Domingo 25 de junio, 22:00 horas. 72 Festival de Granada, Palacio de Carlos V, “Conciertos de Palacio”: Filarmonica della Scala, Riccardo Chailly (director). Obras de Chaikovski y Prokófiev. Fotos de Fermín Rodríguez.

Quinto día de festival y doble sesión, la nocturna con un esperado director de fama mundial (agotando las entradas) debutando en este festival al frente de la orquesta de su ciudad que fundase allá por 1982 el siempre recordado milanés Claudio Abbado, formación que escuché hace ahora diez años en “La Viena española” con Daniel Harding sin más recuerdo que el del director.
Y llegó el primer chasco porque de nada sirve un gran piloto si falla el coche, o lo que es peor, si no es competitivo. Haciendo el paralelismo con mi paisano Fernando Alonso, creo que ha demostrado ser el mejor del campeonato en todos los circuitos, aunque en su ya larga trayectoria no siempre ha sabido elegir la escudería pese a dejar huella en todas por las que ha pasado. Lo mismo puedo decir de Riccardo Chailly (Milán, 1953) que se presentó con un programa algo inesperado, titulado en las notas al programa de Pablo L. Rodríguez “Cuando la felicidad suena a tristeza y viceversa” pues la Filarmonica della Scala no carburó y hasta sonó mediocre. Contradicciones sinfónicas para dos páginas que no auguraban nada bueno siendo casi proféticas las palabras de mi tocayo leídas previamente al concierto.
Estaba claro que Serguéi Prokófiev (1891-1953) iba a resultar un “circuito” complicado por lo poco explorada de la Sinfonía nº 7 en do sostenido menor, op. 131 (1952). Cuatro movimientos que sacaron a flote las carencias de los milaneses desde el Moderato inicial. La excelente orquestación del ruso sólo sirvió para comprobar que las entradas iban “al ralentí”, con cierta rémora en todas las secciones, incluso el piano colocado a la derecha del escenario. Del motor de cuatro tiempos uno no funcionaba debidamente. El Allegretto tenía demasiadas curvas y aunque el maestro Chailly las tomaba con precisión, pisando el acelerador a tope, la respuesta de la máquina milanesa no era la esperada. El Andante espressivo que debería servir para disfrutar del paisaje en esta poco transitada séptima, en mi caso me limité a comprobar la gestualidad siempre clara y enorme del director lombardo que no pilotó nunca cómodo esta orquesta operística de la Scala, casi el mismo chasco italiano de Ferrari frente al poderío alemán de Mercedes, que Don Riccardo suele conducir si se me acepta el paralelismo “motororquestal”.
Y llegado el Vivace cual recta final donde exprimir el motor éste casi se rompe. Ninguna sección pareció responder, piezas de primera pero mal ensambladas aunque la “alteración” de Prokofiev elegida fue la rimbombante y positiva, puede que la única felicidad elegida, sin encontrar razones más allá de la originalidad o incluso una boutade (galicismo definido por la RAE como «Intervención pretendidamente ingeniosa, destinada por lo común a impresionar») en esta elección rusa.
Tras un descanso nada merecido, otra sinfonía rusa y póstuma, la Sinfonía nº 6 en si menor, op. 74 «Patética» (1893) de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893). Un circuito más sinuoso y exigente con el mismo piloto e idéntica maquinaria, con más “potencia” pero fallando algún cilindro, si bien los metales funcionaron y hasta el clarinete sonó operístico (no así un oboe demasiado desbordante). La cuerda adoleció de tersura, no hubo buen ensamblaje y tampoco los unísonos fueron tales. El volante de Chailly mandaba pero el giro era el contrario. También hubo alguna incongruencia en las marchas elegidas por el «conductor» para la máquina, pues los crescendi iban unidos a unos acelerandi que no correspondían. Ni siquiera los platillos chocaron con el sonido y precisión escrita bien marcada por el piloto. Y el esperado Finale. Adagio lamentoso resultó literal, inesperada segunda sinfonía milanesa de la noche con un director que sabe pero no pudo demostrar sus mejores dotes dejándome la sensación de haber asistido a un “mal bolo» donde el nombre no es suficiente.
Me quedará este mal sabor de boca como las carreras nocturnas donde mi paisano Alonso tenía que abandonar porque su F1 parecía un GT que ni para coche nupcial servía. Para cerrar y plagiando el título del tocayo zamorano, al menos “la tristeza suena a felicidad y viceversa”.