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Un jardín de flautas

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Domingo 2 de julio, 12:30 horas. 72 Festival de Granada, Crucero del Hospital Real, “Grandes intérpretes”: Giovanni Antonini (flautas). It’s as easy as lying: obras de Virgiliano, Van Eyck, Hotteterre, Telemann y Bach. Fotos de Fermín Rodríguez.

Parece mentira que un concierto de flautas antiguas pueda congregar tanto público en el crucero del Hospital Real granadino, y es que el milanés Giovanni Antonini hizo como el personaje del cuento para atraer en esta calurosa mañana de domingo a un público variopinto y ávido por escuchar “El jardín de las delicias de la flauta” como recuerda la profesora Ana García Urcola en sus más que interesantes notas al programa.

Todo un arsenal de flautas el desplegado por “el flautista de Milán” para un programa titulado It’s as easy as lying del Hamlet shakespeareano, traducido como “Es tan fácil como mentir”, aunque Antonini no tuvo nada fácil las obras elegidas y además con la mayor veracidad interpretativa posible.

Con una flauta doble, similar al aulos griego, el concierto comenzaba con un anónimo del Trecento italiano, dos estampidas de auténtico virtuosismo, tituladas Isabella y Lamento di Tristano (del manuscrito conservado en la British Library London).

Desde estas “flautas viajeras” y en un particular viaje que la profesora García Urcola llama “anacronópete” (genial tributo a nuestra primera maquina del tiempo y española), la siguiente parada sería en Il Dolcimelo de Aurelio Virgiliano (fl c. 1600) con un Ricercare imitando la voz humana para conseguir “el movimiento de los afectos”, un alarde interpretativo del milanés, de respiraciones cual cantante y con unos contrastes dinámicos y de tempi muy efectistas.

Siguiente parada en los Países Bajos, segundo tercio del XVII, con Jacob van Eyck (1590-1657), ciego campanero y flautista com una producción de mas de 150 obras agrupadas bajo el nombre de El jardín de las delicias de la flauta que tomo prestado en la introducción. Compendio de música vocal y danzas de herencia renacentista jugando con el virtuosismo del flautista, melodías bellísimas y con una ornamentación increíble, además de la articulación que consigue un colorido tímbrico impensable en una flauta (contralto y no soprano, ninguna adecuada en las enseñanzas musicales por mucho que Carl Orff se empeñase), con dos páginas donde la impactante fue la Fantasia in echo.

Jacques-Martin Hotteterre (1674-1763) nos situó en el París dieciochesco y perteneciente a una familia de fabricantes e intérpretes de instrumentos de viento, llegando a ocupar varios puestos en las instituciones musicales al servicio de Luis XIV. Será referente de los flautistas al publicar en 1707 su famoso método. Cuatro preludios para flauta de pico (de L’Art de Préluder,  París, 1719) jugando con diferentes modelos y tesituras, donde Antonini no solo dio una clase magistral por adaptarse a las indicaciones del “Método” sobre ornamentos y su ejecución “evitando un alarde de fantasía” que escribía Hotteterre. No hubo excesos ‘italianos’ en la música francesa para la corte, pero sí un catálogo de fantasía y sentimientos plagados de matices, dinámicas, fraseos y articulaciones más allá del rígido protocolo francés.

Aún quedarían dos aires de la Suite nº 3 (de Premier Livre de pieces. París, 1715), un Rondeau y una Courante con la imagen de los bailes cortesanos interpretados por una flauta que merecía ser de oro, y corroborado en la penúltima obra Lentement del Preludio en do menor (de L’Art de Préluder).

Pero los alemanes entendieron este ancestral instrumento de otra forma, y el Barroco supondría toda una explosión de luz y color, contrastes de todo tipo donde lo italiano se pondrá más de moda que lo francés. El prolífico hamburgués Georg Philipp Telemann (1681-1769) compone un corpus inmenso de una variedad inusitada para este aerófono. Antonini siguió utilizando las flautas de pico y no los traversos, para disfrutar con tres de las 12 Fantasías para flauta (publicadas hacia 1733), imaginación compositiva y magisterio interpretativo, Si las fantasías estaban ordenadas por tonalidades correspondientes cada una a un afecto, el milanés eligió las nº 3 en re menor, nº 8 en sol menor y nº 10 en mi menor, adaptando los originales y mostrando la variedad de instrumentos para los distintos movimientos de estas fantasías en el amplio sentido del término. Organizadas en orden inverso los “afectos” fueron más allá de la mañana “granaína», impresionándonos tanto el Presto de la décima como el Spirituoso de la octava, y toda la tercera que exigen del intérprete no solo capacidad pulmonar sino un dominio total de cada instrumento, pues el virtuosismo consigue que escuchemos armonías o contrapuntos en un instrumento monódico.

