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Domingo de finales g(r)anadas

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Domingo, 14 de julio, 23:00 horas. 73º Festival de Granada, Palacio de Carlos V, Conciertos de Palacio: #Bruckner200. Orchestre national du Capitole de Toulouse, Elsa Dreisig (soprano), Tarmo Peltokoski (director). Obras de Wagner, R. Strauss y Bruckner. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

Un 14 de julio para recordar por las finales acontecidas a lo largo del día y la noche, que me llevan a escribir a unas horas y desde un espacio poco habitual, pero debía reflejar lo vivido.

Si Don Carlos Alcaraz (ya está bien de Carlitos) se proclamaba «Carlos II de Wimbledon«, en la última noche de los Conciertos de Palacio se retrasaba el concierto previsto para las 22:00 horas y se instalaba una pantalla gigante (con polémica incluida)  para celebrar, casi como en Berlín, la victoria de España ante «la pérfida Albión» proclamándose Campeona de Europa. Las fotos de mi querido ©Ferminius atestiguan el ambiente que se vivió, con la única pega de no poder fumar ni beber dentro del Palacio (solo antes y al descanso fuera del recinto).

Pese a todo lo que se diga y/o escriba, la sensación de dos finales ganadas era inmensa, y a las 23:08 comenzaba el último concierto de este Festival, tras unas palabras de Antonio Moral y el presidente del Patronato agradeciendo a la Orquesta de Toulouse su disposición para aceptar estos cambios de horario (supongo que también se les pagaría más) y antes de decir adiós a cinco años al frente del mismo con el más famoso nacido en Puebla de Almenara que deja el listón muy alto, cediendo el testigo a Paolo Pinamonti al que le deseo todo lo mejor a partir de este mes de agosto.

Al fin y con todo el «músculo sinfónico», la Orchestre national du Capitole de Toulouse comenzaba con la poderosa Obertura de Die Meistersinger von Nürnberg, WWV 96 de Wagner, sonando épica como celebrando la victoria hispana en Alemania, formación «sin fisuras» y con un Tarmo Peltokoski al frente que mostró un gesto claro, amplio, preciso, marcando todo con ese inconfundible «estilo finlandés» que ya demostrase hace tres años en Oviedo (tras cancelar ¡ya por entonces! Alondra de la Parra), y con algún ligero desajuste tal vez fruto del cansancio y sonando no siempre como exigía el «nuevo talento báltico» abrieron esta primera parte.

Menos musculada instrumentalmente para las Vier letzte Lieder, op. 150, TrV 296 de Richard Strauss, la soprano Elsa Dreisig nos despediría con estas últimas canciones muy «mimada» por el director finlandés que siempre mantuvo a la orquesta en un plano casi camerístico para poder disfrutar de una voz de timbre bello, homogéneo aunque de graves aún faltos de más cuerpo y proyección suficiente para estas cuatro canciones con la traducción de los textos en los sobretítulos de Luis Gago, aprovechando la pantalla «futbolera». Delicadeza, expresión en los textos de Hesse no siempre con la mejor dicción en alemán, y la siempre emocionante Im Abendrot sobre un poema de Von Eichendorff, casi premonitoria de esta última final dominical, ganándose los aplausos de un público ya habitual (algunos cabreados por el cambio de hora) que valoró la entrega de la soprano francesa con una orquesta plegada a la voz.

Un descanso para hidratarse y al fin la esperada Novena de Bruckner, de nuevo con todo el músculo sinfónico que el austríaco volcaba en esta monumental sinfonía.  Tarmo Peltokoski volvió a demostrar el profundo conocimiento de la partitura, casi de memoria porque apenas pasaba las páginas de tres en tres, con indicaciones desde una batuta flexible (cual varita de Harry Potter que me decía al final uno de mis contertulios y compañero de fatigas granadinas) y una mano izquierda (en el amplio sentido de la palabra) capaz de sacar a los franceses una sonoridad compacta en todas las secciones, buenos solistas y los metales que siempre llamo «orgánicos» porque el de Linz fue un gran intérprete en el «instrumento rey» y una percusión capaz de hacer vibrar las piedras del palacio.

A la 01:06 horas concluía esta final granadina con más de 5 minutos de aplausos y con el gesto de irse a dormir de este joven finlandés que está llamado a engrosar una lista «de Champions» desde tierras orientales para poder seguir creciendo antes del salto a las «grandes» porque Peltokoski está «marcado», como nuestra selección nacional de fútbol o el tenista murciano, para ser los referentes del siglo XXI, que quienes somos del pasado siglo esperamos poder comprobar en primer persona.

Desde casa haré mi habitual resumen de este «mi» 73º Festival de Granada para agradecer tanto recibido en este mes inolvidable en la capital nazarí.

Dejo a continuación las notas al programa de mi admirado Luis Suñén:

Exaltación y despedidas

Con Los maestros cantores, Wagner exalta el alma alemana en momentos de afirmación. Por su parte, Strauss se despide con sus Cuatro últimas canciones de un mundo que ya no entiende. Y Bruckner se asoma a un abismo en el que parecieran intuirse por igual la gloria suprema y la nada absoluta.

A Wagner siempre le interesó la Alemania medieval y sus costumbres ligadas a la música, al canto más o menos popular y a sus concursos en los que a la inspiración debía unirse el respeto a la norma y que no dejaban de ser una suerte de parábola del verdadero ser del pueblo. Ese es el origen de la idea de Los maestros cantores, que se estrenaba en Múnich el 21 de junio de 1868. La exultante obertura, compuesta en 1862 durante un viaje en tren, es anterior a la redacción definitiva de la ópera y se diría que funciona como a modo de índice de sus principales temas. Se trata de una absoluta pieza maestra que refleja el tono de una comedia exaltadora tanto del amor como de las virtudes patrias.

Como sucede con las Metamorfosis, las Cuatro últimas canciones de Strauss son la despedida de un ser humano que, a la vez, dice adiós a su propio mundo, a un mundo que sabe acabado para siempre. También a una cultura, a una estética. La primera en componerse fue –en Montreux en 1948– Im Abendrot, sobre unos versos de Eichendorf y que ya marca por dónde va a ir el argumento del ciclo: el ocaso de la vida, el fin del caminar, el anhelo de descanso. Los otros tres textos pertenecen a Hermann Hesse y Strauss los extrajo de un tomo de poemas del escritor alemán que le hizo llegar su hijo Franz. Las canciones que se sirven de ellos se escribieron también en Montreux en julio del mismo año –Frühling–, en agosto –Beim Schlafengeben– y en septiembre –September–. Las Cuatro últimas canciones no son en realidad las postreras escritas por Strauss, pues hay una más tardía, Malven, terminada en Montreux el 23 de noviembre de 1948, dedicada a Maria Jeritza y estrenada por Kiri Te Kanawa y Martin Katz en 1985.

A pesar de haber tratado de empezarlo en 1887, tras poner fin a la Octava Sinfonía, Bruckner terminó el primer movimiento de la Novena en los últimos días de 1893. Dos meses después llegaría el Scherzo y el Adagio a finales de noviembre de 1894. Con las dificultades propias de un casi anciano valetudinario, Bruckner fue capaz de armar la estructura de un Finale en el que aparecen fragmentos apuntados junto a secciones ya orquestadas. Pero la Novena quedaría inacabada a la muerte del autor.
La sinfonía se construye sobre un armazón formal plenamente bruckneriano que pareciera extremar sus propias reglas, comenzando con ese extenso primer movimiento en el que la construcción temática, tímbrica y armónica remite a una grandiosidad que, sin embargo, está sometida de inmediato a la urgencia de un drama que, por mucho que se atempere en algún momento, no deja de crecer. El Scherzo supera con creces el calificativo de «intimidante» que Deryck Cooke aplica a alguno de los del autor. Y el Adagio, uno de los más grandes fragmentos de la historia de la música sinfónica, nos conduce hasta el borde del abismo, a contemplar lo que puede ser el horror ante la nada o la visión insoportable de la gloria en ese último crescendo que no concluirá la sinfonía, pues tras ese momento, se diría que intransferible, llega una calma que nunca sabremos si significa resignación, abandono o esperanza.

Lo que Bruckner consigue en su Novena, tal y como esta quedó, es hacernos presente un límite, un acabamiento, lo fatal, como diría Rubén Darío. Y lo hace a través de lo que podríamos llamar, avant la lettre, un expresionismo feroz, casi cabría decir que despiadado si no fuera por esos compases finales que suman a la indudable religiosidad de su autor el magisterio supremo para hablarnos de su propia e intransferible materia, a la vez vulnerable y eterna.

PROGRAMA

-I-

Richard Wagner (1813-1883):

Obertura de Die Meistersinger von Nürnberg, WWV 96

(Los maestros cantores de Núremberg, 1862-67)

Richard Strauss (1864-1949):

Vier letzte Lieder, op. 150, TrV 296

(Cuatro últimos lieder, 1947-49):

Frühling (Primavera. Texto de Hermann Hesse)

September (Septiembre. Texto de Hermann Hesse)

Beim Schlafengehen (Al ir a dormir. Texto de Hermann Hesse)

Im Abendrot (En el arrebol. Texto de Joseph von Eichendorff)

-II-

Anton Bruckner (1824-1896):
Sinfonía nº 9 en re menor, op. 109

(1887-96. Ed. Leopold Nowak):

Feierlich, misterioso

Scherzo. Bewegt, lebhaft; Trio. Schnell

Adagio. Langsam, feierlich

El barómetro gallego

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Viernes 3 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono X OSPA: Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG), Zitong Wang (piano), Antony Hermus (director). Obras de Beethoven y Wagner Henk de Vlieger.

