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Faltaron velas

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Miércoles 2 de abril, 20:00 horas, Teatro Jovellanos, Concierto conmemorativo 117º aniversario de la Sociedad Filarmónica de Gijón (1908-2025) (número 1697): Noelia Rodiles (piano), Cosmos Quartet, Mariona Mateu (contrabajo). Obras de Liszt, Haydn, Adès y Schubert.

Hoy celebrábamos un cumpleaños musical en Gijón donde hubo «anécdotas» que podría equiparar a olvidarse la tarta, las velas, o peor aún el mechero para encenderlas, debiendo buscar en la otra punta de la ciudad (desconozco si en coche, moto o bicicleta), y para no «quedarnos a dos velas» se buscó una piñata para no detener la fiesta, y de la que caerían más regalos de los esperados, alargando la celebración hasta pasadas las 22:30 horas. Pero vamos con la crónica de este 117º aniversario.

Para ponernos en situación copio de las notas al programa de Ramón Avello, compañero de profesión, crítico y personalmente el mejor cronista de la Sociedad Filarmónica de Gijón, de la que ha sido presidente, continuando en la actual junta directiva:

«El 2 de abril de 1908 en el foyer o vestíbulo principal del antiguo Teatro Jovellanos, situado en el solar que hoy es sede de la Biblioteca Pública de Gijón, se constituyó la Sociedad Filarmónica Gijonesa. Contaba en aquella fecha con 269 socios promotores, que eligieron ese día a la Junta de Gobierno de la Filarmónica, con Domingo de Orueta y Duarte como presidente y Diego Murillo en el papel de secretario. Los ideales de la Filarmónica, no muy diferentes a los actuales, eran proporcionar a sus socios la mejor música por los mejores intérpretes; promover la música de cámara, de instrumentos solistas y de lieder, dejando al margen géneros como la ópera y la zarzuela, y promocionar la música española, tanto en sus intérpretes como en sus compositores.

Hoy se cumplen exactamente los 117 años del nacimiento de la Filarmónica de Gijón. La labor cultural ininterrumpida de esta sociedad se puede resumir en 1697 conciertos, contando el último: el que interpretan esta tarde Noelia Rodiles con el Cosmos Quartet y la contrabajista Mariona Mateu».

Manteniendo el espíritu original abría este concierto la pianista Noelia Rodiles (Oviedo, 1985), que nos interpretaría dos Lieder de Schubert en la transcripción que hiciese Liszt, quien como toda sociedad filarmónica, ayudaría a promover y dar a conocer las obras de músicos como su admirado y  malogrado vienés, desde unas «versiones» que son recreación sin voz desde un virtuosismo al alcance de pocos, y Rodiles lo demostró con los dos elegidos: la célebre «Serenata» que muchos conocimos tanto sola como cantada (el cuarto de la colección recopilatoria El canto del cisne D. 977), con el piano siempre fiel a la melodía, y la hermosísima «Margarita en la rueca» (Gretchen am Spinnrade) D. 118, tejiendo al piano casi un hilo de oro delicados con unos graves intensos y la expresividad innata de la «avilesina» que nunca defrauda.

Colocadas sillas y atriles para las tabletas llegaba el Cuarteto Cosmos con el gran Haydn y su Cuarteto en re mayor (1793), utilizando este género para expresar y volcar sus ideas, escribiendo 68 donde desarrolla este nuevo estilo camerístico donde los cuatro instrumentos tienen igual importancia, y los catalanes así lo entendieron. Este cuarteto aunque compuesto en Viena se pensó para el violinista, empresario y amigo de Haydn el británico Johan Peter Salomon, quien en la Real Sociedad Filarmónica de Londres marca el inicio y espíritu de tantas como la propia gijonesa. Cuatro movimientos aplaudidos cada uno por un público que parecía estar inaugurando la sociedad en el siglo pasado, bien delineados los temas, con los tiempos elegidos para escucharse todo, un Allegro bien desarrollado y especialmente el Menuetto enérgico.

