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El órgano orquestal

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Lunes 24 de octubre, 21:00 horas. Catedral de León, XXXIII FIOCLE: Daniel Oyarzabal (órgano). Obras de Bach, Mendelssohn, Brahms, Mussorgski, Messiaen Rimski-Korsakov, más Saint-Saëns. En colaboración con el CNDM. Entrada libre.
Regresaba el ideólogo de la integral de Bach en «el bicho Klais» y del vermut sabatino en el Auditorio Nacional madrileño, que vuelve esta temporada con mucho más que «el viejo peluca» aunque siempre vaya asociado al instrumento rey.  Como si se hubiese programado, la última propina de Guillou era la que abriría el concierto del instrumentista vitoriano en este festival que llena la Pulchra (y aún faltan otros dos que seguirán esta línea bachiana para no perder nunca el norte).

La «Sinfonía» de la Cantata «Wir danken dir, Gott» BWV 29 de Bach en los dedos de Daniel Oyarzábal resultó la auténtica acción de gracias divina, brillante en aire y registros, poderosamente barroca con aire joven antes de proseguir con el descubridor y seguidor de «nuestro Dios», el Mendelssohn romántico que rinde pleitesía al maestro, primero con la Sonata VI en re menor (1845) cuyos seis movimientos comienzan con un Coral luterano respirando Leipzig por todas partes, el Andante sostenuto cual preludio o primera variación de sonoridades aterciopeladas e íntimas antes de las cinco siguientes, empuje de la nueva generación que romperá moldes en el Allegro molto (cuarta y quinta variación) por virtuosismo y plenitud tímbrica bien elegida por el victoriano, antes de la Fuga: Sostenuto e legato, limpieza de líneas preparando el Finale: Andante, vuelta al reposo en volúmenes y registros cual meditación personal tras el tributo bachiano de nuevo lenguaje. Otro tanto podría decir del Preludio y fuga en re menor, op. 37 nº 3 (1837) casi continuación del genio en un portento de aunar tradición y evolución, algo que en Mendelssohn, con Bach siempre presente en el órgano, consigue y Oyarzábal transmite.

Otro alemán como Brahms llevará las formas barrocas, más las propias del instrumento rey y también partiendo, como no puede ser de otra manera, de Bach y la evolución del órgano en cuanto a expresión, del coral (Herzlich tut mich verlangen y O Welt, ich muss dich lassen, ambos de sus Preludios Corales Opus 122) perfectamente entendido y traducido en los registros del intérprete alavés, y el inmenso Preludio y fuga en sol menor, WoO 10, mismas formas, misma herencia, mismo respeto, pero avanzando hacia un horizonte interminable e inalcanzable.
El salto lo dará el inigualable Oliver Messiaen y su Livre du Saint Sacrament (1984), de quien Daniel eligió La Résurrection du Christ, explosión sonora en un órgano como el Klais leonés que es perfecto en estos repertorios tan exigentes en combinaciones, volúmenes y efectos, más la oración tras la comunión íntima, reflexiva, bella y serena de Prière après la communion, herencias de escuela francesa y raíces cristianas comunes donde catolicismo o luteranismo se dan la mano con la música inspirada en la religión.

Impresionante interpretación de Oyarzábal que preparó sabores y sonidos rusos antes con «La cabaña sobre patas de gallina» de los Cuadros de una exposición (Mussorgski), la recreación más que transcripción al órgano de una magnífica obra sinfónica orquestada por Ravel, traspasada incluso por Guillou de rey a rey, confluencia rusa y francesa, pero especialmente con otro ruso pintor orquestal como Rimski-Korsakov, de cuyo Capricho español, op. 34 (1887) el también joven organista alavés Israel Ruiz de Infante preparó unos arreglos endiablados que sólo Daniel Oyarzábal puede afrontar para que «el bicho» supere la propia orquesta sinfónica. La Alborada, la Scena e canto gitano y el Fandango asturiano son mucho más que tres números sacados de tan magna obra, en el órgano pudimos disfrutar de manos y pies con toda la paleta sinfónica en los tubos, juegos de teclados y registros virtuosísticos sin perder nunca presencia las conocidas y populares melodías (que se ha dicho fueron escuchadas por el ruso en una escapada a Ciaño desde aguas mediterráneas, invitado por Don Pedro Duro) engrandecidas más que arregladas por Ruiz de Infante y hechas realidad por su paisano.

Por dos veces volvió Dani Oyarzábal y dos propinas en la misma línea orgánica orquestal pero francesa, Saint-Saëns con su Carnaval de los Animales primero el final donde los dos pianos y la orquesta fueron el pletórico órgano en otro endiablado arreglo lleno de fuerza, humor y virtuosismo, y el cristaliano Aquarium, lírico y sereno como la contemplación de los peces, timbres acuáticos llenos de brillos, pianos como arpas y tubos de ensayo orquestales porque así se adaptan los registros del Klais que finalizaron una velada de juegos sonoros llenos de volúmenes extremos.

Triple Guillou

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Viernes 21 de octubre, 21:00 horas. Catedral de León, XXXIII FIOCLE: Jean Guillou (órgano). Obras de Widor, Guillou y Liszt. En colaboración con el CNDMEntrada libre.

Intérprete, compositor e improvisador, disfrutando de su órgano y traducido por Susan, su esposa, Jean Guillou (1930) volvía a «la Pulchra» con el órgano por él diseñado y construido por Klais, seis años atrás para el primer contacto y arranque más tres años que lo inauguraba. En cierto modo es el padre del «bicho» que en sus manos y pies vuelve a rugir, no importan detalles técnicos porque cada visita suya a León es un regalo y pienso que gozar con «su hijo» es algo compartido por un público que le admira y guardó larga cola una hora antes del concierto.

El programa lo dejo escaneado arriba, ya de vuelta a la aldea, así como las fotos y enlaces (o links) habituales pero no quiero perder ni un solo detalle de este concierto.

Widor el sinfonista y casi un modelo a seguir en el «Allegro» de su 6ª sinfonía para órgano en si menor, op. 42, nº 2, donde la orquesta son los teclados increíbles de múltiples combinaciones, con cadencia propia del intérprete y todo un derroche en los tubos, sonidos propios más allá de buscar emular los orquestales que para eso el órgano es el rey y se basta por sí solo, sumándole el haber buscado el propio para «el Klais».

Éloge, op. 52 (1995) del Guillou compositor, más que elogio es elegía que recuerda a Messiaen y Dukas, juegos tímbricos de oboes y flautas como pinceladas impresionistas que van llenando el lienzo sobrio lentamente, antes de los vigorosos brochazos que hicieron gemir «su bicho», cual Ligeti explosivo, mares debussianos en galernas y calma chicha sonando en las dos fachadas. Guillou rejuvenece y actualiza esta pulcra elegía que guiña al final con el flautado casi messianico y termina al pie, fino humor francés. Obra personal de mucha solera vivida en primera persona.

Fantasía y fuga sobre el coral ‘Ad nos salutarem undam’ S. 259 (1850), Liszt inspirado en Bach, el órgano que supera al piano y guía un lenguaje siempre moderno que Guillou moldea en los registros, fantasía húngara y fuga germana además de hermanar con acento francés por lenguaje y registros casi ravelianos, pues nadie como monsieur Guillou para encontrar el sonido adecuado (siempre buscando incluso desde el jueves como escrupuloso y refinado intérprete). Ritmo marcial casi marsellés en esa fuga diabólica del húngaro en manos galas de galo, el virtuosismo al órgano.

