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Aniversarios en Palacio

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74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 2): Conciertos Sinfónicos.

Viernes 20 de junio, 22:00 horas. Palacio de Carlos V. Orquesta Ciudad de Granada, Jean-Efflam Bavouzet (piano), Cristina Faus (mezzo), Juanjo Mena (director). Obras de Falla, Ravel y Juan-Alfonso García. «En el 150 aniversario del nacimiento de Maurice Ravel y Ricardo Viñes, y el centenario del estreno en París de El amor brujo de Manuel de Falla». Fotos  de las RRSS, propias y  de ©Fermín Rodríguez.

Así presentaba este concierto la página web del festival:

Ravel, Viñes y Falla de aniversarios
Falla y Ravel coincidieron en el París de 1900. El Festival los reúne en el 150 aniversario del nacimiento de Ravel y el centenario del estreno en París de la versión para ballet de El amor brujo. El nombre de Ricardo Viñes, pianista por excelencia de aquel entorno y amigo de los dos músicos, se une a la efeméride pues nació el mismo año que Ravel e introdujo a Manuel de Falla en el ambiente musical francés a su llegada en 1907, además de ser dedicatario de Noches en los jardines de España. El pianista francés Bavouzet y Juanjo Mena ofrecerán en este concierto dos de las obras para piano y orquesta fundamentales no sólo de sus autores, sino de todo el siglo: las Noches de Falla y el Concierto en sol de Ravel. Además, este programa los une también en torno a la danza: La Valse supuso la ruptura de Ravel con Diáguilev, quien se negó a estrenar la obra con sus Ballets rusos, mientras El amor brujo fue convertido en ballet y presentado en París. Entre ambos, se escuchará Epiclesis II, una orquestación de Juan-Alfonso García de su obra original para órgano «compuesta en el centenario del nacimiento de Manuel de Falla y a él dedicada», estrenada en la Catedral de Granada en 2009.

Interesante recordar a Ricardo Viñes que sería ya instalado en París un virtuoso del piano y gran defensor entre otros de Falla y Ravel, por lo que la celebración estaba bien armada aunque los 150 años no comenzarían bien. Un tarde de truenos y relámpagos con lluvia intermitente parecía aguar la fiesta, y cambiar la ubicación palaciega al auditorio no era nada fácil por estar ocupado por la ONE preparando el concierto de domingo. Las previsiones meteorológicas marcaban las 21:00 como despejado y a las 20:42 llegaba un aviso por las RRSS que se retrasaba el inicio a las 22:30 horas, abriéndose las puertas una hora antes, pero aún con dudas no sería hasta las 22:45 cuando tras las disculpas del director del festival Paolo Pinamonti comenzaría un concierto largo, denso y con una conexión entre Granada y París que pondría a prueba a intérpretes y público, pues el orden del programa y su duración nos llevaría hasta la una de la madrugada.

Si hay emociones únicas, escuchar a Falla en La Alhambra tan cerca de su Carmen de la Antequeruela es para recordar y comenzar con el El amor brujo en su versión de 1925 hacía que 100 años después parecía traernos el pasado al presente. La Orquesta Ciudad de Granada (OCG) no podía fallar en el compositor «de casa» y con el director alavés Juanjo Mena (Vitoria-Gasteiz, 21 de septiembre de 1965) al frente presagiaba un buen arranque de concierto, contando como solista con la mezzo de Benissanó, Cristina Faus cual «cantaora», de registros graves casi para contralto (aunque sigo teniendo de referencia a Carmen Linares pero especialmente a Rocío Jurado). Una interpretación con el toque gitano donde la voz de la valenciana casi natural se llenó de la hondura interpretativa que une folklore y lírica, iluminando sus solos con el fuego fatuo siempre arropada por una orquesta donde el alavés supo controlar las dinámicas, con tiempos exigentes y distintas respuestas.

Pausa para colocar el piano en el centro antes del muy esperado pianista francés Jean-Efflam Bavouzet (Lannion, 17 de octubre de 1962) que sería lo mejor de la noche, con la elegancia y técnica ideal tanto para el Falla de la segunda parte como para el extraordinario concierto de Ravel. El compositor vasco-francés vuelca en este concierto el lenguaje de jazz que inspirará a Gershwin, el inicio de un siglo XX  que marcará otro hito en la historia de la música. Maravillosos los tres movimientos con un Bavouzet impecable, atento al maestro Mena que concertó y mandó en una OCG algo desigual pero entregada, luminosa por momentos donde las emociones estuvieron en el Adagio assai con ese piano protagonista, el francés pintor de detalles para quien Ravel es uno de sus predilectos, y un Presto arriesgado y trepidante que pondría a prueba a todos los intérpretes.

Tras la pausa, al menos se dejó el piano sin mover para un homenaje a otro enamorado de Granada, el pacense Juan-Alfonso García (1935-2015) que además de organista de la catedral de Granada,  fue canónigo emérito, comisario de este Festival Internacional de Música de Granada, y maestro de compositores como Francisco Guerrero, Manuel Hidalgo o José María Sánchez-Verdú, tan ligados a la capital nazarí. En las notas al programa del doctor Ortega Basagoiti, nos explica la obra de García que abría la segunda parte: «compuso una trilogía para órgano bajo el título de Epiclesis, el término que designa la parte de la liturgia dedicada a la invocación del Espíritu Santo. Guerrero orquestaría después Epiclesis I, y el propio García haría lo propio en 1997, revisada posteriormente en 2009, con Epiclesis II, subtitulada Plegaria. En un programa en el que tan presente está Falla, es desde luego oportuno recordar la figura de García, no solo por su doble papel como compositor y pasado comisario del Festival, sino por su admiración hacia el compositor gaditano, a quien dedicó su Epiclesis. Así lo expresaba García, recordando el carácter de invocación que tiene el título, en una entrevista con Eva Santamaría: «Yo heredé de mi maestro [Ruiz-Aznar] el afecto hacia Manuel de Falla. Él ha dado lugar a que seamos y le dediqué una obra, Epiclesis, que es la invocación del espíritu sobre una persona»». De  García recuerdo lejanamente su oratorio Cántico espiritual con la OSPA en tiempos de Jesse Levine allá por 1993, pero esta Epiclesis II, en orquestación del propio autor sobre la original para órgano de 2009, me hubiera gustado más con los registros del catedralicio o los muchos instrumentos que Granada atesora, pero no soy quien para contrariar al propio compositor. Mejor «obertura» inicial y reconocido homenaje que tendrá en otras obras de este 74 Festival, y trabajo de Mena con la OCG que serviría como puesta a punto para lo que quedaba.

Falla con Bavouzet fue el complemento ideal de estos aires franceses, dos conciertos de piano en una misma velada, el Ravel desenfadado de los felices años 20 y el Falla de los inicios, el apoyo de Viñes a quien iría dedicado, y todo un modelo a seguir, novedoso titulándolo Noches en los jardines de España donde los tres movimientos son estampas y jardines que pudimos disfrutar en su entorno y con una buena versión de Bavouzet y Mena nuevamente mostrando el feliz y necesario entendimiento con los aires franceses que el talento del pianista le imprimió cual «segundo Viñes» un siglo después. Un Generalife luminoso, una danza lejana donde la OCG ayudó a ese clima de «impresiones sinfónicas» con el piano perfilando la exuberancia antes de la fiesta gitana del Corpus más granadino que cordobés, el recuerdo del cante inicial y el buen entender que los franceses han tenido del flamenco.

Nueva pausa para retirar el piano y quedándonos con ganas de una propina de Falla o de Ravel pero faltaba aún La Valse, una obra que le queda todavía «grande» a una OCG que ha mejorado y agradecerle la valentía de afrontar un programa tan denso y exigente. El esfuerzo de Juanjo Mena en sacar lo mejor de «la orquesta de casa» fue inmenso y a lo largo de una noche mágica por las obras pudimos apreciar una cuerda compacta con dos arpas impecables; la madera también tuvo pasajes inspirados. En cambio las dinámicas no siempre tuvieron el balance ideal de las secciones donde la acústica palaciega puede ser engañosa. Hubiese acortado el programa con esta «Balsa» más que Valse y un García que sonará a lo largo del festival, pero está claro que el movimiento se demuestra andando y trabajar grandes repertorios es la forma de seguir creciendo, más con maestros como el vitoriano.