Y deben seguir programándose obras de autores actuales, caso del londinense Thomas Adès (1971) de quien El Cosmos eligió su Arcadiana (1994) estrenado en el Festival Elgar de Cambridge y que pese a la referencia a los paisajes paradisíacos a lo largo de siete movimientos, su lenguaje atonal aunque buscando efectos y elementos bien explicados perfectamente por Avello en las notas, pero comenzaron las sorpresas del cumpleaños. No sé si el agua veneciana (o el orbayu en e exterior), el «tango mortal» o directamente la «pérfida Albión», con tanto glissando, tirar de las cuerdas, la fuerza e ímpetu que los cuatro imprimían en cada movimiento, poco cercano a un esperado «idilio sonoro», se rompía una cuerda del chelo de Oriol Prat.

Tras la incertidumbre estaba claro que no podía reanudarse, pues cambiar una cuerda lleva su tiempo y más si no se trae de repuesto, así que se adelantó el descanso. Mas no llegaba a tiempo para reanudar la segunda parte, así que llegó la inesperada «piñata» y el verdadero regalo de Noelia Rodiles, anunciando por megafonía que nos interpretaría junto a Lara Fernández dos romanzas sin palabras de Félix y Fanny Mendelssohn, también presentadas cada una de ellas. Es difícil interpretar obras no preparadas para la ocasión, pero Noelia es una profesional y nos dejó del segundo libro de las conocidas como romanzas sin palabras de Félix Mendelsshon, primero la opus 30 nº 7 en mi bemol mayor, y después la opus 30 nº 6 en fa sostenido menor, Barcarola que parecía retrotraernos de la Venezia nocturna de Adés. Dos páginas que como en el Schubert de Liszt hacen cantar el piano con la voz inconfundible de la asturiana, fraseos claros, rubatos sin exagerar y la musicalidad característica de la pianista que comenzó a formarse en el Conservatorio Julián Orbón de Avilés.

Lara Fernández se uniría con igual profesionalidad para sumar su viola con dos canciones de la hermana e igualmente gran compositora e intérprete Fanny Mendelsshon: la conocida Canción de primavera op. 62 nº 6 en la mayor, el diálogo de la voz femenina en la cuerda más cercana a ella, y Schwanenlied (canción del cisne), opus 1/1, también conocida y muy versionada, que pareció otro premio más de esa piñata no esperada pero traída en las ya habituales tabletas (al menos venían bien cargadas).

Aún no estaba preparado el quinteto, así que el inesperado «Dúo Rodiles-Fernández» prosiguieron una especie de Gijonada (cual Schubertiada gijonesa) tirando de recursos como «cantar» Die Forelle D. 550 (sin la letra de C. F. Daniel Schubart) e intentando preparar el quinteto homónimo. Pero difícil sin ensayar y con algún contratiempo o falta de entendimiento en las repeticiones y cantos, al menos el esfuerzo se puede considerar sobrehumano para cualquier músico, y esta trucha parecía estar escabechada o ahumada, aunque comestible.

Seguía la espera pero la música no pararía, y de nuevo una canción sin palabras, el Liebestraum nº 3 (Sueño de amor) de Liszt, mucho mejor dadas las circunstancias, con un entendimiento por parte de Noelia que da la experiencia, más un canto de Lara bien sentido, dejándonos este regalo extra de una piñata a la que aún se debía sacudir, pues eran las 21:42 y no llegaba a tiempo la cuerda del cello (colocarla, atemperar y afinar antes de la última obra prevista).

Noelia Rodiles volvió a rebuscar en la tableta y prosiguió la fiesta con su Schubert querido, trabajado, estudiado, capaz de detener el tiempo y hacer de la espera virtud. El Andante sostenuto de la Sonata nº 21 en si bemol D960, fue un portento de emoción, sabiduría, talento, limpieza, generosidad y profesionalidad para dejarnos con ganas de seguir escuchándola, pero al fin llegaba una trucha del día, casi saltando del río Piles en el Quinteto con piano en la mayor D. 667, marchando Helena Satué (que estuvo de primer violín la primera parte) e incorporándose el contrabajo de Mariona Mateu.