Y del improvisador tras beberse todo lo anterior de memoria, solo con su chuleta de combinaciones numéricas (excepto la partitura propia, probablemente menos interpretada que el resto), para seguir contagiando amor por el instrumento al que ha dedicado toda su vida que esperamos continúe longeva. El arranque de la Quinta de Beethoven fue el motivo y disculpa tras los agradecimientos de Samuel Rubio para que «el padre Guillou» disfrutase del «hijo Klais» en sonoridades sugerentes con dos notas, cuatro figuras y el maestro improvisando al genio porque se tratan como iguales.

Tres facetas de este genio de 86 años que no descansa, y agradecido al público que expresaba su veneración aún se atrevió con la Badinerie bachiana de la Suite nº 2, no flauta y orquesta sino otro muestrario del «bicho Klais» en la cabeza de Guillou, plenamente feliz y bachiano que aún se marcó otro más (la «Sinfonía» de la Cantata 29).

Tras el concierto atendiendo al público
P. D.: Lo dicho, ya en casa, con ordenador y teclado mejor que el incómodo escribir desde una pantalla del teléfono.

Con Durón de Brihuega a León

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Miércoles 5 de octubre, 21:00 horas. Catedral de León, XXXIII Festival Internacional de Órgano Catedral de León – Centro Nacional de Difusión de la Música «Músicas históricas«: La Galanía, Raquel Andueza (soprano): Ayrezillos suaves. Durón 300.
León estaba de celebración con el patrón San Froilán y la fiesta llegó hasta La Pulchra que volvió a llenarse para celebrar también el tricentenario de la muerte de Sebastián Durón (Brihuega, Guadalajara 19 abril 1660 – Cambo-les Bains, Francia, 3 de agosto de 1716) gracias a la colaboración del CNDM con el FIOCLE y un concierto muy esperado que congregó aficionados llegados de todas partes. No está de más seguir recuperando nuestro patrimonio musical y rendir tributo a figuras universales que no siempre tienen la consideración necesaria, pero si además los intérpretes son referentes de estos repertorios, es lógico el éxito de este concierto en mi capital vecina.
Excelente y buen programa desde el sugerente título hasta la organización del mismo, alternando al homenajeado (con tres recuperaciones históricas a cargo del musicólogo Raúl Angulo Díaz y Antoni Pons Seguí, con las ediciones de las obras vocales en su catálogo Ars Hispana de la Cátedra de Filosofía de la Música dirigida por el primero dentro de la Fundación Gustavo Bueno), con contemporáneos que ayudan a vivir y comprender todo el entorno musical de aquellos tiempos dorados.
La obra religiosa de Durón es hermosa en si misma y atemporal, junto a unos textos que la soprano pamplonica Raquel Andueza articula con la maestría que la caracteriza, por lo que vestirlos en diferentes combinaciones y colores instrumentales a cargo de La Galanía (en trío) agranda la belleza, juegos tímbricos tejidos por la tiorba de Jesús Fernández Baena, el arpa barroca de Manuel Vilas y el órgano positivo de Alberto Martínez Molina, para las distintas cantadas y tonadas sacras más la alegre jácara de Navidad que cerraría el concierto, alternando obras instrumentales que además de descansar la voz o enriquecer el repertorio sirven para lucimiento de unos reconocidos y prestigiosos instrumentistas.
Dejo arriba del todo el programa leonés íntegro con ligeras variantes, destacando algunas cosas. El Durón de Andueza y La Galanía tiene sello propio de intención, emoción, buen gusto, entendimiento, lo apuntado de melodías que realzan unos textos religiosos desde una globalidad interpretativa que pasa por el cuidado coprotagonismo instrumental, más que un complemento polifónico. El blando susurro, tono al nacimiento, resulta de un intimismo que cortaba el aire de la catedral leonesa por donde la voz de la soprano navarra corría con la misma naturalidad de su timbre, siendo el bis esperado y largamente aplaudido. Tomando cada título literalmente nos da el enfoque perfecto de estas formas religiosas, varias dedicadas (y recuperadas) al Santísimo Sacramento: «Atended, sonoras aves», «Si mirando las luces», «Impetuosas cristalinas fuentes», «Pajarillo que el viento peinando»… sentidas por este cuarteto que respira al unísono y visten de gala cada partitura, engrandeciendo las letras en la mejor tradición compositiva e interpretativa.
Ideales estos instrumentistas para el arreglo propio de las famosas Folías de Gaspar Sanz, permitiendo centrar nuestra escucha en esas combinaciones despojadas de la voz, con un arpa celestial (más rica que la guitarra), la tiorba virtuosa igualmente cantarina que contrapunstística o rítmica en sus rasgueos, más el órgano positivo capaz de silabear como buen aerófono pero también de dar la base sonora a cada dibujo, y con él pudimos disfrutar la Gaitilla de mano izquierda que preparaba el el penúltimo bloque de Durón, además de la Zarabanda (Martin i Coll) en versión cercana del nuevo órgano positivo leonés, suficiente en volúmenes y acorde con el intimismo que rodeó todo el concierto. Igualmente interesante Encarceladito está (Carlos Subías) o los anónimos del siglo XVII como La Nochebuena, zagalesMorenas, gitanas en el último bloque cantado por una Andueza que ya había cautivado a todos los presentes, rematando con dos obras del alcarreñoAyrezillsos suaves (título del programa) y Vaya pues rompiendo el aire cuya letra final pide el aplauso, ganado mucho antes.
El excelente reportaje gráfico del concierto a cargo del músico y fotógrafo local Juan Luis García se puede ver en este enlace de flickr©, arte visual de un artista global.

Haselböck despierta el bicho

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Miércoles 21 de septiembre, 21:00 horas. Catedral de León, XXXIII FIOCLE: Martin Haselböck (órgano). Obras de J. S. Bach, G. Ligeti, F. Liszt y M. Haselböck. Concierto inicial, en colaboración con el CNDM y su ciclo «Músicas históricas». Entrada libre.

 

Volvía a La Pulchra el director y organista vienés pero con «el bicho KLAIS» en el día del tercer aniversario de su inauguración, con un lleno presagiado por la larga cola una hora antes, y cambiando algo el programa inicial (donde estaba Wagner) para poder hacer rugir y casi renacer el impresionante órgano alemán que va tomando acento castellano, recio y brillante en cuanto le aprietan, algo que el maestro austriaco Haselböck hace como nadie.

Porque unir a Bach, Ligeti y Liszt en el mismo concierto, tras las palabras de agradecimiento iniciales de Samuel Rubio Álvarez, sobre el papel podría parecer chocante aunque la escucha corroboró lo acertado del programa.

Meine Gott Bach es perfecto siempre, comenzando con la conocida Tocata y Fuga en re menor, BWV 565, buena elección de registros y una versión muy romántica en cuanto al juego dinámico y sobre todo expresivo, acelerandos y ritardandos más allá del rubato, pletórico de sonoridades, tal vez investigando registros que aparecerían posteriormente, virtuoso y brillante más que reposado y austero, pero es partitura siempre agradecida en cualquier versión por muchos ornamentos que le añadan. Lo mismo podríamos decir de los cuatro corales del Orgelbüichlein, esta vez más plegados a lo que podría llamar interpretación tradicional, contrastante registros y prevaleciendo la melodía desde los registros buscados: intimismo reposado del BWV 639, flautados barrocos y vivos del BWV 642, vuelta a la tranquilidad de la lengüetería levemente ornamentada del BWV 641 y creciendo volúmenes con los propios registros y tempo vigoroso utilizados en el BWV 642 de factura impecable, aunque algún pasaje el pedal tomase un primer plano demasiado presente en relación a los teclados, pero nada que objetar de la visión personal de Haselböck.

