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Siempre nos quedará Viena

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Viernes 31 de mayo de 2024, 20:00 horas: Teatro Jovellanos, Concierto nº 1684 de la Sociedad Filarmónica de Gijón. Orquestra Vigo 430, Jonian Ilias Kadesha (violín y dirección). Obras de Mendelssohn, Mozart, Vivaldi y Haydn.

Aprovechando que para este programa la sociedad gijonesa me encargó las notas al programa, esta vez mi reseña del concierto la coloco entre las mismas (en color azul), actualizando lo previsto y lo vivido en este último concierto de la temporada actual, siendo además un honor dejarlas reflejadas en unos programas de mano  (que en otros lugares se está perdiendo como refleja mi tocayo sevillano en la Revista Scherzo de este mes) pues son para guardarlos porque mantienen la esencia de informar y formar, incluyendo enlace a la lista de reproducción de las obras en Spotify© que ayudan bien antes y/o después a degustar cada programa. Además de mi gratitud por la confianza de su Junta Directiva en este que suscribe, debo dar la enhorabuena a la centenaria sociedad filarmónica, de la que me enorgullezco ser socio, por seguir apoyando la música de cámara y traer a la capital de la Costa Verde intérpretes y formaciones tanto consagradas como las que siguen arribando al panorama regional, nacional e internacional, fidelizando a los melómanos e incorporando nuevas generaciones de aficionados.

En este último programa de la temporada 23-24 con la que también cerramos mayo, podremos disfrutar de cuatro compositores que son básicos tanto en la formación de músicos y orquestas camerísticas, como para todo aficionado, siempre necesitados de volver a “los clásicos” que no deben faltar nunca.

La Orquestra Vigo 430 fundada en 2005 bajo el nombre de Ensemble Vigo 430 y consolidado en 2014 con el apoyo del Ayuntamiento de Vigo, como tantas formaciones que se adaptan al repertorio elegido, presentó para este concierto «clásico» gijonés una plantilla reducida, joven y equilibrada (4-4-2-2-1) de mayoría femenina y con una sonoridad homogénea, ligeramente desafinados los primeros violines y optando por unos tempi ajustados de buen balance bajo la dirección clara de Jonian Ilias Kadesha con una gestualidad que ayudó a imprimir el carácter de esta primera sinfonía de la tarde:

Felix MENDELSSOHN (Hamburgo, 1809 – Leipzig, 1847) fue un niño precoz para la música, viajero incansable, influyente en la vida musical de su época, dirigiendo a sus contemporáneos y predecesores, recuperando la obra de Bach del que apreció su “artesanía”, y dejando escritas más de 750 obras, 72 con número de opus más otras 24 llamadas “menores” junto a otras 49 publicadas de manera póstuma, un legado de 60 volúmenes compilado por su hermano Paul Hermann y donado a la Biblioteca Estatal de Berlín en 1878. Como compositor tuvo fama de meloso o sensiblero, especialmente por su obra pianística, pero tanto en lo sinfónico como en la música de cámara o la sacra está clara su vena puramente romántica, junto a un sentido de la medida clásico. Además de sus conocidas cinco sinfonías para orquesta (especialmente la tercera “Escocesa” y cuarta “Italiana”), tiene doce de su época “juvenil” compuestas entre 1821 y 1823 cuando tenía entre 12 y 14 años, que dan prueba de su enorme talento, dejando incompleta la decimotercera para afrontar su primera gran sinfonía para orquesta. La Sinfonía para cuerda II en re mayor, que figura así con números romanos en las partituras autógrafas, no fue publicada hasta 1959 por la editorial Deutscher Verlag für Musik. Probablemente interpretada en Berlín en casa de sus padres con una orquesta para socios y amigos, consta de tres movimientos (Allegro – Andante – Allegro vivace) donde podemos alegría desbordante en el primero, la influencia de Händel en el central o un brillante y fino ejercicio de contrapunto en el último con frases imitativas de aire beethoveniano.

El inmenso catálogo realizado por Ludwig Köchel de la obra de Wolfgang Amadeus MOZART (Salzburgo, 1756 – Viena, 1791) podría haber sido mayor que el de Bach (padre de todas las músicas y felizmente recuperado por Mendelssohn) si hubiese vivido más años, y no le faltó forma musical ni instrumentos solistas para los que escribir. Como niño prodigio también dominaba el violín, llegando a ser konzertmeister del Príncipe-Arzobispo Colloredo en cuya orquesta había muchos músicos italianos. Mozart escribió cinco conciertos completos entre abril y diciembre de 1775, siendo este último fechado un 20 de diciembre y conocido como “Turco” por su toque oriental (que utilizaría en más obras), uno de los más difundidos por la sorprendente madurez de su escritura, la riqueza tímbrica y una escritura elegante impensable con sólo 19 años, y encuadrado en su mal llamado periodo de “aprendizaje” donde explorar y explotar al máximo las posibilidades del violín solista que ya empleasen los Corelli, Locatelli o el propio Vivaldi (que sonará a continuación) escuchados en tres viajes a Italia con su padre entre 1769 y 1773, pero con un salto estilístico: no faltará la influencia francesa del llamado “Estilo Galante” junto a la riqueza melódica alemana, todo al alcance de un genio como el de Salzburgo. La famosa violinista Anne-Sophie Mutter lo califica de «Atrevido y con muchas capas. A su atípica entrada solista al principio le sucede una serie de ideas encantadoras, que se tornan más caudalosas en el segundo movimiento. Esto da paso a un Finale que inserta un demoniaco Alla turca que en realidad es un motivo húngaro», t-res movimientos siguiendo el esquema de los conciertos para solista, Allegro aperto – Adagio – Rondo (Tempo di minuetto) que cuenta además de la cuerda frotada con dos oboes, dos trompas y bajo, auténtica evolución en la estética mozartiana cargada de dramatismo y cambios de ánimo, que parece surgir tras su estancia en Munich en sus muchos viajes asombrando a media Europa.

Incorporando los vientos requeridos de las trompas y oboes a la plantilla, «El turco de Mozart» nos trajo al violinista Jonian Ilias Kadesha en su debut español como solista de este conocidísimo concierto, de nuevo con las indicaciones del aire casi al pie de la letra y unas cadenzas muy interesantes por su parte, con la orquesta llevándola tanto desde el arco como con sus indicaciones gestuales, dirigir e interpretar todo con lo que supone de máximo control de balances y ajustes en las entradas, con la complicidad del concertino, en difícil afinación de las trompas que defendieron con buena tímbrica al lado de la pareja de oboes para redondear la sonoridad mozartiana y destacando el Rondeau por las marcadas alternancias entre solista y orquesta subrayando los cambios.

Teniendo a un violinista al mando de la orquesta no podía faltar “Il Prete Rosso”, Antonio VIVALDI (Venecia, 1678 – Viena, 1741), otro compositor prolífico que pese a su fama moriría en la indigencia en la capital austriaca. De su contribución a la literatura musical para la cuerda frotada, especialmente para el violín y más allá de “Las Cuatro Estaciones”, su concierto subtitulado «Grosso Mogul», el mismo título que el RV 43 para flauta en mi menor, no figura en los manuscritos autógrafos sino en la copia conservada en la ciudad alemana de Schwerin (también transitada por el Haydn final de hoy), y parece hacer referencia al mítico diamante de ¡no menos de 280 quilates! perteneciente a una dinastía musulmana de la India, sueño de la riqueza oriental escrito con la brillantez de Don Antonio, otro de los imprescindibles y no tan popular como los de sus otras colecciones. El RV208 es una variante de la opus 7 nº 11 transcrita para órgano por Bach (BWV 594) con la novedad del movimiento central para el solista (Allegro – Grave Recitativo – Allegro) de un “recitativo sin palabras” sin perder el carácter virtuosístico del veneciano. Compuesto en los albores de la década de 1710 es un ejemplo del “hombre de teatro” con efectos especiales de todo tipo: ritornellos brillantes, ascendentes bariolages (técnica del arco que consiste en una rápida alternancia entre una nota estática y una que cambia, creando una melodía por encima o por debajo de dicha nota), solos sonoros y rudos junto a una velocidad exuberante en los pasajes más caprichosos, o la generación de melodías sobre armonías exóticas, todo sobre los patrones de un estilo resueltamente teatral donde tampoco falta el elemento visual incluyendo grandes movimientos de arco, articulaciones irregulares y abruptos cambios de posición, algo esencial para causar efecto y admiración incluso en nuestros días.

Para El Gran Mogul de Vivaldi el solista Jonian Ilias Kadesha volvía con algunas curiosidades como la incorporación de una guitarra barroca para el continuo en vez del clave, lo que engrandeció unir la parte rítmica con los punteos acompañando algún solo del violinista. El virtuosismo del greco-albanés en este concierto quedó acreditado por su amplia gama de matices, algún «abuso» de los glissandi o la inclusión en sus cadencias de guiños al folklore europeo junto al «Oh! Susana» o el inicio del último capricho de Paganini, una práctica habitual que actualiza las intervenciones de los solistas y genera complicidad con los aficionados que reconocen esas melodías.

