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Granada en el alma

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74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 10 a). Conciertos matinales.

Sábado 28 de junio, 12:30 horas. Crucero del Hospital Real. Pilar Alva-Martín (soprano), Stefano Arena (piano). Obras de Juan-Alfonso, Falla y Turina. Ciclo Juan-Alfonso y la Nueva Música en Granada. Fotos propias y ©Fermín Rodríguez.

Llego a mi décimo día de festival y como cada fin de semana con sesión doble, que además sigue descubriéndome mucho de Juan-Alfonso García más allá de su obra coral y lo poco sinfónico escuchado hasta estos días.

La web del Festival nos presentaba este recital matinal que unía en Granada mucha música con un programa muy bien hilvanado en letra, música y una evolución de estilos compositivos con el nexo andaluz de las tres figuras elegidas para este recital:

Poesía y música desde Andalucía
Dentro del ciclo dedicado a la Nueva Música en Granada, este recital comienza con una serie de canciones de su inspirador, Juan-Alfonso García, el maestro extremeño que llegó de niño a Granada, donde se hizo como músico. Sus canciones, incluido un estreno absoluto, no han podido caer en mejor garganta, la de Pilar Alva-Martín, que es su sobrina-nieta. La soprano granadina lleva años trabajando en este repertorio con el pianista Stefano Arena, y aquí coloca a García junto a dos grandes de la música española de principios del siglo XX: primero, el Falla folclorista de Tus ojillos negros y la Andaluza (para piano solo), pero también el afrancesado de las Tres melodías y el muy emotivo de las Oración de las madres y El pan de Ronda; después, el Turina del a la vez dramático y jondo Poema en forma de canciones, ciclo a partir de textos de Ramón de Campoamor.

Las notas al programa que firma el doctor Reynaldo Fernández Manzano (Granada, 19 de enero de 1959) con el título de Caleidoscopio de sonidos las iré alternando con el perfil del homenajeado y el análisis de las obras, aunque no siempre en ese orden.

Contar con la soprano granadina Pilar Alva-Martín, sobrina-nieta del compositor añadía ese plus de beber directamente de las fuentes (dejo su entrevista para PlateaMagazine©), y además con un pianista excepcional como el venezolano-italiano Stefano Arena, también compositor, que mostró su exquisitez tanto en solitario como en los lieder donde no es acompañar sino compartir con cada cantante una música tan unida a la palabra que resulta lírica en estado puro. Fernández Manzano nos la presenta al final de sus notas:

La soprano Pilar Alva-Martín, sobrina nieta de Juan-Alfonso y estudiosa de su obra, junto al pianista y compositor Stefano Arena, están comprometidos con la difusión internacional de este legado. Su profundo conocimiento de los lieder de Juan Alfonso –tema de su trabajo fin de grado en el Conservatorio Superior de Música de Granada– aporta una interpretación llena de sensibilidad.

Un programa sólidamente estructurado, un caleidoscopio de sonidos que traza un sendero de pinceladas por la música andaluza del siglo XX.

Del compositor pacense emigrado a Granada, el humanista Fernández Manzano le presenta, escribe y describe:

Este año el Festival dedica un apartado especial a la Nueva Música en Granada, centrado en la figura de Juan-Alfonso García, con actividades que incluyen una exposición monográfica en el Museo Casa de los Tiros, conferencias y conciertos.

Juan-Alfonso García (Los Santos de Maimona, 4 de agosto de 1935 – Granada, 17 de mayo de 2015) fue un destacado compositor y organista, considerado maestro y alma de la llamada Escuela granadina de compositores. Llegó a Granada a los once años y se ordenó sacerdote en 1958. Para él la música era espiritualidad, conciencia estética y destilación del pensamiento sonoro.

Impulsor incansable de la vida cultural granadina, su labor se extendió desde la Cátedra Manuel de Falla de la Universidad de Granada hasta el Festival Internacional de Música y Danza –del que fue comisario–, pasando por la Real Academia de Bellas Artes. Entre sus discípulos más notables figuran nombres como Francisco Guerrero Marín, José García Román, Manuel Hidalgo y José María Sánchez-Verdú.

Juan-Alfonso García valoró la profunda influencia de su maestro, Valentín RuizAznar, de quien heredó la pasión por el lied como «expresión íntima y refinada del arte musical». Ruiz-Aznar fue, a su vez –gracias a su amistad con Falla–, el vínculo y puente hacia Juan-Alfonso, quien siempre lo tuvo como referente estético.