Diez minutos recolocando sillas y atriles para este valiente quinteto en los tempi,  bien ajustados y encajados todos, con el peso del grave bien balanceado, los momentos de la cuerda frotada muy ricos en matices, protagonismo compartido con las cristalinas contestaciones del piano, «tirando, un Scherzo brillante, las variaciones sobre el lied cantadas por todos valientes, en el aire, encajadas a la perfección sin perder el aliento hasta poder soplar las imaginarias velas del Finale como si fuese el «cumpleaños feliz» en el tiempo justo, a las 22:30 horas de este 117º cumpleaños, muy aplaudido, donde sin tarta ni velas los regalos fueron generosos (impagable mi querida Noelia Rodiles) e inesperados, como en toda fiesta que se precie, y aún más en la Sociedad Filarmónica de Gijón.

¡Y que cumplas muchos más!

PROGRAMA:

Primera parte:

Noelia Rodiles (piano):

Franz LISZT (1811–1886)

Lieder de Franz Schubert, S. 558:
Ständchen, nº 9
Gretchen am Spinnrade, nº 8

COSMOS QUARTET: Helena Satué, violín – Bernat Prat, violín – Lara Fernández, viola – Oriol Prat, violonchelo:

Joseph HAYDN (1732–1809)

Cuarteto de cuerda en Re mayor, Op. 71, nº 2 (Hob.III:70):

  1. Adagio – Allegro
  2. Adagio cantabile
  3. Menuetto. Allegro – Trio
  4. Finale. Allegretto

Thomas ADÈS (1971)

Arcadiana, Op. 12

  1. Venezia notturna
  2. Das klinget so herrlich, das klinget so schön
  3. Auf dem Wasser zu singen
  4. Et… (tango mortale)
  5. L’embarquement
  6. O Albion
  7. Lethe

Segunda parte:

Noelia Rodiles (piano), Bernat Prat (violín) – Lara Fernández (viola) – Oriol Prat (violonchelo) – Mariona Mateu (contrabajo):

Franz SCHUBERT (1797–1828)

Quinteto con piano en La mayor, D. 667, «La trucha»

  1. Allegro vivace
  2. Andante
  3. Scherzo. Presto – Trio
  4. Tema con variazione. Andantino
  5. Finale. Allegro giusto

Luminosa oscuridad

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Viernes 15 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 11 OSPA, María Moros (viola), Lorenzo Viotti (director). Obras de Adès, Britten y Beethoven.
Continuamos celebrando las Bodas de Plata de nuestra OSPA con un programa muy interesante por obras, solista y director, transitando de la penumbra a la luz casi cegadora entre toses, móviles y cierta desbandada entre un público que parece estar perdiéndose. No me corresponde buscar las causas y una verdadera lástima porque este undécimo apostó por conjugar repertorios que hacen crecer a melómanos e intérpretes.

Thomas Adès (1971) me trae buenos recuerdos con nuestra formación, desde el estreno español el 11 de mayo de 2012 de las danzas de su ópera Powder Her Face con un magistral Kynan Johns en el podio, y la obertura de La tempestad con Milanov el 27 de febrero del año pasado. No hay dos sin tres y esta vez con Tres estudios sobre Couperin (2006) una obra tendente a la miniatura como apunta Carlos García de la Vega en las notas al programa (con algunos fragmentos enlazados al inicio y sacados del Facebook© de la propia OSPA así como la foto de la solista) con la vista puesta en las piezas para clave del francés pasadas por un juego tímbrico y de texturas curioso desde la propia disposición de dos orquestas casi camerísticas, incluyendo la familia de flautas graves nada habituales, enfrentadas con timbales y percusión (marimba más roto-toms en el estudio central), evocadoras desde los propios títulos (Las diversiones, Los juegos de manos, El alma en pena) y proyectando unos efectos diríamos que en estéreo destruyendo o desmenuzando para crear un ambiente lúgubre con destellos luminosos buscando una instrumentación realmente jugosa en las texturas. Me impresionó contemplar la labor del joven director francosuizo minucioso como la propia partitura para tejer y sacar a la luz una trama compleja que las cuerdas trenzaron con un trabajo meticuloso en la búsqueda de una sonoridad increíble que parecía dar forma a cada estudio: Les Amusements realmente diversas más que divertidas, Les Tours de Passe-passe cual ingeniero de sonido pasando de un canal a otro deslizando los «faders» en la mesa de mezclas, y L’Ame-en-Peine realmente dolorosa, gimiente más que hiriente como si de un fundido a negro se tratase. Partitura que provocó más ruido del deseado a pesar de ser menos sus productores, por otra parte tristemente habitual ante obras actuales que exigen esfuerzo en su escucha (además de un entrenamiento auditivo).