Para terminar este concierto nada mejor que hacerlo en la capital musical por excelencia con una soberbia sinfonía del considerado padre de esta forma, Franz Joseph HAYDN (Rohrau, 1732- Viena, 1809), la número 49, catalogada por el musicólogo Anthony van Hoboken (1887-1983) como Hob. I.49, fechada en 1768 y subtitulada alrededor de 1790 como «La Passione». Del título se dice le fue puesto en referencia al carácter profundo y casi meditativo, reforzado por el hecho poco común de que sus cuatro movimientos (Adagio, Allegro di molto, Minuetto-Trio, Finale. Presto) están en la oscura tonalidad de fa menor -heredera de la barroca Sonata da chiesa-, y aunque nada pruebe que fuera escrita para la Semana Santa, pese a otras líneas de pensamiento que indican esa posibilidad, nunca demostrada, de asociar esta sinfonía de Haydn a las actividades musicales de Pascua en la Corte de Esterházy (en la que fue director musical durante largos y productivos años) está claro que nos encontramos ante una de las sinfonías más sombrías del austriaco. El musicólogo Charles Rosen se refiere a ellas con las siguientes palabras: «Haydn compuso una serie de sinfonías impresionantes, dramáticas, muy personales y manieristas. En orden cronológico las más importantes son: la Sinfonía nº 39 en sol menor; la Sinfonía nº 49, La Pasión; la Sinfonía nº 44, Fúnebre; la Sinfonía nº 52 en do menor; y la Sinfonía nº 45, Los adioses. (…) En cierto sentido, parecen presagiar no el ingenio de carácter social y lírico de su obra posterior (y de la de Mozart), sino un estilo ásperamente dramático, intensamente emotivo, sin ningún vestigio de sentimentalismo». Parece claro que “La Pasión” fue compuesta en un momento de transición en el pensamiento musical del austriaco siendo final de una fase creativa e inicio de otra. En esta partitura invierte el orden “habitual” de los dos primeros movimientos, y será la última donde adopte esta forma, conservando la significación de la tonalidad citada de fa menor desde el comienzo al final, exceptuando el trío del minueto en modo mayor, simbolismos como lo fueron también las tonalidades de sol menor para Mozart o do menor para Beethoven, el “triunvirato” de la llamada ‘Sinfonía Clásica’. Escrita para dos oboes, dos trompas y cuerda con un fagot integrado en los bajos (plantilla similar a la utilizada en el concierto de Mozart), destaca el Adagio de comienzo misterioso y lejano animado por los bruscos sobresaltos que producen las indicaciones dinámicas tan del gusto de “Papá Haydn” en el espíritu del ‘Sturm und Drang’, destacando el ya citado tercer movimiento desesperado y oscuro donde la luz sólo la pondrán los oboes y trompas antes del Presto donde la tensión se mantiene con un breve motivo rítmico melódico.

Con la misma plantilla mozartiana y más homogénea en tímbrica o balances, la Orquestra Vigo 430 afrontaría esta partitura del «Padre de la sinfonía clásica» con la misma pasión de su sobrenombre y los necesarios riesgos para su interpretación, desde la madurez y hondura del Adagio inicial, el equilibrio en el Menuett hasta mostrar todo el ímpetu juvenil de los movimientos pares con un Jonian Ilias Kadesha que transmite seguridad y conocimiento a esta formación joven dejándonos el buen sabor clásico de un programa donde Gijón fue Viena para cerrar mes y temporada.

Buena clausura de temporada con protagonismo para la Viena capital musical por esta filosófica y afinada (a 430 Hz) “clásica» orquesta viguesa comandada por un ateniense de sangre albanesa y residente en Berlín, tocando un violín »ex-Moser» Guarneri de Gesu de 1743 que recalan en nuestra centenaria sociedad gijonesa, cosmopolitismo melómano sin fronteras para seguir viajando desde la butaca del Teatro Jovellanos.

Paolo Pinamonti, nuevo director del Festival Internacional de Música y Danza de Granada

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Nota de prensa:

Tras la reunión de la Comisión técnica de valoración de candidaturas a la Dirección del Festival de Granada, celebrada ayer lunes 27 de mayo, en la que se analizaron exhaustivamente los expedientes de las 20 candidaturas  presentadas, de altísimo nivel, el Consejo Rector del Festival de Granada, reunido hoy 28 de mayo de 2024 en el Ayuntamiento de Granada, ha acordado por unanimidad designar al musicólogo, gestor cultural y director artístico italiano Paolo Pinamonti como nuevo Director del Festival, a partir del próximo 1 de agosto de 2024.

En la reunión han participado, telemática o presencialmente, miembros de todas las administraciones que conforman el Consejo Rector: Ayuntamiento de Granada, Junta de Andalucía, Ministerio de Cultura- INAEM, Diputación Provincial, Universidad de Granada y Patronato de la Alhambra y Generalife.

El Consejo Rector quiere expresar su enorme satisfacción por el interés despertado en la candidatura a la Dirección de Festival, y por haber alcanzado una decisión unánime en la designación del Sr. Pinamonti como Director, antes del comienzo de la 73 edición del Festival de Granada.

Paolo Pinamonti (Venecia, 1958) es licenciado en Filosofía en la Universidad de Venecia. Al mismo tiempo completó la carrera de Piano en el Conservatorio de Padua (1981) y tiene estudios de Composición en el Conservatorio de Venecia (1982). Actual director del Archivo Manuel de Falla de Granada es un gran especialista en la obra del compositor Manuel de Falla. Profesor de la Universidad de Venecia, ha sido director del Teatro La Fenice de Venecia, del Teatro de la Zarzuela de Madrid, del Teatro San Carlos de Lisboa y del Teatro San Carlo de Nápoles. De igual forma, ha sido director del Festival Mozart de A Coruña y del Festival de Macerata (Italia), y tiene una larga vinculación con la vida cultural española y granadina.

Mahler para 25 años de Auditorio

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Este lunes 27 de mayo a las 11:30 horas tenía lugar en la Sala de Cámara del Auditorio de Oviedo la presentación a los medios de comunicación de los dos conciertos extraordinarios con motivo del 25 Aniversario del «Auditorio Príncipe Felipe», que se celebrarán los próximos días 8 y 28 de junio.

La OSPA y Oviedo Filarmonía se unirán de nuevo en dos conciertos con Mahler de protagonista. Tomaba la palabra en primer lugar David Álvarez Menéndez, Concejal de Cultura y presidente de la Fundación Municipal de Cultura (FMC) para recordar la efemérides y repasar por alto quién fue Don Gustavo y las sinfonías corales del bohemio de las que en Oviedo sólo nos queda la número 8 «De los Mil», que llevo años pidiendo a SSMM cada víspera de Reyes, como le recordé, esperando cumplir el sueño en esta legislatura. Las tres requieren gran cantidad de efectivos pero en «La Viena española» todo es posible.

Antón García Fernández, director general de Acción Cultural y Normalización Llingüística también hacía referencia al primer cuarto de siglo del auditorio diseñado por Rafael Beca que los que ya peinamos canas todavía recordamos los depósitos de agua que aún conservan parte en esta sala (dándole además una acústica ideal), veinticinco años con una programación de altura que ha puesto a la capital del Principado en el mapa de los grandes conciertos.

Ana Mateo Martín, gerente Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), que estaba «en su casa» como sede de la formación desde la inauguración, bromeando con la infraestructura que suponen estas dos sinfonías para celebrar las Bodas de Plata del Auditorio, aceptando el reto del concejal y recordando anteriores colaboraciones con la formación ovetense.

María Riera, directora general de la FMC también recordó la unión de ambas orquestas no solo en estos conciertos, como La consagración de la primavera de Stravinsky, la Sinfonía alpina de R. Strauss o la Sinfonía nº 7 «Leningrado» de Shostakovich entre otras, sino también en la Ópera de Oviedo, contabilizando nueve colaboraciones como Sigfrido y el último El ocaso de los dioses de Wagner con sus cuatro representaciones, y recordó que las entradas se pondrán a la venta a partir de mañana martes 28, con precios asequibles de 15€ en butaca y 10€ en anfiteatro, con la posibilidad de abonarse a los dos conciertos por 27€ y 18€ respectivamente, con un 10% de descuento.

El sábado 8 de junio a las 20:00 horas, OSPA y OFIL volverán a interpretar la Sinfonía nº 2, «Resurrección» junto a la soprano Slávka Zámecnniková, la mezzo Fleur Barron que vuelve a Oviedo, el Coro de la Fundación Princesa de Asturias que dirige José Esteban García Miranda (aún recuerdo esta misma sinfonía en 2008 en los inicios del blog, o la de hace 7 años con Pablo González, un mahleriano reconocido) y todos ellos, en torno a unos doscientos intérpretes, bajo la batuta del titular de la OSPA, Nuno Coelho, como anfitrión de este primer Mahler de junio.

