Sábado 1 de julio, 21:00 horas. 72 Festival de Granada, Parroquia de Nuestro Salvador, “Grandes intérpretes”: Ton Koopman (órgano). Obras de Bruna, Froberger, Sweelinck, Buxtehude y Bach. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.
La Iglesia del Salvador fue arrasada el 10 de marzo de 1936 por un pavoroso incendio, y reemplazadas por frías imitaciones en hormigón. La maltrecha iglesia, que en su día recibiera el título de “Insigne”, así como cuantiosos bienes, luce hoy en la capilla mayor una imagen del Salvador –procedente de la basílica de Nª Sª de las Angustias–, de Pedro Duque Cornejo, así como un lienzo de la Santa Cena, debida a Pedro Atanasio Bocanegra, y dos retablos procedentes de la iglesia de Santa Escolástica. Y desde 2001 Granada tiene un nuevo órgano versátil construido por Francisco Alonso Suárez donde esta tarde de sábado el infatigable Ton Koopman, tras impartir en la mañana unas clases magistrales para unos pocos privilegiados, disfrutó y nos hizo disfrutar de un concierto basado en sus grandes maestros (Froberger, Sweelinck, Buxtehude y Bach) sin olvidarse de comenzar con una anónima Batalha Famosa en do mayor para ir abriendo tubos, especialmente la trompetería siempre bien dispuesta, y el Tiento sobre la letanía de la Virgen de Pablo Bruna (1611-1679) “El Ciego de Daroca”, explorando las sonoridades del llamado “órgano ibérico” que el del Salvador esconde entre sus muchos registros.
Escuchar al maestro holandés desgranar cada obra es una delicia, pues juega siempre a encontrar los registros apropiados, como un niño con un juguete que además hace magia.
Tras el tributo “hispano” llegaría el barroco potente, primero con Johann Jakob Froberger (1616-1667) y la Toccata II (Libro secondo, 1649) escrita en el denominado stylus phantasticus y desembocando en una giga, una demostración del poderío tanto del órgano como del organista para proseguir con Jan Pieterszoon Sweelinck (1562-1621) y la Echo fantasia «Puer nobis nascitur», un despliegue de registros para alcanzar esos juegos de contestación con tímbricas que recrean ese fenómeno de la naturaleza, y el órgano del Salvador respiró por flautados y lengüetas de todas las medidas.
Los grandes alemanes serían los verdaderos platos fuertes en las manos de Koopman, primero el danés (eso dicen en Helsingør) afincado en Lübeck Dietrich Buxtehude (1637-1707) cuyo Preludio, BuxWV 139 sonó poderoso en un despliegue de registros que la composición pedía, un políptico (como bien explica el también organista Pablo Cepeda en las notas al programa), pues encadena sucesivamente un preludio cuasi-improvisatorio, una fuga, un adagio y una tocata final. A continuación el coral «Wie schön leuchtet der Morgenstern», BuxWV 223, verdadera fantasía al órgano, con algún problema de equilibrio pero siempre apreciable la melodía, para terminar con la Fuga, BuxWV 174, luminosa como el verano danés o alemán, que no vamos a discutir de nacionalidades ya que la música es universal.
Y siendo Ton Koopman su profeta, el “sermón final” sería de Johann Sebastian Bach (1685-1750) con una delicia de obras:
La Fantasía en sol mayor, BWV 572, que comienza en tresillos de registros agudos antes de la poderosa parte central con pedal, a cinco voces que se distinguieron y sonaron nítidas.
Los preludios corales de Bach son un muestrario de recursos a partir de glosar las melodías luteranas, y así fuimos disfrutando de «Wachet auf, ruft uns die Stimme», BWV 645, que incluye la conocida aria de la Cantata 140 con un pedal de trompetería pleno y los flautados que nos transportan a los templos protestantes, después en tiempo de adviento «Nun komm‘ der Heiden Heiland», BWV 659, otro juego de registros con un pedal potente pero sereno.
Lo festivo continuaría con «In dulci jubilo», BWV 729 a cuatro voces donde manos y pies de Koopman volaron juveniles y con el oficio de toda una carrera, ornamentaciones aéreas e improvisadas desde una vitalidad pasmosa, para cerrar los corales con «Schmücke dich, o liebe Seele», BWV 654, complicado de escritura y ejecución por la necesidad de acertar con los registros, entrando todos sin dificultad ni gemidos, respondiendo el órgano a las exigencias del holandés.
Y mejor cierre que la Fuga en sol menor, BWV 578 no podíamos encontrarlo, de extenso desarrollo para que Koopman siguiese “tirando” de vitalidad y oficio. Con el tema conocido por todos los bachianos, voló y sonó cual violín por estilo y sonoridad; cada entrada del tema en una mano y registro le precede otro anticipando el contenido de la siguiente entrada. Maravillosa fuga e interpretación para un público entregado que llenó la iglesia parroquial del Albaicín.
No importaba el esfuerzo ni la edad para el incombustible Koopman que aún nos regaló dos joyas, una bachiana (creo que uno de los corales de Leipzig) y otra que me recordó a las Fantasías de Jean Alain por la búsqueda de registros que resultaron un verdadero muestrario de sapiencia para explotar al máximo los recursos de este potente y versátil órgano joven, casi tanto como un maestro que no parece cumplir años en este concierto vespertino del undécimo día de Festival.






















































