En climatología usamos el barómetro para controlar la presión aunque nos fijamos más en la página metereológica que nos anuncian anticiclones y borrascas, muchas procedentes de nuestra vecina Galicia, y de ella volvía su Sinfónica (OSG) fundada en 1992, casi hermana de nuestra OSPA un año antes y precisamente con Víctor Pablo Pérez en la dirección junto al recordado percusionista Juan Bosco Gutiérrez (fallecido en 2011) de primer gerente en ambas formaciones, volviendo a nuestra su tierra al frente del Archivo de Música de Asturias en 1993 tras pasar ambos por la entonces Orquesta Sinfónica Provincial de Asturias (de 1980 a 1988), germen de la actual.

La OSG devolvía visita y venía con todos sus efectivos para afrontar dos obras totalmente distintas con el holandés Antony Hermus (1973) al frente, responsable del programa que tuvo claros y nubes, momentos de sol junto a verdaderas tormentas que parecen mantener la leyenda de que siempre «chove en Galiza«. La orquesta tiene calidad y plantilla para interpretar cualquier repertorio de los «imprescindibles» como ya pude comprobar hace siete años en Bilbao, y en sus dos anteriores visitas a la capital asturiana en 2022 y 2023, y desde el podio con la expresividad del neerlandés cada una de las secciones respondieron sin problemas a sus indicaciones, aunque el resultado no acompañó.

Para Beethoven la plantilla resultó ideal y la muy galardonada pianista china Zitong Wang (1999) nos dejó un soleado, luminoso, preciso y precioso Concierto para piano y orquesta nº 1 en do mayor, op. 15. Compuesto entre 1795 y 1798, en realidad se trata del primer concierto publicado, siendo el tercer concierto compuesto por el maestro. Así, el número 2 fue compuesto con anterioridad, terminado en marzo de 1795 pero publicado más tarde.

La primera audición conocida de este concierto fue efectuada por el propio Beethoven en Praga en 1798. El piano está acompañado por una orquesta compuesta por flauta, dos oboes, dos clarinetes, dos fagots, dos trompas, dos trompetas, timbales y cuerda, con un estilo que demuestra la asimilación de los compuestos por Mozart y Haydn, aunque con formas armónicas más bruscas que nos muestran la personalidad del compositor de Bonn. Václav Tomásek, otro joven pianista y compositor que escuchó este concierto en la capital checa, escribió: «Admiraba su poderosa y brillante forma de tocar, pero sus frecuentes y atrevidos cambios de una melodía a otra, dejando de lado el desarrollo orgánico y gradual de las ideas, no se me escapaban. Los males de esta naturaleza debilitan frecuentemente sus grandes composiciones, las que surgieron de una concepción demasiado exuberante. El oyente se despierta a menudo bruscamente… Lo singular y original parecía ser su principal objetivo…». Está claro que este «Concierto en Do mayor» fue una obra audaz y desafiante para los músicos acostumbrados a la lógica ordenada que había regido la música durante una generación, con muchos momentos que debieron haber sorprendido a sus contemporáneos y extrañamente caprichosos que siguen pasan desapercibidos para el público moderno. Si se me permite, quiero calificarlo de «Príncipe» porque en él hay muestras de lo que será su quinto «Emperador» y utiliza recursos que encontramos en sus sonatas para piano. La interpretación de la virtuosa china así lo entendió, de sonido claro, limpio, preciso, con una orquesta bien concertada desde el podio, sinfónica verdaderamente y jugando con todas las dinámicas tan del gusto del «sordo genial»: arpegios ascendentes y descendentes, escalas cromáticas, trinos preciosos, unas cadenzas que el propio Beethoven escribía (hasta cinco para este «primero») a diferencia de sus predecesores, y que son casi movimientos sonatísticos dentro del concierto. A destacar la expresividad de Hermus, la entrega de la orquesta escuchando a la solista y encajando perfectamente todos los finales de frase, así como la intervención del clarinete solista Juan Antonio Ferrer Cerveró, casi tan aplaudido como la pianista, tras ese «pegadizo» rondó final vertiginoso y con aire festivo (Allegro scherzando), antes de la borrascas que se avecinaba para la segunda parte.

Tras el «vendaval» beethoveniano, un claro en esta tarde del primer viernes de mayo, Schumann y el número 14 «Zart und singend» de los Davidsbündlertänze, op. 6 donde la pianista china volvió a demostrar no ya su sonido limpio y delicadeza, también una musicalidad que despuntó en el Largo anterior.

De los arreglos, adaptaciones y homenajes a las grandes obras de la historia de la música habría para  un tratado específico. Wagner es probablemente uno de los que nuestras bandas de música más difundieron ya en su tiempo, pues la rotundidad orquestal con la que escribe es perfecta para ese tipo de agrupaciones de viento y percusión. En el repertorio actual de banda, precisamente un holandés como Johan de Meij () es habitual en nuestros días por lo espectacular de su música original o arreglada, y de un paisano suyo, Henk de Vlieger (1953), el director Antony Hermus programó este «Tributo orquestal» a Los Maestros Cantores (2005) de Wagner, que pareció un tornado seguido de esas borrascas que sueltan agua a «calderaos» como decimos en Asturias. Casi una hora de música en once escenas sin pausa y todo un muestrario de la calidad de la OSG para una orquestación digna del alemán (flautín, 2 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes, 2 fagotes, 4 trompas, 3 trompetas, 3 trombones con bajo, tuba, timbales, percusión -4 intérpretes-, arpa y cuerda) donde de esa joya wagneriana el tema del preludio es recurrente y efectista, incluso con trompeta solista en uno de los palcos y una trompa fuera del escenario, pero parecía que la tormenta se comería a «El holandés errante» por mucho que el capitán Hermus quisiera llevar el timón con mano firme, en esta obra usando la batuta cual florete sin sangre. Destacar el excelente papel tanto de la madera como de todo el metal, con un quinteto de trompas comandado por Marta Isabella Montes Sanz que sonó wagnerianamente bien.

A falta de notas al programa, del «triturador wagneriano» percusionista y arreglista holandés Henk de Vlieger en su página se cuenta entre otras cosas sobre Die Meistersinger von Nürnberg que ocupa entre los dramas musicales wagnerianos un lugar especial por ser su única ópera “cómica” y el tema no basado en un mito o saga, como los personajes o la trama. Aquí vuelve a un lenguaje predominantemente diatónico y sus momentos más importantes están ambientados simplemente en la tonalidad de do mayor, con otro elemento musical sorprendente como es el brillante contrapunto, la combinación armoniosa de dos o más líneas melódicas aunque la orquestación sea relativamente «pequeña» en comparación con sus otras óperas. Cual sinfonía clásica, Wagner introduce temas y motivos que desarrolla y organiza en estructuras ordenadas, lo hacen muy adecuada su música para conciertos sinfónicos. «Henk de Vlieger ha realizado tres compilaciones sinfónicas de la obra de Wagner en los años 1990: El Anillo, una aventura orquestal, Parsifal, una búsqueda orquestal, y Tristán e Isolda, una pasión orquestal. Para ello, seleccionó los fragmentos más importantes de estas óperas y los colocó en un nuevo contexto sinfónico. Las partes vocales fueron omitidas o (cuando fue necesario) reemplazadas por instrumentos. Para dar a las obras un argumento musical continuo, creó nuevas conexiones entre estos fragmentos, preservando naturalmente los rasgos estilísticos de Wagner. En 2005 añadió este cuarto arreglo: Meistersinger, un tributo orquestal, once fragmentos que forman una suite orquestal de la ópera y fluyen entre sí sin interrupción. Gracias a la coherencia temática, el desarrollo de motivos y la recurrencia de melodías, este arreglo bien podría considerarse como un gran poema sinfónico o incluso como una sinfonía.
Meistersinger, un tributo orquestal, tuvo su primera presentación en Moscú el 29 de septiembre de 2006, dirigida por Eri Klas. El arreglo está dedicado al maestro Edo de Waart»
.

Personalmente resultó lo que los jóvenes llamarían un «truño«, desnudar la obra de arte total wagneriana  (Gesamtkunstwerk) para dejarla solo en lo instrumental hace por momentos pesado este tributo. Para la orquesta es todo un reto y los gallegos cumplieron como jabatos, pero no creo que el maestro Hermus, con ser un buen director, haya acertado en esta elección cuando la materia prima es de calidad, como estropear al cocinar el plato pese a contar con los mejores ingredientes. Puedo entender que quiera promocionar la música de su compatriota, pero este trituro orquestal resultó de climatología borrascosa más que anticiclónica, el frío que viene del norte europeo aunque gallegos junto con asturianos estemos acostumbrados a los aires del Cantábrico o las bajas presiones de las Azores. Este Wagner-Vlieger fue digno de dar nombre, como ahora es habitual, a una DANA con sólo algunos claros en la danza casi «gallega» de ambiente medieval (el número VIII) o el siempre impactante preludio de estos cantores que aparece a lo largo de este desarreglo tormentoso que al menos nos dejó el viaje sinfónico despejado, aunque fuera siguiera «orbayando»…

PROGRAMA

Ludwig Van Beethoven (1770-1827):
Concierto para piano y orquesta nº 1 en domayor, op.15.

