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Espejos rotos

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Miércoles 29 de octubre, 19:30 horas. Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo. Inauguración del ciclo «Los Conciertos del Auditorio«: Berna Perles (soprano), Gaëlle Arquez (mezzo), José Simerilla (tenor), Rubén Amoretti (bajo), El León de Oro (maestro de coro: Marco Antonio García de Paz), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías Navarro (director). Obras de R. Carnicer y G. Rossini.

Hay conciertos de los que me cuesta mucho escribir, y este que abría la temporada es uno de ellos, pese a mis ganas de escuchar una obra como el Stabat Mater de Gioachino Rossini (1792-1868) que me acompaña hace años, y tengo una grabación -arriba dejo la carátula- que suele sonar en mi cadena de música al menos una vez al año (en este ya van tres para refrescar el oído). Si además estaba precedida por una sinfonía (a modo de obertura) de nuestro poco reconocido Ramón Carnicer y Batlle (Tárrega, 1789 – Madrid, 1855) para testear a la Oviedo Filarmonía (OFil) con su titular Lucas Macías aún mejor, pues las notas al programa de «otro Ramón» nos preparaban para acudir en este nuevo horario del ciclo con toda la esperanza para abrir boca.

El doctor Sobrino titulaba «Bel canto en espejo» para comprender cómo se organizaba este concierto inaugural, y desmenuzaba o mejor diseccionaba, como buen conocedor del maestro ilerdense, la Gran Sinfonía en Re, dada por perdida y localizada recientemente por el ICCMU en el legado Llimona y Boceta.

Obra de aires rossinianos que Carnicer conocía de primera mano (tanto en Barcelona como después en Madrid, además de sus viajes a Italia donde contrataba compañías que vendrían a España), y como bien nos cuenta su tocayo llanisco, dirigiría en Madrid El Barbero rossiniano donde se interpretaría esta sinfonía, de donde saldría el encargo del Stabat Mater que rivalizase con el de Pergolessi. La OFil con Macías demostraron el buen maridaje y entendimiento tras estos siete años de maduración mutua, una orquesta con personalidad que gana calidad en todas las secciones. Desde los violines hoy con Marina Gurdzhiya de concertino, y una plantilla bien equilibrada (cuerda 12-10-8-6-4), violas y chelos permutados como suele ser habitual y al fin colocando los contrabajos sobre una tarima para dar corporeidad y sustento en los graves. La madera que nunca defrauda, los metales templados, más para esta sinfonía donde la trompeta tiene protagonismo junto a unos trombones potentes, sumando una percusión que por la acústica tan peculiar del auditorio, hace rebotar las frecuencias del triángulo en la parte contraria. El maestro onubense «defendió» esta partitura haciendo una interpretación bien contrastada en los tempi de sus tres movimientos (Allegro – Andantino – Allegro), con gesto claro, preciso, dejando fluir una sonoridad poderosa y rotunda pero bien balanceada, que no sería la misma en el «auténtico Rossini» posterior.

Tras la obertura de Carnicer llegaba ese maravilloso poema franciscano del siglo XIII al que tantos compositores han puesto música, esa Madre Dolorosa con la que esta vez hemos compartido dolor, comprensión, perdón, pero también esperanza, que nunca debemos perder. El Stabat Mater de Rossini se estrenó el Viernes Santo de 1833, en San Felipe el Real de Madrid, presentando el compositor como obra enteramente suya la encargada por Manuel Fernández Varela, arcediano (así se llama el primero o principal de los diáconos, que ejercía jurisdicción delegada del obispo en un territorio determinado), confesor, predicador y consejero real en Madrid tras la petición de Fernando VII, como bien comenta Ramón Sobrino, así como las incidencias que sobrevinieron a esta maravillosa partitura y su finalización definitiva con los diez números.

Arrancaba la introducción del «Stabat Mater dolorosa» con una OFIL matizada junto a nuestro coro El León de Oro más un cuarteto solista (Berna Perles, Gaëlle Arquez, José Simerilla Rubén Amoretti) algo desigual que me volvió a plantear dudas: no es igual cantar con la orquesta detrás que situarlo delante del coro, como también se suele colocar en estas obras sinfónico-corales. La escucha del director no es la misma teniendo al cuarteto a sus espaldas que enfrente, aunque ello exija de los solistas una proyección que tristemente no todas las voces poseen, de ahí la sensación que parte del público tiene de un exceso de volumen orquestal que «tapa las voces y el coro». Si hay buena técnica no debería haber problema alguno, aunque en los registros graves siempre resulte más difícil. También es labor del director buscar el balance y equilibrio entre las distintas secciones, por lo que a menudo deberá recordar, especialmente a los metales, «quitar una letra de los matices», vamos que ff (fortísimo) sea f (fuerte) e incluso aplacar el ímpetu intrínseco a cada músico, si bien otras veces no se pueda remediar pues así se les exige en la partitura.

El inicio resultó correcto, matizado, con un coro suficiente de volumen en todos los planos y un cuarteto solista empastado, presente pero no del todo equilibrado, primer toque de atención para este número inicial cuando el tenor hispano-argentino atacaba los agudos con unos portamentos nada correctos pero al menos bien contrastados por «48 leones» (12 por cuerda con las voces blancas flanqueando las graves, y éstas permutadas, buscando una sonoridad acorde con la sinfónica), siempre seguros y atentos sin necesidad de «apianar» la orquesta. Las solistas emergieron sobre la masa instrumental en unos agudos limpios.

El segundo aviso vendría con un destemplado «Cuius animam gementem» del tenor pese a un inicio orquestal mimando, fraseando y dejando todo servido para que el solista brillase, pero el oro resultó en bisutería, sin cuerpo y «buscando» unos agudos que deslucen los ataques. Por mucho que el maestro Macías intentase llevar los contrastes escritos, aquello no fluía como debería: descolocación vocal y poco carácter para cantar «Y cuando muera el cuerpo haz que mi alma alcance la gloría del paraíso», personalmente condenándolo al fuego eterno.

Al menos volvería algo de sosiego con un buen dúo de las dos solistas en el «Quis est homo, qui non fleret» tras unas trompas afinadas, empastadas y una cuerda sedosa contestada por las maderas dolientes en el sentimiento. La soprano malagueña ha ganado cuerpo en el grave y mantiene sus agudos portentosos, limpios, de musicalidad total, bien contrastada con la mezzo francesa de color redondo, corpóreo, segura, ambas con emisiones matizadas, agilidades bien encajadas, colores diferenciados y empaste conseguido, mientras la OFIL con Macías las revestía y realzaba.

El arranque del aria del barítono-bajo burgalés «Pro peccatis suae gentis» resultó accidentado tras una indisposición en el patio de butacas de un espectador que ante el susto levantó a los muchos médicos presentes de sus asientos, felizmente solventado pero que detuvo muchos minutos el concierto, probablemente rompiendo la concentración y «obligando» a reiniciar el cuarto número que, sin que sirva como excusa, enfrió el discurrir hasta ese momento, pese a los denodados intentos del titular y su orquesta. Amoretti es más barítono que bajo aunque su registro grave, sobre todo en sus intervenciones a solo, es suficiente y llena la sala. Le reconozco como un intérprete que se entrega siempre pero no lució como era de esperar, con agudos forzados y sin «ligazón», pues parecía como si el texto «¿Quién no apenarse podría, al ver de Cristo a la Madre, padeciendo con su Hijo?» nos pidiese precisamente entristecerse tras la escucha. Algo mejor en el recitativo junto al coro ‘a capella’ «Eia, Mater, fons amoris […] / Fac ut ardeat cor meum» tan bello y matizado que por lo menos me quitó el mal sabor previo. Maravilla de afinación de LDO, expresividad y buen diálogo además del fraseo conjunto marcado al detalle por Lucas Macías que al menos parecía volver a disfrutar, como todos, este quinto número.

El sexto nos traería de nuevo al cuarteto de solistas junto a la orquesta, «Sancta Mater, istud agas» con el aire y matices perfectos para degustarlo en su totalidad, pero Simerilla Romero volvía a «sacarme de mis casillas» aunque intentó forzar presencia con la consiguiente descolocación de sus agudos. La malagueña equilibró y brilló a continuación, corroborando que la técnica es muy necesaria, al igual que la francesa. El burgalés buscó el empaste con musicalidad, la orquesta matizó al detalle y los contrastes dinámicos «desnudaron» las carencias mientras realzaban las cualidades individuales con un final en pianissimi de una orquesta siempre segura.

De lo mejor en este agridulce Stabat Mater llegaría con Gaëlle Arquez, recordada del abril pasado en este mismo ciclo, con su cavatina «Fac ut portem Christi mortem», trompas y clarinete presentando la delicada introducción a la voz de la francesa, agudos poderosos, graves corpóreos, pianisimi mantenidos y presentes, color de verdadera mezzo rotunda y delicada, con la técnica al servicio del mejor Rossini, una delicatesen del músico gourmet acorde con el texto («…no seas conmigo desabrida y haz que yo contigo llore»).

