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Hipnotismo relajante

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Martes 25 de noviembre, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Sociedad Filarmónica de Oviedo, concierto 16 del año 2025, 2.096 del año 119: Dúo Cassadó (Damián Martínez Marco, violonchelo – Marta Moll de Alba, piano). Hypnotik, obras de Bach, Kodály, Bloch, Glass y Pärt. Fotos propias y de la web del dúo.

Siempre hay que volver a la música de cámara como continuo aprendizaje para intérpretes y público, esta vez no muy abundante en el teatro de la calle Mendizábal, con el Dúo Cassadó que traía un programa «hipnótico» algo monócromo por las obras elegidas -que no por una iluminación relajante acorde con lo que iríamos escuchando-, y el estilo de una escritura que apuesta por obras de nuestro tiempo capaces de escapar de etiquetas, aunque se hayan calificado de «minimalistas», pero el objetivo de compartir la expresividad de todas ellas con una belleza y reflexiones siempre personales, se alcanzó en la hora abundante de concierto, más aún con la calidad de este dúo formado por Damián Martínez Marco al chelo (a quien ya pude escuchar en Oviedo en agosto de 2015 junto a la OFIL) y el piano de la canaria Marta Moll de Alba, dos intérpretes, divulgadores y docentes de amplia trayectoria. que siguen apostando por el repertorio de nuestros días, y además traían parte del Hypnotik ya grabado para el sello Warner Classics (del que son artistas exclusivos), por lo que el posterior rodaje tras el trabajo previo se notó, y del que el programa de mano -escrito por la pianista- nos cuenta:

«Está concebido como una experiencia personal, nos invita a conectar con lo más íntimo de nosotros mismos. Es un viaje musical en el que se pone de manifiesto la esencia del ser humano y la música minimal desde el barroco hasta nuestros días. La música minimal se asocia a la repetición, al éxtasis y al énfasis. Es un concepto musical donde los sonidos son utilizados en su mínima expresión. La repetición de las frases, la armonía y el pulso constante nos transporta a un universo donde conectamos con nuestra propia esencia».

Pero sería el Bach eterno quien abría programa con la Suite nº 3 BWV 1009 (de la que Martínez Marco ya nos regalase en el concierto antes citado la Courante). Entonces escribía que el inmenso Pau Casals , comentaba desayunarse cada día una de ellas  -«Beethoven es la pasión, Bach es la música completa»-, así que este tercera (cuyo enlace es la interpretación del catalán) nos la tomaríamos como una merienda del antes de compartir el resto del  programa con Marta Moll. Finalizada la escucha del concierto me reafirmo en mantener que Mein Gott es el «Padre de todas las músicas» y su aura se mantuvo en cada obra del programa. El sonido del cellista es rotundo, amplio, de digitación limpia, tempi adecuados y fraseos intensos. Destacar la hermosísima Allemande y la Gigue final con esos aires de gaita que parecen llevarnos al folklore hecho obra de arte.

Vendrían después el húngaro Zoltan Kodály (1882-1967) y su Adagio para cello y piano (1905), del que las notas al programa, dicen: «A lo largo de la historia, el ser humano ha tenido la necesidad de buscar respuestas a los misterios de la vida y los enigmas de la muerte. Gracias a la música podemos transportarnos a otra dimensión». El cello humano que canta arropado por un piano caminando en este viaje interior de El Cassadó, tranquilidad rota como un despertar tras la placidez de esta página donde se pueden intuir reflejos en un agua turbulenta antes de recuperar la respiración y la serenidad.

“La Vida Judía” («Jewish Life») del compositor suizo Ernest Bloch (1880-1959) «está inspirada en los cantos litúrgicos judíos. Es una obra que trata de captar el carácter del alma judía a través de una plegaria, una súplica y una canción judía» y en sus tres «versos» (PrayerSupplicationJewish song) es el cello quien transmite toda la intensidad de los cantos, glissandos o melismas -la «súplica» transmitiendo una sensación de rezo con el piano cristalino sustentando en tierra la espiritualidad contenida- más esa canción judía propia por todo lo que transmite de colorido interior y sonoridades amplias.

Dos compositores vivos y verdaderos iconos del llamado «Minimalismo» que con ellos se hace grande: primero el norteamericano Phillip Glass (Baltimore, Maryland, 1937) y su Metamorphosis Two (1988) para piano solo -de las cinco que la componen- inspirada en la obra literaria homónima de Franz Kafka, esta vez en arreglo para chelo y piano que engrandece esta enorme miniatura con la repetición mantenida en las teclas mientras las cuerdas exploran una melodía que no intuimos dónde nos llevará, registros extremos en ambos instrumentos, revoloteos cual monstruoso moscardón que aumenta las pulsaciones durante este tránsito sonoro hasta nuestras ignotas profundidades.

Este viaje, tal como lo describe Marta Moll, llegará a su destino de la mano del compositor estonio Arvo Pärt (1935) donde Spiegel im Spiegel «habla de un espejo infinito, una experiencia mística donde el tiempo y la eternidad están conectados. El compositor estuvo años sin componer estudiando música antigua y canto gregoriano. Al retornar a la composición su música cambió radicalmente y emergió un universo meditativo y sereno». Si la obra coral de Pärt es un remanso espiritual lleno de complejidades armónicas desde la siempre traicionera y aparente sencillez , esta obra amplía la sonoridad vocal al dúo Martínez Marco y Moll de Alba, luz pianística y cielo con aurora boreal chelística en otra plegaria por la paz tan necesaria en nuestros tiempos.

Y a continuación Fratres (1977), «Hermanos» compuesta para la también estonia orquesta de música antigua Hortus Musica, que pese a no estar en la grabación del dúo para Warner Classics, es «(…) una de las obras más significativas del compositor y nos traslada a un universo místico. Arvo Pärt utiliza el sonido para crear una escucha interna. Compara su música con la luz blanca que contiene todos los colores. Sólo un prisma puede revelar los colores que contiene la propia luz blanca y hacerlos aparecer. Ese prisma es el espíritu de los oyentes», una más de las muchas adaptaciones de esta música sin palabras, siempre luminosa desde el propio sistema compositivo del genio estonio, el Tintinnabuli, como en la anterior, para seguir transitando este viaje sonoro con un dúo bien hermanado que nos llevó a disfrutar de una tarde hipnótica y relajante.

El verdadero final del viaje sería la propina con homenaje, tanto a nuestro Falla (de quien celebraremos el próximo 2026 los  15o años de su nacimiento en Cádiz más los 80 de su muerte en el exilio argentino de Alta Gracia), como a nuestra tierra: esa Asturiana de las «Siete canciones populares españolas» que tantas versiones instrumentales ha tenido, y que personalmente la de chelo con piano es la más cercana a la voz mostrándonos cómo la belleza melódica no necesita de la palabra (la de nuestro Lorca patrio con el tamiz de mi tierrina: «Arriméme a un pino verde / me consoloba«), aunque siempre se enriquezca con la música, el minimalismo antes de definirse e innecesario hoy en día.

PROGRAMA:

J. S. Bach (1685-1750): Suite para violonchelo nº 3, BWV 1009 (Prélude – Allemande – Courante – Bourrées I y II – Sarabande – Gigue).

Zoltan Kodály (1882-1967); Adagio para cello y piano.

Ernest Bloch (1880-1959): From «Jewish Life»: Prayer – Supplication – Jewish song.

Phillip Glass (31 de enero de 1937): Metamorphosis Two.

Arvo Pärt (11 de septiembre de 1935): Spiegel im Spiegel – Fratres.

Bach, Mozart… y Sato

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Viernes 7 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Bach y Mozart, abono 2: OSPA, Shunske Sato (violín y director). Obras de Mozart, J. S. Bach y J. Ch. Bach. A las 19:15 horas, Sala de conferencias nº 5 – 3ª planta: encuentro con Shunske Sato -moderado por Fernando Zorita.

