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El Zar más francés

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Lunes 31 de enero, 20:00 horas. Los Conciertos del Auditorio, Oviedo: Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky, Jonathan Roozeman (cello), Valery Gergiev (director). Obras de Debussy, Tchaikovsky y Ravel.

Regresaba el Zar Gergiev, palillo en mano, al frente de su batallón del Mariinsky, con un concierto al más puro sabor francés del San Petersburgo europeo de espíritu y «apadrinando» al joven cellista Jonathan Roozeman (1997) con el menos ruso de los grandes sinfonistas (interesantes las notas al programa de Alberto González Lapuente), para llenar un auditorio ávido de obras conocidas en una interpretación impactante de sonoridades muy cuidadas, pero rompiendo clichés de las antiguas orquestas del otro lado del telón, nuevamente de actualidad, apostando por lo «trillado» que no suele fallar en una maquinaria que comienza a «oxidarse» en plena renovación generacional, que ya no apabulla como en los tiempos de la llamada «Guerra Fría» (hoy geopolítica) cuando bromeábamos definiendo un cuarteto como «una orquesta soviética tras una gira por occidente».

Está claro que los músicos del Mariinsky le deben todo a Gergiev, se nota que el dominio de «su orquesta» es absolutamente militar, marcando todo con sus gestos característicos, sin dejar nada al azar ni a la calidad de muchos solistas, sacando a la luz instrumentistas como la flautista de oro (Sofía Viland) o el cellista finlandés tan cercano geográficamente a la antigua Leningrado. El maestro se caracteriza precisamente por descubrir talentos y no suele equivocarse.

Del programa francés impactante Debussy por la calidad, la sonoridad cuidada, la claridad expositiva, el balance entre todas las secciones, casi compañías del batallón Mariinsky (algo menguado) con el Preludio a la siesta de un fauno bellísimo que Nijinsky hubiera bailado desde el Olimpo, y La mar báltica dibujada con la elegancia de la que presumían en San Petersburgo, mirando a Versalles más que a la plaza roja aún sin colorear que Gergiev pintó con los suyos.

Siempre agradecido el Bolero de Ravel, examina cada solista (hoy el saxo sustituido por un clarinete bajo) en su  conocido ad perpetuam, con algún «arrestado» en la doble caña, un crescendo que tardó en llegar para mayor «sufrimiento» del caja, la explosión final marca de la casa, sin contención y con ganas de brillar como en ellos es habitual, en una interpretación para la galería a la que faltó mayor pegada y entrega. Franceses más de impresión que impresionistas, aunque suenen bien.

Punto y aparte merece Jonathan Roozeman que nos deleitó con las Variaciones «Rococó» de Tchaikovsky, sin tarimas como el propio Gergiev, al que no perdió de vista forzando su posición más de la cuenta pese a estar ladeado «el zar», y plegado a cada una de sus indicaciones, pienso que con ese «miedo a defraudar» al mentor, que no le permitió soltarse salvo en las cadencias. El sonido de su cello (David Tecchler c.1707 cedido por la Fundación Cultural Finlandesa, y el arco Jean Pierre Marie Persoit, París, c. 1850) es profundo, de largo alcance, con un timbre muy redondo, así como unos armónicos tan perceptibles que lograron unos silencios en la sala siempre de agradecer. Muy bien compenetrado con la flautista, la limpieza de ejecución por parte del finlandés-holandés así como sus fraseos (siempre controlados por Gergiev) muestran un intérprete que pronto será figura mundial. Aclamado por el público y casi obligado por «el jefe» nos dejaría toda su (musi)calidad en la Sarabande de la Suite BWV1009 de Bach, un examen permanente para los cellistas donde Roozeman alcanzó la matrícula de honor.

Y para propina sinfónica e inesperada por el transcurrir del programa, el Scherzo (un SUEÑO de verano de Mendelssohn) con un tempo para virtuosos de dinámicas suntuosas donde Gergiev disfrutó tanto como nosotros, al fin la maquinaria engrasada, impoluta y de sabor ruso, el que respiraba Leipzig en tiempos de Kurt Masur, el regreso a la Rusia esperada tras el coqueteo zarista con la Francia elegante.