PROGRAMA

I

Manuel de Falla (1876-1946)
El amor brujo (versión de 1925)
Maurice Ravel (1875-1937)
Concierto para piano en sol mayor (1928-31)

II

Juan-Alfonso García (1935-2015)
Epiclesis II (orquestación del propio autor sobre original para órgano. 2009)
Manuel de Falla
Noches en los jardines de España (para piano y orquesta. 1909-16)
Maurice Ravel
La Valse (1919-20)

En el 150 aniversario del nacimiento de Maurice Ravel y Ricardo Viñes, y el centenario del estreno en París de El amor brujo de Manuel de Falla.

La Edad de Plata sin brillo

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Domingo 12 de noviembre, 19:00 horas. 76ª Temporada Ópera de Oviedo, Teatro Campoamor: «Goyescas» (Enrique Granados). «El retablo de maese Pedro» (Manuel de Falla).

Crítica para ÓperaWorld del lunes 13 con los añadidos de fotos de Iván Martínez y propias finalizada la función, links siempre enriquecedores, y tipografía que a menudo la prensa no admite.

Tercer título de esta temporada ovetense con otro programa doble y español titulado “La Edad de Plata” uniendo en dos cuadros teatrales a Granados y Falla desde la dirección de escena de Paco López, un homenaje a algunos de los artistas, intelectuales y literatos del primer tercio del siglo XX que protagonizaron uno de los momentos estelares de la cultura española y que tienen en la ciudad de París su refugio creativo, trayendo a la capital asturiana esta arriesgada producción.
Y cuando califico de arriesgada quiero referirme a dos páginas que se hicieron algo pesantes, porque la ópera de Granados no soporta bien la escena pese a contar con un cuarteto vocal de altura, mientras que cambiar los títeres por cine mudo aunque admisible, sigo sin encontrarle un nexo si bien “El pelele” de Goya sirve de inspiración e incluso sumar a Zuloaga con un “NoDo” de 1939, año en el que Falla se autoexilia a Argentina y el pintor deja Paris por la llegada de los nazis, para hacer un “flasback” a los felices 20 donde juntar a los artistas españoles en la casa parisina del vasco, escenario donde se representa este díptico, cerrando así un hilo argumental que sólo pictóricamente puedo entender como argamasa de dos obras tan distintas.
Al menos las notas del propio Paco López sobre su dramaturgia pueden arrojarme algo de luz a este domingo lúgubre, más allá del ambiente que estamos viviendo estos días: «(…) la plasmación de un ideal (una patria no nacional, un difuso país imaginado) y la constatación de que su búsqueda sólo tiene sentido para quienes viven fuera de la realidad en la insania de su propia ‘realidad’». Personalmente me quedo con la definición para este díptico: “recreación ucrónica”, pues Wikipedia lo describe mejor que yo: “historia alternativa que se caracteriza porque la trama transcurre en un mundo desarrollado a partir de un punto en el pasado en el que algún acontecimiento histórico sucedió de forma diferente a como ocurrió en realidad”.
Los majos enamorados (o “Goyescas”) trajeron un cuidado y elegante vestuario de época junto a un excelente ballet de cuatro parejas coreografiadas por Olga Pericet y nuevamente el coro poderoso, afinado y entregado que dirige mi tocayo Moras, a un nivel de altura en cada representación.
También rotundos vocalmente Rosario (Carmen Solís) y Fernando (Alejandro Roy), la soprano extremeña y el tenor asturiano ambos dominando la escena y empastando sus voces para sacar adelante un argumento que hace más de cien años no gustó y a mi edad tampoco aunque pienso que Granados no logró escenificar unas páginas que funcionan solas musicalmente (piano, tonadillas y hasta orquestales) pero no unidas sobre un escenario.
Buena réplica la otra pareja de Pepa (Cristina Faus) y Paquiro (Damián del Castillo), la mezzo valenciana y el barítono jienense completando este elenco vocal de altura que siempre ha lucido en otras óperas representadas en Oviedo, pero que esta vez no pudieron levantar bravos.
No quiero olvidarme de los números con un piano de época sobre las tablas, con el que Borja Mariño hubo de lidiar más que el torero, y que fueron el mejor Granados de esta parte, junto a los “personajes de fábula”.
Del centenario retablo de Falla sigo prefiriendo la versión original con títeres (en Granada este verano por dos veces) pero reconozco el acierto del cambio al “cine mudo” con sus letreros correspondientes y unos actores excelentes en esta película “ad hoc”, donde se incluye no solo el primer movimiento del Concierto para clave del gaditano sino también Psyché y el Polo Ay!, sirviendo para “rellenar” a modo de interludio este teatrillo y proyección en el salón parisino del pintor de Éibar, antes del retablo musical. Trujamán (Lidia Vinyes-Curtis) convincente el de la mezzo barcelonesa sin cambios vocales de registro y con proyección suficiente, moviéndose por la casa de Zuloaga como si fuese suya, en donde estaban invitados los “goyescos” de la primera parte. Rotundo como es habitual el barítono coruñés Javier Franco en el papel de Don Quijote, para cerrar el trío protagonista con el solvente Maese Pedro del tenor navarro José Luis Sola, tres voces de calidad aunque de nuevo incapaces de darme luz ni convencimiento sobre las tablas.
Oviedo Filarmonía con el maestro valenciano Álvaro Albiach al frente sonó en los dos títulos segura, ajustada en las dinámicas aunque el clave de Falla no tuviese el protagonismo que el gaditano pensó para el salón de la millonaria heredera Singer.
Valiente y arriesgada apuesta por este díptico español con un elenco de altura pero sin las emociones a que estamos acostumbrados en “la Viena española” esperando ya por Verdi (La traviata) y Wagner (Lohengrin) como agua de mayo para cerrar otoño y abrir invierno.
FICHA:
Domingo 12 de noviembre de 2023, 19:00 horas. 76ª Temporada Ópera de Oviedo, Teatro Campoamor.
«Goyescas» (1912), música de Enrique Granados (1867-1916); libreto de Fernando Periquet, inspirado en obras del pintor Francisco de Goya. Ópera en tres cuadros, estrenada en el Metropolitan Opera House de Nueva York, el 28 de enero de 1916. Producción de la Ópera de Oviedo y el Teatro Cervantes de Málaga.
«El retablo de maese Pedro» (1923), música y libreto de Manuel de Falla (1876-1946), adaptación musical y escénica basada en el capítulo XXVI de la segunda parte de “El Quijote” de Miguel de Cervantes. Obra musical para marionetas, estrenada en el Palacio de Polignac (París), el 25 de junio de 1923. Producción de la Ópera de Oviedo y el Teatro Cervantes de Málaga.
FICHA ARTÍSTICA:
”Goyescas”
Rosario: Carmen Solís – Pepa: Cristina Faus – Fernando: Alejandro Roy – Paquiro: Damián del Castillo.
”El retablo de maese Pedro”
Don Quijote: Javier Franco – Maese Pedro: José Luis Sola – Trujamán: Lidia Vinyes-Curtis.
Dirección musical: Álvaro Albiach – Espacio escénico-audiovisual, iluminación, dramaturgia y dirección de escena: Francisco López – Diseño de vestuario: Jesús Ruiz – Coreografía: Olga Pericet – Realización de audiovisuales: José Carlos Nievas.

Grande Barbieri en sus 200 años

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Jueves 23 de febrero, 20:00 horasTeatro Campoamor (Oviedo), XXX Festival de Teatro Lírico Español: «Pan y Toros», zarzuela en tres actos. Música de Francisco Asenjo Barbieri y libreto de José Picón. Estrenada en el Teatro de la Zarzuela el 22 de diciembre de 1864. Nueva producción del Teatro de la Zarzuela. Conmemoración del bicentenario del nacimiento de Francisco Asenjo Barbieri (1823-2023).

Critica para Ópera World del viernes 24 de febrero, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos de las RRSS, propias y de Alfonso Suárez, y tipografía que a menudo la prensa no admite.

Oviedo puede presumir de su oferta musical, a la que llevo tiempo llamando “La Viena española”, siendo igualmente capital de la lírica española pues tiene la segunda temporada de ópera más antigua, tras el Liceo barcelonés, y la única en mantener un ciclo estable de zarzuela junto al teatro de la madrileña calle Jovellanos.

Finalizada la primera tras 75 años ininterrumpidos a la que ni la pandemia logró callar, comienza ahora la segunda que cumple su trigésima edición comenzando con un título tan emblemático de nuestro género como «Pan y Toros» en el bicentenario de Francisco Asenjo Barbieri (1823-2023), una “zarzuela grande” en todos los sentidos, equiparable sin complejos a la ópera, en esta celebración de altura con la misma producción estrenada en Madrid el pasado mes de octubre, y el mismo elenco salvo ligeros cambios en algunas voces, así como la dirección musical (Virginia Martínez) junto al coro Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” y Oviedo Filarmonía (OFIL), ambas formaciones titulares de este Festival de Teatro Lírico Español ovetense que sigue llenando el Teatro Campoamor.