No hace falta entrar a contar lo que supusieron nombres como Herreweghe, Leonhardt, Koopman, Suzuki o Gardiner con formaciones que afinaban por debajo de los 440 Hz (o más) como en la época en la que se hacía aquellas músicas, con instrumentos recuperados o reconstruidos, de sonoridades tan distintas, más la libertad expresiva que llegaron a llamar «interpretación historicista» o «historicismo musical» (actualmente se describe como «interpretación históricamente informada«), pues se dejaba atrás la grandiosidad romántica para volver a unos orígenes no muy estudiados aún en aquellos felices 60 y 70 -mejoraría en los 80- e incluso plantearse si había necesidad de contar con un director cuando solo era ponerse de acuerdo en el tempo y compartir sensaciones.

Está claro que con Shunske Sato (Tokio, 10 junio 1984) se nos disiparon las  dudas en el encuentro previo, pues como nos contaría, estudiando en la prestigiosa Julliard School no tenía la posibilidad de encontrar lo que allí faltaba y sí podía escuchar en unas grabaciones distintas, casi prohibidas en Nueva York, sintiendo la necesidad de venirse a París donde todo le cambiaría (más el posterior salto a los Países Bajos donde durante 10 años fue director artístico y concertino de la Sociedad Bach). Todos asentimos ante Zorita en lo «obligado» de interpretar más música del barroco por parte de las orquestas sinfónicas, pues programar este repertorio es cual puesta a punto de un motor, y elegir tres compositores tan unidos y necesarios esta vez supuso un feliz acontecimiento musical, con mejor entrada que en el primero, mayor aún con un violinista que no deja de serlo, porque lo suyo no es -como bien nos dijo- dirigir, sino ejercer el liderazgo para poder transmitir y compartir su enfoque, sin perder pasión e implicar, con mucho ensayo, a los profesores. Y doy fe que se alcanzó en una hora sin pausas donde Sato en pie no se movió del escenario, como uno más pese a los distintos cambios de plantilla que supusieron las seis obras de este segundo abono.

La orquesta se dispuso «a la manera clásica» con los violines enfrentados, más dos parejas de contrabajos, por detrás de los violines, arropando el sonido global, sumando el clave de Alberto Martínez en el medio, poco perceptible pero siempre necesario, más en las obras elegidas. Después irían menguando o aumentando efectivos aunque Sato siempre fue uno más entre todos, sin soltar su violín (alternando dos arcos situados en un taburete), tocando con los primeros cual concertino, sumándose a cellos o violas, apenas marcando los inicios o pidiendo las dinámicas exactas desde su atril giratorio. Hasta en las dos obras donde actuó como solista nunca perdería su liderazgo ejercido desde la sencillez y discrección, «conduciendo» una OSPA aseada, rigurosa, implicada y hasta disfrutona, si se me permite el calificativo.

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) sería inicio y final del concierto, con su primera sinfonía compuesta a los 8 años, y el último movimiento de la «Júpiter» escrita en la plenitud de los 32 (fechada el 10 de agosto de 1788, y última contribución al género sinfónico), para reconocerle su aprendizaje londinense con el último hijo de «Mein Gott», Johan Christian Bach (Leipzig, 1735 – Londres 1782) cuya música Nannerl comentaba era difícil distinguirla de la de su hermano con solo escuchar cuatro compases de cada uno, tal resultó la influencia y enseñanzas del último hijo de Bach, y por supuesto el descubrimiento del Gran Padre que era inevitable, marcando esa conexión del programa: «Bach pilar de todas las músicas».

La Sinfonía nº 1 en mi bemol mayor K. 16 (I. Molto allegro – II. Andante – III. Presto) pondría las revoluciones orquestales en su punto, sonoridades precisas, claras, con los aires rigurosos de los entonces tres movimientos clásicos aún influenciado por el Estilo Galante de su «english teacher» pero con una clara personalidad ya apuntada en el genio de Salzburgo, orquesta quasi camerística con oboe y trompas a pares que enriquecieron una sonoridad y estilo ya reconocibles.

Si Bach es el padre de todas las músicas, el propio Mozart orquestaría la Fuga nº 9 en mi mayor, BWV 878 (de El clave bien temperado) para cuerda, con Sato ejerciendo en pie de concertino impulsando cada motivo, cada frase, sumándose a cada sección para una exposición donde estudiar el genio de El Cantor de Leipzig e interpretarlo con la misma limpieza que el original para clave. Perfecto que nadie aplaudiese y así enlazar con el Concierto para violín en la menor BWV 1041,  una de las muchas joyas y partituras para los solistas donde una OSPA camerística sonó madura, adaptada al estilo y tímbrica -la sensación del ligero desafine en cellos y contrabajos es parte de ella- en tres movimientos (I. Allegro – II. Andante – III. Allegro assai) donde el violinista japonés mostraría todas las cualidades que le hemos disfrutado en los muchos vídeos grabados con la Nederlands Bach Society. Liderazgo y compenetración para una interpretación a la altura de la obra.

Y de «El Bach de Londres» llegaría su Sinfonía en sol menor, op. 6, nº 6, W. C. 12, como la propia Nannerl Mozart diríamos que la firmaría su hermano, tres movimientos (I. AllegroII. Andante più tosto adagio – III. Allegro molto) impetuosos sin necesidad de «instrumentos de época», vientos a pares bien empastados (me encantaron las trompas abriendo su sonido como si fuesen naturales) y balanceados para una versión rica del pequeño de los Bach.

Mozart punto y final sin interrupciones: primero el Rondó para violín y orquesta en do mayor K. 373 para seguir disfrutando de Sato y la complicidad de una OSPA que se notaba entregada al placer de compartir esta música con el músico japonés: delicadeza, fraseo, presencia y pasión contenida, que Alejandro G. Villalibre comenta en sus notas al programa sobre el cuarto episodio en modo menor «… al que parece que Carlos Gardel se refería cuando afirmó en una carta “acabo de encontrar una melodía macanuda” que cristalizaría en su tango Por una cabeza« siendo «uno de los rondós solísticos de la época clásica (…) consecuencia de los conciertos a solo barrocos» como el escuchado de Bach.

Con la incorporación al orgánico de la espléndida flauta de Myra Pears bien empastada con oboes y fagotes, junto a los timbales naturales de Prentice, llegaría el broche de oro con el último movimiento (Molto allegro) de la Sinfonía nº 41 “Júpiter” K. 551, una explosión jubilosa, equilibrada, verdadera lección contrapuntística bien aprendida por ese prodigio irrepetible en la Historia de la Música, con Shunske Sato sujetando violín y arco con la mano izquierda para marcar con la derecha, retomándolo como concertino, entregado al genio de Salzburgo con el rigor y al fin la pasión «planetaria» en un concierto que supuso comprobar el excelente estado de la orquesta de todos los asturianos, hoy conducida por un japonés que supo llevarla en todas las velocidades y marchas sin necesidad de pasarse de revoluciones con la suavidad del mejor pilotaje.

PROGRAMA:

W. A. MOZART: Sinfonía nº 1 en mi bemol mayor K. 16 (I. Molto allegro – II. Andante – III. Presto).
J.S. BACH – MOZART: Fuga nº 9 en mi mayor, BWV 878, de El clave bien temperado (orq. W.A. Mozart, K. 405/3).
J. S. BACH: Concierto para violín en la menor, BWV 1041 (I. Allegro – II. Andante – III. Allegro assai).
J. Ch. BACH: Sinfonía en sol menor, op. 6, nº 6, W. C. 12 (I. AllegroII. Andante più tosto adagio – III. Allegro molto).
MOZART: Rondó en do mayor K. 373.
Sinfonía nº 41 “Júpiter” K. 551: IV. Molto allegro.

Paz y música sinceras

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Martes 28 de octubre, 19:45 horas. Sociedad Filarmónica de Oviedo (Teatro Filarmónica), Año 119, concierto 14 del año 2025 (2.094 de la sociedad): Ángel Luis Sánchez Moreno (oboe y director) y Ensemble, Iliana Verónica Sánchez (soprano), Daniel Oyarzábal (clave). Nulla in mundo Pax Sincera, obras de A. Marcello, Vivaldi, Mozart y Bach.