En ese ambiente lúgubre y triste se mueve Lachrymae, op. 48a (1976) de Benjamin Britten (1913-1976), tema y diez variaciones para viola y piano originalmente y el mismo año de su muerte arregladas para viola y orquesta de cuerda que nos permitió disfrutar de María Moros, nuestra joven solista maña dando el paso al frente y arropada por sus compañeros además de una labor concertadora por parte de Viotti inconmensurable. Britten sigue siendo un compositor para disfrutar la belleza del dolor, el horror y la penumbra, de lenguaje propio en cualquier forma que afronte, y esta obra además de crear un ambiente que me recordaba en cierto modo los Interludios Marinos de «Peter Grimes», también se nutre de la música melancólica renacentista de su compatriota John Dowland (1563-1626) para convertir la viola en voz sin texto y la orquesta de cuerda en un «ensemble» de laúdes ricos en expresividad, igualmente desmenuzando más que variando su hermoso y triste tema If my complaints could passions move, fluyen mis lágrimas, pavana «Lachrimae» desprovista de dulzura pero recreándose sentimentalmente, jugando con la técnica al servicio de la variación como una tormenta interior, algo que María Moros llevó con esmero por abarcar desde una viola preciosista y cantabile en sonido todo ese amplio espectro. La propia instrumentación solo con cuerda frotada es otro acierto del compositor, jugando con el mismo número, cuatro de cada, exceptuando las seis violas, un homenaje a la solista, a los laúdes primigenios elevándolos de la cuerda pulsada (que aparece en los pizzicati) a la frotada que consigue alargar ánimos y sonidos, la inmensidad y madurez de la viola hermana del laúd a la que pocas veces le dieron el protagonismo merecido, y sólo la sensibilidad de un violista como Britten alcanza en esta obra donde cada variación es un requiebro al claroscuro, sutiles juegos de transparencias como telas musicales, calidades sonoras de ricas dinámicas y tempi para alcanzar el deseado y casi inalcanzable remanso final del tema original If my tears flow, fluyen mis lágrimas, tras tanta tensión acumulada. Sentida y espléndida versión de María Moros plagada de detalles y matices con la inigualable cuerda de la OSPA y el maestro Viotti atento, preciso y entregado desde un calor que se transmitió desde el Tema al L’istesso tempo.

Y qué mejor regalo que el original Dowland (al que el exPolice Sting también volvió) con la solista íntima acompañada por dos violas y dos cellos transportándonos a la corte británica con sencillez y hondura. Satisfacción de corroborar la calidad de nuestros atriles y la confianza en darles conciertos como solistas.

El repertorio de siempre, necesario y contrapeso a las novedades devolvió la luz con Beethoven y su Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93 (1812), la siempre enigmática Octava, donde el empuje e ímpetu de Viotti encontró respuesta instantanea desde el Allegro vivace e con brio, la orquesta sonando con esa redondez característica, poderosa en todas las secciones, arriesgando con el aire exigente, los volúmenes casi al límite pero sin perder los planos precisos, los pares de trompas y trompetas (de llaves) en un momento ideal de compenetración y entendimiento, la madera en su línea de excelencia asegurada y los timbales mandando, más una cuerda clásica en colocación compensando frecuencias y presencias. Milimétrico y cuadrado Allegretto scherzando en homenaje metronómico de humor fino por parte del genio de Bonn, de nuevo apostando por un tiempo vivo sin perder pulsación. El Tempo di Menuetto burlón, jugando con los acentos y los planos de los registros graves, contrastes dinámicos en continuo avance, los ataques como brochazos sueltos, el tándem metal-timbales como nunca, el clarinete sobrevolando siempre arrullado por la cuerda, el aire vienés respetuoso como la partitura de quien ya había roto moldes pero no reniega de la herencia recibida. Y sobre todo el Allegro vivace que abre de par en par los ventanales orquestales, el riesgo de dinámicas extremas desde el vértigo que pareció tambalearse pero resultó impulso celestial, la adrenalina que devuelve alegría, fuertes convincentes, pianos cortantes, silencios realzando, crescendi casi ilimitados, la apuesta de un joven Viotti que está llamado a consolidarse pronto como una realidad en los podios de las llamadas grandes formaciones y que ha hecho grande de nuevo a la OSPA, siempre resuelta y segura en el repertorio sinfónico. Tomen nota: Lorenzo Viotti, seriedad desde la juventud con trabajo concienzudo, muchas ganas e ideas claras que transmite y convenció a todos, y el público lo agradeció con aplausos más que merecidos y hasta tres salidas una vez finalizado el concierto.

