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Maratoniano Perianes

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Sábado 14 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: MARATÓN BEETHOVEN – OSPAFEST (2). OSPA, Javier Perianes (piano y dirección). Entrada: butaca: 15 €.

Finalizada la temporada de abono de la OSPA, aún quedaba algún extraordinario más, y volvía a la capital asturiana el onubense y colaborador artístico Javier Perianes (Nerva, 1978) con una «Maratón Beethoven«, nada menos que los cinco conciertos para piano del genio de Bonn, que también llevará al Auditorio Nacional de Música de Madrid dentro de una semana, el próximo día 21 de junio para celebrar el «Día Europeo de la Música» junto a la Orquesta de la Comunitat Valenciana en el programa «¡Solo Música!» que organiza el Centro Nacional de Difusión Musical  en coproducción con el Palau de Les Arts de Valencia.

Si este pasado jueves se enfrentaba a los tres centrales (que me perdí al coincidir con la Marina del Campoamor, este sábado llegaban los dos extremos cual alfa y omega de este reto físico y mental que en Madrid afrontará el mismo día (verdadera maratón): el Concierto para piano nº 1 en do mayor, op. 15 y el Concierto para piano nº 5 en mi bemol mayor, op. 73 “Emperador”.

En palabras del propio Perianes (para la revista Scherzo) comenta: “En una diminuta misiva que Beethoven envió a un íntimo amigo, el diplomático Heinrich von Struve, fechada en Viena el 17 de septiembre de 1795 y desconocida hasta 2012, puede leerse: “¿Cuándo llegará el tiempo en que haya únicamente seres humanos? Es posible que solo veamos llegar ese dichoso momento en unos pocos lugares. Pero no lo veremos acaecer en todas partes. Pasarán siglos antes de que eso suceda”. Tocar la música del compositor alemán supone, para mí, contribuir humildemente a la llegada de ese “dichoso momento” que él tanto ansiaba. Y hacerlo por medio de sus cinco Conciertos para piano, que requieren un entendimiento pleno entre el solista y todos los instrumentistas (…) es un privilegio que estoy feliz de compartir con el público en el Día Europeo de la Música”, y los asturianos estos días previos a la cita madrileña.

Los dos conciertos de este sábado nos muestran al Beethoven joven aún «mozartiano» y el maduro, casi como un príncipe que termina emperador manteniendo toda su personalidad. Y Perianes así afrontó ambos, juvenil y maduro, debiendo asumir la dirección de la OSPA (se anunció por megafonía la ausencia del titular, al igual que el concierto anterior) donde Aitor Hevia volvía de concertino invitado para una complicidad necesaria, pues no siempre «enmudece» el piano para encajar solista y orquesta en momentos puntuales de auténtica complejidad.

El de Nerva arrancó el Concierto para piano nº 1 en do mayor, op. 15 (dedicado a Anna Luisa Barbara Fürstin Odescalchi) con aplomo, el Allegro con brio literal pero controlando el tempo para no caer en excesos pues toda maratón debe dosificar el esfuerzo, aquí pleno de vigor y marcialidad donde los balances con la orquesta resultaron dignos de mención, pudiendo disfrutar de un piano limpio, cristalino en los arpegios, un virtuosismo nunca exagerado con diálogos bien entendidos por toda la orquesta en un lenguaje deudor de Mozart y Haydn (que el onubense tan bien conoce) pero con las abruptas modulaciones «marca Beethoven» y una  primera cadenza reposada. El Largo (en  la bemol mayor) se erigió principesco, de lirismo casi vocal, con ornamentos bien dibujados por un pianista al que llevo años llamando «el Sorolla del piano» ante la luminosidad que alcanza desde una técnica perfecta sin necesidad de «volver al trazo inicial». Perianes contagió el sosiego de este movimiento a la orquesta, con el clarinete de Daniel Velasco delicioso de fraseo y sonido. El tercer y último movimiento (Rondo. Allegro scherzando) retoma la tonalidad inicial en compás de 2/4 y forma rondó con siete partes (ABACABA), fórmula habitual en el tercer movimiento de los conciertos clásicos. Un piano imponente en el tema principal marcando el devenir que repite la orquesta con un entendimiento y encaje donde Hevia sería primordial por la dificultad que tiene este rondó lleno de síncopas y fraseos irregulares. Trinos limpios, cruce de manos impecable y dos cadenzas diseñadas con el espíritu audaz y pícaro del genio de Bonn con un Perianes integrado en la sonoridad global del solista. Dinámicas ricas antes de esa melodía imperceptible aunque presente «como queriendo escabullirse del escenario sin ser visto» y la orquesta finalizando el movimiento con la contundencia donde Czerny (que fue alumno de Beethoven) recomendaba que el director esperase todo lo posible antes de desatar el fortissimo. Con respeto y escucha por parte de todos, Perianes remarcó el final vitalista en esta primera etapa sabatina.

Sin apenas respiro e incorporándose al mismo orgánico la segunda flauta, entraba «El Emperador» como se conoce el Concierto para piano nº 5 en mi bemol mayor, op. 73, la tonalidad «heroica» con toda la grandeza de este quinto y último concierto para piano, tras el sitio de Viena por el ejército de Napoleón. Así el 11 de mayo se activó la artillería francesa y la casa de Beethoven se encontraba peligrosamente cerca de la línea de fuego por lo que aquellos que no podían -o no querían- salir de casa buscaban refugio bajo tierra y Beethoven lo encontró en el sótano de la casa de su hermano. Tras cesar el bombardeo y la rendición de las fuerzas austriacas, el compositor describió «una ciudad llena sólo de tambores, cañones, hombres marchando y miseria de todo tipo», abandonando la ciudad para escribir este «emperador entre los conciertos». Con la firma del Tratado de Viena en octubre de 1809, la vida en la ciudad de la música volvió a una aparente normalidad pero sin la oportunidad de presentar el nuevo concierto hasta dos años después tras el estreno en Leipzig, contando con Czerny de solista al estar el compositor ya demasiado sordo (aunque había interpretado la parte solista en sus cuatro conciertos anteriores).

La OSPA comandada por Hevia entendió este quinto como una globalidad sinfónica donde Perianes reinaba en el trono confiado en la respuesta de sus huestes. Potente y grandioso arranque del Allegro, cromatismos y arpegios cristalinos, agógica bien entendida, alternancias protagónicas entre solista y orquesta, con el segundo tema tenue, etéreo, evanescente, pura seda. De los tiempos lentos está claro que el segundo movimiento del «Emperador» es uno de los sublimes del alemán. El empaque y sonoridad aterciopelada de todas las secciones nos devolvió a una orquesta en plenitud cerrando temporada, cuerdas en sordina dibujando ese tema de incomparable belleza, cellos contestando, contrabajos cimentando, mientras el piano de Perianes respondía con silenciosos tresillos descendentes, logrando una sutil tensión desde el delicado equilibrio entre maderas, cuerdas y piano, con la música desvaneciéndose llena de una ternura única. Bien la nota sostenida de la trompa para que el piano introdujese suave y todavía andante el tema del Rondó final en compás de 6/8, sin excesos en el tempo, «rápido pero no demasiado». Exuberancia por parte de todos, optimismo interpretativo, gloria sinfónica y un manto de armiño pianístico sobre un gran ropaje sinfónico con toda la fuerza para este final maratoniano que no tuvo la merecida respuesta de público (incomprensible toda la temporada) aunque los presentes disfrutamos nuevamente del príncipe Perianes coronado emperador con la OSPA.

PROGRAMA:

Concierto para piano nº 1 en do mayor, op. 15 (1798-1800):

I. Allegro con brio – II. Largo – III. Rondo. Allegro scherzando

Concierto para piano nº 5 en mi bemol mayor, op. 73 “Emperador” (1809-1810):

I. AllegroII. Adagio un poco mosso [-attacca-]  III. Rondo. Allegro ma non troppo

Vidas de artista

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Viernes 6 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 15 OSPA: Sinfonía fantástica. Nuno Coelho (director). Obras de Messiaen, Coll y Berlioz.

Finalizaba la temporada de abono de la OSPA con un programa «potente» y tres obras de compositores cercanos en el tiempo en apenas un siglo rompedor con el denominador común en cuanto a creencias, historias, imágenes, pero especialmente sus propias vidas de artistas. También suponía la despedida de Francisco Coll (Valencia, 1985) como colaborador artístico residente estas tres últimas temporadas, y que a partir del próximo curso «se nos va» a la OSCyL antes de proseguir estrenos en Europa y EEUU de su concierto para piano con Kirill Gerstein.