En 1992, publicó Ocho “lieder” para canto y piano, donde dejó constancia de su conexión con la poesía: «El poema es quien elige y manda. Vas leyendo… Y, de pronto, un poema te llama, te sale al encuentro, te descubre sus más íntimas resonancias». Entre los poetas a los que musicalizó destacan Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Luis Rosales, Gerardo Rosales, Juan Gutiérrez Padial y Rafael Guillén.

Obtuvo numerosos galardones, como el Premio Manuel de Falla de la Junta de Andalucía, la Medalla de Oro de Granada, el Premio Aldaba de la Casa de los Tiros, la Medalla de Honor del Instituto de Academias de Andalucía y la Medalla de Honor del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, entre otros.

Tras las revoluciones musicales del siglo XX –Stravinsky, Schoenberg y el movimiento futurista–, algunos autores siguieron la senda de las vanguardias, mientras otros buscaron su propio camino. Así, el intimismo y la mirada al Siglo de Oro en la segunda etapa de Falla, la paleta colorista de Turina, el misticismo de Messiaen, el eclecticismo de Shostakóvich, el magisterio de Manuel Castillo en Sevilla o de Juan-Alfonso García en Granada. Juan-Alfonso, músico de gran cualidad melódica, buscó una mirada contemporánea y un espíritu de esencialidad, donde cada nota y cada acorde fueron meditados con rigor estético.

La exposición en el Museo-Casa de los Tiros, comisionada por el propio Fernández Manzano y las sobrinas del compositor, la visité el pasado miércoles y volveré para volver a disfrutar de tanto en ella recogido como de un documental de 90′ que no me dio tiempo a visualizar completo ante tanto que contemplar y escuchar. El recital comenzaba con los ocho lieder escritos entre 1966 y 1977 tan actuales pese a los casi 60 años transcurridos desde su composición. Juan-Alfonso decía que «El poema es quien elige y manda. Vas leyendo… Y, de pronto, un poema te llama, te sale al encuentro, te descubre sus más íntimas resonancias». De estilo por entonces calificado de «vanguardista», aborda la musicalización de cada poema con un conocimiento perfecto de la voz solista que debe vocalizar correctamente para no perder nada del texto, sumándole un piano exigente que comparte disonancias y efectos, guiños al expresionismo con la herencia romántica de la poesía hecha música. Fueron la verdadera dramatización de unos escritores hondos en los textos que inspiraron al maestro Díaz.

El tándem Pilar Alva-Martín y Stefano Arena se notó  muy compenetrado, un dúo especializado
en música vocal del siglo XX, con un enfoque particular en el repertorio español como así lo demostraron esta mañana de sábado, con un trabajo de años en Suiza -donde pudieron disfrutar antes que en Granada de este ciclo de Juan-Alfonso– que se notó en todo el programa. La soprano granadina es una verdadera artista que expresó y actuó en cada «microrrelato»: gestualidad completa, vocal y escénica, con un atrezzo sencillo de una silla, un colorido mantón y la mantilla negra (en el machadiano Cuando murió su amada) utilizados puntualmente, cantando dentro de la caja acústica del piano totalmente abierta para unas resonancias increíbles, e incluso deambulando por el pasillo central del crucero en el (re)estreno de Gritando su dolor verdaderamente emocionante (con la partitura en pequeño interactuando cual breviario), o el clavel rojo, como su vestido (que lanzaría tras la Séguidille de Falla) con el piano cómplice llenando de pinceladas sonoras las distintas melodías. Escuchar estas canciones, más el estreno granadino ha sido una experiencia única y el mejor homenaje que se puede hacer diez años después de su muerte a un músico que hizo vida, carrera y escuela en esta Granada tan inspiradora para tantos artistas.

El programa incluye obras poco conocidas, como las de Falla sobre textos de Cristóbal de Castro, María Lejárraga, el folclore andaluz y Théophile Gautier, así como las de Turina (op. 19), inspiradas en Ramón de Campoamor.

Interesante colocar el segundo movimiento de Tres movimientos de danza con el piano solo (Quasi allegro – Andantino – Poco più mosso) creando el puente sin pausa de Juan-Alfonso a Falla (Tus ojillos negros), la misma capital nazarí inspiradora del extremeño y el pacense con otra soberbia interpretación de Pilar Alva-Martín y el piano cristalino de Stefano Arena, quien nuevamente prepararía al piano con la Andaluza –de «Cuatro piezas españolas»– las dos bellísimas canciones de María Lejárraga, otra figura femenina que se está recuperando más allá de su «asociación» con Gregorio Martínez Sierra, defendidas y actuadas con magisterio, entrega, gusto y musicalidad a pares.

