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Sobra el sobre

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Jueves 4 de abril, 20:00 horas. Teatro Campoamor, XXVI Festival de Teatro Lírico Español Oviedo: El sobre verde (libreto de Enrique Paradas y Joaquín Jiménez / música de Jacinto Guerrero).

Crítica para La Nueva España del sábado 6, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Recuperar una obra de 1927 es de aplaudir como labor musicológica gracias a la Fundación Guerrero y al Centro de Documentación y Archivo (CEDOA) de la SGAE con la avilesina Mª Luz González Peña al frente. Pero esta “Opereta cómica con gotas de revista” no aguanta el paso del tiempo a pesar del esfuerzo del escenógrafo Alberto Castrillo-Ferrer ni el arreglo para jazz-band del asturiano Nacho de Paz que sonó muy bien con once músicos de altura (varios de la Oviedo Filarmonía) dirigidos por Arturo Díez Boscovich.

Esta revista, más que opereta española o zarzuela pareció llevarnos al “Cine de barrio” en color aunque el argumento sea más del blanco y negro, con gran peso de los actores, lo mejor sobre la escena, con unos textos que en 2019 provocan solamente leves sonrisas aunque la picaresca siga vigente, la Lotería siga recaudando y haciendo soñar a quien juega, pero no la escenificación de una trama caduca de esterotipos y juegos de palabras añejos, bien de vestuario y luces, pobre en decorado, más unos cantantes que intentan dar lo mejor para una partitura que no está entre lo mejor del maestro Jacinto Guerrero (Los gavilanes, El huésped del sevillano, La rosa del azafrán) que también hubo de ganarse el pan con sainetes, humoradas (La blanca doble), marchas de Semana Santa y hasta música incidental para el teatro de los Arniches, Muñoz Seca o Jardiel Poncela.

Los llamados “felices años 20” quedan bien reflejados uniendo ritmos del momento, muy americanos como el fox o el charlestón sin olvidarse del “tangolio” o el chotís retrechero recreando un ambiente de lentejuelas, boys y “chicas de Coslada”, más con Lina Morgan y Tony Leblanc que en este reparto donde los personajes se desdoblan en tres y hasta cuatro, con unos cantantes que no lucen tanto como los actores aunque les vistan de frac.

Los cómicos, en el amplio sentido, sobresalen sobre el canto: Rafa Blanca (Nicanor) y J. J. Sánchez (Simeón) dan más la talla que el barítono madrileño Alfredo García, de buena proyección hablada pero menor la cantada (salvo la Marcha del premio gordo) o la mezzo ovetense Lola Casariego (fox-gavota de Madame Sévigne mejor que Bombón internacional), con números poco agradecidos para sus voces, solventándolo con la escena. Bien tanto Rafa Maza en sus roles de José María (políticamente incorrecto hoy en día) y el maitre de hotel con acento mexicano muy “a lo Cantinflas”, como Laura Pinteño, quien como botones de cara teñida nos evocó hablando a Mami de Lo que el viento se llevó; las sopranos Soledad Vidal (Fifí) especialmente, y Carolina Moncada (Mimí) lucieron sus papeles hablados de acentos (re)buscados. Las también sopranos Sagrario Salamanca y Cristina Teijeiro completaron el resto del elenco.
A todos ellos se les exigió bailar las coreografías de Cristina Guadaño, no del todo encajadas en el estreno, desparpajo y profesionalidad sobre las tablas, números conjuntos no muy empastados ni equilibrados, cambios rápidos de vestuario y defendiendo unos papeles para un sobre que no ha soportado el paso del tiempo, verde descolorido por la trama de esta revista multicolor que ni siquiera el talento del maestro Guerrero salva del bostezo ni las ganas de zarzuela auténtica. Una lástima tener que escuchar voces de gran trayectoria sobre las tablas como el barítono Alfredo García (que cantase Iván el terrible en octubre de 2017) o nuestra querida mezzo Lola Casariego en papeles que no les favorecen vocalmente a pesar de un foso reducido (de piano virtuoso con Sergei Bezrodni), con más texto hablado que cantado. El género de la revista siempre se caracterizó por actores que cantaban y no a la inversa, aunque aplauda el esfuerzo por recuperar nuestra música (de la que aún queda mucho por descubrir), pero actualizar (?) se hace difícil a pesar del loable empeño con obras como este segundo título.

