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Literatura musical con ‘Malats’

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Miércoles, 30 de noviembre, 19:45 h. Teatro Filarmónica, concierto 16 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. Trío Malats. Obras de MalatsSuk y Mendelssohn.

Crítica completa para LNE del viernes 2 de diciembre sin problemas de espacio, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía, incluyendo negrita o cambiando algunos entrecomillados por cursiva, que la prensa no suele admitir.

Tarde desapacible y poco público, aunque siempre fiel el abonado de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, para finalizar este noviembre invernal desde la mejor escuela de melómanos e intérpretes como es el teatro de la calle Mendizábal, hoy punto de partida de un viaje casi literario por partida triple, donde el Trío Malats, formado por Victor Martínez (violín), Alberto Gorrochategui (chelo) y Carlos Galán (piano) rendían su particular homenaje en los 150 años del nacimiento de Joaquín Malats (1872-1912), compartiendo programa con Josef Suk (1874-1935) y Felix Mendelssohn (1809-1847) en otro aniversario, los 175 de su muerte.

El trío como formación de cámara llenaría los salones románticos hasta los primeros años del pasado siglo, y no faltarían en aquellas pujantes sociedades filarmónicas que hoy luchan por sobrevivir -como las tres asturianas- transportándonos hasta la actualidad en estos reductos musicales. Trío también como género para que los grandes compositores experimentasen con su escritura cual laboratorio sonoro donde el piano conformaba un “sinfonismo a escala reducida” junto a violín y chelo que, además de enriquecer texturas, encontraban la sonoridad buscada antes del paso a las grandes salas de concierto. Los tres compositores elegidos por el Trío Malats son buen ejemplo para interpretar la música de cámara desde distintas épocas y estilos, manteniendo el buen gusto por la escritura “de salón” ejecutada desde la complicidad de tres solistas de altura unidos para latir con un solo corazón en un viaje donde la música no necesita palabras.

La Elegía op. 23 (1902) del checo Suk, alumno de Dvorak, quien influiría enormemente en este género de cámara, sirvió para abrir el concierto, obra en memoria del escritor de novelas y poemas épicos bohemios Julius Zeyer (1841-1901) con esa inspiración literaria expresada por la propia definición de “elegía”: «composición lírica en la que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro acontecimiento infortunado», casi epílogo para el alemán y prólogo del catalán Malats, un niño prodigio que además de excelente pianista, interpretando con 14 años a Beethoven o Mendelssohn, nos dejó páginas tan conocidas como su Serenata española junto a otras menos difundidas, caso del Trío en si bemol mayor, que “El Malats” está ayudando a programar. Tres movimientos con un piano rotundo, lógico en un intérprete como el barcelonés, especialmente en el Allegro; más trabajado el lírico Andante con los tres instrumentos equilibrados en sus intervenciones; más un vertiginoso Vivace final, escritura para virtuosos con aires parisinos de la época estudiantil sin perder el “mediterraneísmo” despojado de folclorismos pero igual de popular y tan catalán en todas las artes de las que la música también bebería.

Palabras mayores la elección de Mendelssohn al que Malats tenía entre sus preferidos y ahora “su trío” interpretaría en la segunda parte: el Trío nº 1 op. 49 en re menor, cuatro movimientos muy exigentes, nuevamente para el piano, donde disfrutar del ambiente que reinaba en la casa del hijo del banquero judío en Leipzig acompañado de otros contemporáneos, romanticismo puro de salón que pide al trío máxima compenetración, demostrada con creces por estos brillantes músicos reunidos en este repertorio que degustamos en la “sala Mendizábal” de este teatro rodeado de mucha arquitectura y literatura -también musical- en cuatro movimientos, primero cual romanza sin palabras, sueños de una noche de verano del segundo, aires escoceses del scherzo o el último esbozo sinfónico escritos por el gran compositor redescubridor del “dios Bach”.

Y la propina del llamado “Brahms ruso” aunque de origen suizo Paul Jon (1872-1940), otro gran compositor de tríos además de sinfonista no lo suficientemente conocido ni difundido, con nuevo tributo a los escritores de “literatura de viajes musicales”, dejándonos una miniatura de ensueño, Rêverie op. 18 nº 3 ampliando las fronteras del Trío Malats en este acercamiento al género de cámara siempre bienvenido para público e intérpretes, rescatando del olvido páginas que nos transportan a salones europeos sin movernos de nuestra butaca en la centenaria sociedad filarmónica ovetense, “La Viena española” en los años 20 ya de este siglo XXI.

Tres de tres

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Miércoles, 30 de noviembre, 19:45 h. Teatro Filarmónica, concierto 16 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. Trío Malats. Obras de MalatsSuk y Mendelssohn.

Reseña para LNE del jueves 1 de diciembre escrita desde el teléfono móvil con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía, incluyendo negrita o cambiando algunos entrecomillados por cursiva, que la prensa no suele admitir.

Segundo concierto del penúltimo y frío mes en la centenaria sociedad filarmónica ovetense, el decimosexto del año (diciembre aún nos dejará otros dos más) y una de las pocas oportunidades que se presentan de escuchar en vivo el Trío en si bemol de Joaquín Malats (1872-1912) -coincidiendo con el 150 aniversario de su nacimiento- que lo ofreció precisamente quienes llevan el nombre del compositor catalán, Trío Malats, ofreciendo un programa que incluyó también la Elegía Op. 23 de Josef Suk abriendo concierto, más el siempre admirable Trío nº 1, Op. 49 en re menor de Mendelssohn ocupando toda la segunda mitad.

