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Con ganas de Primavera…

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Este viernes 31 de enero a las 10.30 horas se presentaba en el Salón de Te del Teatro Campoamor de Oviedo la decimosegunda edición del Ciclo Primavera Barroca titulada «La fiesta de la gran música», una de las iniciativas culturales referentes del ámbito nacional en la llamada interpretación musical historicista. Promovido por el CNDM y la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo, ahí estuvieron Francisco Lorenzo y David Álvarez como responsables de ambas instituciones así como Cosme Marina, director artístico y coordinador del ciclo.

El concejal de Cultura volvió a poner de relieve la importancia que Oviedo tiene como capitalidad musical y este ciclo alcanza la XII edición que supone afianzar esta seña de identidad de la capital asturiana (tras el paso el lunes de Klaus Mäkelä y Janine Jansen con la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, otro hito), desde una labor que el tiempo está asentando y ganando abonados más un público fiel a estos conciertos donde estarán figuras del panorama internacional, algunas ya conocidas en otros ciclos asturianos pero que en esta primavera, que llega en invierno, volverán a satisfacer las exigencias de los melómanos con el nivel a que nos tienen acostumbrados.

Francisco Lorenzo corroboró las palabras del presidente, la estrecha colaboración que en los «quince años de pasión por la música» del CNDM (como el propio Lorenzo escribe en la presentación del libro de la temporada) y los vínculos tanto con el Ayuntamiento de Oviedo como la colaboración de sus dos conservatorios (Profesional y Superior) más la Universidad (con la incombustible pasión de Ramón Sobrino), a quienes agradeció su presencia y apoyo incondicional. También se incluye a Oviedo en el ciclo de Jazz (otro que aumenta oferta y abonos en la capital), programando estos «Circuitos» donde figura nuestro ciclo barroco, manteniendo su apuesta por la recuperación histórica de nuestro patrimonio musical con estrenos en nuestro tiempo de compositores como Hernández Illana (ca. 1700-1780) o Diego Pérez de Camino (1738-1796), así como las mujeres compositoras, citando a la francesa Élisabeth Jacquet de La Guerre (1665-1729), todos con intérpretes reconocidos que Cosme Marina detallaría posteriormente.

La programación consta de seis conciertos que tendrán lugar del 4 de marzo al 22 de mayo, sumándose el ciclo de conferencias con algunos de los artistas del ciclo.

En esa media docena de conciertos sonará música de los siglos XVII y XVIII con Diego Ares (que interpretará «las Goldberg» de Bach), Lina Tur Bonet al frente de Musica Alchemica, con un doblete de Vivaldi más Bach, La Guirnalde de Luis Martínez Pueyo junto al contratenor Alberto Miguélez Rouco (artista residente del CNDM esta temporada), recuperando patrimonio hispano,  el esperado grupo francés Nevermind (poder escucharles con «sus compositores» de referencia como Élisabeth Jacquet de La Guerre , Jaques-Martin Hotteterre o F. Couperin será una de las citas imperdibles), el sopranista más solicitado del momento, el venezolano Samuel Mariño junto al Concerto d’Cavalieri traerá el 12 de mayo su espectáculo «Delirio amoroso», un repaso por obras muy conocidas de autores como Haendel, A. Scarlatti, Vivaldi, Porpora o Stradella. Para cerrar el ciclo y celebrando el 500 aniversario de Palestrina la vuelta de Vox Luminis a Oviedo para interpretarnos la Missa del Papa Marcelo en la Sala de Cámara del Auditorio, de acústica ideal para este ciclo que ya es cita obligada en «La Viena española».

Aprendiendo con los clásicos

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Jueves 30 de enero, 19:30 horas. Auditorio «Teodoro Cuesta», Mieres: Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música del Principado de Asturias (CONSMUPA), Lucas Santos Santos (flauta), Elba Rodal Graña y Luis López Aragón (directores). Obras de Haydn, Mozart y Beethoven.

No me canso de repetir lo sacrificado que es estudiar música y más en estos tiempos donde la juventud no opta habitualmente por las llamadas Ciencias Humanas. Tanto para todo el alumnado como sus familias el esfuerzo a menudo es sobrehumano, dedicándole a su instrumento todo el tiempo posible y no digamos si quieren llegar a profesionales porque entonces será toda la vida. Caso aparte los que compaginan el estudio de la música con otra carrera universitaria, como si la de músico no fuera suficiente (algo que recuerdo los Virtuosos de Moscú a su llegada a Asturias en 1990 no entendían… ni muchos otros aún en 2025).

Para los músicos la formación orquestal es básica no ya por los valores de tocar juntos y escucharse unos a otros, verdadero trabajo en equipo, también por unas relaciones personales que durarán años aunque opten por otros caminos (bien por afición o profesión) y donde siempre tendrán a la música que les abrirá muchas puertas.

En el CONSMUPA siempre se trabaja duro, es El Superior y cada instrumento conlleva el estudio no ya de materias llamadas complementarias en una educación que no se acaba nunca, también la técnica en solitario, con piano, y evidentemente la «música de conjunto» (tríos, cuartetos… banda, orquesta) ocupa parte del horario lectivo, por lo que con alumnado de cuerda, viento y percusión la orquesta sinfónica es el primer paso hacia un horizonte lleno de ilusión y esfuerzo. El doctor Manuel Real Tresgallo ostenta la cátedra de dirección de orquesta y dos de sus alumnos volverían a dirigir a sus compañeros instrumentistas en un programa clásico que no puede faltar en su formación: Haydn, Mozart y Beethoven, casi como un examen a mitad de curso para ir comprobando la evolución, mejorar el estilo, asentar lo aprendido y sobre todo ponerlo en práctica con público en vivo.

La plantilla para el concierto, que dejo a continuación, pese a no estar «compensada» en la cuerda ni siquiera al completo (sin contrabajos o un clarinete bajo duplicando un fagot), sonó muy equilibrada y balanceada. Deberán seguir trabajando la afinación (igual que muchos profesionales) pero la entrega, respeto y «acatamiento» a las señales del podio la superaron con nota. Muy positivo trabajar con dos estilos de dirección y tres obras diferentes aunque del mismo periodo, el llamado «Clasicismo» con esa tríada donde el «sordo genial» será el puente al Romanticismo que comenzaría precisamente con él.La maestra gallega Elba Rodal Graña (Cangas do Morrazo), además de clarinetista (el Ateneo Musical de Mieres presume de ella), esta tarde ejercería de presentadora siempre en tono didáctico para un público no muy numeroso en este gélido final de enero, y sobre el podio dirigiría la Sinfonía nº 103 en mi bemol mayor (1795) de F. J. Haydn (1732-1809), llamado «el padre de la sinfonía» (tiene datadas 106) y en concreto esta perteneciente a las llamadas Sinfonías de Londres, la penúltima antes de volver a Viena y como muchas otras también con apodo, «Redoble de timbal» por ser quien la inicia, y de la que Wagner en su juventud realizaría una transcripción para piano.

La dirección contó con un gesto claro, sin necesidad de batuta, precisa, matizando los detalles con respuesta generosa de la orquesta, bien contrapuestos los tempi y enfrentándose a una partitura rica en todos los recursos a lo largo de sus cuatro movimientos: se abre con un solemne motivo del adagio al que sigue un allegro (clara la influencia que Haydn tuvo en Beethoven); el segundo movimiento es un andante expresivo al que sigue el minuetto cuyo trío en modo menor tiene ese aire de ternura o melancolía bien marcado desde el podio, que emplea materiales del folklore croata, para terminar con el alegre Finale: Allegro con spirito que «canta» una melodía de tipo popular con un efecto de música de gaita (siempre internacional). Destacar el «saber estar» en los timbales de Eduardo Llosa García y la buena intervención de la concertino María Cotarelo García en su solo del segundo movimiento.

El relevo en el podio lo tomaría Luis López Aragón, pianista que también ha elegido el difícil arte de la dirección. Comenzaría con el Allegro maestoso, primer movimiento del Concierto para flauta en sol mayor, K. 313 de W. A. Mozart (1756-1791), actuando de solista Lucas Santos Santos de sonido amplio, limpio, bien concertado y dejándonos una cadenza perfecta, fraseada y de sobresaliente.