Con el título de Nulla in mundo pax sincera (Nada en el mundo tiene paz sincera) se presentaba el oboísta Ángel Luis Sánchez Moreno (Madrid, 1995) con un Ensemble de dos violines, viola, violonchelo y contrabajo (cuyos nombres no figuraban aunque reconociese alguno), más el siempre brillante y muy solicitado Daniel Oyarzábal (Vitoria-Gasteiz, 1972) al clave, sumándose la  hermana de Ángel, la soprano Iliana Verónica Sánchez (Madrid, 1985), con obras del barroco tan agradecido siempre, más el Mozart joven aún con reminiscencias anteriores desde el llamado estilo galante, que hicieron las delicias de una tarde otoñal asturiana.

En las notas al programa con ese título vivaldiano de la segunda obra y primera con el oboe y la soprano, el concierto nos invitaba «a un viaje sonoro hacia esa búsqueda de paz y belleza divina que, aunque profundamente anhelada por la humanidad, permanece fuera de nuestro alcance en el mundo terrenal» y donde las músicas nos ofrecían «un refugio, un espacio que invita a reflexionar que lo humano y lo espiritual aún pueden encontrarse», como así resultó.

Abría el concierto el famoso Concierto para oboe en re menor de Alessandro Marcello que siempre asociaré a la película «Anónimo Veneciano» (Enrico Maria Salerno, 1970), con una bellísima Florinda Bolkan. Como buena obra barroca es un diálogo perfecto entre solista y orquesta con ese Adagio central escoltado por dos ‘tempi’ rápidos (Andante spiccato y Presto) que son una explosión de virtuosismo donde disfrutar de Ángel Luis Sánchez Moreno, bellísimo sonido de oboe, fraseado y arropado por un ensemble plenamente adoptado por el solista que apenas necesitó ejercer de director ante el buen entendimiento de todos.

Nos mantuvimos en la Venecia de este «viaje sonoro» pero con Il Petre Rosso y el aria que daba título al programa, la primera del motete sacro Nulla in mundo pax sincera, mismo orgánico aunque con solo un violín y la soprano Iliana Verónica Sánchez, en un «arreglo» para la ocasión por el tamaño del orgánico comandado por el «concertino» que fue perfecto para arropar la voz de la madrileña, aseado y reflejando la tensión melódica con buenos ornamentos más el ambiente que el cura pelirrojo maestro de música  en el Ospedalle Della Pietà refleja en este bellísimo motete sacro.

Salto a la Austria mozartiana y primera intervención en solitario del vitoriano Daniel Oyarzábal que nos ofrecería el primer movimiento de la Sonata para piano en do mayor, KV 279 jugando con los dos teclados para lograr los contrastes dinámicos y la desnudez del clave sin las posibilidades del pianoforte, mordentes, trinos, arpegios y adornos llenos de humor del genio salzburgués con 18 años en una de sus primeras sonatas, y logrando mantener una unidad tímbrica que rodeó todo el concierto.

Así se mantuvo el mismo espíritu optimista y transparente con el Cuarteto para oboe y cuerdas en fa mayor KV 370, compuesto siete años más tarde, con los músicos sentados alcanzando el buen entendimiento para una formación camerística que así lo exige, como el mismo latido para compartir protagonismo con el solista. Tres movimientos de nuevo con el Adagio central introspectivo y exigente en mantener las notas largas del oboe sin perder presencia, y los extremos sutiles con el luminoso Allegro y el ligero Rondó que mantuvieron el equilibrio de un cuarteto para lucimiento del oboísta madrileño con una amplia gama dinámica y articulación perfecta.

La segunda parte la ocuparía por completo «mein Gott» con obras que jugarían con la plantilla, comenzando por el aria de la Cantata 51 Jauchzet Gott in allen Landen (Aclamad a Dios todas las naciones), disfrutando de la soprano y con el oboe «sustituyendo» la trompeta original en el aria pero alcanzando así un empaste, limpieza en el sonido y volumen más recogido, prosiguiendo solo la cuerda en el recitativo con los perlados del clave que son imprescindibles. Iliana Verónica Sánchez posee una buena emisión, con una voz que «corre bien» por el teatro (indicar que todos se colocaron fuera de la caja escénica, en el límite del escenario), tiene el color ideal y estilo para estos repertorios, puede que con un volumen no demasiado grande aunque favorecido por la reducida plantilla elegida, y personalmente con la necesidad de marcar más las consonantes del idioma de Goethe que tan acostumbrados estamos de escuchar, pero su técnica es suficiente para afrontar tanto el carácter como los ornamentos que El kantor de Leipzig exige a las voces «instrumentalizadas» en su época.

Igual de exigente aunque breve la conocida aria Bist Du Bei Mir (Si estás conmigo) BWV 508, más sentida e íntima, buscando la idea de esa deseada «paz celestial» desde la «grandeza divina» con una voz angelical que transmitió la reflexión del encuentro entre lo humano y lo espiritual, con clave en vez de órgano y el ensemble arropando la voz de la soprano madrileña.

Volvería «solo ante el peligro» Daniel Oyarzábal al clave, primero con el Preludio y fuga en do mayor BWV 870 (del segundo libro de El Clave bien temperado), rico en ornamentos, bien fraseado el preludio y clara, además de precisa la fuga, para rebosar de virtuosismo con el Preludio en si menor BWV 923 (que sustituyó, con buen criterio, al programado Preludio y fuga en re menor BWV 875), un salto cualitativo de un Daniel pletórico que igual nos impresiona al órgano que exprime cada clave que le dejan, «un seguro de vida artístico» como le ha definido mi querido Luis Suñén, y Bach siempre es único en sus interpretaciones.

El colofón de nuevo con «su ensemble» al completo para la reconstrucción del Concierto para oboe en do mayor, BWV 1055R, (mejor que con flauta) para lucimiento de Ángel Luis Sánchez Moreno, final de viaje con ese diálogo entre solista, cuerda y continuo donde disfrutar de la magia de «dios Bach» siempre inimitable, padre de todas las músicas, pasando de la introspección al virtuosismo en sus tres movimientos. Un amor de oboe (a falta de oboe de amor en la mayor) con una plantilla para la ocasión que nunca desluce y menos cuando hay complicidad entre todos.

Aún vendrían fuera de programa dos paradas más en este viaje, Händel con el tercer movimiento, Largo, del Trío Sonata para dos violines y continuo en sol menor HWV 393 «Dresden» nº 2, en adaptación para oboe y violín -más cello y clave- y la famosa aria «Lascia ch’io pianga» del Orlando HWV 31, de nuevo con el ensemble y clave (mejor que al órgano original) con una inspirada Iliana Verónica Sánchez que no podía faltar para la ocasión en este concierto tan barroco donde compartir sensaciones y ansia de paz en este concierto comandado por Ángel Luis Sánchez Moreno brillando con su hermana.

PROGRAMA:

A. Marcello:

Concierto de oboe en re menor: Andante spiccato – Adagio – Presto.

A. Vivaldi:

Nulla in mundo pax sincera, RV 630: aria.

W. A. Mozart:

Sonata para piano en do mayor, KV 279 (I. Allegro).

Cuarteto para oboe y cuerdas en fa mayor, KV 370: Allegro – Adagio – Rondeau. Allegro.

J. S. Bach:

Cantata Jauchzet Gott in allen Landen, BWV 51 (aria y recitativo).

Bist Du Bei Mir, BWV 508.

Preludio y fuga en do mayor, BWV 870.

Preludio en si menor, BWV 923.

Concierto para oboe en do mayor, BWV 1055: Allegro – Larghetto – Allegro ma non tanto.

Un corazón de dieciséis cuerdas y tres miradas unidas por un mismo pulso

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Sábado 11 de octubre, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, concierto nº 1701, inauguración de la temporada 2025-26: Cuarteto Casals. Obras de Arriaga, Shostakovich y Beethoven.