Y en un festival donde “Mein Gott” preside muchos conciertos, no podía faltar el único Johann Sebastian Bach (1685-1750), padre de todas las músicas posteriores, virtuoso del órgano, el violín y también de la flauta, genio de la composición con Leipzig como última parada en este itinerario original a través de unas músicas asombrosas. El cantor compuso una única obra para flauta sola, la
Partita en do menor para flauta sola, BWV 1013 (c. 1723, original en la menor) y pude que con Pierre-Gabriel Buffardin (extraordinario intérprete de la Orquesta de Dresde) como destinatario de la misma. Si en Telemann nos asombraba la “consecución” polifónica, el dios de la fuga y arcano musical que fue Bach aún eleva no ya la sensación sino la realidad al escucharlo con Antonini sentado y empapado tras la ejecución de los cuatro movimientos de esta “suite flautística” (Allemande / Coréate / sarabande / Bourreé Angaise) que nos hace aún más comprensible el enorme conocimiento que el flautista y director milanés tiene del cantor al llevarlo en sus conciertos con formaciones camerísticas como el del último día de junio.

Tras este viaje, la propina nos llevó a Corea del Sur con una obra del también flautista y compositor Hong-Jun Seo (1978), integrando lo clásico y lo moderno, con otra flauta de Antonini explorando sonoridades orientales, microtonales para una obra sugestiva y sugerente, hasta ecológica por la inspiración en la naturaleza, con la que ampliar itinerarios para un instrumento ancestral que sigue vivo.

El tiempo siempre ayuda

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Miércoles 11 de mayo, 20:00 horas, Sala de Cámara del Auditorio de Oviedo, III Primavera Barroca, “Con affetto”: Il Giardino Armonico, Giovanni Antonini (flautas y director). Obras de Tarquinio Merula, Dario Castello, Francesco Rognoni, Jacob van Eyck, Andrea Falconieri, Giovan’ Pietro del Buono, Alessandro Scarlatti, Giovanni Legrenzi y Antonio Vivaldi.

La revista Scherzo de este mes de mayo dedica su sección «Con nombre propio» a la formación Il Giardino Armonico en su gira española celebrando los 30 años de su fundación, donde Eduardo Torrico nos recuerda que «Hubo un tiempo, superada aquella primera fase pionera, en el que quienes marcaban la pauta dentro del movimiento historicista eran los ingleses, los holandeses y, en menor medida, los alemanes», allá por los 70 y 80 del pasado siglo, sin olvidarse de los franceses que comenzaban a despuntar y convertirse en seria competencia aunque la revolución no había llegado al sur de Europa. El salto de calidad hacia el Mediterráneo, al cálido sur, lo darían nuestro Jordi Savall, a quien los franceses, como suelen hacer con los buenos, le consideren suyo, y especialmente los milaneses de Il Giardino Armonico con el entonces joven flautista Giovanni Antonini al frente.

Más de tres décadas en el candelero (que no candelabro como «La Mazagatos» pusiese de moda) es síntoma de buena salud, tanto para ellos como para la música barroca que sigue llenando estanterías y auditorios (la sala de cámara creo que registró la mejor entrada de un ciclo que todavía nos traerá a Xabier Sabata con Vespres D’Arnadí en un programa «Furioso»), ampliando repertorio y épocas donde aparece incluso Haydn del que grabarán su integral a razón de una entrega por año (ya llevan dos) tras constituir en Basilea, dónde si no, la Fundación Haydn con el «Proyecto Haydn2032” para el tercer centenario del nacimiento del «papá austriaco», al que espero llegar y poder completar con ellos siempre que el tiempo y los recortes políticos no lo impidan.