Victor Martínez (violín), Alberto Gorrochategui (chelo) y Carlos Galán (piano) forman este Trío Malats uniendo sus carreras individuales con mismo corazón para difundir por todo el mundo el nombre del músico barcelonés, también promocionando obras españolas actuales sin olvidarse de los grandes compositores universales en todo estilo y época con esta agrupación camerística por excelencia, premiada con varios galardones en una carrera muy asentada. Trío de músicos y de obras para disfrutar del género más experimental en la historia.

Suk y su elegía cual prólogo, poesía por la muerte con el amplio sentido de la palabra lírica, cuerdas y piano de salón ambientando este concierto.

Malats mucho más que un homenaje, aires mediterráneos del Allegro, perfume francés de estudiante en el Andante central, más todo el fin de siglo cosmopolita con el Vivace de un trío respetuoso con su “mentor” entregados en feliz entendimiento.

Mendelssohn siempre grande por escritura, exigencia a sus intérpretes, especialmente el piano, romanticismo puro y laboratorio sinfónico a tres, viaje al Leipzig de banqueros y mucha música donde nos llevaron estos tres tríos.

El final de viaje tuvo parada extra con Paul Juon conocido como “el Brahms ruso” concluyendo un largo trayecto para el poco pero agradecido y entendido público de “La Viena española”, necesitado de estas músicas de salón más que de antitusivos.

Explorando piano y saxo

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Martes 29 de marzo, 19:45 horasTeatro Filarmónica, Oviedo: Concierto 6 del año 2022, 2.031 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. Dúo Saxperience: Antonio Cánovas (saxofón), Elena Miguélez (piano). Obras de: Amy Beach, J. J. Solana, A. Guinovart, J. A. Amargós, T. Yoshimatsu y P. Iturralde.

Interesante programa el ofrecido por el Dúo Saxpierence para la sociedad filarmónica ovetense, apostando por un equilibrio interpretativo entre piano y saxo con obras tanto originales como transcripciones que dan una visión de la evolución de un instrumento moderno que se ha convertido en imprescindible en todos los repertorios, desde la llamada clásica, especialmente desde el Impresionismo, hasta el jazz con todas sus fusiones, incluyendo el flamenco, la música ligera, las bandas de musica que serían impensables sin él, y obras actuales pensadas para su peculiar timbre y expresividad en cada tesitura, este martes con los alto y soprano.

Las obras elegidas por Cánovas y Miguélez demostraron la perfecta simbiosis y entendimiento de los dos profesores, una vida en común por y para la música con partituras muy exigentes para ambos, donde poner la técnica al servicio de unas músicas que encantaron a un público variopinto con presencia de estudiantes de los distintos conservatorios asturianos, formando a las nuevas generaciones en ambos lados de la música, desde el trabajo del escenario hasta la butaca, el ocio que tantas alegrías nos dan.

Antonio Cánovas ejerció igualmente de anfitrión y docente, presentándonos cada una de las obras interpretadas. De la compositora norteamericana Amy Beach (1867-1944) decir que está sonando cada vez más en los auditorios y teatros desde todas sus facetas, siendo la camerística igual de interesante que la sinfónica. Su Romance Op. 23 (1893) para violín y piano es muy popular y la transcripción para saxo alto del propio Cánovas mostró la versatilidad de su instrumento, capaz de descubrir sonoridades propias sin «traicionar» el original, siempre con un piano presente de graves redondos y un brillo complementando las texturas del saxo.

El compositor madrileño Juan José Solana Gutiérrez (1957), actual presidente de la Fundación SGAE, compuso en 2015 Gran Vía 6 a.m. para saxo alto y piano dedicado a este dúo que la estrenaría en Madrid. La historia que esconde es la larga espera en esa parada del bus madrileño tras perder el último de las noche y observar el latido de la capital de España a esas horas, auténtica banda sonora del despertar al trabajo y la cotidianidad, música llena de matices y ambientes que los destinatarios compartieron con todos los presentes, poniendo cada uno de nosotros las imágenes para el recuerdo en una partitura muy trabajada como en el maestro Solana es habitual.

Para cerrar la primera parte el catalán Albert Guinovart (1962), su Fantasía sobre «Goyescas» (1997) para clarinete y piano que con el permiso del compositor por la complementariedad sonora del saxo soprano, no puso reparos al cambio de instrumento. Si la obra original de Granados es una maravilla tanto orquestal como al piano, mantenerlo y variar sus melodías con el soprano en unas armonizaciones actuales, auténtica fusión o visión mediterránea del catalán que mantiene todo el protagonismo pianístico enriquecido aún más con el timbre de un saxo que canta igualmente «jondo» y operístico, enamorando como las majas del ilerdense que el barcelonés reviste de moderno testimonio.

Todavía quedaba mucho más por disfrutar pues la segunda parte nos trajo a dos compositores actuales cuya música explota todos los recursos del saxo alto con un piano capaz de recordarnos al mejor Debussy o Mompou unido con Montoliú o las armonías del lejano oriente plenamente New Wave. Del segundo barcelonés del concierto, Joan Albert Amargós (1950), tengo grabaciones suyas en todos los formatos, estilos y épocas, dominador del clarinete y el piano además de excelente orquestador del que viví los arreglos asturianos disfrutando igualmente con su dirección, En su faceta compositiva, este Homenatge a Lorca (1998) es una joya para el piano y el saxo, los tres cantos populares del granadino universal, otro enamorado de la música como buen poeta, resultan actuales sin perder la esencia, desde Los cuatro muleros rítmicos, variados, casi individualizados, totalmente jazzísticos, piano inmenso y saxo estratosférico, pasando por el Zorongo cual «música callada» de teclas intimistas hasta el desbordante Anda Jaleo que Cánovas y Miguélez llevaron al culmen, auténtica experiencia con el saxo, unísonos y escalas a dos engrandecidas por la precisión y encaje de ambos gracias al magisterio de armonías del catalán.