Y Berna Perles no se quedaría a la zaga con su aria «Inflammatus et accensus», sentimiento cantado pidiendo «Haz que sus heridas me laceren, haz que me embriaguen la cruz, y la sangre de tu Hijo» subrayado por una contundente OFIL junto a un poderoso LDO, conjunción llena de colores e intensidades tanto musicales como emocionales, con el maestro onubense dibujando los detalles, balanceando las distintas secciones para dibujar este lienzo sonoro de claroscuros que Rossini pintó inspirado sobre el pentagrama.

El momento más amargo llegaría con el cuarteto «Quando corpus morietur» porque el esfuerzo en lograr afinar fue baldío, por un lado las solistas sin perderse mientras los solistas ni siquiera «ayudados» por el cello lograron aunar esfuerzos. De verdad que la desafinación es una sensación indescriptible que cuando no se logra supone un dolor para el oído, y rezando interiormente el texto («Cuando de aquí deba partir concédeme alcanzar – por medio de tu Madre – la palma de la victoria») no conseguí templanza aunque otorgase perdón. Al menos ese final coral del «Amen, in sempiterna saecula» que Rossini felizmente añadió me resultase el alivio por un espejo roto donde el bel canto no siempre lo fue, pero no hay placer sin dolor.

Un arranque de temporada agridulce que me ha desvelado describirlo pero con la esperanza de comprobar como «leónigan» confeso que la cantera coral se mantiene con los años, que la OFIL sigue consolidada dentro y fuera del foso, más un Lucas Macías Navarro que desde el trabajo y estudio riguroso de cada programa se ha hecho un nombre propio desde la batuta (sin perder su prestigio como oboísta), compaginando Oviedo, Granada y Sevilla, además de invitado en medio mundo, con un esfuerzo encomiable para continuar haciendo crecer todo lo que afronta.

PROGRAMA

Ramón Carnicer y Batlle (1789-1855):

Sinfonía en re mayor (Allegro – Andantino – Allegro).

Gioachino Rossini (1792-1868):

Stabat Mater

1. Introducción. Coro y solistas. «Stabat Mater dolorosa»

2. Aria. Tenor. «Cuius animam gementem»

3. Dúo. Soprano y mezzosoprano. «Quis est homo, qui non fleret»

4. Aria. Bajo. «Pro peccatis suae gentis»

5. Recitativo. Bajo y coro. «Eia, Mater, fons amoris […] / Fac ut ardeat cor meum»

6. Cuarteto. Solistas. «Sancta Mater, istud agas»

7. Cavatina. Mezzosoprano. «Fac ut portem Christi mortem»

8. Aria. Soprano y coro. «Inflammatus et accensus»

9. Cuarteto. Solistas. «Quando corpus morietur»

10. Final. Coro. «Amen, in sempiterna saecula»

Paz y música sinceras

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Martes 28 de octubre, 19:45 horas. Sociedad Filarmónica de Oviedo (Teatro Filarmónica), Año 119, concierto 14 del año 2025 (2.094 de la sociedad): Ángel Luis Sánchez Moreno (oboe y director) y Ensemble, Iliana Verónica Sánchez (soprano), Daniel Oyarzábal (clave). Nulla in mundo Pax Sincera, obras de A. Marcello, Vivaldi, Mozart y Bach.

Con el título de Nulla in mundo pax sincera (Nada en el mundo tiene paz sincera) se presentaba el oboísta Ángel Luis Sánchez Moreno (Madrid, 1995) con un Ensemble de dos violines, viola, violonchelo y contrabajo (cuyos nombres no figuraban aunque reconociese alguno), más el siempre brillante y muy solicitado Daniel Oyarzábal (Vitoria-Gasteiz, 1972) al clave, sumándose la  hermana de Ángel, la soprano Iliana Verónica Sánchez (Madrid, 1985), con obras del barroco tan agradecido siempre, más el Mozart joven aún con reminiscencias anteriores desde el llamado estilo galante, que hicieron las delicias de una tarde otoñal asturiana.

En las notas al programa con ese título vivaldiano de la segunda obra y primera con el oboe y la soprano, el concierto nos invitaba «a un viaje sonoro hacia esa búsqueda de paz y belleza divina que, aunque profundamente anhelada por la humanidad, permanece fuera de nuestro alcance en el mundo terrenal» y donde las músicas nos ofrecían «un refugio, un espacio que invita a reflexionar que lo humano y lo espiritual aún pueden encontrarse», como así resultó.

Abría el concierto el famoso Concierto para oboe en re menor de Alessandro Marcello que siempre asociaré a la película «Anónimo Veneciano» (Enrico Maria Salerno, 1970), con una bellísima Florinda Bolkan. Como buena obra barroca es un diálogo perfecto entre solista y orquesta con ese Adagio central escoltado por dos ‘tempi’ rápidos (Andante spiccato y Presto) que son una explosión de virtuosismo donde disfrutar de Ángel Luis Sánchez Moreno, bellísimo sonido de oboe, fraseado y arropado por un ensemble plenamente adoptado por el solista que apenas necesitó ejercer de director ante el buen entendimiento de todos.

Nos mantuvimos en la Venecia de este «viaje sonoro» pero con Il Petre Rosso y el aria que daba título al programa, la primera del motete sacro Nulla in mundo pax sincera, mismo orgánico aunque con solo un violín y la soprano Iliana Verónica Sánchez, en un «arreglo» para la ocasión por el tamaño del orgánico comandado por el «concertino» que fue perfecto para arropar la voz de la madrileña, aseado y reflejando la tensión melódica con buenos ornamentos más el ambiente que el cura pelirrojo maestro de música  en el Ospedalle Della Pietà refleja en este bellísimo motete sacro.

Salto a la Austria mozartiana y primera intervención en solitario del vitoriano Daniel Oyarzábal que nos ofrecería el primer movimiento de la Sonata para piano en do mayor, KV 279 jugando con los dos teclados para lograr los contrastes dinámicos y la desnudez del clave sin las posibilidades del pianoforte, mordentes, trinos, arpegios y adornos llenos de humor del genio salzburgués con 18 años en una de sus primeras sonatas, y logrando mantener una unidad tímbrica que rodeó todo el concierto.

Así se mantuvo el mismo espíritu optimista y transparente con el Cuarteto para oboe y cuerdas en fa mayor KV 370, compuesto siete años más tarde, con los músicos sentados alcanzando el buen entendimiento para una formación camerística que así lo exige, como el mismo latido para compartir protagonismo con el solista. Tres movimientos de nuevo con el Adagio central introspectivo y exigente en mantener las notas largas del oboe sin perder presencia, y los extremos sutiles con el luminoso Allegro y el ligero Rondó que mantuvieron el equilibrio de un cuarteto para lucimiento del oboísta madrileño con una amplia gama dinámica y articulación perfecta.

La segunda parte la ocuparía por completo «mein Gott» con obras que jugarían con la plantilla, comenzando por el aria de la Cantata 51 Jauchzet Gott in allen Landen (Aclamad a Dios todas las naciones), disfrutando de la soprano y con el oboe «sustituyendo» la trompeta original en el aria pero alcanzando así un empaste, limpieza en el sonido y volumen más recogido, prosiguiendo solo la cuerda en el recitativo con los perlados del clave que son imprescindibles. Iliana Verónica Sánchez posee una buena emisión, con una voz que «corre bien» por el teatro (indicar que todos se colocaron fuera de la caja escénica, en el límite del escenario), tiene el color ideal y estilo para estos repertorios, puede que con un volumen no demasiado grande aunque favorecido por la reducida plantilla elegida, y personalmente con la necesidad de marcar más las consonantes del idioma de Goethe que tan acostumbrados estamos de escuchar, pero su técnica es suficiente para afrontar tanto el carácter como los ornamentos que El kantor de Leipzig exige a las voces «instrumentalizadas» en su época.

Igual de exigente aunque breve la conocida aria Bist Du Bei Mir (Si estás conmigo) BWV 508, más sentida e íntima, buscando la idea de esa deseada «paz celestial» desde la «grandeza divina» con una voz angelical que transmitió la reflexión del encuentro entre lo humano y lo espiritual, con clave en vez de órgano y el ensemble arropando la voz de la soprano madrileña.

Volvería «solo ante el peligro» Daniel Oyarzábal al clave, primero con el Preludio y fuga en do mayor BWV 870 (del segundo libro de El Clave bien temperado), rico en ornamentos, bien fraseado el preludio y clara, además de precisa la fuga, para rebosar de virtuosismo con el Preludio en si menor BWV 923 (que sustituyó, con buen criterio, al programado Preludio y fuga en re menor BWV 875), un salto cualitativo de un Daniel pletórico que igual nos impresiona al órgano que exprime cada clave que le dejan, «un seguro de vida artístico» como le ha definido mi querido Luis Suñén, y Bach siempre es único en sus interpretaciones.

El colofón de nuevo con «su ensemble» al completo para la reconstrucción del Concierto para oboe en do mayor, BWV 1055R, (mejor que con flauta) para lucimiento de Ángel Luis Sánchez Moreno, final de viaje con ese diálogo entre solista, cuerda y continuo donde disfrutar de la magia de «dios Bach» siempre inimitable, padre de todas las músicas, pasando de la introspección al virtuosismo en sus tres movimientos. Un amor de oboe (a falta de oboe de amor en la mayor) con una plantilla para la ocasión que nunca desluce y menos cuando hay complicidad entre todos.