En el encuentro previo junto al maestro Coelho, el artista valenciano nos comentaría cómo es esta «nueva» Lilith que ha crecido desde su estreno en 2022, la escuchada en Oviedo en abril pasado (de ahí mi duda al figurar como estreno, verdaderamente una revisión de este 2025), sus orígenes recordándonos la adolescencia donde encontró a esta «mujer fatal» en aquellos manga de sus amistades en el instituto, el profundizar con la Lilith primera esposa de Adán en los textos hebreos, su personalidad poliédrica, y que como a todo artista le seguiría rondando la cabeza, la esperada evolución hacia un poema sinfónico, bien enlazado con la «fantástica» que cerraba el concierto, «ballet sin coreografía» que no llegó a convertirse en ópera.

Esta obra en tres secciones y cinco movimientos, de aquella «Lilith nocturna» se quedaría reducida en duración en vez de convertirse en el movimiento central al que agregar los otros dos extremos, pero la duración para completarla no debería llegar a 40 minutos, «público o programadores probablemente no la soportarían» como él mismo nos contaba, el primer contrapunto de inspiración en la polifonía de Victoria, el incorporar un vals que no es habitual ni «bien visto» en los compositores actuales… . También su forma de concebir estas pinturas sonoras, pues en el valenciano su proceso compositivo va unido siempre a las imágenes, y con otras obras suyas he llegado a relacionarlo con la sinestesia pero también en su trabajo por capas, aunque en la escucha los oyentes vemos el proceso de la creación que dura lo mismo que la interpretación, siendo el director con la orquesta quien lleva todo el peso en plasmarla.

En el programa de mano el propio compositor nos describirá a Lilith, y su lectura previa (que dejo a continuación) nos ayudó a comprender y entender mejor al otro pintor, Nuno Coelho que fue coloreando los cinco cuadros cargados de calificativos: sensuales, terroríficos, seductores, tortuosos (ángeles como mosquitos), laberínticos, burlones, histéricos… en un espectacular lienzo en blanco que fue la gran orquesta «musculada» para esta clausura y nuevamente comandada por Aitor Hevia, plenamente identificada con la escritura y estilo de Coll, con una nutrida y exigente percusión donde hay dos pianos (uno afinado un cuarto de tono más alto), arpa y un orgánico que fue la mejor paleta tímbrica para estos coloridos «episodios»:

«El primer movimiento, un expresivo adagio, evoca el deseo y el miedo al mismo tiempo: celebra una unión de opuestos. Lilith habita en las ruinas tras abandonar a Adán; de estos vestigios surge la polifonía de inspiración renacentista, sus líneas afiladas y con la claridad del veneno.

El segundo movimiento se divide en dos partes. Tres ángeles describe un tortuoso laberinto en el que un batallón de tres serafines busca a la fugitiva Lilith. «Vals de la huida» es trágico y grotesco, rozando la histeria.

El tercer movimiento también tiene dos secciones. En hebreo, Lilith (Leilit) también significa «nocturna»; «Nocturna» explora este aspecto de su naturaleza. Musicalmente hablando, es un estudio del volumen, manipulando el espacio y el timbre como si se tratara de una escultura sonora. En «Euphoria», Lilith llega a la ciudad moderna y participa en una orgía salvaje, mientras las masas se dejan arrastrar por su fuerza seductora».

Excelente reescritura que pasó de un cuadro a este monumento sinfónico de Coll donde la OSPA brilló en todas las secciones y un Coelho afrontando un reto más. En abril de 2024 escribía de aquella Lilith  sinónimo de Nocturna que «parte de imágenes que a menudo pinta tras finalizarla y normalmente no retoca con el tiempo pues el momento es único (…) también hay elementos de misterio, bosques mágicos y tenebrosos (cerca de su ciudad), nieblas y densidad, aquí sonoro, también con paralelismos pictóricos en busca de texturas además de colores. La partitura tomada como instrucciones para armar los muebles de la famosa multinacional sueca que cada director monta con los elementos sinfónicos, y que en el caso de sus obras tampoco son iguales de un día para otro precisamente porque la vida es un fluir distinto cada día», ahora este mural alcanzaría dimensiones «fantásticas».

La ordenación de las tres obras pienso ha sido igualmente acertada, con el titular explicándolas antes de arrancar. También nos hizo pensar en las imágenes de Messiaen y Las ofrendas olvidadas (1930) de un entonces joven francés recién graduado, el creyente que pinta tres lienzos casi de «meditaciones sinfónicas» como las denomina la musicóloga Julia Martínez Lombó que reflejan las verdades teológicas de la fe católica: La Cruz, El Pecado y La Eucaristía. Las notas al programa analizan esta obra de juventud, «se estructura en tres episodios: Arranca con un movimiento muy lento y melancólico, una lamentación de las cuerdas que describe el sacrificio de Cristo en la cruz. Continúa con un breve episodio agitado, agresivo, desesperado y robusto, una carrera al abismo en la que destacan los fuertes acentos finales, armónicos en glissando y las llamadas de las trompetas. Concluye con la promesa de la salvación de la Eucaristía, un movimiento extremadamente lento, con una melodía enunciada por los violines sobre un manto de acordes en pianísimo». Misma paleta para otro paisaje sonoro que ayudó a preparar oídos y músicas posteriores, una OSPA cómoda en estos repertorios cercanos y poco transitados que Coelho sabe afrontar dando seguridad gracias a un trabajo minucioso de dinámicas, balances y texturas, con violines segundos protagonistas, velocidades bien encajadas por la orquesta hasta lograr el final aterciopelado.

Y nada mejor que clausurar la temporada con otro gran orquestador y francés como Berlioz, enlazando con Coll, Episodio de la vida de un artista, sueños de un joven músico, en este caso recurriendo al opio tras un desamor, y también en cinco movimientos o episodios, una Sinfonía fantástica que siempre emociona.

Misma formación con plantilla enorme para este poema sinfónico que pone a prueba cualquier orquesta, y la OSPA superó con sobresaliente este examen final de temporada en todas sus secciones y solistas. Bien empastada, nuevamente de amplísimas dinámicas y juego del maestro portuense con la agógica donde mimar cada «cuadro», detalles de calidad como el dúo del corno inglés con el oboe fuera del escenario (también las campanas), sueños y pasiones iniciales, un baile casi vienés (contrapesando el de Coll), una marcha al cadalso impresionante para llegar a un aquelarre goyesco donde los metales brillaron como nunca pero sin tapar nunca a una orquesta que llegó a junio en plena forma.

Aún quedan tres extraordinarios fuera de abono, coincidiendo dos con la zarzuela, pero que intentaré al menos despedirme con uno antes de las vacaciones bien merecidas para la orquesta asturiana, a la que deseo todo lo mejor para la próxima temporada y que se despejen dudas, se cubran plazas y continúen ofreciéndonos conciertos como este.

PROGRAMA:

OLIVIER MESSIAEN (1908 – 1992):

Las ofrendas olvidadas

FRANCISCO COLL (1985 – )

Lilith:

I. Contrapunto erótico (Adagio molto espressivo) / II. Three Angels (Allegro energico con spirito) – Vals de la huida (Presto radiant)  / III. Nocturna (Largo elastico e drammatico – Euphoria (Festoso con brio)

(*) Estreno mundial co-comisionado por la OSPA y la Toronto Symphony Orchestra (TSO).

HECTOR BERLIOZ (1803 – 1869):

Sinfonía fantástica, op. 14:

I. Sueños – Pasiones
II. El baile
III. Escena campestre
IV. Marcha al cadalso
V. Sueño de una noche de sabbat

ClásicOS PAra disfrutar

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Viernes 23 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 13: Vuelta a los clásicos. Cuarteto Quiroga, OSPA. Obras de Mozart, Haydn y Beethoven.

El Clasicismo es la época ideal para disfrutar de su música, y la sinfónica del «triunvirato» todavía más, por lo que siento pena seguir comprobando la poca asistencia a los conciertos de nuestra OSPA, y encima con un programa que tenía nuevamente a «Los Quiroga» (colaboradores artísticos que continuarán en la próxima temporada) comandando la orquesta asturiana en un arriesgado proyecto donde cubrían los atriles de la cuerda más el viento -sumándose los timbales en la segunda parte- sin director, aunque apostando por aumentar el «ente orgánico» del cuarteto a toda la formación, como si de una camerata se tratase y con el esfuerzo de lograr que el mismo corazón a cuatro latiese en todos los músicos, y confirmo que lo lograron plenamente.