Ya batuta en mano, e incorporándose los efectivos de Haydn, el maestro López Aragón afrontaría los dos primeros movimientos de la Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, op. 55, «Heroica» de L. van Beethoven (1770-1827), el Allegro con brío sin forzar el aire, palabras mayores para esta orquesta que sonó muy equilibrada haciendo olvidarnos de la verdadera plantilla, y la siempre emocionante Marcha fúnebre. Adagio assai. Buen balance de las secciones, con seis cellos que compensaron el grave ante la ausencia de contrabajos y destacable toda la sección de viento, tanto el metal pero especialmente la madera, con el solista mozartiano, el clarinete y sobre todo el oboe (Manuel Álvarez Fernández), impecable en todo el concierto.

Luis López apunta maneras y estilo propio (su compañera Elba comentó que «en 10 años estará en todo lo alto»), sabiendo hasta dónde llegan sus compañeros y delineando una «tercera» que nos dejó ganas de escucharla completa, espero que como fin de curso, aunque el catedrático Real Tresgallo será quien siga formando esta nueva generación de directores y directoras (que en este siglo van llegando más a un podio no hace mucho totalmente masculinizado).

Un Chopin sin poso

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Miércoles 29 de enero, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, Concierto nº 1692, Ciclo de Jóvenes Intérpretes «Fundación Alvargonzález»: Diana Cooper (piano). Obras de Chopin.

Hay una nueva generación de pianistas jóvenes que esperan afianzar una carrera concertística con mucho trabajo y participación en concursos que les abran paso en los escenarios. El Concurso Internacional de Piano «Ciudad de Vigo» es uno de los que comienzan a afianzarse en el panorama nacional «compitiendo» con otros más renombrados como el Concurso Chopin de Brest o el Concurso Internacional Halina Czemy-Stefanská de Poznan (Polonia), todos ellos donde ha ganado esta prometedora artista francesa, hija de padre británico y madre franco-española, Diana Cooper (Tarbes, 1999) que comenzó su actividad pianística con 9 años y desde 2018 tiene una amplia agenda profesional de conciertos, obteniendo premios como los antes citados, lo que le ha servido para actuar en lugares y festivales de su Francia natal (festivales Chopin de Nohant, París, Sala Cortot, Embajada de Polonia en París) y en el extranjero: Festival de Ysaye en Bélgica, Palacio de Congresos de Huesca, Hrvatski dom Split en Croacia, Kielce Filharmonia en Polonia, y este último miércoles de enero en la Sociedad Filarmónica de Gijón en los recitales que conlleva ganar el «Ciudad de Vigo» de 2002 (en su sexta edición) dentro del Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Alvargonzález en la capital de la Costa Verde.

El piano de Chopin siempre es una tentación para todo pianista y a lo largo de la historia muchos son los nombres que no deben olvidarse, pero está claro que la técnica y virtuosismo no es suficiente para poder interpretar al gran romántico polaco. Diana Cooper tiene dedos, cabeza y una excelente técnica pero por momentos peca de excesiva delicadeza en la pulsación (aunque el polaco tenga escritas obras que lo requieren, caso del nocturno programado en primer lugar pero abriendo con las Mazurkas). Su velocidad en los cromatismos, octavas o escalas suenan precipitados, con una mano izquierda que necesita más fuerza para el necesario equilibrio y balance de ambas manos sin perder las melodías escondidas entre los «ornamentos». Maneja bien el pedal creando buena sonoridad, pero cara a la interpretación ideal el rubato en Chopin es tan importante como poder tocar todo lo escrito, que también. Y si he escuchado a pianistas en plena madurez que siguen interpretándonos al músico polaco (el siempre recordado Rubinstein, Arrau, Pollini, Argerich, Pires, Pogorelich y muchos más cercanos en el tiempo como el impactante Trifonov), Diana Cooper que confiesa su amor por un Chopin que le abre muchas puertas, aún necesita algunos años más para alcanzar el poso necesario para un programa muy exigente tanto en lo físico como en lo mental por técnica e interiorización, como el que trajo a Gijón (en gira por distintas filarmónicas).

La pianista francesa comenzaría con las cuatro Mazurkas opus 30 (números 18 al 21) resultaron planas de expresión tanto por los tempos similares como por las tonalidades nada diferenciadas en el carácter intrínseco que Chopin les da,  y más cercanas a los valses que a la danza polaca que requiere una rítmica y acentación distinta, desconociendo la causa de colocarlas abriendo el recital, seguidas del esta vez necesariamente delicado Nocturno en re bemol mayor, Op. 27, nº 2.

Los siguientes dos estudios elegidos, el op. 25 nº 5 en mi menor y el op. 10 nº 8 en fa mayor (que son verdaderas obras de repertorio pese al nombre) me parecieron más pensadas para concurso por su ejecución técnica impecable que para un concierto, sin las dinámicas deseadas y donde el segundo pide más fuerza en la mano izquierda.

Con algo más de «transfondo» el Scherzo nº 4 en mi mayor, op. 54, pareció más interiorizado pese a un virtuosismo algo melifluo, delicado cuando debe y nuevamente poco contraste en los matices que necesitarían expresión y algún fortísimo más.

Y cerrando la primera parte, puede que ya más centrada y con los «dedos calientes», otra página virtuosa como el Andante spianato y Gran Polonesa brillante, Op. 22, bien reposado el primero y poco «brillante» la polonesa que se quedó sin adjetivo.

Comenzar con la Berceuse en re bemol mayor, op. 57 no consiguió animar al abundante público con presencia de jóvenes estudiantes que sueñan subirse a esas tablas, y la Sonata nº 3 en si menor, Op. 58, una de las más complejas y aclamadas, más que la unidad en la forma  resultaron cuatro números casi independientes donde el I. Allegro maestoso fue rápido pero nada majestuoso ni contrastando potencia y delicadeza, el III. Largo se hizo literal, y los Molto vivace del II. Scherzo junto al Presto ma non tanto del IV. Finale otra demostración de vértigo, rapidez, prisas y desbalanceado dinámicamente en ambas manos, aunque algo más poderosas en volumen que la primera parte.

Curiosa la propina elegida con las mismas «prisas» de Chopin: del francés Emmanuel Chabrier el Scherzo-Vals (perteneciente a las  «Pièces Pittoresques») casi continuador del polaco que triunfaría en París y la francesa en los concursos.

PROGRAMA:

Frédéric CHOPIN (1810–1849):

-I-

Mazurkas, Op. 30

I. Allegretto non tanto, en do menor

II. Allegretto, en si menor

III. Allegro non troppo, en re bemol mayo

IV. Allegretto, en do sostenido menor

Nocturno en re bemol mayor, Op. 27, nº 2

Estudio en mi menor, Op. 25, nº 5

Estudio en fa mayor, Op. 10, nº 8

Scherzo nº 4 en mi mayor, Op. 54

Andante spianato y Gran Polonesa brillante, Op. 22

-II-

Berceuse en re bemol mayor, Op. 57

Sonata nº 3 en si menor, Op. 58

I. Allegro maestoso

II. Scherzo: Molto vivace

III. Largo

IV. Finale: Presto non tanto

El instrumento perfecto

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Lunes 27 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Royal Concertgebouw Orchestra, Janine Jansen (violín), Klaus Mäkelä (director). Obras de Purcell, Britten, Dowland y Schumann. Fotos propias y de Alfonso Suárez.

Cada pianista suele tener (y a menudo elegir) una marca con la que se identifica y siente más cómodo para sus conciertos, y así Steinway©, Yamaha© o Bösendorfer© son el instrumento preferido aunque normalmente tengan que «lidiar» con otros y no siempre en el estado ideal para una buena interpretación. Pese a todo tampoco todos saben sacar el máximo partido a un buen piano, y el buen ejecutante siempre hará sonar como suyo todo teclado con el que se encuentre, mientras tampoco las buenas marcas son seguro de buen concierto dependiendo quién las haga sonar.

