Critica para Ópera World del viernes 9 de diciembre, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y de las RRSS, indicando la autoría, y tipografía que a menudo la prensa no admite.
Las distintas traducciones al francés, algunas tildadas de “traiciones”, así como las adaptaciones para lograr un libreto
cantábile, no deberían asombrar a nadie, y menos en estos tiempos de reescrituras hasta de la propia historia, por lo que quitar y añadir partes de la trama de
Don Guillermo, e incluso cambiarle el final, viene bien para alcanzar las metas propuestas en aras de la propia dramaturgia.

Este
“Hamlet” de Oviedo, con la puesta en escena de la asturiana
Susana Gómez, calificado por ella misma como “la frágil arquitectura de la realidad”, tiene carambolas argumentales en un escenario diría que atemporal y sencillo, en plano inclinado con trampillas efectistas y efectivas, cortinas de azul turquesa o aguamarina, iluminación de
Félix Garma que utiliza al final el frío blanco de los fluorescentes, con el siempre elegante vestuario de
Gabriela Salaverri solamente colorido para el coro o los personajes femeninos, pero donde el cénit llegaría en los dos últimos actos: la fiesta de la primavera (sin ballet, que sabemos complica y encarece las producciones) y la “escena de la locura” de Ophélie, aclamada por un público expectante, tormenta real de agua y plástico cual hielo, que no destripo (ahora con el anglicismo
“hacer spoiler”) para quien acuda a las siguientes representaciones, muy logrado visualmente, más el desenlace en el cementerio de
Elsinor (Helsingør en danés), logrado hasta en la fosa con la arena sacada a paladas e igualmente aplaudido, aunque nada sería igual sin un reparto muy homogéneo donde la triunfadora fue
Sara Blanch junto al protagonista
David Menéndez, dos roles complicados en la lengua de Molière, bien defendidos por este dúo que estuvo bien arropado de principio a fin por el resto del elenco, creciendo a medida que avanzaba la representación.

El príncipe danés estaba originalmente escrito para tenor y el propio
Ambroise Thomas hubo de adaptarlo a barítono por no encontrar un cantante que se adaptase a lo escrito por él. Papel exigente y poliédrico, casi omnipresente y sin apenas
utilería o atrezo donde apoyar la acción,
David Menéndez defendió su partitura desde un trabajo vocal pulcro, una escena que domina como pocos cantantes, y sobre todo un color vocal capaz de expresar todas las emociones de un personaje muy complicado. Pasajes introspectivos muy matizados (el famoso “ser o no ser” colocado en el acto tercero) con arrepentimiento cual plegaria, desazón y rabia contenida sin caer en excesos, como la escena junto al padrastro, buen empaste en dúos, tríos y concertantes, para acabar coronándose rey de la función.

Pero la reina de la noche fue la Ophélie de
Sara Blanch en un momento vocal extraordinario, con un personaje que crece a medida que avanza la trama, sobremanera en la esperada locura del cuarto acto que bordó, emocionó y levantó el clamor entre el público que interrumpió la finalización del aria. Si escénicamente supone recrear uno de los momentos más bellos de la historia del arte, coronada de flores y vestida de blanco con un larguísimo velo, su defensa de la partitura sacó lo mejor de su técnica interpretativa al servicio de lo escrito, incluida la
canción nórdica que Thomas incluyó tras trabajar en el estreno con la soprano sueca Christine Nilsson, y cantada por la tarraconense más de estilo italiano que francés, reconociendo que resulta complicado “cambiar el chip” de tantos años de estudio, pero su talento, convicción, versión y visión escénica la llevaron a entregarse de lleno y alcanzar el mayor triunfo de la noche.

