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Matinal de schubertíada granadina

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Sábado 13 de julio, 12:30 horas. 73º Festival de Granada, Crucero del Hospital Real: Música de cámara | #Schubert esencial. Cosmos Quartet, Katja Maderer (soprano). Obras de Schubert Sánchez-Verdú. Fotos propias y de ©Fermín Rodríguez.

Penúltima matinal con música de cámara dedicada a Schubert con el Cosmos Quartet y la soprano de Passau Katja Maderer en vez de la inicialmente prevista Katharina Konradi, con una primera parte muy interesante por los arreglos para cuarteto de cuerda de varios lieder de Schubert a cargo de  José María Sánchez-Verdú (1968) y Aribert Reimann (1936-2024) en una interpretación que contó con las traducciones de los poemas proyectadas en los sobretítulos.

El cuarteto catalán lleva diez años juntos y se nota por su complicidad, trabajo profundo de las obras, matices extremos y un sonido cohesionado donde todos saben sus dinámicas y encajan escrupulosamente lo escrito. Los arreglos de los lieder resultaron un plus para los originales, pues la tímbrica es idónea y por momentos, de no ser por los textos, casi podríamos hablar de música litúrgica, que en la voz de Katja Maderer en su lengua natal, engrandeció aún más unos poemas hermosos donde tanto Reimann como Sánchez-Verdú no solo respetan el original, lo miman y hacen crecer, siendo muy aplaudidos por un público variopinto.

Voz bien timbrada la de la soprano alemana, de emisión perfecta y una interpretación bien dramatizada por la expresión tanto musical como facial, bien arropada por «El Cosmos» en seis canciones de la que Luis Gago en su notas al programa tituladas «Canciones sin piano» las desgrana con estas palabras:

Para que la naturaleza te sirva de inspiración hay que embeberse de ella. Es imprescindible renunciar a las comodidades domésticas, echar a andar y detenerte a contemplar cuanto te rodea, una escena familiar en muchos de los cuadros de Caspar David Friedrich, tan recordado este año en el que se conmemora el 250º aniversario de su nacimiento. Los escritores románticos expresaron como pocos las virtudes y los sinsabores que lleva aparejados ese nomadismo constante, esa sensación de extrañamiento en todas partes que te impele a vagar sin rumbo con la sola compañía de arroyos, bosques, árboles, montañas, valles, nubes o, por supuesto, la luna, su más fiel compañera. Goethe presagió ese trasiego poético constante de aquellos Wanderer o errabundos que encontrarían en el caminante de Winterreise de Schubert a su máxima encarnación musical. Por eso no podía faltar en la trilogía de José María Sánchez-Verdú uno de los poemas mayores en lengua alemana: la segunda de las canciones nocturnas que escribió Goethe en cuanto Wanderer él mismo, ocho versos escritos el 6 de septiembre de 1780 en una modesta cabaña situada en la cima del Gickelhahn, la más alta de las colinas en torno a Ilmenau, que Goethe visitó por última vez pocos meses antes de su muerte, el 27 de agosto de 1831. La escribió en una de sus paredes de madera, como si quisiera que perviviera apegada a la naturaleza que la inspiró. El compositor andaluz completa su trilogía con el prodigio poético y musical de Gretchen am Spinnrade, en la que un Schubert adolescente se adentra en la mente perturbada de otra adolescente (la Margarita seducida por Fausto cuya mente gira vertiginosamente al compás de la rueca), y con An den Mond, un poema en el que Goethe defiende «apartarse del mundo» y «vagar en medio de la noche»: sólo así es posible ver con claridad y (re-)encontrarse uno mismo. La luna fue la mayor confidente de los errabundos románticos y es ella la que, desde su atalaya, nos muestra el camino. En sus arreglos para voz y cuarteto de cuerda, Sánchez-Verdú sigue la estela de Aribert Reimann, fallecido hace pocos meses, que practicó este mismo arte de manera pionera con Lieder no sólo de Schubert, sino también de Mendelssohn, Schumann, Liszt o Brahms.