Este paralelismo pianístico inicial lo traigo por el orquestal, recordando a Berlín, Viena o Ámsterdam, pues sus filarmónicas son como empresas que suponen tener el material con el que todo intérprete quiere construir, formando parte suya, y los directores ponerse al frente con «el instrumento perfecto». Por Oviedo han pasado esas «tres marcas» y no siempre con el mejor ejecutante de tan grandes instrumentos sinfónicos, pero tengo claro que el finlandés Klaus Mäkela (Helsinki, 17 de enero de 1996) hace sonar más que bien toda orquesta que dirige, haciéndose el deseado desde la primera  vez que trabaja con ellas y asombrando allá donde quieren «ficharlo».

Si en Granada me ganó para la causa con dos conciertos y una buena orquesta como la de París -que dicho sea de paso no está entre las «marcas famosas»- ya en Oviedo (parada entre Barcelona y Madrid) venía con la Real Orquesta del Concergebouw de Ámsterdam (RCO) de la que será su titular a partir de 2027 (simultaneándola con la de Chicago) para seguir reafirmándose como «uno de los más prometedores jóvenes directores del mundo» en el más esperado de los conciertos de esta temporada, «transformando cada debut en algo similar a un flechazo sentimental« como escribía en una entrevista de este lunes Pablo L. Rodríguez, autor de las notas al programa. El director finlandés es un intérprete de altura que, con un instrumento perfecto como la real orquesta neerlandesa (parece no es correcto decir holandesa), volvió a enamorarnos y hacer caer rendido a un auditorio al completo, sabedor de estar ante otro concierto histórico en la capital asturiana.

Este programa que traían a Oviedo (y segundo de Madrid, que no harían en Barcelona) podría calificarse de atrevido por inusual pero muy coherente al encontrarnos para la primera parte con la Marcha de la «Música para el funeral de la Reina Mary», Z. 860 de Purcell junto al Concierto para violín y orquesta, op. 15 de Britten ya con Janine Jansen (Soest, 7 de enero de 1978) preparada, pues el solo de trompetas y trombones a pares con el atabal enlazarían sin pause con el redoble de timbal que arranca el primer movimiento del concierto de violín. Y es que Britten fue devoto admirador de su compatriota Henry Purcell, al igual que un excelente intérprete de Schumann (para la segunda parte) tanto al piano como dirigiendo. El inicio de los solistas de la RCO mostró al Mäkela inteligente en dejarles mandar sin marcar, pues ya conocemos cómo trabaja el joven finlandés. Y la entrada del concierto de Britten ya resaltó las características tan personales de su arte de dirigir. Perfecto concertador atento a la solista y capaz de sacar toda la gama dinámica de la orquesta para poder disfrutar al completo la emocionante interpretación de Janine Jansen con su Stradivarius ‘Shumsky-Rode’ (1715). Todos ellos se conocen, trabajan juntos a menudo y la complejidad técnica del compositor británico no fue obstáculo para ninguno de los artistas demostrando respeto, admiración y un amor por la música común.

El sonido de la violinista de Países Bajos es increíble, llega a todos los rincones con una paleta de recursos y colores únicos, hasta en los armónicos. Su musicalidad trasciende más allá del propio instrumento, es corporal, con un arco tan increíble como su digitación estratosférica, pura emoción que transmitió en los tres movimientos, siempre perfectamente balanceados por Mäkela y una RCO ideal en sonido y empaque con la plantilla perfecta (calcular a partir de la cuerda: 14-12-1o-8-6, hoy comandada por el concertino Vesko Eschkenazy). Las indicaciones de Agitato o Animando fueron literales hasta la Cadenza previa al inicio del tercer movimiento que logró un reverencial silencio por parte de todos hasta ponernos la carne de gallina. Este triunvirato de «solista, orquesta y director» en este concierto logró engrandecer esta primera parte que dejó muy alto el listón y exhausta a la virtuosa, saliendo a saludar hasta en cinco ocasiones pero imposible regalar una propina tras el esfuerzo físico y mental de un Britten para el recuerdo.

Con la misma coherencia llegarían las obras unidas en la segunda parte: las Lachrimae antiquae de Dowland y la poco interpretada segunda de Schumann (además de continuación de la primera, pues como bien relata Luis Gago en el programa de mano para Ibermúsica, «Robert Schumann como Benjamin Britten padecieron fuertes episodios melancólicos o, en terminología más moderna, depresivos. Se acentuaron, claro, al final de la vida de uno y otro como consecuencia de la enfermedad: los trastornos mentales derivados de una antigua y muy probable infección de sífilis en el primero y severas dolencias cardíacas en el segundo, que afectaron seriamente a la movilidad de la parte derecha de su cuerpo de resultas de un infarto, lo que le impidió tocar el piano, una de sus ocupaciones predilectas, y le obligó a desplazarse en silla de ruedas»). Y estas notas las titula «Melancolías» pues nadie como Dowland puede traducir este sentimiento y el arreglo elegido para el concertino, el violín segundo, dos violas y cello de la RCO cual ensamble de violas renacentista, verdaderas lágrimas antes de la Sinfonía nº 2 en do mayor, op. 61 de Schumann dirigidas de memoria por un Mäkela que las conoce a fondo, al igual que los neerlandeses.

La gestualidad del director finlandés es propia, estilizado cuerpo cimbreante, danzante por momentos, encogido o estirado, con una mano izquierda que frasea, delinea, agita, corta o aminora, más la batuta cual varita mágica ágil, vibrante, marcando sin ofender y dibujando en el aire. Escuchar esta segunda sinfonía de Schumann (estrenada en Leipzig el 5 de noviembre de 1846) observándole dirigir es un placer visual junto al sonoro. Escrita durante los primeros síntomas del deterioro mental que según confesión del compositor  «hablaba de la resistencia del espíritu» -lo que le supuso una verdadera batalla contra su mala salud- si el programa de este concierto demuestra cohesión de principio a fin, esta segunda sinfonía también. Mi admirado tocayo la disecciona como buen profesor en las notas al programa, y puedo comentarla a partir de ellas: A través de un tema común siempre claro en la RCO, presentado en el allegro inicial por unos metales siempre nobles en un tempo «un poco più vivace», el mismo tema que volvería a sonar al final del movimiento y también del scherzo, siempre enunciado por la misma familia de instrumentos con una claridad meridiana de los neerlandeses. El scherzo va en segundo lugar en vez del habitual adagio, y jugando con las notas del nombre de Bach en alemán. Mäkelä subrayó la ternura del Schumann más lírico, apoyado primero en una cuerda increíble, donde las fusas a unísono sonaban todas a una perfectamente encajadas, más el momento estelar del oboe (recordando que Lucas Macías ocupó esa plaza). El último allegro victorioso resultó impecable, triunfante y elegante como la dirección de Mäkelä, con el movimiento del que Schumann afirmó le hizo revivir y sentirse mucho mejor de su aflicción al ponerle punto final, y así nos hicieron sentir este instrumento perfecto con el mejor intérprete del momento.

Y de regalo otra delicatesen para recordar: el Andantino del entreacto nº 3 de la «Rosamunde» D. 797 de Franz Schubert, imposible mejorar lo escuchado este último lunes de enero en Oviedo, fecha para la historia musical de «La Viena Española» que no me cansaré de repetir.

PROGRAMA:

Primera parte

Henry Purcell (1659-1695):

Marcha de la «Música para el funeral de la Reina Mary», Z. 860

Benjamin Britten (1913-1976):

Concierto para violín y orquesta, op. 15

I. Moderato con moto – Agitato – Tempo primo

II. Vivace – Animando – Largamente – Cadenza

III. Passacaglia: Andante lento (Un poco meno mosso)

Segunda parte

John Dowland (1563-1626):

Lachrimae antiquae

Robert Schumann (1810-1856):

Sinfonía n.° 2 en do mayor, op. 61

I. Sostenuto assai – Un poco più vivace – Allegro, ma non troppo

II. Scherzo: Allegro vivace

III. Adagio espressivo

IV. Allegro molto vivace

Schulz y Mieres

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Domingo 26 de enero, 12:00 horas. Auditorio Teodoro Cuesta, Mieres: Reivindicación y homenaje a Guillermo Schulz. Presentación de la 1ª Canción Minera Asturiana: «Reflexiones de un minero» (1844).