I. Allegro con brio – II. Largo – III. Rondo. Allegro scherzando.

Richard Wagner (1813-1883) / Henk De Vlieger (1953): Die Meistersinger (an Orchestral Tribute):

I. Vorspiel I. Sehr mäßsig bewegt

II. Versammlung der Meistersinger

III. Gesang der Lehrbuben

IV. Sachsens Monolog

V. Vorspiel III. Etwas gedehnt

VI. Taufspruch

VII. Zöge der Zönfte

VIII. Tanz der Lehrbuben

IX. Aufzug der Meistersinger

X. Walthers Preislied

XI. Schlußgesang

La música enferma del Tristán

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Sabado 16 de marzo, 20:00 horas. 25 años de «Los Conciertos del Auditorio», Oviedo: Wagner: Tristan und Isolde (acto II en versión de concierto)Daniela Köhler, soprano (Isolda) – Corby Welch, tenor (Tristán) – Dorottya Láng, mezzosoprano (Brangäne) – Miklós Sebestyén, bajo (Rey Marke) – Juan Noval-Moro, tenor (Kurwenal / Melot), Düsseldorfer SymphonikerÁdám Fischer (director).

Las óperas en concierto no suelen funcionar, principalmente porque las voces por buenas que sean deben luchar con una orquesta detrás y no en el foso, más aún cuando se trata de Wagner y sus descomunales huestes sinfónicas que ni siquiera caben en nuestro Campoamor (lo que es una de las razones de su poca presencia en la temporada ovetense). Este sábado el ejército sinfónico alemán llegaba de Dusseldorf con su titular desde 2015 el gran Ádám Fischer (Budapest, 1949) a la batuta en una gira con parada en «La Viena Española» en la que hubiese preferido el programa de Haydn y Mahler antes que este segundo acto del Tristán al que Eduard Hanslick proclamó como «música enferma».

Si el musicólogo y crítico austríaco fue un defensor del arte puro, con la ópera entendida como el propio Wagner definió «obra de arte total» (Gesamtkunstwerk), la versión de concierto no funciona. La Düsseldorfer Symphoniker es una de las orquestas sinfónicas legendarias que venía mastodóntica (a partir de 8 contrabajos ya se imaginan la plantilla total, arpa incluida) y tan mahleriana como wagneriana con un Fischer al que aún recuerdo en 2013 con «La Pires» y sigue siendo uno de los grandes, con toda la música en una cabeza privilegiada como demostró este sábado. Pero el elenco vocal no puede gritar en una lucha de volúmenes, sólo salvada en los momentos escritos en piano, perdiéndose matices y toda la vehemencia que esta ópera exige. Sumemos que parte de los cantantes necesitaron partitura, otro  inconveniente que leyendo las notas al programa del musicólogo y crítico Alberto González Lapuente se entenderá mi razonamiento tras repasar al quinteto vocal.

Quiero comenzar por el tenor asturiano Juan Noval-Moro en los breves pero intensos Kurwenal y Melot, bien de volumen y color donde el grave ha ganado peso, seguro desde su primera aparición junto al rey Marke. Cosas de la historia lírica carbayona: en el Tristán de 2011 cantó otro asturiano como Jorge Rodríguez Norton en el rol de marinero y el tiempo le ha llevado a Bayreuth. Espero que el polesu siga con su trayectoria internacional donde parece más valorado que en su tierra.

Destacar personalmente al bajo-barítono húngaro Miklós Sebestyén que tiene una voz rotunda, redonda, de emisión perfecta y el único que mantuvo algo de escena, como el asturiano sin necesitar partitura, cómodo como Marke, melódico y expresivo sobreponiéndose sin problemas al tutti con el que finaliza su intervención del segundo acto.

Otra voz que me encantó fue la joven mezzo Dorottya Láng, otra voz  húngara que promete, aunque el lastre de la partitura le impidió brillar en su dúo inicial con Isolda, mejorando casi fuera de escena en la puerta izquierda con una proyección más amplia y sin la lucha fratricida por volúmenes. Un color ideal para esta Brangäne que deberá interiorizar para llevarla sobre las tablas si quiere seguir carrera en el templo wagneriano.

Faltó más musicalidad y entrega al Tristán del tenor norteamericano Corby Welch, un heldentenor algo «mermado» escénicamente por la atadura de la «necesaria» partitura delante, citando ahora a González Lapuente: «todo aquello que, en el dúo de amor, lleva a los dos amantes a fundirse en una entidad distinta, en una fogosidad que lleva a una pasión más supera la mera atracción, la del verdadero amor, la de la íntima armonía de las almas, la de esa unidad de los cuerpos que se confunde en un solo aliento, paradójicamente, en ‘un sentimiento químicamente puro’». No hubo contacto físico ni abrazos con Isolda, divorciados más que enamorados y separados con una línea de canto muy igual, gritando para intentar hacerse oír aunque afinado, pero no se puede tener al ejército detrás y cantar cómodo, así como morir más de una invisible lanza que de la esperada estocada.

Evidentemente la alemana Daniela Köhler demostró ser una soprano dramática ideal para su Isolda y en general para un Wagner que lleva interpretando apenas hace unos años atrás. Al menos intentó «dramatizar» y moverse en escena, con una potencia canora que por momentos recordaba la imagen tan wagneriana y distorsionada de las walkirias gritando para sobreponerse a la orquesta. El registro es amplio y homogéneo de color, con unos graves portentosos, un buen empaste tanto con Brangäne como con Tristán, pero que ni cerrando los ojos conseguí encontrar la química necesaria. Está claro que es una Isolda para las tablas pero faltó la emoción para creérmela.

Por supuesto que la Düsseldorfer Symphoniker es un «pedazo de orquesta» en todos los sentidos. La calidad de todas las secciones es impresionante, una cuerda capaz de unos pianissimi increíbles y mantener la presencia en los tutti «a toda pastilla» de unos metales seguros (hasta las trompas fuera de escena) y rotundos junto a una madera prodigiosa (despecialmente el clarinete bajo y la oboe), y un Ádám Fischer portentoso marcando todas las entradas, manejando una memoria juvenil y el talento de la madurez de un maestro entregado no ya a la lírica (donde sigue siendo referente) sino a las causas humanitarias como reflejaba en una entrevista para La Nueva España«La música en estos tiempos es un refugio, quiero despertar de la pesadilla de la guerra». Su amor por el de Leipzig es innegable («El mensaje de Wagner es universal para todas las generaciones: el deseo loco y la ambición por el dinero y el poder son veneno») y Fischer sacó de su orquesta todo lo mejor, la «oscuridad más clara» por Wagner imaginada, pero no puedo decir que en Oviedo mimase las voces: no hubo «la noche que se funde con el agua» en los canales del Palazzo Ca’ Vendramin Calergi del barrio o sestiere de Canareggio, hoy curiosamente Casino y Museo Wagner. Qué distinto hubiera sido la «Quinta de Mahler» con los de Düsseldorf y la Muerte en Venecia, pero al menos el dúo de amor de Tristán sigue provocando la misma emoción que la ciudad donde el propio compositor moría un 13 de febrero de 1883…

Wagner ya no es una cosa rara en Oviedo

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Jueves 25 de enero de 2024, 19:00 horas. Teatro Campoamor, 76ª Temporada Ópera de Oviedo: «Lohengrin» (1850), música y libreto de Richard Wagner.

Crítica para Ópera World del viernes 26 con los añadidos de fotos de las RRSS y propias, más links siempre enriquecedores, y tipografía que a menudo la prensa no admite.

La septuagésimo sexta temporada de la ópera ovetense llega a su fin con un esperado «Lohengrin» que sólo se representaría en 1897 y 1908 nada menos que con Francisco Viñas, y en 1949, versiones en italiano y español, debiendo esperar a recuperarlo en su versión original con una pobre producción de la Ópera del Teatro Nacional de Ostrava, que recuerdo como si fuese ayer de mis años de estudiante aquel 8 de mayo de 1983 en el IX Festival de Música de Asturias, conmemorando el centenario del Richard Wagner, algo que de por sí ya era “histórico” frente al reducto más puro del italianismo en que se convirtió Oviedo como ya por entonces reflejaba el profesor Casares en el libro del festival citado, recordando también a Bercelius, seudónimo del insigne poeta ovetense Ángel González quien en el periódico “La Voz de Asturias” escribía tras la reposición de 1949: «Una ópera de Wagner en Oviedo es cosa rara. No sé qué milagro o qué extraña casualidad hizo que se llegara a representar», y así ha sido hasta nuestros días. Al menos Don Ricardo en el siglo XXI ha vuelto al Campoamor más que en los dos siglos anteriores, si bien su música no dejó de sonar en nuestra tierra en sociedades filarmónicas, orquestas, coros e incluso bandas (“la música en postales” como las llamaba Adolfo Salazar), amén de una versión en concierto de 2008 en el Auditorio Príncipe Felipe (con Robert Dean Smith, Nancy Gustafson, Petra Lang y Hans Joachim Ketelsen).