 

En Mignon escuchamos tres canciones cantadas por el personaje homónimo de Wilhelm Meister, una novela formativa en cuyo libro segundo el protagonista encuentra a esta muchacha andrógina en una compañía de circo ambulante. Tan perfectos son sus versos que, al igual que los del Wandrers Nachtlied, atrajeron a todos los grandes liederistas del siglo XIX, Schumann y Wolf incluidos. Reimann, además de compositor, fue un excelente acompañante de cantantes (como Dietrich Fischer-Dieskau y Brigitte Fassbaender: ahí es nada), lo que convierte sus instrumentaciones en auténticos actos interpretativos (en el sentido también de hermenéuticos) del más alto nivel.

Me encantó el calado expresivo de los dos primeros poemas de Goethe pero sobremanera Margarita en la rueca donde el cuarteto de cuerda consigue ese efecto tan complicado en el piano original, demostrando el hondo conocimiento que el músico algecireño (de alma granadina) tiene de la formación, como he venido comprobando a lo largo de este Festival donde es compositor residente. Y del «modelo» a seguir que fue el recientemente fallecido Aribert Reimann, su Mignon nos dejó el feliz encuentro de la soprano alemana y el Cosmos Quartet con una fórmula que está llamada a triunfar en este mundo de la llamada música de cámara que sigue transportándonos a los salones de la Viena imperial.

La segunda parte, como también escribe Luis Gago, estuvo dedicada al Cuarteto «Rosamunde», disfrutando del espíritu schubertiano lleno de amarga alegría, de contradicciones y búsqueda de respuestas para este caminante al que la vida no le sonrió. Sobre su muerte o no por sífilis ya lo comenté a raíz de los encuentros con el doctor Rafael Ortega-Basagoiti, un poco más de luces y sombras para la biografía del malogrado Franz:

 

Para dar también voz en solitario al Cuarteto Cosmos, el concierto se cierra con una obra de Schubert coetánea de Die schöne Müllerin –otro ciclo de canciones protagonizado por un errabundo que acabará quitándose la vida– y del contagio de sífilis del compositor. El Cuarteto D 804 se abre como un Lied con dos compases de pura introducción figurativa que preparan la entrada de la melodía principal, confiada al primer violín, todo ello en un aura de privacidad y de reclusión que poco o nada tienen que ver con el modo en que solían iniciarse los cuartetos desde el Clasicismo. Esta introversión inicial se refuerza con la elección de una música propia –la escrita para el entreacto posterior al Acto III de Rosamunde– como motivo conductor del Andante en do mayor, otra melodía apacible en el característico ritmo dactílico del composito

De regalo sólo podía sonar Schubert con un excelente Scherzo (Prestissimo) del Cuarteto en mi bemol mayor, D 87 op. 125, presentado por Bernart Prat, para poner la alegría final y el buen humor bromístico (con esos rebuznos tan musicales) de esta matinal schubertíada granadina.

PROGRAMA:

 -I-

Franz Schubert (1797-1828) / José María Sánchez-Verdú (1968):

Wandrers Nachtlied, D 768 (Canción nocturna del caminante)

An den Mond, D 259 (A la luna)

Gretchen am Spinnrade, D 118 (Margarita en la rueca)

Textos de Johann Wolfgang von Goethe

(arreglos para soprano y cuarteto de cuerdas, 2024)*

* Estreno absoluto, encargo del Festival de Granada y la Schubertíada Vilabertrán

Franz Schubert / Aribert Reimann (1936-2024):

«Mignon» (transcr. 1995):

Nur wer die Sehnsucht kennt (Sólo quien conoce el anhelo)

Heiß mich nicht reden (No me hagas hablar)

So laßt mich scheinen (Dejadme hasta serlo parecer un ángel)

-II-

Franz Schubert:
Cuarteto nº 13 en la menor «Rosamunde», D 804 (1824)

Allegro ma non troppo / Andante / Menuetto. Allegretto – Trio / Allegro moderato

Cosmos Quartet:

Helena Satué, violín – Bernat Prat, violín – Lara Fernández, viola – Oriol Prat, violonchelo

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Katja Maderer, soprano

Noche 27ª de B y B

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Viernes 12 de julio,  22:00 horas. 73º Festival de Granada, Palacio de Carlos V, Conciertos de Palacio / #Bruckner200. Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL), Elisabeth Leonskaja (piano), Vasily Petrenko (director). Obras de Beethoven y Bruckner. Fotos ©Fermín Rodríguez).