Un público cada vez más joven, que ha subido los abonados, compartiéndolo con los ya veteranos, por lo que se debería intentar recuperar más funciones (últimamente solo dos) pues ya no hay más restricciones – solo económicas- y el éxito ante esta demanda debe atenderse para mantener una afición que viene a Oviedo desde distintos puntos de la geografía, recordando que la música también vende, y bien cuando hay calidad como en la capital asturiana.

Juan Echanove, director teatral de la obra, señala en el programa madrileño que “es una producción espectacular” volcándose para elaborar un discurso en el que Goya está en el centro, «porque el pintor está, por un lado, en el mundo de los reformistas, pero también en el cerrado mundo de la Corte borbónica, en el incesante trasiego popular madrileño y en el populista mundo de la tauromaquia». Goya está en todos estos entornos, pero siempre desde la contemplación crítica. Y las dos Españas siguen vigentes hoy en día desde la “pintura musical” de Barbieri con la ficción histórica de Picón -la realidad siempre la supera- brillando los tres actos de este “ruedo ibérico” como bien lo explica Echanove en este acercamiento a nuestra lírica con verdad y humor alrededor del “cabezón” de Fuendetodos. Aunque los giros de la plataforma se intentasen tapar con castañuelas, por momentos chirrió un poco, pero en general una excelente propuesta global con excelente video-escena de Álvaro Luna a la que sumar el vestuario de Ana Garay y la coreografía de Marina Barrero, brillando con la iluminación de Gómez Cornejo.

De Barbieri, a quien su biógrafo Emilio Casares llama “anarquista intelectual”, daría para muchas páginas y el perfil del compositor lo equipara a los grandes románticos de la segunda mitad del XIX y en cierto modo fundador de nuestro Nacionalismo, poniendo en la balanza “Pan y Toros” -nada menos que con 299 representaciones en su momento- junto a “El barberillo de Lavapiés” al nivel de su admirado Rossini, de Wagner y hasta de Verdi (a quien nunca perdonó no le contestase en su primera visita a Madrid), siendo más operística esta que nos ocupa, por cercana a la ópera cómica francesa en aquella Europa que Asenjo Barbieri conoció de primera mano desde sus múltiples facetas (musicólogo, bibliófilo, compositor o director) como buen humanista y millonario.

Mantener todo el grueso vocal de Madrid supuso tener mucho avanzado y trabajado, especialmente en los diálogos para actores que cantan y unas voces que actúan, por lo que la calidad global en los personajes principales, todos bien definidos por Barbieri, se pudo apreciar desde que se levantase el telón. Los dos mundos contrapuestos tan nuestros y actuales en esta ficción histórica, lo que el profesor Casares, editor de esta partitura denomina tres líneas o estratos: a) Europeo o neutro, con un lenguaje internacional y símbolos reconocibles como La Marsellesa; b) Hispano culto y religioso, dúos, tríos, cuartetos, concertantes o coro; y c) Hispano popular, donde no faltó la rondalla, el pueblo y hasta la tauromaquia (de faltar que sea el pan, pues se parafraseó a Juvenal que escribía hace dos mil años panem et circenses). De todo ello y más habló en la primera de las conferencias para “La Castalia” -entroncadas este quinto año con el XXX Festival- celebrada en el ovetense Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) el día antes.

Auténtica acción escénica sin descanso en este “ruedo ibérico” del Goya-Echanove, bailarines y figurantes dando color y calor, pese a alguna castañuela fuera de ritmo, musicalmente algo desequilibrada toda la función con algunos desajustes entre foso y escenario pese a los intentos de la maestra Martínez. Por ello quedó deslucido en parte el coro titular de la Capilla Polifónica aunque escénicamente cumplieron, y mejor en los coros de mujeres con el Abate y los hombre cortesanos, todos del tercer acto que fue dándoles confianza.

Oviedo Filarmonía se mantuvo al buen nivel habitual pese a los comentados desajustes, pero con buenas dinámicas, especialmente en la conocida marcha y coro de La Manolería Al son de las guitarras y seguidillas donde se hubiese necesitado una rondalla más nutrida para conseguir el balance ideal, más dos buenas introducciones instrumentales abriendo cada parte de la representación. El trabajo de Virginia Martínez se notó por la atención al detalle, incluso blandiendo el abanico rojo ayudando al “coro en el coso”, pero no alcanzó la concertación ideal que hubiese redondeado un espectáculo de más enjundia para este Barbieri grande.

Del amplio reparto, que suele ser un hándicap para programar este «Pan y Toros», así como los muchos diálogos que obligan a un esfuerzo interpretativo mayor, sumándole el “no parar” con tantos concertantes, entradas y salidas de escenas, puso a prueba todos y cada uno de los personajes, siendo aplaudida en cada aparición, triunfadora de la noche la mezzo Cristina Faus como princesa de Luzán que demostró su buen momento: proyección perfecta, matices con mucho gusto, empaste con sus compañeros (la romanza del escapulario con “El Capitán Quiza” lo mejor de la noche, y hasta todos los concertantes, aplaudiendo incluso antes de finalizar, caso del número 10-B que cerraba el segundo acto), y musicalidad a raudales, sin olvidar unos diálogos de dicción perfecta.

Yolanda Auyanet mantuvo el tipo como Doña Pepita aunque más cómoda en los agudos que permitieron escucharla en los concertantes. Personaje enfrentado a la Princesa, el público tomó partido por la corona. Borja Quiza, sin descanso ovetense tras su Don Carlo operístico, sigue demostrando una enorme capacidad para estos roles que exigen cantar y actuar, si bien la voz ha perdido algo de frescura y limpieza en los agudos, pero mantiene una escena imponente además de la proyección suficiente para los muchos concertantes de Barbieri.

El Corregidor de Pedro Mari Sánchez fue a la inversa: un gran actor que lleva toda la vida sobre las tablas y además canta, aunque no lo suficiente para un reparto tan lírico como este, pero la zarzuela siempre ha tenido estos roles, si bien el celebrado compositor madrileño exige más de lo previsto en esta “zarzuela grande”. En el caso del Abate Enrique Viana los años no perdonan la voz aunque mantenga un fiato y volumen increíbles, pero su vibrato en los agudos no compensa una actuación más contenida de lo que en él es habitual, destacando su contradanza del segundo acto con el coro de mujeres.

Buena faena de los tres espadas, de los relatos a los “astados” exigentes: grande el Pepe-Hillo de Carlos Daza, que supo a poco su excelente intervención; digno de vuelta al ruedo el Costillares del mierense Abraham García en su canción Por lo dulce las damas jolín (nº 7-B) completado por el Romero de Pablo Gálvez, verdadera torería cantada la de don Francisco Asenjo, sumándose a los cortesanos del final, para ampliar la presencia vocal de todo el coro.

No defraudó el Goya de José Julián Frontal en sus muchas intervenciones, un artista polifacético que canta y actúa, desgranando un rol que parece escrito para él.
Breves y necesarios los demás personajes en una actuación que si les llamásemos cuadrilla por “el arte de Cúchares” sería de aliño, cumpliendo sobradamente La Tirana de la ovetense Mª José Suárez, también gran actriz, La Duquesa gijonesa Bárbara Fuentes o el General mallorquín Pablo López. Interesante la aportación de otro polifacético de la escena como Alberto Frías, El Santero, y bien los “ciegos” de excelente proyección hablada (especialmente Sandro Cordero) aunque no suficiente entre tantos cantantes. Aún más breve la aparición de Javier Blanco (El del pecado mortal) que obligado a cantar al fondo de la caja escénica no permitió disfrutar de su voz en toda su expresión. Y el esperado Jovellanos de César Sánchez con gran presencia pero algo opaca, tal vez por el frío.

Merecido homenaje en el bicentenario de Francisco Asenjo Barbieri con una propuesta escénica interesante, documentada, agradecida visual y musicalmente (bellísima la escena 10-A de la procesión enmarcable en el “estrato” Hispano culto y religioso), algo desigual pero que en la segunda función seguro sonará más equilibrada una vez estrenada este frío jueves 23F.

