vals o incluso la Mazurca), verdaderos tributos a tantos pianistas y compositores románticos.

En cuanto a Schumann y su Fantasía en do mayor, op. 17 (1838), ideada inicialmente con el título de Sonata para Beethoven, se nota el tributo al genio de Bonn, con recuerdos del Claro de Luna o la Patética, tres movimientos en los avanza de la sonata a las libertades de la forma llamada “fantasía”. Trifonov brindó una interpretación lenta, por momentos “pesante” pero muy introspectiva, como Trifonov reflejar la añoranza (en Schumann por Clara). Limpieza de sonido tratando especialmente los acordes y jugando con unas dinámicas aún mayores en el segundo movimiento, enérgico y solemne donde las dificultades técnicas no fueron ningún escollo para el virtuoso ruso, en cierto modo sujetando el tempo para moldear todas y cada una de las notas. El tercero movimiento volvió a interiorizar la interpretación que tuvo mucha fantasía pero la opresión del calor nocturno.

Descanso necesario para hidratarse y la segunda parte ya bajado la temperatura, subiría la de Trifonov con otra fantasía, esta vez de Mozart y su Fantasía en do menor, K 475 (1785), que comienza como la Sonata K. 457 con la que suele hermanarse, y escuchada en este mismo festival por el islandés Vikingur Ólafsson, dos visiones e interpretaciones distintas de esta página llena de dolor y oscuridad la noche de San Juan, pesimista en esta canícula granadina. Trifonov fue diseccionando las tres secciones con un sonido pulido, una lentitud resaltando la amargura y el drama que evoluciona a la agitación volcando toda la fuerza sobre el teclado en una amplitud dinámica destacable, “sturm un drang” casi beethoveniano en este último Mozart. El regusto dramático lo resolvió con una sonoridad algo más etérea frente a un frenético y amargo final.

Pero faltaba lo mejor de la noche, como si la magia de La Alhambra tocase el breve paseo hasta el piano, que es el propio mundo interior de Trifonov, su Gaspard de la nuit (1908) de Ravel llenó de luz, agua, fuegos artificiales y sonoridades únicas desde una técnica apabullante trabajando todo lo que esta maravillosa obra encierra. Si el hilo conductor del concierto era la fantasía, también lo tiene esta suite que lleva el subtítulo de «Tres poemas para piano sobre Aloysius Bertrand», inspiración literaria y literatura pianística del hispanofrancés con que el intérprete ruso nos deleitó en sus tres movimientos. Si en el entorno el agua fluye, las ninfas tomaron el recinto como los propios gatos que la habitan. Seducción rusa y de nuevo el misterio, el piano evanescente en una atmósfera que iba enfriando mientras Trifonov subía su temperatura. No hubo campanas de medianoche pero sí el correspondiente vuelo nocturno sumándose a ese ambiente creado por el ruso en Le Gibet, y proseguiría la inquietud con un Scarbo donde el enano se hizo gigante, el virtuosismo al alcance de pocos (y renunciando a la propia vida fuera del piano), sorpresas y agitación que Trifonov transmitió a un público respetuoso y asombrado de un relato perfecto.

Quedaba volver a su tierra rusa, auténtica escuela pianística que han sabido mantener y exportar, con Daniil Trifonov como uno de los últimos exponentes rompiendo barreras. De Scriabin su Sonata para piano nº 5 en fa sostenido menor, op. 53 en un solo movimiento y coetánea del Poema del éxtasis, nuevamente la conexión literaria escrita en el piano poderoso, brillante, exuberante de Trifonov, euforia tras la primera parte oscura, ímpetu de su tierra, audacia y exaltación del instrumento por y para el que vive.