Y el fin de fiesta con un japonés, Takashi Yoshimatsu (1953), con su Fuzzy Bird Sonate (1991), tres movimientos de estos «pájaros borrosos» que corren, cantan y vuelan, tal y como indica el compositor en cada uno de los cuadros sonoros. Dúo perfecto de saxo y piano por los ambientes creados, (di)fusionando lo tradicional y universal desde el lejano oriente que sigue dándonos compositores interesantes, búsqueda de sonidos explotando los instrumentos y melodías eternas vestidas de modernidad. un piano rítmico y exigente completando el virtuosismo del saxo, jugando con percusiones y un vuelo incesante casi de vencejos por su coordinación en esta interpretación para asombro de todos a la altura de estos dos profesionales.

Un concierto completo, original donde no podía faltar un tributo al gran Pedro Iturralde (1929-2020),  nuestro saxofonista de referencia que hubiese disfrutado con estas obras, docente, compositor e innovador, un espejo para tantos que llegarían después, fallecido sin el merecido homenaje en vida que un emocionado Antonio Cánovas le rindió con el primero de los movimientos del tríptico Memorias con el sonido siempre único del soprano para esta melodía tan sentida en escritura e interpretación.

Premio al trabajo

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Martes 1 de febrero, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Oviedo: Concierto 2028 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. Leonardo González (violín), Anna Mirakyan (piano). Obras de Beethoven, Milstein y Brahms.

Reseña para La Nueva España del miércoles 2, escrita tras el concierto desde el teléfono, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
La música de cámara es necesaria en la carrera de todo intérprete y obligada en la formación del público, algo que las centenarias sociedad filarmónicas asturianas, como la ovetense, predican desde sus orígenes, dando cabida a jóvenes valores, caso de este martes con el violinista Leonardo González Tortosa (Madrid 2005), premiado en el pasado Concurso Internacional de Música Villa de Llanes cuya “alma materJosé Ramón Hevia seguramente estaría orgulloso de seguir entre nosotros y corroborar el acierto de un galardón que busca abrir una carrera profesional como la de Leonardo, hoy acompañado de la pianista Anna Mirakyan (Erevan, Armenia 1981), de pulsación potente -que hubiese mejorado el volumen de bajar totalmente la tapa armónica- con un programa de calado, y otro distinto hoy en la Filarmónica de Gijón, igualmente premiando jóvenes talentos como el violinista madrileño.
La Sonata “Primavera” op. 24 de Beethoven, es de las habituales para violín y piano que exigen de ambos una ejecución perfectamente ensamblada con diálogos bien definidos y protagonismo compartido, como así la sintieron Leonardo y Anna (demasiado presente excepto en el lírico Adagio más equilibrado).
Titulada “Paganiniana”, la partitura del virtuoso Nathan Mirónovich Milstein (1903-1992) ya indica el nivel de ella, Leonardo en solitario abordando todas las técnicas en las cuatro cuerdas y arco donde estuvo cómodo, incluso confiado ante las dificultades, buen síntoma para su juventud.
Y Brahms en la segunda parte con su Sonata 2, op. 100, tres movimientos con un piano demasiado presente y el violín algo oscurecido, aunque entregados ambos intérpretes, pasión Mirakyan y sobriedad González.
El concierto como premio al trabajo para un público no muy numeroso ni renovado como todos esperamos, aunque siempre agradecido.

La armónica pata negra

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Viernes 28 de enero, 20:00 horas. Teatro Filarmónica, Oviedo: CNDM21/22, Oviedo Jazz. Antonio Serrano Quartet: Tootsology. Entrada de butaca: 8 €.

Si el gran Víctor Luque publicó un LP titulado La guitarra imposible, no estaría mal otro de Antonio Serrano (Madrid 1974) como «La armónica imposible», pues parece inimaginable e increíble hasta escucharla que un instrumento tan pequeño suene tan grande. Si el gran Toots Thielemans (1922-2016) ayudó a popularizar y elevar a profesional la armónica, con muchas bandas sonoras en nuestra memoria, era lógico que el alumno aventajado le rindiese un merecido homenaje, ya auténtico virtuoso capaz de interpretar blues, jazz, tango, flamenco y hasta música llamada clásica, tal es el nivel de un músico que disfruta y hace disfrutar en todas sus apariciones radiofónicas, televisivas, discográficas y especialmente en vivo, irrepetibles momentos como los vividos este viernes en un Filarmónica a tope (mascarillas también), porque Oviedo es «La Viena española» y su oferta musical es variada, para todos los públicos y con calidad más que demostrada.

Si el jamón serrano gusta en todo el mundo y en especial los «Cinco jotas», este otro Serrano universal es auténtica pata negra para el «paladar auditivo», con un trío clásico para la ocasión que arropó y brilló con luz propia: el delicado piano de Albert Sanz, sin excesos e incluso tuteando la armónica protagonista, el contundente contrabajo de Toño Miguel, discreto pero necesario, y la elegancia irlandesa del veterano Stephen Keogh, metrónomo con gusto tanto a las baquetas como las escobillas.

El homenaje a la figura del armonicista belga estuvo plagado de los llamados «standars» que tanto gustan al aficionado, auténticas joyas desde el Tunin’In sintonía de «Jazz entre amigos» para los clarinetistas como Woody Herman o el Don’t be that way de Benny Goodman que la armónica lleva a su color, más el increíble «Barrio Sésamo«, todas ellas melodías capaces de retrotraernos a nuestros años jóvenes como también el éxito de Disney del tantas veces versioneado Someday my prince will come, con un esbozo intermedio del mejor verano de Gershwin que «pasaba por allí», la Soul Station en estado puro más dos obras que coincidieron esta semana con visiones tan opuestas como bellas melodías como Las hojas muertas o la Mañana de carnaval. Trío a medida para un Serrano estratosférico.