Continuaron con el Falla  poco escuchado de sus Trois mélodies en francés con letra de T. Gautier, pronunciación perfecta y sin nasalizar, palomas, chinescas y seguidillas hasta bailadas, clavel incluido, con nuestro folklore andaluz elevado a canción de concierto por el músico gaditano más universal que llevó Granada en su corazón.

Y nada mejor para rematar que el sevillano Joaquín Turina afincado en Madrid, con su Poema en forma de canciones, op. 19 (1923) con texto del asturiano Ramón de Campoamor. No se puede interpretar mejor cada número, desde el piano solo de la Dedicatoria que tiene aires de orgía, para invitar al escenario con la nota pedal de Nunca olvida, unos Cantares que firmaría mis admirados Kraus, Berganza y hasta la recordada Lorengar, sin prisas, recreándose en  el tempo y los ornamentos con un piano compañero, sombra de su pensamiento, guitarrístico, valiente y reposado. Sin miedos la penúltima y unas espectaculares Las locas por amor para finalizar un recital intenso, cercano, emocionante y muy emotivo.

Pilar Alva-Martín (interesante la entrevista de Belén Rico para el diario GranadaHoy) agradecería emocionada el apoyo de Paolo Pinamonti en este homenaje durante la septuagésimo cuarta edición del Festival, y qué mejor propina que la Nana de las «Siete canciones españolas» de Valentín Ruiz-Aznar (1902-1972), editadas en 1944 por la Universidad de Granada, otra obra poco conocida y menos escuchada de un aragonés que también fue maestro de capilla en Granada, admirador, amigo y colaborador de Falla además de maestro de Juan-Alfonso García, más la Jota con taconeo y palmas del público cerrando un círculo histórico como este recital matinal.

PROGRAMA

Juan-Alfonso García (1935-2015):

Ocho “lieder” para canto y piano:

1. Cuando murió su amada (1975. Texto: Antonio Machado)

2. Fuego y sentimiento (1969. Texto: Juan Ramón Jiménez)

3. Paisaje (1969. Texto: Federico García Lorca)

4. Aprendiendo a ser hombre (1977. Texto: Luis Rosales)

5. Río anónimo (1966. Texto: Juan Gutiérrez Padial)

6. Un hombre (1969. Texto: Gerardo Rosales)

7. Elegía a Europa (1969. Texto: Gerardo Rosales)

8. La voz de lo invisible (1976. Texto: Rafael Guillén)

Segundo movimiento de Tres movimientos de danza (1962. Piano solo):

Quasi allegro – Andantino – Poco più mosso

Manuel de Falla (1876-1946):

Tus ojillos negros, canción andaluza, de «Canciones de juventud» (1902-03. Texto: Cristóbal de Castro)

Juan-Alfonso García:

Gritando su dolor (1977. Texto: Juan Gutiérrez Padial y Gerardo Rosales) *

Manuel de Falla:

Andaluza, de Cuatro piezas españolas (1906-09. Piano solo)

Canciones de María Lejárraga (Texto: Gregorio Martínez Sierra):

Oración de las madres que tienen a sus hijos en brazos (1914)

El pan de Ronda que sabe a verdad (1915)

Trois mélodies (1909-10. Texto: Théophile Gautier):

Les Colombes

Chinoiserie

Séguidille

Joaquín Turina (1882-1949):

Poema en forma de canciones, op. 19 (1923. Texto: Ramón de Campoamor)

Dedicatoria (piano solo)

Nunca olvida

Cantares

Los dos miedos

Las locas por amor

* (Re)estreno, -solo se interpretó una vez, en Granada (1998)-

Un Mahler increíble

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74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 9). Conciertos sinfónicos.

Viernes 27 de junio, 22:00 horas. Palacio de Carlos V. Budapest Festival Orchestra, Gerhild Romberger (mezzo), Iván Fischer (director). Música de Mahler. Fotos propias y ©Fermín Rodríguez.

Esta novena noche de mi festival ya aventuraba un concierto en palacio para recordar, tanto por el debut en Granada de la Orquesta del Festival de Budapest con su fundador en 1983 Iván Fischer (Budapest, 20 de enero de 1951), recordándola hace ya 13 años en su paso por Oviedo, esta vez con un monográfico de Mahler, y viniendo a mi memoria una vez más a «El Pérez» (a quien conocí precisamente aquí hace 14 años en mi primera escapada). José Luis Pérez de Arteaga (Madrid, 1950-2017) siempre estará asociado a la figura de Gustav Mahler por su enorme legado, pasión y trabajo sobre el maestro bohemio, que de seguir vivo desconozco cuántas reediciones más llevaría porque sigue siendo el compositor más programado en un tiempo que tardó en llegar pero ya se ha quedado para siempre.