En el encuentro previo al concierto, donde estábamos los pocos habituales, estos cuatro grandes músicos presentados por Fernando Zorita ya nos avanzaron lo que supondría este concierto, tras una carrera con más de 20 años que esperan seguir otros tantos: mucho trabajo previo, la confianza del titular Nuno Coelho (felizmente con contrato renovado hasta 2027) en «su orquesta» para seguir abriendo propuestas tan interesantes como la de este decimotercero de abono, lo poco habitual de la apuesta casi didáctica (el Cuarteto Quiroga la realizó en Zaragoza donde algunos de ellos son docentes), así como la habitual presencia de Aitor Hevia como concertino invitado en varios conciertos de abono, como se suele decir uno más «de casa» que no nos hace olvidar lo necesaria de esta plaza sin cubrir su titularidad desde la jubilación de nuestro recordado Sasha ¡hace 7 años!, por lo que la confianza estaba asegurada y el riesgo del «triple salto sin red» parecía minimizado, aunque cada concierto siempre sea único e irrepetible.

La elección de las tres obras permitió comprobar el más que corroborado excelente estado de la formación asturiana, escuchándose, implicándose, entregándose a un repertorio que no por conocido es menos exigente. Y con Cibrán Sierra de concertino arrancaría la primera sinfonía del «genio de Salzburgo», increíble que la compusiese con ¡sólo 9 años! pues es redonda, marcando su propio lenguaje con una plantilla perfecta de cuerda con trompas y oboes a pares. Una sinfonía probablemente compuesta en el barrio londinense de Chelsea y que como explica Alberto Martín Entrialgo en las notas al programa «(…) sigue la estructura de la obertura italiana en tres movimientos: Allegro en Mi bemol mayor en forma sonata, Andante en Do menor también en forma sonata, y Presto en Mi bemol mayor en forma de sonata-rondo». Un Molto allegro sin complejos, claro en la cuerda que fue prolongación bien sentida del ímpetu de los colaboradores, más el cuarteto de vientos igual de ensamblado en esta «Camerata Quiroga». Y si el tempo obliga a latir juntos, el Andante exige más concentración pero resuelto con una musicalidad digna de destacar, con un dúo de trompas empastadas y conservando el balance ideal sumándose los dos oboes prístinos. Aún quedaba el Presto en 3/8 vertiginoso, valiente, para reafirmarme en la calidad de estos músicos, el empuje de unos arcos fraseando con una claridad que permitía disfrutar del Mozart siempre increíble, los diálogos de la cuerda con  las lengüetas, el sustento de las trompas y la cuerda casi tan británica como la inspiración del niño prodigio.

El llamado «padre de la Sinfonía» añadiría a esta camerata para la ocasión el fagot ubicado entre violas y  cellos para la conocida como Sinfonía «La Passione», alcanzando una tímbrica y colorido que Cibrán Sierra destacaba en el encuentro como diferencia entre los cuartetos y las sinfonías, y así resultó esta Sinfonía nº 49 en sus cuatro movimientos con Hevia de concertino y casi director aunque «los Quiroga» mandaban desde sus respectivos atriles. Pasional, mística pero también risueña, el lento Adagio me transportó a Granada por la intensidad emocional de esta sinfonía «da chiesa» (que servía como introducción a otra obra vocal de carácter religioso), encontrando el pulso ideal para mantener esa lúgubre tonalidad de fa menor. El Allego di molto arriesgando en la velocidad y con una cuerda uniforme, rica en matices, arcos visualmente agradecidos fraseando camerísticamente, dibujando toda la tesitura con unas trompas aterciopeladas. El Menuet nos mantendría el modo menor apuntado en el segundo movimiento plenamente asentado, unísonos de oboes y cuerda para lograr ese colorido «marca del austríaco» con el Trío devolviendo el tono mayor, juego de armaduras pero también de sentimientos en lengüetas y metales, marcando el ritmo bailable antes de retornar al menor. Y nuevamente el vértigo, la apuesta del Presto por alcanzar la sonoridad sinfónica única, sin fisuras, con cellos, fagot y contrabajos empujando, violines primeros y segundos «compitiendo» en limpieza y contrastes, verdadero «Sturm und Drang» (por tormenta e ímpetu) con una interpretación sobresaliente.

Del trío clásico afincado en Viena nadie mejor que Beethoven para dar el paso al romanticismo con su Octava y una orquesta ya crecida en plantilla (cuerda, sumándose maderas a dos, como trompas y trompetas, más los timbales, esta vez siendo protagonistas casi todos los coprincipales de la plantilla. Vuelvo a las notas de Martín Entrialgo (con genes musicales) que transcribo para centrar la Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93:

«Beethoven firmó el manuscrito de esta sinfonía en octubre de 1812, y la obra fue estrenada en Viena el 27 de febrero de 1814. Este concierto incluyó también la séptima sinfonía; si bien ésta fue bien recibida por el público, la octava no corrió la misma suerte: “eso es porque es mucho mejor”, se cuenta que dijo Beethoven. Quizás fuera sorprendente para el público el retorno de Beethoven a una sinfonía de pequeñas dimensiones (junto a la primera, la octava es la más corta de todas), o quizás el público no acabó de entender el humor y el carácter juguetón que los críticos han atribuido a esta sinfonía, manifestado, por ejemplo, en la parodia del metrónomo que Beethoven hace en el segundo movimiento».

La QuirOSPA aumentó el riesgo para la penúltima sinfonía del «sordo de Bonn», sin complejos, balances cuidados, Hevia por momentos dirigiendo con el arco, Sierra llevando de la mano a los segundos -tan importantes pese al calificativo-, Puchades sacando a flote unas violas con protagonismo y Poggio redondeando junto a los contrabajos una cuerda exigente en los tiempos para la limpieza sonora. El viento añadiría brillo y color a pares, sumando, contestando, fraseando. Los timbales detrás a la derecha mantuvieron el sonido global, homogéneo, romántico sin estridencias y puramente sinfónico. El público de hoy sí entiende el humor socarrón de Don Luis y también las sombras y luces, de nuevo en la tonalidad de fa mayor que antes pintasen para «papá Haydn». Manejar toda la orquesta sin director suponía una atención especial, encajar los latidos y respiraciones, escucharse aún más si es posible, la valentía que puede llevar a la tumba o a la gloria, siendo ésta la meta alcanzada. Con un respeto total a las indicaciones de aire tomadas literalmente, el Allegro vivace con brio pisó el acelerador sin miedo a las curvas, el Allegretto scherzando realmente fue «bromeando» con el metrónomo, por momentos zapateados para afirmar la pulsación, el Tempo di menuetto auténtica filigrana por la delicadeza, para rematar con un Allegro vivace donde la coreografía de arcos enriquecía una interpretación rigurosa, precisa, exquisita, equilibrada, fresca… calificativos que le ha dado The New York Times al Cuarteto Quiroga y que lograron extender a una OSPA feliz, implicada y en plena forma para este final de temporada al que le quedan dos abonos más -de los que perderé el penúltimo- mejor que escribir lo de «le quedan dos telediarios»…

PROGRAMA:

WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756 – 1791):

Sinfonía nº 1 en mi bemol mayor, K. 16:

I. Molto allegro – II. Andante – III. Presto

FRANZ JOSEPH HAYDN (1732 – 1809):

Sinfonía nº 49 en fa menor, «La Pasión», Hob. I/49:

I. Adagio – II. Allegro di molto – III. Menuet – IV.Presto

LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770 – 1827):

Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93:

I. Allegro vivace con brio – II. Allegretto scherzando – III. Tempo di menuetto – IV. Allegro vivace

Músicas rompedoras

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Viernes 4 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, abono 10 OSPA, Jacob Kellermann (guitarra), Francisco Coll (director). Coll dirige Coll, obras de Honegger, Coll y Sibelius.

La temporada de la orquesta asturiana avanza ya hasta el décimo con la vuelta del valenciano Francisco Coll (1985), el «compositor que dirige» como se definió en el encuentro previo, en compañía de Fernando Zorita, quien nos daría unas «pinceladas» del décimo programa de abono.

