Jueves 4 de julio, 22:00 horas. 73º Festival de Granada, Palacio de Carlos V / Grandes intérpretes: Sir András Schiff, piano. Obras de Bach, Haydn, Mozart, Schubert y Beethoven. Fotos propias y de ©Fermín Rodríguez.
Es mi costumbre escribir a la mayor brevedad tras finalizar los conciertos, pero lo vivido en mi decimonovena noche granadina necesitaba reposar, más cuando las emociones, los reencuentros o la tertulia en el ambigú se prolongó hasta casi el amanecer.
Con un palacio lleno volvía, esta vez en solitario, Sir András Schiff (Budapest, 1953) que sin programa escrito abría con Bach (su Aria de las «Variaciones Goldberg») una clase magistral de dos horas, tomando el micrófono tras cada «ejemplo» en inglés e italiano, explicando, relacionando y realmente hablando desde el piano. El Maestro Schiff dijo una vez «Bach es el padre, Mozart el hijo y Schubert el Espíritu Santo», por lo que parafraseándole y comparando con Casals, el húngaro «desayuna con Bach, merienda con Mozart y cena con Schubert», si bien de «dios Bach» se ha convertido en uno de sus evangelistas. La limpieza, ornamentos y profundidad interpretativa hacen que el piano engrandezca, más si cabe, la genialidad del kantor.
No abandonaría a Bach de quien prosiguió su magisterio con la el Capricho en si bemol mayor, BWV 992, subtitulado «sopra la lontananza de il fratro dilettissimo«, el recuerdo de su amado hermano que partió para Suecia, pero también la nostalgia, una pieza de inspiración emocional y también homenaje al Purcell «compañero de viaje musical». El pianista húngaro dibuja, perfila, respeta el sonido hasta los últimos armónicos, con ese pedal sutil que nunca ensucia sino que inunda los silencios como cesuras en cada frase de hondura máxima, el Lamento central y la alegre fuga casi escuchando la trompa de postillón.
El tercer «ejemplo» donde los 71 años de Schiff no se notan, su «vampirización» de la gente joven con la que trabaja y le hace beber un elixir musical donde no falta el humor británico para reivindicar la Europa unida y criticar el Brexit. La Suite Francesa nº 5 en sol mayor, BWV 816 fue un manifiesto de los países de donde provienen sus danzas y la universalidad de «dios Bach». Interpretada con unos ornamentos exquisitos, fraseos claros, una mano izquierda bien equilibrada y comprobar que la madurez alcanza no ya cómo se enfrenta a la partitura sino su visión personal respetando todo lo escrito, duraciones exactas, sonido pulido que en un clavecín no tendría el poderío dinámico que Sir András impone.
Tras el anterior viaje europeo, continuidad, evolución y frescura en el Concierto italiano, BWV 971, Bach en estado puro, vivaz, adornado sin recargar, meticuloso en la articulación, pleno de matices contrastados, una pulsación de clave con la riqueza pianística. Los dedos ágiles, punteando, ligando, trinando y haciendo casi orquestal este concerto que por momentos me llevó al Padre Soler o Scarlatti en El Escorial, hoy Palacio de Carlos V e igualmente imperial.
Si Bach fue el desayuno, quedaba la comida con Mozart y su Fantasía en do menor, K 475 que el profesor explicaría desde comparando los inicios de las Goldberg y esta fantasía mozartiana donde tampoco faltaría Don Giovanni, el ejemplo sobre el piano y sin más dilación degustar ya este plato, masticado sin prisa pero con todos los condimentos del engañosamente fácil Mozart, fantasía como forma e interpretación, prebeethoveniana por rica, dinámicas amplias, rubati, melodías de un lirismo cautivador y con el ímpetu juvenil unido al reposo maduro.
El clasicismo vienés que está inundando esta edición del festival granadino, tendría como puente «entre platos» a Papá Haydn, del que el profesor presentaría las Variaciones en fa menor para prepararnos a una cena suculenta, un piano «de academia» necesario para comprender a Mozart y a Beethoven, la riqueza musical desde una técnica apabullante y respetuosa, agilidad sin artificio y hondura expresiva.
Y sin apenas hacer la digestión, presentación previa con la relación vienesa, llegaría una impactante, pletórica, profunda, esplendorosa y emocionante Sonata «Waldstein» (la nº 21) de Beethoven, la última lección sin arrebatos, clara, contrastada, ágil pero reposada, puliendo un sonido único y una interpretación para haberla grabado y reproducirla con un análisis pormenorizado porque no se puede hacer mejor.
Llegaba la medianoche y el público como alumnado entusiasmado, en pie obligaba a salir a Sir András quien nos regalaría la equivocadamente llamada «Fácil» (Sonata nº 16 en do mayor, K 545) de Mozart, por la que todos los estudiante de piano hemos pasado y nunca ahondamos lo suficiente en todo lo que esconde, un juguete de adulto que en las manos de Schiff el Allegro nos supo a poco en otro de sus compositores preferidos.