Imperdibles versiones «clásicas» donde la armónica imposible de Antonio Serrano hace a Bach atemporal, melodía y armonía todo en uno, amplificación para ella volcada, revisitando el Real Books, la «biblia» de todo músico de jazz, con ese Bluesette de Thielemans, incluso tuvimos hasta un espontáneo pidiendo una propina específica que comenzó con un esbozo de la Malagueña de Lecuona para terminar con en el Duke’s Place, armónicas de todos los sabores: a acordeón o bandoneón, trompetas con sordina y percusiones linguales, de «cine cinco estrellas» y club de jazz madrileño, incluso sintonías radiofónicas para «omívoros» noctámbulos «Entre dos luces» que mantienen vivo el primer instrumento que hice sonar en mi vida imitando aquellos vaqueros del Far West. Faltaron las copas con su tertulia posterior, pero al menos la música sigue uniéndonos para encontrarnos con amistades atemporales que seguimos disfrutando.

Alta costura musical

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Miércoles 6 de mayo, 19:45 horas. Teatro Filarmónica: Concierto 1.924 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. Dúo Gabriel Ureña (chelo), Sofiya Kagan (piano). Obras de Beethoven, Schumann y Rachmaninoff.

No hay nada como la música en directo, única e irrepetible. El pasado miércoles asistía en Gijón al concierto de Gabriel y Sofiya casi con el mismo programa, pero el estado anímico de los intérpretes y del público siempre es distinto, la acústica, el piano, hasta el «rodaje» que supone volver a compartir unas partituras de por sí difíciles que demuestran la grandeza de unos jóvenes sobradamente preparados que continúan una formación sin fin. El Filarmónica se llenó de amigos, antiguos compañeros, estudiantes, seguidores, aficionados que siguen una trayectoria imparable. Algunos me dicen que si no canso con tanta música… ¡qué poco me conocen! y además presumo de seguir la carrera de muchos intérpretes desde sus primeros años, como es el caso de Gabriel, por lo que verles crecer en todos los terrenos aunque más viejo (lo de más sabio no creo) también me enorgullezco de ello.

Llegado a casa y sin querer olvidarme nada, quiero empezar por la primera reflexión: tres compositores para los que el piano es seña de identidad, dominadores del mismo para el que han dejado obras únicas, también herramienta de trabajo camerístico y sinfónico, reducción a lo mínimo pero ampliación al infinito, y las obras de este miércoles no son las entendidas como un solista con acompañamiento sino un auténtico diálogo, esta vez con el cello. Por tanto Ureña y Kagan demostraron en cada partitura el sello de cada compositor desde esa visión conjunta, conocedores del trabajo ahí volcado y del siguiente, estudiosos de cada pentagrama y biografía porque sólo así se alcanza el siguiente peldaño de hacer música juntos, protagonismos compartidos y alternados, sonando rebosantes en sus respectivos instrumentos, poderosos e íntimos como si de terciopelo y seda se tratase, entendimiento mutuo por la doble tarea, introversión previa, individual, larga, meditada, ensayos, repasos… y extroversión posterior, hablada, interpretada en el mismo y único lenguaje universal de la música. Virtuosismo pianístico por parte de la moscovita, entendimiento con el cellista avilesino en las intenciones traducidas a fraseos, dinámicas, arcos, incluso respiraciones, emociones compartidas entre una orquesta de ochenta y ocho teclas al lado de la cuerda casi humana del cello, barítono o mezzo que exhuma música en cada frase, sonidos variados que buscan la fibra.

La Sonata nº 3 en la mayor, op. 69 de Beethoven tiene la hechura clásica y con hilos y telas conocidos, pero el diseño será marca propia del de Bonn a partir de unos patrones heredados que conoce y trasciende más allá. El paralelismo con la moda viene muy bien para expresar los sentimientos que esconde esta partitura, colores alegres del Allegro, ma non troppo, toques vistosos del Scherzo, allegro molto con un corte actual para su época y sobre todo la sabia confección a partir de unas telas con tactos variados, seda y terciopelo para el Adagio cantabile-allegro vivace, melancólica suavidad y expresiva fortaleza, maravillosas combinaciones de ambos intérpretes en una pasarela única, un mismo cuerpo capaz de vestirse acorde al momento, un telar que sacó color y textura en el cello de Gabriel con la percha y complementos del piano de Sofiya.

No importa si la Fantasie-Stücke op. 73 (Schumann) fue compuesta para clarinete y piano, el mismo vestido parece distinto según quién y cómo lo lleve, por lo que elegir un violín o un violonchelo dependerá del destino final. Entendidas las tres piezas como un lied, esa cercanía con la voz humana, puede que la de barítono, como el cello consigue una expresividad ideal ante el subrayado y protagonismo compartido con el piano. La letra está en los títulos que traducía en el anterior concierto: juego tímbrico de los dos instrumentos en un «arrebato de ternura» Zart un mit Ausbruck, dúo en estado puro con la melodía al vibrante y el piano meciendo esa poesía, Lebhaft leicht entre ambos protagonistas, «vivaz o liviano», fraseos articulados casi vocalmente, tensiones resueltas tras cada silencio, el arco de Gabriel expresividad en estado puro, más el Rasch und mit Feur «disparo con fuego», romanticismo desde el arrebato musical de ambos intérpretes, auténtica catarata sonora perfectamente encajada, conversación y mutua entrega, corta e intenso final encajado a la perfección.