Aún vendrían fuera de programa dos paradas más en este viaje, Händel con el tercer movimiento, Largo, del Trío Sonata para dos violines y continuo en sol menor HWV 393 «Dresden» nº 2, en adaptación para oboe y violín -más cello y clave- y la famosa aria «Lascia ch’io pianga» del Orlando HWV 31, de nuevo con el ensemble y clave (mejor que al órgano original) con una inspirada Iliana Verónica Sánchez que no podía faltar para la ocasión en este concierto tan barroco donde compartir sensaciones y ansia de paz en este concierto comandado por Ángel Luis Sánchez Moreno brillando con su hermana.

PROGRAMA:

A. Marcello:

Concierto de oboe en re menor: Andante spiccato – Adagio – Presto.

A. Vivaldi:

Nulla in mundo pax sincera, RV 630: aria.

W. A. Mozart:

Sonata para piano en do mayor, KV 279 (I. Allegro).

Cuarteto para oboe y cuerdas en fa mayor, KV 370: Allegro – Adagio – Rondeau. Allegro.

J. S. Bach:

Cantata Jauchzet Gott in allen Landen, BWV 51 (aria y recitativo).

Bist Du Bei Mir, BWV 508.

Preludio y fuga en do mayor, BWV 870.

Preludio en si menor, BWV 923.

Concierto para oboe en do mayor, BWV 1055: Allegro – Larghetto – Allegro ma non tanto.

Lorca, fuente de inspiración

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CD «LORCA DE AMOR Y MUERTE, Canciones con poemas de Federico García Lorca». Naroa Intxausti (soprano), Aurelio Viribay (piano).

Cezanne Producciones, CZ159 / M-16989-2025 / 0 793150 230570

Creo que Federico García Lorca es el poeta más musicado de la Generación del 27, con una amplia difusión de su «obra cantada» en todos los estilos e intérpretes. Incluso se ha dicho que García Lorca primero fue músico, pues hay grabaciones con el granadino al piano recogiendo canciones populares que elevó a la categoría de concierto, auténtico lied español. Y en este ámbito de la llamada canción de concierto española, si alguien merece destacarse por la recuperación y difusión de muchísimo repertorio español, así como el apoyo a compositores actuales, es el profesor y maestro vitoriano Aurelio Viribay Salazar, que ha vuelto a los estudios de grabación de Javier Monteverde esta vez para el debut discográfico de la soprano bilbaína Naroa Intxausti, en uno nuevo álbum donde Lorca es musicado por cuatro compositores de nuestro tiempo: Miguel Asins Arbó (Barcelona, 1916 – Valencia, 1996), Hermes Luaces (Madrid, 1975), Borja Mariño (Vigo, 1982) y Elisenda Fábregas (Tarrasa, 1955), cada uno eligiendo unos poemas que son lírica pura en el sentido de la propia musicalidad que esconden, y con sus lenguajes característicos adaptan, y adoptan, para la voz y el piano toda la carga literaria, emocional pero también patrimonial.

Precisamente escuchando al maestro Viribay hace siete años en Valdediós con la asturiana Lola Casariego, titulaba aquel recital como «Poesía es música», y solo queda reafirmar este concepto que define la propia definición del adjetivo «lírica» por parte del diccionario de la RAE: Perteneciente o relativo a la lira, a la poesía apropiada para el canto o a la lírica.

De esta grabación merece destacarse la excelente calidad en la toma de sonido de un productor como Javier Monteverde que se presente en su web como «La Producción de Audio convertida en arte», pues conoce las necesidades y «requisitos» para un dúo de voz y piano, así como Aurelio Viribay confía en los Estudios Cezanne desde hace tiempo, importante para sentirse cómodo en el proceso de llevar al disco un repertorio que a menudo ya ha recorrido escenarios sin perder esa frescura. Escuchando en mi cadena (siempre mejor que en las redes sociales -RRSS-) el CD sin problemas de volumen, la sensación es tener a los intérpretes a mi lado con toda la gama de dinámicas sin perderse ni siquiera las respiraciones. Y si la parte sonora es impecable, el libreto que lo acompaña es un detallado estudio de los compositores del disco y un análisis pormenorizado de cada obra, a cargo del matemático, musicólogo, crítico y académico José Luis García del Busto Arregui (Xátiva, 1947), otra buena opción para hacerse con esta grabación en el formato físico (me reconozco «mayor» por seguir atesorando discos en mi casa), aunque en las RRSS podamos escucharlo e incluso ver muchas de las obras en directo por los propios intérpretes. Por supuesto se incluyen los poemas del universal y atemporal Federico con las referencias a las obras originales.

Hace unos días, la soprano vizcaína y el pianista gasteiztarra presentaban esta nueva grabación en el programa «Radar Clásico», una antología lorquiana camerística que arrancaba como proyecto hace dos años de quince canciones que engrandecen nuestro legado de «la canción española de concierto» con la lírica atemporal de Lorca.

El disco lo abre Miguel Asins Arbó y sus Tres romances gitanos (del primer «Romancero gitano»): La casada infiel, recitado solo seguido del piano que alterna compás de aire andaluz, La monja gitana con XX y ese piano cual cuco en el reloj del convento también respirando la raíz de la capital nazarí, «con garbo» y «con gracia» con la voz sentida fiel al texto, y Romance de la luna, luna, una joya del compositor valenciano donde se subraya el dramatismo en la voz de Intxausti y un interludio pianístico de Viribay realzando el hechizo de esa luna sempiterna del poeta granadino. Como escribe García del Busto «un continuo musical que -en paralelo a los versos- adquiere intensidad creciente hasta alcanzar en los últimos compases el pico de fuerza expresiva».

Otro tríptico de «gacelas» a las que el madrileño Hermes Luaces pone música adaptada para la soprano (pues el original es para mezzo): Tres gacelas de amor y de muerte (de «Diván del Tamarit») escritas en agosto de 2014 y estrenadas en 2016: Gacela del amor imprevisto, Gacela de la raíz amarga y Gacela de la muerte oscura. Interesante composición y homenaje explícito a la poesía arábiga de la Granada lorquiana donde Luaces cita como introducción a cada gacela (referida al amor, al erotismo y a la muerte) sendos compases de La bohéme, magisterio pianísitico y belleza vocal. El amor imprevisto con pasión amorosa y el piano inquietante para reflejar esa atmósfera; el dramatismo de la raíz amarga con aires del cante jondo que Lorca elevó al paraíso vocal y el músico madrileño tamiza hasta el salón. Y finalmente la muerte obsesiva desde la languidez de una nana que nos lleva al sueño eterno.

El gallego Borja Mariño estrenaba sus Vaqueros en Nueva York en la madrileña Fundación Juan March el 22 de mayo del pasado año con la soprano Raquel Lojendio y el propio Aurelio Viribay en el concierto titulado «Lorca en forma de canciones»  -que sigue teniendo recorrido en directo llegando al Festival de Granada de este año– dentro del ciclo «El universo musical de Federico García Lorca». Cuatro canciones: Vals en las ramas y Muerte (de «Poetas en Nueva York») más La balada del agua del mar Muerte y Veleta (de «Libro de poemas», 1920). El propio Mariño en las notas al ya citado ciclo celebrado en «La March» el año pasado, justifica que en sus canciones incluya “como fantasmagorías, […] ecos velados de Gershwin, de Joplin, Berlin o Porter, que quizás resonaron alguna vez durante las noches [de Lorca] en la gran ciudad, pero disueltos desde la esencia de la poesía descarnada del poeta que ansía volver a sus raíces con los poemas escritos en su Granada natal” y que estas cuatro canciones establecen una suerte de forma sonata libre, con materiales independientes en cada una de ellas, igualmente recogido en las notas de García del Busto:

La primera, «Vals en las ramas», comienza en un amable 3/4 del que pronto se desviará, con un ritmo de baile imposible que va transitando por compases de 2, 3 y 4, al hilo también de las referencias numéricas del poema y atento a algunas repeticiones que no hacen sino expresar la desazón del poeta ante una visión decadente del mundo (el vals como danza burguesa del fin de siglo, el otoño que llega inexorablemente, la necesidad de evadirse de la existencia para poder sobrevivir a sus envites).

En «Balada del agua del mar» hay, en efecto, referencias acuáticas (arpegios, trémolos) con acordes alterados y oscuros, mientras sigue un diálogo entre el poeta y diferentes personajes de carácter sensual que aportan diferentes voces a las intervenciones de la solista.

Para «Muerte», de nuevo un sentimiento de frustración se acompaña con ostinatos de acordes contrastantes y líneas que intentan ascender en la voz con intervalos que ineludiblemente se van acortando, igual que el poema muestra la imposibilidad de ser otra cosa que la que marca la propia naturaleza («qué esfuerzo»), incluyendo la sentencia final de la muerte con un clima descarnado y desasosegante.