Y el viernes 28 de junio a la misma hora, sin moverse del Auditorio y «devolviendo» visita será el titular de la OFIL el onubense Lucas Macías quien llevará la dirección de la Sinfonía nº 3 en re menor con la OSPA, la mezzo Dame Sarah Connolly más los coros Aurum y Peques del León de Oro (LDO) que dirige Elena Rosso, la mejor cantera vocal asturiana.

Por causa del Covid nos quedamos sin otro Mahler conjunto para la Sinfonía nº 9 en re mayor programada para el  día 26 de junio de 2020 con Lucas Macías, pero dado que ya llegó el «tiempo de Mahler», no faltarán más sinfonías de mi querido Don Gustavo, esperando por esa Octava «De Los Mil» que aún no ha sonado en Oviedo, esperándola como un niño de 12 años.

Merecida oportunidad para jóvenes pianistas

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Sábado 25 de mayo, 20:00 horas. Auditorio «Teodoro Cuesta» de Mieres: 1ª Gala Pianística de Mieres. Intérpretes: Juan Vicente Stroup, Iván Gómez García, Laura Puente Novales, Aníbal Mortera Pariente (cello), Hugo Álvarez Lanero, Héctor del Río Fernández y Henry Sebasthian Crespo. Obras de varios compositores. Fotos ©pablosiana.

Una buena entrada en el auditorio mierense para la primera gala de piano organizada por Henry Sebasthian Crespo con diversos apoyos y patrocinios como ya comenté el pasado día 19 en este blog,  donde rodeado de sus compañeros de estudios, todos aún formándose en el CONSMUPA y rondando los veinte años, que tenían esta gran oportunidad de interpretar en público un variado y exigente programa, que además de un permanente examen supone dar visibilidad al esfuerzo y trabajo que no siempre se ve ni aprecia: muchas horas de práctica, estudio, sueño, clases en el conservatorio alternadas con estudios obligatorios de Secundaria y Bachillerato, los incontables sacrificios de sus familias que son el principal apoyo, y muchos sinsabores que, por propia decisión y amor hacia la música, se ven compensados con las actuaciones para el público, esperando proseguir una carrera que está comenzando. Así es la vida de un músico que cuando afronta una trayectoria profesional ya no sabrá qué son vacaciones, fines de semana, ausencia de descanso por el obligado y necesario trabajo con infinitas horas para preparar nuevos repertorios y hacerse un hueco en el difícil mundo de la música, que en España parece serlo aún más, y todos ellos lo saben pero les mueve su juventud y ganas de triunfar.

La artista plástica Paz Mayora Villamil con segundo apellido de pintor que puede tenga algún parentesco lejano, haría las labores de presentación, comenzando con la frase de Franz Listz «La música es un lenguaje poético, para expresar todo lo que, dentro de nosotros mismos, traspasa los horizontes normales, lo que escapa al análisis lógico, lo que se encuentra en las profundidades inaccesibles», antes de ir dando paso a cada uno de los artistas y obras que interpretarían, ayudando a quienes no tenían o podían leer en la penumbra el excelente programa de mano (gracias al Ateneo Musical de Mieres y la Imprenta Álvarez) del que dejo copia aquí.

Tomaría a continuación la palabra el mierense de adopción y organizador de esta gala Henry Sebasthian Crespo, palabras de adulto y contagiando pasión por el piano, agradecimientos por los apoyos y que cerraría una velada de dos horas de excelente música, tras alguna variación mínima en el orden previsto, y una «maratón» en cuyo cartel figuraba el lema «Ideado por los alumnos, para los alumnos y para el público, aportemos en difundir el amor por el arte y la música clásica».

No suelo tomar notas en los conciertos, pero desde mi experiencia docente me dispuse a ir anotando cada actuación para hacérselas llegar como «profesor jubilado» y esta tarde ejerciendo de «tribunal» con todo el respeto y cariño hacia esta generación que pide paso. Desde ellas paso a comentar lo vivido.

El primero en abrir la velada sería Juan Vicente Stroup (Oviedo, 1999) que elegiría a Mompou y sus Variations sur un thème de Chopin,  el lenguaje del catalán adoptando esa forma tan romántica de desarrollar y homenajear páginas de los grandes, en este caso de uno de las figuras del piano como el polaco, siempre reconocible desde su Preludio en la mayor, op. 28 nº 7 en el tema y doce variaciones posteriores que respiraron aires actuales, casi de jazz o banda sonora, difíciles pero que el carbayón afrontó con buena técnica y un sonido muy trabajado navegando por ese engañoso mar en calma lleno de tormentas, cambios de ánimo y adoración de intérprete y compositor por Chopin, que aparece de nuevo en la décima variación (Fantasía-Impromptu op. 66) y además cerraría esta gala, toda ella un homenaje a unas figuras del piano que fueron igualmente virtuosos concertistas y mejores compositores para su instrumento.

El único pertrechado de partitura y algo descentrado en plena época de exámenes finales, sería Iván Gómez García (Avilés, 2004), quien optó por el poliédrico y atormentado Beethoven de su Sonata piano nº 8 en do menor, op. 13 “Patética” aunque obviando el primer movimiento, supongo que para acortar la duración global. Irregular, con muchas dudas y aún en proceso de asimilar la hondura del sordo genial, el de La Villa del Adelantado  tendrá que trabajar aún más la técnica y templar ánimos, pues dentro del conjunto de pianistas, tampoco la obra era de las más complejas para un alumno de su nivel. Supongo que sus maestros le ayudarán en esta tarea para poder incorporar con solvencia al menos las «más famosas» de las sonatas para piano del compositor de Bonn enterrado en Viena.

La música española para piano es auténtica «prueba de fuego» para todo intérprete, y Laura Puente Novales (Bilbao, 2004) optó por los catalanes Granados y Albéniz, recordándome a una paisana suya, que tiene en el primero uno de los preferidos en sus conciertos. Los ocho Valses poéticos del ilerdense fueron de menos a más, sentidos, fraseados, interiorizados, con un sonido muy trabajado al igual que su estudio e profundidad y de buena memoria. Y la Suite Iberia del de Campodrón está considerada como «La biblia del piano» por su dificultad no ya en la interpretación sino en la hondura y madurez que necesita, siendo pocos y ya con edad los pianistas que la han afrontado. La bilbaína eligió la primera de ellas, Evocación, que me sorprendió por su joven madurez veinteañera, reposada, cantabile y con un buen empleo de los pedales, una primera aproximación que apunta a una excelente intérprete de nuestra música.

Jugaban «en casa» y se notó por el apoyo desde el patio de butacas, Aníbal Mortera Pariente (Rioturbio, 2005) y Hugo Álvarez Lanero (La Culquera, Lena, 2001), dúo de chelo y piano, amigos desde su aún cercana la infancia, que llevaron su complicidad en el único dúo del concierto, la Elegía, op. 24 del francés Gabriel Fauré, con Hugo excelente concertador y coprotagonista de esta bella página donde Aníbal mostró un sonido poderoso, rotundo, con los esperables y habituales problemas de afinación en su instrumento pero mostrándose ambos muy expresivos y compenetrados.

Ya en solitario, Hugo Álvarez se enfrentaría a la Ballada n° 2 op. 38 de Chopin, biena memoria para toda ella, dinámicas amplias aunque algo excesivas por momentos pero entendiendo el «arrebato romántico» y algunas dificultades en los complicados pasajes rápidos que solo la práctica conseguirán sortear sin problemas, compensando la interpretación con su musicalidad y expresión que sería uno de los más aplaudidos.

Héctor del Río Fernández (2004) no se amilanó en la elección de sus obras aunque el riesgo le pasaría factura. Si el Albéniz de «Iberia» la he calificado como biblia, la «Suite Española» op. 47 es cual antiguo testamento. De ella Castilla fue árida en sus seguidillas y peligrosa, necesitando repetir el arranque, descentrándose en algunos pasajes con paradas que los fallos no deben obligar sino mantener la tranquilidad y recordar que lo ya tocado no tiene vuelta atrás y la música debe fluir aunque sea con tropiezos. Y probablemente el mayor virtuoso del piano fue el húngaro Franz Liszt, con unas manos (como las de Rachmaninov) que le permitían alcanzar notas imposibles para el común de los mortales. El Étude transcendante nº 1 es mucho más que un «estudio», donde la técnica es muy exigente pero su interiorización y expresión aún son mayores. La ejecución tuvo buen sonido aunque el pedal no siempre ayudó sino que «enturbió» y el vértigo de los múltiples arpegios no es recomendable. También titulado Estudio op. 25 nº 12 en do menor, «Óceano» que Chopin lleva al concierto, es de nuevo complicado extraer del ejercicio la gran capacidad melódica que esconden estas breves e intensas partituras, que incluso en el subtítulo ya parece apuntar los derroteros que toma. El trabajo de limpiar notas y pedales no cesará nunca pero la interpretación estuvo matizada aunque el ímpetu juvenil alcance unos fortissimi cercanos a las «tres efes». Mejor el g ran Vals op. 42 nº 5 en la bemol mayor que hace falta pulir pues la expresión y el tempo fueron correctos, pero el fraseo tendrá que ir estudiándolo mucho más lento para «vocalizar» correctamente e ir poco a poco aligerándolo sin perder esas melodías únicas y «escondidas» del polaco.