Tras el último número de Rampersten (perteneciente a La orgía dorada de Muñoz Seca, Pérez Fernández, Borrás más el propio Guerrero y Julián Belloch) colocaron una pancarta con el estribillo de la Marcha del Premio Gordo intentando hacer partícipe al público de una fiesta que hace casi cien años inventaba el karaoke pero hoy no cuaja con un público asturiano entendido en zarzuela. Experimento fallido que esperamos superar con los dos títulos que restan del segundo festival lírico español que goza de buena salud en cuanto a respuesta popular pero se distancia con títulos como este de la vigesimosexta temporada.

Valores musicales

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Sábado 30 de abril, 20:30 horas. Museo Evaristo Valle, Gijón, «Jóvenes valores de la música»: Ignacio Rodríguez (violín) y Sergey Bezrodny (piano). Obras de Mozart, Dvorak, Brahms y Shchedrín. Entrada: 10 €.

Desde la primera fila del museo, compartiendo vista y concierto con cuatro cuadros de Evaristo Valle (1873-1951) pintados tras su vuelta a Gijón en 1917, cual testigos de cada una de las obras escuchadas por dos artistas unidos en el lenguaje universal, hoy música más pintura, dos generaciones de intérpretes conjugando juventud y madurez en un camino sin fin, el violín de Don Ignacio (1996) sinónimo de juventud y crecimiento desde sus inicios junto al piano de Don Sergey (1957) el virtuoso maduro de larga carrera apoyando siempre a los nuevos valores con la misma profesionalidad y excelencia que a las figuras consagradas, grandeza humana desde la humildad del magisterio, un segundo plano que nunca lo es, y menos ante cuatro partituras exigentes para ambos intérpretes que se convierten en uno porque los compositores así entendieron unas obras cargadas de emociones compartidas, de continuo diálogo y común deseo expresivo desde dos instrumentos complementarios, poderosos y delicados, capaces de emocionar, conmover, transmitir momentos únicos para un concierto en este museo que respira arte por sus cuatro paredes apostando por la música ofreciendo al público «Arte» con mayúsculas interpretado por unos jóvenes necesitados precisamente del apoyo y reconocimiento al duro trabajo que supone la carrera elegida.

Mozart fue un niño prodigio al que su familia apoyó y promocionó para llegar a ser un genio conocido fallecido todavía en la plenitud de la vida. La Sonata en si bemol mayor, KV. 378 está compuesta en Salzburgo en 1779 con solo 23 años pero publicada precisamente en 1781 cuando se instala en Viena para convertirse en un músico independiente, puede que el primero de la historia sin patronos, componiendo para él y viviendo sus mejores años. Así me imagino a Ignacio Rodríguez, estudiando y dando lo mejor de estos años de formación asentando repertorio donde Mozart siempre está presente por la sencillez de su escucha escondida en una diabólica dificultad de ejecución que Sergey Bezrodny hace fácil. Sonata en tres movimientos todavía de estructura académica, clásica, con equilibrio entre los intérpretes sin olvidar el virtuosismo exigido a ambos, muy del gusto de entonces. Allegro moderato vital, con fuerza y diálogo solo posible desde el entendimiento, equilibrio de planos, unidad expositiva, claridad con una amplia gama de matices. Sonoridad carnosa en el violín, intensidad e impulso en un piano brillante. El Andantino sostenuto e cantabile mozartiano a más no poder, esos tiempos casi concertísticos donde el violín es casi orquestal para el piano y cambiar los roles cual un aria operística cantada por el arco, así entendieron este movimiento central lírico y emotivo, cuerda grave discreta y con notas largas para reforzar un piano cristalino, fraseos precisos, ornamentos ligeros que alternarían posteriormente con el violín protagonista y teclado quasi orquestal. El Rondó: Allegro como cierre virtuoso de una sonata para violín y piano corroborando unidad en el discurso pero también en espiritualidad y punto de vista equilibrado de juventud con madurez, arrojo y valentía frente a contención y seguridad, diálogo en sincronía bien intencionada por los dos intérpretes, jugosas dinámicas de sonoridades potentes y brillantes.