Geografías musicales

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Viernes 27 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: concierto de Abono 6, OSPA, Leticia Moreno (violín), Rossen Milanov (director). Obras de Thomas Adès, Lalo, Copland y Debussy.

Escribe David Moro Vallina en sus notas al programa, enlazadas en los compositores, que también remarcó en la conferencia previa al concierto, que «la música es un medio eficaz para movilizar sentimientos de nostalgia y establecer asociaciones dentro de una comunidad debido a su gran poder connotativo», pudiendo añadir de mi cosecha el enorme poder evocador de la música, no ya de sabores (que en ésto también se está trabajando) o sensaciones individuales, sino también de imágenes, incluso de cierta memoria colectiva que nos lleva a asociar músicas con películas, series, e incluso viajes, geografía personal de cada uno intrínseca a la de los intérpretes y compositores, por lo que este último concierto de febrero de la OSPA estaba lleno de «exotismos y evocaciones«.

Volvía a sonar la música de Adès (1971) en el auditorio por nuestra orquesta, esta vez con la obertura de su ópera La tempestad (2004), nuevamente plagado de música para imágenes, derroche instrumental para una formación reforzada para este concierto, breve y apostando por el despliegue máximo dando protagonismo al metal y la cuerda con una percusión abundante que no suele fallar en las obras actuales merced al colorido que aportan a las obras. Milanov se encuentra cómodo en estos repertorios y se le nota, casi diría que es transparente por no usar la expresión coloquial de «tenerle calado», y permitió a sus músicos explayarse a gusto en todas las dinámicas de la partitura aunque con poca exigencia por su parte.

La madrileña Leticia Moreno se presentaba en la capital con un violín Nicola Gagliano de 1762 para interpretar la llamada Sinfonía española, op. 21 de Lalo, dada a conocer por el virtuoso navarro Pablo Sarasate y que no suele faltar en el repertorio de todo gran violinista, aunque musicalmente no sea de los conciertos grandes que la española interpreta. Además de la visión que un francés tiene de la llamada música española, y Leticia la conoce de primera mano, lo cierto es que los cinco movimientos repasan ritmos y aires cercanos desde una orquestación rica que por momentos tapaba el sonido del violín de Leticia Moreno, algo corto en volumen pero siempre melódicamente bien llevado, escritura no muy difícil que debe compensarse con una interpretación sentida como hizo Leticia Moreno, fichaje español del sello amarillo. Milanov concertó correcto aunque sin mimar mucho las dinámicas, algo grandes para una obra al servicio del solista. Ritmos de habanera para el Allegro ma no troppo, el Intermezzo y más lenta para el Andante, aires de jota en el Scherzo y el llamado «punto de la Habana» para el Final son guiños geográficos más allá de nuestra piel de toro que musicalmente sonaron universales y de menos a más, destacando la energía última tras unos movimientos algo neutros a cargo de todos y donde la solista pudo destacar algo más.

Al menos disfrutamos con su regalo de la Nana de Falla en arreglo con el arpa de Miriam del Río, dejándonos nuevamente la idea de una violinista con mucho gusto sin necesidad de alardes virtuosísticos, primando la musicalidad sobre la técnica «pirotécnica», algo que se agradece por escasear. Las mujeres están dominando también el mundo de los solistas, y dos semanas lo corroboraron en Oviedo, geografías de ambos lados del Atlántico con el puente musical universal.