Y es que Wagner ha estado presente más allá de Barcelona y Madrid, incluso trayendo la “rivalidad” con Verdi a Gijón y Oviedo, debiendo citar en la capital a un wagneriano de pro como Anselmo González del Valle, auténtico valedor de la música del alemán (como de Liszt), sin olvidar que Asturias siempre ha estado abierta a las corriente musicales europeas, al menos hasta la guerra civil como lo demuestran las estadísticas desde la década de los ochenta del siglo XIX. Bienvenido de nuevo este «Lohengrin» de nuestra época, que es el mejor epílogo de temporada con la esperanza de no esperar tantos años.

En un anfiteatro griego atemporal y abstracto se desarrolla esta historia del caballero del Santo Grial con la dirección escénica de Guillermo Anaya y la escenografía de Pablo Menor, simple, pura y “abrumadora” para mover a 193 personas del universo de Wagner, la obra de arte total (Gesamtkunstwerk) que siempre es exigente para todos pero nunca deja indiferente, haciendo partícipe de la acción a un público no muy entusiasmado pero que premió el esfuerzo global, con un vestuario de Raquel Porter huyendo de tópicos pero sobrio dentro una gama de colorido oscuro, contrapuesto al blanco y negro de la tragedia, con clara inspiración en el ‘art nouveau’ de referencias igualmente griegas.

Mucha filosofía clásica pero también de los contemporáneos de Wagner, unido a la psicología por la que transcurren tanto los protagonistas como el coro, trágico como los griegos, testigo y cómplice, lo público (conjuntos) frente a lo privado (de los dúos) a lo largo de casi cuatro horas de acción -con dos descansos- para armar este drama que fluye como la propia narración en alemán, llena de pasiones y conflictos de lo divino a lo humano. Así sentimos a las dos parejas principales contrapuestas, que fueron creciendo a lo largo de los tres actos y seguramente continúen en las tres funciones restantes.

La magia arrancó con el hermosísimo preludio inicial donde la OSPA mostró sus mejores cartas bien jugadas por un wagneriano reconocido como el maestro Christoph Gedschold (que ya dirigiese ‘El Ocaso’ de 2019), dibujando claramente los leitmotiven que cantarían los protagonistas, más el del tercer acto verdaderamente grandioso, de sonoridad clara en todo momento (incluso en las trompetas fuera de escena), dinámicas amplias, juegos tímbricos, primeros atriles impecables y la orquesta suficiente para este monumento operístico.

Impresionante el Coro Lohengrin Global Atac, el titular Coro Intermezzo reforzado para la ocasión: 68 voces más los cuatro pajes, maravillosas de afinación y presencia las siete voces de Divertimento, preparadas por Cristina Langa, verdadera cantera coral asturiana, que ayudaron a alcanzar una verdadera catarsis griega con el espectador. Momentos íntimos frente a los poderosos, especialmente los nobles y el pueblo de Brabante desde su primera intervención, al igual que graves y blancas por separado; también seguros y presentes los cuatro nobles “partiquinos” (Javier Blanco, Andoni Martínez, Francisco Sierra y Sergey Zavalin), sin olvidarnos de la famosa “marcha nupcial” que en la repetición fuera de escena costó algo más encajar con el foso, pero donde la colocación del coro, casi por cuerdas, unido al estatismo escénico tan de drama griego, pienso que lo agradecieron para poder impactar vocalmente, y donde el miedo a la masa orquestal hizo subir más decibelios de la cuenta aunque siempre insuflan emoción sonora al drama, sin perder nunca el empaste, el buen gusto y una emisión clara.

En el reparto una buena suma de voces conocidas y debutantes en la temporada ovetense. De las primeras el barítono gallego Borja Quiza nos dejó un correcto y poderoso heraldo del rey, la Ortrud de la soprano suiza Stéphanie Müther fue creciendo vocal y escénicamente, con un excelente segundo acto junto a Telramund. Y me quedo con la soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega que triunfó y brilló en esta Elsa que debutaba en Oviedo: muy trabajada vocalmente, bien dramatizada a lo largo de toda la ópera, con esa evolución psicológica desde el miedo inicial a la esperanza, el “duelo” con Ortrud, o la escena del tálamo con Lohengrin, brillando su voz de emisión siempre clara en todo el extenso registro, tanto en los necesarios fortes como en unos pianos delicados y amplios matices probablemente en un rol no puramente wagneriano pero que le viene como anillo al dedo, siendo la verdadera triunfadora.

Entre los debutantes, un correcto rey Heinrich del bajo Insung Sim, con buen volumen en el agudo y grave corto pero redondo; un excelente y homogéneo Simon Neal como Friedrich von Telramund en toda la partitura, de color bien diferenciado entre el barítono irlandés y el gallego, dejando para el final al australiano, afincado en Irlanda del Norte, Samuel Sakker como Lohengrin. Esperaba más del protagonista que defendió su papel con afinación y escena, volumen suficiente pero no plenamente “heldentenor” aunque el color redondo sí se asemeje a los tenores dramáticos que antes llamábamos abaritonados. Sus agudos no siempre sonaron claros, reconociéndole el esfuerzo en la afinación correcta, siendo los mejores momentos aquellos más “emotivos” como el dúo con Elsa, y espero que los años redondeen una voz aún poco wagneriana.

Si tanto el vestuario como la escena mostraron sobriedad y efectividad, siempre apoyada en la iluminación adecuada de Ioan Aníbal López, a nivel vocal el elenco fue muy equilibrado, con el coro impactante, la orquesta en su línea de seguridad en el foso para estas partituras tan densas, y un Gedschold dominador del Wagner que siempre nos hace reflexionar sobre la condición humana, que no da descanso, y poder disfrutar de estas experiencias únicas que suponen las óperas de Don Ricardo. Este «Lohengrin» tan esperado no decepcionó y al fin podemos decir que en Oviedo ya no es una cosa rara escuchar sus óperas.

FICHA:

Jueves 25 de enero de 2024, 19:00 horas. 76ª Temporada Ópera de Oviedo, Teatro Campoamor: «Lohengrin» (1850), música y libreto de Richard Wagner. Ópera romántica en tres actos estrenada en el Hoftheater de Weimar el 28 de agosto de 1850. Coproducción de la Ópera de Oviedo y el Auditorio de Tenerife.

FICHA ARTÍSTICA:

Heinrich der Vogler: Insung Sim – Lohengrin: Samuel Sakker – Elsa von Brabant: Miren Urbieta-Vega – Friedrich von Telramund: Simon Neal – Ortrud: Stéphanie Müther – Heraldo del rey: Borja Quiza – Nobles de Brabante: Javier Blanco Blanco, Andoni Martínez Barañano, Francisco Sierra Fernández, Sergey Zavalin – Cuatro pajes: María Alonso Sentíes, Aitana Carnicero Peinado, Carolina Cortijo Busta, Carla Gutiérrez Fernández, Irene Gutiérrez Fernández, Alberto Pardo López, Lola Villa Suárez.

Dirección musical: Christoph Gedschold – Dirección de escena: Guillermo Amaya – Diseño de escenografía: Pablo Menor – Diseño de vestuario: Raquel Porter – Diseño de iluminación: Ion Aníbal López.

Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) – Coro Lohengrin Global Atac (Coro Intermezzo) – Escuela de Música Divertimento.

PRENSA PREVIA:

La vuelta de Lohengrin a Oviedo

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La septuagésimo sexta temporada de la ópera ovetense llega a su final con cuatro funciones (los días 25, 28 y 31 de este mes, más el 3 de febrero en que bajará definitivamente el telón), con un esperado «Lohengrin», música y libreto de Richard Wagner (1813-1883), ópera romántica en tres actos estrenada en el Hoftheater de Weimar el 28 de agosto de 1850, que se representaría al poco en Oviedo (en 1897 y 1908) nada menos que con Francisco Viñas.

Habría que esperar al siglo siguiente, en 1949 que sería la última de la temporada del remodelado Teatro Campoamor y parece que también en 1965, aunque el 8 de mayo de 1983 volvería a nuestro templo lírico pero enmarcado en el IX Festival de Música de Asturias que comandaba mi querido profesor Emilio Casares Rodicio, conmemorando el centenario de la muerte de Richard Wagner.

Habrá que recordar más a menudo aquellos festivales que comenzaron siendo semanas temáticas (Renacimiento, Barroco) para crecer musicalmente, recuperar repertorios y traernos a Asturias ofertas que entonces resultaban baratas y con una calidad que una vez educados en lo bueno, dejaban mucho que desear pero sirvieron para colocarnos en el mapa español, hacer educación, formación y afición, inquebrantable hasta nuestros días.