A los melómanos nos complace disfrutar de intérpretes como el ruso aunque siga preguntándome si realmente el sacrificio de estos virtuosos les compensa. Pienso que sí al ser decisión propia y se lo agradeceremos eternamente. Como el regalo de “Mein Gott” y su Jesus bleibet meine Freude de la Cantata 147, en el arreglo de Myra Hess (personalmente prefiero el de W. Kempff) con el que Daniil Trifonov y muchos compatriotas suyos suelen despedirse, no con la grandeza del original pese a la entrega del ruso apostando de nuevo por la lentitud, pero una alegría de los hombres buena voluntad que amamos el piano y a Bach nuestro señor.

PROGRAMA

I

Piotr Illich Chaikovski (1840-1893)

Álbum para la juventud, op. 39, TH 141 (1878):

1. Plegaria matutina – 2. Mañana de invierno – 3. El caballito de madera – 4. Mamá – 5. Marcha de los soldaditos de plomo – 6. La muñeca enferma – 7. El entierro de la muñeca – 8. Vals – 9. La nueva muñeca –  10. Mazurca – 11. Canción rusa – 12. El campesino toca el acordeón – 13. Kamarinskaja. Canción popular  – 14. Polca – 15. Canción italiana – 16. Vieja canción francesa – 17. Canción alemana – 18. Danza-canción napolitana – 19. El cuento de la nodriza – 20. La bruja – 21. Dulces sueños – 22. El canto de la alondra – 23. El hombre del aristón – 24. En la iglesia

Robert Schumann (1810-1856)

Fantasía en do mayor, op. 17 (1836):

I. Durchaus fantastisch und leidenschaftlich – II. Mäßig. Durchaus energisch – III. Langsam getragen. Durchweg leise zu halten

II

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)

Fantasía en do menor, K 475 (1785).

Maurice Ravel (1875-1937)

Gaspard de la nuit, M. 55 (1908):

I. Ondine – II. Le Gibet – III. Scarbo

Alexander Scriabin (1872-1915)

Sonata para piano nº 5 en fa sostenido menor, op. 53 (1907)

Batallas musicales a lo grande

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Jueves 7 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de piano “Luis G. Iberni”. Daniil Trifonov (piano), Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky, Valery Gergiev (director). Obras de Debussy, Rachmaninov y R. Strauss.

Llegaba la División Acorazada del Mariinsky con el general Gergiev al mando para una guerra sinfónica de tres batallas donde cada sección orquestal fueron como las armas del ejército: infantería de una cuerda con un sargento concertino mandando y luciendo galones, caballería de la madera siempre atinada, ingenieros de percusiones variadas y la artillería pesada del metal que fueron tomando posiciones desde el inicio.

Aún con las últimas notas del Debussy de acento ruso en las manos de San Sokolov flotando en el ambiente, el Preludio a la siesta de un fauno desplegaría el primer batallón ruso con muestras de dar mucha batalla y nada de dormirse. Casi podíamos imaginar a los legendarios Nijinski o Nureyev danzando con esta compañía mientras disfrutábamos de la flautista solista Maria Fedotova o del arpa cristalina de Gulnara Galbova en un ambiente de clara nebulosa donde el general Gergiev de gesto inimitable y mínimo palillo de bastón de mando sacaba de sus huestes todo lo mejor, esa especie de «parkinson» en ambas manos donde podíamos contemplar el certero vibrato de una infantería sedosa y la caballería atinada sin errar ningún disparo, llevando esta primera batalla al triunfo sin resistencia.

El coronel Trifonov, bien conocido en Oviedo, es en cierto modo ahijado del general, con él nos ha dejado conciertos y grabaciones estelares, y el Concierto para piano nº 1 en fa sostenido menor, op. 1 (Rachmaninov) requiere de tensión, pasión y precisión. La artillería no se contuvo en ningún momento exigiendo del piano fuerza hercúlea para alcanzar los volúmenes necesarios sin perderse ni un disparo. Trifonov se volcó literalmente desde el Vivace inicial, sin tregua apenas en el Andante cantabile para tomar aire bien arropado por el batallón Mariinsky, soltando todo el fuego que le quedaba en el Allegro vivace, piano sinfónico, orquesta pianística bajo el mando Gergiev, concertación y concentración de todo el ejército en cada arma, ayudándose al escucharse para unos momentos explosivos dejando el campo despejado para esta victoria de la música con el tándem Trifonov-Gergiev al fin juntos en las Jornadas de Piano ovetenses.