Con una asistencia que comienza a ser preocupante, por no decir desoladora, el concierto era de lo más interesante por las obras elegidas: rompedoras (todas lo son en su momento) y cercanas para nosotros aunque manteniendo el orden casi trasnochado de obertura, concierto y sinfonía.

No es habitual programar a Arthur Honegger (encuadrado en el llamado Grupo de Los Seis) en concierto pese a lo innovador de su producción, y Coll eligió para abrir boca y «calentar» Rugby, una obra no basada en un programa previo aunque parece que pretendía experimentar durante su composición y tratar de plasmar lo improvisatorio e inesperado de un encuentro deportivo. Cierto que hay un regreso continuo al tema central muy melódico (la orquestación es merecedora de análisis por los instrumentos elegidos) desde su libertad compositiva y rico en los cambios rítmicos para una OSPA sin percusión y nuevamente con Aitor Hevia de concertino sonaría rotunda, ensamblada, en cierto modo virtuosística porque necesita no solo técnica sino sonoridad global que el artista valenciano alcanzó, con una versión más allá del propio título, mejor llamarlo simplemente «movimiento sinfónico» como finalmente sería el tercero, tras Pacific 231 y  este Rugby que personalmente pareció preparar la obra siguiente donde en 1976 (mi Viaje de Estudios de COU) descubrí en los laterales del seco paseo del río Turia campos de fútbol ¡y de rugby!.

Y el polifacético artista Francisco Coll llevó a una OSPA casi camerística (por la plantilla) junto al guitarrista sueco Jacob Kellerman, quien estrenaría Turia (2017) en su país, por un cauce bien controlado. Obra encargo de Christian Karlsen y el Ensemble Norrbotten NEO, el valenciano ya nos comentó en el encuentro que se inspiró en sus paseos al bajar a Valencia por el paseo ajardinado del río (hoy muy distinto de aquella mi primera visita adolescente), pues el fluir parecía estar empujándole a plasmarlo musicalmente.

No hay inspiración en su paisano Joaquín Rodrigo con el inmortal Concierto de Aranjuez sino más bien desde un folklore siempre presente en cualquier música desde la prehistoria, y que el compositor calificó como «Flamenco ilusorio», evocaciones de las luces y sombras donde su otra faceta de pintor parece mirar a su paisano Sorolla. Una guitarra bien amplificada fue trazando con un mayor «ensemble OSPA» estos paisajes atemporales y eternos, la invernal fría noche sueca pisando el agua congelada con los músicos que la estrenaron desde una evocación de la España que nuestra guitarra ha universalizado, pero con guiños variables en los estilos. Y en toda obra actual la percusión da color a las composiciones (aún más en el pintor compositor Coll): el piano de Francisco Escoda más visible que audible pero sobre todo el tándem CasanovaRevert, cajón (peruano hoy llamado flamenco gracias a Paco de Lucía y Rubem Dantas, posteriormente el «franco-avilesino» Tino di Geraldo): güiro, platillos, castañuelas, temple blocks o láminas con arco que son como pinceladas junto a los recursos guitarrísticos de rasgeos, punteos, armónicos… con una orquesta que entiende como pocas las obras de nuestro tiempo y mejor aún cuando es el propio compositor quien las lleva a buen puerto. Un Turia que fluye limpio, seguro y bien encauzado.

Del propio Coll el guitarrista Kellerman nos regalaría, con el compositor sentado delante de la percusión, una obra para disfrutar de una musicalidad y sonido entroncado con el concierto anterior pero ampliando el repertorio solista del instrumento español y universal.

Sibelius suele ser buena piedra de toque para toda orquesta, y la primera sinfonía del finlandés nos volvería al norte europeo tras la luz mediterránea, orquesta completa con todas las secciones a pleno rendimiento. De nuevo la cuerda rigurosa, rica en dinámicas, remando junta, con primeros atriles y arpa inmensos, una madera en estado de gracia desde el clarinete inicial, unas lengüetas homogéneas en los dúos y líricas en sus solos, unos timbales seguros y sobre todo unos metales poderosos, afinados, pletóricos brillando en los nórdicos cielos grises, trompas afinadas junto al trío de trombones y tuba verdaderamente «orgánicos» que me transportaron al monumento que Sibelius tiene en Helsinki en un paseo kilométrico.

PROGRAMA

ARTHUR HONEGGER (1892 – 1955):

Rugby, H.67. Movimiento sinfónico nº 2 (1928).

FRANCISCO COLL (1985 – ):

Turia: Concierto para guitarra (vers. guitarra y orquesta de cámara).

JEAN SIBELIUS (1865 – 1957):

Sinfonía nº 1 en mi menor, op. 39

I. Andante, ma non troppo – Allegro enérgico

II. Andante, ma non troppo lento

III. Scherzo: Allegro

IV. Finale (quasi una fantasía): Andante – Allegro molto

Entrega sinfónica

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Viernes, 7 de febrero, 20:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo: Abono 4 OSPA, Sara Ferrández (viola), Jaime Martín (director). Obras de Stravinsky, Schumann y Tchaikovsky.

(Reseña escrita desde el teléfono para LNE del sábado 8, con el añadido de los links siempre enriquecedores, tipografía que no siempre la prensa puede adaptar, y fotos propias)

Con el título «Manfred, música y literatura» llegó ayer el cuarto de abono de la OSPA en un viernes con triple oferta (en Campoamor y Filarmónica que merma la de por sí baja afluencia a la orquesta del Principado), y el regreso al podio del nuevamente director invitado, el cántabro Jaime Martín, junto a la violista madrileña Sara Ferrández, que interpretaría una adaptación del Concierto para violonchelo de Schumann. Interesante opción donde la viola aporta esa sonoridad a caballo entre violín y chelo más «vocal» y cercana en la intensa interpretación de Ferrández (hermana de Pablo el chelista) con una cadencia final perfectamente arropada por la OSPA en excelente concertación del maestro Martín.

Propina bachiana con la «Courante» de la primera suite para redondear, en el amplio sentido de la palabra, una interpretación llena de musicalidad con la violista más internacional.

La velada se abría con Stravinsky y las «Sinfonías para instrumentos de viento» de título equívoco, al no serlo formalmente sino como la entendían los griegos («sonido acorde»), revisada en 1947. Un solo movimiento donde poder disfrutar de los vientos sinfónicos en solitario para este tributo a Debussy con la rítmica siempre fogosa del ruso, entonces por París. Buena interpretación y empaste ideal con la química de Martín en el podio, tal vez rememorando sus años de flautista alcanzando esa sonoridad tan bandística y rotunda muy matizada.

Tchaikovsky es el gran sinfonista de la historia y su «Manfred» (compuesta entre la 4ª y la 5ª) es cual poema que relata al torturado personaje de Lord Byron, siendo poco habitual escucharla, por lo que se agradece la elección de Jaime Martín. Plantilla ideal, compacta, solistas perfectos, pasajes delineados donde poder escucharse todo lo escrito por el ruso sin tacha para ninguna sección. Impactante el primer movimiento con los metales brillantes, vertiginoso segundo de maderas virtuosas, enigmático y luminoso el tercero con la cuerda comandada por Aitor Hevia más clara que nunca, y ese grandioso «allegro» con fuego lleno de luces y sombras con las tímbricas limpias (bravo las dos arpas) y variadas, expresando todas las emociones tan características e identificables del genio ruso, cerrando un concierto pleno de entrega por parte de todos gracias a un Jaime Martín siempre convincente y convenciendo a «tutti».

Oscuridad luminosa

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Viernes 17 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Rusia siglo XX»: abono 3 OSPA, Sir Stephan Hough (piano), Nuno Coelho (director). Obras de Grieg y Shostakovich.Regresaban los conciertos de abono de la OSPA con su titular Nuno Coelho que tenía el habitual encuentro previo con el público en la sala de cámara a las 19:15 horas, para comentar el éxito en La Coruña el día antes, dentro del intercambio con la OSG, realizar una breve semblanza de Sir Stephan Hough (Heswall, 1961) de quien espera estrenar su Concierto para piano «El mundo de ayer» (2023) aunque para este programa se haya decidido por el de Grieg , y comentándonos su amor (pasión diría yo) por Shostakovich del que nos habló de sus altibajos emocionales y personales en la Unión Soviética, de sus miedos y violencia en la escritura como forma de protesta a menudo velada o incluso con humor crítico, para diseccionarnos su décima sinfonía, estando igualmente a la espera de programar la 7ª o la 8ª (la 5ª ya la hemos disfrutado hace un año) pero sobre todas la 15ª, describiéndonos al compositor soviético como un verdadero «training» para toda orquesta y el esfuerzo casi maratoniano de sus obras por intensidad y esfuerzo que requiere de todos. En el concierto se corroboraría todo lo que el maestro portugués nos contó, con más presencia en la sala que en las dos citas anteriores, y lo mismo con un auditorio que parece recobrar aficionados.