Para «Veleta», una suerte de rondó, se escuchan los giros y requiebros de cromatismos descendentes y ascendentes, sobre ritmos diferentes a merced de la velocidad con que va girando el elemento de la veleta –una imagen de los amores que se van sucediendo en nuestras vidas–, mientras la voz canta una tonada impetuosa, llena de ardor, para cerrar el ciclo.

Nada mejor para expresar lo que el dúo Intxausti-Viribay lleva al disco: aires musicales cercanos y actuales desde un vals nuestro que sobrevuela cantado revestido por un piano igual de cantarín, balada limpia, cristalina con sabor a salitre atlántico tanto en la voz como en las teclas, muerte entremezclada de esperanza y convencimiento, diálogo entre el piano y la voz siempre de dicción precisa, resaltando cada verso lorquianos, y finalmente una veleta que gira con la soprano volcando el ardor necesario del hermoso texto escrito por Federico con aires musicales de un ragtime neoyorquino traído de vuelta por los vientos cambiantes.

El disco lo cierran las Cinco canciones de la egarense (y estadounidense) Elisenda Fábregas: El silencio, Las seis cuerdas y Clamor («Poema del cante jondo», 1931), De la mano imposible («El diván del Tamarit», Casida VI) más La luna negra (poesía varia). Meditación silenciosa y por momentos etérea, sugerente en el piano, sentida en la voz («un silencio ondulado»), con saltos interválicos precisos y acordes apoyando la armonía. No una sino las dos manos de Aurelio presentando el siguiente poema lleno de misterio y simbolismo en la voz de Naroa, otra visión de la muerte que atormentaba y presagiaba nuestro poeta más universal, finalizando con «la sábana blanca de mi agonía» rubricado por el piano solista siempre coprotagonista. De la luna lorquiana a la que pocos compositores e intérpretes han podido sustraerse, estaba claro que Don Aurelio es cual hombre lobo que sabe elegir y sacar el máximo partido a esta composición dual, misteriosa y mágica, contagiada a una Naroa subyugada en una línea de canto sugerente. Y otro referente de Lorca, admirador de Sainz de la Maza, las guitarra que «hace llorar a los sueños», cada palabra vibrante como cada cuerda en los ocho versos, registros extremos en el instrumento con forma de mujer y recia madera en la interpretación de los dos artistas, antes del Clamor final, doblar de campanas repicando en un piano catedralicio, el dramatismo vocal de plegaria y llanto, oscuridad de liturgia musical fielmente reflejada para el propio sentir de los versos de Lorca.

Excelente tributo al Lorca de muerte y amor, con una buena elección de poemas por parte de los compositores, unido al olfato y magisterio del Doctor Aurelio Viribay encontrando siempre la voz adecuada para su amplio repertorio, en este caso la soprano Naroa Intxausti a quien le auguro una larga trayectoria lírica en todos los estilos y mucho éxito en este género del lied español tan exportable, sin complejos, como el propio Federico García Lorca.

CORTES y enlaces a las Plataformas Digitales:

Miguel Asins Arbó (1916-1996): 01.-03. Tres romances gitanos:

01. La casada infiel; 02. La monja gitana; 03. Romance de la luna, luna.

Hermes Luaces (1975): 04.-06. Tres gacelas de amor y de muerte:

04. Gacela del amor imprevisto; 05. Gacela de la raíz amarga; 06. Gacela de la muerte oscura.

Borja Mariño (1982): 07.-10. Vaqueros en Nueva York:

07. Vals en las ramas; 08. La balada del agua del mar; 09. Muerte; 10. Veleta.

Elisenda Fábregas (1955): 11.-15. Cinco canciones:

11. El silencio; 12. De la mano imposible; 13. La luna negra; 14. Las seis cuerdas; 15. Clamor.

Pasión y gratitud en la voz de José Bros

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El tenor catalán ofreció en el Campoamor un recital de elegancia, entrega y emoción compartida con el pianista Mario Álvarez

Jueves, 16 de octubre 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor de Oviedo: Recital “Pasión Lírica”. José Bros (tenor), Mario Álvarez Blanco (piano). Arias y romanzas de ópera y zarzuela.

(Crítica para LNE del sábado 18, con el añadido de fotos propias, los enlaces –links– enriquecedores, y la tipografía más colores que la prensa no refleja)

Cada regreso de José Bros (Barcelona, 1965) a Oviedo es un reencuentro con alguien de casa, y así lo siente tanto el artista como su público fiel que acudió al recital de este jueves otoñal. El tenor catalán, habitual de la escena del Campoamor desde hace más de tres décadas y protagonista de más de dieciocho producciones entre óperazarzuela y recitales, muchos vividos por quien suscribe, volvió a emocionar a los melómanos asturianos que le siguen adorando y con quienes mantiene un idilio y hasta amistad con muchos de ellos. Su Pasión Lírica es programa de aire retrospectivo y confesional, acompañado por el pianista local Mario Álvarez, cómplice artístico por vez primera pero amigo de larga trayectoria en la capital asturiana.

El recital se articuló en dos partes equilibradas y muy personales. En la primera, Bros rindió homenaje a Francesco Paolo Tosti con Vorrei morire y L’ultima canzone, dos miniaturas de pura emoción contenida, interpretadas con exquisita línea de canto y una mezza voce que sigue siendo su sello característico de timbre único. A ellas siguió el bel canto de Donizetti con una Una furtiva lagrima de filigrana expresiva (el Nemorino que utilizó su “Elisir” para encandilarnos junto a nuestra Beatriz Díaz hace ocho años sobre estas mismas tablas), antes del primer lucimiento del pianista en un sentido Intermezzo de “Manon Lescaut” de Puccini, preludio al inspirado Donna non vidi mai, fraseado con lirismo y hondura. Su dicción en italiano es maravillosa y la música realza cada texto. La melancolía de È la solita storia del pastore (“L’Arlesiana») encontró en Bros al Federico introspectivo, y cerraría esta primera parte con el aria verdiana Tutto parea sorridere (de “Il Corsaro”), una sección con un despliegue vocal lleno de vigor y elegancia pese a cierta descolocación vocal del agudo final, plena de orgullo guerrero que sigue llamando “a las armas”.

La segunda parte viajó rápido de Francia a España pasando por su Cataluña. El tenor abordó con naturalidad el refinamiento de MassenetOuvre tes yeux bleus y el solemne Ô souverain, ô juge, ô père de “El Cid»—, de dicción impecable y tono devoto. Mario Álvarez volvió a “darle descanso” con el conocido Fandango de “Doña Francisquita”, página de virtuosismo pianístico que no puede igualar el brillo, tempo ni salero orquestal pero que sirvió de puente hacia un Maig de Toldrà luminoso, delicado, sentido y cercano en su lengua natal.

Las muy conocidas romanzas de zarzuela —Bella enamorada, De este apacible rincón de Madrid y No puede ser— que muchos tenemos memorizadas por nuestro maestro Alfredo Kraus, desataron la ovación del público, que celebró el arte de un cantante que sigue combinando elegancia, naturalidad y entrega.

Antes de la última romanza, también en las propinas, Bros tomó la palabra para agradecer al Ayuntamiento, a su Alcalde Alfredo Canteli, y a todo el personal de la FMC (Fundación Municipal de Cultura) su apoyo, también a Mario Álvarez por el excelente trabajo recordando sus 32 años de amistad, así como la gratitud de todos los implicados en poder buscar este hueco en la amplísima oferta musical de “La Viena española” candidata a capital cultural para 2031. No faltó, pese a lo discreto que siempre ha sido en su vida personal, con sus “luces y sombras” por las que todos pasamos, actualmente pletórico y optimista con la confesión de su reciente boda hace algo más de un mes, por lo que dedicó a su esposa, presente en la sala, un emocionad Canto porque estoy alegre (de Antón García Abril) como regalo de cumpleaños este jueves 16 de octubre en plena “luna de miel” y un regalo más (“manda Mario” bromeó) para cerrar con la Mattinata (Leoncavallo) antes del apasionado bis de No puede ser que sí lo fue.

Una gran noche de arte, lírica, gratitud y pasión compartida: pura verdad cantada.

La pasión de Bros

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Jueves, 16 de octubre 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor de Oviedo: Recital “Pasión Lírica”. José Bros (tenor), Mario Álvarez Blanco (piano). Arias y romanzas de ópera y zarzuela.

(Reseña rápida desde el teléfono para LNE del viernes 17, con el añadido de fotos propias, los enlaces –links– enriquecedores, y la tipografía más colores que la prensa no refleja)

Cada visita del tenor barcelonés Josep Bros (1965) a Oviedo supone un reencuentro con quien podríamos denominar como “de casa” tras participar en más de 18 títulos de ópera, zarzuela y varios recitales, todos con buenos recuerdos, por lo que esta Pasión Lírica en compañía del pianista Mario Álvarez era como un resumen a una larga trayectoria muy unida a “La Viena española” que le ha visto crecer desde sus inicios.

El repertorio elegido por Bros ahondaba con sus mejores arias en roles como su siempre aclamado Nemorino (L’elisir), Des Grieux (Manon Lescaut), Federico (L’Arlesiana), el capitán Corrado (Il Corsaro) o Don Rodrigo (El Cid), sin olvidarnos del enamorado Enrique (El último romántico), el coronel Javier (Luisa Fernanda) y el marinero Leandro (La tabernera del puerto).