Difícil encontrar a György Ligeti (1923-2006) en los conciertos de órgano, algo apuntado en el discurso previo de Rubio, y es que Volumina sacó del KLAIS sonidos de tubos nunca escuchados, aprovechando la comodidad que supone poder tener automatizados los cambios de registro alternando con los manuales, una explosión sorpresiva que levantó murmullos, dinámicas amplias conseguidas con el juego tímbrico, ambiente sonoro contrastado con el silencio pétreo de La Pulchra Leonina que parecía despertar de un letargo secular con el ballet de los tiradores movidos por un fantasma llamado tecnología como ayudante invisible pero bien trabajado, exprimiendo pedales de expresión y cambios vertiginosos en un alarde de volúmenes y texturas.

Desempolvados casi todos los tubos escuchar a Franz Liszt resultaría el puente húngaro entre los dos mundos alemán y rumano, el virtuosismo de las Variaciones «Weinen, Klagen, Sorgen Zagen» que delineaba tímbricas esculpidas en bruto por el contemporáneo con el ímpetu del abad reconvertido tras una vida licenciosa, romanticismo en estado puro lleno de convulsiones dinámicas con cambios de volúmenes abruptos pero bellos, jugando con la reverberación y resonancia catedralicia y la vuelta al origen, al otro dios de Eisenach enterrado en Leipzig y adorado mundialmente por todo melómano con el Preludio y fuga sobre B-A-C-H, la locura del teclado máximo con el respeto al Maestro, órgano en vez de piano pero igual de virtuosista añadiendo nuevas sonoridades solo antes intuidas, como el mármol de la cantera que montaña abajo toma forma como con Miguel Ángel, cual cierre del círculo orgánico.

Para concluir nada mejor que retomar las improvisaciones, siempre parte de las propias formas musicales tan del gusto de los intérpretes que parecen recuperarse de nuevo. El tema nos lo había chivado Samuel Rubio y entregada la partitura del Himno a la Virgen del Camino, Martin Haselböck fue revistiendo la melodía de armonías francesas, pasando de las manos al pedal sin perder el norte y redescubriendo registros que encajaban como anillo al dedo el juego de acordes desplegado en las distintas variaciones. Una lección de improvisación que hizo despertar al bicho para ser domado en toda su grandeza.

Buen inicio del festival en sus 33 años consecutivos y perfecto cumpleaños para esta joya fabricada en Bonn y bautizada en San Mateo de 2013, que comienza a hablar un perfecto castellano. Aún quedan muchos conciertos, variados y dentro de la Catedral de León.

Adiós verano, adiós

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Aunque climatológicamente hablando el verano finaliza por San Mateo, las vacaciones han llegado a su fin y el nuevo curso 2016-17 arranca todavía con ecos del anterior, que no está tan lejos pero parece un mundo. Musicalmente la temporada arranca este domingo con la Ópera en Oviedo y la OSPA en el foso, como es costumbre local, esta vez con el estreno en España de Mazepa (Tchaikovski), y que intentaremos contar desde aquí en la medida del bolsillo, pero sobre todo tras una escapada suiza donde hubo mucho y bueno.

Como escribía mi querido danés «Viajar es vivir» y sigue siendo de mis «adagios» que esta vez me llevaron a zonas de Suiza aún desconocidas. Si hubiera que resumir este periplo de agosto bien cabrían palabras como verde, agua, montañas, bicicletas, y por supuesto quesos, salchichas, cerveza más multiculturalidad, no mucha emigración y ésta con trabajadores en un país con moneda propia (el franco suizo) y una historia reciente de neutralidad con secretos bancarios que parecen ir rompiéndose.

Sin música en vivo suelo visitar iglesias con sus órganos, edificios emblemáticos, museos, y por supuesto disfrutar de la gastronomía autóctona además de callejear, unas veces sin rumbo fijo, mezclándose con el paisaje y el paisanaje, otras buscando sitios concretos, pero con el factor sorpresa siempre presente.

La primera parada en Zürich donde estuvimos en un apartamento a un paso de la estación de tren y al lado de uno de los mejores miradores de la zona vieja (Lindenhof), nos dejó imágenes impensables como las de su universidad, la más grande del país con un edificio que además de albergar distintos museos, tiene réplicas de griegas, romanas o egipcias, paseos por el lago, caminatas varias que nos llevaron incluso a la sede de Google, o una buena raclette en el Hotel Adler, y por supuesto dos edificios que son santo y seña de la actividad musical:

La ópera y el Tonhalle, uno a cada lado del lago y verdaderos templos de la lírica y la música sinfónica. La primera no tenía funciones esos días y la segunda acogía un encuentro de música folklórica, pero pudiendo admirar un edificio ampliado que combina épocas sin problemas.

Una de las calles que circundan la Tonhalle lleva el nombre del genio de Bonn, y no pude resistir la tentación de la foto con la placa.

De las iglesias me quedo con la reformista de Fraumünster con vidrieras de Chagall o Augusto Giacometti, tío del más famoso Alberto, y la protestante de Grossmünster, todas con conciertos de órgano programados, aunque no coincidieron con mis fechas. Tampoco está mal pasear por las zonas comerciales que albergan todas las firmas famosas de relojes, ropa o automóviles.

La segunda parada sería St. Gallen, para los músicos una parte de la historia con su famosa abadía originaria de la primera escritura musical neumática, hoy solo facsímiles, también de la cerveza, pero sobre todo con el encanto de una biblioteca barroca, y por supuesto su catedral en cuyo órgano había estado unos días antes el guipuzcoano Esteban Elizondo dentro de un ciclo habitual en cualquier templo que se precie, y la catedral barroca es parte de las giras de los mejores organistas mundiales.

Pero el verdadero «campanazo» resultó asistir en vivo a un estreno mundial el 21 de agosto desde la atalaya privilegiada del hospital y residencia geriátrica (hay que ir tomando nota), puede que acústicamente no tan bien ubicado como los miles de «peregrinos» que ocupaban las montañas cercanas, un original proyecto titulado Zusammenklang, capaz de unir tradición al hacer sonar las 118 campanas de las 29 iglesiss de la zona, con tecnología mediante dispositivos móviles que hicieron posible ejecutar la composición de la rusa Natalija Marchenkova, afincada en esta bella ciudad, y el compositor local Karl Schimke, tuba de la sinfónica de St. Gallen.

Tuve el humor de grabar el audio, al menos para recordar una experiencia única y que conociendo la complejidad del mecanismo así como todo el proyecto, solo puede darme una idea aproximada de lo que realmente sucedió. Presumir de haber estado «in situ» no tiene precio, y más por el sitio que respiraba paz y sosiego.

St. Gallen tiene unos alrededores como la reserva natural del «Wildpark Peter und Paul» desde donde se puede divisar el Lago Constanza, familias al completo y animales en cautividad, escapada cercana al centro, y un poco más lejos llegar a la zona de Ebenalp, tomar un teleférico y realizar la actividad por antonomasia de los suizos, caminar por unas montañas cuidadas y listas para ser fotografiadas como si de una postal se tratase, incluso visitando cuevas prehistóricas. Uno de los restaurantes más curiosos supone una caminata que hace pensar en los trabajadores del mismo y en llenar sus neveras, no solo de su cerveza típica, pero la experiencia es inolvidable.