Batallas musicales a lo grande

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Jueves 7 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de piano “Luis G. Iberni”. Daniil Trifonov (piano), Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky, Valery Gergiev (director). Obras de Debussy, Rachmaninov y R. Strauss.

Llegaba la División Acorazada del Mariinsky con el general Gergiev al mando para una guerra sinfónica de tres batallas donde cada sección orquestal fueron como las armas del ejército: infantería de una cuerda con un sargento concertino mandando y luciendo galones, caballería de la madera siempre atinada, ingenieros de percusiones variadas y la artillería pesada del metal que fueron tomando posiciones desde el inicio.

Aún con las últimas notas del Debussy de acento ruso en las manos de San Sokolov flotando en el ambiente, el Preludio a la siesta de un fauno desplegaría el primer batallón ruso con muestras de dar mucha batalla y nada de dormirse. Casi podíamos imaginar a los legendarios Nijinski o Nureyev danzando con esta compañía mientras disfrutábamos de la flautista solista Maria Fedotova o del arpa cristalina de Gulnara Galbova en un ambiente de clara nebulosa donde el general Gergiev de gesto inimitable y mínimo palillo de bastón de mando sacaba de sus huestes todo lo mejor, esa especie de «parkinson» en ambas manos donde podíamos contemplar el certero vibrato de una infantería sedosa y la caballería atinada sin errar ningún disparo, llevando esta primera batalla al triunfo sin resistencia.

El coronel Trifonov, bien conocido en Oviedo, es en cierto modo ahijado del general, con él nos ha dejado conciertos y grabaciones estelares, y el Concierto para piano nº 1 en fa sostenido menor, op. 1 (Rachmaninov) requiere de tensión, pasión y precisión. La artillería no se contuvo en ningún momento exigiendo del piano fuerza hercúlea para alcanzar los volúmenes necesarios sin perderse ni un disparo. Trifonov se volcó literalmente desde el Vivace inicial, sin tregua apenas en el Andante cantabile para tomar aire bien arropado por el batallón Mariinsky, soltando todo el fuego que le quedaba en el Allegro vivace, piano sinfónico, orquesta pianística bajo el mando Gergiev, concertación y concentración de todo el ejército en cada arma, ayudándose al escucharse para unos momentos explosivos dejando el campo despejado para esta victoria de la música con el tándem Trifonov-Gergiev al fin juntos en las Jornadas de Piano ovetenses.

En solitario y disfrutándole todos un arreglo del propio pianista sobre Las campanas plateadas de Ravel y Rachmaninov del que Trifonov aún tuvo resuello para asombrar en toda la gama dinámica de un piano malherido tras esta escaramuza virtuosa con vítores.

Con toda la división acorazada el heróico general al frente para Una vida de Héroe, op. 40 (R. Strauss), seis episodios de este poema sinfónico casi épico para disfrutar de los mejores tiradores, caballería de combate mecanizada, infantería con el concertino certeramente brillante al que el general dejaba jugar, la artillería orgánica mientras pasábamos de los adversarios a la compañera y el fragor de la batalla, desplegando cada flanco poderoso de ataque, vibrante y brillante, fortísimos globales sin perdernos detalle de todo el arsenal. La paz llegaría como la retirada del mundo y una auténtica consumación de estos héroes rusos que siguen ganando batallas en una guerra de nueve días por España.

Las salvas de honor tenían que ser como en 2013 con Wagner y su preludio del tercer acto de Lohengrin, artillería de largo alcance blindada por una infantería de lujo a buen paso, ligero y efectista cual desfile de honor para los vencedores. Tardes de historia sinfónica rusa con intérpretes de fama mundial arrancando en Oviedo esta gira de nueve días intensos.