Me comentaba al final un músico y compañero de la OFil lo bien que vendría usar una tarima para el violonchelo que le habría dado esa amplificación necesaria para un mejor equilibrio dinámico con un piano poderoso como el de la rusa, por otra parte necesario en ambas obras, añadiendo incluso detalles técnicos que siempre me enriquecen y complementan mi personal visión. Para la segunda parte pienso que estos detalles hubiesen resultado diría que imprescindibles sin mermar el excelente resultado.

Si en Gijón Brahms completaba la madurez de la forma sonata, el universo pianísitico del genial Rachmaninoff supone un salto abismal en los «patrones» románticos usados por sus predecesores, las combinaciones de colores y materiales le hacen inconfundible como si de los modistos para la élite pasásemos al «prêt à porter«, la calidad llevada al gran público sin perder calidad para arrancar un cambio de siglo. La Sonata en sol menor, op. 19 (completada en 1901 y publicada un año después) parece claramente identificable con las melodías y juegos armónicos del compositor ruso que explotará especialmente en sus conciertos para piano tan utilizados en películas. Volvemos a disfrutar del telar musical, transparencias pianísticas de una Sofiya pletórica cual solista y un Gabriel orquestal dando presencia y prestancia desde el Lento, allegro moderato, alternando melodías de hilo dorado llenas de expresividad, sentimiento y gusto por parte de ambos. El Allegro scherzando permitió seguir admirando a una virtuosa Kagan a quien el vestido ruso diseñado por su compatriota le quedaba perfecto mientras Ureña ponía los detalles que diferencian la misma prenda en dos personas, todo un catálogo de recursos técnicos y expresivos en ambos instrumentistas, sonoridades algo apagadas en el cello, puede que así entendidas por el propio compositor. El Andante pareció recordarnos el calzado como parte indispensable de la indumentaria, pies en la tierra para tocar el cielo, antes del estampado y estampido brillante del Allegro mosso, de nuevo el sello genuino de Rachmaninov bien entendido por un dúo que también alcanza su propia identidad, todo el mundo del piano y orquesta reducido a su «mínima» expresión, la simbiosis perfecta para un lirismo desbordante en ambos intérpretes, solos y en conjunto, unos lentos románticos en el amplio sentido de la palabra, y los movimientos rápidos pletóricos, poderosos, sin pliegues porque llenaban de contenido un diseño hermoso de principio a fin.

Muchas óperas y galas líricas ha interpretado Gabriel Ureña en su larga carrera (pese a su juventud), y me consta su admiración por nuestras voces más famosas, lo que unido a Saint-Säens como uno de los últimos grandes no ya en la ópera sino también para el cello, parecía consecuente elegir la voz de mezzo tal cual y «cantarla» junto a la orquesta hecha piano por Sofiya Kagan. El aria Mon coeur s’ouvre à ta voix del «Samson y Dalilla» (reciente todavía en nuestra memoria) fue el mejor regalo y un guiño operístico a los muchos aficionados y amigos que premiaron un concierto redondo. Jugando con las palabras, Gabriel la voz “celleste” con la “orquesta” de Sofiya. Aún seguirán camino juntos hasta octubre en el Palau de la Música de Barcelona, otro icono para los violonchelistas y músicos en general, donde este dúo seguirá asombrando. Ya esperamos con ganas otra visita a la tierra, cada concierto es único y la formación permanente un hecho irrenunciable para todos, más en la música que sigue haciéndoles crecer y podemos corroborar puntualmente. Que sea pronto…

Juan Barahona: pasión y trabajo infatigable

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Miércoles 22 de enero, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Sociedad Filarmónica de Oviedo, concierto 2 del año (Año 108, 1.901 de la sociedad): Juan Andrés Barahona (piano). Obras de Schubert y Beethoven.

Cuando la música se lleva en los genes y no hay rechazo, solamente puede haber pasión. Juan Andrés Barahona (1989), un pianista asturiano al que «nacieron» en París y ciudadano del mundo como buen músico, no sólo transmite pasión desde el piano (con orquesta de solista o en trío, pero también en solitario como este debut en la centenaria Filarmónica carbayona por la que han pasado enormes talentos a los que se suma ahora Juan) sino que detrás hay todo un ímprobo trabajo, sólo posible precisamente desde la búsqueda de la perfección.

De sólida formación desde sus inicios, siempre destacando por su infatigable deseo de mejorar, continúa sus estudios en el londinense «Royal College of Music«, agradeciéndole esta escapada a casa para ofrecer dos recitales con un programa cargado de dificultad e interpretado desde una madura juventud, aunque en Oviedo el viejo «Steinway» no respondió como el intérprete se merecía, comprendiendo a las figuras que exigen un modelo concreto o incluso viajando con su propio piano. Si el pedal izquierdo cambiaba no ya la dinámica sino el timbre, el central no siempre enganchaba la nota deseada y el derecho no volvía del todo a la posición inicial al soltarlo, el desequilibrio entre los registros graves y agudos resultó un «hándicap» más con el que Juan Barahona tuvo que luchar, saliendo indemne aunque seguramente algo disgustado precisamente por su anhelo de perfección truncado por el propio instrumento que tanto ama, que esta vez no le respondió en un programa que representa «el mayor grado de refinamiento y madurez» de los dos compositores enterrados en Viena.