Ficha:

Teatro Campoamor (Oviedo), jueves 23 de febrero de 2023, 20:00 horas. XXX Festival de Teatro Lírico Español: «Pan y Toros», zarzuela en tres actos. Música de Francisco Asenjo Barbieri y libreto de José Picón. Estrenada en el Teatro de la Zarzuela el 22 de diciembre de 1864. Nueva producción del Teatro de la Zarzuela. Conmemoración del bicentenario del nacimiento de Francisco Asenjo Barbieri (1823-2023). Edición crítica de Emilio Casares y Xavier de Paz (Ediciones Iberautor Promociones Culturales, SRL) / Instituto Complutense de Ciencias Musicales ICCMU, 2001).

Reparto:

DOÑA PEPITA: Yolanda Auyanet –LA PRINCESA DE LUZÁN: Cristina Faus – EL CAPITÁN PEÑARANDA: Borja Quiza – LA TIRANA: María José Suárez – GOYA: José Julián Frontal – LA DUQUESA: Bárbara Fuentes – EL ABATE CIRUELA: Enrique Viana – EL CORREGIDOR QUIÑONES: Pedro María Sánchez – PEPE-HILLO: Carlos Daza – PEDRO ROMERO: Pablo Gálvez – COSTILLARES: Abraham García – EL GENERAL: Pablo López – EL SANTERO: Alberto Frías – JOVELLANOS: César Sánchez – LA MADRE CIEGA: Lara Chaves – EL PADRE CIEGO: Sandro Cordero – EL NIÑO: Julen Alba – EL DEL PECADO MORTAL: Javier Blanco – EL MOZO DE CUERDA: Alberto Pérez – VENDEDORES: Marina Acuña, Dalia Alonso, María Fernández, Dolores Sánchez, Eugenia Ugarte, Fernando López, Lorenzo Roal – BAILARINES – FIGURANTES: Alberto Aymar, Julia Cano, Davicarome, Teresa Garzón, Sonia Libre, Úrsula Mercado, Inés Narváez-Arrospide, Karel H. Neniger, Esther Ruiz, Gonzalo Simón, Fernando Trujillo.
DIRECCIÓN MUSICAL: Virginia Martínez – DIRECCIÓN DE ESCENA: Juan Echanove – ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO: Ana Garay – ILUMINACIÓN: Juan Gómez Cornejo (AAI) – COREOGRAFÍA: Manuela Barrero – VÍDEO ESCENA: Álvaro Luna.

Orquesta Oviedo Filarmonía (OFIL), Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo”, coro residente del Festival de Teatro Lírico Español (dirección del coro: José Manuel San Emeterio Álvarez), Rondalla: quinteto de la “Orquesta Langreana de Plectro” (directora: Seila González).

Granada roja y femenina

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Jueves 25 de febrero, 19:00 horas. Teatro Campoamor, XXVIII Festival de Teatro Lírico  Español, Oviedo 2021: Granada («La Tempranica» de G. Giménez y «La Vida Breve» de M. de Falla). Entrada butaca: 46€.

La lírica tiene por capital a Oviedo, y tras la ópera llega esta vigésimo octava edición de un festival que arrancó este último jueves de febrero con dos joyas en una, usando de hilo argumental la Granada granada, roja, pasional, trágica, de atractiva puesta en escena (Giancarlo del Mónaco) y música para degustar, con un elenco muy digno en los dos títulos, una orquesta en estado de gracia pese a lo reducida por las limitaciones actuales, al igual que el aforo, más un Iván López Reynoso que supo sacar lo mejor de la Oviedo Filarmonía con la que se entiende a las mil maravillas, encabezando estos repertorios donde se muestra seguro, cómodo y dominador de dinámicas y tempi adaptados siempre a las voces.

En La Tempranica el hilo argumental lo llevan dos grandes de la escena como Jesús Castejón y Carlos Hipólito encarnando a Giménez y Falla respectivamente, con unos diálogos (de Alberto Conejero) un tanto «a calzador» pero que cumplieron su cometido, siendo un placer ver y escuchar a estos actores queridos por todos los públicos, mientras las letras «andaluzas» no siempre fueron entendibles, aunque para eso se inventaron los sobretítulos.

En lo musical la mezzo Ana Ibarra encarnó a una gitana de garra, como su voz, de timbre metálico que en estos papeles hasta se agradece, sensual y arrebatadora, con el contrapeso de Rubén Amoretti (que repetiría en Falla), bajo de verdad de los que escasean, aunque el color y emisión no sean los de antaño pero que formaron una pareja convincente en lo vocal y escénico, con una iluminación que subraya el dramatismo, siendo «la tempranica» la auténtica protagonista.

No faltaron en el reparto voces de casa como Ana Nebot (en la conocida «tarántula» de Gabrié), Juan Noval Moro como Zalea o la pastora María Heres que tienen su minuto de gloria en el teatro de todos, completando el elenco conocidos como Gustavo Peña, Miguel Sola, Gerardo Bullón o Cristina Faus, que harían doblete al igual que el excelente «cantaor» Jesús Méndez.

Mención especial para la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo que dirige Pablo Moras porque con apenas 16 voces y mascarilla obligada, sonaron siempre presentes, especialmente los hombres, y afinadas incluso fuera de escena, todo un éxito que redondearían en la segunda obra, al igual que una orquesta en el foso redonda, equilibrada pese a los pocos efectivos, entregada, empastada en todas las secciones y mimada por el director mejicano invitado de la formación titular del festival que se asienta como la orquesta perfecta para la lírica asturiana.

Para La Vida Breve sería Virginia Tola la Salú protagonista junto a la abuela Cristina Faus, voces ideales para ambos roles, el contraste tímbrico y de color necesario, junto al gusto en el canto, la presencia escénica y una dramatización que en Falla es intrínseca en ambas. La soprano argentina tiene un color agradecido aunque pierda volumen en el registro grave, pero dominando de principio a fin su personaje, mientras la mezzo valenciana está en un estado óptimo vocalmente, un lujo su empaste, dicción y proyección, como pudimos comprobar en «la otra Salú».

Igualmente importante el cuerpo de baile con coreografía de Nuria Castejón que lucieron en esta Granada totalmente granada, bien entendida y mejor llevada por todos, nuevamente el coro completando una velada exigente de alto nivel global. Pese a la sobriedad de la puesta en escena, con unos paneles móviles y momentos muy cinematográficos (más en «La Tempranica» con guiños al Stoker de Coppola), la iluminación ayuda a ese ambiente de rojo pasión, de rojo granada que envuelve la acción, junto a una boda donde el cantaor Jesús Méndez crucificado y la guitarra del lenense Jesús Prieto Sánchez-Hermosilla completaron un cuadro «jondo», amplificados con primor y arropados por una orquesta delicada. También el herrero Gustavo Peña, la voz de la fragua, lució en esta breve pero intensa obra de final trágico.

El coro volvió a dejarnos su calidad habitual, con las intervenciones solistas de Vanessa del Riego entre otras, que ayudan a completar un elenco donde los llamados comprimarios juegan un papel importantísimo para redondear la representación.

Personalmente Falla sigue superando a Giménez, puede que realmente la gitana haya calado en dibujar su Salú, y colocar las dos obras en una misma función dan la visión global del ambiente internacional que la capital andaluza ha tenido en tantas músicas. Tanto el vestuario como la puesta en escena de Del Mónaco ayudan a disfrutar de la dramaturgia total, tal vez incomprensible en su momento pero que en estos tiempos donde todo parece ser revisable, no entorpecen el concepto primigenio.

Bien este arranque de temporada donde el público fiel soporta todas las restricciones, aunque seguro que esperan los siguientes títulos, la Zarzuela con mayúsculas tan lírica como esta función doble en horario anormal, pero demostrando continuamente que la cultura es segura y que Oviedo mantiene una tradición y capitalidad musical de la que esta semana es otro ejemplo, y desde aquí lo seguiré contando si nada lo impide desde La Viena del Norte español.

Barbieri siempre único

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Jueves 27 de febrero, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXVII Festival Lírico Español. El barberillo de Lavapiés (Francisco Asenjo Barbieri, libreto de Luis Mariano de Larra), dirección de escenas y adaptación del texto de Alfredo Sanzol; edición crítica de Mª Encina Cortizo y Ramón Sobrino, producción del Teatro de la Zarzuela de Madrid.

Nueva temporada de zarzuela en Oviedo, y van veintisiete años ininterrumpidos en «La Viena Española», segunda temporada estable tras la madrileña, con una grande de nuestro género por excelencia para abrir boca en un festival esperanzador, contando para el irrepetible Barbieri con un elenco de altura ideal para cantar la historia de amor entre Lamparilla y Paloma con la puesta en escena y adaptación de Alfredo Sanzol más la dirección musical de Miquel Ortega al frente de la Oviedo Filarmonía junto a la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo», titulares del festival ovetense.