Programa para celebrar 20 años

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Oviedo sigue siendo «La Viena del Norte» español, y los Conciertos del Auditorio junto a las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» llegan a sus veinte años con una programación muy completa que hará las delicias de todos los melómanos no solo asturianos sino de los muchos que acuden a la capital del Principado ante su excelencia musical que también tiene una Primavera Barroca camino de los seis años, más ópera y zarzuela en su amplia oferta junto a un festival de verano próximo a comenzar que busca también un hueco estival en los museos arqueológico y de Bellas Artes, incluso un concierto de órgano en La Corte, todo citas para apuntar en las agendas.

De los pianistas que siguen sumando a la amplia nómina que Oviedo ha tenido siempre a lo largo de su dilatada historia, para la temporada extraordinaria de los 20 años las jornadas que llevan el nombre de nuestro recordado Luis Iberni contaremos con la donostiarra Judith Jáuregui que continúa asentando una carrera internacional de primera sin olvidarse de nuestra tierra que lleva visitando hace años en distintos ciclos, abriendo las jornadas con el Cuarteto Singnum en noviembre, continuando con Piotr Anderszewski, el surcoreano Kun-Woo Paik con la Oviedo Filarmonía (OFil), orquesta residente del ciclo, un marzo con el siempre esperado San Sokolov en solitario o Daniil Trifonov nada menos que con la orquesta del Mariinski de San Petersbrugo y Valeri Giergiev a la «batuta», para ir avanzando primavera con Javier Perianes en solitario, otro pianista conocido y querido en Asturias, y mi adorada Gabriela Montero en mayo a dúo con el chelista Gautier Capuçon, pareja reconocida que se unen en un broche de oro a estas jornadas.

En el ciclo paralelo (conjunto para quien quiera abonarse a ambos) de los Conciertos del Auditorio , las grandes voces tienen su terreno propio junto a distintos solistas instrumentales y formaciones orquestales de alto voltaje. Del universo lírico abrirá temporada en octubre Gregory Kunde que sigue disfrutando de una segunda juventud, las sopranos Patricia Petibon con La Cetra y Andrea MarconJulia Lezhneva o Ermonela Jaho con la OFil en febrero y abril respectivamente, con Michael Antonenko dirigiendo a la primera y compartiendo programa con el tenor Benjamin Bernheim la segunda, otro más de los conocidos como el tenor Ian Bostridge con Fabio Biondi y Europa Galante, o la estrella de los contratenores Philippe Jarouskky que vuelve a Oviedo, esta vez con el Ensemble Artaserse, para cerrar temporada con el concierto extraordinario de Juan Diego Flórez y Vincenzo Scalera al piano.
Tomar nota de los instrumentistas de altura como la violista Isabel Villanueva que actuará con la OFil y Yaron Traub a la batuta, la violinista Veronika Eberle con la Filarmónica de Hamburgo y el incombustible Kent Nagano en la dirección, o la virtuosa Hilary Hahn con la Filarmónica de Radio Francia y Mikko Franck; el flautista Emmanuel Pahud vendrá con la Orquesta de Cámara de París y el director escocés Douglas Boyd, el chelista Nicolas Altstaedt que también hará de director con la OFil, más la esperada visita de la Gustav Mahler Orchestra con la dirección del excelente Jonathan Nott y la participación del Coro de la FPA, sin dejarme en el tintero el regreso de René Jacobs que nos traerá un cuarteto vocal con su Orquesta Barroca de Friburgo y el RIAS Kammerchor de Berlín, uno de los mejores coros del mundo, en un mes de mayo para no perdérselo.

En pleno verano, al menos de calendario, felicitar a la organización de estos conciertos y tocando madera para evitar cancelaciones que en el mundo musical son más frecuentes de lo deseado trastocando el trabajo de meses y obligando a encontrar otras fechas o intérpretes que no siempre son igual de bien recibidos aunque seamos comprensivos.

Gergiev primavera wagneriana

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Sábado 21 de marzo, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo. Orquesta y solistas del Teatro Mariinski de San PetersburgoCoro de la FPA, Valery Gergiev (director). Wagner:

La valquiria (acto I): Mikhail Vekua (Siegmund), Mlada Khudoley (Sieglinde), Mikhail Petrenko (Hunding).

Parsifal (Acto III): Yuri Vorobiev (Gurnemanz), Evgeny Nikitin (Amfortas)Sergei Semishkur (Parsifal), Rosa Sarmiento del Campo (Kundry).