El cierra lo pondría Henry Sebasthian Crespo (Valencia, Venezuela, 2003) con las dos obras que pudimos escucharle hace un mes en el acto del premio Tertulia 17 -uno de los patrocinadores- pero esta vez en el piano Kawai© mierense, que se comportó perfectamente ajustado por Jesús Ángel Arévalo (algún día habrá que homenajear a esta generación de origen castellano que se instaló en nuestra tierra, echó raíces y siguen apoyando la música). La vida obliga a madurar prematuramente, pero el talento unido al duro trabajo también otorgan lo que he llamado «poso», el paso de un vino cosechero a crianza y reserva cuando madura en las mejores condiciones, Y como un buen caldo, Henry Sebasthian alcanza ya el calificativo de reserva, pues lleva desde niño al piano y en sus 21 años lleva diez de experiencia concertística desde su tierra natal, lo que se nota en cuanto se sienta al piano. Llamado «el Chopin de Broadway» el ruso Serguei Rajmáninov emigrado a los EEUU puede ser considerado el último pianista y compositor romántico ya en el siglo XX, y su Momento musical, nº 1 uno de sus homenajes a los predecesores de las 88 teclas. Exigente técnicamente, la música la necesita para sobrevolar toda la carga expresiva del virtuoso ruso y así la afrontó el valenciano de Venezuela, con poso, peso y madurez. Para cerrar el círculo del concierto, de nuevo Chopin y su Ballade nº 1 en sol menor, op. 23, tan distinta a la segunda elegida por Hugo, dos visiones, dos interpretaciones que además siempre son distintas por el mismo intérprete porque ahí reside la magia de cada día, hacerse con la obra, interiorizarla y personalizarla en cada momento. Valiente, arriesgado y poderoso este Chopin de Henry que sigue creciendo con su amado y admirado polaco a base de un trabajo y madurez que ya le ha abierto las puertas del Real Conservatorio de Bruselas (Bélgica), donde será alumno del maestro y concertista Aleksandar Madzar quien le aceptó en su cátedra de piano para los próximos dos cursos.

El propio Henry Sebasthian llamaría a todos los participantes a compartir los aplausos de un público entregado a los jóvenes talentos, más agradecimientos y hasta la entrega de los Diplomas acreditativos de esta gala que irán aumentando el currículo de esta generación que en Mieres pudimos disfrutar y los melómanos presumiremos pronto de haberlos «descubierto».

PROGRAMA:

Juan Vicente Stroup (Oviedo, 1999):

Federico Mompou (1893-1987): Variations sur un thème de Chopin.

Iván Gómez García (Avilés, 2004):

Ludwig van Beethoven (1770-1827): Sonata piano nº 8 en do menor, op. 13 “Patética”.

Laura Puente Nováles (Bilbao, 2004):

Enrique Granados (1867-1916): Valses poéticos.

Isaac Albéniz (1860-1909): I. Evocación (de «Iberia»).

Aníbal Mortera Pariente, violoncello (Rioturbio, 2005) y
Hugo Álvarez Lanero, piano (La Culquera -Lena-, 2001):

Gabriel Fauré (1845-1924): Elegía, op. 24.

Hugo Álvarez Lanero:

Frederic Chopin (1810-1849): Ballada n° 2 op. 38.

Héctor del Río Fernández (2004):

Isaac Álbeniz: Castilla (de la «Suite Española»).

Franz Liszt (1811-1886): Étude transcendante nº 1.

F. ChopinEstudio op. 25 nº 12, «Óceano»  y Vals op. 42 nº 5.

Henry Sebasthian Crespo (Valencia -Venezuela- 2003):

Serguei Rajmáninov (1873-1943)): Momento musical, nº 1.

F. ChopinBallade nº 1 en sol menor, op. 23.

Para quitarse el birrete

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Viernes 24 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono XII «La bella molinera»: OSPA, Clara Mouriz (mezzo), Juanjo Mena (director). Obras de Ravel, Montsalvatge y Falla.

Penúltimo concierto de abono de la temporada regular de la OSPA, en busca de concertino (hoy de nuevo Aitor Hevia) y el regreso como director invitado del vitoriano Juanjo Mena (1965) con un programa que el público agradece por ser de los que la formación asturiana tiene interiorizados y de vez en cuando conviene volver a airear, esta vez junto a la mezzo donostiarra Clara Mouriz, a quien descubrí en 2013me dejase buen sabor de boca hace ya 7 años.

Con una entrada muy pobre en el auditorio, la ciudad cercada por las Fuerzas Armadas y la música militar de la Legión (cabra incluida) al lado, banda de cornetas y tambores con su repertorio, más la Música (Banderita tú eres roja cantada por toda la Plaza del Fresno, y Paquito el chocolatero bailado hasta por los gastadores), antes de emprender camino a la Catedral, mi opción era clara, llegando para el encuentro previo de las 19:15 en la sala de cámara con la mezzo vasca, aunque teniendo que cantar a continuación tampoco se la forzó mucho pero sirvió para que nos contase su experiencia inglesa desde sus tiempos de alumna y posteriores compromisos, su trabajo con Mena y un breve análisis de las obras que interpretaría después. Desconozco la razón de titular este duodécimo de abono «La bella molinera» pues no escucharíamos a Schubert sino todo un programa de la que se puede llamar «música española universal», con el vasco-francés Ravel y su Rapsodia Española, las inspiradas canciones antillanas y caribeñas de la España colonial del catalán Montasalvatge, más el «Falla que no falla» donde el tricornio se convirtió en birrete.

El maestro Juanjo Mena cuidó en este programa el timbre instrumental, buscando sonoridades casi británicas, trabajando igualmente unas amplias dinámicas, aunque en la primera parte la OSPA tardó en calentar. Ravel en los cuatro números de su Rapsodia española (1907) trabaja temas hispanos que causaron la admiración de Falla. Los distintos ritmos provocaron algún desajuste, pero con una gran orquesta pudimos comprobar la rica cuerda del Preludio a la noche, moderado en todos los sentidos y de aires impresionistas con matices (como prepararndo la segunda parte); una vivaz Malagueña mostró el mimo por los matices y una tímbrica en los solos que pareció una orquesta distinta; la Habanera todo un manejo del rubato con Hevia mandando junto a una madera que hoy sonó inspirada; la animada Feria fue un despliegue de luz sonora, metales broncíneos, la flauta sobrevolando majestuosa y el corno inglés caribeño en el fraseo, la cuerda «desconocida» y la percusión brindándonos unos fuegos artificiales en una interpretación global que fue de menos a más.

Las Cinco canciones negras (1945) son una delicia para voz y piano que me enamoraron al escucharlas por la irrepetible Teresa Berganza. La orquestación de 1949 muestra el buen oficio del compositor catalán, y pese a la inspiración en nuestras antiguas colonias del Caribe, respiran un idioma francés que sobrevoló todo el concierto pese a concebirlo como la universalidad de nuestra música popular elevada a lo sinfónico, mayor colorido pero más exigente para la voz de soprano o mezzo. Cantadas por Clara Mouriz nos mostraron lo buen concertador que es el director vitoriano así como conocedor de estas cinco joyas, aunque en el Chévere y el último Canto negro se le escapase más volumen del necesario, si bien el color de la mezzo no es homogéneo y pese a tener unos graves suficientes, el balance con la orquesta se hizo difícil (en disco evidentemente sí se logra). Tampoco pudimos escuchar con claridad los excelentes textos poéticos que al menos figuraban en el programa de mano. Cuba dentro de un piano fue un «abanico» orquestal mejor que la original, bien matizada por Mena, y otro tanto del Punto de Habanera, donde la voz de la donostiarra sonó en su mejor tesitura. De las cinco me quedo con la Canción de cuna para dormir un negrito que sonó más equilibrada, con momentos susurrados donde comprobar la técnica vocal y la musicalidad de esta belleza (nada molinera) de Montsalvatge.

Tras la primera parte y con la OSPA a punto, Juanjo Mena nos traería el mejor Falla que nuestra orquesta ya llevase al disco en tiempos de Max Valdés e interpretado varias veces a lo largo de estos seis lustros largos. Puedo decir que los años han dado madurez a la formación asturiana y el enfoque del director alavés fue todo un acierto que se pudo comprobar por lo apuntado de la búsqueda de tímbricas y dinámicas bien devueltas por los profesores (y profesoras), con refuerzos obligados, brillando todos al máximo nivel. Me consuela que sea mi último concierto de la temporada (me perderé el abono XIII y no por superstición sino debido a otro compromiso ineludible) por lo que supuso este «reencuentro» con la mejor impresión de la orquesta de todos los asturianos.