La ciudad de Chur (o Coira), considerada como la más antigua de los Alpes, es acogedora, coqueta, diría que casi familiar, tan cercana como el piso que nos acogió en algo tan habitual como los Bed and Breakfast, y la Catedral de Santa María de la Asunción en lo alto, que alberga una cripta que me recordó nuestra Cámara Santa asturiana por el apostolado, así como un moderno órgano.

Pero el protagonista resultó el Bündner Kunstmuseum y su ampliación adyacente, un hermoso edificio recién estrenado el pasado mes de junio a cargo del estudio de los arquitectos Barozzi – Veiga, un tándem ítalo-gallego en Barcelona que también está ligado al danés Andersen en su Odense natal y al centro de arte gijonés, con una belleza única en su diseño, albergando una exposición de la familia Giacometti, por supuesto también Alberto, «Solo Walks» así como otros artistas ligados a esta ciudad de Chur, perfecta conjunción en línea con las obras que exhibe.

Siguiendo por esta zona la mayor parada estuvo en Sankt Moritz como cuartel general, aunque también nos llevaron esos trenes orgullo helvético hasta Tirano (Italia). La subida alpina en el más lento del mundo es impresionante: glaciares, ríos, lagos, cientos de tonos de verde a bordo del panorámico Bernina Express en un viaje de cuatro horas que merece la pena hacerse.

Y el fin del trayecto en suelo lombardo donde se paga en euros, hablamos italiano con los Alpes de otro color y sabor, visitando el Santuario della Madonna de Tirano, basílica construida en el siglo XVI en perfecto estado de conservación, con un órgano barroco del que no pude disfrutar su sonido pero sí su arquitectura.

De St. Moritz habría mucho para contar además de lo ya sabido en tiempos de la decaída jet-set, especialmente en invierno aunque el verano es radiante y con la suerte de unos días de sol increíbles. Un gran lago para caminar a cualquier hora del día bordeándolo, tiendas de lujo, terrazas y restaurantes comidas de todo el mundo, como los conciertos, variados desde la Casa de Cultura local donde el viola da gamba Paolo Pandolfo estaba impartiendo un curso con recital final de sus alumnos, al que no pude asistir, hasta el que ofrecía a precios estratosféricos el hotel más lujoso de la ciudad alpina con el reclamo de un Mozart que nunca falla.

Dicen que Asturias es la pequeña Suiza y algo hay de cierto: vacas, leche o mantequilla, también maíz, manzanas, solas o en zumo, aunque la asignatura pendiente de nuestra tierra siga siendo además de la poca publicidad, la limpieza. Un placer caminar por cualquier rincón y no encontrarte suciedad pero tampoco policía. La educación como la cultura se puede legislar, pero básicamente se hereda y refleja la sociedad e idiosincrasia que no se puede copiar ni comprar porque se hereda, supongo que como el dinero. Desconozco si la envidia es sana, y si como escribía Andersen «At rejse er at leve«, regresar nos hace añorar lo que no tenemos.

Esta región de Engadin tiene lagos, sendas y pueblos cercanos bien comunicados por autobuses, como Sils Maria y Silvaplana, la primera alberga la Casa Museo de Nietzsche, así como hoteles para celebridades que también ofertan conciertos puntualmente (alguno incluso grabado por sus vecinos de Winter and Winter), visitas obligadas antes de regresar a la capital disfrutando siempre de un paisaje de postal.

También se celebraba esos días el CSI (Concurso Internacional de Saltos) donde no encontré famosos entre el público pero tampoco jinetes o amazonas de prensa rosa, si bien al lado de la zona equina, en el llamado St. Moritz Bad, está la iglesia católica de St. Karl, con unas modernas vidrieras y ampliación de 1991, más el necesario y obligado órgano que tampoco pude escuchar, pero la querencia por el rey de los instrumentos sigue allá donde viajo.

St. Moritz nos regalaba cada día al despertarnos una vista única, la última antes de abandonar nuestro particular refugio, la comparto aquí.

La vuelta a Kloten, al lado del aeropuerto, sirvió para saborear las últimas cervezas suizas (es más cara el agua ¡quién lo diría! y no digamos la «frei» sin alcohol) y una comida italiana que parece estar presente como el idioma en una Suiza algo cara para nuestros sueldos, creo que también para los trabajadores (que cobran poco más que en España), con paisajes también para saborear, caminar, paraíso ciclista y última noche antes del retorno a la normalidad. Imposible plasmar tanto aunque el diario de viaje, siempre a mano, ocuparía mucho más espacio.
Septiembre me devolverá a la música, en vivo o grabada, pues también tiene su hueco en el blog y lo seguiremos contando tras el necesario descanso estival. Este curso 2016-17 arranca con dudas pero la esperanza nunca podemos perderla…

P. D.: A petición de Alonzo V. de Artsy.net en N.Y. dejo aquí el link a las obras de Alberto Giacometti disponibles en su web con otros enlaces interesantes incluso para educación.

Con cierto desconcierto

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Viernes 10 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, abono 16: «Cuaderno de viajes IV»: OSPALuis Fernando Pérez (piano), Rossen Milanov (director). Obras de Brahms y R. Strauss.
Sabor amargo para un cierre de la temporada celebrando las bodas de plata de nuestra orquesta y de 77 años de historia de una orquesta como se nos recordó en el audiovisual proyectado antes del concierto. Hoy no es hora de balances sino de comentar la desazón sin acritud que me produjo el decimosexto concierto de abono, confirmando algo que viene arrastrando tristemente las apariciones de un titular al que no tengo ninguna animadversión personal pero que deja mucho que desear en cuanto a estilo directorial y trabajo, transmitiendo una inseguridad tal que de lo que podría haber sido una fiesta se quedó en susto y amargura. Prefiero hacer mucho con poco que poco con mucho, y manteniendo los símiles gastronómicos que al menos esta temporada se apartaron de los programas, cocinar también es un arte donde con buenos ingredientes y cantidad se puede estropear un plato y con mucho oficio las patatas fritas con huevos pueden resultar una exquisitez.

Tenía muchas ganas de volver a escuchar al pianista Luis Fernando Pérez (Madrid, 1977) con la OSPA tras unas excelentes «Noches falleras» con Lockington al frente hacía precisamente cinco años, dos temporadas aquellas en busca de director que trajeron al podio y al público mucha ilusión y ganas de continuar una historia sinfónica de tantos lustros.

El Concierto para piano nº 1 en re menor, op. 15 (Brahms) figuraba entre los sueños infantiles del madrileño como comentaba en OSPATV el propio solista (al que sigo desde hace tiempo), una obra para disfrutar de su potencia y sensibilidad enfrentado a una masa orquestal que debe mantenerse a raya. Pero el arranque del Maestoso ya parecía teñir el ambiente de tormenta amenazante, y la pugna no lo fue en los planos y dinámicas sino en ajustar que a fin de cuentas eso es un concierto, concertar y poner de acuerdo a los intérpretes. No hubo claridad de aire ni decisión de mando, el solista pendiente de la batuta tras las intervenciones y ésta desaparecida en su función, por lo que los desajustes comenzaron a aflorar, incluso finalizando este primer movimiento con la impecable cadencia del solista madrileño, hubo una indisposición en el patio de butacas (yo también estaba con el corazón en un puño) que pareció desconcertar a todos, como esperando acabar este «majestuoso» tiempo para resolver la situación en ambos lados del auditorio. Los aplausos esta vez «deseados» parecieron marcar un paréntesis emocional y la intervención de las emergencias sacó de la sala al pobre hombre.
Al menos el Adagio nos permitió saborear el sonido limpio de Pérez sin necesidad de estar pendiente de una pulsación conjunta nunca encontrada, contraponiendo la valentía y fuerza de los movimientos extremos al placer melódico y casi intimista del central.
El descalabro llegaría con el Rondo: Allegro non troppo, nuevo desencuentro total, la orquesta perdida y el pianista intentando engancharse para poder sacar a flote esta inmensidad de concierto que desgraciadamente resultó desconcierto. De nada sirvió que las secciones volviesen a estar ensambladas y en forma, escuchándose para intentar hacer música juntos ante un drama que abortó un concierto muy esperado por todos.