La centenaria Sociedad Filarmónica de Gijón abría su temporada 2025-26 con una formación tan emblemática como el muy galardonado Cuarteto Casals, Premio Nacional de Música 2006, y pocas imágenes describen mejor su arte que la de un corazón que late al mismo ritmo, con sus aurículas y ventrículos perfectamente sincronizados: cuatro intérpretes respirando juntos, compartiendo una única corriente vital hecha de sonido, tensión y silencio, sin trasplantes ni válvulas pero manteniendo el mismo (im)pulso con Cristina Cordero a la viola desde hace un año. Los 27 años de carrera artística explican la común unión de este Casals amplio de miras, abarcando repertorio de todas las épocas interpretado con la primigenia idea que bien reflejan en el número de septiembre de la revista Scherzo, de lectura más que recomendada.

El programa gijonés, de impecable coherencia, profundo y extenso (dos horas), tendía un puente entre tres siglos de música y tres formas de entender el cuarteto de cuerda, al que siempre me refiero como laboratorio de compositores, entrenamiento de cuerda y obligada iniciación para todo melómano.

De Arriaga, el joven bilbaíno de apenas dieciséis años, ofrecieron el Cuarteto nº 3 en mi bemol mayor en cuatro movimientos (I. Allegro – II. Andantino. Pastorale – III. Menuetto. Allegro – IV. Presto agitato), compuesto en 1823 cuando el compositor bilbaíno contaba ¡solo 16 años! y del que François-Joseph Fétis, uno de los primeros admiradores de sus creaciones, en su Biographie universelle des musiciens et bibliographie générale, escribe respecto a sus cuartetos: «Es imposible imaginar algo más original, más elegante, más puramente escrito que estos cuartetos, insuficientemente conocidos. Cada vez que eran ejecutados por su joven autor, despertaba la admiración de los oyentes» bien reseñado en las notas al programa por Jonathan Mallada. El tercero, de gracia clásica y melodías transparentes, «El Casals» lo frasearía con la pureza y elegancia que caracteriza al conjunto, con Abel Tomàs en el violín primero y Vera Martínez-Mehner en el segundo, aunque cerrando los ojos nadie puede distinguir cuál de ellos suena ante la impecable afinación, fraseo, unísonos o matices desde el diálogo inicial del primer movimiento, que el cuarteto completado por la viola madura de Cristina Cordero y el cello de Arnau Tomàs conforman ese «corazón de 16 cuerdas» que hubiesen firmado Mozart o Haydn pero también el «sucesor» Beethoven, por su sonoridad clásica, la aparente y engañosa sencillez y un sutil manejo de las dinámicas por parte de un Arriaga que su temprana nos privó de mayores logros.

El tono cambió con Shostakóvich y su Cuarteto nº 3 op. 73, obra sombría y desgarrada compuesta en 1946 como bien explica Mallada, donde el Casals mostró su maestría en el equilibrio entre precisión técnica y carga emocional. Los contrastes dinámicos, el pulso interno y el uso del silencio tuvieron aquí la intensidad de un diálogo interior, casi confesional, sin perdernos esos guiños mordaces a Mozart y Beethoven (siempre presente) o la futura inspiración del tercer movimiento al Hermann de Psicosis (y hasta de la habanera «El Abanico» mal atribuida a Trayter).

Un cuarteto de gran dificultad técnica por su exigente escritura en los registros más agudos de los instrumentos con Vera y Abel permutados pero manteniendo esa unidad tímbrica bien completada por Cristina y Arnau. Con una inusual estructura de cinco movimientos (I. AllegrettoII. Moderato con motoIII. Allegro non troppoIV. AdagioV. Moderato – Adagio), presentando cada uno tonalidades diferentes que no son obstáculo para teñir esta obra de una amplia gama expresiva donde el Cuarteto Casals demostró lo muy trabajado que lo tienen y del que en la citada entrevista para Scherzo (fueron también su portada «Como una sola voz») de Ana María Dávila se referían diciendo que «Shostakovich necesita el intercambio emocional con la audiencia para acabar de brillar».

La segunda parte estuvo consagrada al Cuarteto nº 13 en si bemol mayor, Op. 130 de Beethoven, culminado con la monumental Gran Fuga op. 133. Fue escrito en 1825 y estrenado en marzo de 1826, y ante las reacciones adversas a sus primeros seis movimientos (I. Adagio, ma non troppo – Allegro  / II. Presto / III. Andante con moto, ma non troppo. Poco scherzoso  / IV. Alla danza tedesca. Allegro assai / V. Cavatina. Adagio molto espressivo / VI. Grosse Fuge), especialmente el último, optaría por reemplazarlo con un Finale: allegro más corto y de menor densidad, publicando la fuga por separado aunque en Gijón  pudimos escuchar la versión primigenia que el Casals tiene en su repertorio hace años. Abordada con una claridad estructural y una energía casi física, casi coreografía de arcos con un latido y sentir «todos a uno», fue un viaje hacia lo esencial, donde la disonancia se convirtió en catarsis y la polifonía en un organismo vivo.

Como propina había que ir al origen que siempre es «mein Gott»: el Contrapunctus I de «El arte de la fuga», BWV 1080 de Bach que cerró la velada retomando posiciones iniciales pasadas las 22:15 horas, con un hilo de serenidad y perfección, recordando que todo corazón necesita también su reposo y me quedaba la vuelta hasta mi aldea, y que Gijón vuelve a latir al compás de su mejor música de cámara donde esta temporada el corazón del cuarteto estará muy presente.

PROGRAMA:

Juan Crisóstomo de ARRIAGA Y BALZOLA (1806 – 1826)

Cuarteto de cuerda n. 3 en mi bemol mayor:

I. Allegro – II. Andantino. Pastorale – III. Menuetto. Allegro – IV. Presto agitato

Dmitri SHOSTAKOVICH (1906 – 1975)

Cuarteto de cuerda nº 3 en fa mayor, Op. 73:

I. Allegretto – II. Moderato con moto – III. Allegro non troppo – IV. Adagio – V. Moderato – Adagio

Ludwig van BEETHOVEN (1770 – 1827):

Cuarteto de cuerda n.º 13 en si bemol mayor, Op.130 con «Gran fuga» Op.133:

I. Adagio, ma non troppo – Allegro  / II. Presto / III. Andante con moto, ma non troppo. Poco scherzoso  / IV. Alla danza tedesca. Allegro assai. / V. Cavatina. Adagio molto espressivo / VI. Grosse Fuge

CaminOS PAralelos

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Viernes 10 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 1 “SCHUBERT SINFÓNICO”, inauguración de la temporada 2025-26 OSPA, Nicolas Altstaedt (violonchelo), Nuno Coelho (director). Obras de Walton y Schubert. 19:15 horas: «Encuentro con Nuno Coelho y Oriol Roch», Sala de conferencias nº 1 (3ª planta).

En un Oviedo que he bautizado hace tiempo como «La Viena Española», este segundo viernes de octubre tenía dos opciones musicales, que siempre restan en vez de sumar: el segundo título de la LXXVIII Temporada de Ópera con «Roméo et Juliette» (Charles Gounod), y el inicio de la temporada 25-26 de nuestra OSPA, con la que llevo «casado» desde 1991 -mismo año de mis nupcias-, así que siempre presumo que la orquesta asturiana discurre paralela a mi matrimonio, razón más que suficiente para no perderme esta inauguración, de la que me consta  el dilema de muchos abonados a ambas temporadas, que algunos adelantaron al día antes en Gijón, aunque yo cambié mi función operística para la segunda función del domingo, que contaré también desde aquí.

Como ha sido habitual en años anteriores, antes del concierto se tiene un encuentro con los protagonistas que disfrutaremos posteriormente, cambiando ahora de la Sala de Cámara, que resultaba inhóspita por la poca afluencia de aficionados, para optar por la más acogedora sala de conferencias nº1 que podemos encontrar al salir del ascensor a la izquierda. Siempre es interesante estar en este «acercamiento», más aún cuando escuchábamos a Oriol Roch, nuevo gerente, quien expondría su «línea de trabajo» donde intentar ganar público joven (abriendo los ensayos) además de acercar todavía más la orquesta de todos los asturianos, pero también en mantener a los ya veteranos que vamos cumpliendo años juntos aunque con menos pelo y/o peinando canas. Y por supuesto sin faltarnos las siempre acertadas pinceladas de Nuno Coelho sobre las obras que escucharíamos en este primer abono (lo repetiría al inicio de la segunda parte para los «ausentes»), esta vez dos obras «grandes» no muy habituales en los programas que personalmente agradezco se oferten.