Los Cuatro impromptus D. 935 de Schubert son, como comentaba en la entrevista de Javier Neira para el periódico LNE esta misma semana (que dejo a continuación), para interpretar hablando desde el corazón, joyas para degustar individualmente -conocidos los centrales en la bemol mayor y si bemol mayor– pero toda una obra iniciática en este último conjunto cuaternario, exigente no ya técnicamente, que lo es, sino interpretativamente por todo lo introspectivo de un compositor como el vienés que en cada impromptu explora sonoridades y emociones, evolucionando como si el joven Barahona hubiese interiorizado todo el dolor de esas composiciones, dándoles la atmósfera propia a cada uno desde tiempos contenidos contrapuestos a pasajes más ligeros y brillantes (especialmente en el tercero) desde un «rubato» siempre ajustado para degustar cada microcosmos y dotarlos de una unidad orgánica en el conjunto.

Y si Schubert «habla desde su propio corazón», la Sonata nº 29 op. 106 en si bemol mayor, «Hammerklavier» (1818) de Beethoven «se dirige a toda la humanidad» desde la inmensidad de una obra gigantesca, compleja, cumbre interpretativa de la que el propio compositor al finalizarla dijo «Ahora ya sé componer», al alcance de pocos pianistas pero que Juan Barahona demostró sin complejos cómo afrontarla desde la fuerza e ímpetu juvenil capaz de todo: enérgico el Allegro, descaradamente fresco el Scherzo: Assai Vivace, profundo lirismo en el Adagio Sostenuto que hasta «domó el Steinway», y arrebatador Largo – Allegro Risoluto completando una interpretación para quitarse el sombrero, lo que el público valoró con una larga y merecida ovación, devuelta nada menos que con dos propinas tras el esfuerzo titánico del recital: la «Siciliana» del Concierto para órgano en re menor de Bach / Vivaldi, y después Margaritas (Daisies para voz y piano) en arreglo del propio Rachmaninov, un compositor con el que Juan me hace disfrutar especialmente.

Como curiosidad constatar el cambio de atuendo en las dos partes: traje negro con camisa blanca en la primera, pero camisa negra sin chaqueta para la segunda, buscando seguramente más comodidad y menos calores para el volcán beethoveniano.

Siempre un placer disfrutar de la música de piano, aún mayor cuando un intérprete afronta un programa tan difícil desde la honestidad y el trabajo sin descanso, pero con una pasión que nos contagió a todos.

En trío gusta lo español

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Miércoles 18 de diciembre, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Sociedad Filarmónica de Oviedo concierto 17 del año (Año 107, 1.899 de la sociedad). Trío Vipiace: Jorge Álvarez Lorduy (cello), Mariano Miguel Sánchez (piano), Sara Cuéllar Sarmiento (violín). Obras de Shostakovich, Turina y Fernández Arbós.

Bien entrado el siglo XXI todavía hay autores que al público ovetense, y no sólo el de cierta edad, les cuesta digerir pese a su cercanía cronológica, algo que se nota hasta por el tiempo que permanece sonando un móvil, decantándose por la llamada vena nacionalista, a veces demasiado folklórica, ciertamente agradecida pero nada que ver con el peso (también esfuerzo e interés en la escucha) de la obra que abría concierto o de la impresionante propina final que puso la música en su sitio tras una buena velada de un trío joven pero bien preparado.

Los tres solistas tienen ya una buena trayectoria por separado y unirse en trío, fórmula que siempre suele dar auténticas joyas, ya desde «su casa» del CONSMUPA, está dándoles buenos resultados y logrando además de premios una complicidad y buen hacer siempre necesario para hacer música juntos.

El Trío Vipiace interpretó en la primera parte el Trío nº 2 en mi menor, Op. 67 de Shostakovich, obra de 1944, con pasión, fervor, sentimiento, seriedad, entendimiento para cada uno de los cuatro movimientos que lo conforman, auténtica montaña rusa en estilos, referencias, dinámicas, cambios de ritmo, «Dimitri el maldito» rompedor desde la maestría compositiva que los músicos llevaron siempre a buen término. Llamado trío «elegíaco» en la más pura tradición pero con sonoridades inhabituales en el inicio del Andante con armónicos en el cello o el violín en octava grave para un tema difícil de seguir que evoluciona en el Moderato. El caleidoscopio siguió en el Allegro con brio de referencias a Beethoven desde la propia visión de Shostakovich que también tamiza el ritual litúrgico ortodoxo durante el Largo para alcanzar el Allegretto final en mi mayor más elaborado y «entendible» instrumentalmente cual danza macabra en una pugna de los tres instrumentistas para «defender» cada intervención virtuosa a solo, duo o concertando hasta la coda en Adagio que supone la reconciliación instrumental en un coral majestuoso. Partitura difícil bien interpretada y poco agradecida para la mayoría.

Lo español siempre tira en Oviedo, y si hay un lema «Sevilla tiene un color especial» hecho sintonía, la música seria la pone necesariamente Joaquín Turina. Solo compuso tres tríos, uno en 1904 fuera de catálogo, el primero que fue Premio Nacional de Música en 1926 con muchas referencias andalucistas, y este Trío nº 2 en si menor, op. 76, estrenado en 1933, auténtica banda sonora que casi transmite el olor del azahar o el calor del Parque María Luisa. Los tres músicos disfrutaron y contagiaron con esta obra de mucho oficio, clásica en estructura y con el «lenguaje turinesco» o andalucista de otras obras con este aroma personal, casi cinematográfico. Primer tiempo en forma sonata que abre Lento a modo de introducción antes de que las cuerdas y pronto el piano ataquen el Allegro molto moderato, aún sin andalucismos y más bien brahmsiano. Desarrollo ortodoxo como en el Molto vivace central, en compás de 5/8 sin acentuarse como zortzico, ya usado en otras obras por Turina, melodías cantadas en terceras por violín y chelo perfectamente empastados, más un piano siempre seguro. Cierra la obra un último tiempo sucesión de secciones: Lento-Andante mosso-Allegretto que recicla los materiales anteriores para un final realmente esperado. No es una obra maestra sino netamente académica pero el Trío Vipiace lo interpretaron con pulcritud, bien trabajada cada intervención para conseguir sonoridades ensambladas que sólo con muchos ensayos puede alcanzarse. Enhorabuena.

