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Más Britten y aún mejor

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Sábado 23 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: OSPA, abono 4: «Música y Guerra-Música para la paz». Benjamin BrittenWar Requiem, op. 66 (1961). Evelina Dobraceva, soprano; Robin Trischler (tenor), Stephan Genz (barítono), Coros de la Fundación Príncipe de AsturiasRossen Milanov (director).

Volvía al Auditorio a repetir concierto del día anterior con el convencimiento de estar ante un espectáculo irrepetible que no escucharé muchas más veces y evidentemente único por celebrar el Centenario de Britten, nada menos que el colosal «Réquiem de guerra«, y sabiendo que no hay nunca dos conciertos iguales.

El sabatino previsto para Gijón y que por culpa del temporal dejó imposible celebrarlo en La Laboral, trajo a los abonados «playos» (saludé a algunos amigos) hasta la capital pero con una entrada inferior a la del viernes y eso que se regalaron entradas, pero sabíamos que podría pasar, lástima porque se perdieron un concierto aún mejor.

De todo lo comentado en el del sábado añadir detalles que subieron la nota final hasta la Matrícula de Honor.

Los tres Coros de la FPA estuvieron sublimes, limando los mínimos ajustes del día anterior, bien afinados, empastados, y sobre todo más seguros en las entradas (qué importante es tener ensayos suficientes), volúmenes apropiados, recreando una obra que solo coros profesionales pueden afrontar. Emocionantes todas sus intervenciones, esta vez de los mayores me quedo con el Recordare y nuevamente el Lacrimosa con los que alcanzaron las más altas cotas, incluso los «Amén» con la duración exacta para no exagerar nasalidades. Los pequeños todavía dieron más, y pese a que este sábado estaba en anfiteatro se les pudo escuchar valientes, con proyección más que suficiente, presentes sólos, con órgano (nueva felicitación al «titular» del coro) y con orquesta, seguridad que se alcanza con trabajo y más trabajo. Felicidades especiales a Natalia Ruisánchez, a José Ángel Émbil y a José Esteban García Miranda, auténtico receptor en el coro «grande» de todas las bases corales.

El trío solista se comportó y entregó al máximo: la soprano rusa emerge de la masa cual flautín, no importa el poderío sonoro en los momentos de tensión trágica o las intervenciones íntimas, su paleta vocal y emisión siempre ajustada a la partitura; impresionante el tenor británico cuyo color y técnica son ideales en estas obras, con la orquesta de cámara aún más lírico, en los dúos y concertantes plenos manteniendo su calidad en todo el Requiem; y el barítono alemán, digno alumno de Sto. Tomás de Leipzig, que se recuperó para mantener el nivel del trío subiendo el escalón del viernes, tanto con dinámicas plenas como en los dúos con el tenor. Feliz con ellos aunque siga quedándome con la soprano cuyas intervenciones fueron de ponerme la carne de gallina en una obra que es auténticamente profunda haciendo bello el horror narrado.

Y la OSPA ampliada volvió a sonar como en las grandes ocasiones, no sólo mantuvo la calidad sino que mejoró hasta alcanzar el grado óptimo en todas sus secciones, con los «fichajes» bien implicados con el resto, aunque la orquesta de cámara de «los doce magníficos» sonó impresionante. Con texturas de órgano en los recitativos, súbitos ataques subrayando los textos en inglés (del poeta Wilfried Owen ), merece la pena destacar las perfectas transiciones de la gran orquesta a ellos consiguiendo unas sonoridades como seguramente las quiso el propio Britten para esta partitura compleja y bellísima, virtuosismo al servicio de la música como auténticos maestros que son.

El titular Rossen Milanov se mostró no ya como responsable final, sino como el maestro que conoce sus discípulos y les exprime para que lo den todo. Realmente lo consiguió con gestos siempre claros, matices explosivos o íntimos, tempi ajustados y mayor implicación con cada protagonista puntual en otra lección de dirección por parte del director búlgaro desde el dominio de esta magistral la partitura del War Requiem que engrandece el Centenario Britten, contando con todos los elementos para otro colosal Britten al que asistí cual peregrino melómano y cuento cual musicógrafo que diría mi admirado Luis Suñén. De nuevo el «final Milanov» conteniendo el gesto nos hizo paladear «una eternidad silenciosa», otra reflexión de paz interior antes de bajar los brazos y liberarnos todos.