El cellista Nicolas Altstaedt (Heildeberg, 1982) es uno de los grandes intérpretes al que ya pudimos escuchar con Oviedo Filarmonía (en 2019 y 2021 también dirigiéndola), y que en estas dos temporadas será uno de los colaboradores artísticos, siguiendo la buena línea emprendida hace años por la OSPA para traer y atraer talento, hacer crecer su oferta además del enriquecimiento que suponen estos grandes intérpretes tanto para la orquesta como por la implicación que alcanzan con el público sin olvidarnos de la repercusión a nivel mediático.

Dos partes bien diferencias en este estreno de temporada, primero el Concierto para violonchelo del inglés Walton, que Altstaedt tiene en su amplio repertorio, siendo uno de los intérpretes más versátiles en cuanto a su amplio «catálogo», y La Grande de Schubert, un calificativo ideal para esta sinfonía del compositor vienés que no pudo escuchar en vida y supone un homenaje a su paralelismo y admiración con el Beethoven que rompería moldes.

Nuno Coelho ya está asentado en la OSPA desde hace tres años (felizmente renovado otras dos temporadas), la complicidad con los músicos es total, tendiendo en estos años a una economía gestual sin perder nunca las necesarias indicaciones para clarificar lo trabajado previamente, el repertorio sabe elegirlo y estudiarlo al detalle, y con los solistas siempre acierta en concertar ideas, tempi, pero sobre todo la búsqueda de la belleza global sin egoísmos, dejando brillar a todos desde el pleno respeto y conocimiento de cada obra sobre el atril. Y para este arranque nos trajo un programa exigente y luminoso junto al violonchelista Nicolas Altstaedt, confirmando el excelente estado artístico de una OSPA robusta en todas sus secciones y su apuesta por una programación equilibrada entre el repertorio clásico y el siglo XX, contando para este primer abono de concertino con la polaca Joanna Wronko.

El concierto se abrió con el Concierto para violonchelo (1956) en tres movimientos (I. Moderato / II. Allegro appassionato / III. Lento; Allegro molto) del británico Sir William Walton (1902-1983), obra de lirismo contenido y escritura refinada escrito para Gregor Piatigorsky, que sigue siendo una de las páginas más singulares del repertorio del siglo XX, especialmente el  virtuoso movimiento central. Altstaedt lo abordó con un sonido limpio y su habitual intensidad expresiva con su Nicolás Lupot (París 1821) prestado por la Deutsche Stifung Musikleben. Lejos del dramatismo romántico, el discurso de este concierto se articula entre la introspección y la ironía, con un lenguaje que equilibra la sensualidad armónica con la elegancia formal que el músico alemán ofreció desde una lectura intensamente poética: sonido terso y flexible, virtuosismo al servicio de lo escrito con un arco riquísimo, matices y tímbrica rica, sabiendo extraer de la partitura toda la melancolía británica, especialmente en el Lento, de atmósfera suspendida. En los pasajes virtuosísticos del segundo y apasionado Allegro y en el Allegro molto final, combinando fuerza y ligereza con una naturalidad admirable, en diálogo constante con una OSPA refinada, grande, bien ensamblada en todas las secciones (no faltó la percusión siempre colorista junto a la celesta, más el arpa) además de atenta al detalle modelada por Coelho con precisión casi camerística y unos balances admirables.

La versatilidad de Nicolas Altstaedt quedó más que reafirmada con una propina de «mein Gott» quitando la pica del cello, cambiando el arco (no fueron necesarias las cuerdas de tripa) y llenando el auditorio ovetense con la Sarabande de la Suite nº 1 en sol, BWV 1007, que nuestro «apóstol» Pau Casals se desayunaba cada día, un sorbete antes de la segunda parte que solo sería para el franco alemán un aperitivo, pues me consta interpretará las seis en un mismo concierto, pero esto será otra historia…

Tras el intermedio, la Sinfonía nº 9 en do mayor, “La Grande” D. 944 de Schubert sonó con con idéntica solidez, energía y claridad estructural en sus cuatro movimientos (I. Andante – Allegro, ma non troppo / II. Andante con moto / III. Scherzo: Allegro vivace / IV. Allegro vivace): dirección clara, tempi ágiles y una orquesta en plenitud sonora, brillante en los metales y equilibrada en las cuerdas. Coelho optó por una lectura vigorosa pero sin excesos, destacando el impulso rítmico del Scherzo y el luminoso equilibrio de la cuerda con los metales (especialmente los trombones), empastados, sutiles y poderosos cuando se les pedía, pero manteniendo el balance ideal de esta luminosa y optimista sinfonía. La OSPA respondió con precisión y entusiasmo, especialmente en los pasajes contrapuntísticos del último movimiento, resueltos con una madurez sonora que revela el gran trabajo acumulado entre director y orquesta, más paralelismos que siguen discurriendo en este esperanzador inicio de curso musical.

El auditorio ovetense vivió así este comienzo de temporada sinfónica pleno de musicalidad y optimismo, con un público escaso (habrá que trabajar mucho para recuperarlo) que celebraría largamente a los protagonistas.

PROGRAMA:

WILLIAM WALTON (1902 – 1983)

Concierto para violonchelo:

I. Moderato / II. Allegro appassionato / III. Lento; Allegro molto

*****

FRANZ SCHUBERT (1797 – 1828)

Sinfonía nº 9 en do mayor, “La Grande”, D. 944:

I. Andante – Allegro, ma non troppo / II. Andante con moto / III. Scherzo: Allegro vivace / IV. Allegro vivace.

Maestría y emoción al piano

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Miércoles 24 de septiembre, 19:30 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro: Alessio Bax. Obras de Bach, Rachmaninoff, Chopin y Ravel. Abono: 36€.

El I Festival de Piano Joaquín Achúcarro se despidió por todo lo alto con la actuación de Alessio Bax, alumno predilecto y casi “hijo adoptivo” del maestro bilbaíno (aún siendo adolescente como nos contó antes del concierto Don Joaquín cuando ya descubrió su talento), hoy auténtica figura internacional. Tras el dúo ofrecido el día anterior junto a su esposa Lucille Chung, el pianista italiano regresó en solitario para un recital que conjugó tradición, virtuosismo y sensibilidad, en la que fue última parada antes de su inminente gira por Japón con esta escala en Oviedo, de nuevo capital del piano.

El programa, concebido como un arco estilístico es fiel reflejo del enorme trabajo que ejerce Achúcarro desde su fundación  en Dallas, estilos variados que él mismo transitó, este miércoles abarcando tres siglos, arrancando con Bach, “padre de todas las músicas”. El Preludio y fuga en do sostenido menor BWV 849 del primer volumen de “El Clave Bien Temperado, auténtico catecismo pianístico, fue más allá del ejercicio diario que todo músico necesita y puede odiar en sus inicios porque solo los años consiguen su comprensión, el compañero de toda la vida con el que “abrir boca y calentar motores”, lo que serviría de pórtico sobrio y luminoso por parte de Alessio, con una fuga cristalina antes de sumergirse en el Concierto en re menor BWV 974, transcripción y estudio bachiano del escrito para oboe por Alessandro Marcello, tres movimientos académicamente contrastados pero donde “Mein Gott” ornamenta sin perder unas melodías que muchos asociamos a tantas películas que usaron la música del veneciano. Aquí, Bax desplegó un fraseo fluido y orquestal, resaltando tanto la claridad barroca como la profundidad emocional de la relectura bachiana, verdadera recreación que solo El Kantor de Santo Tomás pudo elevar a ese nivel que la hizo suya.