Buena entrada en el Campoamor y un «Barberillo» redondo por lo homogéneo, atinado, actual, sobrio y musicalmente impecable. El Maestro Ortega sabe cómo sacar partido a cada número, siempre mimando las voces, dándoles confianza, también al coro, más una orquesta cada vez mejor que en el foso se crece cuando la batuta manda.

Confianza a «la Capilla» ya en su primera entrada con Dicen que en El Pardo, Madre, y la primera aparición de un Lamparilla Quiza en pleno estado físico, actoral y vocal, verdadero triunfador de la noche, torrente de voz rotunda para un rol de muchos recovecos, derroche total de agilidades, empaste con sus compañeros excelente y la seguridad de tener a la orquesta con el volumen perfecto para su triunfo de inicio a final, Lamparilla de referencia hoy en día.

De la Paloma Faus podríamos decir lo mismo, llenando escena, cantando con ese gusto especial que engrandece cada personaje, y como su pareja escénica, una maravilla comprobar que los textos, íntegros, se proyectan con el mismo color que las partes musicales. Convincente y entregada, Como nací en la calle de la Paloma de empaque y fuerza, el dúo Una mujer que quiere ver a un barbero emocionante y convincente, la pareja del pueblo que nos enamoró, mezzo y barítono naturales, cercanos, cómplices y auténticos, lo más aplaudido no solo por la empatía con el pueblo sino por su comunicación total.

La pareja noble, soprano y tenor, encarnada por la Marquesa Miró y Don Luis Tomé, contrarrestaron al pueblo pero mantuvieron la misma cercanía y empaque, su dúo En una casa solariega y especial mención tanto al dúo de las majas encajado por soprano y mezzo a la perfección, y el cuarteto con el que cierra el segundo acto, dobles parejas bien empastadas y convincentes, con movimiento escénico que no les impidió proyectar sus voces sin problema, así como en el cuarteto de las caleseras del tercer acto.
Celebrar este elenco vocal protagonista que brilló a gran altura para mantener la calidad de toda la representación. También los papeles «menores» que redondearon un plantel perfecto para Barbieri, capaz de aunar lo popular y castizo con la ópera italiana del momento, escribiendo números variados y siempre exigentes para todos y cada uno de ellos, música de primera que requiere un equilibrio total presente en este «Barberillo de Oviedo».

La Capilla Polifónica que dirige Pablo Moras entró con confianza en el Dicen que en El Pardo… tras el preludio inicial (silencioso con los «zancudos» y arranque orquestal), y así se mantuvo a lo largo de esta zarzuela grande, afinados, seguros, por grupos y en conjunto, tanto las voces graves, incluyendo la guardia, como las blancas que nos deleitaron vocal y escénicamente en el hermosísimo coro de las costureras.

Su colaboración a una escena sobria con mucho movimiento es habitual y sinónimo de seguridad y continuidad para una labor que no siempre parece recompensada aunque el público sí lo agradeció, recompensando con una larga ovación final.

Tanto la rondalla langreana (dirigida por mi querida Seila González) en la Jota de los Estudiantes, como el cuerpo de baile (excelentemente coreografiado por Antonio Ruz) completaron una brillante escena musical reforzada por una escenografía y vestuario sobrios de Sanzol y Andújar, bloques móviles capaces de ambientar calles, palacios o plazas con su juego e iluminación, más los tonos cálidos de un vestuario variado de época (bien los tunos con sotana, fajín rojo y bicornio) diferenciando sin exagerar a pueblo y nobleza, que no necesitan más para hacernos creer una argumento tan actual en sus diálogos que puede resultar visionario aunque así seamos los españoles pese al cambio de época.
La Oviedo Filarmonía siempre impecable, clara, prudente y presente gracias a esta magia que tiene Miquel Ortega, verdadero maestro que siempre deja el listón muy alto, eligiendo los tempi precisos para poder escucharlo todo y dejar fluir la música, unos preludios sinfónicos y un balance entre las secciones siempre acertado, dominador de la obra y transmitiendo esa seguridad necesaria a todos en el escenario. Quienes acudan este sábado a la segunda y última representación podrán comprobar la grandeza de Barbieri cuando se suman tanta calidad musical y artística.

Lamparilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Borja Quiza
Paloma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Cristina Faus
Marquesita del Bierzo . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  María Miró
Don Luis de Haro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Javier Tomé
Don Juan de Peralta . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  David Sánchez
Don Pedro de Monforte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Abel García
Rondalla Orquesta Langreana de Plectro, Seila González (dirección)

Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo», Pablo Moras (director)
Oviedo Filarmonía
Dirección Musical. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Miquel Ortega Pujol

La esperada malquerida

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Sábado 14 de abril, 20:00 horas. Teatro Campoamor, XXV Festival de Teatro Lírico Español: «La malquerida», drama lírico en tres actos con música y libreto de Manuel Penella (basado en la obra teatral de Jacinto Benavente, estrenada el 12 de abril de 1935 en el Teatro Victoria de Barcelona; segunda representación).

Tercer título de la temporada de zarzuela ovetense y segunda función en el aniversario de la República, con aforo completo volviendo a clamar por más (mejor que seguir pateando escuchar hablar en asturiano alimentando estériles polémicas) ante la gran demanda que no pudo ser cubierta, dejando fuera muchos aficionados, incluso de fuera de Asturias, para asistir a la primera representación en el Campoamor de esta joya del maestro Manuel Penella Moreno (1880-1939) sobre la homónima del Nóbel Jacinto Benavente que ha dormido un sueño injusto hasta el reciente despertar en los Teatros del Canal, coproducción con el Palau de le Arts de Valencia este montaje del siglo XXI.

Además del merecido homenaje a los artífices musicales y una escenografía que también lo rinde desde el recuerdo mexicano que ha mantenido esta malquerida como se merece, esta zarzuela llegaba a Oviedo con el elenco madrileño de los papeles principales (Cristina Faus, César San Martín, Sonia de Munck, Sandra Ferrández o el maestro Manuel Coves) sumándose nuevos como Juanma Cifuentes y algunos de la tierra caso del tenor Alejandro Roy, la contralto Yolanda Secades, el actor José Antonio Lobato más la universal, recordada y querida María Garralón, junto a la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo» y la Oviedo Filarmonía, redondeando esta recuperación muy esperada por los aficionados.

Auténtico «obrón» desgarrador que resulta más teatro musical que drama rural, como se ha etiquetado, y en la estela del Curro Vargas de Chapí, básicamente por la cantidad de texto hablado que obliga a los cantantes a un esfuerzo extra para no perder la colocación de su voz y mantener una emisión correcta, así como a memorizar e interpretar largas parrafadas no siempre con la unidad y credibilidad exigida a los actores profesionales que se mueven mejor en este terreno, aunque les perdonemos esos mínimos errores a algunos cantantes.

En vez de rondalla, estudiantina o incluso Tuna, se incorporaba sin aportar nada a la obra un inicial mariachi que resultó flojo nada más levantarse el telón en otro homenaje al propio Penella con un fragmento de «Las mañanitas» de Don Gil de Alcalá en la primera aparición de Alejandro Roy, que iría haciendo «cameos» siempre exigentes a lo largo de los tres actos, y que tras dejar solos a estos asturmexicanos del Mariachi Hispanoamérica especialista en «bolos» varios, el desafine del solista y guitarrón apuró la salida de escena. Algo mejor junto a la orquesta en foso y la excelente Sandra Ferrández en las «Coplas del Sacristán», la romanza de Rita en uno los pocos momentos donde liberar la tensión dramática, bien avanzado  el acto II, así como Juanma Cifuentes, un Rufino bonachón algo sobreactuado y marcando acento mexicano pero convincente, siendo ambos muy aplaudidos.