La gira española que pasa estos días por La Coruña, Oviedo y Madrid, trae una formación o «ensemble» ideal con un programa que sirve para corroborar la vigencia de la música veneciana con compositores que nos son conocidos gracias a ellos, alternando obras para lucimiento de un Antonini dominador de toda la familia de las llamadas flautas dulces o de pico (contralto, tenor, soprano y hasta la piccolo última) que perderían su preponderancia a costa de la «flauta traverso» (travesera) y que muchos siguen asociando a la flauta dulce de los colegios, nada que ver la práctica de nuestros querubines y adolescentes soplando un instrumento que las familias y algunos de ellos pueden llegar a odiar, pero en igual medida que un violín «serruchado» por un aspirante a Sarasate. Y hablando de violines, Stefano Barneschi y Marco Bianchi encabezan esta vez la formación (Enrico Onofri está también de gira) a la que se suman el violonchelo de Paolo Beschi, el clave de Riccardo Doni más la tiorba de la argentina Evangelina Mascardi, más que suficientes para afrontar tanto a Merula como a Castello, siendo perfecto complemento de las obras con flauta y verdaderas joyas incluso sin el director fundador, como pudimos comprobar con estos excelentes instrumentistas que siguen funcionando en conjunto al mismo nivel estratosférico que como solistas. El entendimiento de este quinteto es de admirar por empaste, dinámicas amplísimas, equilibrio y balance cuando los solos afloran, dominio total desde una técnica vertiginosa en todos ellos que cuando suenan las flautas de Antonini se convierten en la vestimenta ideal sin necesitar más tela que la presentada, tal es el armazón y ropaje que dan al concierto.

La música veneciana de Merula con la Canzon ‘la Pedrina’ y Castello con la Sonata XI a tre, de la Sonate Concertate in Stil Moderno nos transportó a «la Serenissima» en estado puro, un viaje al pasado de nuestra juventud con aquello que entonces nos parecía rompedor y drástico, como siempre sucede con lo nuevo que solo el tiempo pone, como siempre, en su sitio, plantilla de cinco virtuosos con especial mención a los violinistas sonando como uno en todo: dinámicas, ataques, arcos, intención y sentimiento, sin saber dónde empezaba uno y terminaba el otro, virtuosismo contagiado a cada instrumento antes de la aparición de la flauta de Antonini sentando a todos menos a chelo y tiorba, sin pausas, para las Variaciones sobre “Pulchra es amica mea” de Palestrina compuestas por el también milanés Rognoni y recordarnos el magisterio en la flauta dulce tenor dejándonos impresionados de nuevo con su técnica, su sonido y esa musicalidad infinita que todos estos intérpretes tienen en estas obras, alternando combinaciones y protagonismos donde no podía faltar el increíble solo de flauta de Van Goosen compuesto por el que he llamado “Paganini de la flauta barroca”, el holandés Jacob Van Eyck, obra hasta lógica por ser Antonini uno de los maestros del instrumento, una mínima incursión dentro del plantel italiano, y hasta homenaje a la flauta de pico, antes de volver con Merula y la Canzon ‘la Strada’ solamente con el ensemble.

Me gusta resaltar lo importante no ya de elegir un programa sino la organización y orden de sus obras, cosa que quiero comentar de nuevo pues la primera parte complementaba la segunda, como preparando estilos y formas, más los descansos del flautista para recuperar aliento que permitieron seguir deleitándonos con «su formación acompañante», de nuevo este quinteto que nos dejó unas excelentes Folias echa para mi Señora Doña Tarolilla de Carallenos de Falconieri (o Falconiero), la danza tan española que parece bailó Don Quijote, disfrutando de un perlado clave y una tiorba emergente preparando el ambiente musical de todo el grupo para un juego de contrastes donde la flauta se mezcla con el violín en una tímbrica mágica, uniéndose el empuje rítmico de un baile en Nápoles en tiempos donde este reino era español, como las siguientes dos maravillas que cerrarían la primera parte con la formación al completo: la Sonata VII sobre el ‘Ave Maris Stella’ de Del Buono, intimismo con paleta dinámica amplísima, a la que siempre ayuda el violonchelo unido a esa tiorba tan femenina, en el amplio sentido de la palabra, cortando la respiración y finalizando con una atronadora ovación antes de finalizar esta mitad con la Sonata en la menor para flauta, dos violines y continuo de A. Scarlatti, una colección de siete compuesta en los años finales como bien indican las notas al programa (colocadas aquí debajo), prescindiendo del clave pero igualmente rica de contrastes tímbricos a lo largo de sus cinco movimientos, alternando aires y dinámicas desde esa concepción del barroco que Il giardino armonico ha ayudado a tenerla como habitual, con Giovanni Antonini de solista y director perfectamente compenetrado con sus músicos.