El gran bloque de la primera parte, y centro de la segunda, estaría dedicado a Rachmaninoff, primero con sus mastodónticas “Variaciones sobre un tema de Corelli”, op. 42. Si el Liszt a cuatro manos del día anterior era muestra de virtuosismo al alcance de unas manos gigantescas, con el ruso sería similar por sus exigencias, obra bien elegida y enlazada por la inspiración en el barroco italiano tras “dios Bach” en todo un muestrario melódico, agógico y ornamental del ruso emigrado a EEUU, quien también explotaría en sus cuatro conciertos para piano y las escritas sobre un tema de Paganini, casi un quinto con otro nombre. Bax abordó esta obra con su poderío técnico y coherencia estructural, pasando de la intimidad casi improvisatoria a la brillantez apoteósica, riqueza de dinámicas, pedales siempre “remando a favor” sin ensuciar nada de lo escrito en un derroche de buen hacer muy aplaudido por un público que volvió a responder a esta cita ya ineludible. En medio de la segunda parte, la Vocalise”, op. 34 nº 14 aportó un momento de conmovedora sencillez cual respiro tras el titánico despliegue anterior y pausa emocional ubicada entre dos arquitecturas monumentales.

Se abría una segunda parte con el Chopin imprescindible en cualquier festival pianístico y tentación para todo intérprete. La Balada nº 4 en fa menor, op. 52 fue una lección de arquitectura musical, pasión y dolor equilibrados con la elegancia italiana del rubato siempre necesario en el polaco, desde una lectura muy matizada además de profunda, conjugando potencia y contención, fraseos cristalinos, y la hondura interpretativa que solo con muchos años de trabajo se alcanza, y Alessio Bax nos lo demostró.

El cierre le correspondió a Ravel con La Valse, un poema coreográfico orquestal que el propio compositor transcribió para piano convertida por Bax en un torbellino sonoro (Ravel lo calificó de “torbellino fantástico y fatal”) lleno de colores donde, recordando las clases de Achúcarro el pasado lunes, no era un vals de Año Nuevo de los Strauss vieneses de que un mundo que se dirigía a la barbarie sino las olas del Cantábrico que parecieron agitarse desde el teclado en blanco y negro, todo el Golfo de Vizcaya reflejado en un piano que sonó como si la marea musical fuese a cuatro manos ante el despliegue tímbrico y virtuoso de un italiano que navega por todos los mares.

El público, nuevamente entregado, celebró con entusiasmo esta actuación de Alessio Bax, al que recordamos hace dos años con la OSPA, dirigida por la alemana Ruth Reinhardt, precisamente con un espléndido tercer concierto de Rachmaninoff.

Como regalo final y si se me permite compararlo con las cuatro manos del martes, Bax ofreció con su mano izquierda el delicado “Preludio” op. 9 nº 1 para esa mano de Scriabin, siempre los rusos con escuela y estilo propio para una despedida refinada que cerró con broche de oro un festival que desde ya reclama continuidad. Más que un homenaje, el ciclo ovetense ha sido una celebración del piano como escuela de talento y herencia viva del maestro Achúcarro que no se perdió ninguno de los tres conciertos y se mantiene joven, activo y sabio, pues como recordó Juan Coloma -vicepresidente de la Fundación Reny Picot-  en la presentación antes de cederle la palabra a Don Joaquín, éste encarna la propia definición de la palabra Maestro: “Dicho de una persona o de una obra: de mérito relevante entre las de su clase”.

Dos corazones latiendo en un piano

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Martes 23 de septiembre, 19:30 horas: Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro. Dúo de piano a cuatro manos: Lucille Chung y Alessio Bax. Obras de Bach, Mendelssohn, Schubert, Debussy y Piazzolla. Abono: 36€.

(Crítica para La Nueva España del jueves 25 con fotos propias y regaladas, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

Segundo de los tres conciertos programados en este festival de piano que homenajea llevando el nombre del Maestro Joaquín Achúcarro, de nuevo presente en la sala y dirigiéndonos unas palabras (tras la presentación de Juan Rodríguez Coloma, vicepresidente de la Fundación Reny Picot) sobre los dos destacados alumnos, quienes además son matrimonio: el italiano Alessio Bax y la canadiense Lucille Chung, un auténtico “tour de force” por parte de ambos al traernos dos programas muy intensos, exigentes y atractivos para cualquier edad o gusto.

En la literatura musical las composiciones tanto a cuatro manos como para dos pianos son abundantes, partiendo de obras originales así escritas hasta las muchas transcripciones que lograban un acercamiento al mundo sinfónico no siempre accesible a todos los públicos, desde el más cercano mundo camerístico. Son curiosos y muy interesantes los emparejamientos de intérpretes de estas obras donde incluso el lazo alcanza lo familiar, con mi recuerdo para el asturiano Dúo Wanderer del matrimonio Pantín (Paco y Teresa), y otro para Joaquín Achúcarro y su esposa Emma Jiménez, a quienes los muy veteranos melómanos pudieron escuchar en la Sociedad Filarmónica de Oviedo allá por los felices años 60. Así pues las enseñanzas del maestro bilbaíno también inculcan no ya un selecto repertorio para cuatro manos, también poder unir desde el piano dos corazones que lleguen a latir al mismo compás, como el caso del matrimonio Bax-Chung  que ofrecían el segundo de los tres conciertos de este primer festival en homenaje a “nuestro” eterno Don Joaquín.

La inmensidad del dios Bach encuentra en sus obras, incluso las  transcritas para cuatro manos, no solo la monumentalidad sino una riqueza tímbrica muy cercana a las cantatas, sean con órgano u orquestales. El primer movimiento de la Sonata nº1 BWV 525 fue a tres manos, o si se prefiere con quince dedos, donde Bax hizo de “pedalero” más primer teclado junto a Chung el segundo, seguido de la Sonatina del “Actus Tragicus” BWV 106, ya a pleno rendimiento, para dar buena muestra que este dúo es todo un referente tanto en solitario como juntos, orgullo del Maestro.

“La Cueva del Fingal”, como también se conoce la obertura de “Las Hébridas” (Mendelssohn), es una maravillosa página sinfónica cuyo arreglo a cuatro manos, del que no figuraba su autoría, servía para acercar y divulgar en este formato obras orquestales en versiones “de salón” como así nos hicieron sentir desde la cercanía esta pareja de pianistas, compenetrados en los rubatos, encajando pasajes a unísono como un solo cerebro ordenándolo, con una amplísima paleta de dinámicas y haciéndonos pensar que escuchábamos un instrumento único.

Schubert es uno de los compositores que supieron ver las posibilidades del piano a cuatro manos, y su Fantasía en fa menor, D. 940 -que cerraba la primera parte- resultó una buena elección al estar considerada auténtica obra de arte así concebida, para comprobar lo importante de la conexión emocional, además de la musical, que se exige a los intérpretes por un indispensable contacto corporal, el que Lucille y Alessio alcanzaron, permutando sus posiciones pero latiendo y respirando a una, escuchando un imaginario pianista de cuatro manos rebosante de intensidad emocional, rigor interpretativo y simbiosis sonora en esta página romántica a más no poder con una versión plena.

En la segunda parte llegaría música más cercana en el tiempo, Piazzolla y Debussy. El francés rompió moldes con sus composiciones y el “Preludio a la siesta de un fauno“ asombró e incluso escandalizó por  su erotismo en el estreno bailado por Nijinsky. Otro inmenso orquestador como Ravel, quien también escribió música para cuatro manos y dos pianos, hizo el arreglo de su compatriota. Chung y Bax mantuvieron la colocación anterior con el mismo latir para poder escuchar la riqueza intrínsecamente sinfónica y original con la amplia paleta tímbrica de un confeso mal pianista Ravel capaz de escribir como nadie para las 88 teclas, esta vez para cuatro manos. En este dúo Italo-canadiense la alternancia de posiciones no supone obstáculo para seguir compartiendo pulso y musicalidad, intención y fraseo, donde el intérprete grave controla los pedales de expresión aunque cerrando los ojos tengamos la sensación de estar escuchando un piano fantástico. La “Petite Suite” del francés son cuatro inmensas miniaturas (En bateauCortègeLa plus que lenteBallet) donde paladear la exquisitez y buen gusto tanto en la escritura orquestal, aquí pianística, como de caracteres contrapuestos, y Lucille & Alessio hicieron posible lo inalcanzable de un instrumento único en sus manos.