Tras Brahms no podía haber más como el propio Luis Fernando Pérez comentó agradecido de estar invitado a este cumpleaños, pero al menos el Bailecito del argentino Carlos Guastavino (1912-2000) le (nos) resarció del mal trago pasado y al que suscribe le reconfortó encontrarse con el piano cercano y sin tensiones.

La Oviedo Filarmonía también quiso sumarse a la celebración y parte de su plantilla se unió para poder ejecutar la inmensa Sinfonía alpina, op. 66 (R. Strauss) con una orquesta de 118 músicos que mis siempre despistadas vecinas comentaban «hoy está toda la orquesta». Desconozco los criterios para programar obras que necesitan semejante despliegue instrumental (esta vez el órgano eléctrico no pudo suplir al neumático del que nuestro auditorio tristemente carece) que necesitan reforzar una plantilla que el propio Milanov reconocía en la prensa como corta, y en un año con mucho Strauss en nuestras mochilas estaba claro que de la caminata por los Alpes nos quedaríamos como mucho en la cercana Sierra del Aramo o más bien una «sinfonía payariega» (de Pajares, lo más asturiano para una temporada donde la música de la tierra sonó enlatada en el documental inicial). La experiencia del búlgaro con el alemán no me ha dado alegrías y esta última tampoco. Los veintidós números de esta impresionante y especial sinfonía del gran orquestador alemán requieren ideas claras, mano firme y control total de la partitura, donde se pasa de momentos plácidos a verdaderas explosiones sonoras, pero hay más que las dinámicas para poder detallar esas postales musicales reflejo de la propia vida en este último cuaderno de viajes.

El escenario presentaba una imagen diríamos que idílica con instrumentos poco vistos como los cencerros, las máquinas de viento y tormenta, las tubas wagnerianas tocadas por varios trompistas, o el heckelfón (oboe bajo) así como la amplia percusión con dos timbaleros (uno de cada orquesta), y todo el despliegue con dos arpas, celesta, órgano (ya comenté que el eléctrico nunca sonará igual y menos sin darle el protagonismo que tiene en esta sinfonía) y una cuerda calculada a partir de los diez contrabajos, para un público que esta vez sí acudió al auditorio y la camaradería entre las dos formaciones, pero el número no daría la calidad a pesar de los esfuerzos demostrados por todos y cada uno de los músicos. La sonoridad potente debe administrarse para no desbocarse, y como un fórmula uno el piloto tiene la responsabilidad final de sacar el máximo partido a la máquina con la que los entrenamientos y el duro trabajo le darán el deseado dominio so pena de un accidente indeseado o una mala clasificación en carrera. Supongo que todo director quiere ponerse al frente de una orquesta de estas dimensiones, pero repito la necesidad de programar con lo que hay por muy vistoso y llamativo que resulte poder escuchar obras como «la Alpina«. Llevo años pidiendo una «Octava asturiana» pero desde la calidad y no el mero espectáculo sin el necesario trabajo de larga y dura preparación.

Loable la implicación de los músicos de ambas orquestas en sacar a flote esta «sinfonía payariega» con momentos puntuales de emoción contenida, pero como la canción popular Todos queremos más, y 25 años para esta OSPA merecían mejor colofón.
Tengo muchas dudas para la próxima temporada, que aún desconozco, pero mi desencuentro con el director titular al que aún le queda otro año de contrato, es total. Pasado el llamado período de cortesía o educado margen de confianza, no puedo salir de sus conciertos cabreado por la ineptitud ni ser «el bicho raro» que parece remar contra corriente de un público que parece confundir benevolencia con tragaderas, aplaudiendo todo sin rigor ni conocimiento.
Sigo a la orquesta desde 1972, y 44 años de mis 57 están con ellos, pero no bajaré mi grado de exigencia aunque las obras (casi) siempre superen a sus intérpretes. El futuro incierto no es buen consejero y como a mi alumnado, hay que pedir trabajo diario para labrarse una trayectoria sólida. La evaluación del curso la dejaremos para final de mes, como en mi oficio, aunque lo positivo será precisamente el acercamiento a los escolares con el Programa «Link Up», pero ésto lo dejo para otro día más sosegado.

Bach mi dios y Oyarzábal su profeta

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Jueves 19 de mayo, 20:30 horas. Catedral de León, concierto 19 «Bach en la Catedral«. Daniel Oyarzábal (órgano).
Penúltimo concierto de la integral de órgano de J.S. Bach que durante dos años ha traído al «bicho Kleis» de la Pulchra Leonina y al Auditorio Nacional con la colaboración del CNDM y el FIOCLE toda la música de «Mein Gott» para el instrumento rey, un complejo organizativo del que Daniel Oyarzábal es uno de los responsables de poder armar semejante monumento sonoro, con los organistas más importantes del panorama mundial, participando en el concierto 8 el año pasado y volviendo por indisposición del previsto Stepehn Tharp, sólo 15 días para afrontar el mismo programa pero como él mismo decía en una entrevista el pasado año «La culpa fue de Bach«. Si la muerte de Van Oortmerssen fue rápidamente reemplazada por Bernard Winsemius, sustituir al organista de St. Patrick entre otros templos neoyorquinos resultaba parecía tarea imposible por la premura de tiempo, pero solamente Oyarzábal podría afrontar el reto de «nuestro Bach«, conociendo a la perfección el instrumento y con la suficiente calidad para dejarnos un concierto impresionante.

Si la selección para la ocasión resultaba perfectamente ordenada, comenzando y terminando con un Preludio y Fuga, en el centro uno de los conciertos transcritos por Bach corroborando la realeza del órgano como el más completo de los instrumentos, y en el medio corales bien contrapuestos, sin olvidar el último e inacabado tributo a El Arte de la fuga, poder disfrutar de registros que parecían estrenar tubos mudos hasta este jueves primaveral no está al alcance de muchos. Deseo reflejar las impresiones nada más volver a casa y dejar la más detallada tarea de los links para más adelante y con el tiempo que me lleva, por lo que comienzo con el programa sin más, añadiendo mis pinceladas en caliente para evitar enfriamientos que alivian pasiones:
Preludio y fuga en do mayor, BWV 531 (a. 1705?), poderoso desde el arranque.

Un bloque de tres corales, Wer nur den lieben Gott lässt walten, BWV 690 (a. 1705?), Wer nur den lieben Gott lässt walten, BWV 691 (1720/23?) y Wo soll ich fliehen hin, BWV 646 (1748/49) interesantes las fechas aunque aproximadas para resolver interrogantes y evolución vital del compositor y creyente siempre al servicio de Dios, las meditaciones de Bach sobre los textos luteranos cargadas de todo el simbolismo musical del «Kantor», respuestas en pentagrama para las profundas lecturas, los registros elegidos por Oyarzábal pusieron el resto pues las notas estaban claramente presentadas, jugando con flautados tenues en espiritualidad y pedales profundos de oscuro remordimiento que siempre alcanzan la luz eterna.