Mas en un recital no puede faltar Tosti para abrirlo con dos de sus bellísimas canciones: Vorrei morire y L’ultima canzone, íntimas y sentidas, o ese maravilloso Maig de Toldrà catalán en la parte española de la segunda.

Las páginas elegidas por el tenor catalán son una pequeña gran muestra del enorme trabajo con cada una de ellas en una longeva carrera, aún más exigentes por separado, y con el excelente acompañamiento de un pianista plenamente de casa, que atesora muchas horas de lírica en sus dedos desde 1992 tras su debut como maestro repetidor en el Campoamor, quien se luciría en solitario para los siempre necesarios descansos vocales como en el Intermedio de “Manon Lescaut” muy sentido, o el conocido aunque algo insípido Fandango de “Doña Francisquita”, reducciones orquestales siempre difíciles de trasladar a las teclas para reflejar la tímbrica original.

En este jueves de pasión lírica destacar la “mezza voce” siempre cuidada de Bros, gusto exquisito, un centro donde recrear su dramaturgia innata en fraseos precisos y jugosos, más sus agudos siempre generosos, además de variados en ataques o matices, aunque por momentos juegue con las colocación de las vocales finales (caso del último corsario donde que Verdi llama a las armas), todo en el idioma de Dante.

Con la vocalización siempre clara y precisa, en la segunda parte Bros transitó por las lenguas de Voltaire, la vernácula de Espriu y nuestro Cervantes, más pasional si cabe con esas romanzas de la “escuela Kraus” que tan bien ha interiorizado el catalán, con sus luces y sombras como nos contaría micrófono en mano tras el “apacible rincón”para agradecer al Alcalde y todo el personal de la FMC poder encajar este recital en la amplia oferta cultural ovetense, así como a Mario Álvarez tras 32 de amistad y la primera vez juntos.

Todo antes de Sorozábal, tras quien vendrían regalos y confesiones: un mes de matrimonio y el regalo de cumpleaños a una esposa, presente en el patio de butacas y dedicataria de la bella Canto porque estoy alegre (García Abril), declaración emocionada y sentida como la siguiente Mattinata (Leoncavallo) hoy vespertina cual ramo lírico de enamorados y bisar aún más entregado  “No puede ser” para su querido público y amistades puestas en pie.

PROGRAMA

 Primera parte

  • Vorrei moriré, F.P. Tosti (1846-1916)
  • L’ultima canzone, F.P. Tosti
  • Una furtiva lagrima de “L’elisir d’amore”, G. Donizetti (1797-1848)
  • “Manon Lescaut”, G. Puccini (1858-1924): Intermezzo (piano)
  • Donna non vidi mai
  • È la solita storia del pastore, de “L’Arlesiana”, F. Cilea (1866-1950)
  • Tutto parea sorridere, de “Il Corsaro”, G. Verdi (1813-1901)

Segunda parte

  • Ouvre tes yeux bleus, J. Massenet (1842-1912)
  • Ô souverain, ô juge, ô père, de “Le Cid”, J. Massenet
  • Fandango de “Doña Francisquita” (piano), A. Vives (1871-1932)
  • Maig, E. Toldrà (1895-1962)
  • Bella enamorada, de “El último romántico”, R. Soutullo (1880-1932) y J. Vert (1890-1931)
  • De este apacible rincón…, de “Luisa Fernanda”, F. Moreno Torroba (1891-1982)
  • No puede ser, de “La tabernera del puerto”, P. Sorozábal (1897-1988)

El arte (no) ha muerto

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Martes 14 de octubre, 19:30 horas, Sala de cámara del Auditorio “Príncipe Felipe” de Oviedo: CIMCO: Josu de Solaun & patriaChica. «Intermezzo Intermediario”. Texto y música: Josu de Solaun; dramaturgia y dirección: Jorge Moreno Pieiga. Estreno absoluto. Entrada: 10 €.

El multigalardonado pianista, compositor y poeta Josu de Solaun y la compañía teatral del asturiano Jorge Moreno Pieiga, patriaChica, se unen en un espectáculo sin precedentes en la cuarta edición de CIMCO, una cita que traspasa el concepto de recital desde allende Allande hasta Oviedo.

De las redes social y distintas páginas Web voy entresacando frases que pueden ayudar a entender este espectáculo, del que dejé mi reseña rápida para el diario LNE de hoy miércoles 15 (que dejo al final y está también en este blog).

En el reportaje de presentación del pasado día 10 en el diario La Nueva España, Jonathan Mallada ya nos avanzaba que «Intermezzo Intermediario» es el título de la novedosa propuesta artística estrenada en la segunda entrega de la presente edición de CIMCO (Ciclo Interdisciplinar de Música de Cámara de Oviedo), organizado por la Fundación Municipal de Cultura del ayuntamiento de la capital asturiana. El espectáculo, protagonizado por la compañía asturiana «patriaCHICA» y el aclamado pianista hispano-estadounidense Josu de Solaun, quien ya visitó este ciclo del Auditorio ovetense y también en Villaviciosa, supone una parada atenta y desprejuiciada para comprender, en una sociedad de consumo marcada por las prisas. «El Arte –con osada mayúscula- se expone a la incomprensión de esta era plagada de prisas y tiránica efectividad. La música –en minúscula clandestina- logra, a duras penas, eludir los groseros condicionantes de un tiempo que, tal vez –sólo tal vez- ya no es el suyo… porque sigue pretendiendo abarcarlo todo, empleando para ello la sombra de una vocación, el piano silente o una caricia perdida. Sobre el escenario, eterno reflejo: el de quienes se resisten a vender su alma». En este contexto artístico, la música intentará difuminar los cauces del tiempo para tratar de abarcar cualquier elemento y acción vital: «la sombra de una vocación, el piano silente o una caricia perdida», según palabras de los propios artistas. Sobre el escenario, contaron con la compañía de la actriz Yolanda Gómez Escudero, quien dio vida a los textos del pianista y escritor Josu de Solaun (una dramatización de su texto satírico «Tribulaciones del Hidalgo Claudio Amargós»). Este singular y sugerente espectáculo cuenta, además, con la dirección escénica del afamado dramaturgo gijonés Jorge Luis Moreno Pieiga, con una extensa lista de galardones y nominaciones a sus espaldas entre las que destaca su «Premio Oh!» al mejor intérprete masculino en 2019.

Del hispano-estadounidense Josu de Solaun (Valencia, 1981) solo hay excelentes críticas y recuerdos de cada una de sus anteriores actuaciones, quien no es solo pianista, también es director de orquesta, compositor, improvisador, profesor, escritor, poeta y viajero. En su poemario “Las grietas” (2021) dice: “Siempre he creído que la poesía y la música brotan del mismo pozo. Ambas son formas de escuchar, de inspirarse en el silencio y de responder al pulso misterioso que subyace a la superficie de las cosas. Una pista para entender mejor «Intermezzo Intermediario”.

Sobre la compañía asturiana “patriaCHICA  que han alumbrado Jorge Moreno y Yolanda Gómez Escudero, como ellos mismos dicen “está destinada a iluminar nuevas rutas escénicas con un rumbo muy claro: el del respeto a la esencia teatral”.

De Solaun en su blog “Melosías” ya comenta que «es un espacio para lo intermedio: los entretiempos del día, las chispas que surgen inesperadamente al caer la tarde, cuando el silencio se extiende y el pensamiento se agita. Melosías de la Tarde no busca la coherencia, solo la presencia; una presencia hecha de núcleos y anotaciones, de inicios y consecuencias, de lo que queda tras el incendio». Segunda pista para este estreno que seguro tendrá mucho más recorrido desde Oviedo.

«Intermezzo Intermediario« es un recital de piano solo improvisado en vivo, la improvisación entendida como alma del teatro y la música, latido de la escena y apertura a lo imprevisible y lo actual, algo único porque improvisar no es algo sin preparar, muy al contrario, es una recreación de los personajes que aparecen en este espectáculo, con un texto escrito previo que se mantiene siempre fiel e implacable por parte de los artistas, el texto como partitura y la palabra como música, el piano como un personaje más y no un altar: drama, presencia, ironía sobre las deformaciones de la música en nuestros días. En el programa “Cultura con Ñ” de Radio Exterior de España emitido el mismo viernes 10 de octubre, se presentaba este espectáculo, y escuchándolo podemos entender mejor este Intermezzo-Intermediario, del que voy sonsacando algunas frases y conceptos.