Par mi generación nos quedan pocas leyendas vivas, y la pianista georgiana Elisabeth Leonskaja (1945) es una de ellas. Su eterna juventud y magisterio volvió a escucharse en esta mi vigesimoséptima noche de Festival con su Concierto para piano nº 4 de Beethoven del que ya disfruté en Oviedo hace dos años precisamente con la JONDE y Pablo González, manteniendo el mismo espíritu este cuarto granadino volvió a demostrar que no importan las notas que puedan caerse o perderse sino el transfondo de una interpretación siempre personal, rica, única, madura, que con la OSCyL y Vasily Petrenko (1976) en el podio aún mejoró mis sensaciones.

Lu pianista arrancó este cuarto de Beethoven marcando las líneas maestras de toda esta primera parte, bien arropada y contestada por una orquesta equilibrada, bien en todas sus secciones y con un Petrenko buen concertador, aunque con «la Leonskaja» todo parece fluir de forma natural. Cada ¡cadencia es como una «microsonata» donde recrear los motivos siempre distintos por una luminosidad y presencia muy cuidada, posada y reposada, fraseos que no queremos finalicen ante la hondura expresiva. El Allegro moderato resultó un dechado de romanticismo aplaudido al finalizar; el Andante con moto equilibrando vigor y lirismo con una orquesta delicada siempre en el plano ideal para poder disfrutar del protagonismo pianístico, y sin respiro atacar el Rondo. Vivace que sonó fresco, vibrante, vigoroso en esta juventud eterna con poso, aires casi perdidos que mantienen la esencia de lo que llamo «la vieja escuela».

Aún mas prodigiosa la propina de un Debussy del preludio «Feux d’artifice»más allá del artificio verdadero fuego en un piano brillante, poderoso, enérgico y plenipotenciario del compositor francés en unos dedos ágiles con unas dinámicas sorprendentes.

La OSCyL engrosaría su plantilla para la «Romántica» de Bruckner, otro esencial en esta 73ª edición y los castellanos leoneses desplegaron todas sus armas con un «comandante» Vasily Petrenko dominador de esta Cuarta que nos recuerda la mejor música de cine del pasado siglo, inspiración o plagio de muchos nombres que no pudieron obviar la grandeza orquestal del compositor austriaco. Al menos, y tras el aviso por megafonía, no se aplaudió hasta el final y espero se mantenga esta «tradición» para no romper la unidad de una sinfonía que merece ser escuchada con devoción.

Cada sección de la orquesta pudo lucirse tanto a nivel global como en sus solistas, que en esta sinfonía los metales son «orgánicos» y con presencia siempre en el punto exacto marcado por la mano izquierda de Petrenko, bien contestados por la madera (momentos solistas de flauta y clarinete de talla), timbales mandando siempre exigidos desde el podio, junto a una cuerda tersa y delicada, compacta desde unos graves precisos con chelos y violas «permutados» para conseguir un buen balance tímbrico y dinámico.

Si el «Preludio» del Festival lo viví en Oviedo con la Quinta, escuchamos la Séptima hace apenas un mes y cerraremos el domingo con la Novena, en esta antepenúltima noche la Cuarta con Petrenko y la OSCyL fue otro buen homenaje del bicentenario del nacimiento de Don Anton, un «imprescincible» para entender a sus contemporáneos y admiradores que siguen teniéndole como inspiración y referente. Esta vigesimoséptima noche con Beethoven y Bruckner, B y B en un concierto emitido en vivo por Radio Clásica (supongo mantengan el podcast para volver a disfrutarlo) como la grabación del canal Mezzo© que sigue fielmente el festival granadino la pongo en el lado positivo de la balanza.

Por último dejo las notas al programa de mi admirado musicógrafo Luis Suñén al que siempre es un placer leer, pues nunca dejamos de aprender.

 

«Gran repertorio, repertorio eterno»

«Si algo define la condición de clásica en una obra de arte es la relectura siempre distinta que explica su permanencia a través del tiempo. La personalidad de los protagonistas del programa de hoy hace pensar que ello volverá a cumplirse en esta noche granadina.