Pedal-Exercitium, BWV 598 (1735?) como ejercicio espiritual y elevación de lo más terrenal hecho virtud por una técnica de pies capaz de olvidarnos que este caminar del organista se asiente desde lo más profundo aunque se parta de unos pocos compases.
Nuevo grupo de tres corales: Ach Herr, Mich Armen Sunder, BWV 742 (1733?), Herr Christ, der einig Gottes Sohn (Fughetta), BWV 698 (1739/42?) y Gott, durch deine Güte, BWV 724 (a. 1705), cronología que crece recordando los orígenes, transgresiones rebosantemente sonoras de juventud explicando la evolución interior de los años, tímbricas muy jugosas y expresivas con planos diferenciados en manos y pies, incluso alternando el panorama creado por los tubos en las tribunas o coros opuestos, verdaderas vidrieras sonoras en la paleta buscada por el organista vitoriano.

El oficio de organista desde el conocimiento orquestal, el Concierto en sol mayor (de Johann Ernst von Sachsen-Weimar), BWV 592 (1713/14) en tres movimientos, Allegro, Grave y Presto, barroco de escuela por contrastes en todo, velocidades, volúmenes, tímbrica, expresividad, orquestales desde teclados y pedalero con ataques y ligados «grossi» en técnica clavecinística más que organística como si se requiriese de forma obligada al tratarse de una recreación desde el poderío de toda la tubería alemana, cuerda, madera y metal aparentemente hidráulicos pero sonoramente camerísticos sin olvidar el virtuosismo obligado.

Luces y sombras interiores en los cuatro siguientes corales, último bloque igualmente atemporal pero claramente evolucionando en fraseos y ambientes, Der Tag, der ist so freudenreich, BWV 719 (1710?), Lobt Gott, ihr Christen, allzugleich, BWV 732 (1718?), Wie nach einer Wasserquelle, BWV 1119 (a. 1705?) y Herr Gott, dich loben wir, BWV 725 (¿?), derroche de registros y emociones, poderío impactante seguido de sensualidad casi íntima, melodía luterana de lengüetería paradisíaca en el pedal o la progresión vital de un Bach capaz de condensar sabiduría sonora con Oyarzábal profeta de semejante testamento.
Aviso previo para el Contrapunctus XIV, fuga a 3 soggetti (inacabada, de El arte de la fuga), BWV 1080/19 (1742/49), rigor a la partitura, también en esta catedral del contrapunto, sin añadir nada, el tortuoso y rutilante camino de la técnica en la escritura formal más compleja, sujeto y predicado con verbo musical hasta donde la luz llegó, el último aliento sin respuesta como Bach reflejó, nada más y nada menos

Preludio y fuga en si menor, BWV 544 (1727/31), la bendición «urbi et orbi» no de Roma al mundo sino de León hasta Leipzig, luces cegadoras de unas tuberías escupiendo verdades eternas, despidiéndonos el oficiante Oyarzábal «podéis ir en paz» con el idioma universal que entendemos quienes profesamos la religión de nuestro «dios Bach» como principio y final.

Es justo y necesario que el cierre de la integral traiga Notre Dame hasta la capital del Reino de León el próximo 2 de junio con Olivier Latry, otra eucaristía igualmente organizada por el «Nuncio de Bach en España» aunque otros franceses me dejarán en Oviedo pues la ubicuidad es don de santos y los demonios fuimos expulsados del paraíso.

Un Bach honesto y sincero

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Jueves 5 de mayo, 20:30 horas. «Bach en la Catedral«, León: Bernard Winsemius, órgano. CNDM en coproducción con el XXXI FIOCLE. Entrada libre.

La integral de la obra para órgano de nuestro bien amado «Mein Gott» está llegando a su fin (quedan otros dos conciertos) entre el «bicho Klais» de León y el Grenzing del Auditorio Nacional de Madrid dentro del rompedor programa «Bach Vermut«, coordinado por joven organista vitoriano Daniel Oyarzábal (1972), uno de nuestros grandes intérpretes, durante dos años irrepetibles que con la inesperada muerte de Jacques Van Oortmerssen hubo de ser sustituido para este de mayo por el carrillonista y organista igualmente holandés Bernard Winsemius (1945).

Del programa comentar como siempre lo bien estructurado en cuanto a las obras, abriendo y cerrando con las grandes para órgano, sin olvidarse de los corales y el «obligado» número de El arte de la fuga, con otra obra intermedia buscando no ya la alternancia en tiempos sino en el espíritu de cada una de ellas que comienza desde la elección de los registros más adecuados, algo que en el caso de Winsemius se caracterizó por la sobriedad, optando por pedales contundentes siempre en el plano idóneo, algunos incluso con cierta ronquera disipada, solo atronando la tormenta exterior que restó público en la Pulchra Leonina.
Me gusta dejar las obras y su correspondientes enlaces al canal YouTube© para recrearlas si así gusta el lector, comentando someramente todas ellas.

Para abrir boca y «calentar dedos» la impresionante Fantasía y fuga en do menor, BWV 537 (d. 1723?) con un pedal sustentando una exposición tranquila, reposada y ornamentada con la maestría de un especialista como el músico holandés, fantasía de sobriedad sonora antes de la fuga precisa y clara, honesta con cada duración, entretejiendo con soltura las voces siempre bien dibujadas.
La partitura Wo Gott der Herr nicht bei uns hält, BWV 1128 (ca. 1705/10) fue descubierta el 15 de marzo de 2008 en una subasta de artículos de Wilhelm Rust, musicólogo del s. XIX y gran contribuidor a la edición integral de la Bach Gesellschaft, una fantasía coral rica en ornamentos con un pedal «cantabile» y jugando con la lengüetería melódica sin perder la meditación obligada. A continuación Meine Seele erhebt den Herren, BWV 648 (1748/49) de los Corales Schübler, intimismo desde el lento caminar del pedalero arrancando la construcción tan bachiana de la mano derecha en un registro ideal y la izquierda vistiendo además de compartiendo tejido. Un placer y reposo en la interpretación de Herr Winsemius.

Christ, der du bist der helle Tag (Partita), BWV 766 (ca. 1700) majestuosa y calmada, resonando los flautados en las piedras y vitrales góticos, visión desde la madurez y experiencia que parecía crecer en su desarrollo, manteniendo una pulsación juvenil de paso firme.
De los «Corales de Neumeister» (a. 1705?) un par de ellos bien contrastados en intenciones: Du Friedefürst, Herr Jesu Christ, BWV 1102 en si bemol mayor, nueva demostración de limpieza y buen gusto en los registros con un equilibrio en los planos, y Ach Gott, tu dich erbarmen, BWV 1109, juego sonoro emanando tranquilidad, sin prisas en desarrollar los temas ni las contestaciones, plenos sin pompas, libertad desde el conocimiento.

Majestuosa e imaginativa, como corresponde, la Fantasía en sol mayor, BWV 571 (a. 1720?) en sus tres movimientos Allegro – Adagio – Allegro, sin exagerar los aires de nuevo manteniendo la rítmica para que los dedos no corran en exceso, registros nada estridentes optando por la limpieza más que la velocidad que pudiese enturbiar el discurso musical, siempre «in crescendo» manteniendo teclado con los cambios precisos así como un pedal siempre en su sitio, nueva lección del maestro holandés.