Clara Mouriz abría esta segunda parte dedicada a Don Manuel con el aria de Salud «Vivan los que ríen» (de La vida breve) un esbozo operístico con giros de cante jondo donde la mezzo dejó su buen hacer en este repertorio nuestro y la OSPA con Mena sonó en su mejor dimensión, bien concertada, equilibrada y casi preludio del ballet completo, también con las breves apariciones de Mouriz en la misma línea de esta Salud.

El sombrero de tres picos es una verdadera prueba de fuego sinfónica, danzas reconocibles de una orquestación exquisita que el maestro Mena conoce como pocos y ha llevado por los mejores escenarios del mundo. Sacar todos los ritmos tan españoles de Fandango, Seguidilla, Farruca o la impactante Jota final es una labor de orfebre, tímbricas muy trabajadas, cambios encajados y dejando a los primeros atriles disfrutar en sus solos. Cada sección parecía competir en musicalidad, con unas trompas al fin rotundas capitaneadas por Javier Molina, las trompetas majestuosas con Maarten van Weverwjik en  cabeza, Juan Pedro Romero al oboe o Pablo Amador Robles al corno rivalizarían en sus «cantos», John Falcone nos brindó con el fagot pasajes con la comicidad justa y un sonido muy logrado; Myra Sinclair a la flauta redondeando maderas y metales; Mirian del Río con el arpa tras el Ravel primero y conjunto que dejó su halo como para Anna Crexells pasando de la celesta al piano. La cuerda con los primeros Aitor Hevia y Daniel Jaime al frente sonó británica por afinidad, afinación, complicidad, contrabajos, cellos y violas junto a los segundos tan primeros como el resto.

Y el quinteto de percusión más los timbales tan necesarios en este Sombrero por el empuje, la rítmica, la sonoridad en su plano justo, con Juanjo Mena dibujando y hasta bailando sobre la tarima, coreografiando el «Casadita, casadita» de Clara Mouriz con las palmas y jaleos orquestales perfectamente encajados,  y hasta el «¡Cucú, cucú!»de la Danza del molinero e incluso taconeos redondeando un tricornio que se volvió birrete de profesores por esta espléndida versión.

PROGRAMA

Maurice Ravel (1875 – 1937)

Rapsodia española:

I. Preludio a la noche – II. Malagueña – III. Habanera – IV. Feria

Xavier Montsalvatge (1912 – 2002)

Cinco canciones negras:

I. Cuba dentro de un piano – II. Punto de habanera – III. Chévere – IV. Canción de cuna para dormir
un negrito – V. Canto negro

Manuel de Falla (1876 – 1946)

La vida breve: “Vivan los que ríen”

El sombrero de tres picos:

Introducción

Parte I:
La tarde – Danza de la Molinera (Fandango) – Las uvas

Parte II:
Danza de los vecinos (Seguidillas) – Danza del Molinero (Farruca)-  Danza del corregidor – Danza final (Jota)

Una “Coronis” sobresaliente

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Jueves 18 de abril de 2024, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXI Festival de Teatro Lírico Español. «Coronis», zarzuela barroca en dos jornadas.
Música de
Sebastián Durón, libreto anónimo, a partir de la “Metamorfosis” de Ovidio. Escrita y estrenada en Madrid entre 1701 y 1706. Producción del Théâtre de Caen, coproducción con el Teatro Nacional de la Opéra-Comique de París, la Ópera de Lille, la Ópera de Rouen, la Opéra de Limoges y Le Poème Harmonique: estrenada en el Théâtre de Caen los días 6, 7 y 9 de noviembre de 2019.

(Crítica para Ópera World del viernes 19, con los añadidos de las fotos de Alfonso Suárez©, más links siempre enriquecedores, y tipografía que a menudo la prensa no admite).

Oviedo y su Festival de Teatro Lírico han apostado por un título que se estrenaba en Español en tiempos actuales a nivel escénico, tras anteriores versiones de concierto en Madrid (octubre de 2019), Zaragoza, Teatro Real (junio del pasado año) y el pasado marzo en el Auditorio Nacional, uniendo aficiones, a menudo comunes, de zarzuela y barroco (que cuenta con su propia temporada), por lo que el lleno de esta primera función fue para tomar nota y la segunda otro tanto.

El trabajo de la ‘Fundación Ars Hispana’ con Raúl Angulo y Toni Pons es ingente, más en recuperar la figura y obra del briocense Sebastián Durón (1660-1714), recuperando igualmente la escena con una producción francesa evidenciando el poco interés que en nuestra patria tenemos por un patrimonio único, por lo que el aplauso para la capital asturiana en traer esta coproducción del país vecino con Le Poème Harmonique en el foso junto al tándem Dumestre-Porras más un elenco vocal que dejaron una sobresaliente función donde los complicados versos en español, el encaje con la música y todo el movimiento escénico no puede mejorarse hoy en día.

Quiero comenzar con la dirección de escena y coreografía del colombiano Omar Porras (1963) que jugó con todos los elementos, desde un decorado sencillo pero eficiente, como las telas a modo de olas marinas en la onda del original para la playa de Tracia, un atrezzo suficientemente convincente junto al excelente vestuario “de cuento infantil”, sumándole la iluminación que juega con luces y sombras tan barrocas, un movimiento escénico que completaba no solo los números instrumentales sino también los cantados, con bailarines, acróbatas, actor y contorsionista (cual alter ego de Coronis) que dieron el dinamismo necesario a una acción no muy movida, todo en un encaje perfecto aunque en la nota al excelente programa de mano del propio Porras decía que «debe hacerse con algunas modificaciones con respecto a su concepción original, en la que el uso de la pirotecnia y fuegos artificiales forma parte de la escenografía», alegando legislación en el ámbito de prevención de restos y seguridad que evidentemente parece se cumplieron pues no faltaron y además en abundancia para sorpresa en más de uno, en conjunto con una coordinación completa de efectos y movimientos, sumando una formación instrumental al mando del francés Vincent Dumestre (1968) de sonoridades claras, precisas, presentes y con total respeto a las voces redondeando un espectáculo de arte total.

Con todos estos mimbres y sin entrar en el argumento amoroso de las fábulas del XVII y XVIII done dioses, ninfas y héroes eran los galanes y damas de comedia, esta zarzuela sin partes habladas también tuvo guiños a la actualidad como el torero rematando al tritón que causaron su gracia al igual que el duelo “de género” entre Menandro y Sirene, o la entrada de ambos personajes en la segunda jornada (acto) por el patio de butacas hablando en francés antes de la “humorada” del “tengo la camisa negra” en un castellano más que aceptable que ya quisieran muchos funcionase a la inversa. La calidad vocal e interpretativa desde el actor y bailarín David Cami de Baix incluso antes de comenzar saludando bajo el sobre telón, hasta el conjunto vocal simpático, bien empastado y formado donde estaban el tenor Olivier Fichet y la mezzo Brenda Poupard en los personajes de Marta e Iris respectivamente tejieron parte del éxito global.

De los protagonistas el Menandro de la contralto Anthea Pichanick no solo cautivó con su tartamudeo de guión y su caracterización “echando humo», también la química y empaste con la Sirene de la mezzo Fiona McGown, esos papeles cuya participación en la zarzuela son necesarios para el equilibrio dramático. En cuanto a los dioses un buen y arriesgado rol de Neptuno, colgado antes de bajar a “tierra húmeda” a cargo de la mezzo Caroline Meng, algo corta de emisión, mejor Apolo de Marielou Jacquard aunque ambas posean un color vocal semejante, defendiendo cada una sus regias intervenciones.

Dejo para el final al trío principal y triunfador este jueves ovetense, comenzando por un gran Proteo de amplio y exigente registro a cargo del tenor Cyril Auvity, la ninfa Coronis de la soprano Giulia Bolcato, excelente proyección y casi omnipresente a lo largo de las dos horas de función, y un Tritón impresionante de la mezzo Isabell Druet, difícil desde la caracterización hasta su línea de canto y movimiento escénico, personalmente una agradable sorpresa.

La orquesta contó con un orgánico perfecto para la partitura atribuida a Durón, pues mantuvieron la sonoridad esperada para esta música llena de contrastes en todo (tempi, ritmo, tonalidades, concertantes…). La cuerda aterciopelada y bien afinada, unas maderas en su plano con intervenciones tan líricas como si cantasen sobre las tablas, más un continuo perlado y presente tanto en guitarras y tiorbas como en el teclado o especialmente con el arpa barroca de la española Sara Águeda junto a la percusión siempre ajustada de Pere Olivé (con unas castañuelas únicas), todos comandados por el maestro Dumestre que logró la unidad global para redondear esta excelente producción francesa en el Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo. Larga vida al barroco.

FICHA ARTÍSTICA:

Coronis: Giulia Bolcato – Tritón: Isabelle Druet – Proteo: Cyril Auvity – Menandro: Anthéa Pichanik – Sirene: Fiona McGown – Apolo: Marielou Jacquard – Neptuno: Caroline Meng – Iris / Ensamble vocal: Brenda Poupard – Marta / Ensamble vocal: Olivier Fichet.