Segundas partes pueden ser buenas en contra del dicho, y esta vez Milanov se enfrentaba a dos obras que conoce, domina y le gustan, mostrando su mejor cara y estilo desde el podio, marcando y mandando, cuando la batuta se mueve precisa y la izquierda sonsaca los pasajes importantes, conocedor de la enorme calidad de todos los solistas y secciones, destacando esta vez las cuatro trompas, totalmente nuevas, que brillaron con luz propia ensambladas en el conjunto como si llevasen todo el tiempo con sus compañeros.

La suite Primavera Apalache (Copland) evoca el oeste americano por utilizar esas músicas asociadas a las imágenes de nuestro recuerdo, la colonización, el paisaje y hasta el color que Aaron Copland vuelca en esta partitura también coreografiada por la gran Marta Graham. El titular búlgaro llevó una versión llena de luz y detalles en cada pasaje, con la colaboración y entrega de los músicos de la OSPA, etapas de un viaje compartido, excelencias de los solistas subrayando las melodías, ambientando un largo itinerario que alcanza su destino en el conocido tema Simple Gifts que conquistó tierras y público en esta hermosa y lograda composición del primer músico estadounidense tildado de nacionalista al que el poder de la imagen ha hecho todo un clásico.

Y el color orquestal, como los estilos pictóricos, pasaba del naturalismo al llamado impresionismo, aunque Debussy es mucho más y El mar (mejor La mer en femenino) casi pareció pintado por Darío Regoyos en el sentido de hacerlo más Cantábrico que nunca. Los tres movimientos resultaron un viaje por estados meteorológicos cercanos donde la música olía a salitre, casi nos salpicaba y llevaba a feliz puerto asturiano. Milanov fue el capitán seguro con una tripulación de primera, Del alba al mediodía en el mar presentaba un mar tranquilamente traicionero, en esa calma de grises que amenaza los Juegos de olas siguientes, resacas oceánicas con intervenciones solistas todas destacables, una buena, la siguiente mejor, empaste ideal para el «sonido OSPA» característico que no siempre sale a flote, para lograr el Diálogo del viento y el mar, de música e intérpretes, director y orquesta remando en la misma dirección, un Debussy magistral pintor de sonidos que la gran paleta y pincel seguro hicieron más nuestro aún. El «capitán» búlgaro seguirá al mando rumbo a Bilbao antes de cambiar de barco para dejar nuestro navío asturiano al mando del «sobrecargo» Lockington, quien nos traerá nuevas singladuras también con mujeres solistas y de casa. Espero seguir con el cuaderno de bitácora relatando las distintas etapas.

Color y sentimiento

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Viernes 11 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de Abono nº 12 OSPA, Amanda Roocroft (soprano), Kynan Johns (director). Obras de Thomas Adès (1971), Alban Berg (1885-1935) y Gustav Mahler (1860-1911).

Encontrarse un programa donde Mahler sea el más antiguo no es habitual; seguir apostando por estrenos siempre un riesgo que comienza a normalizarse; recuperar un director que dejó buen sabor de boca de agradecer, y traer de nuevo a una soprano británica -cuya «Jenufa» de 2005 es recordada en Oviedo- para poner su arte al servicio de la poesía hecha música ya aventuraba un viernes totalmente distinto al pasado. Y la lírica germana superó con creces a la española gracias a compositores de primera y una orquesta que parecía distinta en una semana. Mejor, creo que en el abono nº 11 nos la cambiaron.

El maestro Johns volvió a agradarme, mandando y haciéndose notar en todo el concierto sin gestos para la galería. El estreno en España de las Danzas de «Empolvando su rostro» (Powder Her Face), la polémica ópera de Thomas Adès, nos devolvió lo mejor de nuestra formación en una especie de trailer americano con mucho regusto porteño (Piazzolla revivido) en esta suite sinfónica de 2007 del propio compositor inglés, pero también deudor del Berg que superaría esta primera escucha. Orquestación rica, rítmicas potentes, melodías encadenadas y muchos guiños cercanos a la farsa, paralelismos con la Lulú que apunta Alex Ross aunque esta vez la voz callase. Curioso escuchar las danzas de esta ópera cuando las dos obras siguientes contarían con la soprano Amanda Roocroft que redondearía una actuación completísima.

