Lunes 13 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Viviane Hagner (violín), Mozarteumorchester Salzburg, Trevor Pinnock (director). Obras de Beethoven, Mendelssohn y Mozart.

No me canso de repetir que la oferta musical de Oviedo la convierte en «La Viena Española», y desde Salzburgo llegaba en su gira por Gerona, Barcelona, Zaragoza, San Sebastián, Madrid, Sevilla, Oviedo y Valladolid la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo con el mítico Trevor Pinnock (1946) al frente sin «La Pires» pero con «La Hagner«, no vino la (re)conocida pianista portuguesa a la que tampoco importaría que repitiese, pero sí la violinista muniquesa de fama internacional, volviendo a poner en el mapa la capital asturiana cinco años después.

Vengo escribiendo hace tiempo lo decimonónicos que siguen resultando muchos programas de los conciertos, no ya por el repertorio (donde sigue ausente la música actual) sino por la forma de organizarlos. Claro que viniendo de Salzburgo y manteniendo esa tradición secular, el de este lunes parecía normal mantener el formato de obertura (Beethoven), concierto solista (Mendelssohn) y sinfonía (Mozart). Al menos las excelentes notas al programa de mi admirado musicógrafo Luis Suñén aportan siempre detalles que los melómanos agradecemos.

La orquesta de Salzburgo en formación camerística ideal comenzaría con la Obertura «Coriolano», op. 62 de Ludwig van Beethoven (1770-1827), el misterio y el drama donde los silencios son tan protagonistas  como la propia instrumentación, cuerda transparente como el cristal de Bohemia, madera exquisita como tallada, metales naturales así como los timbales, sonoridad impecable e interpretación perfecta con un Pinnock aún enérgico y vital al que no le pesan los años, y que mantiene su rigor historicista junto al sonido actual: articulaciones enérgicas en el tempo vivo con respuesta perfecta «llevando de la mano» a esta orquesta capaz de rozar la perfección en el directo.

Y la violinista muniquesa, aunque afincada en Berlín, Viviane Hagner (1977) nos maravillaría con el Concierto para violín en mi menor, op. 64 de Felix Mendelssohn (1809-1847), pues si el sonido es limpio y brillante, contar con una orquesta que mima a los solistas, el resultado solo podía ser óptimo. Trevor Pinnock consigue que escuchemos todo lo escrito con las presencias en su punto, dominando las dinámicas para que el violín nunca pierda protagonismo ni volumen, amén de las cadencias donde «La Hagner» sonó perfecta por técnica, con una elegancia y musicalidad extraordinarias. Y de nuevo el respaldo de la orquesta, en número «exacto» para este concierto, «tempi» ideales y el enlace entre I. Allegro molto appassionato y II. Andante – Allegretto non troppo con un fagot aterciopelado, que siempre sonó a gran altura a lo largo del concierto. El último III. Allegro molto vivace remató una interpretación brillante, esplendorosa, clara, con un empaste entre violín y orquesta envidiable de este conocido concierto, bajo el mando del maestro Pinnock siempre preciso y con la respuesta exacta de los músicos, mostrando un envidiable estado de salud.

Como guiño al público español Viviane Hagner nos regalaría el arreglo que Ruggiero Ricci hiciese de la conocida Recuerdos de la Alhambra de Tárrega, diría que mejorando el original para guitarra porque el sentido que la profesora alemana dio a cada frase demostró que el virtuosismo es necesario pero al servicio de la musicalidad todavía más, por lo que no es de extrañar que esta violinista sea llamada por las mejores orquestas y directores mundiales pues su madurez además de larga trayectoria (debutó con 12 años) es su mejor tarjeta de presentación.

No podía faltar en esta orquesta que fundase allá por 1841 Constanze Weber la música de su primer esposo, el genio, Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). De su amplia producción eligieron para Oviedo la antepenúltima de sus sinfonías, que son casi el puente puerta al romanticismo de la primera parte, aunque sin los oboes. La Sinfonía nº 39 en mi bemol mayor, K 543 la llevó Pinnock con todo el magisterio de su larguísima experiencia, de nuevo apostando por metales y timbales naturales, toda la sección de viento en estado de gracia pero especialmente la cuerda sedosa y homogénea, capaz de volverse pétrea sin resultar demasiado incisiva. El I. Adagio; Allegro sonó cual obertura operística escuchándose todo lo escrito por Mozart con el balance perfecto en todas las secciones y la gama dinámica amplísima que atesora esta primera sinfonía del «trío final». Maravilloso comprobar el respeto por el aire indicado para el II. Andante con moto, difícil encontrar ese punto exacto sin «pasarse de frenada», pero la Mozarteumorchester Salzburg lleva esta música en sus genes y el director inglés sabe dónde incidir sin grandes gestos. Delicado y maravilloso el III. Menuetto e Trio con un dúo clarinete-fagot totalmente mozartiano y las trompas delicadas además de afinadas con la cuerda incisiva fraseando unitariamente desde unos matices perfectos. Del final, IV. Allegro, alegría contagiosa, sonoridad rotunda, magisterio del gran Pinnock marcando cada inflexión y dinámicas lo suficiente para lograr «una 39 de disco» e inigualable directo, el repertorio que dominan y disfrutan, contagiándolo a todos. No podríamos imaginar un ápice de hartazgo en interpretar y escuchar Mozart, pues es imposible.

Público entusiasmado con este concierto «esencial» para todos, casi rozando el lleno, sin faltar las toses rítmicas unas, a contratiempo (y destiempo todas), estertores entre los movimientos -que al menos en Mendelssohn no cabían- y mis vecinos traseros comentando todo en voz baja como si estuviesen en su salón, discutiendo por la propina antes del descanso que presumía tener en casa («¡Adagio de Albinoni, si lo sabré yo que la escuché cientos de veces!) y aunque «enseñar al que no sabe» sea una obra de misericordia, mejor callarme). El divertimento de la última propina mostraría ese sonido perfecto en todo, clásicos románticos sonando a Mozart o Martín i Soler, pues el genio de Salzburgo conocía bien al valenciano y nunca sabremos cómo hubiese sido la historia de haber vivido ambos muchos años más.

Una delicia volver a escuchar los dos oboes que retornaron para esta última joya antes de retirarse al merecido descanso, porque aún queda Valladolid para cerrar este «Tour español» con parada obligada en la capital asturiana. Como salimos del concierto con humor, continúo y termino comentando que si Mieres es como Salzburgo (o Caudalburg) al menos por el río separando ciudad y fortaleza, Oviedo es nuestra Viena española.