Lleno en el auditorio ovetense de los que se recordarán para afrontar casi tres horas de Wagner en una ciudad operística aunque más verdiana que wagneriana pero con una orquesta de otra galaxia como la del Mariinski con Gergiev sumo sacerdote al frente, más que un reclamo una garantía de calidad. Con distintos cambios en el programa final e inmersos en una gira de las que no dan respiro, con obras y repartos solistas distintos, a Oviedo llegaron para regalarnos un acto primero de Die Walküre que no tuvo desperdicio ni peros desde la obertura que silenció móviles y toses aunque no el aire acondicionado.

El trío vocal elegido resultó convincente, con calidad y timbres plenamente adecuados donde destacaron en orden el poderoso Hunding de Petrenko, con ganas de gustar recuperando por fin la cuerda de bajo auténtico, profundo decíamos hace años, y el Siegmund de Vekua, el típico «helden tenor» wagneriano, que no se achica ante el empuje orquestal, más Khudoley Sieglinde que fue creciendo a medida que avanzaba el acto, convincente, color metálico sin asperezas y un grave manteniendo uniformidad que al inicio quedó tapada por unos matices que en foso hubiesen resultado más adecuados para su volumen en ese registro.

La orquesta de referencia, terciopelo y seda llevada a placer por un Gergiev que domina todo con sus manos (sin «palito» en la primera parte), contenido en ampulosidad y efectivo en el resultado. Cada sección responde a un leve movimiento de dedos el instante antes, los planos siempre claros tanto en los pianos como en los fuertes, solistas impecables y ese sonido ruso que parecía olvidado en estos lares. Esta Valquiria resultó única, cerrando los ojos podíamos descubrir cada cuadro, el vestuario, luces y sombras, hasta olores respirando la primavera de mayo, e incluso la Excalibur germana bautizada como Nothung saliendo del tronco pese a que Vekua estuviese pegado al atril frente a su «hermana» convencida y esperando un acercamiento físico que en escena no llegó. Impresionante primer acto.

El Parsifal bajó un peldaño el nivel de los solistas, voces algo menos «wagnerianas» y más habituales en cualquier repertorio, aunque igualmente aceptables, con un Vorobiev Gurnemanz bien contrapuesto a Semishkur Parsifal, juegos tímbricos de colores en cada papel, tan distintos de la valquiria, y voces graves de las que se cayó en la primera nota un Amfortas con flemas y sin «gratitud en el encuentro», desfinando, parando en seco y pidiendo «sorry» para marchar con un portazo que nos dejó huérfanos aunque la orquesta con Gergiev pareció olvidar el incidente y sacar aún más paleta de texturas para regocijo instrumental.

La primera intervención de los hombres del Coro de la Fundación más que meritoria, sin amilanarse ante el derroche sonoro, respetando los matices y sin recurrir al socorrido aumento de volumen, manteniendo presencia y buen gusto. Especial mención a las voces blancas (incluida la breve pero convincente intervención de Kundry Sarmiento) con un agudo larguísimo y traicionero pero mantenido sin fluctuaciones con un bellísimo sonido empastado con cuerda y madera que redondearon este final de Parsifal sin protagonista, salvo Valery Gergiev, director que pasará a engrosar los nombres que figuran en el hall del Auditorio. El coro que dirige José Esteban García Miranda sigue añadiendo obras y batutas de fama mundial a su historial y afrontando los repertorios sinfónico-corales con total solvencia.

Amén del incidente del «amofortazo» no me gusta la mala educación de parte del público, unos por no respetar los aplausos y marchar como alma que lleva el diablo (aunque fuesen las once de la noche pues ya sabían la duración antes de entrar), otros por un exceso de «clá» que confunden el entusiasmo con la chavacanería, aunque las pasiones se puedan desbocar en conciertos como el de hoy, pero con ser grande tampoco era para tanta confianza con el maestro Gergiev al que no me atrevería a tutear en mi vida.