Bailarines y acróbatas:

Naïs Arlaud, Alice Botello, Élodie Chan, David Cami de Baix, Caroline Le Roy

Le Poème Harmonique

Dirección musical: Vincent Dumestre

Dirección de escena y coreografía: Omar Porras

Loris Barrucand, asistente musical – Marie Robert, asistente de puesta en escena – Sara Águeda, consejera lingüística – Camille Delaforge, coach vocal – Mathias Roche, iluminación – Amélie Kiritze-Topor, escenografía – Laurent Boulanger, atrezzo – Bruno Fatalot, vestuario, peluquería, zapatería – Véronique Soulier Nguyen, peluquería y maquillaje

Cantera musical gijonesa

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Miércoles 8 de mayo, 20:00 horas. Sociedad Filarmónica de Gijón, Teatro Jovellanos: Concierto ‘Jóvenes Intérpretes’ del Conservatorio Profesional de Música de Gijón. Gonzalo Díaz Borjas (saxo alto), Banda Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón, José Miguel Merenciano Novejarque (director); Pedro Manuel Fernández Valera (piano), Andrés Rubio Figuera (guitarra), Orquesta Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón, Mónica Paris Vendrell (directora). Obras de Demersseman, Chopin y Rodrigo.

El Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón se fundó en 1986 y en estos 38 años con distintas sedes y oferta educativa, siempre en aumento, su progresión ha sido geométrica hasta instalarse en la antigua Universidad Laboral, un verdadero centro integrado que ya se esperaba en sus inicios (hubo de esperar varias legislaturas) con más de 90 profesores y 20 especialidades. Este concierto para premiar por vigésimo primera vez a los mejores intérpretes, acompañados de dos de sus formaciones, la Banda Sinfónica y la Orquesta, fue el verdadero muestrario del excelente trabajo docente del centro gijonés, hoy con un teatro al completo donde estuvo presente la alcaldesa de Gijón, y esas familias que siempre apoyan el esfuerzo, trabajo y renuncia de una generación que, independientemente del futuro que elijan, siempre tendrán una formación musical que les acompañará toda su vida.

Se levantaba el telón para ver ya colocada una jovencísima Banda Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón aunando grados (elemental y profesional) y edades, con una plantilla de unos 40 músicos que bajo la dirección de José Miguel Merenciano Novejarque afrontarían la Fantasía sobre un tema original para saxofón alto y banda del francés Demersseman y con el premiado saxofonista Gonzalo Díaz Borjas al saxo alto -y ya en la Banda de Música de Gijón-, verdadero examen final para una partitura muy exigente siempre bien llevada desde el estrado y comprobando el buen nivel de estos estudiantes que en nada les reclamarán en otras formaciones donde seguir creciendo, tanto para el solista como para la agrupación de viento y percusión del conservatorio gijonés.

Tras esta obra para aprovechar los cambios en escena, llegarían los discursos y entrega de premios, siendo  Silvia Rodríguez Gutiérrez como Jefa del Departamento de Actividades del Conservatorio quien haría las veces de presentadora, la directora Julia Álvarez Gonzalez y el presidente de la Sociedad Filarmónica de Gijón el doctor Antonio Hedrera Fernández.

Palabras de gratitud por parte de todos más el apoyo de instituciones que trajeron este concierto y donde el presidente remarcó el apoyo y colaboración que siempre ha dado la centenaria sociedad gijonesa al alumnado, haciéndoles entrega a los premiados de un abono para los conciertos de la próxima temporada, esperando que algún día no lejano sean los siguientes intérpretes engrosando una larga lista de figuras con repercusión nacional e internacional.

Y continuaría el concierto con el pianista Pedro Manuel Fernández Valera junto a la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón bajo la dirección de Mónica Paris Vendrell

para interpretar el segundo movimiento (Larghetto) del siempre exigente Concierto op. 21 nº 2  para piano y orquesta, una orquesta en rodaje, sin completar plantilla y algo descompensada en la cuerda con solo un contrabajo, pero perfecta en sonoridad (la afinación seguirán trabajándola toda su vida) para disfrutar de un piano limpio, presente, con una interpretación de calidad para el nivel del solista, lógico siendo premiado por sus aptitudes, junto a una  clara dirección para encajar entradas, dialogar con el solista e ir acostumbrándose no solo a tocar lo escrito sino a escucharse entre todos, trabajo en equipo tan necesario siempre y aún más en el siempre sacrificado mundo de la música.

Para reubicar la escena, más agradecimientos de Silvia Rodríguez y el turno para Andrés Rubio Figuera, quien junto a la orquesta interpretaría el famoso Adagio (segundo movimiento) del Concierto de Aranjuez de Rodrigo. Una guitarra levemente amplificada de técnica precisa, fraseos sentidos, con una orquesta un poco mayor que la de Chopin con un corno inglés tan protagonista como el solista, y la concertación de la maestra Mónica Paris, atenta a toda la formación y dándole la seguridad a la guitarra para dejarnos a todos con ganas de más.

Una hora que pasó volando aunque esperaba los conciertos completos pero reconociendo la dificultad para afrontarlos con un alumnado que lo dio todo en el Jovellanos. Solo me queda felicitar al profesorado por un trabajo que no se ve pero se aprecia al escuchar a estos alumnos, inculcando el amor por la música en vivo, y de nuevo el apoyo de unas familias sin las que esta joven generación hubiese optado por otras aficiones, sabedoras que la formación musical es universal en cultura, valores y solidaridad, pudiendo llegar a convertirse en una profesión que en mis años hubiera sido casi imposible.

PROGRAMA

Jules Auguste Demersseman (1833-1866):

Fantasía sobre un tema original para saxofón alto y banda, op. 32

Gonzalo Díaz Borjas, saxofón tenor

Banda Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón

José Miguel Merenciano, director

Frédéric Chopin (1810-1849):

Concierto op. 21 nº 2  para piano y orquesta  (2º mov: Larghetto)

Pedro Manuel Fernández Valera, piano

Orquesta Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón

Mónica Paris, directora

Joaquín Rodrigo (1901-1999):

Concierto de Aranjuez para guitarra y orquesta (2º mov: Adagio)

Andrés Rubio Figuera, guitarra

Orquesta Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón

Mónica Paris, directora

Etiquetas: música,educación musical,Demersseman,Chopin,J. Rodrigo,Gonzalo Díaz Borjas, José Miguel Merenciano, Pedro Manuel Fernández Valera, Mónica Peris, Andrés Rubio Figuera, Conservatorio de Gijón,conciertos,

La Mancha asturiana

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Jueves 23 de mayo de 2024, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXI Festival de Teatro Lírico Español.
«La rosa del azafrán», zarzuela en dos actos y seis cuadros.
Música de Jacinto Guerrero, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, inspirado en El perro del hortelano de Lope de Vega
. Estrenada en el Teatro Calderón de Madrid el 14 de marzo de 1930. Producción del Teatro de la Zarzuela (2024). Edición crítica de Miguel Roa / Tritó Edicions (Barcelona, 2008).

(Crítica de «La rosa del azafrán» para Ópera World del viernes 24 de mayo con el añadido de los links siempre enriquecedores y la tipografía que la prensa no suele admitir. Fotos de Alfonso Suárez)

En los felices años 20 del pasado siglo, el asturiano Federico Romero junto a Guillermo Fernández-Shaw y el compositor Jacinto Guerrero, acompañados del fotógrafo José Zegri y el crítico musical Julio Gómez emprendieron un viaje en coche para empaparse de las coplas, estribillos y cantos tradicionales de los campos y tabernas manchegas que servirían de inspiración a la bella y compleja partitura de «La rosa del azafrán», zarzuela de la recia tierra de Don Quijote, que casi cien años después sigue triunfando cada vez que se repone, en parte por su calado popular lleno de melodías que escuchábamos a nuestras abuelas y madres, siendo además Emilio Sagi Barba, abuelo de nuestro universal Emilio Sagi, el primer Juan Pedro, con lo que también había homenaje asturiano en este penúltimo título del XXXI Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo.

Tras su paso en enero por el madrileño Teatro de La Zarzuela recalaba con gran parte de la producción en el Teatro Campoamor nuevamente a rebosar, que aplaudiría casi todos los números a un elenco de primera que dignifica y hace grande este verdadero Patrimonio de la Humanidad, pidiendo aumentar las dos funciones actuales, pues cuando hay calidad, y esta función la tiene, el público no falla.

La producción madrileña es una maravilla de principio a fin tal como la ha concebido Ignacio García, que estos días viajaba al Bellas Artes mexicano para un ‘Turandot’ seguramente con la misma honestidad y verismo que esta «La rosa del azafrán» tan ligada a nuestro país, sus gentes y su folklore. En la rueda de prensa García dejaba claro que “El alma de la zarzuela es el vínculo con la tierra anclada en el pueblo” y no defraudó, comenzando por el respeto a la propia obra inspirada en El perro del hortelano de Lope de Vega, una recreación “verista” que refleja la esencia del campo manchego y sus gentes, los celos y conflictos de clase, la dureza del trabajo rural humilde y pobre en las postrimerías del siglo XIX, y hasta el aroma a trigo, cómo pasan las estaciones cual metáfora del ciclo vital y los complejos sentimientos de los protagonistas, con diálogos adaptados y acortados que informan de la trama, el estilo, los personajes y las situaciones invirtiendo la proporción entre lo hablado y lo cantado para un mayor dramatismo de esta historia.