En solitario y disfrutándole todos un arreglo del propio pianista sobre Las campanas plateadas de Ravel y Rachmaninov del que Trifonov aún tuvo resuello para asombrar en toda la gama dinámica de un piano malherido tras esta escaramuza virtuosa con vítores.

Con toda la división acorazada el heróico general al frente para Una vida de Héroe, op. 40 (R. Strauss), seis episodios de este poema sinfónico casi épico para disfrutar de los mejores tiradores, caballería de combate mecanizada, infantería con el concertino certeramente brillante al que el general dejaba jugar, la artillería orgánica mientras pasábamos de los adversarios a la compañera y el fragor de la batalla, desplegando cada flanco poderoso de ataque, vibrante y brillante, fortísimos globales sin perdernos detalle de todo el arsenal. La paz llegaría como la retirada del mundo y una auténtica consumación de estos héroes rusos que siguen ganando batallas en una guerra de nueve días por España.

Las salvas de honor tenían que ser como en 2013 con Wagner y su preludio del tercer acto de Lohengrin, artillería de largo alcance blindada por una infantería de lujo a buen paso, ligero y efectista cual desfile de honor para los vencedores. Tardes de historia sinfónica rusa con intérpretes de fama mundial arrancando en Oviedo esta gira de nueve días intensos.

Pidiendo paso

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Viernes 30 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Daniil Trifonov (piano), Philharmonia Orchestra, Clemens Schuldt (director). Obras de Beethoven y Chopin.

La juventud además de divino tesoro (o enfermedad que se cura con el paso del tiempo), es esa fase vital muy fructífera cuando se mezcla trabajo con dotes especiales. En música podemos leer a menudo obras de juventud (salvo en Bach que personifica la madurez eterna), normalmente rompedoras para su época, avanzadas, incomprendidas en el estreno, o de intérpretes jóvenes que el tiempo termina colocando en su sitio, algunas quedándose en promesas pero otras alcanzando ese Olimpo de Orfeo.

Este final de enero pudimos contraponer en la misma semana y escenario madurez frente a juventud, el poso con el ímpetu, no necesariamente excluyentes, o si se me permite el símil enológico, un cosechero con un gran reserva, dado que el vino dicen que mejora con el tiempo, aunque para mi consumo habitual tiendo al crianza. Intérpretes y composiciones de viernes rezumaron juventud y descaro, faltando probablemente el periodo de madurez que sigue siendo el inexorable discurrir.

La Philharmonia Orchestra sigue siendo una de las orquestas con calidad y apostando por la juventud desde la titularidad de Esa-Pekka Salonen, esta vez con el director alemán Clemens Schuldt, ganador como nuestro Pablo González del concurso londinense de dirección que lleva el nombre de Donatella Flick en 2010, un talento que está en plena formación, afrontando este último viernes de enero obras «de atril» que forman y examinan batutas a lo largo de toda una trayectoria. De estilo algo exagerado, marcando todo, buscando identidad propia con detalles que apuntan alto, Beethoven le quedó algo grande pero cumplió con Chopin, lo que deja equilibrado su paso por la capital con una orquesta de sonoridades limpias al más puro estilo británico, y que no siempre reaccionó al gesto del maestro, tal vez por algo de esa soberbia que algunos músicos veteranos demuestran cuando les dirige gente joven, y sin la tensión exigible en la ejecución, lo que motivó algunos borrones que iré apuntando. Con los peros la formación inglesa también está en continua renovación y las nuevas generaciones comienzan a auparse en los primeros atriles.