El jueves Leif Ove Andsnes impregnó la sala principal de una atmósfera noruega con Grieg y Chopin que por la magia musical serían los compositores del pianista británico en este programa lleno de luminosa oscuridad con el Concierto para piano en la menor, op. 16 de Grieg donde pudimos comprobar la frase que no hace mucho decía su homólogo Sir András Schiff que «El piano no puede ser solo cuestión de dedos» y tras más de 40 años de carrera el polifacético y casi renacentista artista inglés demostró cómo interiorizar y hacer propia cada obra, más cuando hay el feliz entendimiento en la concertación como fue el caso, y más en una obra que lleva años interpretándola. Desde el redoble inicial de timbal y el primer acorde del Allegro molto moderato comprobamos la amplísima gama de matices en un piano siempre presente, su forma de «estirar el tempo» sin perder la pulsación y siempre encajando con la orquesta, plenamente integrada con su titular. Las cadencias de Sir Stephan Hough merecen utilizarse de ejemplo para tantos intérpretes que siguen afrontando este delicioso concierto del noruego estrenado en la capital danesa en 1869 y que combina folklore y lirismo romántico. El buen estado de la formación asturiana ayudó a disfrutar de la rítmica tan especial del haling y el springdans nórdicos jugando con la alternancia entre binario y ternario de ambas para encajar cada movimiento a la perfección con el solista. Coelho consiguió el balance ideal para poder disfrutar siempre del piano, tanto en las partes solistas como las concertantes siempre acertado con el fluir del inglés arropado por una cuerda comandada de nuevo por el asturiano Aitor Hevia. El Adagio pareció hacernos flotar a todos gracias al intimismo alcanzado entre solista y orquesta, tan «imperial» e incluso «chopiniano» desde un piano cristalino y una aterciopelada sinfónica, especialmente en maderas y cuerda grave, paladeando cada compás, cada arpegio, cada trino, preguntas y respuestas alternándose, de dinámicas contenidas antes del siempre luminoso y danzante Allegro moderato molto e marcato de aires marciales bien marcados por todos sin apresurarse, porque así está escrito, el empuje lleno de virtuosismo con esa aparente sencillez, la de la flauta casi pastoral que detiene por un momento el fluir de los nórdicos, sencillez y elegancia que transmite Sir Stephan Hough desde su madurez interpretativa.

Y en solitario pero con la misma elegancia o el famoso «a touch of class» de este caballero del piano, su Nocturno op. 9, nº 2 de Chopin fue una nueva lección de interpretación sentida, personal (sus rubati son seña de identidad), profunda, poética y limpia, como recogiendo la atmósfera del día anterior.

Para La Décima de Shostakovich, probablemente la más completa y exitosa de las quince, estrenada en 1953 tras la muerte de Stalin, nuestra OSPA sacaría todo el «músculo» y la energía que el maestro portugués transmite y contagia, exprimiendo de cada sección y sus principales lo mejor en una interpretación muy completa por parte de todos, sin excepción.

Con ese arranque oscuro de una cuerda tersa, oscura, tensionada, empastada y unida, el inmenso Moderato nos llena de dudas existenciales y de incomodidad interior desde una belleza sinfónica de sonido impecable. Como escribe Alejandro G. Villalibre en las notas al programa sobre el ruso: «desnuda su alma y como siempre muestra las debilidades y las reservas de fuerza y de grandeza que siempre le caracteriza», una compleja sencillez llena de claves por descifrar y su probable celebración encubierta de la muerte del dictador. Muchos términos para intentar describir la música del ruso: «tragedia, desesperación, terror y violencia, y dos minutos de triunfo», opresión donde las maderas van desgranando miedos y la nostalgia sentida por el clarinete contestada por el fagot que retoma la pesadilla, junto a los tutti que transmiten ese pavor a una noche luminosa que puede ser la última como nos contaba Coelho, con unos trombones corales impresionantes. El «furioso» Allegro se convierte en una auténtica efusión emocional sostenida, dúo de píccolos estridentemente contenidos pero suficientemente presentes junto al ominoso tambor militar, el uso de la marcha como ya hiciese Tchaikovsky con la sensación de terror, tiempo vivo y exigente en esta segunda parte de la «maratoniana décima«, todos a una empujados con autoridad por el mariscal Coelho antes del vals del Allegretto donde aparece la música con la representación del llamado «tema Shostakovich» (sus iniciales DSCH que son las notas en la notación alemana). Flautas y clarinetes compiten antes de la trompa solista por intervenciones seguras y matizadas para transmitir esa tragedia personal elevada a una música única. Y el Andante – Allegro final con ese extenso diálogo de los vientos solistas desde un clarinete inspiradísimo que nos adentra en la pesadilla inicial en un tiempo vertiginoso bien ejecutado. Matices extremos sin estridencias, trompeta y trombón en fructífera lid, el solo de fagot que parece disipar las sombras que han perseguido al resto de la sinfonía hasta llegar al clímax masivo con los metales y toda la orquesta en lo que se ha descrito como «una afirmación resuelta del triunfo del individuo sobre un régimen desalmado y deshumanizante». Esta vez el colectivo salió triunfante y la «maratoniana décima» llegó con una buena marca de la casa.

PROGRAMA:

EDVARD GRIEG (1843 – 1907)

Concierto para piano en la menor, op. 16

I. Allegro molto moderato

II. Adagio

III. Allegro moderato molto e marcato

DMITRI SHOSTAKOVICH (1906 – 1975)

Sinfonía nº 10 en mi menor, op. 93

I. Moderato
II. Allegro
III. Allegretto
IV. Andante – Allegro

Las palabras se hacen música

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Domingo 23 de junio, 12:30 horas73º Festival de Granada. Monasterio de San Jerónimo / Cantar y tañer | Tríptico Haydn: Cuarteto Quiroga. Haydn: Las siete últimas palabras de Cristo en la cruzFotos de ©Fermín Rodríguez.

En la iglesia del Real Monasterio San Jerónimo la mañana del domingo invitaba al recogimiento y nada mejor que escuchar Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz de Haydn en un entorno único y con el Cuarteto Quiroga que congregó a un amplio espectro de público respetuoso a lo largo de la hora larga de «ceremonia».

Bernardo García-Bernalt Alonso en sus notas al programa titulaba el concierto Haydn, el orador ilustrado algunas de las cuales iré intercalando, nos ilustra sobre el origen de esta obra «para una celebración devocional singular, muy en consonancia con el modelo cultual de la Ilustración: el ejercicio de Las tres horas. Tal acto se venía celebrando desde hacía años en La Santa Cueva, un oratorio subterráneo en el centro de la ciudad de Cádiz. La ceremonia tenía lugar a mediodía del Viernes Santo y su objeto era la meditación sobre las frases que, según los evangelios, Cristo pronunció en la cruz». El Cuarteto Quiroga en un estado de absoluta compenetración y un sonido compacto, que la acústica favoreció (para ello elegí sentarme hacia atrás), arancó L´introduzione mostrando las cualidades de tantos años trabajando juntos, un solo corazón donde confluyen dos venas (Josep Puchades, viola y Helena Poggio, violonchelo) y dos arterias (Aitor Hevia con Cibrán Sierra en los violines) bombeando y limpiando una sangre musical que fluye por los instrumentos de los cuatro con el mismo latido por las aurículas y ventrículos de cuerda.

Antes de la primera palabra, Sonata I «Pater, dimitte illis, quia nesciunt, quid faciunt» y así a lo largo de los siete sermones primigenios «tras cada uno de los cuales se debía escuchar un movimiento lento que invitara a la meditación ante el calvario que presidía, y aún preside, el oratorio. Prédicas y música irían alternando y, tras la séptima sonata, sonaría la representación musical del terremoto que siguió a la crucifixión»Cibrán Sierra oficiaría de «Pastor» con las lecturas sacadas de los cuatro evangelistas sobre los últimos momentos de Jesús en la Cruz, preámbulo del discurrir de todas ellas y obligada meditación durante su escucha.