Los decorados de Nicolás Boni están muy logrados, captando la esencia de un pueblo manchego, piedra y cal, espigas en el profundo infinito cual mar sobre el que se puede caminar, y que con la delicada y excelente iluminación de Albert Faura impresionaron por captar cada hora del día, cada estación y ciclo del campo, embelleciendo escenas dignas de la gran pantalla. El rústico vestuario de Rosa García Andújar para los labriegos y espigadoras completó la imagen histórica y verdaderamente creíble de este libreto que la música de Guerrero eleva a la quintaesencia de la mejor lírica hispana.

Con estos mimbres la representación ya animaba al triunfo contando además con un elenco equilibrado bien rodado en Madrid junto a las incorporaciones en la capital asturiana, comenzando por la dirección musical del bilbaíno Diego Martín-Etxebarría. Feliz sustituto de la anunciada Alondra de la Parra que voló antes de tiempo pero encontrando a un maestro conocedor de la obra, atento al detalle, mimando las voces que al fin cantan y no gritan, musicalidad a raudales con una Oviedo Filarmonía (OFil) dúctil, comprometida, capaz de bajar al foso (tras el “espectáculo Villazón” comentado en estas mismas líneas) y ceñirse a la batuta del maestro con plena confianza en el resultado final. Otro tanto del coro titular, la Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” con mucho que cantar tanto en conjunto como en las intervenciones solistas de hombres (simpáticos en el “Pasacalle de las escaleras”) y mujeres (convincentes y pícaras en “La caza del viudo”), bien afinados y matizados, seguros, ofreciendo el movimiento escénico requerido por Sara Cano junto a las cinco parejas de bailarines. Pese a algún inicio coral por delante de la orquesta, en apenas dos compases encontraron la pulsación con el foso, siempre atento a las indicaciones del director vasco, intervenciones de principio a fin casi interiorizadas y no canturreadas aunque ganas no nos faltasen, incluso para “disimular” los pertinaces y maleducados teléfonos. Seguidillas, rondas, pasacalles, jotas (“Bisturí, Bisturí…”) y hasta el popular “Coro de espigadoras” volvieron a mostrar el buen trabajo del director José Manuel San Emeterio y la excelente concertación con la OFil por parte de Martín-Etxebarría.

Si los diálogos están adaptados y acortados, contar con Mario Gas, verdaderamente Generoso en el amplio sentido de su personaje, declamando los clásicos hispánicos tan cervantinos cual Quijote poderoso de alta alcurnia, es todo un plus. Completarlo con Vicky Peña igualmente Custodia de la mejor escena española, resultó el tándem ideal que cuando se incorpora a nuestra zarzuela la hacen merecedora de todos los elogios. Sumar al gran Emilio Gavira, otro actor esencial, o el Carracuca de Juan Carlos Talavera que junto al Moniquito de Vicenç Esteve sacaron las sonrisas del público y el fino humor del libreto (impagable la marcha fúnebre que se vuelve jocosa), conjugando lo popular y lo culto que conviven felizmente. Tampoco defraudaron el mendigo – Julián del joven Javier Gallardo y el Miguel del habitual Carlos Mesa, incorporaciones que también van ganando su espacio en la zarzuela con las intervenciones de los llamados actores-cantantes, cuya formación escénica no distingue hace años esa doble faceta.

Y si la parte actoral es necesaria en la dramaturgia, las voces protagonistas son las “cabezas de cartel”, verdaderas todoterreno que pasan del canto a la palabra con la exigencia de una técnica que asusta a muchas, pero para quienes aceptan el reto y se preparan concienzudamente, nos dejan el buen sabor de boca que obliga a pedir más zarzuela. Incorporar como cantante de la música popular a la asturiana Anabel Santiago, una artista que comenzando en la tonada ha evolucionado su repertorio haciéndolo llegar a las nuevas generaciones, resultó un acierto siendo quien arrancaría a capella la función, ligeramente amplificada con una reverberación que daría posteriormente los enlaces entre cuadros, jotas y seguidillas actuales, con coreografiada percusión de manos sobre las mesas o con los panderos, volviendo a la voz sola del soneto quijotesco, e incluso cerrando la representación en un cuidado unísono con el ama protagonista.

El “duelo vocal” de las sopranos asturianas, Beatriz Díaz y María Zapata, Sagrario y Catalina, reflejó dos generaciones líricas como en el propio libreto, ama y criada unidas por el buen quehacer. Tan excelentes actrices como cantantes, la allerana afrontó una partitura exigente técnicamente, con unos graves que han ganado cuerpo, los agudos claros y seguros, más una gama de matices donde sus pianissimi siguen siendo únicos, bien proyectados, con todo el respeto desde el foso para disfrutar de una voz que sigue emocionando desde una madurez bien enfocada. Sus romanzas, especialmente “No me duele que se vaya”, la lírica “La rosa del azafrán es como la maravilla” que así resultó, y los dúos con Catalina o el final con Juan Pedro “Tengo una angustia de muerte” derrocharon buen gusto, musicalidad, empaste y entrega en un personaje complejo.

No quedó atrás ante este reto la ovetense como Catalina, resuelta en escena pasando de lo cómico (excelentes seguidillas con Moniquito) al drama con seguridad, timbre ideal, gran jota y copla en el penúltimo cuadro, buen empaste y mejor proyección junto a las voces blancas en el difícil “Coro de las espigadoras”.

Dejo para el final a Damián del Castillo, el Juan Pedro protagonista que arranca con la famosa “Canción del sembrador” sentida, agradecida y aplaudida, interpretación generosa de esta romanza que han cantado los grandes barítonos y verdadera prueba de fuego para su tesitura en una partitura exigente de principio a fin. Entregado y bien cantado su primer dúo con Sagrario (“Manchega, flor y gala de la llanura”), entregado en “Aunque soy forastero”, rotunda su jota “Hoy es sábado y no quiero”, más el emocionante dúo final “Manchega, tu cariño me da la vida” para redondear una función sobresaliente.

Una espléndida, colorida y sembrada flor sin fisuras que sigue demostrando la vigencia de nuestra zarzuela cuando se realiza con calidad, honestidad y entrega. Oviedo quiere más zarzuela y pide más funciones para los títulos de las próximas temporadas, siempre que sean como la actual. El éxito está asegurado con producciones y elencos como el de esta rosa, “… una flor arrogante que brota al salir el sol…” pero no murió al caer la tarde.

FICHA:

Jueves 23 de mayo de 2024, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXI Festival de Teatro Lírico Español.
«La rosa del azafrán», zarzuela en dos actos y seis cuadros.
Música de Jacinto Guerrero, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, inspirado en El perro del hortelano de Lope de Vega. Estrenada en el Teatro Calderón de Madrid el 14 de marzo de 1930. Producción del Teatro de la Zarzuela (2024). Edición crítica de Miguel Roa / Tritó Edicions (Barcelona, 2008).

FICHA ARTÍSTICA:

Dirección musical: Diego Martín-Etxebarría – Dirección de escena: Ignacio García – Escenografía: Nicolás Boni – Vestuario: Rosa García Andújar – Iluminación: Albert Faura (AAI) – Coreografía: Sara Cano – Asistente a la dirección musical: Sergio Sáez Tecles – Ayudante de dirección de escena: Ana Cris.
Oviedo FilarmoníaCapilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” (director: José Manuel San Emeterio).

REPARTO

«La rosa del azafrán»

Sagrario: Beatriz Díaz – Juan Pedro: Damián del Castillo – Catalina: María Zapata – Moniquito / Un pastor: Vicenç Esteve – Custodia: Vicky Peña – Carracuca: Juan Carlos Talavera – Don Generoso: Mario Gas – Miguel: Carlos Mesa – Micael: Emilio Gavira – Julián / Un mendigo: Javier Gallardo – Cantante de música popular: Anabel Santiago – Bailarines – Figurantes: Adrián Gómez, Ana del Rey, Ángela Chavero, Cristina Cazorla, Irene Hernández, Jesús Hinojosa, Nuria Tena, Verónica Garzón, José Alarcón, Miguel Ballabriga, Enrique Arias y Yoel Vargas.

Una rosa en Oviedo

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Jueves 23 de mayo de 2024, 20:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXI Festival de Teatro Lírico Español. «La rosa del azafrán», zarzuela en dos actos y seis cuadros.
Música de Jacinto Guerrero, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, inspirado en El perro del hortelano de Lope de Vega. Estrenada en el Teatro Calderón de Madrid el 14 de marzo de 1930. Producción del Teatro de la Zarzuela (2024). Edición crítica de Miguel Roa / Tritó Edicions (Barcelona, 2008).