De «El arte de la fuga» esta vez escuchamos el Contrapunctus XIII a 3, inversus, BWV 1080/13,2  (1742/49), la fuga a dos que exige la dinámica justa en cada mano sin perder presencia, algo difícil en el órgano frente a las versiones de clave, necesitando un equilibrio de registros que Winsemius encontró en el Klais, siempre con sonoridades por descubrir, saltarín como un gorrión pero cantarín cual jilguero de tubos, con la ciencia hecha arte al órgano.

Y cerrando un círculo virtuoso el Preludio y fuga en do mayor, BWV 547 (ca. 1725), ese ritmo ternario luminoso del preludio desde sonoridades poderosas y por momentos densas, verdaderos fuegos artificiales cual la vidrieras góticas leonesas, ímpetu en manos y pies, ligaduras ajustadas a la partitura para llegar a la impresionante fuga binaria, sembrada de semicorcheas como trampas que quieren y no pueden desviarnos del tema, el punto final ideal de este Bach para todos en la interpretación de Bernard Winsemius, honesto y sincero de principio a fin.

César Franck desde la humildad

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Jueves 21 de abril, 20:00 horas. Oviedo: Iglesia de San Tirso el Real, Las veladas de los Jueves: Samuel Maillo (órgano). Obras de César Augusto Franck (1822-1890).

 

Penúltimo concierto de este ciclo, hoy dedicado a «El Romanticismo y el órgano», de las veladas que arrancaron el 10 de diciembre del pasado año y último de órgano solo en el Acitores de la Plaza de la Catedral de Oviedo, feliz iniciativa de los dos conservatorios capitalinos, el Ayuntamiento local, la Escolanía San Salvador (que cerrará este ciclo el próximo jueves 28 en San Isidoro con música del archivo catedralicio ovetense no escuchada desde hace más de 200 años), más las parroquias que albergan los instrumentos que siguen sonando, a pesar de los recortes, y con toda la ilusión de «Un recorrido didáctico por la Historia de la Música a través del órgano» con el todavía estudiante bejarano afincado en Oviedo Samuel Pedro Maillo de Pablo (1983), que alternó su faceta de concertista en la que lleva muchos años a pesar de su juventud, incluyendo la proyección en pantalla, con la de docente, comentando la importancia de Francia en el Romanticismo para el rey de los instrumentos, con César Franck como el impulsor y punto de inflexión del órgano, equiparable en cierta medida a J. S. Bach por la influencia y literatura organística, adaptando pero también creando repertorio, especialmente con la aparición de los nuevos órganos Cavaillé-Coll que Franck podríamos decir fue estrenando en sus destinos profesionales, incorporando el pedal de expresión además de otras mejoras mecánicas. En España tenemos varios funcionando, especialmente en Euskadi, por la cercanía geográfica y hasta cultural con nuestros vecinos del norte, pero que llegan incluso a Sevilla y cruzando el charco hasta Chile.

Y es que el organista francés de origen belga no solo compuso música «para el rey» sino también para el «hermano pobre«, el armonio que tantas veces hemos escuchado en las pequeñas iglesias rurales, más barato pero haciendo accesible para el culto tanta música de tecla además de servir como protagonista indispensable de tantas ceremonias litúrgicas.
Además de «Cuarenta y cuatro pequeñas piezas» debemos recordar las casi sesenta que dejó Franck en «El organista«, de las que Maillo seleccionó cuatro, comenzando con la conocida número uno «Poco allegretto» seguida de una breve improvisación sobre «El canto de la cruz», recordando la fama que tenía el francés como improvisador continuando la tradición de los organistas barrocos, para continuar con Prière en mi menor (oración) y finalmente el magnífico Offertoire en Ut (Ofertorio en Do). No son obras menores, al contrario, exigen enorme destreza y técnica, y el armonio cual «órgano-acordeón» de San Tirso, con registros variados, sonó potente, rico en matices, con la dificultad de pedalear continuamente y trabajar la enorme expresividad de estas composiciones del gran César Franck, que habitualmente se ejecutan en el «hermano mayor«.

Para abrir y cerrar esta amena charla-concierto, dos de los tres corales compuestos en el verano de 1890 durante su estancia en Nemours, su auténtico testamento musical y espiritual, lo más representativo del organista de Notre Dame de Lorette y Sainte-Clotilde: el Coral nº 1 en mi mayor (dedicado a Mr. Eugenio Gigout) es desbordante de ideas pero con un orden estricto, grandes períodos modulantes con buen juego de registros, al final
de los cuales se confirma la tonalidad principal anunciando el tema principal que acabará por imponerse. La variación como recurso técnico también tuvo diversas combinaciones tímbricas como en la segunda parte cuando aparece un nuevo
tema melódico breve, seguido de la reexposición elaborada contrapuntísticamente aunque menos clara en su ejecución, hasta el tema coral principal poderoso dominando el conjunto que prepara la brillante
coda final.
El Coral nº 3 en la menor (dedicado a Mlle. Augusta Holmes, compositora y alumna de Franckcomienza «quasi
allegro» con la presentación de dos ideas yuxtapuestas, bien diferenciadas en los teclados, con una rítmica tipo tocatta, y otra coral, que se repiten con variaciones, algo más oscurecidas. En el «Adagio» que sigue y ocupa la parte central la interesante melodía sí sonó clara de registro pasando por distintas tesituras y texturas, continuando con un desarrollo
en el que alternan los dos temas secundarios que nos devuelven al «Allegro» inicial. La rexposición del tema coral sonó triunfalmente
por encima del primer tema, verdadera culminación del llamado «género sinfónico paraórgano» que César Franck había iniciado en su «Gran pieza sinfónica» de la colección de «Seis piezas para gran órgano«.

Para el «austero» instrumento de la fábrica de Federico Acitores SL en Torquemada, construido en 1993, los dos corales quedaron algo cortos en expresividad pero resultaron convincentes en la registración, con la inestimable colaboración de dos ayudantes que trabajaron rápido para lograr las mejores combinaciones posibles en los dos teclados más pedalero. Técnicamente se nota el arduo trabajo realizado por Maillo pero cuya base pianística y clavecinista le «impide» por momentos disfrutar más de los legatos y gastar menos energía. El último coral es muy exigente, casi virtuosístico, y faltó más limpieza para no perder las cascadas con que Franck vuela adornando y variando un coral que sí sonó preciso. Está clara la musicalidad y pasión del músico salmantino que compensa cualquier pega que pueda ponerle, por lo que los años acabarán dándole el poso para afrontar los grandes repertorios románticos y contemporáneos, siempre exigentes pero agradecidos para todos.

Lucernario avilesino

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Sábado 19 de marzo, 20:00 horas. Iglesia de Santo Tomás de Cantorbery, Avilés: XXXIX Semana de Música Religiosa. Coro Universitario de Salamanca, Delia Manzano (órgano), Bernardo García-Bernalt Alonso (director). Obras de Miguel Manzano (Villamor de Cadozos, Zamora, 13 de febrero de 1934).