«El último domingo de enero, como hace 175 años» y en la antigua Escuela de Capataces de Mieres, se rendía un homenaje a su fundador Guillermo Schulz, un alemán afincado en nuestra tierra que tanto hizo por la Minería, la Geología y poniendo en el mapa mundial nuestra «Hermosa Villa de Mieres», con un acto de reivindicación de su figura pero también uniendo música y mina, organizado por el Colegio Oficial de Graduados e Ingenieros Técnicos de Minas y Energía del Principado de Asturias, cuyo decano-presidente José Augusto Suárez García haría de presentador y maestro de ceremonias.

Unos breves apuntes para presentarnos al ingeniero Guillermo Philip Daniel Schulz y Schweizer (6 de marzo de 1805, Dörnberg – 1 de agosto de 1877, Aranjuez) que en 1844 recorría Asturias  para documentarse siempre con abrigo por lo friolero que era, dando paso a la primera intervención musical de la mañana con nuestro emblemático Coro Minero de Turón dirigido por Rebeca Velasco, escuchando “Si yo fuera picador”, tonada asturiana cantada por Javier Toral Fernández, uno de sus componentes, primeras emociones matutinas antes del himno minero por antonomasia que es “Santa Bárbara bendita”.

La parte académica estaría a cargo de tres conferenciantes, todos miembros del RIDEA, comenzando por Carlos Luque Cabal, también gran conocedor del homenajeado Schulz, quien nos leería el discurso «Guillermo Schulz, gran artífice de la Geología de Asturias» preparado por su compañero en Hunosa y la Facultad de Geológicas Manuel Gutiérrez Claverol (quien por problemas de salud la noche anterior, se lo hizo llegar). Muchos apuntes de la biografía desde 1840 en que pide se cree la Escuela Capataces de Mieres que sería inaugurada en 1855, y teniendo como auténtica tarea pendiente entre ellos de corregir el apellido sin la «t» que solía figurar, pues lo correcto es Schulz y no Schulz, ya subsanada en Mieres o Gijón pero quedando pendiente Oviedo con sus calles y el cambio de ubicación del monumento desde la Plaza de Riego a la antigua Escuela de Ingenieros de Minas de la capital asturiana, que tras muchas polémicas al fin se trasladó al lugar «natural»  e histórico como es Mieres. También recordaría a nuestro ilustrado Jovellanos que en 1859 presentaba su informe sobre Minería y Náutica.

Tomaría el relevo en los discursos el profesor Luis Jesús Llaneza González con «Schulz y la Escuela de Capataces de Asturias», quien nos recordó los 175 años de un último domingo de enero que empezaban en Mieres los estudios para Capataz de Minas en el Palacio de Camposagrado -actual Instituto Bernaldo de Quirós–  que fundaría Schulz y donde ejerció la docencia el segundo conferenciante natural de Mieres y gran estudioso de nuestra historia local. Repetiría algunos datos de la biografía de Schulz y cómo en 1844 presentaba su proyecto de una «Escuela de práctica minera» como en Almadén, apostando no por Gijón sino por Mieres, y en el segundo semestre de 1853 se llevaba a efecto el centro escolar por la Real Orden de 1 de diciembre de 1853 con el establecimiento por múltiples razones en nuestra capital del concejo con el ingeniero Schulz al frente.

La doctora María Sanhuesa Fonseca traería la parte más interesante en cuanto a las relaciones de la música y la mina desde su contexto histórico musical antes de revivir el año 1844 con sus «Reflexiones de un minero (1844): el misterio de una partitura única», la probablemente primera canción minera que ocuparía esta última parte del acto dominical. No faltaron sus citas al “cante de las minas” de La Unión o Linares, pero también la temática minera desde la ópera El oro del Rin de Wagner o La Fanciulla del West (La chica del Oeste) de Puccini, que sonaría al final del acto, o las más cercanas en nuestra memoria como Antonio Molina con “Soy minero”, “El abuelo Víctor” de nuestro paisano o “Si yo fuera picador” que popularizaría El Presi y también abría esta sesión dominical, con mina y música siempre unidas.

Como Inspector 2º de Minas, Guillermo Schulz se marcharía a Madrid y la canción «Reflexiones de un minero« que nos ocupa sería un regalo de despedida de sus alumnos, una obra con letra de Juan Francisco Fernández Flores y música de Inocencio Fernández Castañeda, para voz y guitarra. La doctora Sanhuesa analizaría las sonoridades italianas muy del momento al sonarnos a ópera e incluso a los compositores españoles del momento, partitura muy difícil de ejecutar por los saltos y con una letra de cuatro estrofas (incluida en el programa de mano que dejo a continuación) del mismo autor de obras en asturiano como «La olla asturiana» (1874) o «Xuan y Bernalda» (1861) entre otras.

Más complicada sigue siendo la investigación de Inocencio Fernández Castañeda, músico no profesional y probablemente impulsor de esta partitura de la que solo existe un ejemplar conocido (en el Museo del pueblo de Asturias) donación del archivo de Gregorio Aurre e Ibargüengoitia, un ingeniero de minas con familia muy musical y unida a la minería, recordándonos a una de sus hijas, Amalia de Aurre y Prieto, que participa en un baile de carnaval del momento y además socia de la Sociedad Filarmónica ovetense, algunas de las pistas para esta enigmática y al menos curiosa partitura que se estrenaría en 1844 sin conocer dónde y quiénes la interpretaron.

Al menos pudimos viajar en el tiempo y escucharla con la guitarra de Manuel A. Paz, natural de Ujo, y el tenor polesu Juan Noval Moro, un reto a estas horas de la mañana para disfrutarla, aires de Rossini y de Donizetti muy acordes con su época, el acompañamiento de guitarra con las introducciones a cada estrofa y unas melodías plenamente líricas, puede que «retomando» pasajes de arias operísticas sin llegar a ser una «paráfrasis musical» pero dejándonos no sólo una magnífica interpretación del dúo con el excelente momento vocal de Juan Noval, siempre abierto a estos retos de recuperar nuestro patrimonio musical con el trabajo musicológico previo de María Sanhuesa.

Y ya que «la minería musical» o  «la música minera» estuvo presente a lo largo de esta mañana de domingo, nada mejor que finalizar con la pucciniana “Che la mi creda” de La Fanciulla del West con el piano de la  profesora mierense Natalia Lada Baragaño para un broche operístico con nuestro tenor más internacional  antes de la despedida y agradecimientos del alcalde Manuel Ángel Álvarez, colaborando en este evento para reivindicar la gran figura de Guillermo Schulz, una de las personalidades más importantes del siglo XIX para Asturias y para Mieres en particular y presentar esta canción minera inédita en un evento cultural y musical de marcado carácter minero.

El acto se cerraría con la entrega de obsequios por parte de los organizadores a los participantes en este homenaje que continuaría con un vermut dominical por una animada zona de vinos mierense donde comentar entre todos este hallazgo musical, con la figura de Guillermo Schulz entroncando la más pura tradición mierense: minera y musical.

Unas bodas elegantes

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Sábado 25 de enero de 2025, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVII Temporada de Ópera. W. A. Mozart (1756-1791): «Le nozze di Figaro», KV 492, ópera bufa en cuatro actos con libreto de Lorenzo Da Ponte (1749-1838).

(Crítica para OperaWorld del domingo 26, con fotos de la Ópera de Oviedo y propias, más el añadido de los siempre enriquecedores links y la tipografía que no siempre se puede utilizar)

La septuagésimo séptima temporada de ópera ovetense baja el telón con «Le nozze di Figaro», uno de los grandes monumentos del arte occidental como se ha calificado esta ópera de Mozart con libreto de Lorenzo Da Ponte, el mejor maridaje de texto y música para la escena y con la que hemos podido cerrar en la misma temporada la llamada “Trilogía de Beaumarchais”, tras “El barbero” rossiniano de octubre y «La mère coupable» de Milhaud en una adaptación para jóvenes coproducida por la Fundación Ópera de Oviedo y el Festival de Santander esta misma semana.