Y las «Tres piezas originales en estilo español» op. 1, escritas hacia 1884 por el excelente director de orquesta además de compositor Enrique Fernández Arbós no escondían nada, bien emparentadas con la obra anterior, frescas como el sonido del trío afincado en Asturias de procedencias geográficas nada «sospechosas» (Jorge pamplonica, Mariano palentino y Sara gigonesa) pero que entendieron perfectamente el sentido español de esta segunda parte, el andaluz de Turina y este tríptico del madrileño muerto en Donostia: Bolero, Habanera y Seguidillas gitanas. Otra obra que esconde oficio juvenil, primeriza pero con conocimiento del trío (hay pasajes exigentes técnicamente en la cuerda, abundando dobles y triples cuerdas), nivel más allá del llamado costumbrismo y dominio de los ritmos más reconocibles en melodías agradables de escuchar e interpretar, sobre todo el Bolero que se toca a menudo separado, casi un dulce para los jóvenes del Vipiace y éxito asegurado a mi alrededor («Qué guapo» y expresiones similares).

Pero supongo que los gustos del respetable y los artistas no siempre son coincidentes, y la más cercana en el tiempo no pareció agradar, supongo que por lenguajes exigentes. Para mí las obras de cámara digamos serias, tienen más enjundia y el trío lo supo, regalándonos un Schubert serio, hondo, genialmente escrito y trabajado por el vienés, el Andante del Trío opus 100 acallando dudas para paladares auditivos más exquisitos, incluso cinematográficos y sin segundas intenciones. No puedo negar emoción tras el ambiente festivo central y auténtica profesionalidad en el Trío Vipiace que «mi piace» enormemente. Sabia elección de obras sin olvidarse la propina.

Elogio del Cuarteto

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Jueves 24 de octubre, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Sociedad Filarmónica de Oviedo: año 107, concierto 1.895, 13 del año 2013. Cuarteto Bretón. Obras de Guridi y Beethoven.

El cuarteto como formación de cámara, más que un género musical, banco de pruebas compositivo, orquesta a escala, «órgano de cuerda», experimentación sonora, combinaciones de cuatro elementos tomados de uno en uno, de dos en dos, de tres y uno para sentir como unidad indivisible e indisoluble. Cuarteto como alimentación de intérpretes y público, aprendizaje necesario para disfrutar de la música en estado puro compartiendo los mismos sentimientos.

Definiciones del DRAE: cuarteto (Del it. quartetto). 2. m. Mús. Composición para cantarse a cuatro voces diferentes, o para tocarse por cuatro instrumentos distintos entre sí.
3. m. Mús. Conjunto de estas cuatro voces o instrumentos.

Sentimiento tras escuchar al Cuarteto Bretón: conjunto de cuerda que vive y siente las obras que interpreta como un solo intérprete. Así nos sentimos los presentes en este coliseo donde puede decir que aprendí a escuchar y sentir la música, una formación que dedicada a recuperar y estrenar obras, muchas a ellos dedicadas, no olvida el repertorio camerístico buscando esa unión entre lo de ahora y lo de siempre.

El Cuarteto nº 2 en la menor (1949) de Jesús Guridi (1886-1961) es una joya donde confluye el oficio compositivo del organista y compositor vitoriano, la inspiración melódica, el respeto a la forma sonata en sus cuatro movimientos, la geografía cantábrica tan cercana a muchos de los presentes, con toques parisinos impresionistas, y el conocimiento del cuarteto para quien escribe magistralmente, dando el protagonismo puntual y equilibrado a sus componentes para lucirse individualmente como excelentes músicos, y exigirles sonar como un sólo instrumento, lo que se consigue con muchos años de trabajo remando, compartiendo y sintiendo lo mismo  -han grabado los dos cuartetos para el sello Naxos-. Forma perfecta en este cuarteto dedicado al chelista Juan Antonio Ruiz Casaux, el Allegro moderato sirve de presentación melódica y armónica a la vez que rigurosa; un Adagio sostenuto realmente lírico donde los arcos piensan en la misma dirección; el Prestissimo me trajo salitre vasco con una limpieza otoñal que los asturianos conocemos con esos aires de danza en ese «scherzo»; y el Vivace non troppo remató un cuarteto que compartiría programa con otro grande, todo un ideario del Bretón, de nuevo sentimientos aunados desde la pasión interpretativa, el rigor musical, la belleza del sonido con ese intermedio tan lírico antes del potente final, y una búsqueda de excelencias al alcance de muy pocos.

El Cuarteto nº 8, op. 52 nº 2 en mi menor, «Rasoumovsky» (1806) de Beethoven resulta tras el segundo del vasco como un homenaje a las fuentes, el cimiento del cuarteto como hoy lo entendemos, compartir cada intervención solista como si de un sólo músico se tratase, ligazones expresivas, dinámicas apabullantes, redondez sonora en cada movimiento y el lenguaje ya avanzado del genio de Bonn. Anne Marie North (primer violín), Antonio Cárdenas (segundo violín), Iván Martín Mateu (viola) y John Stokes (cello) unieron el latir como un sólo corazón para deleitarnos con una interpretación impresionante, digna de un gran cuarteto con cuatro solistas de primera, que muchos descubrieron en Radio Clásica pero que diez años a sus espaldas consiguen estos resultados. Esperamos la edición crítica de la integral de Conrado del Campo que llevan preparando con mimo, porque tras lo escuchado en Oviedo será otro referente en nuestra historia musical y cultural mal que les pese a muchos dirigentes.