Imposible quedarse con alguna de las últimas siete palabras que Haydn convierte en música, estados anímicos, esplendor de esperanza unido al dolor compartido, unas cuerdas que lloran y conmueven, el sonido impoluto lleno de amplias dinámicas respetadas desde un silencio sepulcral que hacían todavía más expresivos los silencios, resonando el cello de Helena Poggio como la piedra que conecta con el suelo. Maravilloso observar los arcos, el escrupuloso respeto a lo escrito y especialmente la unidad de sonido que tanto en unísonos como en respuestas o motivos pasando de uno a otro alcanza el Cuarteto Quiroga del que puedo decir que sigo desde sus inicios hace más de dos décadas. Años de trabajo conjunto y tan necesarios en esta formación consiguen sumar talento y unir en un solo ente y mismo latido unas páginas donde «papá Haydn» encuentra inspiración sinfónica desde lo camerístico.

Vuelvo a citar a Bernardo García-Bernalt Alonso: «La recepción y circulación que la edición para cuarteto tuvo en España fue notable, como atestiguan su presencia en diversas bibliotecas y archivos, así como la venta de la partitura, anunciada en prensa desde 1790. De hecho, es probable que, durante el siglo XIX, fuera esta la versión que se interpretaba en el La Santa Cueva, colocando a los músicos en una galería superior que comunica con el testero de la capilla por dos ventanales. De este modo, como evocaba Castro y Serrano en 1866, «la melodía baja del cielo y suspende el ánimo del auditor»».

Cada lectura del evangelio nos preparaba anímicamente e incluso el «Pater Serra» declamaba con buena dicción unos versículos que Haydn transmutaría en música con la palabra «del Quiroga». La Sonata V «Sitio» jugó con unos pizzicatti delicados contrapuestos a la tensión siguiente, hasta llegar a Il terremoto final que no hubiese necesitado presentación para abrirnos las carnes, los oídos y hasta el amor por una música que el Cuarteto Quiroga ha hecho suya.

Finalizo con las notas del profesor García-Bernalt pues el Cuarteto Quiroga las interpretó al pie de la letra: «(…) cada una de las siete sonatas comienza en el primer violín con una breve melodía que se ajusta al texto evangélico, como si de una línea vocal se tratara; este motivo sirve como idea principal (Hauptsatz) que recorre y vertebra la sonata (Haydn insistió a su editor para que esas palabras aparecieran claramente bajo las notas correspondientes). A pesar de la homogeneidad, Haydn logra una subyugante variedad mediante un plan tonal imaginativo –incluso aparentemente extravagante–, organizado simétricamente en torno a la sonata central por pares de movimientos equidistantes de esta. A ello une una exquisita fluidez melódica y un uso innovador de la forma sonata. Su obra atrapa al oyente y, como fue la voluntad declarada del autor, «provoca la más profunda emoción del alma, incluso en la persona más sencilla». Pura oratoria musical». En mi caso titulo esta entrega «Las palabras se hacen música»….

Buena «misa dominical» antes de subir esta noche al Palacio de Carlos V para buscar un paraíso vienés que contaré sin prisa pero sin pausa.

Cuarteto Quiroga:

Aitor Hevia, violín  – Cibrán Sierra, violín – Josep Puchades, viola – Helena Poggio, violonchelo.

PROGRAMA

Joseph Haydn (1732-1809):

Die sieben letzten Worte unseres Erlösers am Kreuze, HOB.XX:2

(Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz, 1787):

L´introduzione

Sonata I «Pater, dimitte illis, quia nesciunt, quid faciunt»

Sonata II «Hodie mecum eris in Paradiso»

Sonata III «Mulier ecce filius tuus»

Sonata IV «Deus meus, Deus meus, utquid dereliquisti me»

Sonata V «Sitio»

Sonata VI «Consummatum est»

Sonata VII «In manus tuas Domine, commendo spiritum meum»

Il terremoto

Una Resurrección para 25 años

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Sábado 8 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto Extraordinario 25 aniversario del Auditorio «Príncipe Felipe»: Slávka Zámecníková (soprano), Fleur Barron (mezzo), OSPA, OFIL, Coro de la FPA (maestro de coro: José Esteban García Miranda), Nuno Coelho (director). Mahler: Sinfonía nº 2 en do menor, «Resurrección». Butaca de patio: 15 €.

Hace años que el «tiempo de Mahler» ha llegado, siendo el compositor que más grabaciones de sus obras tiene y uno de los más programados, así que nada mejor para conmemorar las Bodas de Plata del Auditorio de Oviedo que con su monumental segunda sinfonía, «Resurrección», uniendo las dos principales orquestas asturianas que llenan gran parte de la programación en este edificio de Rafael Beca sobre los antiguos depósitos de agua de «La Viena Española», como en 2017, un sábado casi invernal con buena entrada (pese al partido de promoción del Real Oviedo), y el titular portugués de la OSPA al frente (con Aitor Hevia nuevamente de concertino), volviéndome mis recuerdos de hace casi 16 años donde el «Coro de la Fundación» interpretaba esta misma sinfonía con la entonces premiada Orquesta del Sistema venezolano bajo la batuta de un Dudamel que comenzaba una meteórica carrera que últimamente parece haberse estancado.

Difícil unir dos formaciones para esta sinfonía pero el maestro Nuno Coelho puso todas las herramientas para conseguir una más que aseada versión, aunque las distintas secciones no estuviesen del todo ajustadas con un inicio titubeante pero que a medida que la obra avanzaba la complicidad entre todos se notó y fue de menos a más como la propia Segunda Sinfonía, de la muerte a la vida.

Si el primer movimiento son esos «Ritos fúnebres», la oscuridad y contrastes se alcanzaron con un Coelho claro y preciso en los gestos y literalmente Con expresión totalmente seria y solemne, encajando este monumental arranque que como escribe la doctora Cortizo «expresando la lucha del hombre ante su inexorable destino: la muerte», una lucha desde el podio cargada del dramatismo mahleriano con silencios subrayando esa oscuridad que planea en estos Totenfeier y que la OSPA+OFIL fue creciendo en entrega.

El sosiego y tranquilidad llegaría en länder del segundo movimiento, la cuerda aterciopelada, expresiva, con un sonido muy cuidado bien secundado por la madera, siempre un seguro en las dos formaciones, gama amplia de matices marcados al detalle por el maestro Coelho, con buen balance para esta masa sinfónica sin perder las líneas melódicas, destacando un redondo «pizzicatto» contestado por un flautín digno de estudio ornitológico.

Y como siguiendo el guión indicado en la propia partitura, un tercero «tranquilo y fluido», diálogos de maderas exquisitas con una cuerda cristalina en un tempo para disfrutar el Mahler que habita entre nosotros de su canción Des Antonius von Padua a los peces sobre unos de los poemas de «El cuerno mágico de la juventud», un scherzo optimista que Coelho dibujó con su precisión habitual, contrastes voluptuosos muy logrados, perfilados más que dibujados, haciendo brillar a esta gran orquesta astur.

La esperada canción “Urlicht» (“Luz primordial”) subió enteros gracias a la ya conocida mezzo Fleur Barron de emisión increíble, color vocal ideal para Mahler, dicción perfecta y unos graves de diamante (por el brillo y dureza) sin perder nunca homogeneidad e impregnando de emoción y complicidad en el acompañamiento de Nuno Coelho o en el dúo con Aitor Hevia, mimando las dinámicas sabiendo hasta dónde llegar para no perdernos este cuarto movimiento que dice «El buen Dios me dará un poco de luz, ¡me conducirá a la vida eterna!», luces tenues, casi párvulas en los metales mecidos por una cuerda de seda, esperanzador viaje de la muerte a la vida preparando la «Resurrección» final con un corno inglés lastimeramente bello.