Grandeza de la música, mismos intérpretes, misma obra, mismo recinto… y siempre distinta, incluso mejor.

Colosal Britten

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Viernes 22 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: OSPA, abono 4: «Música y Guerra-Música para la paz». Benjamin Britten: War Requiem, op. 66 (1961). Evelina Dobraceva, soprano; Robin Trischler (tenor), Stephan Genz (barítono), Coros de la Fundación Príncipe de Asturias, Rossen Milanov (director).

Todo un espectáculo irrepetible celebrar el Centenario de Britten justo en el día de su nacimiento, festividad de Santa Cecilia, nada menos que con el colosal «Réquiem de guerra«, un esfuerzo enorme para todos y muy especialmente los tres Coros de la FPA: el Infantil (que dirige Natalia Ruisánchez), Joven (José Ángel Émbil) y el «grande» (José Esteban García Miranda), auténticos protagonistas, en un concierto memorable, lleno de emoción que compensa el duro trabajo de meses, al que sumar el impecable órgano positivo situado con el coro infantil.

Felicitar a mayores y pequeños por su interpretación, dándolo todo y bien: afinación, empaste, proyección, convencimiento, entrega a una obra de magnitudes impensables para muchos coros, presentes en los momentos de mayor ardor (Dies irae rotundo y delicado «Amén»), cercanamente contenidos en los íntimos y espirituales (Libera me emotivo o Lacrimosa perfectamente compartido con la soprano solista), angelicales desde el patio de butacas los más jóvenes -ya maduros- en sus intervenciones siempre (In Paradisum celestial), y sobre todo pletóricos, alcanzando un sobresaliente en la obra más difícil (o al menos la más complicada) que hayan afrontado en su ya dilatada trayectoria. Enhorabuena.

Como en el estreno que bien nos ilustró la autora de las notas al programa la doctora Mª Encina Cortizo el martes anterior en una conferencia para grabar y guardar, la nacionalidad del trío solista resultó la misma: soprano rusa, tenor inglés y barítono alemán, aunque el resultado evidentemente no fuese el mismo, en especial el alumno de Sto. Tomás de Leipzig que quedó un escalón por debajo aunque mantuvo el tipo en momentos de dinámicas menos comprometidas, empastando muy bien los dúos con el británico. Mención especial para la soprano ubicada atrás delante de la cuerda homónima del coro y entre metales, porque su tesitura, gusto y musicalidad sobrevoló siempre una obra que tiene mucho peso en su repertorio.

De la OSPA, esta vez amplia(da), sólo parabienes y merecida felicitación, destacando toda la percusión, con la «presencia» del gamelán («imitado» sin problemas por la combinación elegida de glockenspiel y otras placas), aunque todas las secciones brillaron con luz propia. Excelente la orquesta de cámara con doce componentes reconocidos (y reconocibles todos) que no sólo completaron una intervención redonda sino que rindieron como auténticos solistas de lujo en esta partitura compleja y bellísima para todos, virtuosismos endiablados como el propio elemento generador de la obra -el tritono «diabolus in musica»-, complicidades y guiños de auténticos maestros, texturas sabiamente logradas desde el entendimiento, siempre al servicio de la música.

El responsable final, nuestro titularRossen Milanov que creyó desde el principio en este War Requiem haciéndolo coincidir con el Centenario Britten, auténtico homenaje a la paz desde la música que Britten escribe de manera magistral, genial, recreando desde los orígenes de la polifonía a la estructura verdiana del propio «requiem», uniendo la poesía inglesa de Wilfried Owen con el latín de la misa de difuntos, lenguaje complejo y cercano, una concepción compositiva tanto vocal como orquestal avanzadísima, y sobre todo emociones sobre el pentagrama que (todos) los músicos supieron contagiarnos. Una auténtica lección de dirección por parte del director búlgaro asumiendo el mando global con decisión y seguridad que transmitió a los intérpretes, concertando y convenciendo, contagiando vitalidad y emoción, dominando la partitura de principio a fin con la sensación de dejar fluir la música, la misma que nos cautivó en su primera visita al frente de la OSPA. El final de Milanov fue de Maestro, supo contener el gesto y hacernos disfrutar de «una eternidad silenciosa» cual reflexión de paz interior antes de bajar los brazos y liberarnos todos en una estruendosa y merecida ovación (Neira seguro que cronometró todo).

Vuelvo el sábado y otra vez en el Auditorio (Gijón no soportó el temporal). Con esto está todo dicho.