Cerrar ciclo con estas bodas tan queridas en la capital asturiana (se ha representado en siete ocasiones desde 1966) y con un cartel que podemos calificar “de casa”, siempre llama al aficionado que llenó el teatro, contando con nuestro internacional Emilio Sagi, sinónimo de calidad en la fiel escena sevillana, sumándole el elegante vestuario de Gabriela Salaverri, el foso con Oviedo Filarmonía y su titular Lucas Macías, el Coro Intermezzo, y finalmente un doble reparto vocal, casi todo él bien conocido en Oviedo, demostrando que hay materia prima para una representación equilibrada que apuesta sobre seguro con esta producción belga encajada muy bien en las tablas de un Campoamor siempre complicado por sus dimensiones pero resistiendo incluso montajes como el que pudimos disfrutar en «Aída», también comentado aquí, aunque siga reclamando maquinaria de nuestro tiempo. Estamos por tanto ante «La ópera perfecta” que respeta la época pero sigue siendo tan actual por su planteamiento y crítica social desde la sátira, deleitándonos con el equilibrio formal de un Mozart en plena madurez que conjuga el tempo dramático (cuatro actos para una folle journée) con el musical desde su inigualable genio compositivo.

En esta ópera de enredos, infidelidades, líos, amores y desamores, no falta el elemento lúdico que nos hizo disfrutar cada número de los 28 donde Mozart escribe para todos los personajes y para una orquesta que brilló en el foso comandada por Lucas Macías que arriesgaría en los tiempos: los rápidos para “tirar de las voces” (obligándolas a respiraciones muy ágiles) y los lentos para disfrutarlas (más matizadas también), con dinámicas exigentes que desnudan el volumen individual para poder proyectarse a todo el teatro, así como unos recitativos sin apurarse, con el clave de Borja Mariño siempre en su sitio. Hasta la propia Sevilla la entiende Sagi como un personaje más, y la figuración, a cargo del propio Coro Intermezzo, igual de apremiado en los tempi pero bien afinado y empastado, habla con las manos como si Asturias fuese prolongación natural de Triana, con intervenciones siempre presentes (“Giovani liete, fiori spargete” del acto primero más el tercero con las chicas en “Ricevete, o padroncina”). Incluso el fandango del tercer acto, con Nuria Castejón al frente de un excelente cuerpo de baile de cuatro parejas, mantuvo con las castañuelas bien tocadas, una escena que puedo calificar de elegante por todo, hasta por la cuidada iluminación de Eduardo Bravo capaz de transmitir visualmente la mañana, el mediodía con los soleados ventanales laterales, la boda en el interior del Castillo de Almaviva, y la medianoche con luna llena en un jardín donde escuchamos hasta los grillos.

Once voces con distinto peso argumental y vocal, números individuales (diez arias, dos cavatinas y una arieta) y de conjunto (cinco duettinos, un dúo, dos tríos, un sexteto, tres coros y tres conjuntos finales), todos con sus momentos de gloria, pues la música de Mozart no tiene nada secundario y cada página es maravillosa y por todos conocidas, haciendo difícil quedarse con una sola. Hasta la “dosificación” de los personajes está cuidada buscando una trama ligera que fluye toda ella desde la impresionante y famosa obertura para asentar la orquesta que nos lleva al primer dúo con los futuros contrayentes midiendo la habitación prestada por el Conde antes de alzar el sobretelón.

El Fígaro del onubense Pablo Ruiz fue creciendo a lo largo de la obra, aún centrándose en el primer acto hasta el convincente “Tutto è disposto – Aprite un po’ quegl’occhi» del cuarto, bien de volumen, timbre atractivo y encajando poco a poco el aire con la orquesta, además de mostrar buen empaste tanto con Susanna como en los conjuntos, y escénicamente siempre desenvuelto. La argentina Mercedes Gancedo fue la pareja ideal, una Susanna de presencia continua, plenamente asentada sobre las tablas desde sus dos duetos iniciales junto a Fígaro o el inicio del acto tercero con el Conde (“Crudel! perché finora”), y más dúos con las voces blancas de Marcellina, Cherubino o la Condesa (en la “Canzonetta sull’aria” de color vocal no siempre diferenciado, pero cantado por ambas con mucho gusto), bien solventadas las parejas sin olvidarme de la simpatía mostrada en su aria “Venite inginocchiatevi” del segundo acto.

El noble matrimonio protagonista fueron los Condes de Almaviva encarnados por José Antonio López y María José Moreno. El barítono valenciano de presencia tanto física como vocal impecable nos dejaría el recitativo y aria “Hai già vinta la causa – Vedrò mentr’io sospiro” del tercer acto bien matizada, siempre melódico de fraseo contundente y sin problemas de volumen con el foso. Mientras tanto la soprano granadina interpretó las distintas emociones que atraviesa su personaje: pícara y enamorada en sus arias -las más serias y exquisitas de la ópera- luciéndose en su aparición del segundo acto con la siempre agradecida y bellísima  “Porgi amor” y el “Dove sono” del tercero, amén de los finales concertantes donde su voz estuvo siempre presente.

Una de las alegrías de estas bodas ovetenses fue el Cherubino de la mezzo italiana Anna Pennisi, delicada y muy expresiva, cuyas inseguridades amorosas de su papel no lo fueron al cantar sus dos arias (Non so più cosa son del primer acto y la famosa Voi che sapete del tercero). Simpatía escénica, de bello color que siempre ayuda, como en el dúo con Susanna (“Aprite presto aprite”) o el conjunto final.

También triunfó el Doctor Bartolo del bajo colombiano Valeriano Lanchas por su presencia vocal (muy aplaudida “La vendetta”) y actoral. La Marcellina de la mezzo neoyorquina -de origen cubano- Alexandra Urquiola (debutante en Oviedo) aportó tanto color en el dúo con Susanna como en los siempre “complicados conjuntos” finales del segundo y cuarto acto, con mucha musicalidad en su aria final “Il capro e la capretta ” delante del sobretelón, tras el aria de quien nunca falla por pequeño que sea su personaje: la soprano tinerfeña Ruth González y una Barbarina que no dejó indiferente en su cavatina “L’ho perduta”.

El tenor cordobés Pablo García-López como Don Basilio volvió a demostrar lo bien que le van estos personajes cómicos y el color tan mozartiano a forjado a lo largo de años. Resuelto escénicamente y de suficiente presencia vocal tanto en su aria “In quegl’anni in cui val poco” del cuarto acto como en el trío con Susanna y el Conde (“Cosa sento! tosto andate”), aunque algo mermada en el sexteto del tercero o el exigente número final.

Credibilidad por simpatía, talento y volumen el del bajo malagueño Luis López Navarro con un Antonio jardinero que aporta a los conjuntos esos graves para equilibrar siempre la escena. El tartamudo Don Curzio del tenor tinerfeño David Barrera cerró el elenco donde todos tienen su protagonismo y calidades, mayores o menores pero buscando siempre lo mejor desde un arduo trabajo que nunca finaliza con cada función(aún quedan tres más y el segundo reparto de los llamados “Viernes de ópera”).

Estas bodas tan “de casa” han sido, además de elegantes, muy equilibradas, pues si algo marca las diferencias son sus grandes finales: el del Acto II a partir del “Esci ormai” que va sumando voces desde dos a siete (una de las grandezas de Mozart) sin decaer ninguna, más el gran final “Pian, pianin le andrò”, agitado, vivo, con el foso empujando y los personajes que se van tendiendo trampas unos a otros hasta ese esperado y deseado final donde no hace falta comer perdices para ser felices cayendo el telón de mi temporada operística.

FICHA:

Sábado 25 de enero de 2025, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVII Temporada de Ópera. W. A. Mozart (1756-1791): «Le nozze di Figaro», KV 492, ópera bufa en cuatro actos con libreto de Lorenzo Da Ponte (1749-1838) basado en la comedia “La folle journée, ou Le Mariage de Figaro” (1778) de Pierre Augustin Caron de Beaumarchais. Estrenada en el Hofburgtheater de Viena el 1 de mayo de 1786. Producción de la Opéra Royal de Wallonie. Alkor Edition Kassel GmbH.

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Lucas Macías Navarro – Dirección de escena: Emilio Sagi – Diseño de vestuario: Gabriela Salaverri – Diseño de escenografía: Daniel Bianco – Diseño de iluminación: Eduardo Bravo – Coreografía: Nuria Castejón  Director del coro: Pablo Moras.