(Reseña de «La rosa del azafrán» para La Nueva España del viernes 24 de mayo con el añadido de los links siempre enriquecedores y la tipografía que la prensa no suele admitir. Fotos de Alfonso Suárez)

Un éxito rotundo el penúltimo título del Festival de Teatro Lírico Español conjugando a la perfección todo lo que supone esta enorme zarzuela del maestro Jacinto Guerrero: «La rosa del azafrán arrogante que brota al salir el sol…» pero no murió al caer la tarde ovetense.

Producción estrenada en el Teatro de la Zarzuela el pasado mes de enero, y que volvió a triunfar en “La Viena Española” con un elenco de altura tanto en lo musical como en lo dramático. Grandes de la escena en Madrid repetían ahora en Oviedo, como el inconmensurable Mario Gas Generoso y Vicky Peña Custodia del arte de Talía, enormes e impagables por una trayectoria siempre en lo alto, junto a Emilio Gavira y el humor de Juan Carlos Talavera, sumándose en la capital asturiana el poliédrico Carlos Mesa o el joven Javier Gallardo, de casa pero que tienen su lugar en el templo lírico carbayón.

Junto a ellos unas voces de primera, tan buenas actrices como cantantes, algo difícil en la zarzuela que siempre coarta aceptar este género tan español y exigente. Comenzar con las asturianas, Beatriz Díaz y María Zapata impecables como Sagrario y Catalina reflejando ya dos generaciones líricas como en la propia escena. El ama de la allerana ganando graves sin perder sus exquisitos agudos y unos pianissimos de respigarse en una interpretación inteligente, redonda y fiel, más la soprano ovetense que prosigue su carrera ascendente, defendiendo su rol en un buen empaste con todos sus colegas de reparto sembrando esperanza.
Poderío astur extra con Anabel Santiago cambiando tonada por jotas y seguidillas, amplificada abriendo cuadros, con su habitual ímpetu y entrega, sin olvidarnos de los papeles masculinos con el protagonista Juan Pedro del barítono Damián del Castillo en buen estado vocal aunque algo rígido, o el simpático Moniquito del tenor Vicenç Esteve, que se ganó al respetable, solo una parte de este gran homenaje a La Mancha lleno de verismo y honestidad.

Imprescindibles siempre Oviedo Filarmonía en el foso y la Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” sobre las tablas, cantos con historia bien repartida, todos bien conducidos por el director bilbaíno Diego Martín-Etxebarría, sustituyendo a la prevista Alondra de la Parra, con quien hemos ganado por su implicación y dominio de la partitura de Guerrero, mimando todas las voces como debe ser y mandando con guante de seda.

La escena bellísima de Ignacio García (que volvía tras el doblete Gran Vía-Adiós a la Bohemia de febrero), refleja con rigor este “perro del hortelano” decimonónico donde iluminación (desde el amanecer al anochecer manchego), vestuario y escenografía respetuosa y veraz, junto a una docena de bailarines-figurantes, ayudaron a completar una producción de primera que el público asturiano, volviendo a llenar el Campoamor, reconoció con largas ovaciones en cada número, esperando aumenten las funciones para próximas temporadas. Este sábado aún se puede disfrutar si quedan entradas.

Pablo Siana

La Pires siempre impresiona

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Miércoles 22 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, clausura de las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Maria João Pires e Ignasi Cambra (piano). Obras de Debussy, Mompou, Mozart y Debussy.

Cada visita de la pianista portuguesa Maria João Pires (Lisboa, 1944a Oviedo siempre es un espectáculo para recordar y con miedo a no repertir, pero volvía para la clausura de esta temporada en compañía del catalán Ignasi Cambra (Barcelona, 1989).

Cual madre e hijo salieron los pianistas a un escenario casi en penumbra, con una lámpara sobre el piano y una silla con mesita a la izquierda sobre la que se posaban dos vasos de agua. Y cristalino sería el primer Debussy de la Suite bergamasque con «la Pires» siempre pulcra, sin tics, de sonido claro, matices amplios para dibujar los cuatro cuadros «impresionantes» del compositor francés, una gama de color desde el nítido Prélude hasta el poderoso y saltarín Passapied lleno de ímpetu, aunque el siempre conocido Clair de lune sería de quitar la respiración y obligar a un silencio sepulcral ante la maestría en el diseño que la portuguesa hace de esa sonoridad evanecescente, vaporosa, de sombras coloreadas y unos pedales siempre ayudando a ambientar un aire primaveral desde su eterna juventud.

El «alumno» que escuchó atento a la maestra nos ofrecería seis de las Cançons i danses (las números 1, 2, 5, 6, 7 y 8) de su paisano Mompou, la luz catalana hecha poesía musical que Cambra fue dibujando pausado, saboreando y matizando melodías y ritmos, abundando los tiempos lentos como el de la segunda mediterráneamente clásica (con el inicio recordando Für Elise), una quinta Lento litúrgico introspectiva y casi dolorosa, pero más sentida aún la sexta Cantabile expresivo que resume el piano tan actual de Mompou sin perder de vista la inspiración en un folklore que sigue entre nosotros y no entiende de nacionalismos.

En la segunda parte no podía faltar Mozart del que Maria João Pires sigue siendo irrepetible y los años siguen manteniéndola juvenilmente madura frente a la madurez juvenil del pupilo Cambra que comenzaría con la Sonata nº 4, algo plana y por buscar la forma de expresarme, ambos pintarían acuarela pero mientras el catalán perfilaba con tinta y en las repeticiones rellenaba de color, la portuguesa de un trazo ya dejaba claro todo, dejando la segunda «pasada» para sin apenas cambiar de pincel completar una gama de color luminosa, limpia. Ignasi Cambra interpretó su Mozart con el ímpetu juvenil que pasó por las teclas matizando pero sin profundizar.

Tras la escucha de la anterior, la Sonata 13 en las manos de Pires supo a poco, como explicando «así se toca Mozart» que Cambra parecía empaparse con ella. El Allegro inicial más sosegado que en sus años jóvenes pero igualmente elegante, con las repeticiones recalcando y explicando la «forma sonata» llena de ataques para las frases, motivos claros, trinos que crecen en intensidad; el Andante cantabile de una profundidad que viene con los años para afrontar sin dudar el color exacto, el trazo con un pincel «de lengua de gato» y grafía japonesa, sin prisa pero segura, con poso, casi genuflexión en los pocos instantes donde su pequeña figura se encorva ante el teclado buscando el color de cada nota; y el Allegretto grazioso donde el humor mozartiano es fino, juguetón, los dedos de la maestra portuguesa ágiles arriba y abajo con una izquierda poderosa en los graves y el balance exacto de volúmenes para una acuarela 333 mágica y nuevo referente. Lección magistral como era de esperar.

Y si el primer Debussy de la maestra jugó superponiendo trazos de color que se fundían en la gran sala ovetense, en versión a cuatro manos de Henry Woollett nos regalarían primero la Rêverie donde Cambra llevaría el «sustento» y Pires «los detalles», un gran lienzo sonoro que la maestra pintó y llenó de luz, para finalizar con el Valse romantique donde confluir la tutela de la «juvenil mamá» sobre el «maduro pupilo», encajando los rubati sin desdibujar el tema.

Para hacernos olvidar el recital paralelo de toses y teléfonos que vuelven a ser una plaga y siempre en los peores momentos cual primera ‘Ley de Murphy’, el regalo tenía que ser evidentemente Mozart, esta vez cambiándose los papeles: la Pires al grave, mandando y «tomando la lección» a un Cambra con el que el Adagio de la Sonata a cuatro manos en si bemol, K. 358 volvió a saber a poco, el clasicismo eterno que seguirá por los siglos de los siglos, con la alegría de volver a disfrutarlo en vivo aunque siga saboreándolo en mis grabaciones. Larga vida a «La Pires» esperando siga ejerciendo su magisterio aunque sea en compañía. El piano por partida doble también nos llena y el público salió adorándola en la mejor clausura de estas jornadas que seguro han hecho sonreír al bueno de Iberni, parando la lluvia para compartir emociones a la puerta deseando no se apagasen las emociones.

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

Maria João Pires:

Claude Debussy (1862-1918)

Suite bergamasque, L.75:

1. Prélude

2. Menuet

3. Clair de lune

4. Passapied

Ignasi Cambra:

Federico Mompou (1893-1987)

Cançons i danses, Nos. 1, 2, 5, 6, 7 y 8

SEGUNDA PARTE

Ignasi Cambra:

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)

Sonata nº 4 en mi bemol mayor, K. 282:

1. Adagio

2. Menuetto I – Menuetto II

3. Allegro

Maria João Pires:

Sonata nº 13 en si bemol mayor, K.333:

1. Allegro

2. Andante cantabile

3. Allegretto grazioso

Maria João Pires & Ignasi Cambra:

Claude Debussy

Rêverie

Valse romantique

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