Aquella pobre producción de la Ópera del Teatro Nacional de Ostrava, la recuerdo como si fuese ayer junto a mis años de estudiante de Historia del Arte: un tenor entrado en años en el rol protagonista vestido de blanco impoluto marcando atributos con un cisne de cartón piedra y una voz horrible que probablemente espantaría a quienes escuchasen a Wagner por primera vez. Pero poder ver y escuchar aquel «Lohengrin» ya era algo inédito para muchos de mi generación, tal vez con humoradas gastadas tras el paso de las llamadas «compañías del Este» que además no resultaban caras las entradas y los estudiantes teníamos descuentos.

Pero este «Lohengrin» de 1983 sería de por sí “histórico” frente al reducto más puro del italianismo en que se convirtió la Vetusta clariniana desde su reinauguración en 1948, pues ya en la recuperación de 1949 escribía mi profesor Casares en el citado libro del festival recordando a “Bercelius” (seudónimo del insigne poeta ovetense Ángel González), quien en el periódico La Voz de Asturias escribía: “Una ópera de Wagner en Oviedo es cosas rara. Nos sé qué milagro o qué extraña casualidad hizo que se llegara a representar”, y así ha sido hasta nuestros días, un milagro aunque Don Ricardo en esta centuria sí ha vuelto al Campoamor más que en los dos siglos anteriores si exceptuamos algunos Rienzi  (el de 2012 creo fue el último) o Parsifal; me faltaron el Holandés del 2000 o Tannhäusser de 2005. Al menos he podido disfrutar dos Tristán (2007 y 2011) y aprovechando de nuevo otra celebración -esta vez la del bicentenario de Wagner– arrancaría 2013 con un Anillo «dosificado» bianualmente (El oro del Rhin en 2013, La Walkiria en 2015, Sigfrido en 2017 y El ocaso en 2019), pues ya sabemos que Oviedo ha sido muy verdiano pese al esfuerzo por ampliar repertorios.

En la joya de libro del IX Festival de Música de Asturias editado por la Universidad de Oviedo, que guardo en lugar privilegiado de mi biblioteca entre mis recuerdos musicales siempre a mano, encontramos todos los conciertos, ballets y óperas programadas en la capital asturiana pero también, y con buen criterio, en Gijón, Avilés o La Felguera, pues Casares sabía que descentralizar era también una obligación que la propia universidad, como organizadora, entendió contando con el apoyo de los distintos ayuntamientos donde se celebraría este primer gran festival de música y danza, junto a colaboradores como el Centro Regional de Bellas Artes, la SOF (Sociedad Ovetense de Festejos) o la felguerina Sociedad de Festejos «San Pedro», sumándose la centenaria Sociedad Filarmónica Gijonesa, la Cátedra Jovellanos (entonces Extensión Universitaria), incluso la emblemática «Real Musical» de Asturias que abriría fuera de Madrid su sucursal (e incluso academia), implicando al entonces asturiano Banco Herrero y hasta el Instituto Goethe de Madrid, pues Don Emilio llamaba a todas las puertas aunque algunas no respondían.

Lo mejor del libro está en la segunda parte donde con el título de Homenaje a Richard Wagner en el centenario de su muerte encontramos unos artículos con las mejores firmas asturianas de nuestros profesores y referentes, incluso recuperando a Adolfo Salazar, siempre «presente» en aquellas clases de «Historia de la música» en 4º y 5º de carrera que disfrutábamos en el «aulín de música» de la Plaza de Feijóo, en el último piso de la entonces Facultad de Filosofía y Letras (hoy de Psicología) antes del primer salto a las nuevas facultades de El Cristo (ya con una señora aula de música y biblioteca específica, además de unos suelos resbaladizos por recién pulidos), y que finalmente recalaría en el actual Campus de El Milán (que ya no disfruté como estudiante pese a mis tres años de «peregrinaje» en el último curso de carrera gracias a El Cid cateador, con quien fumábamos en el hall haciendo una parada entre clases para evitar el humo en el aula que con el proyector de diapositivas parecía un club de jazz).

Imprescindibles los «Testimonios» con citas wagnerianas de todo tipo, más una cronología de Wagner y la bibliografía con discografía que completan este verdadero «catecismo wagneriano», pues como bien contaba nuestro profesor, «el 14 de mayo de 1883 en que fallecía Wagner en Venecia, ya se habían publicado en torno a él, diez mil libros y artículos; difícilmente ningún otro hombre ha podido presentar tal trofeo ante la historia. En los cien años que han pasado después de su muerte se ha centuplicado esta cifra y en realidad uno piensa que es difícil decir nada nuevo sobre este auténtico mito del arte de Orfeo» y citaba a Ernest Newman, uno de los mejores biógrafos del alemán: «Con cada año que pasa desde la muerte de Wagner, se hace más evidente que no ha existido ni un solo compositor capaz de hacer una obra al mismo tiempo tan nueva y coherentemente hilada» (página 71 del libro del IX Festival).

El profesor Emilio Casares, que nunca duerme, ya entonces sacaba tiempo para dejarnos no uno sino dos escritos con su estilo inimitable, docto y documentado donde nos recordaba que la música de Wagner no dejó de sonar en nuestra tierra en sociedades filarmónicas, orquestas, coros e incluso bandas (“la música en postales” como las llamaba Salazar), trayéndonos también a clase «chismes» que reflejaría después en tantas publicaciones, como «Wagner y Asturias» (idem pág. 106 y ss.), más allá de Barcelona y Madrid, incluso trayendo como anecdótica la “eterna rivalidad” Gijón y Oviedo, Wagner y Verdi, Dindurra frente a Campoamor como Liceu y Real, citando en la capital astur algunos ilustres wagnerianos como Anselmo González del Valle, auténtico valedor de la música del alemán (como lo fue de Liszt), o incluso Leopoldo Alas «Clarín» (de estudiante de Derecho en Madrid), sin olvidar que Asturias estuvo siempre abierta a las corriente musicales europeas, al menos hasta la guerra civil como así demuestran las estadísticas desde la década de los ochenta del siglo XIX.

Y 41 años después, en esta nueva etapa de la Ópera de Oviedo, regresa al fin en el siglo XXI un «Lohengrin» de nuestra época, el mejor epílogo de la 76ª temporada con la esperanza de no esperar otros cuatro lustros (pues seguro que no lo disfrutaré), en una coproducción con el Auditorio de Tenerife, que contaré para Ópera World y en este blog.

Next Gen: Los jóvenes buscan su sitio

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Viernes 15 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Next Gen «Ven a tocar con la OSPA». Sara Ferrández (viola), Nuno Coelho (director). Obras de Wagner, Martinu, TelemannRavel. Entrada butaca: 5 €.

Nada mejor para acabar este año que ver a nuestra OSPA con alumnado de los conservatorios asturianos (dejo al final de esta entrada la lista con todos) y el titular portugués al frente dando paso a la «Next Gen», la siguiente generación de músicos que pronto estarán en muchas orquestas profesionales, incluso exportando talento que en mi época era impensable.

Me tocó recordar los 40 años de la JONDE e incluso nuestra JOSPA que no estaría mal recuperarla, pues la experiencia que supone compartir atriles con los maestros de la OSPA no sólo es indispensable para su formación, también por insuflar aire joven a la plantilla que escucha cómo los jóvenes vienen pidiendo paso. Muchos continuarán su formación fuera de Asturias, algunos se incorporarán a esa JONDE, pocos a la Joven Orquesta Europea o la Mahler, e incluso encontrarán trabajo por Europa, pues la semilla que se sembró ya hace años al fin germinó, creció y estamos recogiendo muchas cosechas de excelentes músicos de orquesta. Y este viernes con la violista  madrileña Sara Ferrández (1995), un joven talento ya desde los 3 años que ya ha encontrado su sitio internacional pero no olvida sus orígenes, aportando su saber a esta generación que en mi juventud se llamaban por un anuncio de coche JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) y esta temporada es colaboradora artística de la OSPA.

Para abrir boca y con plantilla «gigante» nada menos que la obertura de Los maestros cantores de Nüremberg (R. Wagner, 1813-1883), un orquestón comandado por Aitor Hevia de concertino invitado -un habitual de casa que siempre ayuda a cohesionar la orquesta asturiana- esta vez con Fernando Zorita a su izquierda, y Nuno Coelho llevando todo con mano firme, contagiado del impulso que emana esta inmensa página orquestal. Había que controlar las dinámicas y contener el ímpetu juvenil, la cuerda equilibrando el poderío de unos metales germánicos a más no poder, así que una inyección sonora en este inicio de concierto.

Ya con menos plantilla llegaría Sara Ferrández para ofrecernos la Rapsodia concierto para viola, H. 337 del checo Bohuslav Martinu (Polička, Bohemia, 1890 – Suiza, 1959), con dos movimientos (I. Moderato – II. Molto adagio) aplaudidos ambos por un público «familiar» que dejó una buena entrada y saborearía esta página de lucimiento de la violista y buen hacer de la OSPA con un Coelho buen concertador. Solista de sonido redondo, presente, limpio, con ese timbre tan humano y unos fraseos interiorizados e intencionados, jugando con los cambios de tempi internos manteniendo una homogeneidad tímbrica digna de mencionar. Temas populares como es habitual en las rapsodias, pero con un tratamiento solista muy cuidado por un compositor y violinista que también se enamoraría de la viola precisamente por ese timbre a caballo entre su instrumento y los chelos.