Casi dos años y medio –de principios de 1804 a mediados de 1806– le llevó a Beethoven componer su Concierto para piano nº 4 y dos años más verlo impreso, en agosto de 1808, en Viena. Se estrenaría en el Theater an der Wien en diciembre de ese mismo año, con el autor como solista y director, en una sesión que hoy calificaríamos de imposible, pues incluía, además, las sinfonías Quinta y Sexta, el aria Ah perfido!, el Gloria, el Sanctus y el Benedictus de la Misa en do mayor, una improvisación al piano y la Fantasía coral, op. 80. Si atendemos al testimonio de su discípulo Carl Czerny, Beethoven añadió a su Concierto muchas notas que no figuraban en la partitura editada, lo que hace pensar en lo mucho que esa música le motivaba, en cómo se crecía al considerar lo que esta pudiera tener de sorprendente.

Esa sorpresa se produce de un modo muy especial en el arranque de la pieza, en la entrada del piano en solitario –que no es una introducción al uso sino el enunciado del tema principal, con lo que ello tiene de ahorro retórico posterior–, con esos acordes marcados dolce pero también suavemente inquietantes a los que responde con delicadeza un acompañamiento que no acude a la confrontación sino al diálogo. El movimiento es un dechado de elegancia dramática. Quiere decirse que la historia no se desborda a pesar de las iniciales y vehementes respuestas de la orquesta a la propuesta de un piano que llega a la cadenza con la batalla ganada. El Andante con moto es tan breve como intenso, tan sencillo como hondo, con el recurso dramático, de nuevo, de una cadenza que pareciera azuzarlo un poco. Por su parte, el Vivace final, con su obligada cadenza otra vez, es la plena afirmación de una alegría sin disimulo.

Anton Bruckner escribe la primera versión de su Cuarta sinfonía en 1874. Entre 1877 y 1878 la revisa sustancialmente, componiendo un nuevo Scherzo y reescribiendo el Finale al que llama Volkfest – Fiesta popular. En 1880 compone, con muy buen criterio, un Finale diferente y queda así rematada la versión que, tras las ediciones de Robert Haas en 1936 y 1944 y Leopold Nowak en 1953, es la que se interpreta con mayor frecuencia y la que escucharemos esta noche: la Fassung 1878 mit dem Finale von 1880. El 20 de febrero de 1881 la composición es estrenada, con gran éxito, bajo la dirección de Hans Richter. A partir de ahí llegan los intentos de publicación que no se cumplen hasta 1889 en una edición llena de modificaciones realizadas por Ferdinand Löwe a las que el propio Bruckner accedería ante la ocasión de ver, al fin, su obra impresa.

Lo mejor que podemos hacer con el programa “literario” que Bruckner esbozó para su Cuarta Sinfonía –llamada por él mismo “Romántica” como homenaje al Wagner de Lohengrin— es escapar de él, no tener en cuenta que el primer movimiento representa a unos caballeros medievales, el segundo una escena de amor rústica, el tercero una cacería y el cuarto quizá esa fiesta de que hablábamos. Todo eso lo dijo Bruckner porque no tuvo más remedio, para que lo dejaran en paz, a él, que tan débilmente se oponía a la manipulación de su obra. Acerquémonos, mejor, a esta Cuarta como a la gran música pura que es. Su comienzo es para Robert Simpson el más grande desde Beethoven, con su célula germinal a cargo de la trompa y su desarrollo se diría que gigantesco. El Adagio remite en su inicio por los violonchelos al de la sinfonía y presenta un esquema ABA/ABA. En el Scherzo, sorprende la magistral alternancia en la amplia exposición del tema principal entre metales, maderas y cuerdas, mientras el trío posee una suave rusticidad que recuerda al San Antonio de Padua de Des Knaben Wunderhorn de Mahler. El Finale es, una vez más en Bruckner, una suerte de construcción simétrica respecto al primer movimiento, de una grandeza inefable a través de la definitiva entronización del motivo de apertura de la sinfonía».

PROGRAMA

-I-

Ludwig van Beethoven (1770-1827)

Concierto piano y orquesta nº 4 en sol mayor, op. 58 (1805-06):

Allegro moderato

Andante con moto

Rondo. Vivace

-II-

Anton Bruckner (1770-1827)

Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor, WAB 104 «Romántica» (1877-80. Ed. Leopold Nowak/Robert Haas)

Bewegt, nicht zu schnell

Andante, quasi Allegretto

Scherzo. Bewegt – Trio: nicht zu schnell

Finale. Bewegt, doch nicht zu schnell