REPARTO:

El conde de Almaviva: José Antonio LópezLa condesa de Almaviva: María José MorenoSusanna: Mercedes GancedoFigaro: Pablo RuizCherubino: Anna PennisiMarcellina: Alexandra UrquiolaDoctor Bartolo: Valeriano LanchasDon Basilio: Pablo García-LópezDon Curzio: David BarreraBarbarina: Ruth GonzálezAntonio: Luis López Navarro.

Oviedo Filarmonía

Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo).

Orgullo Leónigan

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El próximo domingo 26 de enero, a las 13.30 horas, el coro masculino Ferrum, que parte del proyecto coral «El León de Oro» (LDO), participará en el Pregón de las Fiestas del Socorro de Luanco, que se celebrará en el IES Cristo del Socorro. Tras el emblemático pregón, Ferrum, dirigido por Marco A. García de Paz, ofrecerá un pequeño concierto de canciones marineras y habaneras, que promete ser una experiencia musical inolvidable para todos los asistentes.

Como cada año, poder participar en sus queridas Fiestas del Socorro de la capital gozoniega es un motivo de orgullo para El León de Oro, pues son festividades que no solo representan una ocasión especial para celebrar la cultura y las tradiciones de su hogar, Luanco, sino también para reforzar los lazos que le unen con nuestra comunidad.

El concierto de Ferrum incluirá una selección de obras que destacan por su belleza y conexión con la tradición musical marinera:

Ferrum: voces que resuenan con fuerza y profundidad

Ferrum es una de las incorporaciones más reciente al proyecto LDO. Este coro masculino, compuesto por 35 voces graves, se fundó en 2019 con el propósito de explorar y enriquecer el repertorio para voces iguales, desde lo clásico hasta lo contemporáneo. Aunque su desarrollo inicial se vio interrumpido por la pandemia, Ferrum ha renacido con fuerza y ha demostrado su calidad artística al obtener el 2º Premio en el Certamen de la Canción Marinera de San Vicente de la Barquera, además del Premio a Mejor Obra Barquereña en 2024.

El nombre Ferrum, que evoca fortaleza y profundidad, refleja el carácter único del sonido de este coro y su compromiso con la excelencia musical. Con pasión por la música coral y el objetivo de cautivar al público, Ferrum representa un ejemplo del talento asturiano que llevamos con orgullo por España y el mundo, además de completar una oferta de voces iguales junto a las laureadas Aurum, el coro femenino, más Lithos y Los Peques, verdadera cantera vocal aunando generaciones con Jesús Gavito y especialmente Elena Rosso, el otro pilar de esta gran familia coral que es LDO.

P.D.: Las fotos de Beatriz Montes pertenecen al concierto de Ferrum en el Museo Marítimo de Luanco, el pasado junio de 2024.

Para cerrar el tríptico de Fígaro

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Miércoles 22 de enero, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Gijón: Concierto 1691 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: «El secreto del otro», basado en la ópera «La mère coupable» de Darius Milhaud. Versión del director de escena Íñigo Santacana. Coproducción de la Fundación Ópera de Oviedo y el Palacio de Festivales de Santander.

(Crítica para OperaWorld del jueves 23, con fotos propias, más el añadido de los siempre enriquecedores links y la tipografía que no siempre se puede utilizar)

La ópera de Darius Milhaud (1892-1974) «La mère coupable», estrenada en el Gran Teatro de Ginebra el 13 de junio de 1966, se basa en la tercera y última parte de la llamada “trilogía de Beaumarchais tras «El barbero de Sevilla» y «Las bodas de Fígaro», popularizadas en sendas óperas de Rossini y Mozart respectivamente –ambas incluidas en la actual temporada de Ópera de Oviedo, que se cierra precisamente con Le Nozze– de esta trilogía que narra la historia de amor del Conde y la Condesa Almaviva a través del tiempo y sus devenires. Esta última parte constituye el último enredo familiar en el que se descubren sus hijos secretos con una propuesta destinada a un público adolescente y adaptada con el título «El secreto del otro» donde además, como espectadores, deciden el final de la historia, colocándola frente a la vida real a través del teatro. La versión actualizada busca acercar la ópera a futuros públicos y se estrenó el pasado domingo 18 en Pola de Siero, para recalar tras esta de Gijón, el próximo viernes 24 al Teatro Filarmónica de Oviedo, justo antes de las bodas de Fígaro mozartianas a partir del sábado.

El argumento se centra 15 años después de los desposorios, cuando la pareja ha abandonado Sevilla junto a su otro hijo León y su criada Fígara tras la muerte del primogénito, que ha sumido al Conde en una depresión, actuando de manera extraña dilapidando su fortuna, que de seguir así arruinará por completo a toda la familia, además de haberse distanciado de Rosina, la condesa, a la que maltrata sin piedad (como a León, que en esta versión no aparece). Solamente habla con el amigo de la familia, Béggears, quien también se ha venido con ellos a un apartamento parisino. Parece que son los culpables de su desgracia como confiesa a su amigo. Realmente ninguno de ellos tiene la culpa de la muerte de su primogénito, pero ¿habrá otra razón que explique el comportamiento del conde? ¿un secreto inconfesable que esos padres han fingido no saber y que ahora sale a la luz?. El desenlace de esta trilogía lo descubrimos con «El secreto del otro», adaptación al castellano con solo un piano en la parte instrumental más dos bases electrónicas de Íñigo Plazaola que utiliza parte de las oberturas de los Fígaros de Mozart y Rossini con unos ritmos y luces muy discotequeras, subiendo y bajando el telón de fondo donde se proyectaban los vídeos e imágenes diseñadas por Pedro Chamizo, intentando hacer partícipe a un patio de butacas con más gente joven de la habitual en la programación de la Sociedad Filarmónica gijonesa.

La escena, armada toda con cartones que le dan un diseño actual (y ecológico), transcurre en un apartamento diseñado como gran caja con una puerta trasera y muebles “transportables” dentro y fuera, pero siempre visibles además de la llamada “cuarta pared”. Interesante idea de Íñigo Santacana, que se completaría con un adecuado juego de luces de Víctor Longás, contrastando la parte argumental -abundante en las partes habladas no siempre legibles- con las arias y dúos que llevan solamente el difícil acompañamiento pianístico de un siempre seguro Marcos Suárez. La electrónica que hace de “puente” es la contraposición que daba paso a unos movimientos algo artificiosos (dudo que los jóvenes bailen así) por parte de los figurantes Querubino y Florestine (Oskar Fresneda y Silvia Bango) con vestimenta (a cargo de Mar Pérez Soler) muy dieciochesca precisamente en las partes electrónicas. A destacar el trabajo actoral de la narradora Arantxa Fernández como Fígara, quien se encargaría de abrir y cerrar la obra con un final preguntando al público de las primeras filas de butaca por el desenlace deseado -que mantendría el original por votación- aunque se nos presentasen momentos “muy actuales” que bien podrían acabar en los juzgados por “violencia de género”, buscando tal vez concienciarnos a todos de algo que sigue ocupando las noticias diarias en todos los medios. Una visión actual desde un lenguaje joven pero válido para todas las edades y hacernos pensar sobre las relaciones de pareja en esta historia de amor llena de infidelidades, envidia, celos y maltrato.

De los tres protagonistas -con buenos arreglos musicales de Adrián Arechavala– vestidos con colores contrapuestos muy bien elegidos para cada rol, destacar el enorme esfuerzo de las partes habladas, con desigual proyección y no muy clara dicción que sería similar a las cantadas. Tres voces jóvenes para los roles elegidos en esta versión de Santacana: un Almaviva trajeado de blanco, camisa gris y corbata azul, a cargo del barítono Francisco Sierra que demostró el mismo carácter tosco de su rol, con un volumen exagerado y por momentos “destemplado” que literalmente no mostraría empatía alguna con la condesa Rosina, de luto riguroso, cantada por la soprano de origen cubano Vilma Ramírez, de color ideal y amplia tesitura aunque volumen limitado, pero reconociéndole el esfuerzo y trabajo en sus dos arias sin más referencias que las armónicas del piano en esta compleja partitura de Milhaud, y una escena siempre creíble donde su acento caribeño se percibió. Se nota en esta “pareja noble” una formación que aún deberá seguir puliendo detalles en una música tan atonal que no siempre es agradecida de cantar.