Beethoven y su Obertura Coriolano en do menor, op. 62 es ideal para pulsar el estado global, y el inicio apuntaba bien, brío y claridad, atmósfera adecuada de tensiones y relajos, tantos que las trompas se destemplaron y el clarinete ensució el majestuoso silencio adelantándose con una falta de concentración totalmente reprochable. De nada sirvieron a Schuldt el ímpetu y claridad de ideas ante una obra archiconocida con estos «errores de bulto», aunque la cuerda compensó con creces el desequilibrio. Los claros y nubes, tempestades y calmas, fueron literales en las distintas secciones y discurrir de una obertura que resultó del típico color gris otoñal.

Volvía al auditorio el joven pianista ruso Daniil Trifonov, esta vez con el Concierto para piano nº 2 en fa menor, op. 21 de Chopin. Si la primera vez impresionó con una técnica apabullante más allá de la llamada «escuela rusa», dos años en estas edades resultan el paso al poso ya comentado. El maestro Clemens resultó un concertador excelente para una obra exigente cuando el solista marca diferencias, y la orquesta no pudo tomarse libertades porque Trifonov encandiló a todos desde la primera intervención, contagiando juventud, ganas de agradar y esa visión fresca para un «clásico» de pianistas. El Maestoso logró desde un tempo bien ajustado el equilibrio siempre inestable de los románticos, el juego con los rubati, los acelerando y ritardando que de no mantener la tensión resultan traicioneros para todos. El piano sonó presente, protagonista, con una gama dinámica realmente apabullante, capaz de aguantar las toses (ya reventaban entre los distintos movimientos) de un público entregado al solista ruso. La emoción llegó con el Larghetto, ese tiempo intermedio que marca diferencias, el pianista hecho un ovillo, encorvado sobre el piano, desgranando auténticas perlas, ensimismado en el amplio sentido de la palabra, mientras la orquesta acompañaba y sentía lo mismo que el solista, la mirada interior casi adolescente, contrastes sonoros en estado puro, el Chopin pletórico desde ese pianismo irrepetible. El Allegro vivace sin apenas tiempo al carraspeo mantuvo in crescendo la tensión necesaria para redondear una brillante ejecución, sabiamente concertada por el director alemán que respiró con orquesta y pianista, atento a ese final juguetón, danzante, peligro minimizado cuando la compenetración y comunión entre todos alcanza estos niveles.

La propina de Trifonov estuvo al mismo nivel, sino más, que el propio concierto. Su Liszt de Feux follets, el quinto de los «Estudios transcendentales» supuso reafirmar un sonido propio, cristalino, amplio en matices, con una mano izquierda poderosa equilibrando esa derecha de vértigo, tesoro de juventud, trabajo continuado y sabedor que está pidiendo paso en la élite de los grandes pianistas del siglo XXI, que espero seguir corroborando con el paso del tiempo. Martha Argerich ha dicho que «Lo tiene todo y más… ternura y un elemento endiablado. No he escuchado nada igual».