El maestro valenciano fue un gran compositor y digno representante de nuestro género que nació en una verdadera estirpe de artistas con música en las venas (hijo de Manuel Penella Raga), conocedor del verismo italiano con el que podemos establecer algún paralelismo en esta malquerida, excelente orquestador con buenos preludios necesarios para armar la obra (donde la OFil y Coves como responsable final, brillaron con luz propia), dominio de la carga dramática aunque esta última zarzuela no sea de las mejores suyas, preparando una obra con todos los ingredientes exigidos a la clasificada como «grande»: romanzas, dúos, coro simbolizando al pueblo (otro éxito de Pablo Moras al frente de la formación titular en el festival, hoy más ellas que ellos), protagonismo en las voces de registro grave y diríamos más naturales, mezzo y barítono, papeles como si del cine se tratase junto a la soprano coprotagonista y malquerida como canta la copla a lo largo de la obra («el que quiera a la del Soto / tiene la pena de la vida / por quererla quien la quiere / le dicen la malquerida»), que vamos descubriendo con el avance de la trama. Zarzuela bien escrita que trata bien todas las voces pero faltando ese número de calidad excepcional que la hubiese encaramado a una popularidad perdida como la propia obra. Tampoco ayuda su excesiva duración con un último acto de texto abundante que puede ser la causa de su olvido aunque siga aplaudiendo que se recuperen obras con esta dignidad.

Destacar la excelente Raimunda de la mezzo Cristina Faus, exigente de principio a fin dominando un rol que ha hecho suyo con un trabajo completo de amplios registros muy homogéneos. Otro sinónimo de calidad lo puso la soprano Sonia de Munck dibujando una Acacia que gana enteros y «maldad» a lo largo de los tres actos, con agudos potentes y afinados sumando la parte de actriz todavía más exigente si cabe que la lírica, para redondear un papel de joven por la que no parecen pasar los años. El barítono César San Martín sigue cautivando por su voz redonda y rotunda pero quedó algo soso pese a tener el papel ideal de los grandes por su poca credibilidad como actor, así como el añadido de la romanza de «Curro Gallardo» A verla voy… para completar su parte vocal.

Con ganas de más papel el secundario Norberto de nuestro tenor Alejandro Roy, siempre poderoso en estos roles como el ya recordado Curro Vargas que parecen buscarlo ante la ausencia de voces tan peculiares como la suya. Y otro aplauso para el nuevo papel principal de la contralto Yolanda Secades como Mercedes, que desde el coro da el paso adelante para completar un reparto vocal de primera para esta zarzuela dura donde las haya, complemento vocal y actoral de Acacia en perfecto empaste y réplicas.

De los actores solo aplausos comenzando por la excelente criada Juliana de María Garralón, un lujo sobre las tablas, y El Rubio de nuestro Lobato que no desaprovechó este «caramelo» de malo aún más que el Esteban «blandito» o el mínimo Faustino.

Ya destacada anteriormente la orquesta y coro titulares de este segundo festival español de zarzuela, que debemos seguir defendiendo de los tiburones, y quiero citar también el vestuario de Gabriela Salaverri, muy cuidado aunque algunos atuendos mexicanos de las chicas parecían reciclados de El Cantor, y bien por Emilio López que acertó con la ambientación y un escenario circular capaz de trasladar cada cuadro a una elegante hacienda mexicana digna de un plató de cine con «El Indio» Fernández también recordado en este exilio y muerte del Maestro Penella.

Más zarzuela en Oviedo

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Jueves 30 de marzo, 20:00 horas. Teatro Campoamor, XXIV Festival Lírico Español Oviedo 2017. Doña Francisquita, comedia lírica en tres actos, música de Amadeo Vives (libro de Romero y Fernández-Shaw). Estrenada en el Teatro Apolo de Madrid el 17 de octubre de 1923.
Producción del Teatro Villamarta, en coproducción con la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

Reparto vocal principal:

Sonia de Munck (Doña Francisquita), José Bros (Fernando Soler), José Manuel Zapata (Cardona), Cristina Faus (Aurora), Mª José Suárez (Doña Francisca), Enrique Baquerizo (Don Matías), José Manuel Díaz (Lorenzo), Yolanda Secades (Irene la de Pinto).

Equipo Artístico:

Dirección de escena e iluminación: Francisco López. Escenografía y figurines: Jesús Ruiz. Ayudante de dirección: Sonia Gómez. Coreógrafo: Javier Latorre. Director del ballet «Molinero en Compañía»: Alejandro Molinero. Rondalla de la Orquesta Langreana de Plectro.
Coro Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo» (Pablo Moras Menéndez, director). Oviedo Filarmonía. Dirección musical: José María Moreno.

Nuevo lleno en un caluroso Campoamor para el segundo título de la vigésimocuarta temporada de zarzuela, la de los recortes que solo nos deja dos funciones de cada, pero que como reza el título de esta entrada Oviedo quiere más zarzuela y sobre todo con la calidad de Doña Francisquita, una verdadera ópera cómica en el templo lírico asturiano. Y apostar por voces de reconocida calidad unidas al equipo habitual del teatro como la OFil y «La Capilla» asegura el reconocimiento del respetable donde su grueso está en los jubilados que han vivido con la zarzuela mientras sus nietos descubren nuestro verdadero musical español que hace tiempo dejó de ser «casposo» para convertirse en algo totalmente exportable.
La partitura de Vives más el libreto de enredo habitual en «los felices 20» organizada en tres actos, con descanso tras el segundo, se ambienta en la literalidad y respeta las partes habladas que se omitían en aquellas grabaciones de pizarra, de vinilo e incluso las últimas llevadas al CD, exigiendo una escena compleja para todos: actores, figurantes (a uno de ellos accidentado en los ensayos se le dedicó por megafonía esta representación), coro, cuerpo de baile y unos cantantes que defienden el texto hablado con igual profesionalidad que sus músicas.

Así pudimos disfrutar de una escenografía de época bien armada desde Andalucía, jugando con los planos visuales en los actos para girarse al final y convertir esas fachadas en una corrala verbenera del corazón más castizo de Madrid.

Vestuario colorido, iluminación apropiada para cada número, movimiento en escena bien organizado con el juego que dan las puertas y «calles», un cuerpo de baile más allá del conocido fandango colocado al final (en vez del más habitual Canto alegre de la juventud) que no funcionó al invitar a palmearlo con el público (ni siquiera en la repetición para ir saludando todo el elenco, creando algo de confusión como dándole la razón al simpático borracho pidiéndolo reiteradamente), y la pareja solista de bailarines marcándose una escena de capa bellísima, complementando al conocido coro de románticos, y por supuesto los cantantes organizados como en el cine, pareja protagonista, los llamados cantantes cómicos más los comprimarios completando con «los de casa» (coro y orquesta donde no faltó la rondalla) una producción jerezana sobresaliente para un título que siempre triunfa allá donde se programa, especialmente con repartos de altura como el que pudimos escuchar en Oviedo.

De los protagonistas una Doña Francisquita de primera a cargo de Sonia de Munck con romanzas tan agradecidas, difíciles y bien cantadas como el «ruiseñor» y el Fernando Soler de José Bros convincente, potente (aunque su «vibrato» puntual en los agudos fuertes siga sin gustarme así como algún momento de nasalización) en un rol que lleva tiempo en su repertorio, además de hacer propio la conocida romanza Por el humo se sabe dónde está el fuego. Los dúos igualados en intención y credibilidad vocal, Siempre es el amor ideal para una pareja que empasta en color y musicalidad.

La Beltrana a cargo de Cristina Faus resultó otra recreación para la mezzo que defendió su papel aunque puntualmente tapada por la orquesta en el grave, pero con un color de voz apropiado al juego dramático que le toca desempeñar, números musicales exigentes como Soy madrileña, el cuarteto del primer acto, la escena del «carnaval» del segundo acto, o la escena Escucha, mi bien con Bros que la valenciana cantó con aplomo y gracejo o en el trío, al igual que el conocido «Marabú» con José Manuel Zapata como Cardona, éste más en la línea de actores cantantes que viceversa, lástima para un tenor que parece haber tenido que renunciar a papeles de más enjundia aunque la simpatía granadina le va muy bien a este personaje, arrancando carcajadas disfrazado de maja.
Excepcional Matías de Enrique Baquerizo, voz hablada poderosa y cantada con el poso que tiene la veteranía unido a una escena de lo más completa, marcándose una mazurca de altura. Doña Francisca por la ovetense Mª José Suárez equiparable al barítono madrileño en un papel mal llamado secundario que reúne textos hablados jugosos y números cantados con el aplomo y seguridad a que nos tiene acostumbrados. También ayudaron a completar con calidad el Lorenzo de José Manuel Díaz, o Irene la de Pinto de la asturiana Yolanda Secades (que de nuevo salta del coro a estos papeles breves pero exigentes). No puedo decir lo mismo de los «comprimarios» como El lañador o La buhonera iniciales que se quedaron cortos de emisión y con más nervios de los deseados pero que también necesitan su rodaje (repitió de cofrade 3º) y fueron ganando en las siguientes apariciones (caso de la aguadora o el cofrade 1º como Sereno).