La web del festival presentaba así este concierto:

Muerte, destino y redención
Importante debut en Granada de una de las orquestas asociadas a un director más relevantes de las últimas décadas en toda Europa: la Orquesta del Festival de Budapest e Iván Fischer. Con el concurso de la mezzo alemana Gerhild Romberger se sumergen en hondas aguas mahlerianas. Los Kindertotenlieder y la 5ª Sinfonía reflejan la dualidad vida-muerte. En los lieder, Mahler musicaliza la pérdida infantil (que sintió realmente Friedrich Rückert, el autor de los inquietantes poemas) con una orquestación íntima y conmovedora, mezcla expresiva de dolor y resignación. La Quinta, en cambio, es un viaje épico desde la tragedia hasta la redención. Su célebre Adagietto, expresión pura de amor, contrasta con la potencia y el dramatismo de los movimientos extremos. Ambos son testimonios profundos del alma humana y su lucha ante el destino.

Y todo resultó como podíamos esperar con un Palacio completo, caras conocidas, famosos de todo tipo pero sobre todo un Mahler increíble. Iván Fischer es uno de los grandes directores y con su orquesta lo demostró. Los húngaros tienen un sonido único con la disposición «vienesa» que al colocar los violines enfrentados y los contrabajos atrás en el centro logran abrazar a toda la orquesta. La formación al completo suena compacta, sedosa, matizada, donde poder escuchar todo lo escrito con nitidez y cada sección está completa con unos solistas de calidad suprema.

Comenzar con los Kindertotenlieder ya supuso la prueba de fuego porque estos lieder orquestales requieren sutileza, realzar todo el dramatismo que la mezzo alemana Gerhild Romberger puso en cada uno de los cinco poemas de Rückert en su lengua vernácula, y un Fischer no solo concertando sino mimando y completando este Mahler doliente. Aunque el registro grave de la alemana pasase por problemas de volumen, el maestro húngaro pulió hasta el más mínimo detalle los matices para ir creciendo en intensidad emocional para una excelente interpretación de una primera parte grande que prepararía la inmensidad de la segunda.

Engañosa aceptación

He aquí un programa en el que se establecen las principales coordenadas del arte mahleriano, tantas veces sumido en la emoción de los sentimientos más hondos expresados en sones de una honda repercusión humana. Fue Federico Sopeña, siempre fervoroso mahleriano, quien dijo, muy literariamente, aquello de que el músico bohemio había metido sus manos en la fuente de las aguas cristalinas del lied schubertiano o schumaniano, o incluso brahmsiano, y las había traído manchadas de sangre. Hay, es cierto, en estas canciones un mundo de sufrimientos, de crueles ironías, de tragedia; pese a que ésta venga traspasada por un sentimiento de pretendida serenidad, de aceptación incluso.

El ciclo Kindertotenlieder se estrenó en Viena el 29 de enero de 1905 por el barítono Friedrich Weidermann y miembros de la Filarmónica en el curso de un concierto organizado por Schoenberg y Zemlinsky. La primera canción, Nun will die Sonn’ so hell aufgehn, emplea un tema ondulante y largo, contrastado en el sexto verso por una dramática derivación. El glockenspiel emerge en la última estrofa con el contrapunto de fagot y corno inglés, resaltando, en palabras de La Grange, «el tono de dolor lancinante pero contenido». El mismo curso de lentitud dolorosa sigue Nun seh’ ich wohl, warum so dunkle Flammen, que trabaja sobre un motivo de cinco notas enunciado por los violonchelos, que Goldet conecta con el de la mirada de Tristán y que es desarrollado por la voz pronto, en la palabra schicke (segunda estrofa), encaramada a un luminoso fa agudo.

Un austero contrapunto a dos voces del corno inglés y el fagot, con pizzicati de los chelos, se instala al comienzo de esa especie de plegaria que es Wenn dein Mütterlein. En realidad, si bien se mira, excepto el último, estos lieder funcionan como singulares y poéticas marchas fúnebres. Goldet alaba la magnífica técnica de fusión tímbrica puesta en práctica por Mahler en el siguiente lied, Oft denk’ ich, sie sind nur ausgegangen, en el que prevalece un intervalo de sexta. La tónica, sin embargo, la establece el maravilloso y cantabile motivo inicial expuesto cálidamente por la cuerda. En contraposición, el último lied, In diesem Wetter, posee una movilidad muy acusada. Se abre con un Allegro nervioso envuelto en una furiosa orquestación en la que todo rechina. Se levantan auténticas chispas en este retrato de una tempestad desaforada.