Para la segunda parte «La Tercera de Beethoven«, esa Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor «Heroica», op. 55, resultaría otro desencuentro entre director y orquesta. Desconozco las causas de los altibajos que mostró la formación londinense, puede que los viajes no sean cómodos y que algunos músicos estén pendientes de detalles que perturban el resultado global. El heroísmo resultó ensamblar los cuatro movimientos con cierta coherencia, y supongo que intentar aportar rasgos personales a esta obra que marca un antes y un después en el mundo sinfónico, y en el propio de Beethoven, es tarea titánica. El Allegro con brio sonó ligero pero sin excesos, bien la madera y una cuerda que el maestro Schuldt llevaba en volandas, intentando contagiar la alegría de la partitura que se mantuvo incluso en la Marcia funebre- Allegro assai, puede que por la visión que de jóvenes tenemos de la muerte, lejana, incluso filosófica como un tránsito necesario y hasta religiosa de pasar a mejor vida. Son percepciones desde la diferencia cronológica y tras muchas escuchas, pero sentí un paso algo más ligero que el de un cortejo fúnebre, como si de un desfile de honores al ejército que marcha al frente en vez de la vuelta con las múltiples bajas, más luces que sombras sin perder la compostura y también sin el duelo desde la grandeza. Algo distinto al Scherzo, Allegro vivace- Trio, coherente con la posición histórica de esta sinfonía del genio de Bonn, brillante en la cuerda aunque la marcialidad de las trompas no resultase tal. El Finale. Allegro molto mostró lo mejor de la formación en cuanto a planos, empaste, matices, unos «pizzicatos» redondos y presentes siempre con un director preocupado del detalle que buscaba una respuesta ahora más directa que los tiempos anteriores. La obra emerge por encima de la interpretación, solamente aseada faltando la emoción subyacente. No critico la juventud pero la cercanía rusa pesó como una losa en mi escucha, y mi madurez supone demasiadas referencias. Acabo de nuevo con la comparativa del vino puesto que sin estar cerrado a nuevos sabores, haber catado reservas nos deja la memoria gustativa demasiado alta para disfrutar en igual medida los crianzas, con ser excelentes.

Y como si el estado anímico propiciase la propina, el Vals Triste de Sibelius puso en su sitio a todos, la cuerda protagonista total plegada finalmente a la batuta, de la madera una flauta emergente que por fin sonó arropada, pianísimos y rubatos como rúbrica de un concierto algo frío, con Polonia más cálida que Alemania, presagio de la salida. No estábamos para vino, mejor un caldo caliente…

Cierre ruso en Oviedo

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Domingo 19 de mayo, 19:00 horas. Auditorio «Príncipe Felipe» de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G Iberni»: Daniil Trifonov (piano), Orquesta Nacional Rusa (RNO), Mikhail Pletnev (director). Obras de N. Tcherepnin, Tchaikovsky y Glazunov.

Se acabó el Ciclo de Conciertos del Auditorio y este frío domingo las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con claros y algunas sombras, pero sobre todo luz y elegancia en muchas tardes, incluso gloriosas, poniendo el listón nuevamente muy alto, con un avance de la próxima que promete, aunque le dedicaremos otra entrada.

Lo ruso sigue siendo referencia y nada mejor para clausurar temporada que reunir intérpretes y obras de una tierra que en Asturias sentimos cercana, al menos en lo musical (lo climatológico parece que también).

A Pletnev le hemos disfrutado como pianista y ahora como director, trayendo a su RNO al auditorio carbayón dentro de su gira europea, comenzando con un compositor no muy conocido ni escuchado como N. Cherepnin y La Princesse lontaine (Preludio por la princesa lejana) Op. 4, para calentar motores en una formación que suena impactante en todas sus secciones, colocando contrabajos atrás a la derecha y toda la percusión a la derecha, enfrentando violines para conseguir una sonoridad envolvente que completa la calidad contrastada de una orquesta con 23 años, lo cual es sinónimo de madurez. El entendimiento con su director fundador es total, no hacen falta muchos gestos porque el trabajo permite la economía y el máximo rendimiento. El alumno de Rimski-Korsakov pone buena música en estilo del maestro al argumento de la obra de Edmond Rostand como bien recuerda Rogelio Álvarez Meneses en las notas al programa, arrancando con un impresionante solo de cello (Alexander Gotgelf) y el posterior de oboe (Vitaly Nazarov) bien arropados por una orquesta realmente «redonda».