Y si el primer movimiento es monumental aún más el quinto, sublime, con el coro empastado, piano junto a la eslovaca Slávka Zámecníková (1991), otro ‘descubrimiento’ perfecto para completar este torbellino emocional y misericordioso de esta segunda para las bodas de plata: volumen penetrante sin forzar,  presente, delicada, sobrevolando desde detrás de las arpas y delante del coro (junto a la mezzo irlandesa en feliz empaste de ambas), Coelho sacando lo mejor de los músicos, tanto la banda externa de trompas y trompetas en las alturas como en un escenario con la caja escénica abierta para acoger este ejército sinfónico. El resplandor del poema de Klopstock brillante, impactantes los metales y percusión del Dies Irae, la montaña rusa de sensaciones con dinámicas extremas, el coro con esta obra en sus genes, interiorizada y muy trabajada en todos los aspectos, avanzando hacia el final ya en pie para un Finale que sigue poniendo la carne de gallina y haciendo subir las pulsaciones ante las últimas palabras que «levantan el vuelo» y nos hacen morir para vivir. Otra Resurrección asturiana a la espera de mi deseada Octava…

PROGRAMA

Gustav Mahler (1860-1911)

Sinfonía nº 2 en do menor, “Resurrección” (1895)

I. Totenfeier (Ritos fúnebres). Mit durchaus ernstem und feierlichem Ausdruck
(Con expresión totalmente seria y solemne). Allegro Maestoso

II. Sehr gemachlich (Muy tranquilo). Andante moderato

 III. In ruhig fliessender Bewegung (Con un movimiento tranquilo y fluido)

IV. Sehr feierlich, aber schlicht (Muy solemne, pero sencillo)

“Urlicht” (“Luz primordial”)

V. Im Tempo des Scherzos. Wild herausfahrend (En el tempo del Scherzo. Salvajemente conduciendo hacia adelante)

“Aufersteh‘n” (“Resurrección”)

Para quitarse el birrete

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Viernes 24 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono XII «La bella molinera»: OSPA, Clara Mouriz (mezzo), Juanjo Mena (director). Obras de Ravel, Montsalvatge y Falla.

Penúltimo concierto de abono de la temporada regular de la OSPA, en busca de concertino (hoy de nuevo Aitor Hevia) y el regreso como director invitado del vitoriano Juanjo Mena (1965) con un programa que el público agradece por ser de los que la formación asturiana tiene interiorizados y de vez en cuando conviene volver a airear, esta vez junto a la mezzo donostiarra Clara Mouriz, a quien descubrí en 2013me dejase buen sabor de boca hace ya 7 años.

Con una entrada muy pobre en el auditorio, la ciudad cercada por las Fuerzas Armadas y la música militar de la Legión (cabra incluida) al lado, banda de cornetas y tambores con su repertorio, más la Música (Banderita tú eres roja cantada por toda la Plaza del Fresno, y Paquito el chocolatero bailado hasta por los gastadores), antes de emprender camino a la Catedral, mi opción era clara, llegando para el encuentro previo de las 19:15 en la sala de cámara con la mezzo vasca, aunque teniendo que cantar a continuación tampoco se la forzó mucho pero sirvió para que nos contase su experiencia inglesa desde sus tiempos de alumna y posteriores compromisos, su trabajo con Mena y un breve análisis de las obras que interpretaría después. Desconozco la razón de titular este duodécimo de abono «La bella molinera» pues no escucharíamos a Schubert sino todo un programa de la que se puede llamar «música española universal», con el vasco-francés Ravel y su Rapsodia Española, las inspiradas canciones antillanas y caribeñas de la España colonial del catalán Montasalvatge, más el «Falla que no falla» donde el tricornio se convirtió en birrete.

El maestro Juanjo Mena cuidó en este programa el timbre instrumental, buscando sonoridades casi británicas, trabajando igualmente unas amplias dinámicas, aunque en la primera parte la OSPA tardó en calentar. Ravel en los cuatro números de su Rapsodia española (1907) trabaja temas hispanos que causaron la admiración de Falla. Los distintos ritmos provocaron algún desajuste, pero con una gran orquesta pudimos comprobar la rica cuerda del Preludio a la noche, moderado en todos los sentidos y de aires impresionistas con matices (como prepararndo la segunda parte); una vivaz Malagueña mostró el mimo por los matices y una tímbrica en los solos que pareció una orquesta distinta; la Habanera todo un manejo del rubato con Hevia mandando junto a una madera que hoy sonó inspirada; la animada Feria fue un despliegue de luz sonora, metales broncíneos, la flauta sobrevolando majestuosa y el corno inglés caribeño en el fraseo, la cuerda «desconocida» y la percusión brindándonos unos fuegos artificiales en una interpretación global que fue de menos a más.

Las Cinco canciones negras (1945) son una delicia para voz y piano que me enamoraron al escucharlas por la irrepetible Teresa Berganza. La orquestación de 1949 muestra el buen oficio del compositor catalán, y pese a la inspiración en nuestras antiguas colonias del Caribe, respiran un idioma francés que sobrevoló todo el concierto pese a concebirlo como la universalidad de nuestra música popular elevada a lo sinfónico, mayor colorido pero más exigente para la voz de soprano o mezzo. Cantadas por Clara Mouriz nos mostraron lo buen concertador que es el director vitoriano así como conocedor de estas cinco joyas, aunque en el Chévere y el último Canto negro se le escapase más volumen del necesario, si bien el color de la mezzo no es homogéneo y pese a tener unos graves suficientes, el balance con la orquesta se hizo difícil (en disco evidentemente sí se logra). Tampoco pudimos escuchar con claridad los excelentes textos poéticos que al menos figuraban en el programa de mano. Cuba dentro de un piano fue un «abanico» orquestal mejor que la original, bien matizada por Mena, y otro tanto del Punto de Habanera, donde la voz de la donostiarra sonó en su mejor tesitura. De las cinco me quedo con la Canción de cuna para dormir un negrito que sonó más equilibrada, con momentos susurrados donde comprobar la técnica vocal y la musicalidad de esta belleza (nada molinera) de Montsalvatge.

Tras la primera parte y con la OSPA a punto, Juanjo Mena nos traería el mejor Falla que nuestra orquesta ya llevase al disco en tiempos de Max Valdés e interpretado varias veces a lo largo de estos seis lustros largos. Puedo decir que los años han dado madurez a la formación asturiana y el enfoque del director alavés fue todo un acierto que se pudo comprobar por lo apuntado de la búsqueda de tímbricas y dinámicas bien devueltas por los profesores (y profesoras), con refuerzos obligados, brillando todos al máximo nivel. Me consuela que sea mi último concierto de la temporada (me perderé el abono XIII y no por superstición sino debido a otro compromiso ineludible) por lo que supuso este «reencuentro» con la mejor impresión de la orquesta de todos los asturianos.

Clara Mouriz abría esta segunda parte dedicada a Don Manuel con el aria de Salud «Vivan los que ríen» (de La vida breve) un esbozo operístico con giros de cante jondo donde la mezzo dejó su buen hacer en este repertorio nuestro y la OSPA con Mena sonó en su mejor dimensión, bien concertada, equilibrada y casi preludio del ballet completo, también con las breves apariciones de Mouriz en la misma línea de esta Salud.

El sombrero de tres picos es una verdadera prueba de fuego sinfónica, danzas reconocibles de una orquestación exquisita que el maestro Mena conoce como pocos y ha llevado por los mejores escenarios del mundo. Sacar todos los ritmos tan españoles de Fandango, Seguidilla, Farruca o la impactante Jota final es una labor de orfebre, tímbricas muy trabajadas, cambios encajados y dejando a los primeros atriles disfrutar en sus solos. Cada sección parecía competir en musicalidad, con unas trompas al fin rotundas capitaneadas por Javier Molina, las trompetas majestuosas con Maarten van Weverwjik en  cabeza, Juan Pedro Romero al oboe o Pablo Amador Robles al corno rivalizarían en sus «cantos», John Falcone nos brindó con el fagot pasajes con la comicidad justa y un sonido muy logrado; Myra Sinclair a la flauta redondeando maderas y metales; Mirian del Río con el arpa tras el Ravel primero y conjunto que dejó su halo como para Anna Crexells pasando de la celesta al piano. La cuerda con los primeros Aitor Hevia y Daniel Jaime al frente sonó británica por afinidad, afinación, complicidad, contrabajos, cellos y violas junto a los segundos tan primeros como el resto.

Y el quinteto de percusión más los timbales tan necesarios en este Sombrero por el empuje, la rítmica, la sonoridad en su plano justo, con Juanjo Mena dibujando y hasta bailando sobre la tarima, coreografiando el «Casadita, casadita» de Clara Mouriz con las palmas y jaleos orquestales perfectamente encajados,  y hasta el «¡Cucú, cucú!»de la Danza del molinero e incluso taconeos redondeando un tricornio que se volvió birrete de profesores por esta espléndida versión.