Para la segunda parte volvería Sara Ferrández con una orquesta camerística de cuerda y todo el alumnado asturiano de esta disciplina (CONSMUPA más los Conservatorios Profesionales de Oviedo, Gijón, Avilés y Mancomunidad Valle del Nalón), «solos ante el peligro» para el Concierto en sol mayor para viola y orquesta (G. Ph. Telemann, 1681-1767), todo un examen para el alumnado con el maestro Coelho llevándolos «de la mano». Magisterio de la violista con sonido cálido y expresividad en el registro grave de su David Tecchler (1730), dialogando con la joven orquesta  (donde eché de menos un clave, pero en Asturias faltan estudiantes si no hay profesorado o no se le permite compaginar docencia e interpretación) con algún problema de afinación que el tiempo corregirá, pero con la alegría de poder formar parte de una interpretación más allá de historicismos, haciendo grupo, escuchándose (bien los chelos) y compartiendo estos cuatro movimientos (I. Largo – II. Allegro – III. Andante – IV. Presto) bien marcados por el director portugués, uno de los artífices de este proyecto al que deben darle continuidad a largo plazo.

Para rematar este «Ven a tocar con la OSPA», dos maravillas de uno de los mejores orquestadores como el vascofrancés Maurice Ravel (Ciboure, 1875 – París, 1937), primero la Alborada del gracioso, después una joya como La Valse (¡al fin con dos arpas!). En ambas páginas faltó «pegada» (punch en otro argot) y probablemente más ensayos, difícil encajar tanto escrito para poder interpretarlo sacando tantas sonoridades que no todas las grandes orquestas y directores llegan a alcanzar, pero queda la buena intención y momentos puntuales para corregir.

La «Alborada» tardó en encontrar su pulsación tras el pizzicatti inicial, con la madera marcando diferencias de calidad (bravo Mascarell al fagot), metales algo contenidos y una percusión que podía haber tenido mayor presencia, aunque Coelho intentó unificar sonoridades matizando al detalle .

Y la inmensa «Valse» arrancó tímida, rubatos de difícil encaje pero bien intencionados, todas las secciones  buscando la complicidad con el podio pero como «islas» salvo nuevamente la excelente madera (bravo las flautas) y por fin toda la percusión dominadora. Una interpretación que seguramente con más tiempo hubiese resultado magnífica al contar con tan buenos mimbres, quedando en «aseada» que diría el recordado Juan Estrada  Rodríguez ‘Florestán’, pero con la ilusión de ver el escenario con una orquesta grande (ojalá sea pronto gran orquesta).

Faltaba reunir a todos los músicos en un homenaje y regalo para todos: nada menos que la Orgía de Joaquín Turina (Sevilla, 1882 – Madrid, 1949), aires sevillanos y un cante jondo de Max von Pfeil junto al oboe de Ferriol, lo mejor de esta página luminosa y fresca como la del alumnado que podrá enseñar las fotos con los maestros de la OSPA, ponerlo en su CV cara al futuro, y con un Nuno Coelho contagiando a todos la ilusión por seguir haciendo música orquestal.

Les deseo a todos unas felices y merecidas vacaciones navideñas (aunque los músicos nunca las tienen).

La viola romántica de Isabel Villanueva

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Miércoles 22 de noviembre, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Sociedad Filarmónica de Oviedo: Concierto 17 del año (2060 de la Sociedad). Isabel Villanueva (viola), Calio Alonso (piano). Obras de Schumann, Schubert, Wagner y Brahms.

Entre Madrid y Zürich camino de Alemania, nuestra violista más internacional, la navarra Isabel Villanueva (Pamplona, 1988) hacía parada en «La Viena Española» junto al pianista granadino Calio Alonso (Baza, 1985) para ofrecernos un programa germánico de puro romanticismo, donde el instrumento de Enrico Catenar (Turín, 1670) cantó lieder sin necesidad de palabras. Las reseñas que acumula la pamplonesa la definen como «artista que arriesga», «artista sensible que sabe sumergirse en lo más profundo de la música» y añadirle la pasión en cada obra que afronta, encabezando el movimiento «Viola Power», interpretando tanto compositores actuales como los llamados clásicos. Un miércoles para seguir llenando de calificativos una biografía que no para de crecer.

Villanueva nunca defrauda, sea camerística o sinfónica, y esta fría tarde del otoño asturiano en su nueva visita a la capital asturiana, debutando en la centenaria sociedad ovetense, nos traería un repertorio con cuatro «tops románticos» germánicos para disfrutar de su sonido hermoso, siempre a caballo entre el violín y el chelo pero con un timbre «más humano» por cercanía en el registro a la voz natural, que además habla en cada pentagrama, transmitiendo una sensación de calma interior, jugando con las tesituras de las obras elegidas.

Con el piano del baezano la primera parte comenzó con Schumann y una de las tres romanzas (para oboe aunque hay versiones para violín, clarinete o esta tarde viola con piano), que se indica como «Nada rápida», abriendo los oídos del Filarmónica en un canto pausado, respirando con largos trazos dialogados junto al piano siempre compañero más que acompañante, para pasar sin pausa a Schubert y su conocida Sonata «‘Arpeggione’, D 821, instrumento «transmutado» a la viola, la calidez del registro propio bien entendida con el piano del bastetano. Tres movimientos para comprobar que la música bien escrita admite versiones, y Villanueva las trata con el respeto al original pero desde la sonoridad ideal de una viola capaz de sonar aterciopelada (impecable el Adagio central) e incisiva, interiorizada y cantarina. Tan solo en los pizzicatti perdió algo de volumen pese al mimo del piano, aunque la tímbrica funcionó y el aliento romántico se mantuvo en los cuatro movimientos si sumamos como primero la romanza, matices amplios en el dúo y aires germanos de salón hoy convertido en teatro.

Y dos «pesos pesados» para a segunda parte, un programa que sonará pronto en Suiza, lieder que  canta la viola de Villanueva compartiendo musicalidad con el piano de Alonso. Primero los Wesendonck Lieder de Wagner, arreglados por la propia Isabel en una tarea donde comunicar esas páginas originales  para voz femenina en una visión diría que didáctica, pues lo camerístico y vocal es fuente básica en la escucha y por supuesto en la interpretación, obligando a «cantar interiormente» los poemas de Mathilde Wesendonck, el único (?) amor platónico del alemán. Mientras Wagner trabajaba en el primer acto de Tristán e Isolda escribe este ciclo de cinco canciones de lo más inspiradas, una música de «transfiguración y consagración supremas» que la viola de Isabel Villanueva y el piano de Calio Alonso entendieron como tal. Arranque dubitativo pero expresivo, planos sonoros amplios ricos, cantos de emociones elevando estas páginas vocales al color y calor instrumental, que en cierto modo recrearán pronto en el Zurich wagneriano el episodio de su «envío a Venecia» por parte de Minna Planner. Melodía pura en Der Engel con un piano matizado; súplica estática en Stehe still!, el inspirador preludio «isoldiano» mejor desnudo de palabras pero vestido con el color de la viola y una orquesta de 88 teclas pidiendo se detenga el tiempo; penas o tormentos del Schmerzen que cantó en todo el registro vocal la viola de Villanueva bien asentada en Alonso; y final del estudio para Tristán, «el olvido de todo, el único recuerdo» que devolvía y compartía protagonismo en este dúo antes de afrontar el final del concierto.

Y para amor platónico el de Brahms hacia Clara Schumann, cerrando el círculo del programa. Otros cinco «lieder» sin necesitar palabras, bellísima la elección e interpretación de todos y cada uno de ellos, el último romántico y gran melodista que se adapta como un guante a esta reinterpretación con la viola y el siempre exigente piano. Comenzaría el dúo con las dos primeras del op. 105, la melodía que atrapa (Wie Melodien zieht es mir) y el sueño tranquilo (Immer leiser wird mein Schlummer), que bisarían al final, canto de tenor más que viola, articulando cada frase en diálogo perfecto con un piano profundo. El alegre y breve «Domingo» (Sonntag), tercero de los cinco op. 47 que la viola sonó aquí a mezzo corpórea con un piano cristalino. Finalizarían con dos de las cuatro op. 43: segunda «La noche de mayo» (Die Mainacht), piano tranquilo sobre el que se dibuja una de las más bellas melodías del «eterno enamorado» en la viola reposada y profunda con agudos contenidos cual voz femenina de soprano, para finalizar con la primera «Del amor eterno» (Von ewiger Liebe), como un cambio de registro de la viola al mejor barítono de lied con piano alemán, un tándem de intensidades y complicidad para una pasión compartida.

Un programa de canciones sin palabras donde se sumaría nuestro Falla con el último Polo de las «Siete Canciones Populares Españolas«, cantando con la viola como «la Berganza» y el piano de Lavilla, otro tándem ideal para cerrar concierto, aunque ante el éxito bisaron el Immer leiser wird mein Schlummer de Brahms.