El plato fuerte vendría de la mano de Trifonov, un pianista que pese a la juventud es ya una auténtica figura desde hace años, para interpretar el conocido Concierto para piano y orquesta nº 1 en SIb M, Op. 23 (Chaikovsky) en una versión donde se notó que el director es también un maestro del piano, y donde Tatiana Porshneva se puso de concertino. Por fin escuchamos ese inicio contundente con un tiempo ajustado a la indicación: Allegro non troppo e molto maestoso, claridad expositiva y limpieza desde un poderoso piano que igual empastaba a la perfección con la orquesta como tomaba un protagonismo aún más marcado gracias a una concertación de Pletnev auténticamente deliciosa. El paso al Allegro con spirito fue otro escalón hacia la cima sonora. Aparición del clarinete (Nikolai Mozgovenko) que volvería a sorprendernos más adelante y todo un juego de texturas cálidas y aterciopeladas en la orquesta. El Andantino semplice – Prestissimo trajo consigo un despliegue técnico impecable, pese a los mínimos desajustes del instrumento solista (hubo momentos de madera en vez de cuerda), unos dificilísimos cambios siempre encajados desde una batuta que manejó a la orquesta como el «otro piano sinfónico» y otro solista (el flauta Maxim Rubtsov) también marcando calidad, pudiendo degustar el lenguaje tan romántico del compositor, para poner todo el fuego final (Allegro con fuoco) en una actuación estelar porque sumó todo para hacerla así: obra, pianista solista, orquesta al completo y director.

El único guiño «no ruso» lo pondría el propio Trifonov con una versión del hermoso lied de SchubertAn Sylvia que hizo cantar el piano como si Bjoerling se hubiese reencarnado en las cuerdas. Delicia total que «obligó» al prodigio ruso a impactarnos con la «Danza Infernal» de El pájaro de fuego (Stravinsky) en arreglo del maestro italiano Guido Agosti, perfecto broche virtuosístico tomando la música de ballet rusa como enlace con la segunda parte, y manteniendo el sabor ruso que impregnó toda la velada.

Con Las estaciones, Op. 67 (Glazunov) volvió el concertino titular Alexei Bruni capitaneando la RNO que volvió a brillar al completo y en cada intervención de unos solistas que son oro puro, y un Pletnev al frente que con su peculiar dirección sacó de este ballet en colaboración con Marius Petipa de cinco movimientos que comienza con El invierno, el mismo que parece no querer abandonar Asturias, brillo, sensibilidad, colorido, texturas, lirismo y todos los calificativos que podamos imaginarnos. Las cuatro variaciones invernales volvieron a descubrir atriles como el trompa o la arpista. El verano y sus cinco partes dejaron un Vals de acacias y amapolas donde las fragancias fueron lanzadas en gotas por Pletnev. El otoño resultó la auténtica bacanal a la que el Petit Adagio siguiente daría un color ocre por toda la cuerda que suena rusa en cada momento, con el motivo más conocido realmente apoteósico para cerrar el ciclo anual, composición y temporada. La orquesta está en un nivel que nos hizo quitar el mal sabor de boca inglés.

Más la fiesta tenía que acabarse con el Pletnev compositor y el Preludio de su Jazz Suite para corroborar que su formación está capacitada para sonar a gloria con cualquier estilo aunque el del concierto dominical resultó muy cercano en el tiempo, siendo el guiño jazzístico la guinda del pastel: gozada de trompeta con sordina (Vladislav Lavrik), percusión y contrabajo que también quisieron reivindicar la calidad que tienen todos y cada uno de sus componentes.

Rusia, capital Oviedo

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Domingo 19 de mayo, 19:00 horas. Clausura de los Conciertos del Auditorio con la Orquesta Nacional Rusa que dirige el pianista Mikhail Pletnev lo que supuso un Concierto nº 1 en SIb M, op. 23 de Tchaikovsky con Daniil Trifonov de auténtica delicia.

Las propinas de quitarse el sombrero: transcripciones del lied An Sylvia de Schubert y Danza infernal de «El Pájaro de Fuego» de Stravinsky para apuntar en la historia local.

Cherepnin y su Preludio para la princesa lejana, Op. 4 abría velada mientras Las Estaciones, op. 67 de Glazunov las cerraban, siempre Rusia con todo lo que supone musicalmente cambiando Moscú por Oviedo.

El lunes día del profesor en Asturias lo aprovecharé para ampliar impresiones…