Martes 17 de mayo, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Julia Fischer (violín y dirección), Academy of St. Martin in the Fields. Obras de Schubert, Britten, Mozart y Shostakóvich.
Los Conciertos del Auditorio siguen poniendo a Oviedo, «La Viena española», en el mapa de las grandes giras de solistas y orquestas, sobreponiéndose a pandemias, cancelaciones y todo contratiempo porque los muchos años de buen trabajo consiguen que la capital asturiana sea destino preferente para todos. Y este martes de bochorno que finalizaría con un «orbayu» de lo más british nos dejó un excelente concierto a cargo de la legendaria Academy of St. Martin in the Fields con Julia Fischer que volvía al auditorio once años después, actuando de solista pero también de concertino de los ingleses en una velada para recordar mucho tiempo.
No voy a descubrir las excelencias de los «martiners» pero su sonido es de otro mundo que para mí sigue siendo la mejor orquesta de cámara del mundo con un sonido verdaderamente sinfónico: una cuerda rotunda, homogénea, brillante, tersa y aterciopelada, compacta, transparente, trágica y delicada, que domina cualquier repertorio manteniendo su identidad inglesa, el inconfundible sonido que la ha encumbrado desde hace más de seis décadas y manteniéndose en el tiempo, porque la formación que fundase el siempre recordado Sir Neville Marriner sigue renovándose sin cambios, veteranía y juventud en equilibrio constante desenvolviéndose igual de bien desde el barroco hasta nuestros tiempos.
El programa que trajeron a Oviedo en esta gira de Ibermúsica, contaba con la presencia de la versátil e inconmensurable música muniquesa Julia Fischer (1983) ejerciendo de solista de violín en dos rondós que supieron a poco, y dirigiendo como concertino dos obras del pasado siglo que pocas agrupaciones pueden afrontar, organizando los inicios de cada parte con dos «conciertos solistas» continuando con una joya para paladear las calidades de los londinenses.
El Rondó para violín y orquesta de cuerda en la mayor, D. 438 (1816) de Schubert nos dejó buen sabor de boca por un estilo cercano aún al Clasicismo con un protagonismo del violín en este «concierto» para lucimiento como así lo entendió Fischer y una cuerda académica homogénea en cada sección que agrandó esta obra del malogrado Franz. Del «otro» Rondó en do mayor para violín y orquesta, K. 373 de Mozart, con la presencia de dos oboes y trompas, la sonoridad de los «martiners» resultaría aún más grandiosa sin perdernos ni una nota, nuevamente la calidad y calidez de una Julia Fischer, con cadencia propia, que brilla sobrevolando esta jovial composición del genio de Salzburgo dedicada a Antonio Brunetti y en los tiempos de Colloredo que bien recrea la película Amadeus cuya banda sonora está interpretada precisamente por la Academy of St. Martin in the Fields.
Si ambos rondós resultaron idóneos, precisos, bien interpretados para disfrute de la solista, las otras dos obras fueron como dicen en el fútbol, de «Champions»: las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge, op. 10 de Benjamin Britten no pueden interpretarse mejor, el homenaje del discípulo al maestro volcando todos los recursos para una orquesta de cuerda camerística, casi de quinteto, con una tímbrica espectacular y unos cambios en cada variación que descubrieron sonidos increíbles, con unas violas estratosféricas y unos graves que parecía imposible tuviesen tal pegada con tan pocos efectivos. Cada uno de los movimientos no solo subrayan cualidades del «homenajeado Bridge» sino la inspiración del alumno, con un Adagio en la primera variación evocador, un Vals vienés trasladado a la campiña, el humor del Aria italiana, el recuerdo a los vecinos franceses de la Bourrée, un empuje brillante y milimétricamente encajado del Moto perpetuo o una académica pero muy personal Fuga final. Maravilloso ver el entendimiento y afinación, maquinaria perfecta donde Julia Fischer ensamblaba como una más y volaba en sus intervenciones junto al resto de primeros atriles. Si la obra de Britten es impresionante, la interpretación fue de ensueño y pasará a mi memoria como algo inolvidable.
La Sinfonía de cámara en do menor, op. 110a de Dmitri Shostakóvich, un arreglo de Rudolf Barshai del Cuarteto no 8, op. 110 (1960), resultó un testamento todavía vigente cuyo subtítulo reza “a la memoria de las víctimas del fascismo”, extensible a todos los damnificados por cualquier totalitarismo y describiendo la devastación de la guerra (como bien escribe en las notas -enlazadas arriba en obras- de Andrea García Torres), cinco movimientos camerísticos de sonoridad sinfónica a cargo de los londinenses que parecían poner la banda sonora a las imágenes de los informativos desde hace casi tres meses en Ucrania, así como la propia «derrota» de Dmitri ante las presiones de Stalin. Sobrecogedor el IV Largo con los tres acordes repetitivos que la «Academia» nos hizo sentir como puñaladas más que golpes en la puerta, la cuerda agresiva y punzante capaz de volverse aterciopelada y delicada en el final del eterno V Largo, dejándonos arcos arriba el sufrimiento del compositor hecho magia musical con Julia Fischer comandando a la mejor orquesta de cámara del mundo antes de la atronadora ovación.
Y un regalo igual de grande que el resto del concierto: una «recreación con orquesta» de las «Mélodie», nº 3 de Souvenir d’un lieu cher Op. 42, TH 116 de Tchaikovsky, originalmente para violín y piano, con la excelencia londinense y la alemana dejándonos una de sus obras llevadas al disco para un concierto en vivo siempre irrepetible (con buena entrada «pese» al Jazz en el Campoamor con Paquito de Rivera) de un ciclo que va llegando al final de temporada. Que no nos falte la música.
















































