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

R. Schumann (1810-1856): Drei Romanzen, op. 94: «Nicht schnell»

F. Schubert (1797-1828): Sonata «‘Arpeggione’, D 821: I. Allegro moderato; II. Adagio; III, Allegretto

SEGUNDA PARTE

R. Wagner (1813-1883): Wesendonck Lieder *: «Der Engel»; «Stehe still!»; «Im Treibhus» **; «Schmerzen»; «Tráume» **

* Arreglo de Isabel Villanueva – **  – Stude zu Tristan und Isolde

J. Brahms (1833-1897) Fünf Lieder, op. 105: 1. «Wie Melodien zieht es mir»; 2. «Immer leiser wird mein Schlummer»

Fünf Lieder, op. 47: «Sonntag»

Vier Gesánge, op. 43: «Die Mainacht»; «Von ewiger Liebe»

Levit, el pintor elegante

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Jueves 13 de julio, 22:00 horas. 72 Festival de Granada, Palacio de Carlos V, “Grandes intérpretes”: Igor Levit (piano). Obras de Stevenson, Schumann, Wagner y Liszt. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

Si de algo puede presumir esta septuagésimosegunda edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada es contar con una pléyade de pianistas reconocidos mundialmente, y no podemos quejarnos de los que ya llevamos. Continuando con esta alineación de astros volvía tras su debut en 2020 el pianista ruso nacionalizado alemán Igor Levit (Nizhni Nóvgorod, Rusia, 1987) con un programa muy original (aunque volvimos a escuchar la Fantasía op. 17 de Schumann) lleno de homenajes, fantasías y virtuosismo al servicio de la música.

Una partitura me recuerda el paisaje al que se enfrenta un pintor, y podemos tener varios contemplándolo donde cada uno elegirá con su técnica el color, la intensidad, el brillo, las líneas, la profundidad, la perspectiva… El mismo paisaje pero enfoques distintos, los pianistas pintores de sonidos desde su punto de vista e interpretación. Incluso con la misma escuela, en este caso la rusa que sigue siendo referente y cantera mundial, enseña a mantener una visión propia sin perder el paisaje original aunque la luz cambie y los días también.

Levit comenzaba con una original obra del compositor y pianista escocés Ronald Stevenson (1928-2015), continuando con las fantasías al piano, esta vez homenaje a Benjamin Britten y su más célebre ópera, la Peter Grimes Fantasy (1971) llena de referencias casi “orquestales” de los preludios marinos. Levit pintó todo el colorido de esta partitura, mezclando los colores de los temas de Britten, el timbre como trazo, efectos de pedal y el necesario además de esperado virtuosismo,
eligiendo distintos pinceles según el grosor con un sonido que parecía tener claro en su propia paleta. Reconocibles los motivos y amplias dinámicas mezclando no sobre el óleo sino en un piano poderoso y elegante en todos los trazos. Las fantasías y homenajes pianísticos de estos “Grandes intérpretes” nos permiten comprobar la riqueza de partituras y ejecutantes.

Por lo apuntado del punto de vista, escuchábamos dos días después la Fantasía en do mayor, op. 17 (1836) de Robert Schumann (1810-1856) con un colorido distinto, Levit ofreció una visión más luminosa y emotiva que la de su compatriota Trifonov, elegancia y fuerza en la mano izquierda poderosa y la delicadeza en la derecha, tempi contenidos y sonoridad más difusa con un pedal “global” buscando ambientes y referencias claras a la inspiración de Schumann en Beethoven más que el amor a Clara. Los tres movimientos (I. Durchaus fantastisch und leidenschaftlich vorzutragen. Im legenden Ton – II. Mäßig. Durchaus energisch – III. Langsam getragen. Durchweg leise su halten) fueron como lienzos de gran tamaño y color, pasión en el primero bien dibujado, trazos amplios y enérgicos del segundo, y un tercero grisáceo casi abocetado por el propio paisaje que se vuelve triste. Dos visiones rusas de un mismo paisaje que podrían analizarse incluso por la forma de sentarse ante el caballete y en tiempos donde se habla de la “comunicación no verbal” la de los pianistas es al menos curiosa. Los “tics” de cada uno se reflejan en la interiorización de cada obra y en la siempre necesaria concentración previa, en el caso de Levit sus estiramientos tras los pasajes fuertes, la mano derecha que vuela en los silencios o se apoya en el taburete. Esta noche el sudor que se secaba con la manga y las inflexiones sobre el teclado reforzando toda su gama de matices asombrosos.

Sin pausa prosiguió la fantasía e inspiración operística desde la técnica apabullante del ruso con una transcripción pianística (como en Stevenson) del Preludio de Tristan und Isolde, WWV 90 de Richard Wagner (1813-1883) en el arreglo realizado por otro intérprete célebre y virtuoso como el húngaro Zoltán Kocsis. que el pianista ruso ha grabado recientemente, Si en Britten el trazo era amplio, para Wagner se rehacía el dibujo sobre el óleo musical, el paisaje era complicado de plasmar porque la densidad del original orquestal resulta más intrincada desde el piano. Pero Igor Levitt no sólo demostró oficio, también creatividad y conocimiento profundo del original, al igual que Kocsis. Intensidades extremas con variedad de pinceles y gama amplísima de colores, un tema que los grandes pintores han reflejado (como Rogelio de Egusquiza, Dalí o John William Waterhouse) cada uno inspirado en su tiempo y estilo. Este de Levitt fue un derroche de colores bien claros y líneas dibujadas con diferentes grosores, sobrescritas para encontrar la visión global.

Sin pausa ni aplausos, aún contemplando este preludio quedamos “en familia” pasando al yerno de Wagner, Franz Liszt (1811-1886) que como bien se indica en la web del Festival, decidió llevar al piano solo la Muerte de Isolda y no el Preludio. La Sonata para piano en si menor, S. 178 (1853) es la única incursión en esta forma, dedicada a Schumann en devolución a la Fantasía primera y de la que Clara Schumann escribió a su amigo Brahms que era un ruido ciego. Levit empleó todos los recursos para pintar este inmenso mural, más que un lienzo, sin atenerse a la norma clásica de los “cuatro movimientos”, huir y transgredir como buen romántico para romper con las tradiciones, y si al suegro le encantaron, a los presentes la visión que contémplanos aún más. Como apunta Rafael Ortega de esta Sonata en las notas al programa “monumental cuadro de carácter cíclico en el que se suceden los cambios de tempo y expresión, con sabios juegos de contrastes, y en el que la tradicional secuencia de exposición-desarrollo-reexposición aparece menos definida, con incorporación –como en el caso del Beethoven postrero– de formas raramente utilizadas antes por él mismo, como la fuga”. Innovador y rompedor tanto Liszt como Levit en plasmar la imaginación desbordante del húngaro, jugando con los matices y los aires de esta enormidad paisajística.

Cada movimiento (Lento assai / Allegro energico / Grandioso / Recitativo / Andante sostenuto Quasi adagio / Allegro energico / Stretta, quasi presto / Presto / Prestissimo Andante sostenuto / Allegro moderato / Lento assai) parecía independiente por lo variado del trazo, de la línea, de la perspectiva, de la dificultad que una vez finalizado pudimos comprobar la unidad estilística donde el virtuosismo ayudó a contemplar una obra maestra.

Noventa minutos de carga emocional a cargo de Igor Levit, enorme pintor que volvería a Schumann de regalo con el último número de las Kinderszenen, op. 15, las escenas de niños: pausado y emotivo “El poeta habla” (Der Dichter spricht) que podríamos retitular “El pianista pinta”. Grandes obras y otro gran intérprete del piano en este festival.

OBRAS

Ronald Stevenson (1928-2015):

Peter Grimes Fantasy (1971-1972)

Robert Schumann (1810-1856):

Fantasía en do mayor, op. 17 (1836)

I. Durchaus fantastisch und leidenschaftlich vorzutragen. Im legenden Ton

II. Mäßig. Durchaus energisch

III. Langsam getragen. Durchweg leise zu halten

Richard Wagner (1813-1883):
Preludio de Tristan und Isolde, WWV 90 (1859, arr. de Zoltán Kocsis)

Franz Liszt (1811-1886):

Sonata para piano en si menor, S. 178 (1853)

Lento assai / Allegro energico / Grandioso / Recitativo / Andante sostenuto Quasi adagio / Allegro energico / Stretta, quasi presto / Presto / Prestissimo Andante sostenuto / Allegro moderato / Lento assai

Transfiguración y esperanza

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Sábado 24 de junio, 20:00 horas. 72 Festival de Granada, Auditorio Manuel de Falla, “Conciertos de Palacio”: Joven Orquesta Nacional de España (JONDE), Eliahu Inbal (director). Obras de Wagner y Bruckner. Fotos de Fermín Rodríguez.

Cuarto día de Festival y doblete en la Festividad de San Juan con la JONDE completando un duro trabajo desde el pasado 9 de junio con 13 reputadísimos profesores de diferentes especialidades llegados de distintas orquestas y conservatorios para el Segundo Encuentro Sinfónico de 2023, preparando un programa con la murciana Isabel Rubio de directora asistente y residente, para dejarla finalmente en manos del maestro israelí Eliahu Inbal (Jerusalén, 1936) con envidiable salud, ánimo y un eterno magisterio sacando de estos 92 músicos a su mando el mismo ímpetu que él transmite desde el podio.