Con la angustia y dolor mahleriano, llegaría una segunda parte soberbia por todos y cada uno de los cinco movimientos. Hace años que repito «no hay quinta mala», y con una orquesta como la del Festival de Budapest y el maestro Fischer, lo escuchado esta novena noche de festival se quedará en mi memoria, y son muchas las veces que he podido disfrutar en vivo «La Quinta de Mahler», creo que la más programada, pero con la intensidad, claridad, entrega y sonido no tengo otra. Vuelvo a dejar las notas de Don Arturo sobre esta inmensa quinta húngara en Granada:

Pocas obras tan adecuadas para culminar este concierto mahleriano como la Quinta sinfonía en la que el compositor, subrayaba Pérez de Arteaga, se sintió más heredero de Beethoven que nunca. El do sostenido menor del inicio va variando y viajando a otras tonalidades a medida que la obra avanza. El primer movimiento tiene una relativa forma de sonata. El segundo contrasta dos secciones contrapuestas, una tempestuosa y otra serena. En el Scherzo se abre un tempo de vals con la trompa como instrumento obligado. Sopeña hablaba de «melodía abrazadera» al referirse al célebre Adagietto. «Uno de los más conspicuos cantos de amor ideados por el músico». Y eso que puede rozar, dependiendo de la interpretación, lo cursi. El Finale se ha definido en ocasiones como «singular diablura contrapuntística». Silbermann resumía así, muy brevemente, la obra: «De la tristeza que acompaña a la desesperanza de un cortejo fúnebre (primer movimiento) somos llevados con la mayor vehemencia (segundo) a una lucha exigente y (tercero) a una energía dominante. Un instante de tranquila meditación interrumpe (cuarto) las impetuosas

No solo suscribo todo lo anterior que Reverter nos dejó por escrito, es que la cuerda húngara sonó precisa, aterciopelada y enérgica, siempre presente con unos pizzicatti rotundos, los balances logradísimos no solo por la colocación ya citada sino por asimilar cada cuerda lo que Fischer iba indicando con una verdadera definición de «tener mano izquierda». La acústica palaciega que con otras orquestas no parece ayudar, con los de Budapest no hubo problema porque se pudieron apreciar unas dinámicas extremas y la pulcritud de todos y cada uno de los músicos, gracias a un Maestro con mayúsculas, siempre contenido en el gesto, de batuta más florete que sable pero exigiendo para obtener la respuesta exacta. El famoso Adagietto sería uno de los momentos mágicos que cortaron la respiración, detuvieron toses, abanicos y comentarios, una sensación de respeto y silencio sepulcral por saber que estábamos viviendo algo único.

Pero si todas las maderas lucieron, especialmente clarinetes y oboes cincelando cada pasaje del color reflejado en la partitura por Mahler, los metales fueron perfectos de principio a fin, desde una tuba virtuosa y presente, los trombones broncíneos junto a las trompetas (con y sin sordina) espectaculares por empaste y tímbrica, para redondear las trompas que son la envidia de toda orquesta pues no hubo ni una nota «pinchada» o descolocada. Y colocar la solista al lado del director en el Scherzo nos permitió paladear toda la gama expresiva de un instrumento que no permite errar, con una gama dinámica total y colorida de matrícula de honor en un vals muy bien navegado por el Danubio que une Budapest y Viena con personalidad propia.

Podría estar toda la madrugada exponiendo emociones y sensaciones de esta Quinta a cargo de los húngaros, que sin mucha publicidad pero con el magisterio de su fundador han logrado armar una orquesta no solo perfecta sino convincente, con un Finale esperanzador tras tanto dolor hecho música.

PROGRAMA

Gustav Mahler (1860-1911)

I

Kindertotenlieder (Canciones sobre la muerte de los niños, para mezzo y orquesta. 1901-04). Textos: Friedrich Rückert (*):

Nun will die Sonn’ so hell aufgehn (1901)

Nun seh’ ich wohl, warum so dunkle Flammen (1904)

Wenn dein Mütterlein tritt zur Tür herein (1901)

Oft denk’ ich, sie sind nur ausgegangen! (1901)

In diesem Wetter, in diesem Braus (1904)

II

Sinfonía nº 5 en do sostenido menor (1901-02, rev. 1904-11):

I. Trauermarsch. In gemessenem Schritt. Streng. Wie ein Kondukt

II. Stürmisch bewegt, mit größter Vehemenz

III. Scherzo. Kräftig, nicht zu schnell

IV. Adagietto. Sehr langsam

V. Rondo – Finale. Allegro – Allegro giocoso. Frisch

* Traducción de los poemas proyectada en los sobretítulos: Luis Gago.