Y si hay un compositor de nuestro tiempo con un lenguaje propio, cuya música es reconocible en cualquier formación, es el creador del llamado “Nuevo Tango” argentino, Astor Piazzolla, a quien en París su maestra Nadia Boulanger le rogó, tras escucharle sus tangos escondidos, que siguiera su propio camino y lenguaje. Tres elegidos por el matrimonio Bax-Chung (cualquier combinación de sus nombres también suena siempre bien), de nuevo ubicándose en el agudo Alessio y al grave Lucille en una interpretación que no soy capaz de encontrar calificativos, pues fue capaz de trasladarnos el peculiar sonido del “nuevo octeto” fundado por el marplatense, después reducido a quinteto, y destilado hasta este piano soñado con un arreglo espectacular. Comenzaron con “Lo que vendrá”, visionario y premonitorio incluso en el título, cual lunfardo inmigrante sin necesitar palabras en el universo blanquinegro del piano, donde el empuje y encaje rítmico solo se logra desde un mismo sentimiento; seguiría la “Milonga del ángel” dedicada a un personaje simbólico que representa bendición y belleza en el universo musical de Piazzolla: sensibilidad y lirismo del nuevo tango donde la pareja Chung-Bax contagiaron esa melancolía elegante de nostalgia puramente porteña, con una difícil pulsación solo alcanzada desde la convivencia física, mental y sentimental; para finalizar en la explosión del  “Libertango”, arrancando el italiano que arriba solo a La Boca, después la canadiense hasta llegar la unión, fusión y feliz encuentro de ambos con unos cruces de manos cual coreografía mágica de este tango a 20 dedos, 4 manos, dos cabezas y un corazón, arrebatándonos la mayor salva de aplausos que se ganaron estos dos talentos bien guiados por nuestro Achúcarro.

Aún queda el último concierto del festival donde Alessio Bax pondrá la guinda a tres días que ya son historia del Oviedo capital del piano.

Alessio Bax clausura el Festival Achúcarro

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Miércoles 24 de septiembre, 19:30 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro: Alessio Bax. Obras de Bach, Rachmaninoff, Chopin y Ravel. Abono: 36€.

(Reseña escrita desde el teléfono para La Nueva España del jueves 25 con fotos propias, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

Cierre por todo lo alto de un exitoso primer festival de piano que lleva el nombre del Maestro Achúcarro con dos de sus talentosos alumnos ya consagrados como figuras internacionales y que nos los presentó antes de cada concierto, este miércoles el italiano Alessio Bax tras el dúo del día anterior con su esposa Lucille Chung en este Oviedo parada obligada antes de volar a Japón.

Otro programa a la altura del nuevo festival ovetense para todos los públicos, desde el dios Bach, “padre de todas las músicas” hasta dos hitos del piano como Chopin y Rachmaninoff para concluir con el vascofrancés Ravel y celebrar el 150 aniversario de su nacimiento en Ciboure.

Verdadera celebración pianística la de Alessio Bax, “calentando dedos” con el Preludio y fuga nº 4 de “El Clave Bien Temperado”, más ese cinematográfico Concierto de oboe de Alessandro Marcello que “Mein Gott” transcribió y Bax reinterpretó sus tres movimientos en plenitud sonora.

Si el lunes Chung nos hizo una paráfrasis verdiana de Liszt, este miércoles otro virtuoso de manos gigantes como Rachmaninoff con sus “Variaciones sobre un Tema de Corelli”, más magia barroca de cine enlazada por el último romántico que fue el ruso, con el pianista italiano desplegando talento y musicalidad, la técnica al servicio de lo escrito para cerrar y centrar la segunda parte con una Vocalise conmovedora tras el “mastodonte”.

Chopin no puede faltar cuando hablamos del piano y la Balada nº 4 es un monumento donde Bax volcó la pasión, dolor y vigor en una elegante versión plena de matices.

Ravel como el mejor colofón con la orquesta pianística y aires del Cantábrico, olas de mar chicha a galerna y un magnífico Alessio Bax del que su Maestro ya nos “previno” y no defraudó.

Qué mejor, además de refinado, regalo para despedirse: tras las cuatro manos en compañía del martes, solo la mano izquierda del Preludio de Scriabin. Escuela de talentos de este “hijo adoptivo” del bilbaíno medio carbayón.

Bax y Chung: una vida a cuatro manos

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Martes 23 de septiembre, 19:30 horas: Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro. Dúo de piano a cuatro manos: Lucille Chung y Alessio Bax. Obras de Bach, Mendelssohn, Schubert, Debussy y Piazzolla. Abono: 36€.

(Reseña escrita desde el teléfono para La Nueva España del miércoles 24 con fotos propias y regaladas, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

El I Festival de Piano Joaquín Achúcarro celebró en la Sala de Cámara del Auditorio de Oviedo su segunda cita con un recital del dúo formado por Lucille Chung y Alessio Bax, matrimonio en la vida y en la música. Su propuesta recordó inevitablemente al propio Achúcarro y a su esposa, Emma Jiménez, quienes defendieron varios años la música a cuatro manos como un espacio de complicidad y equilibrio.

El programa abarcó un amplio arco estilístico, desde Bach hasta Piazzolla, en un recorrido que mostró la versatilidad y entendimiento de los intérpretes. La Sonata nº 1 BWV 525 (a 15 dedos) y la sonatina del Actus Tragicus ofrecieron un Bach depurado y casi organístico, mientras que la Obertura de Las Hébridas de Mendelssohn (también conocida como “La Gruta del Fingal”) se convirtió en un verdadero fresco marino en miniatura sinfónica de perfecta conjunción.

El punto culminante de esta parte llegó con la Fantasía en fa menor D.940 de Schubert, obra central del  repertorio a cuatro manos, que el dúo abordó con lirismo, solidez rítmica y una compenetración admirable, energía y sutileza cargadas de una musicalidad compartida.

En la segunda parte Debussy brilló con la delicadeza del “Preludio a la siesta de un fauno” orquestal , arreglado para cuatro manos por Maurice Ravel, evanescente como las cuatro miniaturas gigantescas de su Petit Suite orquestal, llenas de color por el dúo italocanadiense, impecablemente contrastados (y aplaudidos individualmente) antes de que la energía del llamado “Nuevo Tango” de Piazzolla  que este matrimonio lleva habitualmente en sus conciertos con una complicidad y compenetración única, cerrando el concierto con fuerza y pasión contagiosa. Proverbial “Lo que vendrá”, una auténtica “Milonga del ángel” terrenal y el impactante “Libertango” de coreografía en manos levantando  al público ovetense que casi llena la sala. Todos entregados y entusiasmados con un recital que combinó rigor y emoción, confirmando que la esencia de este festival está en unir tradición, pedagogía y latido compartido desde la máxima calidad.

Reseña en LNE del 24SEP25

 

Meditando en El Salvador

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74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 24a). Conciertos matinales.

Sábado 12 de julio, 12:30 horas. Parroquia de Nuestro Salvador: Juan María Pedrero, órgano. Obras de Bach. Fotos propias y ©Fermín Rodríguez.

Penúltimo día de mi festival con sesión matutina dedicada a «Mein Gott» a cargo del organista zamorano afincado en Granada José María Pedrero (1974) en el fantástico órgano construido en 2001 por Paco Alonso, un tándem que sigue teniendo a la capital nazarí como referente para el llamado «rey de los instrumentos». Del instrumento del Salvador que ya he disfrutado en ediciones anteriores, destacar que la caja está directamente inspirada en dos órganos barrocos granadinos de principios del siglo XVII (uno otra joya aún conservada por el propio Alonso en el convento de San Jerónimo procedente del convento de Santa Paula, y en la traza del órgano que construyese para la iglesia de Santa María de la Alhambra el organero Gaspar Fernández de Prado en 1619. Con más de 1800 tubos y diapasón a 440 Hz siempre a una temperatura ideal de 20º C, Juan Mª Pedrero supo sacarle todas las combinaciones y registros del barroco alemán con aires de Sierra Nevada.