Alban Berg sigue provocando en parte del público cierto rechazo, supongo que traducido a toses y comentarios en voz baja, pero las «Siete canciones tempranas o de juventud» (Sieben frühe Lieder) de los años 1905-1908 son de lo más escuchado cien años después aunque bocado para paladares abiertos de espíritu. Los siete poemas elegidos son de por sí joyas literarias y microcosmos expresivos, con orquestaciones sutiles y la soprano recreando melodías imposibles para textos profundos (¡qué distinto todo del Neruda pasado!). Será predisposición o ganas de cerrar pronto la herida, pero desde el primer Nacht con letra de Hauptmann quedé cautivado, teniendo el detalle de dejar las luces de la sala encendidas para poder seguir texto y traducción, si bien contemplar la interpretación de Amanda era suficiente para captar el sentido, «Brillan las luces en la silenciosa noche». Schilflied juncos murmurantes y al pie de la letra: «Y entonces me parece que oigo el dulce sonido de tu voz», la cálida de Roocroft arropada por una orquesta que volvió a brillar y con Kynan Johns sin cortarse en dinámicas, trayéndonos el ruiseñor (Die Nachtigall) a la noche ovetense sin jaula, y «coronado de sueños» (Traumgekrönt) de Rilke, nueva ¿coincidencia? literaria en el lied más sentimental de todos, voz e instrumentos con la cuerda resucitada, letra y música fundidos, «Y entonces llegaste a mi para robarme el alma». Pasión como el rojo vestido de Amanda, destellos de sol otoñal «En la habitación» (Im Zimmer) sin perder sentimientos encadenados de los dos últimos, Liebesode ¡Oda al amor! «proporcionándonos sueños maravillosos» y feliz conclusión en Sommertage, poema que explica todo el sentimiento «Calla ahora la palabra, cuando imagen tras imagen viene hacia tí y te llena por completo». Berg, sus poemas preferidos y la bella voz protagonista sabiamente arropada por una orquesta que resultó amante perfecta.

Desandando el tiempo aunque lo bueno siempre sea atemporal, llegaba Mahler, su tiempo de ahora en esta Sinfonía nº 4 en SOL M., naturaleza pura desde el primer sonido, paleta completa de colores, dinámicas que parecían olvidadas, trazos claros desde la batuta australiana con una lectura poética y ceñida a las indicaciones de cada movimiento. Por fin la orquesta en su esplendor, solistas y coprincipales, todas y cada una de las secciones, delicadas, claras, potentes, redondas, disciplinadas, sobre todo compacta… y sin prisas: «Lento sin apresurar» (Bedächtig, nich eilen), qué difícil concepción inicial para resultar tan fácil escucharla; «En movimiento cómodo, sin precipitación» (In gemächlicher Bewegung), pudiendo paladear todas y cada una de las entretejidas melodías en el plano exacto, solistas impecables, gustándose, transmitiendo, dejándose llevar por gestos claros y precisos, atentos. El éxtasis alcanzado «Con mucha tranquilidad» (Ruhevoll): Poco adagio, Mahler en estado puro, montaña rusa sentimental, doliente y pletórica, cielo e infierno en cada sección, compás a compás, remontando y rematando, ¡qué más pedir!…

Pues Sehr behaglich, «Muy cómodo» y la reaparición de blanco de Doña Amanda cantando «La vida celestial» (Das himmlische Leben), la fuente inagotable mahleriana (auténtico cuerno de juventud «Des Knaben Wunderhonr»), el lied orquestal donde nada está al azar, naturaleza y santoral, que reflejando la traducción de Rafael Banús -autor también de las notas al programa- resultó perfecta conclusión del concierto, nudo en la garganta y lágrimas en mi rostro, voz y sentimiento para Gustavo, «no existe música en la tierra que pueda compararse con la nuestra… Son excelentes músicos de corte… Todo despierta alegría».

Purgatorio y paraíso en una semana, Amanda ángel femenino, Kynan cual San Jorge y un dragón que no soltó fuego sino color y sentimiento.

Más no puedo pedir. No hay antes ni después, sólo Mahler que nunca me falla…