«La música fecunda la palabra y ésta a aquélla» como dice Jorge Moreno. Los personajes como estados de ánimo van de lo robótico a lo humano, simbolismos con su propia voz: la representación de una sociedad que solo transmite un mensaje, una narradora que va contándonos la obra visualizada y escuchada: Don Claudio (Josu) es el profesor que se bloqueó por sentir el arte, Emiliano (Jorge) representa a los “profesionales grises” obligados a tapar el arte, y Sofía (Yolanda) la soñadora que se niega a creer que la sociedad se siga transformando en palabras sin sentido y la creadora unificadora de los tres para brotar la poesía, el alma llena de música y verdad, una reivindicación ante la “dictadura de los intermediarios”, incluido el octavillas repartidas y al aire con el Manifiesto de “Los Melósicos” por la autopresentada Sofía Linares,  y un diálogo directo con el público. Un tránsito musical que Josu de Solaun personifica desde el piano lo imprevisible del presente, adaptándose al pulso dramático del instante. La llamada ”Música clásica” se contextualiza y en cierto modo “museíza” la experiencia, pero la improvisación reivindica la inmediatez del arte sin frivolidades, una apertura al instante del presente, emblema del compromiso que esconde la eternidad. Acciones marcadas desde el piano que marcan la irrepetible dramaturgia, un mismo texto con música siempre distinta, la transformación del momento sin “la liturgia laica”, lo que acontece y engendra presencia más allá de un recital sin serlo. Un nuevo género y concepto de espectáculo teatral.

Recién llegado a casa revisaba mis pocas anotaciones y surgían palabras como provocación, asombro, perplejidad… un inicio antes de la hora donde Yolanda Gómez Escudero micrófono en mano repetía con distintas pausas “El arte ha muerto”, una rosa muda en medio del escenario que finalizará emparejada al micrófono y posarse en la solapa, pentagramas en blanco alfombrando el suelo, Jorge Moreno Pieiga silencioso con bata de bedel colocando un pequeño reloj despertador en hora sobre el piano, congelado, y el relato guionizado que contaba lo que veíamos, anunciando la aparición del pianista, tercer personaje y actor (De Solaun es un hombre del renacimiento en pleno siglo XXI) comenzando la narración de los tres protagonistas en su discurso, un tríptico humano rompedor en el texto, punzante, con música hiriente o desgarradoramente dulce, de aires rusos y franceses pero también nuestros bien camuflados. Conflicto entre creación y sistema, los relatos y obsesiones de Don Claudio (De Solaun), el profesor bloqueado por sentir demasiado el arte en tiempos donde importan más los dosieres y la burocracia; Emiliano el “hombre gris” cual voz de una conciencia que habla y conmueve, revelado como un antiguo profesor de canto reconvertido en conserje, cantando solo el inicio del tango Volver desconstruído por un piano mordaz y audaz. Omnipresente Sofía Linares (Gómez Escudero) protagonista y narradora, rebelde con causa, No estamos contra el sistema. Estamos fuera, soñadora, en cabeza de esta revolución que aún cree en el poder unificador de la poesía, descripción y actuación, el Manifiesto de “Los Melósicos” sin logo ni departamento de comunicación… que dejo para leer e invitar a unirnos a la causa, mientras la música desde el piano de Josu hieren, subyugan, silencian y abrazan cual cuarto protagonista que habla sin palabras.

Finalizaba mi reseña con esta frase que repito más reposado:

Un intermezzo que no es pausa, sino detonante: una reflexión sobre la “dictadura de los intermediarios” y el lugar del arte en una sociedad que consume sin escuchar.

RESEÑA en LNE:

“Intermezzo Intermediario”: el arte frente al sistema

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Martes 14 de octubre, 19:30 horas, Sala de cámara del Auditorio “Príncipe Felipe” de Oviedo: CIMCO: Josu de Solaun & patriaChica. «Intermezzo Intermediario”. Texto y música: Josu de Solaun; dramaturgia y dirección: Jorge Moreno Pieiga. Estreno absoluto. Entrada: 10 €.

(Reseña rápida desde el teléfono para LNE del miércoles 15, con el añadido de fotos propias, los enlaces –links– enriquecedores, y la tipografía más colores que la prensa no refleja)

Dentro del ciclo interdisciplinar CIMCO, el pianista y compositor Josu de Solaun presentó, junto a patriaChica, el estreno absoluto de Intermezzo Intermediario, una propuesta escénica que funde palabra y música, dramaturgia y pensamiento, con dirección de Jorge Moreno Pieiga.

El espectáculo comienza con una provocación: “El arte ha muerto”, repite constantemente Yolanda Gómez Escudero sobre loa avisos por megafonía antes de que se apague la luz y el público quede suspendido entre el asombro y la perplejidad, con hojas de pentagramas vacíos sobre el escenario. Desde lo alto desciende De Solaun narrado por Yolanda cual guión, mientras Pieiga, aparece con bata de bedel, colocando un reloj sobre el piano: gesto simbólico que detiene el tiempo y abre el espacio a la reflexión.

Intermezzo Intermediario se despliega como un tríptico humano donde cada personaje encarna una parte del conflicto entre creación y sistema. Don Claudio (De Solaun), un profesor bloqueado por sentir demasiado el arte; Emiliano (Pieiga), el “profesional gris” obligado a apagarlo y antiguo profesor de canto reconvertido en conserje que canta Volver y “vuela” con la emoción que se destruye desde un piano casi de Shostakovich; y Sofía Linares (Gómez Escudero), soñadora, rebelde, en cabeza de esta revolución que aún cree en el poder unificador de la poesía, descripción y actuación.

La música de De Solaun —intensa, herida, subyugante— atraviesa los silencios y actúa como cuarto personaje, en un diálogo constante con la palabra. Es un piano que sangra, que interpela, que incomoda. Un intermezzo que no es pausa, sino detonante: una reflexión sobre la “dictadura de los intermediarios” y el lugar del arte en una sociedad que consume sin escuchar.

No estamos contra el sistema, estamos fuera de él, proclaman desde el escenario, mientras una nota larga —sostenida hasta la extenuación— apaga las luces, como un telón que se cierra sobre la conciencia. Oviedo fue testigo de un estreno audaz y veraz, emocionante y necesario: una sacudida artística que, sin duda, dará que hablar, como las octavillas repartidas y al aire con el Manifiesto de “Los Melósicos”, un guiño al blog “Melosías” de este artista valenciano, verdadero renacentista de nuestro tiempo.

Amor a la primera nota

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Domingo 12 de octubre de 2025, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVIII Temporada de Ópera. Charles Gounod (1818-1893): «Roméo et Juliette». Coproducción de la Ópera de Oviedo y ABAO. Fotos de Iván Martínez y propias.

(Crítica para Ópera World del lunes 13, con el añadido de los siempre enriquecedores links, tipografía y colores que no siempre se pueden utilizar ni quedan igual, más el añadido de mis fotos)

Segunda función y segundo título de la septuagésimo octava temporada ovetense con «Roméo et Juliétte» de Charles Gounod, heredera de la grand opéra a la manera de Meyerbeer y de un bel canto francés donde la emoción se derrama con elegancia. Un argumento anterior a Shakespeare, pero inmortalizado por él, ese “amor sin desarrollo, pero eterno de dos jóvenes que mueren muy jóvenes”, como recordaba la doctora María Sanhuesa en la conferencia previa del pasado 8 de octubre, como también en el libreto donde recoge sus lúcidas observaciones: “Son un mero proyecto. No llegan a vivir, pero en su truncamiento encuentran su eternidad”.

Y con ese destino tan bellamente fatal, Gounod compuso una partitura llena de melancolía y dulzura, donde cada dúo amoroso es un eco de lo que pudo haber sido. La doctora Sanhuesa habló del “hechizo de Italia”, de su influjo irresistible, ese país y sus pasiones desbordadas, sus balcones y su catolicismo trágico que empapan la ópera. “No hay neutralidad ante Verona y sus amantes -afirmó-, porque todos reconocemos en ellos el anhelo de un amor sin concesiones, aunque sea breve como una vida interrumpida”.

Oviedo echaba de menos este título, ausente desde las funciones de 1983 y 2002 -con Ainhoa Arteta y un joven Rolando Villazón, de las que queda una grabación en vivo del sello RTVE tan rara como fallida.

La directora de escena italiana Giorgia Guerra escribe que su propuesta busca “maximizar las atmósferas emocionales” de todos los protagonistas. Lo logra con el apoyo de las videoproyecciones narrativas de Davide Giannoni y Francesca Pasquinucci -bellas las animaciones sincronizadas en la ruptura de las arcadas góticas del baile-, un vestuario de época (de Lorena Marin) que distingue a las familias por color, y un espacio escénico único: un cubo atemporal con un monolito central que se transforma simbólicamente en cada acto (balcón, iglesia, habitación, cripta). Minimalismo eficaz, siempre al servicio de las voces.

Y desde el primer acorde de la obertura se sintió el flechazo: ‘amor a la primera nota’. La Oviedo Filarmonía, poderosa y empastada, brilló bajo la dirección de la francesa Audrey Saint-Gil, que repetía en el foso tras su memorable «Hamlet» de hace tres años. Su lectura fue clara, lírica, de pulso firme, apoyando sin invadir y cuidando los clímax orquestales que Gounod reserva con mimo para su partitura.

Con la buena escena y la dirección musical aseguradas, el reparto redondeó el éxito ante un Teatro Campoamor casi lleno en la tarde de “El Pilar”, con un público entregado que premió las arias más célebres y, sobre todo, al Coro Intermezzo, dirigido por Pablo Moras, que fue coprotagonista tanto en la acción dramática como en los pasajes corales: afinado, rotundo incluso fuera de escena, con un sonido amplio y redondo, especialmente en las voces graves.

