Jueves 9 de noviembre, 20:30 h. Teatro Jovellanos, Jazz Xixón y Sociedad Filarmónica de Gijón.Concierto nº 1672: REMBRANDT TRIO: El fortepiano contemporáneo. Obras de Tony Overwater y Rembrandt Frerichs.
La centenaria sociedad gijonesa volvía a apostar por la heterodoxia musical en colaboración con el festival de jazz local, pero a diferencia de otras actuaciones anteriores como la del dúo Rivero-Jáuregui en 2012 con una visión chopiniana innovadora, o el más cercano de Moisés P. Sánchez en 2022, quien es capaz de inspirarse en Bach para revestirlo de jazz ortodoxo, el trío de los Países Bajos fundado hace tres lustros y que lleva por nombre de pila el del pintor (por otra parte como aquí Jesús o José), resultó el equivocado en tanto que no ofrecieron el esperado programa previsto, sino algunas obras de anteriores trabajos como A Wind invisible sweeps us throught the world (Un invisible viento nos barre por el mundo), inspirado en un poema del persa Rumi, fundador del sufismo, con un equilibrado y relajante concierto de jazz moderno europeo, nada «rompedor» por otra parte.
No hubo inspiración barroca porque ni Tony Overwater (1965) usó un violone barroco de seis cuerdas sino un contrabajo, y tampoco Vinsent Planjer (1972) vino con su Whisper Kit, una mezcla ecléctica de instrumentos de percusión de todo el mundo, en parte de construcción propia, sino más bien un «clásico» de batería básica y algún que otro idiófono con el que dar las pinceladas a una música con giros a Oriente Medio, en parte por Rembrandt Frerichs (1977), que al menos sí trajo su fortepiano construido por Chris Maene y copiado de un instrumento Walter de 1790, muy parecido al que Wolfgang Amadeus Mozart tenía en su casa, tal y como nos presentó el teclista y compositor en un perfecto español leído desde su tableta y que chocaba visualmente con la belleza del instrumento replicado.
Está claro que para Rembrandt este instrumento le sirve para experimentar libremente con los sonidos y las afinaciones (también con el contrabajo de Overwater) e idear nuevas composiciones, controlando la resonancia, utilizando las cuerdas directamente o haciendo arpegios sobre ellas, pero que por el poco volumen se amplificó (llevaba también algún efecto) como todo el trío, y no muy equilibrado con momentos de excesos de presencia en la percusión que también tuvo su solo en el más puro orden jazzístico.
Puede que Rembrandt Frerichs se enamorase del sonido de un instrumento histórico y de una época donde la improvisación, ya desde «dios Bach«, era parte integral de la música. Pero el trío holandés sonó «clásico» y nada rompedor, sin inspiraciones barrocas alemanas o francesas y virando más bien a unos sonidos kurdos y hasta norteafricanos que tanto los hermanan con nuestro flamenco. Seguramente sus colaboraciones con Chick Corea hayan influido en el tema que cerraba sesión, Alpujarra, que salvo la tímbrica del pianoforte cercana a la cítara o el salterio, fundió los aires granadinos, y sería un jazz probablemente más rotundo con un piano de cola, que utiliza en otros conciertos, o incluso sintetizadores pues siempre pueden crear más que recrear sonidos, arrancado en solitario antes de sumarse sus dos compañeros.
Hubiera sido interesante comprobar cómo Tony Overwater podría lograr una tímbrica barroca en un repertorio compuesto entre él y Rembrandt, incluso los solos bien logrados al contrabajo, aunque bajos en la mesa de mezclas, y Planjer utilizase su «kit» donde estarían djembés, darbukas más todo un arsenal que esta vez se limitó a campanas, cencerros y poco más, pesando los membranófonos con exceso de mazas en detrimento de baquetas o escobillas, junto al juego que siempre dan los platillos. Es un baterista de acentos limpios con buena réplica en la sección rítmica con el contrabajista, un trío de «libro».
El Rembrandt Trio todo el peso está en el pianoforte puramente jazzístico con «toques» de la llamada New Age y World Music en una fusión convencional bien planteada, sin muchos alardes, con alguna ilustración visual proyectada tras ello de imágenes cósmicas o videos vegetales abstractos (en la foto superior), pero buscando y experimentando esa tímbrica que le da un teclado «de época», siempre bien acompañado por Overwater y Planjer, trío con una conexión especial y una comunicación inmediata que es lógica tras 15 años tocando juntos.
Una música de atmósferas introspectivas universales que conocen de la música armenia que Rembrandt parece escuchó en uno de sus viajes, bien ambientado como los poemas de Rumi, música de aires islámicos como en el penúltimo tema «¿Por qué ls flores rojas?», y otros con ritmos de danzas cerviches. Pareciese que en todos los temas se colase, como el propio título, un viento invisible que ensancha no solo esta música de los Países Bajos en cierto modo emparentada con la del saxofonista noruego Jan Garbarek sino más minimalista y menos compleja, más suspiro que viento frío el que nos trajo del norte europeo a otro Rembrandt, puede que el equivocado.