No se quedó atrás la reina Gertrude interpretada por la mezzo francesa
Béatrice Uria Monzon sin problemas idiomáticos ni dramáticos, encarnando sobre la escena otro de los personajes llenos de aristas: madre amada y odiada, amante sin escrúpulos y dolorosamente arrepentida tal como nos la refleja
Thomas. Tan solo comentar la poca diferencia de color con la soprano española, aunque su registro grave lógicamente es más rotundo e ideal para su personaje, lo que hubiese enriquecido aún más las apariciones conjuntas de la gala.
En una obra de reparto dominado por hombres, el menorquín
Simón Orfila, como Claudius, cumplió con el papel de bajo en su línea de canto segura para un barítono que va cumpliendo años, de registros extremos sin dificultades de volumen, matizado siempre aunque con un vibrato en los agudos actualmente algo exagerado, pletórico sobre la escena y sin enturbiar la calidad global de todas sus intervenciones, siendo un cantante muy querido en la temporada ovetense.
Rotundo el palentino
Javier Castañeda como el espectro del rey difunto, asombrando en cada aparición desde la trampilla del suelo al patio de butacas en el final, llenando de sorpresas un papel que traía de nuevo al Campoamor muertos muy vivos y cantados sin problemas, pues esta vez la escena nunca molestó a las voces.
Breves las apariciones de Laërte pero convincente el santanderino
Alejandro del Cerro, un tenor seguro de color brillante que además tiene la virtud de empastar bien con todas las voces del reparto además de una escena donde se desenvuelve con soltura. Los papeles cortos son exigentes siempre para redondear una función equilibrada, y por ello hay que destacar en primer lugar a los dos sepultureros,
Juan Laborería y
David Barrera, que dejaron en alto un último acto brillante en todos los aspectos. Otro tanto para el Marcellus de
Josu Cabrero, el Horatio de
Carlos Carzoglio o el Polonius cantado por el mexicano
Alejandro López, varios debutantes en Oviedo que cumplieron.

Nuevamente reseñar el excelente trabajo del coro titular “
Intermezzo” que dirige
Pablo Moras en una obra con mucho peso y dificultades: cuerdas afinadas en todos los amplios registros, empaste y potencia exigida por la masa orquestal, escenas coreografiadas muy logradas, desde la fiesta báquica a la palaciega o el último cortejo fúnebre, y las voces graves como titiriteros, junto a una figuración excelente de
Emilio Álvarez Gutiérrez,
César Baragaño Esteo y
Oskar Fresneda Uribe, sobremanera en la representación del “drama dentro del drama”, junto a los alumnos de la asturiana Escuela Superior de Arte Dramático (
ESAD)
Senén Menéndez Valera y
Rafael Ordóñez Arce, pues todos juntos contribuyeron a redondear esta dramaturgia universal y atemporal donde el nivel homogéneo de todos prevaleció y enalteció los protagonismos en
una escena convincente.

Dejo para el final la participación en el foso de la
OSPA bajo la dirección de la francesa y debutante
Audrey Saint-Gil, que pudo sacarle más provecho a una partitura extraordinaria por la orquestación de
Thomas (que me recuerda a muchos compatriotas suyos), no solo acompañando a las voces, sin miramientos dinámicos, sino por la enorme cantidad de matices que encierra, llegando a asombrar al propio Chaikovski cuando la escuchó y enamorándose del sonido del saxofón (también
protagonista en este “Hamlet”). Los maestros de la orquesta asturiana tienen calidad suficiente y demostrada para exprimirles en una interpretación que resultó suficiente pudiendo haber sido sobresaliente, aunque supongo que con las siguientes funciones vaya mejorando. Desconozco si el material musical de los editores y propietarios de la obra (Alphonse Leduc et Cie, Paris) están a la altura del original de
Ambroise o bien que
la directora francesa necesite más recorrido para “hacerse con la obra”, que demostró no sólo ser del gusto del público asturiano, también una verdadera gran ópera francesa merecedora de más representaciones ante la excelente acogida que tuvo en este estreno festivo.

Como última curiosidad volver a incidir en lo cansino que resulta el ya habitual “pataleo de la primera función” al discurso asturiano por la megafonía del teatro tras el castellano y el inglés, olvidando la mínima cortesía o educación, que por otra parte asombra al público que viene a Oviedo y pregunta la causa del triste espectáculo previo a cada representación (aunque menguando en decibelios en las siguientes).
De las toses y móviles daría para toda una tesis doctoral, aunque no es privilegio de “La Vetusta del XXI” sino toda una pandemia.
Ficha:
Reparto:
Dic 17, 2022 @ 14:41:35
Oct 13, 2025 @ 10:12:03