De nuevo el público en pie, el húngaro feliz, cómodo y fresco pese a la clase magistral que ya llevaba en sus dedos, para el postre de Brahms y su Intermezzo op. 117, nº 1, el «reposo del guerrero» que tenía fuerzas para brindar con el mejor vino de su tierra, el Schubert de su Melodía Húngara en si menor, D817, el tiempo detenido y otra noche mágica en La Alhambra, un hito difícil de igualar con lo que llevo de Festival y lo que aún queda, pero Sir András Schiff impartió una clase de doctorado en palacio.
Finalmente comentar que todos los enlaces o links están buscados con interpretaciones del propio húngaro en YouTube© con la siempre necesaria salvedad que no hay nada como el irrepetible directo, y el de este 4 de julio lo fue. Al menos dejaré las notas al programa de mi querido Arturo Reverter, compañero de fatigas que se incorporó a tiempo para vivir este concierto único.
La elegancia sobre el teclado
«Siempre es bien acogida entre nosotros la afable figura del pianista y director húngaro András Schiff (Budapest, 1953), artista completo, ilustrado, sensible, curioso y en permanente actitud de investigar, ampliar repertorio y buscar nuevas formas expresivas. Maneja desde su juventud una técnica adquirida en la Academia Franz Liszt con Pál Kadosa, György Kurtág y Ferenc Rados y ampliada más tarde en Inglaterra con George Malcolm, y que se basa en un bien estudiado apoyo a la tecla y en una elástica actitud, de ágil gacela, ante el instrumento. Su sonido es claro y redondo, esbelto y terso y su fraseo, minucioso, elegante y bien ligado.
Sus dedos certeros corren por el piano con suavidad y gracilidad al tiempo que van administrando sutiles dinámicas, colores y claroscuros, lo que convierte a sus interpretaciones en algo ameno y digerible. Sus características se amoldan a cualquier repertorio, pero destacan sobremanera sus acercamientos a Bach –de quien ha tocado y grabado la mayoría de la obra–, a Mozart –es justamente famosa la integral de los
Conciertos en compañía de Sandor Vegh y la Camerata de Salzburgo–, a Beethoven y a Schubert. En el recuerdo guardamos todavía aquel recital de los años noventa en el que luego de casi dos horas de música y ante los aplausos, el pianista se sentó de nuevo y nos regaló, entera, la Sonata nº 30 de Beethoven.
La carrera de Schiff no ha parado de crecer y de contener todo tipo de eventos, cursos, enseñanzas y proyectos del más diverso tipo. Se hicieron famosos los llamados Conciertos de Pentecostés en la localidad suiza de Ittingen en los que trabajó con el oboísta, director y compositor Heinz Holliger. Cuentan las crónicas también que nuestro protagonista se ha situado en el foso para dirigir, cómo no, ópera de Mozart. Se recuerda, por ejemplo, un sonado Così fan tutte en Vicenza y en el Festival de Edimburgo (2001); o Le nozze di Figaro en aquella localidad italiana. Como ya han hecho historia sus repetidas y maratonianas sesiones con las 32 sonatas de Beethoven en ristre.
En esta nueva visita a nuestro país para actuar en el Festival de Granada, el pianista, como tiene por costumbre en los últimos años, aún no ha anunciado su programa. Gusta de las sorpresas y de informar él mismo al respetable de las obras que va a tocar –en eso nos recuerda a Friedrich Gulda–, y lo hará con explicación didáctica previa. Admiramos su sentido y su facilidad para expresarse también con la palabra y
admiramos sus suaves maneras. Como ejemplo, estas líneas en torno a la música de Mozart, que es muy posible que aparezca en su concierto. Ojalá:
«Nadie, antes o después de Mozart, ha alcanzado una perfección similar de equilibrio, de armonía y de forma. “Concertare” –trabajar juntos de acuerdo– es algo absolutamente cierto en el salzburgués. El solista no es todavía el héroe del siglo XIX, sino el primero entre sus pares; integrado en el contexto musical, participa en el juego maravilloso e incesante de las preguntas-respuestas. Dio una solución
al problema casi irresoluble de los géneros: ópera, sinfonía, música de cámara, serenata, divertimento… Todos están presentes en una música de la que no se sabría describir su real perfección con adjetivos tales como dramático o lírico, brillante o intimista».
Hablábamos más arriba de Bach. De él decía el artista: «Bach es el padre, Mozart el hijo y Schubert el Espíritu Santo». Y esta otra sentencia no deja de tener su gracia: «Puedo vivir sin Rajmáninov, pero no sin Bach». En sus lecturas del ‘Cantor’ siempre resplandece el toque soberano y líquido y su sentido arquitectural, en un universo totalmente opuesto al de un Glenn Gould, siempre más sintético y original. Schiff se sitúa en la línea de un Fischer –«un héroe por haber hecho la primera grabación de una obra de Bach en nuestro instrumento»–, que no renunciaba a un «apasionamiento febril a medio camino entre los estímulos del corazón y de la cabeza».
Arturo Reverter