El más experimentado barítono venezolano Ángel Simón como Bégears, con un jersey color caramelo a juego con los zapatos, continúa reafirmándose paulatinamente tanto en la escena como en el canto, más contenido y bien fraseado, completando las tres patas de esta función, necesarias para un equilibrio siempre necesario en toda representación.

FICHA:

Miércoles 22 de enero de 2025, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Gijón: Concierto 1691 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: «El secreto del otro», basado en la ópera «La mère coupable» de Darius Milhaud (1892-1974). Versión del director de escena Íñigo Santacana. Coproducción de la Fundación Ópera de Oviedo y el Palacio de Festivales de Santander.

FICHA TÉCNICA:

Música de Darius Milhaud con textos de Madeleine Milhaud. Traducción al castellano de Íñigo Santacana.

Dirección de escena, dramaturgia e idea: Íñigo Santacana.

Arreglos musicales: Adrián Arechavala

Ayudante de dirección y vestuario: Mar Pérez Soler

Adaptaciones musicales de Mozart, Rossini y DJ: Íñigo Plazaola

Iluminación y concepto escenográfico: Víctor Longás

Creación de vídeo: Pedro Chamizo

Piano: Marcos Suárez

REPARTO:

Conde Almaviva: Francisco Sierra (barítono) – Rosine, la condesa: Vilma Ramírez (soprano) – Bégears: Ángel Simón (barítono) – Fígara: Arantxa Fernández (actriz) – Querubino: Oskar FresnedaFlorestine: Silvia Bango (figurantes)

Oscuridad luminosa

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Viernes 17 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Rusia siglo XX»: abono 3 OSPA, Sir Stephan Hough (piano), Nuno Coelho (director). Obras de Grieg y Shostakovich.Regresaban los conciertos de abono de la OSPA con su titular Nuno Coelho que tenía el habitual encuentro previo con el público en la sala de cámara a las 19:15 horas, para comentar el éxito en La Coruña el día antes, dentro del intercambio con la OSG, realizar una breve semblanza de Sir Stephan Hough (Heswall, 1961) de quien espera estrenar su Concierto para piano «El mundo de ayer» (2023) aunque para este programa se haya decidido por el de Grieg , y comentándonos su amor (pasión diría yo) por Shostakovich del que nos habló de sus altibajos emocionales y personales en la Unión Soviética, de sus miedos y violencia en la escritura como forma de protesta a menudo velada o incluso con humor crítico, para diseccionarnos su décima sinfonía, estando igualmente a la espera de programar la 7ª o la 8ª (la 5ª ya la hemos disfrutado hace un año) pero sobre todas la 15ª, describiéndonos al compositor soviético como un verdadero «training» para toda orquesta y el esfuerzo casi maratoniano de sus obras por intensidad y esfuerzo que requiere de todos. En el concierto se corroboraría todo lo que el maestro portugués nos contó, con más presencia en la sala que en las dos citas anteriores, y lo mismo con un auditorio que parece recobrar aficionados.

El jueves Leif Ove Andsnes impregnó la sala principal de una atmósfera noruega con Grieg y Chopin que por la magia musical serían los compositores del pianista británico en este programa lleno de luminosa oscuridad con el Concierto para piano en la menor, op. 16 de Grieg donde pudimos comprobar la frase que no hace mucho decía su homólogo Sir András Schiff que «El piano no puede ser solo cuestión de dedos» y tras más de 40 años de carrera el polifacético y casi renacentista artista inglés demostró cómo interiorizar y hacer propia cada obra, más cuando hay el feliz entendimiento en la concertación como fue el caso, y más en una obra que lleva años interpretándola. Desde el redoble inicial de timbal y el primer acorde del Allegro molto moderato comprobamos la amplísima gama de matices en un piano siempre presente, su forma de «estirar el tempo» sin perder la pulsación y siempre encajando con la orquesta, plenamente integrada con su titular. Las cadencias de Sir Stephan Hough merecen utilizarse de ejemplo para tantos intérpretes que siguen afrontando este delicioso concierto del noruego estrenado en la capital danesa en 1869 y que combina folklore y lirismo romántico. El buen estado de la formación asturiana ayudó a disfrutar de la rítmica tan especial del haling y el springdans nórdicos jugando con la alternancia entre binario y ternario de ambas para encajar cada movimiento a la perfección con el solista. Coelho consiguió el balance ideal para poder disfrutar siempre del piano, tanto en las partes solistas como las concertantes siempre acertado con el fluir del inglés arropado por una cuerda comandada de nuevo por el asturiano Aitor Hevia. El Adagio pareció hacernos flotar a todos gracias al intimismo alcanzado entre solista y orquesta, tan «imperial» e incluso «chopiniano» desde un piano cristalino y una aterciopelada sinfónica, especialmente en maderas y cuerda grave, paladeando cada compás, cada arpegio, cada trino, preguntas y respuestas alternándose, de dinámicas contenidas antes del siempre luminoso y danzante Allegro moderato molto e marcato de aires marciales bien marcados por todos sin apresurarse, porque así está escrito, el empuje lleno de virtuosismo con esa aparente sencillez, la de la flauta casi pastoral que detiene por un momento el fluir de los nórdicos, sencillez y elegancia que transmite Sir Stephan Hough desde su madurez interpretativa.

Y en solitario pero con la misma elegancia o el famoso «a touch of class» de este caballero del piano, su Nocturno op. 9, nº 2 de Chopin fue una nueva lección de interpretación sentida, personal (sus rubati son seña de identidad), profunda, poética y limpia, como recogiendo la atmósfera del día anterior.

Para La Décima de Shostakovich, probablemente la más completa y exitosa de las quince, estrenada en 1953 tras la muerte de Stalin, nuestra OSPA sacaría todo el «músculo» y la energía que el maestro portugués transmite y contagia, exprimiendo de cada sección y sus principales lo mejor en una interpretación muy completa por parte de todos, sin excepción.

Con ese arranque oscuro de una cuerda tersa, oscura, tensionada, empastada y unida, el inmenso Moderato nos llena de dudas existenciales y de incomodidad interior desde una belleza sinfónica de sonido impecable. Como escribe Alejandro G. Villalibre en las notas al programa sobre el ruso: «desnuda su alma y como siempre muestra las debilidades y las reservas de fuerza y de grandeza que siempre le caracteriza», una compleja sencillez llena de claves por descifrar y su probable celebración encubierta de la muerte del dictador. Muchos términos para intentar describir la música del ruso: «tragedia, desesperación, terror y violencia, y dos minutos de triunfo», opresión donde las maderas van desgranando miedos y la nostalgia sentida por el clarinete contestada por el fagot que retoma la pesadilla, junto a los tutti que transmiten ese pavor a una noche luminosa que puede ser la última como nos contaba Coelho, con unos trombones corales impresionantes. El «furioso» Allegro se convierte en una auténtica efusión emocional sostenida, dúo de píccolos estridentemente contenidos pero suficientemente presentes junto al ominoso tambor militar, el uso de la marcha como ya hiciese Tchaikovsky con la sensación de terror, tiempo vivo y exigente en esta segunda parte de la «maratoniana décima«, todos a una empujados con autoridad por el mariscal Coelho antes del vals del Allegretto donde aparece la música con la representación del llamado «tema Shostakovich» (sus iniciales DSCH que son las notas en la notación alemana). Flautas y clarinetes compiten antes de la trompa solista por intervenciones seguras y matizadas para transmitir esa tragedia personal elevada a una música única. Y el Andante – Allegro final con ese extenso diálogo de los vientos solistas desde un clarinete inspiradísimo que nos adentra en la pesadilla inicial en un tiempo vertiginoso bien ejecutado. Matices extremos sin estridencias, trompeta y trombón en fructífera lid, el solo de fagot que parece disipar las sombras que han perseguido al resto de la sinfonía hasta llegar al clímax masivo con los metales y toda la orquesta en lo que se ha descrito como «una afirmación resuelta del triunfo del individuo sobre un régimen desalmado y deshumanizante». Esta vez el colectivo salió triunfante y la «maratoniana décima» llegó con una buena marca de la casa.