La web nos presentaba este sábado matinal con temperatura ideal en estas fechas:

Maestro entre los maestros
En el instrumento que Francisco Alonso construyera en 2001 para la Parroquia del Salvador, uno de los más importantes organistas españoles de hoy, Juan María Pedrero, profesor en el conservatorio de Granada, ofrece un acercamiento a la obra del más grande compositor para órgano de la historia, Bach. Desde la majestuosidad de la Pièce d’Orgue BWV 572 hasta la profundidad expresiva de An Wasserflüssen Babylon BWV 653, cada obra despliega su riqueza técnica y emocional. La Partite diverse sopra il Corale BWV 770 muestra la inventiva del maestro en la variación coral, mientras que la Toccata BWV 564 deslumbra por su virtuosismo en estilo fantasticus. Culmina el programa el imponente Preludio y Fuga en mi menor BWV 548, una obra monumental que encapsula su genialidad arquitectónica y musical.

De las excelentes notas al programa de mi tocayo vasco Pablo Cepeda que analizan las obras elegidas para este monográfico Bach, y tituladas El órgano en J. S. Bach: arquitecturas del infinito iré intercalándolas con mis comentarios:

El concierto que nos disponemos a escuchar nos brinda la oportunidad de recorrer la riqueza musical que Johann Sebastian Bach cultivó en diversos géneros organísticos. Juan María Pedrero nos presenta una ambiciosa y cuidada selección de obras que condensan la maestría compositiva de quien fue también un intérprete e improvisador excepcional. En ellas late un sutil equilibrio entre forma y espíritu: arquitecturas sonoras que apuntan al infinito y resuenan en lo más profundo del ser. Recorreremos esta geografía musical guiados por Pedrero y por la riqueza sonora del órgano de El Salvador, joya de la organería granadina, construido en 2001 por el maestro Francisco Alonso Suárez, que despliega una amplia representación de las distintas familias tímbricas del órgano barroco.

Todo órgano debe respirar para mantenerse vivo, cada vez que el aire hace vibrar sus tubos, por lo que enfrentarse al «dios Bach» además de una preparación previa del instrumento, el organista, cual deportista de cualquier disciplina, debe conocer en profundidad el terreno de juego, nunca igual, y. que en el caso del zamorano al «jugar en casa» fue llevando cada obra por los registros apropiados, un verdadero arte, estrujando no solo la cadereta interior sino el llamado «órgano mayor» y especialmente el pedal, jugando con los acopladores para sumar tímbricas, más un trémolo aplicado en los momentos justos.

Comenzamos con un gran pórtico Bachiano, su Pièce d’Orgue, BWV 572; pieza singular en la literatura para órgano de Bach, tanto por el título en francés como por su forma y estructura. En su primer movimiento –Très vitement– los tresillos en el teclado son el hilo conductor. En el Gravement, potente parte central a 5 voces con pedal, los retardos y disonancias del discurso polifónico nos remiten nuevamente al estilo francés. Tras un acorde suspensivo el Lentement final retoma la figuración rápida mientras la música se embarca en un largo y casi escheriano viaje descendente final.

El tema con las nueve variaciones de su Partite diverse sopra il Corale «Ach, was soll ich Sünder machen», BWV 770 fue la primera gran prueba del abanico desplegado por Pedrero Encabo en el órgano de El Salvador, contrapuntos claros eligiendo el teclado idóneo para combinar violones y flautados.

La partita coral es un conjunto de variaciones (partita diverse, en palabras del propio Bach) sobre una melodía de coral luterano, elaboradas según distintos modelos compositivos. Este género, nacido con Sweelinck y desarrollado por Pachelbel y Böhm, alcanzó una de sus cimas en Bach. En la Partite diverse sopra il Corale «Ach, was soll ich Sünder machen», BWV 770, el tema se presenta de forma homofónica, con cierto sabor francés en su ritmo, y se transforma a lo largo de nueve variaciones que despliegan diversas técnicas contrapuntísticas.
La fama de Bach como virtuoso tanto a los teclados como al pedalero –bien documentada en las crónicas de su tiempo–, queda completamente justificada en su Tocata, Adagio y Fuga en do mayor, BWV 564, un grandioso tríptico musical. Se abre con una Toccata de brillante virtuosismo y diálogo entre teclado y pedal. Le sigue un Adagio de inspiración italiana, ornamentado y expresivo, con una melodía solista sobre un acompañamiento sobrio. Tras un Grave de carácter denso y modulante, culmina en una Fuga vitalista cuyo tema remite al inicio de la obra.

Anteriormente hablaba del pedalero de registros varios, donde la elección es fundamental. Sin abusar de los tubos de 16 pies, clarines y trompetas bien combinados demostraron no solo el virtuosismo con los pies sino la escritura de «mein Gott» en su etapa de Weimar, aunque el órgano acompañaría al kantor toda su vida. Y los corales luteranos además de fuente de inspiración, al órgano nos permite escuchar ese canto del pueblo con unos flautados bien combinados.

El preludio coral An Wasserflüssen Babylon, BWV 653, describe musicalmente la nostalgia del pueblo de Israel durante su exilio en Babilonia. La melodía del coral luterano aparece en la voz intermedia de tenor mientras que en el pedalero recaen en las dos voces inferiores de esta obra de textura inusual y con estructura interna circular.

Y tras todo el derroche sonoro, matizado, tímbricamente ideal con una ejecución siempre clara y precisa por parte de Pedrero, el mejor cierre de esta mañana sabatina con uno de los «monumentos organísticos»:

Concluimos este viaje con una de las cumbres del repertorio organístico de J. S. Bach: El Preludio y Fuga en mi menor, BWV 548. Obra de madurez, destaca por su ambiciosa escala y la riqueza de sus recursos musicales. El preludio evoca el espíritu del concierto barroco, estructurado en tres episodios que alternan el diálogo entre ripieno (tutti) y solista. La fuga, la más extensa escrita por Bach para órgano, despliega un tema que se expande desde la tónica hacia los extremos del teclado, integrando pasajes solistas y una arquitectura ternaria, para concluir en un brillante acorde mayor.
Bach conjuga el orden con la emoción, la lógica con el misterio.

Silencio sepulcral mientras el preludio hacía meditar y la esplendorosa fuga me llevaba hasta mi «ruta Bach» que guardo en la memoria para volver a interrogarme sobre la grandeza compositiva del que siempre defenderé como «padre de todas las músicas». Si en la historia se habla «a. de JC» y «d. de JC», para la música deberíamos referirnos y cambiar JC por JSB, quien además escribía Soli Deo Gloria cual testamento para la posteridad.

Pablo Cepeda nos pedía al final de sus notas: «Disfruten de todo ello» y lo hemos cumplido religiosamente.

Aún me queda día y medio para poner punto y final a esta edición donde el órgano sigue teniendo sus espacios.

PROGRAMA:

Johann Sebastian Bach (1685-1750)
Fantasía en sol mayor «Pièce d’Orgue», BWV 572  (Weimar a. 1717, revisión c. 1720/25)
Très vistement
Gravement
Lentement
Partite diverse sopra il Corale «Ach, was soll ich Sünder machen», BWV 770 (Arnstadt a 1708, copia más temprana c. 1710/14)
Toccata, Adagio y Fuga en do mayor, BWV 564 (Weimar c. 1710/17?, fuente más temprana c. 1725)

An Wasserflüssen Babylon, à 2 clav. et pedal, BWV 653 (Weimar, rev. en Leipzig c. 1740)

Preludio y Fuga en mi menor, BWV 548 (Leipzig, entre 1727 1731)

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