El dúo protagonista fue puro magnetismo: debutante en Oviedo la soprano mexicana Génesis Moreno (formada en Venezuela) y el tenor jerezano Ismael Jordi. Ella, luminosa desde el primer acto, ofreció una Julieta fresca, segura y de voz radiante, dueña de un “Je veux vivre” que enamoró a todas las butacas, y de un estremecedor “Dieu! quel frisson” antes de la boda frustrada con Pâris (Sebastià Peris). El andaluz de canto elegante y sincero, fue creciendo hasta firmar un inspirado “Lève-toi, soleil”, recibido con una gran ovación. Los dúos sonaron empastados, medidos y sentidos, especialmente el delicioso “Nuit d’Hyménée!” con el monolito o cubo elevándose del suelo, auténtica química entre la pareja protagonista.

Entre los secundarios, todos encontraron su momento sin excepción. La mezzo ucraniana Olga Syniakova (Stéphano) volvió a conquistar Oviedo con su gracia y seguridad; Sandra Pastrana (Gertrude) ofreció buen fraseo, aunque algo eclipsada por la intensidad de su Julieta. Entre los barítonos, el bilbaíno José Manuel Díaz (Grégorio) demostró solvencia, calidad y calidez; el francés Régis Mengus firmó un espléndido Mercutio que no merecía morir; y el catalán Enric Martínez-Castignani, como Capulet, equilibró voz y presencia escénica con gran naturalidad en el rol de padre de Julieta. El Hermano Laurent del bajo-barítono onubense  David Lagares fue rotundo, cada vez más sólido sobre las tablas carbayonas que lleva pisando desde sus inicios.

Completaron el reparto Carlos Cosías (Tybalt), Emmanuel Faraldo (Benvolio) y Juan Laborería (Duque de Verona), todos en un nivel homogéneo que sumó al conjunto.

Una ópera de final conocido y siempre trágico, cerrada con un guiño escénico: los amantes sepultados bajo el túmulo, bañados por una luz cenital, despidiéndose entre veneno y acero. Una imagen perfecta para esta música maravillosa de Gounod, interpretada con las cuatro patas sobre las que toda ópera debe sostenerse: escena, orquesta, voces y dirección musical.

FICHA:

Domingo 12 de octubre de 2025, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVIII Temporada de Ópera. Charles Gounod (1818-1893): «Roméo et Juliétte», ópera en un prólogo y cinco actos, con libreto de Jules Barbier y Michel Carré, basado en la tragedia “Romeo and Juliet” (1596) de William Shakespeare. Estrenada en el Théâtre-Lyrique de París, el 27 de abril de 1867. Coproducción de la Ópera de Oviedo y ABAO.

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Audrey Saint-Gil – Dirección de escena: Giorgia Guerra – Diseño de escenografía: Federica Parolini – Diseño de vestuario: Lorena Marin – Diseño de iluminación: Fiammetta Baldiserri – Videoproyecciones: Imaginarium Studio (Davide Giannoni y Francesca Pasquinucci) – Figurinista repositora: Anna Penazzo – Iluminadora repositora: Giulia Bandera – Dirección del coro: Pablo Moras – Maestros repetidores: Edward Liddall, Mario Álvarez.

REPARTO:

Juliette: Génesis Moreno (soprano) – Stéphano: Olga Syniakova (mezzo) – Gertrude: Sandra Pastrana (mezzo) – Roméo: Ismael Jordi (tenor) – Tybalt: Carlos Cosías (tenor) – Benvolio: Emmanuel Faraldo (tenor) – Mercutio: Régis Mengus (barítono) – Pâris: Sebastià Peris (barítono) – Grégorio: José Manuel Díaz (barítono) – Capulet: Enric Martínez-Castignani (barítono) – Hermano Laurent: David Lagares (bajo-barítono) – El duque de Verona: Juan Laborería (barítono).

Orquesta Oviedo Filarmonía

Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo)

Un corazón de dieciséis cuerdas y tres miradas unidas por un mismo pulso

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Sábado 11 de octubre, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, concierto nº 1701, inauguración de la temporada 2025-26: Cuarteto Casals. Obras de Arriaga, Shostakovich y Beethoven.

La centenaria Sociedad Filarmónica de Gijón abría su temporada 2025-26 con una formación tan emblemática como el muy galardonado Cuarteto Casals, Premio Nacional de Música 2006, y pocas imágenes describen mejor su arte que la de un corazón que late al mismo ritmo, con sus aurículas y ventrículos perfectamente sincronizados: cuatro intérpretes respirando juntos, compartiendo una única corriente vital hecha de sonido, tensión y silencio, sin trasplantes ni válvulas pero manteniendo el mismo (im)pulso con Cristina Cordero a la viola desde hace un año. Los 27 años de carrera artística explican la común unión de este Casals amplio de miras, abarcando repertorio de todas las épocas interpretado con la primigenia idea que bien reflejan en el número de septiembre de la revista Scherzo, de lectura más que recomendada.

El programa gijonés, de impecable coherencia, profundo y extenso (dos horas), tendía un puente entre tres siglos de música y tres formas de entender el cuarteto de cuerda, al que siempre me refiero como laboratorio de compositores, entrenamiento de cuerda y obligada iniciación para todo melómano.

De Arriaga, el joven bilbaíno de apenas dieciséis años, ofrecieron el Cuarteto nº 3 en mi bemol mayor en cuatro movimientos (I. Allegro – II. Andantino. Pastorale – III. Menuetto. Allegro – IV. Presto agitato), compuesto en 1823 cuando el compositor bilbaíno contaba ¡solo 16 años! y del que François-Joseph Fétis, uno de los primeros admiradores de sus creaciones, en su Biographie universelle des musiciens et bibliographie générale, escribe respecto a sus cuartetos: «Es imposible imaginar algo más original, más elegante, más puramente escrito que estos cuartetos, insuficientemente conocidos. Cada vez que eran ejecutados por su joven autor, despertaba la admiración de los oyentes» bien reseñado en las notas al programa por Jonathan Mallada. El tercero, de gracia clásica y melodías transparentes, «El Casals» lo frasearía con la pureza y elegancia que caracteriza al conjunto, con Abel Tomàs en el violín primero y Vera Martínez-Mehner en el segundo, aunque cerrando los ojos nadie puede distinguir cuál de ellos suena ante la impecable afinación, fraseo, unísonos o matices desde el diálogo inicial del primer movimiento, que el cuarteto completado por la viola madura de Cristina Cordero y el cello de Arnau Tomàs conforman ese «corazón de 16 cuerdas» que hubiesen firmado Mozart o Haydn pero también el «sucesor» Beethoven, por su sonoridad clásica, la aparente y engañosa sencillez y un sutil manejo de las dinámicas por parte de un Arriaga que su temprana nos privó de mayores logros.

El tono cambió con Shostakóvich y su Cuarteto nº 3 op. 73, obra sombría y desgarrada compuesta en 1946 como bien explica Mallada, donde el Casals mostró su maestría en el equilibrio entre precisión técnica y carga emocional. Los contrastes dinámicos, el pulso interno y el uso del silencio tuvieron aquí la intensidad de un diálogo interior, casi confesional, sin perdernos esos guiños mordaces a Mozart y Beethoven (siempre presente) o la futura inspiración del tercer movimiento al Hermann de Psicosis (y hasta de la habanera «El Abanico» mal atribuida a Trayter).

Un cuarteto de gran dificultad técnica por su exigente escritura en los registros más agudos de los instrumentos con Vera y Abel permutados pero manteniendo esa unidad tímbrica bien completada por Cristina y Arnau. Con una inusual estructura de cinco movimientos (I. AllegrettoII. Moderato con motoIII. Allegro non troppoIV. AdagioV. Moderato – Adagio), presentando cada uno tonalidades diferentes que no son obstáculo para teñir esta obra de una amplia gama expresiva donde el Cuarteto Casals demostró lo muy trabajado que lo tienen y del que en la citada entrevista para Scherzo (fueron también su portada «Como una sola voz») de Ana María Dávila se referían diciendo que «Shostakovich necesita el intercambio emocional con la audiencia para acabar de brillar».

La segunda parte estuvo consagrada al Cuarteto nº 13 en si bemol mayor, Op. 130 de Beethoven, culminado con la monumental Gran Fuga op. 133. Fue escrito en 1825 y estrenado en marzo de 1826, y ante las reacciones adversas a sus primeros seis movimientos (I. Adagio, ma non troppo – Allegro  / II. Presto / III. Andante con moto, ma non troppo. Poco scherzoso  / IV. Alla danza tedesca. Allegro assai / V. Cavatina. Adagio molto espressivo / VI. Grosse Fuge), especialmente el último, optaría por reemplazarlo con un Finale: allegro más corto y de menor densidad, publicando la fuga por separado aunque en Gijón  pudimos escuchar la versión primigenia que el Casals tiene en su repertorio hace años. Abordada con una claridad estructural y una energía casi física, casi coreografía de arcos con un latido y sentir «todos a uno», fue un viaje hacia lo esencial, donde la disonancia se convirtió en catarsis y la polifonía en un organismo vivo.