PROGRAMA:

EDVARD GRIEG (1843 – 1907)

Concierto para piano en la menor, op. 16

I. Allegro molto moderato

II. Adagio

III. Allegro moderato molto e marcato

DMITRI SHOSTAKOVICH (1906 – 1975)

Sinfonía nº 10 en mi menor, op. 93

I. Moderato
II. Allegro
III. Allegretto
IV. Andante – Allegro

Atmósferas nórdicas

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Jueves 16 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Leif Ove Andsnes (piano) . Obras de Grieg, Tveitt y Chopin. Fotos propias y de Pablo Piquero.

Tras el parón navideño llegaba a «La Viena Española» el segundo de los conciertos de piano (tras la cancelación por cuestiones médicas de Arcadi Volodos, que si nada lo impide tendrá lugar el domingo 9 de marzo a las 19:00 horas) en un ciclo por el que han pasado –y pasarán– las estrellas del firmamento de las 88 teclas, este frío jueves con el noruego Leif Ove Andsnes (7 de abril de 1970, Karmøy), elegancia y musicalidad nórdica que ofrecería un programa sugerente y muy bien hilvanado.

Parece un tópico que los intérpretes sientan la música de su tierra desde una óptica propia y hasta genética si se me permite, y en la primera parte el maestro Andsnes nos transportó a su Noruega natal, primero con la Sonata para piano en mi menor, op. 7 de Grieg, obra juvenil con aires románticos que nos evocan a Schumann (e incluso al Chopin de la segunda parte) en un Leipzig lleno de música de la que el compositor bebió adoptando la forma tradicional de la «sonata clásica» en cuatro movimientos. Maravillosa la técnica del pianista noruego y una interpretación siempre al servicio de la música de su compatriota: elegante, aparentemente sobrio pero de pulcritud sonora con una pedalización perfecta y amplia gama dinámica sin gestos «cara a la galería» que buscan más lo espectacular que la profundidad de una partitura llena de ritmo y lirismo.

Breve salida para reaparecer micrófono en mano y traductor, disculpándose de no hablar español aunque su inglés es perfecto, para explicarnos quién fue el pianista y compositor Geirr Tveitt (1908-1981), también en las excelentes notas al programa de otra figura del piano como nuestra avilesina Noelia Rodiles, el músico nacido como Grieg en Bergen, igualmente con música de inspiración folklórica en su país que recorrió para documentarse (especialmente en la zona occidental), formándose también en Leipzig pero aún más en París -donde sería alumno de Nadia Boulanger– que caló en su forma de componer. La «Sonata Etere» op. 129 no solo es una maravilla de la que Andsnes es fiel defensor, también por lo poco que se conserva de este compositor tras incendiarse su casa en 1970 (el fuego tan destructor como el de Los Ángeles que también ha destruido gran parte del archivo de Schoenberg) y la producción en más de un 70%, perdiéndose una amplísima producción de la que esta sonata escrita tras la Segunda Guerra Mundial es un mínimo ejemplo de un estilo que entronca con lo mejor del impresionismo inspirado en dos temas folklóricos que el pianista nos presentó para ir reconociéndolos en su interpretación posterior.

Impactante la dificultad de esta sonata, virtuosista pero llena de atmósferas por momentos etéreas y en las distintas variaciones del segundo movimiento recuerdos casi de polonesas que bien podrían convertirse en «norueguesas» pianísticas, suma de intensidad y densidad (como lo describe Noelia), con efectos de resonancias presionando las teclas sin hacerlas sonar, para así crear una vibración de las cuerdas por simpatía que le da esa sonoridad especial. El movimiento más largo de la sonata son 19 variaciones que exploran múltiples recursos del piano (y volverían cerrando este círculo de Noruega a Francia en la propina que comentaré más adelante).

El último movimiento recupera el primer tema con más rítmica y un piano percutivo, virtuosismo frenético, acentos marcadísimos y unas dinámicas extremas para concluir  en una coda evocadora del primer tema con el mismo juego de resonancias (respetadas al menos por un público que mantuvo la ostinación de una tos impertinente más de lo deseado a lo largo del concierto), dejando que el sonido se extinguiese con un Adnnes «postrado» sobre el teclado casi en actitud doliente y emocionada. Se hizo realidad el titular en la prensa que dejo al final de esta entrada: «Me di cuenta muy joven de que tenía la habilidad de hacer que la gente me escuchara».

La segunda parte estaría íntegramente dedicada a los 24 preludios op. 28 de Chopin, compuestos entre 1835 y 1839, para disfrutar de esta «biblia romántica del piano» con Leif Ove Andsnes erigido en verdadero apóstol del polaco (aunque todo lo que toca sea referente) que iría desgranando este catálogo de estados de ánimo reflejados en los aires indicados, en las diferentes duraciones de cada uno, en las tristes tonalidades menores siempre junto a las relativas mayores, y organizadas no cromáticamente, como los Preludios de Bach, sino por círculos de quintas empezando en do mayor (Agitado). Impecable y muy sentida interpretación del pianista noruego, de nuevo utilizando su impactante técnica al servicio de estos preludios llenos de contrastes, muchos de ellos conocidos individualmente y hasta con inspiraciones climatológicas en muchos de ellos (su desapacible estancia en Valldemosa del literario y cinematográfico  «Invierno en Mallorca» con George Sand también se nota en La Gota de Agua del número 15). Los preludios fueron casi encadenados con mínimas cesuras -entre el 15 y 16 por ejemplo) para afrontar  esos cambios tan bruscos de sentimiento, tempo y ánimos (Molto agitato del nº 8 o Presto con fuoco del 16), conjugando serenidad y tormento, contención y pasión desde una amplia gama de matices, ataques y un rubato siempre contenido para no recargar la propia emoción de cada página.

Intensidad musical y emocional con varias salidas más la propina que cerraba la inspiración parisina de los nórdicos también con un preludio, el nº 10 de Debussy conocido como La catedral sumergidaLa cathédrale engloutie»: Profondément calme de su primer libro) que pareció ahogarnos en Tveitt y las sonoridades de un pianismo colorista con el que Leif Ove Andsnes es capaz de apagar estos fuegos sin apenas tics ni gestualidades innecesarias pero con un magisterio inspirador y tanta musicalidad que muchos deberían tomar nota.

PROGRAMA:

Edvard Grieg (1843-1907):

Sonata para piano en mi menor, op. 7

Allegro moderato

Andante molto

Alla menuetto Finale. Molto Allegro

Geirr Tveitt (1908-1981):

Sonata para piano n.° 29, «Sonata Etere», op. 129

In cerca di – Moderato

Tono etere in variazioni – Tranquillo ma deciso

Tempo di pulsazione

Frédéric Chopin (1810-1849):

Preludios, op. 28:

Nº 1 en do mayor. Agitato

Nº 2 en la menor. Lento

Nº 3 en sol mayor. Vivace

Nº 4 en mi menor. Largo

Nº 5 en re mayor. Allegro molto

Nº 6 en si menor. Lento assai

Nº 7 en la mayor. Andantino

Nº 8 en fa sostenido menor. Molto agitato

Nº 9 en mi mayor. Largo

Nº 10 en do sostenido menor. Allegro molto

Nº 11 en si mayor. Vivace

Nº 12 en sol sostenido menor. Presto

Nº 13 en fa sostenido mayor. Lento

Nº 14 en mi bemol menor. Allegro

Nº 15 en re bemol mayor. Sostenuto

Nº 16 en si bemol menor. Presto con fuoco

Nº 17 en la bemol mayor. Allegretto

Nº 18 en fa menor. Allegro molto

Nº 19 en mi bemol mayor. Vivace

Nº 20 en do menor. Largo

Nº 21 en si bemol mayor. Cantabile

Nº 22 en sol menor. Molto agitato

Nº 23 en fa mayor. Moderato

Nº 24 en re menor. Allegro appassionato

Dejo a continuación la entrevista concedida a LNE del pasado domingo:

Y este viernes en el mismo auditorio más Grieg con otro gran pianista como Sir Stephen Hough, que con la OSPA dirigida por Nuno Coelho nos ofrecerá el concierto nº 1 del compositor noruego. Lo contaré desde aquí.

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