Y regalarnos La oración del torero, op. 34 del sevillano Joaquín Turina tras los merecidos y abundantes aplausos, decantó la balanza hacia nuestra tierra, campeona en obras hermosas, completas, atemporales y capaces de dar el salto a la gran orquesta, pero que en la versión original para cuarteto de laúdes, esta vez de cuerda frotada con «el Bretón«, resultó otro impagable, de faena para salir por la «Puerta del Príncipe» (aunque el de Asturias estaba en el Auditorio a la misma hora).

Cuatro estaciones de nota

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Lunes 17 de junio, 20:00 horas. Teatro Filarmónica de Oviedo: «Le Quatro stagioni». Ignacio Rodríguez Martínez de Aguirre (violín), Orquesta Sinfónica del Conservatorio Profesional de Oviedo, Juan María Cué, director. Alba Calle Valiente (clave), Santiago Bastante Arias (guitarra barroca), Emilio Fernández Rivaya (cello), Iker Sánchez Trueba (contrabajo). Obras de Vivaldi, John Munday y Edson Zampronha.

El curso está tocando a su fin y los alumnos de los conservatorios realizan su examen cada vez que dan un concierto en público. El de este lunes contaba con solistas de lujo y un programa que incluía dos estrenos, uno absoluto, relacionados con el título del programa que en Asturias podríamos dejar solo en otoño e invierno, aunque la música brilló primaveral con la alegría estival transmitida por todos los que se subieron al escenario.

Foto © Pedro Martínez

La carrera de mi querido «Don Ignacio» la comenzó hace años pese a tener solamente dieciséis recién cumplidos, y siempre hago referencia al enorme sacrificio que supone alternar los obligatorios del Bachillerato con los musicales. El apoyo de la familia es tan importante o más que el trabajo diario para soportar las penurias de todo tipo que conlleva, sin olvidar las privaciones para todos. Al menos estar como solista en una obra tan difícil como los conocidos cuatro conciertos vivaldianos de Il cimento dell’a armonia e dell’invenzione son un premio más que merecido además de todo un examen superado «Cum Laude».

Alternando los compuestos por «El cura pelirrojo» se incluyeron otras que mostraron la enorme calidad de esta formación estudiantil con unos solistas aventajados a los que las manos del Maestro Cué llevaron por instantes de auténtica delicia. Programa interpretado como unidad, sin interrupciones, con el estreno absoluto de Otoño del brasileño Edson Zampronha dedicada a la propia orquesta, y el estreno en España de Inverno de este compositor afincado en nuestra tierra.

El Concerto en mi mayor RV 269 «La Primavera» lo afrontó Ignacio Rodríguez con un dominio y técnica al servicio de la conocidísima obra, de sonoridad rotunda y aplomo impresionante, con tempi excelentes para disfrutar de un continuo donde la guitarra barroca de Basante y el clave de Calle dieron el color exacto. La Fantasía «Faire Wether» de John Munday nos dejó a la solista de clave mostrarnos una obra virtuosa y ejecutada con la ornamentación idónea.

Continuó Ignacio Rodríguez con el Concerto en sol menor RV 315 «El Verano», seguridad y musicalidad arropada por una orquesta empastada con el solista y magistral concertación del cangués Juan Mª Cué. Sin titubeos y con una madurez impactante emocionó nuestro solista que hace fácil lo difícil: fraseos limpios, sonoridad rotunda, trinos relampagueantes y claros…

La orquesta estrenaba a continuación Otoño de Zampronha, obra a ella dedicada y compuesta con el conocimiento y oficio de este músico que conjuga el homenaje vivaldiano con su propio lenguaje, cercano desde la contemporaneidad que no olvida nunca las fuentes. Un placer de partitura que la joven orquesta hizo sonar fresca y clásica siempre bien llevada por el músico de Cangas de Onís.

Tras el otoño actual, casi como el climático del exterior, volvía con más fuerza aún el Concerto en fa mayor RV 293 «El Otoño» donde el violín de «Don Ignacio» llenó de luminosidad el teatro con sus compañeros, conjunción con concertino y nuevamente el aplomo envidiable para estos jóvenes músicos. Maravilloso el manejo del arco y un sonido diáfano en cada uno de los tres movimientos, precisión que da la seguridad del trabajo bien hecho y enfocado a la interpretación en vivo de estas obras tan comprometidas.

Y el Inverno (2007) de Zampronha que escuchábamos en España por primera vez resultó «ad hoc» en este monográfico climatológico que en cierto modo redescubre lecturas ya avanzadas por Forma Antiqva en su homónima, para dar paso al Concerto en fa menor RV 297 «El Invierno», auténtico derroche de juventud por todos, nuevamente destacable la guitarra barroca y sobre todo la maestría solística con bravos entre un público de la misma edad que supone una auténtica inyección de esperanza en tiempos oscuros y difíciles para la cultura, más aún para la música.

Conjunción ideal tras el arduo trabajo de todos, estudiantes sobresalientes de nuestro tiempo con un director que les entiende a la perfección y saca de ellos lo mejor, trabajo en equipo para alcanzar los objetivos propuestos con la belleza iluminando el quehacer individual. Un orgullo recoger lo sembrado que esperamos no disfruten otros, y el bis del tercer movimiento del verano más que una declaración de intenciones climáticas lo tomaremos como la tan necesitada energía solar que carga las constantes vitales y espirituales. Enhorabuena para todos y un «Cum Laude» para Ignacio Rodríguez Martínez de Aguirre que nos seguirá dando muchas alegrías.

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