PROGRAMA

Maurice Ravel (1875 – 1937)

Rapsodia española:

I. Preludio a la noche – II. Malagueña – III. Habanera – IV. Feria

Xavier Montsalvatge (1912 – 2002)

Cinco canciones negras:

I. Cuba dentro de un piano – II. Punto de habanera – III. Chévere – IV. Canción de cuna para dormir
un negrito – V. Canto negro

Manuel de Falla (1876 – 1946)

La vida breve: “Vivan los que ríen”

El sombrero de tres picos:

Introducción

Parte I:
La tarde – Danza de la Molinera (Fandango) – Las uvas

Parte II:
Danza de los vecinos (Seguidillas) – Danza del Molinero (Farruca)-  Danza del corregidor – Danza final (Jota)

Perianes reparte juego

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Viernes 10 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono XI OSPA: «Mozart y Perianes». Javier Perianes (piano), Cuarteto Quiroga, OSPA. Obras de W. A. Mozart.

El titular de la entrada no es una referencia al juego de mus, en tal caso a la «MÚSica» pero aprovechando que el onubense Javier Perianes (Nerva, 1978) es futbolero y merengue para más señas, no quería perder esta vez las referencias al deporte, al balompié, al trabajo en equipo y al disfrute que supone escucharle, tanto en el encuentro previo al concierto, con más presencia de la habitual, donde su cercanía, humor y buen talante nos preparó a todos para la terapia mozartiana en esta nueva visita a la capital, y además con la compañía de nuestros amigos del Cuarteto Quiroga.

Comentaba el pianista sus inicios en la música como terapia para un niño travieso, nada raro entonces, donde un concierto le atrapó, el apoyo de sus padres, el clarinete que su tía cambió por un piano tras los veranos en La Antilla, los esfuerzos y su eterno agradecimiento para todos sus profesores, desde sor Julia Hierro, la primera y hoy nonagenaria con quien aún habla antes de los conciertos y reza por él desde el asilo, pasando por Ana Guijarro en sus años sevillanos, o Josep Colom, de todos y cada uno con el recuerdo de su permanente magisterio, más el siempre necesario apoyo de su esposa Lidia, que además de pianista conoce como nadie a su pareja.

Le preguntaba «el habitual» de cada encuentro en la Sala de Cámara tres cuartos de hora antes de los conciertos, qué obras habían sido las más difíciles y Perianes no dudó  en contestarle que las actuales, siempre nuevas y distintas porque el directo es irrepetible, incluso cuando graba prefiere hacerlo de un tirón y que sea el ingeniero quien elija la toma buena, sin «corta y pega» porque Javier es además de un excelente pianista es un tipo espontáneo, cercano, «disfrutón», con las ideas claras de quien vive el momento y contagia alegría de vivir con, por y para la música.

El programa íntegro de Mozart comenzaba con el Concierto para piano nº 24 en do menor, K. 491 (1786) en una reducción para cuarteto de cuerda con piano, un cinco muy baloncestístico donde el de Nerva sería como un buen base que tiene memorizadas las jugadas, cuenta con un equipo de estrellas y reparte a diestro y siniestro, con bandejas y asistencias para que los compañeros rematen, generosidad, respeto y dominio del parqué. Este vigésimo cuarto del de Salzburgo nos dejó la feliz conjunción y entendimiento de un quinteto que lleva años jugando juntos, y que en palabras del musicólogo y compositor británico Arthur Hutchings (1906-1989), el mayor especialista del genio austriaco, considera su esfuerzo más sutil: «se trata de una obra oscura y apasionante, hecha más sorprendente por su restricción clásica, y el movimiento final, un conjunto de variaciones, es comúnmente considerado como ‘sublime’ (…)», y al de Nerva, que llevo años denominándole «El Sorolla del piano» por su luminosidad, no quiero olvidarme de las llamadas ‘sombras coloreadas’ tan del gusto impresionista, con todo el juego aportado por el Cuarteto Quiroga y el piano siempre limpio, claro y presente, convirtiendo el concierto orquestal de sonoridades y texturas que lograría la sección de viento del lienzo sinfónico, llevado a una paleta ligera y tenue de acuarela donde no hay posibilidad de corrección, y el quinteto no la necesitó, repartiendo «el base» y esquivando en solitario desde su puesto retrasado que aunaba e integraba este concierto tan vienés, desde el patético Allegro inicial a la luz del Larghetto para volver a los claroscuros del Allegretto final donde no faltarán los toques musicales humorísticos del Mozart en estado puro, pasajes virtuosos y el preciso contrapunto con diálogos motivados y tímbricos en este verdadero equipo de estrellas.

Ya con la plantilla perfecta y la selección OSPA con un equipo donde «Los Quiroga» se integraron a la perfección en la llamemos columna vertebral de la cuerda, y con Cibrán Sierra de concertino en perfecto entendimiento con Perianes, llegaría el Concierto para piano nº 12 en la mayor, K. 385p (414), compuesto a finales de 1782 en la tonalidad que para Mozart era sinónimo de lirismo y serenidad, y en su momento anunciado como que «puede(n) ser interpretados no sólo con un acompañamiento de gran orquesta y vientos, sino también con un quattro, es decir, con dos violines, viola y violonchelo». Fiel por tanto a esta idea de Mozart intentando publicarlos por suscripción, más allá del enfoque utilitario (recordar que los músicos también comen), con Perianes en el centro del campo me recordaría al mejor Iniesta, aunque como merengue tendré que llamarle mejor Luka Modrić por los triunfos del madridista y la veteranía que supone una trayectoria que en el piano es siempre más longeva que en el fútbol.

Más que dirigir o concertar, Perianes desde el piano marca lo necesario para dar confianza al equipo, la «serenidad de la mayor», además de exigir más responsabilidad en cada parcela del campo, y así fluyó la terapia musical de este duodécimo. Aires de serenata, el lirismo que nunca falta, las cadencias -desconozco la autoría -bien encajadas porque los pases van al hueco donde siempre hay la recepción exacta y viceversa, todo el equipo engrasado, disfrutando porque aquí no es necesaria «la épica blanca» sino el disfrute con el toque, escuchándose, vibrando, contagiando energía, vitalidad, todo en una ejecución de Champions, con la plantilla funcionando desde la línea medular –como llaman los periodistas expertos– de la cuerda hasta una madera de lo más mozartiana y unos metales junto a los timbales sin necesidad de «sobar la bola» ni «echar balones fuera», más bien integrándose en esta unidad terapéutica con los ‘amados clarinetes’ desde aquel 1777 en Mannheim, con el Andante para recrearse todos al primer toque, sutiles, compactos, con la posesión justa para mover esta música donde el «mediocampista» lució galones sin necesitar excentricidades.

Y en este espectáculo de los tres conciertos de Mozart tan vieneses, el Concierto para piano nº 21 en do mayor, K. 467 (1785) sin clarinetes pero con el mismo equipo y estructura nos trajo al Perianes en modo Toni Kroos, actual, certero, manejando este bellísimo concierto (que lleva de sobrenombre «Elvira Madigan» por la película que popularizó su segundo movimiento), sin necesidad de partitura, plenamente integrado en su quehacer desde distintos campos y equipos pero con la confianza de jugar en casa, secundado y apoyado, sin miedo escénico ni presión porque el triunfo estaba asegurado y este partido  era para disfrutarlo tanto en el campo como desde la grada. Cibrán un lateral izquierdo que sube la banda, Poggio en el derecho sin dejar pasar nada, más «adelantados» Puchades y Hevia (habitual con la elástica asturiana) en posición de refuerzo central, con una delantera de viento capaz de atacar con sutileza y elegancia, y de sacrificarse «recuperando balones» manteniendo un excelente trabajo de equipo donde Perianes repartió todo el juego que atesora en su cabeza, corazón y dedos. Si el Allegro maestoso hizo gala del calificativo, con perlas al piano, dinámicas de claroscuros y guiños sinfónicos, el famosísimo Andante fue de una hondura capaz de cortar la respiración, abriendo el campo de escucha con una cuerda gustándose mutuamente, y el inmenso Allegro vivace assai atacado sin fisuras, casi diabólico por un feliz alboroto lleno de descaro compositivo e interpretativo, contagioso para toda la selección orquestal, con el Mozart que parecía tener en mente la diversión pianística y los juegos con la orquesta perfectamente dispuesta y capaz de tocar.

El partido se nos hizo corto en el escenario ovetense pero podré recordarlo como otro encuentro de los que hacen afición, con este equipo OSPA de primera al que Mozart siempre le sienta bien, más con los compañeros de este noveno de abono.

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