Se notó la complicidad y esfuerzo para hacer de esta orquesta de “elegidos” (entre 18 y 28 años) un potente equipo musical, emocionando en las obras elegidas, propina incluida, que han girado por Baeza (sede de los encuentros), Almería, Jaén y finalmente Granada cual reválida final.

El profesor Pablo L. Rodríguez titulaba sus notas al programa “Muerte y transfiguración, Wagner y Bruckner” para centrarnos históricamente en estos dos genios para quienes el mundo sinfónico no tenía secretos, y me he permitido trastocar ese título por el de “Transfiguración y esperanza” ante la interpretación de unos músicos ya maduros en este vivero de la JONDE que pronto darán el salto a las orquestas profesionales.

Dos monumentos sinfónicos con el músculo orquestal y protagonismos compartidos, primero Richard Wagner (1813-1883) con el “Preludio y Muerte de Amor”, de Tristan und Isolde, WWV 90 (versión instrumental. 1857-1859), una de las obras clave para el desarrollo de la modernidad acompañado por la versión instrumental del Liebestod, que sustituye la parte cantada de la protagonista, pasando de la muerte de amor original para transmutarse en un amor eterno, introducción magistral donde disfrutar de cada gesto del maestro Inbal y la respuesta exacta de los jóvenes. Entregados mutuamente como enamorados de Wagner, el israelí fue sacando amplios matices con dinámicas extremas, fraseos impecables, llevando a cada sección por sus mejores recursos tímbricos, desde una cuerda tersa y aterciopelada (bravo los cellos), una madera empastada y ajustada, unos metales bien amarrados para el ímpetu que se podría esperar de ellos, más una percusión mandando y en su sitio. Interpretación mayúscula por parte de una JONDE que sin descanso y con toda la plantilla afrontaría el segundo reto de una tarde calurosísima que no les afectó en nada.

Anton Bruckner (1824-1896) era un wagneriano fervoroso y su Sinfonía nº 7 en mi mayor, WAB 107 (1881-83, rev. 1885) es contundente como pocas. Mi tocayo escribe cómo también se vio afectada por la muerte del propio Wagner cuyo pálpito le llegó tras visitarle en Bayreuth, decidiendo homenajearle con ese Adagio elegíaco que en nada se preveía tras el luminoso Allegro moderato inicial.

Destacar de nuevo a chelos, violas, más los solistas de clarinete y trompa sonando a gloria bendita, con algunos de los solistas y principales permutando posiciones siempre de agradecer en materia didáctica. La irrupción de las cuatro trompas wagnerianas no son solamente homenaje al amigo sino la afirmación de una sonoridad impresionante que el maestro Inbal llevó con mano izquierda mientras la derecha blandía una batuta nunca incisiva, bastón de mando permitiendo expresar los juveniles sentimientos de dolor de este segundo movimiento.

El Scherzo bruckneriano no tiene nada de broma y fue maravillosa la continuidad emotiva de todos los músicos llevados con primor por el maestro israelí, con unos metales que siempre me recuerdan las obras organísticas de este compositor católico (no sé si apostólico y romano).

El Finale majestuoso, casi cinematográfico y más resurrección que transfiguración de un “dios Wagner” pero también del mejor Mahler cuyo tiempo ya ha llegado y personalmente creo que el de Bruckner.

La propina auténtica “fuerza del destino” de una JONDE rotunda y madura llevada por un juvenil Eliahu Inbal que regaló de memoria toda su experiencia verdiana con esta obertura llena de gusto, dinámicas, expresividad y manejo orquestal como una de las batutas históricas todavía vivas. Viva VERDI.

Horizontes lejanos

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Viernes 11 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: OSPA Abono 1, Horizontes I: Pablo Ferrández (chelo), Manuel López-Gómez (director). Obras de Wagner, Saint-Säens y Dvořák.

Tras un año horrible volvía a retomar mi «normalidad» con los conciertos, el Auditorio y nuestra OSPA aunque mirando atrás, solo unos meses, me faltaban muchos amigos con los que no pude festejar mi retorno: mi tío Paco en el «paraíso», delante mis queridos Ramón Jiménez y a su lado Jaime Martínez, al que se rindió un emotivo homenaje hora y media antes en el vecino Club de Prensa Asturiana donde Beatriz Díaz con Marcos Suárez al piano se sumó a un acto lleno de recuerdos que intentar mantener vivos a todos mis ausentes (ninguno hubiera faltado), con tres arias de quitar el hipo, sentidas y con la excelencia que en ella es costumbre.

Mi vuelta coincidía con la del director invitado, el venezolano Manuel López-Gómez, de la «cantera» venezolana aunque no todos sean como Dudamel, y creo que la sexta del chelista madrileño Pablo Ferrández que de nuevo resultó el verdadero triunfador de la noche con su Stradivarius Lord Ayslerford (1696) y una OSPA con Xabier de Felipe de concertino, a los que encontré casi como yo: mantienen el músculo pero falta más ejercicio, esperando vayamos recuperando a la par a medida que avancemos en el tiempo de esta temporada de horizontes lejanos sin titular, esperando vayan llegando buenos candidatos y se acierte en la elección.

La obertura de Lohengrin (Wagner) resultó ideal como tal aunque algo destemplada, calidades en cada sección en una formación ideal en plantilla, equilibrada incluso en los contrabajos pero pesante, con un maestro López-Gómez al que los tempi lentos parecen caérsele y las imprecisiones del gesto influyeron en ciertas desconfianzas sonoras que se repetirían acrecentadas en la segunda parte. La cuerda sonó sedosa aunque algo desajustada en unas entradas poco claras, la madera nunca defrauda y los metales siempre «orgánicos» además de empastados a pesar de las inseguridades, más la percusión acertada, todo en un crescendo imparable de buena sonoridad que no me llenó del todo. Para abrir boca en todos los sentidos… esperando enamorarme de nuevo.

El Concierto para violonchelo nº 1 en la menor, op. 33 (Saint-Saëns) fue como la defensa wagneriana de su compositor por visión e interpretación, aunque esta vez el mando lo llevase mi tocayo. Su sonoridad es impresionante, los tres movimientos sin pausa ayudaron a darle unidad a esta obra con una plantilla algo más reducida, por momentos camerística, bien concertada porque Pablo Ferrández empuja y transmite poderío tanto en sus partes protagonistas como con los tutti donde la calidad del instrumento sumada a la del intérprete no supone merma alguna de presencia. Si el inicial Allegro non troppo fue valiente y «sin demasías», brillante arranque virtuoso del madrileño bien contestado por el tutti, con esos cambios de aire escritos y concertados al detalle, haciendo fácil lo difícil; en el Allegretto con moto no pisó el acelerador para degustar su lirismo de graves rotundos revestido por una orquesta ideal en este concierto solista, para retomar el Tempo primo que salió curiosamente más contenido aunque dando nuevamente muestras de unas agilidades limpias, brillantes perfectamente secundadas por la orquesta.
Decía nuestro común tocayo Pau Casals que se desayunaba una suite de Bach cada día, y auténtico homenaje la primera propina del catalán (esa Sarabande de la nº 3 en do mayor BWV 1009), posada y reposada, aunque me emocionase aún más ese El cant dels ocells en recuerdo de los que ya no están, recreación dolorosa y muy sentida de Ferrández para cortar el aire profundo que todos respirábamos en un auditorio con una excelente entrada, digna para esta música.

Sobre la Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95 «Del Nuevo Mundo» (Dvořák) el maestro venezolano intentó aportar algo nuevo que me resultó desconcertante, casi diría que «blandito», con una visión caribeña por momentos tan calmada que la llama parecía extinguirse por momentos, los pianissimi resultaban lentos y los forte rápidos, nuevamente con gesto impreciso sobremanera en las entradas de dinámicas tan recogidas que no transmitían la seguridad necesaria para los músicos. Si todavía recuerdo al maestro Griffiths que nos dejó una versión de la octava esperando por «su» novena, López-Gómez no resultó nuevo ni de otro mundo sino distinto en tanto que mimó las dinámicas pero no la agógica, cambios inesperados de velocidad casi sorpresivos y poco convincentes. El conocido tema del primer movimiento (Adagio-Allegro molto) lo ralentizó tanto que frenaba el discurso y perdía intensidad expresiva aunque se pueda hacer más lento y mantener la tensión dramática. Al menos pudimos paladear toda la madera; pero la lentitud casi exasperante llegó en el Largo que resultó monótono por no decir tedioso, insípido, salvado por las pinceladas del metal y el redoble de timbales así como el impecable solo de corno inglés de Romero, lo mejor de «este mundo». El Molto vivace pecó de lo mismo a pesar de esa indicación de aire, cuidando más el sonido de cada sección que el vigor interior de esta sinfonía con una pulsación errática y confusa para lo que estoy acostumbrado; y el Allegro con fuoco casi se apaga en el final pese al poderío sonoro y la inspiración del viento metal unida al esfuerzo de una cuerda tensa e intensa de una «sintonía» que para mis hoy recordados ausentes era la del programa radiofónico «Ustedes son formidables«.

Interpretación peculiar la del maestro venezolano que no me convenció aunque la belleza sinfónica resista cualquier versión y el público disfrutó con un programa para todos los públicos armado como hace demasiados años: obertura, concierto solista central y una sinfonía para cerrar.

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