Buen trabajo de conjunto vocal que redondeó la Capilla Polifónica en un estado vocal idóneo en sus conocidos coros como el citado de «románticos«, presente incluso fuera de escena, aunque tiendan a frenar los tiempos, además de aportar un movimiento sobre las tablas verdaderamente profesional, siendo muchos de sus componentes unos figurantes excelentes.
Desde el preludio hasta el final la OFil sonó bien balanceada desde el foso pese a lo apretados y compartido con el pulso y púa langreano (en vez de utilizarlos en el escenario) necesarios siempre para redondear una función bien llevada por el maestro José María Moreno que hubo de luchar para «tirar» por momentos de algunos números pero manteniendo el equilibrio y mimo necesario para no enturbiar las voces, brillando sin destellos, quedando algo «ocultas» las castañuelas o la propia rondalla en beneficio más vocal que escénico, desde una partitura que conoce a la perfección y siempre a su servicio, como debe ser, más contando con la calidad que brilló en esta primera función, porque Oviedo quiere más zarzuela como esta del jueves.

P. D.: Aquí dejo las primeras impresiones en la prensa regional del viernes:

Los diamantes son para las mujeres

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Jueves 21 de mayo, 20:00 horas. Teatro Campoamor: Zarzuela, XXII Festival de Teatro Lírico Español: «Los diamantes de la corona«, música de Francisco Asenjo Barbieri, libreto de Francisco Campodrón, segunda representación. Entrada: Delantera de Principal: 27 € (con gastos de gestión).

Cuanto más escucho a Barbieri más me gusta, y no sólo su conocido «barberillo» sino estos diamantes nada brutos y muy pulidos que tengo en grabación histórica con Pilar Lorengar como Catalina, Manuel Ausensi como Rebolledo entre otros, con el Coro de Cantores de Madrid del Maestro Perera y la Gran Orquesta Sinfónica bajo la dirección de Ataulfo Argenta.

Esta segunda de Oviedo no tiene un reparto tan sobresaliente pero todo funcionó a la perfección, compartiendo la misma producción que disfrutó recientemente Madrid. Dejo aquí toda la ficha tanto del reparto como del equipo artístico, puesto que un espectáculo, y «Los diamantes de la corona» lo son en todo su esplendor, originales y nunca copia, ya que este todo conforma una zarzuela de siempre, recuperada en esta edición crítica de Emilio Casares, el gran valedor de todo el Legado Barbieri.

La puesta en escena de José Carlos Plaza es brillante, decorados artísticos, con transición de la cueva al palacio sin interrupción o ese salón del trono de hermosísimas telas; la iluminación excelente, auténtica guía de la acción tanto en las superiores como los cañones laterales, además de  un vestuario elegante y variado que contribuyen a un colorido nunca estridente perfectamente contrastado con el entorno.

El reparto vocal estuvo equilibrado aunque fueron las mujeres quienes ganaron a público y partitura, con una María José Moreno como Catalina y Cristina Faus como Diana convincentes como actrices (el texto hablado resulta tan difícil como cantar, aunque esté recortado) y aún más en sus distintas intervenciones solistas, dúos (qué bien hicieron el bolero Niñas a vender flores del acto segundo) y concertantes. La soprano granadina está en un momento álgido y la última romanza De qué me sirve, ¡oh, cielo! resultó casi un aria de alguna reina de Donizzetti como bien me apuntaba un experto en la lírica, gusto, amplia gama expresiva y emisión perfecta. Por su parte la mezzo valenciana brilló siempre en sus intervenciones conjuntas, pues Barbieri no le da una romanza sola, por otra parte exigiéndole empastar con todos sus compañeros protagonistas, además del citado y conocido dúo con la soprano, que primero arrancan en concertante, o el Si decirle me atreviera con Sandoval en el acto segundo.

Sandoval estuvo bien cantado por el barcelonés Carlos Cosías desde su primera aria ¡Ah! Que estalle el rayo algo contenido, creciendo en los concertantes y marcándose un hermoso dúo con Catalina ¿Por qué me martirizas…? en el segundo acto de tintes belcantistas para una difícil partitura del compositor madrileño. Convincente el barítono Gerardo Bullón como Don Sebastián, como paralelo a la Diana en el sentido de carecer de un número solo pero exigiéndole empastar con el resto de voces, algo que salvo en el quinteto final, consiguió sin problemas. El bilbaíno Fernando Latorre dibujó un Rebolledo completo actoralmente y un poco menos cantando, distintos registros y color vocal, estando más cómodo en el medio y agudo pese a estar «etiquetado» como bajo-barítono, algo que sigo sin compartir del todo por las no siempre acertadas clasificaciones de las voces. Bajó el listón Ricardo Muñiz como Conde de Campoamor, bien las partes habladas pero siempre tapado en las cantadas conjuntas, perdiendo algo de presencia desde el Kyrie final del primer acto, el coro de damas y caballeros del segundo y sobre todo en el quinteto final donde «chirrió» un poco, tirante en el agudo y rompiendo un color bastante homogéneo con las voces graves. Destacar finalmente al actor Joseba Pinela como Antonio, monedero.

Del coro Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo» dirigido por el maestro Rubén Díez sólo felicitaciones porque cada aparición suya en escena cumple las expectativas independientemente de las dificultades que deban afrontar, y estos diamantes tienen muchas, vocal y escénicamente, saliendo airosos de todo ello. Tanto las voces graves que comienzan el coro de monederos Vuelta al trabajo, otra parte de militares con Rebolledo al mando y el simpático Kyrie final con Sebastián y el capitán. En el segundo acto bien equilibradas las voces blancas y los conjuntos con un Mil parabienes al lado del quinteto solista, puede que algo precipitados con la orquesta pese al intento de cuadrar desde el foso. Y en el tercer acto tanto el movimiento escénico como los tres coros que cantan redondearon una función exigente, de menos a más hasta la brillante «Marcha de la coronación».

El foso parece el lugar idóneo para la Oviedo Filarmonía, con todas sus secciones equilibradas en volúmenes y presencia perfectamente llevada por el responsable musical, de nuevo Óliver Díaz que saca de ella matices imperceptibles, presencias equilibradas, pendiente de todos los detalles y aprovechando los silencios vocales para ganar en dinámica. Encomiable el cuidado que muestra hacia los cantantes, a los que respeta con escrúpulo, auténtico concertador y conocedor de esta partitura que defiende hasta el último compás. Difíciles las esperas para las largas partes habladas pero atento incluso a los ligeros «recitativos», destacando los golpes de caja china fuera de escena que marcaban pausas escénicas para «comentarios» de los personajes, incluso contestando el propio director como parte de una acción donde la batuta no puede perderse ni una corchea. Habrá que seguir confiando en el maestro asturiano para la lírica ovetense donde se mueve como pez en el agua.

Zarzuela grande la decimonónica cuando todo resulta equilibrado, sin importarnos los quilates de unos diamantes que evidentemente fueron para las mujeres. Buena entrada en el Campoamor que mantiene el nivel de un festival con veintidós años luchando contra vientos y mareas. El viernes será la última función y queda además de la gala de José Bros el próximo viernes 29 de mayo con Conti y la OFil, una esperada «Pepita Jiménez» con música de Isaac Albéniz basada en la homónima de Juan Valera (y en Oviedo con la escenografía rompedora de Calixto Bieito) cerrando ciclo, mes e inicio vacacional (29 de junio y 1-2 de julio), que espero poder contar desde aquí.

Curro Vargas deslumbrante

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Viernes 20 de junio, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Zarzuela – XXI Festival Lírico Español: Curro Vargas (R. Chapí), segunda función.  Entrada butaca: 39,50€ (en TiquExpress).

Con auténtica impaciencia acudía a escuchar este drama lírico en tres actos de casi cuatro horas de duración del que apenas conocía la romanza final de Curro nada menos que por Alfredo Kraus. Si en la conferencia del martes y dentro de las organizadas por la Universidad de Oviedo como «Diálogos de Zarzuela«, Pablo Viar, ayudante de dirección de Graham Vick, junto a Mª Encina Cortizo y sobremanera Emilio Casares, nos pusieron en antecedentes de lo que nos íbamos a encontrar en Oviedo tras su paso en febrero por el Teatro de la Zarzuela de Madrid, lo vivido en esta segunda función del título que clausura el festival de Oviedo se quedó no ya completado sino aumentado con la representación.