De camino hacia Avilés pasaba por Trasona donde a mediados de los años 70 acudía a «la Sacramental» con la Escolanía del Santísimo Cristo de Candás, con quienes canté, entre otras obras, una que va unida a mí desde entonces, Alma mía, recobra tu calma (Salmo 114) compuesto por Miguel Manzano, partitura que cantaron en el XI Congreso de «Pueri Cantores» en El Vaticano, actuando mi querido Pipo Prendes, y la misma que me acompañaría tantas veces en mis misas dominicales tanto en el Coro de la Parroquia de Siana como en San Juan de Mieres. Y cuando una obra se convierte en popular en todas partes es un hecho muy significativo de la grandeza de esa música y su compositor, pese a ser el gran olvidado la mayoría de las veces. El repertorio litúrgico estaba cambiando en aquellos años de esperanza, y era habitual encontrarse obras de este zamorano al que en la onomástica de San José iba a conocer personalmente en Avilés, cuya SMR ya programase obras suyas para órgano y el pasado año la primera parte de su Lucernario.
Antes del concierto, con otro lleno en la iglesia nueva de Sabugo, el eterno organizador de la misma José María «Chema» Martínez presentaba este concierto y recordaba no ya las obras o el compositor, sino la importancia que Avilés tiene y debe mantener en un ciclo que se mantiene con apenas 6.000 € de presupuesto en unos tiempos donde las prioridades de los gobernantes van por caminos distintos al pueblo, y cómo hay que acudir a las amistades para estos «favores» de acudir a conciertos por cachés muy inferiores y así ayudar a mantener esta semana donde la Villa del Adelantado y Asturias entera sigan siendo referentes culturales, musicales especialmente.

Imposible destacar la amplia trayectoria de un Músico, con mayúsculas, como el zamorano Miguel Manzano Alonso, totalmente activo y joven pese a los 82 años de su carnet de identidad, precisamente por una trayectoria tan dilatada que le da ese amplio bagaje y experiencia a la hora de componer desde un lenguaje que aúna y actualiza la historia desde su magisterio.
Su hija, la profesora, clavecinista y organista Delia Manzano comenzó el concierto en «El Tomasín» con Duetto sobre el gradual «Excita Domine» (1994) y el Careo de nazardos contra lengüetas (1995), explorando los registros de un Acitores que siguen asombrando, la inspiración litúrgica exhalada por los tubos con juegos rítmicos y armonías parisinas, pero expecialmente el «careo» donde los registros protagonistas emergen universales como la lengua de Cervantes ya evolucionada e igual de rica. Virtuosismo y hondura en dos obras magnas.

El Lucernario (II) se estrena en Salamanca en 2014 y el propio compositor se refiere a él con la siguientes palabras:

«Esta bella palabra designa en arquitectura la ventana que deja pasar un chorro de luz desde lo alto de un muro hacia el interior de un recinto oscuro. En los templos antiguos nunca faltaban estos huecos iluminadores, que desde las primeras luces matutinas hasta su extinción vespertina dejaban pasar las variadas luces y colores del celaje. Y era precisamente en esas horas primeras y últimas del día cuando sonaban los vetustos himnos de Laudes y Vísperas que, entonados durante más de 15 siglos, hoy han quedado casi totalmente olvidados en las páginas de los himnarios.
De todos los libros que contienen las músicas gregorianas es el Himnario, quizás, el más rico y variado en sonoridades y matices. Desde la sencillez casi esquelética de algunos de ellos hasta el vuelo sin límites de otros, el repertorio hímnico gregoriano ofrece una variedad inagotable. Y a la vez el más variado colorido musical, por estar en él presentes los ocho modos, cada uno con su especial colorido sonoro y su capacidad de generar profusos e indescriptibles sentimientos y emociones.
El Congreso sobre la Catedral Nueva de Salamanca en el cuarto centenario del comienzo de su edificación, al que fui invitado a participar con una ponencia y con una composición, me ofreció la oportunidad de mostrar un mínimo, pero claro ejemplo de la riqueza musical del Himnario con la obra que, con el título Lucernario, contenía dos himnos del repertorio gregoriano: «Lucis creator optime» (siglo VI) y «Iesu, rex admirabilis» (siglo XIII).
En la estructura musical de los dos himnos que elegí integré dos elementos tradicionales en la música del templo. El primero, el canto coral: el canto unisonal gregoriano alternando con el coro a 4 voces, necesario y a la vez suficiente para dotar de belleza austera los textos cantados, en este caso himnos. Y por otra parte el órgano,
ingenio mecánico sonoro nacido, desarrollado y evolucionado para sonar en los templos de gran amplitud como catedrales, grandes abadías, basílicas, colegiatas y santuarios renombrados.
Animado por la aceptación que tuvo la obra, e impulsado, discretamente, por los que entonces fueron intérpretes y por otras personas que la han escuchado en grabación sonora, me animé a componer, con la misma estructura, el ciclo completo de los himnos que hacen referencia a cada uno de los tiempos del año litúrgico y a algunas de sus fiestas principales. Y ha sido así como ha ido tomando forma este nuevo LUCERNARIO que ahora se estrena.
Además de recuperar el órgano como acompañante de la voz, en este caso con unas armonías que resultan de la mezcla de varios sistemas modales, he querido también recuperar para el recuerdo, como tercer elemento de este LUCERNARIO, una forma musical breve ya extinguida, pero presente durante varios siglos en la liturgia, cuando ésta se desarrollaba sin prisas: el verso de órgano, esa forma breve, pero musicalmente exquisita, que en un corto minuto denso permite seguir ‘saboreando’ sonidos recién oídos, a la vez que facilita detenerse a meditar en la palabra que se ha escuchado cantada. Forma musical lamentablemente extinguida en estos tiempos de prisas y agitaciones que están acabando con una medicina necesaria para la supervivencia del espíritu: el silencio meditativo»
.

Nadie mejor que el compositor para prepararnos a su audición e impresionado por la belleza de estos cinco «Himnos al amanecer y al atardecer» escuchados en Avilés, con Delia Manzano en el órgano positivo que complementa esta maravillosa y luminosa obra sacra, y un coro de 20 voces excelentes en todo: empaste, afinación, emisión, dicción… juventud, magistralmente llevado por Bernardo García-Bernalt (Salamanca, 1960), hijo del fundador de esta formación universitaria allá por 1950, asistente suyo desde 1982 y relevo «natural» en 1990 hasta nuestros días, siendo el responsable del estreno de este Lucernario. Es difícil mantener el «tactus» del canto llano a unísono y transmutarlo en polifonía a cuatro voces sin perder el espíritu original, ocho modos cada uno con su espiritualidad definida, todo de la mano de un órgano rompedor desde lo académico pero tradicional en el verso, y tanto las voces blancas como las graves con ese ropaje más que «acompañamiento» de plena actualidad llenando el templo avilesino, hicieron posible esa transición desde la calidad y perfección compositiva del maestro Manzano. Cinco himnos latinos que transmiten y buscan la paz interior (Inmense coeli conditor; A solis ortus cardine; Tristes erant apostoli; Iesu, Rex admirabilis, y Pange lingua-Tantum ergo), que cierran cada uno con su Amén digno de analizar por la diversidad dentro de la unidad, elevar a actual la arquitectura vocal desde el conocimiento de la raíz, la progresión del románico al gótico de forma natural sin perder esencia para transformarlo en un nuevo templo espiritual del siglo XXI, polifonía enriquecida que no oculta el sustento y lo dota de luz, nunca mejor título Lucernario para una obra en la plenitud vital de un extraordinario Miguel Manzano. De destacar alguno, tarea difícil, Tristes erant Apostoli o el último Pange lingua-Tantum ergo precisamente por captar personalmente y en su totalidad todo el proceso y evolución desde los himnos gregorianos a la armonización modal hermanada con acordes disonantes de espíritu francés tamiados por el carácter y sabiduría castellana, en una comunión musical que sigue resonando en mi interior.

Supongo que manteniendo la tradición podamos volver a escucharlos en el Canal de YouTube© de la Semana de Música Religiosa, así como la esperada grabación sonora con los mismos intérpretes, que resultaron ideales para magnificar más, si cabe, este maravilloso Lucernario de Miguel Manzano.

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