La segunda parte nos hizo retroceder y recuperar años con muchos recuerdos de la mano del ahora maduro flautista y su “jardín armónico” con el repertorio que ellos dominan como pocos, gracias en parte al trabajo de tantos años. El “ensemble” nos llevó de vuelta a Venecia para maravillarnos con la Sonata XII de Castello que permitió disfrutar cada intervención solista (la tiorba emergió a la superficie poderosa, limpia y lucida, el clave ornamentando con ligereza y la cuerda frotada en permanente asombro para el que firma), y otro tanto con la Sonata I para dos violines, violonchelo y continuo “La cetra”, op. 10 nº 1 de Legrenzi con la magia de los dos violines citados.

Pero los concerti para flauta de Vivaldi que abrían y cerraban esta segunda mitad, siguen siendo referentes con “Il Giardino de Antonini”, barroco en estado puro para los dos conciertos elegidos, el Concierto para flauta, dos violines y continuo en sol menor “La notte” RV 104, de tiempos extremos, silencios subyugantes, ataques súbitos y casi violentos frente a los remansos paradisíacos, de flauta inacabada e inabarcable, cantando y jugando con floreos interminables, la descripción musical de los propios movimientos: Largo por las respiraciones, Fantasmi: Presto-Largo-Andante porque no parece humana tal capacidad de emitir sonidos tan bellos, Largo de plácida sensación de reposo contagiado por la lenta construcción de acordes entre cuerda y flauta (que nos recuerda mucho las estaciones entendidas por ellos mismos) y finalmente Il Sonno: Largo-Allegro donde hasta Freud podría argumentar desde la música con significado pese a ser «simplemente pura», el sueño profundo antes del despertar sobresaltado pero placentero y sin pesadillas.

El cierre del Concierto en re mayor para flautín, dos violines y continuo “Il gardellino” RV 90 continuó asombrando con el piccolo virtuoso y travestido del «ladrón traverso«, más increíble por tener de sustento unos músicos que convencen y contagian ímpetu, alegría, serenidad además de buen gusto y buen hacer desde la técnica al servicio de la música, creo que el ideal para cualquier melómano, compartiendo con la flauta de pico más pequeña los momentos álgidos de la historia del propio instrumento en unas partituras que siguen asombrando cada vez que vuelven a sonar, siempre únicas en vivo. Antonini sigue doblándose para dirigir y tocar, cargando los pulmones para sobrevolar sin respiro lo humano y divino, adornar los ornamentos y tocar hasta los silencios, y en número ideal por ser «de cámara», quién sabe si idéntica plantilla a la que podría utilizar «Il prete rosso» en el Ospedale della Pietà. Pájaros imaginarios en las calles venecianas del Allegro, primoroso el diálogo con el cello; el Largo cantabile sin los violines pero saboreando la tierra firme con chelo, clave y tiorba arropando la sopranino nunca hiriente, atentos a las respiraciones y ornamentos para seguir encajando todo, y la explosión de fuegos artificiales sobre el Gran Canal en Carnaval con el Allegro en tutti, asombrando el dúo de violines (los ecos no pueden sonar mejor) pero donde cada detalle seguía maravillando por las calidades.

Y lógicamente tenía que sonar también y tan bien Vivaldi en la propina: su Largo del Concierto en la menor, RV 108, abandonando el juguetón pícolo para retomar la contralto más humana en registro y poder así cantar sin palabras con la mejor vestimenta del quinteto, un «jardín» que sigue floreciendo 30 años después. Que duren por lo menos dieciséis años más, y no solo por Haydn