Obra más que difícil y exigente para todo el elenco, con una puesta en escena impecable de un genio como el inglés Vick, vestuario, iluminación, cuadro de actores, banda de música, coro de niños, gran coro, y un reparto de primera equilibrado, que necesita dotes actorales casi tanto como las vocales y donde no se escatimaron medios por ninguna parte, alcanzando con este título de Chapí todo un hito en la capital asturiana, digno de figurar incluso como ópera, aunque apostar por una obra tan completa y dura no es fácil, además de tener que encontrar por las propias exigencias un reparto que no se logra ni programando a largo plazo. Pero esta vez sí alcanzamos el pleno de principio a fin.

Por organizar un poco mis impresiones debo comenzar con la propia partitura de una modernidad para 1898 que ya quisieran muchos contemporáneos, y es que Ruperto Chapí conoció de primera mano todo lo que en su época se representaba en Europa, y con Bretón marcarán un estilo que tristemente no les dio de comer y apenas tuvo continuidad para lo que hubiese sido la «Gran ópera española» en unos momentos históricos de crisis que la música escénica también padeció, con un nacionalismo asociado al «andalucismo» que siempre parece ser nuestra imagen exterior, y que Curro Vargas pese a ser un «drama lírico» potente, de orquestación poderosa y un libreto a partir de «El niño de la bola» de Pedro Antonio de Alarcón, dos dramaturgos con oficio como Joaquín Dicenta y Manuel Paso Cano dieron la impronta perfecta para su puesta en escena musical, manteniendo las partes habladas realmente bien encajadas en esta edición crítica para el ICCMU de Javier Pérez Batista, aunque el argumento note el inexorable paso del tiempo.

Todos los solistas sin excepción tienen que rendir a tope en cada intervención, partitura llena de pasajes comprometidos, a menudo en el límite de su tesitura, en la llamada zona de paso que pone en riesgo cada intervención y con una orquesta por momentos «wagneriana» o si se prefiere «verista» como toda la obra. El reparto de Oviedo, parecido al madrileño, resultó creíble en cada uno de los solistas, tanto física como musicalmente, citándolos en el orden del programa:

Cristina Faus (Soledad) de colores variados y dicción irregular por momentos, con volumen algo desigual según los registros (lógico en una mezzo cantando este papel de soprano dramática), intimismo en sus momentos, lirismo siempre delineando esa esposa y madre con el remordimiento en lucha con su auténtico amor. Milagros Martín (Doña Angustias) inconmensurable, no ya en su línea de canto donde dio una lección, sino actoralmente con un verbo bien proyectado, convincente para la viuda madre y abuela, que en ningún momento fue tapada por una orquesta vigorosa. Fresca y sincera la Rosina de Ruth González, esos «segundos papeles» que son necesariamente exigentes para poder completar una función redonda, al igual que La Tía Emplastos de Aurora Frías, tal vez menos «cantábiles» pero metidas en su papel. El auténtico triunfador y protagonista fue el asturiano Alejandro Roy dibujando un Curro Vargas asociado a su físico y voz, demoledor para cualquier cantante desde su primera aparición en escena, con registros poderosos llenos de matices, un grave contundente, un medio cautivador y un agudo arrebatador, capaz de recrear cada una de las emociones que su personaje exige. Solo, en dúo y sobremanera en los concertantes «tutti» su emisión resultó arrolladora sin perder nunca la seguridad y el convencimiento de este papel que nadie se atreve por sus exigencias. El desgaste es mayor que tres Cavaradossi pero el plus de Roy en casa es casi una marcha extra. Israel Lozano como Timoteo resultó mejor declamado que cantado, en parte por una puesta en escena que en su principal intervención requiere un esfuerzo por subir de espaldas la escalera.

El Don Mariano de Joan Martín-Royo fue desigual pero también convincente actor, si bien el color y empaste con Soledad no fuese de lo que más me emocionó. Parecido el Capitán Velasco de Gerardo Bullón aunque el peso escénico siempre resultó equilibrado y seguro. El segundo triunfador, además con el personaje más exigente desde el punto de vista actoral, fue Luis Álvarez Sastre, el Padre Antonio que además de dar por su aspecto la perfección del papel, cantó con una gama estilística según el momento dramático realmente bella. El Alcalde Airam de Acosta es personaje bien dibujado y con menos peso musical que resolvió con profesionalidad. Del trío de arrieros además de encajar perfectamente con la idea escénica de Vick, simpáticos todos comenzando con Francisco Javier Sánchez Marín, continuando con Sebastiá Peris y rematando con Juan Manuel Padrón un zurdo que también toca la guitarra en vivo, completando la escena un niño (alternando Jorge Correas Pérez y Diego Cortés Alonso). La figuración auténticamente profesional, desde los que representan tres burros humanamente burros, hasta los soldados y costaleros totalmente metidos en sus papeles como las distintas señoritas que por momentos llenaron la escena sin dar sensación de agobio, al contrario, movimiento bien organizado y sabiamente llevado por el ayudante de escena.

Ya que cito la amplia figuración debo hacer un punto aparte con la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo» que dirige Rubén Díez Fernández. Para Curro el coro es tan protagonista, sino más, que los propios solistas, pues en cada uno de los actos se les exige y mucho a todas las cuerdas, graves y blancas, separadas y  enconjunto, sin olvidar un movimiento sobre las tablas que dominan como si de profesionales se tratase. Salvo un pequeño desajuste en el tercer acto, solventaron las dificultades que la partitura presenta, unida a la puesta en escena que les hizo cantar de espaldas, en movimiento e incluso fuera de escena. Un placer comprobar cómo están comportándose en óperas y zarzuelas alcanzando un nivel muy alto. Muy bien los niños del Coro de la Escuela de Música Divertimento, ángeles y querubines encaramados al fondo pero de emisión clara y afinación exacta.

Sobre el escenario también pudimos disfrutar de la colaboración de varios miembros de la Banda de Música «Ciudad de Oviedo» que además de dar realismo a la procesión del segundo acto, completaron ese escenario que a la vista de los efectivos pareció más grande de lo que realmente es. Los leves problemas de ajustes en el tempo se debieron más a la falta de visión del foso cuando desfilaban que no cuando tocaron situados en la «grada» trasera dentro del escenario.

Aquí tendría que detenerme para hablar de la puesta en escena diseñada por Graham Vick donde luces y sombres se conjugaron a partir de una estética muy de los años 60 en todo (apropiadísimo el vestuario), con la visión que un británico pueda tener de la Semana Santa malagueña, por otra parte nada transguesora. Simbolismos de todo tipo en un escenario redondo móvil que da mucho juego a los elementos sobre él colocados, incluso los que descienden y luego se anclan, dignos de analizar uno a uno como hizo Pablo Viar en la conferencia citada del martes pasado, más otros que fui descubriendo: los globos de colores cúpula de iglesia y verbena primaveral sureña después, las escaleras de tijera, el sofá, la mesa del despacho, el archivador, el olivo, la gran cruz, la tómbola colgante final… incluso la originalidad de utilizar los palcos-bolsas laterales del primer y segundo piso para ubicar en ellos personajes y balconadas de flores, agrandando un escenario que tiene las dimensiones que tiene. Igualmente me pareció genial la irrupción por el patio de butacas de Curro en el baile del tercer acto, sin dejarme una iluminación muy bien diseñada subrayando esos contrastes del libreto capaces de resolver momentos de tensión con los guiños de sainete que equilibran un drama auténticamente de libro y políticamente incorrecto en estos tiempos nuestros donde el dicho «la maté porque era mía» constituye delito y causa prisión inmediata. Auténticas genialidades para una escena pletórica en el amplio sentido de la palabra donde todo funcionó con precisión británica.

Para el final dejo a la Oviedo Filarmonía que en el foso de este «su festival» sonó empastada, equilibrada, comedida para una orquestación realmente impresionante que puede a las voces, pero que el maestro Martín Baeza-Rubio supo mantener en el punto exacto, mimando a todas las voces, marcando cada entrada y dando la confianza y seguridad necesarias para que todo encaje en una obra tan completa como Curro Vargas  que el director de Almansa llevó con mando en plaza tanto en el escenario como bajo él.

Buen cierre para la temporada lírica que tiene el domingo a las 19:00 horas la última función y de propina la Gala Lírica con la soprano Cristina Toledo, ganadora del XIV Concurso Jacinto Guerrero, con la Oviedo Filarmonía y Andrés Salado a la batuta el sabado 28 en este mismo y gran Campoamor, que será protagonista también en el Festival de Verano, aunque lo contaremos otro día.