Como propina había que ir al origen que siempre es «mein Gott»: el Contrapunctus I de «El arte de la fuga», BWV 1080 de Bach que cerró la velada retomando posiciones iniciales pasadas las 22:15 horas, con un hilo de serenidad y perfección, recordando que todo corazón necesita también su reposo y me quedaba la vuelta hasta mi aldea, y que Gijón vuelve a latir al compás de su mejor música de cámara donde esta temporada el corazón del cuarteto estará muy presente.

PROGRAMA:

Juan Crisóstomo de ARRIAGA Y BALZOLA (1806 – 1826)

Cuarteto de cuerda n. 3 en mi bemol mayor:

I. Allegro – II. Andantino. Pastorale – III. Menuetto. Allegro – IV. Presto agitato

Dmitri SHOSTAKOVICH (1906 – 1975)

Cuarteto de cuerda nº 3 en fa mayor, Op. 73:

I. Allegretto – II. Moderato con moto – III. Allegro non troppo – IV. Adagio – V. Moderato – Adagio

Ludwig van BEETHOVEN (1770 – 1827):

Cuarteto de cuerda n.º 13 en si bemol mayor, Op.130 con «Gran fuga» Op.133:

I. Adagio, ma non troppo – Allegro  / II. Presto / III. Andante con moto, ma non troppo. Poco scherzoso  / IV. Alla danza tedesca. Allegro assai. / V. Cavatina. Adagio molto espressivo / VI. Grosse Fuge

CaminOS PAralelos

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Viernes 10 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 1 “SCHUBERT SINFÓNICO”, inauguración de la temporada 2025-26 OSPA, Nicolas Altstaedt (violonchelo), Nuno Coelho (director). Obras de Walton y Schubert. 19:15 horas: «Encuentro con Nuno Coelho y Oriol Roch», Sala de conferencias nº 1 (3ª planta).

En un Oviedo que he bautizado hace tiempo como «La Viena Española», este segundo viernes de octubre tenía dos opciones musicales, que siempre restan en vez de sumar: el segundo título de la LXXVIII Temporada de Ópera con «Roméo et Juliette» (Charles Gounod), y el inicio de la temporada 25-26 de nuestra OSPA, con la que llevo «casado» desde 1991 -mismo año de mis nupcias-, así que siempre presumo que la orquesta asturiana discurre paralela a mi matrimonio, razón más que suficiente para no perderme esta inauguración, de la que me consta  el dilema de muchos abonados a ambas temporadas, que algunos adelantaron al día antes en Gijón, aunque yo cambié mi función operística para la segunda función del domingo, que contaré también desde aquí.

Como ha sido habitual en años anteriores, antes del concierto se tiene un encuentro con los protagonistas que disfrutaremos posteriormente, cambiando ahora de la Sala de Cámara, que resultaba inhóspita por la poca afluencia de aficionados, para optar por la más acogedora sala de conferencias nº1 que podemos encontrar al salir del ascensor a la izquierda. Siempre es interesante estar en este «acercamiento», más aún cuando escuchábamos a Oriol Roch, nuevo gerente, quien expondría su «línea de trabajo» donde intentar ganar público joven (abriendo los ensayos) además de acercar todavía más la orquesta de todos los asturianos, pero también en mantener a los ya veteranos que vamos cumpliendo años juntos aunque con menos pelo y/o peinando canas. Y por supuesto sin faltarnos las siempre acertadas pinceladas de Nuno Coelho sobre las obras que escucharíamos en este primer abono (lo repetiría al inicio de la segunda parte para los «ausentes»), esta vez dos obras «grandes» no muy habituales en los programas que personalmente agradezco se oferten.

El cellista Nicolas Altstaedt (Heildeberg, 1982) es uno de los grandes intérpretes al que ya pudimos escuchar con Oviedo Filarmonía (en 2019 y 2021 también dirigiéndola), y que en estas dos temporadas será uno de los colaboradores artísticos, siguiendo la buena línea emprendida hace años por la OSPA para traer y atraer talento, hacer crecer su oferta además del enriquecimiento que suponen estos grandes intérpretes tanto para la orquesta como por la implicación que alcanzan con el público sin olvidarnos de la repercusión a nivel mediático.

Dos partes bien diferencias en este estreno de temporada, primero el Concierto para violonchelo del inglés Walton, que Altstaedt tiene en su amplio repertorio, siendo uno de los intérpretes más versátiles en cuanto a su amplio «catálogo», y La Grande de Schubert, un calificativo ideal para esta sinfonía del compositor vienés que no pudo escuchar en vida y supone un homenaje a su paralelismo y admiración con el Beethoven que rompería moldes.

Nuno Coelho ya está asentado en la OSPA desde hace tres años (felizmente renovado otras dos temporadas), la complicidad con los músicos es total, tendiendo en estos años a una economía gestual sin perder nunca las necesarias indicaciones para clarificar lo trabajado previamente, el repertorio sabe elegirlo y estudiarlo al detalle, y con los solistas siempre acierta en concertar ideas, tempi, pero sobre todo la búsqueda de la belleza global sin egoísmos, dejando brillar a todos desde el pleno respeto y conocimiento de cada obra sobre el atril. Y para este arranque nos trajo un programa exigente y luminoso junto al violonchelista Nicolas Altstaedt, confirmando el excelente estado artístico de una OSPA robusta en todas sus secciones y su apuesta por una programación equilibrada entre el repertorio clásico y el siglo XX, contando para este primer abono de concertino con la polaca Joanna Wronko.

El concierto se abrió con el Concierto para violonchelo (1956) en tres movimientos (I. Moderato / II. Allegro appassionato / III. Lento; Allegro molto) del británico Sir William Walton (1902-1983), obra de lirismo contenido y escritura refinada escrito para Gregor Piatigorsky, que sigue siendo una de las páginas más singulares del repertorio del siglo XX, especialmente el  virtuoso movimiento central. Altstaedt lo abordó con un sonido limpio y su habitual intensidad expresiva con su Nicolás Lupot (París 1821) prestado por la Deutsche Stifung Musikleben. Lejos del dramatismo romántico, el discurso de este concierto se articula entre la introspección y la ironía, con un lenguaje que equilibra la sensualidad armónica con la elegancia formal que el músico alemán ofreció desde una lectura intensamente poética: sonido terso y flexible, virtuosismo al servicio de lo escrito con un arco riquísimo, matices y tímbrica rica, sabiendo extraer de la partitura toda la melancolía británica, especialmente en el Lento, de atmósfera suspendida. En los pasajes virtuosísticos del segundo y apasionado Allegro y en el Allegro molto final, combinando fuerza y ligereza con una naturalidad admirable, en diálogo constante con una OSPA refinada, grande, bien ensamblada en todas las secciones (no faltó la percusión siempre colorista junto a la celesta, más el arpa) además de atenta al detalle modelada por Coelho con precisión casi camerística y unos balances admirables.

La versatilidad de Nicolas Altstaedt quedó más que reafirmada con una propina de «mein Gott» quitando la pica del cello, cambiando el arco (no fueron necesarias las cuerdas de tripa) y llenando el auditorio ovetense con la Sarabande de la Suite nº 1 en sol, BWV 1007, que nuestro «apóstol» Pau Casals se desayunaba cada día, un sorbete antes de la segunda parte que solo sería para el franco alemán un aperitivo, pues me consta interpretará las seis en un mismo concierto, pero esto será otra historia…

Tras el intermedio, la Sinfonía nº 9 en do mayor, “La Grande” D. 944 de Schubert sonó con con idéntica solidez, energía y claridad estructural en sus cuatro movimientos (I. Andante – Allegro, ma non troppo / II. Andante con moto / III. Scherzo: Allegro vivace / IV. Allegro vivace): dirección clara, tempi ágiles y una orquesta en plenitud sonora, brillante en los metales y equilibrada en las cuerdas. Coelho optó por una lectura vigorosa pero sin excesos, destacando el impulso rítmico del Scherzo y el luminoso equilibrio de la cuerda con los metales (especialmente los trombones), empastados, sutiles y poderosos cuando se les pedía, pero manteniendo el balance ideal de esta luminosa y optimista sinfonía. La OSPA respondió con precisión y entusiasmo, especialmente en los pasajes contrapuntísticos del último movimiento, resueltos con una madurez sonora que revela el gran trabajo acumulado entre director y orquesta, más paralelismos que siguen discurriendo en este esperanzador inicio de curso musical.

El auditorio ovetense vivió así este comienzo de temporada sinfónica pleno de musicalidad y optimismo, con un público escaso (habrá que trabajar mucho para recuperarlo) que celebraría largamente a los protagonistas.

PROGRAMA:

WILLIAM WALTON (1902 – 1983)

Concierto para violonchelo:

I. Moderato / II. Allegro appassionato / III. Lento; Allegro molto

*****

FRANZ SCHUBERT (1797 – 1828)

Sinfonía nº 9 en do mayor, “La Grande”, D. 944:

I. Andante – Allegro, ma non troppo / II. Andante con moto / III. Scherzo: Allegro vivace / IV. Allegro vivace.

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