Se acerca la Semana Santa y las vacaciones, el Coro de la Fundación las preparará con el concierto extraordinario en compañía de la OSPA y Milanov con Un Réquiem Alemán (Brahms) con mi admirada María Espada totalmente distinto al Wagner de hoy, que me perderé con la convicción de otro éxito para este nuevo encuentro en casa. También presumo del Oviedo musical allá donde voy.

P.D.: Tendré que escribir menos tarde porque en la primera escritura nocturna confundí a Parsifal con Amfortas, menos mal que mis lectores están en todo y  me lo han hecho saber. Ventajas de poder corregir y disculpas que aquí quedan constatadas. GRACIAS A TODOS (Tocayu, MiEstrella, Cuquito, Nacho…).

Wagner se sumó al poderío ruso

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Jueves 17 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo. Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, Valery Gergiev (director). Obras de Mozart, Wagner y Shostakóvich.

Una hora antes del concierto la violonchelista Marie-Elisabeth Hecker tendría un desmayo con posterior envío al hospital y nos privaría de escucharla en las Variaciones sobre un tema rococó, Op. 33 de Tchaikovsky que figuraban en el programa. Claro que una orquesta y director como los de esta velada son capaces de remontar y regalarnos el primer Wagner del año con los preludios de los actos I y III de Lohengrin.

Mozart y su Sinfonía nº 40 en Sol m., K. 550 abrían boca y oídos para un auditorio lleno hasta la bandera ante el primer acontecimiento musical de primera en este otro año de crisis e impidiendo asistir a la presentación de «La misa de gaita. Hibridaciones sacroasturianas» de Ángel Medina una hora antes en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo con presencia de muchos amigos y conocidos y recordando a mi querido Lolo «el de Cornellana», pero Gergiev mandaba y sobre todo por la esperada segunda parte.

Mozart me resultó algo exagerado en plantilla aunque sean capaces de sonar cual orquesta clásica. Versión de disco pero que no me emocionó aunque reconozca detalles del maestro ruso. Molto allegro no tal cual sino «menos», sin excesos, un Andante equilibrado, reposado, juego bien llevado, Menuetto: Allegretto-Trio donde la colocación vienesa se agradece para paladear un movimiento con enjundia, y el Finale. Allegro assai tan aseado y bien ejecutado escuchando todas y cada una de las notas, diría que aséptico e impecable pero sin engancharme.

«No hay mal que por bien no venga» y escuchar los dos preludios wagnerianos resultó una bocanada de tensión y energía, brillo y sabiduría desde el pianissimo inicial de unos violines perfectos en el primero hasta el poderío de metales redondos y humanos del tercer acto, siempre conducidos con el estilo tan personal pero eficaz de Gergiev con su orquesta, pues así la debemos considerar. Cambiar el programa una hora antes y hacerlo con la calidad y consistencia demostradas no está al alcance de cualquiera. Ya quisiera haber sonado así en el Concierto de Año Nuevo de este año con el soso Welser-Möst.

La Sinfonía nº 10 en Mi m., Op. 93 de Shostakóvich sería la protagonista del esperado concierto, una hora que pasó volando y donde cada nota parece correr por las venas de esta formación. Aurelio M. Seco en las notas al programa explica perfectamente esta sinfonía que refleja en palabras de Viora «la horrible crueldad del asesino de masas» y le sumaría el carácter obsesivo que subyace en toda ella junto con los toques marciales, sin olvidar las palabras del propio compositor de introducir «mas tempi lentos y episodios líricos que pasajes heróico-dramáticos y trágicos». La orquesta es un bloque perfecto en todas sus secciones y solistas, logrando unas texturas perfectas para «la décima» y un impulso vital que convierte esta obra de 1953 en una de las grandes del pasado siglo y protagonista asidua desde hace unos años para toda formación y director que se precie. Claro que el binomio Mariinsky-Gergiev la sitúa como cimera e inigualable, molestándole las pausas entre movimientos porque entiende las obras en su globalidad, y este Shostakóvich fue como beber directamente de la fuente, el auténtico poderío ruso donde Mozart hizo de telonero y Wagner se sumó a la fiesta.