Las Cuatro Piezas Románticas, op. 75 B. 150 (Dvořák) originalmente para trío de viola y dos violines como «Miniaturas» y en versión definitiva reescritas poco tiempo después suelen ser más habituales escucharlas con cello, pero el violín consigue el impacto de unas melodías engarzadas con el piano más cercanas e íntimas, desde el Allegro moderato hasta el imaginativo y rítmico Allegro maestoso potente en ambos solistas, cuerdas dobles, arco amplio con el piano martilleando o sobrevolando juguetón en este diálogo del folklore checo, siempre reconocible en Antonin, que finaliza en un agudo luminoso. El Allegro appasionato juega en dos planos con el violín fraseando y el piano en contrapunto lleno de arpegios fusionando tímbricas y matices, expresividad máxima con crescendi en ambos intérpretes sumando la dificultad de dobles cuerdas en octavas manteniendo pasión hasta el increíble Larghetto languideciendo, íntimo, exigente en los ataques casi imperceptibles y un violín doliente acompañado por un piano que prepara los fuertes cual pinceladas de luz en la oscuridad con un final nada habitual en tiempo lento que el dúo entendió como despedida vital, expresividad emocional llevada al límite, casi agonizante de bello dolor hecho música hasta la última e íntima nota en un arco infinito a la espera de liberar pedal pianístico.

Tras un necesario descanso que reajustase equilibrios anímicos, nada menos que la Sonata nº 1 en sol mayor, op. 78 (Regen-sonata) de Brahms, compuesta con 48 años en plena madurez artística, «Sonata de la lluvia» de hondura y bravura, con un Vivace ma non troppo de perlas pianísticas y lirismo violinista, todos los matices de una paleta amplísima, de nuevo el sonido carnoso de Ignacio con el sustento seguro y redondeado de Sergey, aún más personal en el Adagio de protagonismo impecable subrayado por unos arcos inmensos de Ignacio, la belleza melódica e infinita del hamburgués reducida al dúo, compartiendo momentos delicados de amplios registros. El Allegro molto moderato traería el recuerdo del Regenlied opus 59 nº 3 para completar la melancolía musical «reducida» a la música de cámara que Brahms, ajeno a las modas, entendió como nadie y el dúo Rodríguez-Bezrodny transmitieron fidedignamente, apostando por repertorios de envergadura.

Un placer escuchar de nuevo una obra de Rodión Shhredrín (1932), esta vez In the style of Albeniz, op. 52 (con varios arreglos, siendo el de violín y piano de 1973), un descubrimiento perfectamente complementario de las obras precedentes desde la visión e inspiración de nuestro pianista más grande admirado por un moscovita con pasaporte español, el espíritu humorístico cautivador tamizado por la herencia rusa y llevado a una partitura actual, vital, agradecida para ambos intérpretes volcados en un ímpetu mezclado con el respeto por este lenguaje propio de acentos inconfundibles, obra de un virtuoso pianista, organista y compositor conocedor de todos los recursos técnicos instrumentales que tal pareciese pensado para nuestro dúo, al que siempre recuerdo como «Conexión Moscú-Oviedo«.

Un triunfo que el público corroboró con largos aplausos además de un ramo de flores para cada uno de ellos entregado por una de las nietas del director de arte de la FundaciónGuillermo Basagoiti García-TuñónAlina Brown García-Tuñón, responsable de la administración y programas educativos, continuadores del legado de Evaristo Valle tras la muerte de su sobrina María Rodríguez del Valle en 1981 cumpliendo su voluntad testamentaria de esta Fundación y Museo gijonés en su finca «La Redonda».

Precisamente en el cumpleaños de Alina, sobrina-nieta del pintor, nada mejor que el regalo tan vienés del «grazioso» Schön Rosmarin (Kreisler) de las «Tres viejas danzas vienesas«, un placer en la interpretación de unos ya relajados Ignacio y Sergey a los que siempre es un placer seguir y escuchar en vivo.

Vidas musicales

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Martes 8 de diciembre, 19:00 horas. Sala de Cámara, Auditorio de Oviedo: Concierto de clausura del XIV Curso «La voz en la música de cámara», homenaje a Manuel Burgueras. Directora artística: Begoña García-Tamargo. Organiza Asociación Cultural «La Castalia». Entrada libre.

Nueva edición de un curso de esta asociación presidida por Santiago Ruiz de la Peña, con profesorado conocido y reconocido para alumnado de distintas procedencias, finalizando con el «necesario» concierto para compartir las enseñanzas adquiridas en un «puente» que para los músicos nunca es festivo, vidas musicales longevas en experiencia e ilusiones, carreras ya avanzadas junto a otras comenzando, muchas en desarrollo y sobre todo mucho amor por la música, comenzando por un merecido homenaje al pianista Manuel Burgueras que sigue al pie del cañón aprendiendo de todo y todos, en activo además de compartir escenario con alumnos y colegas de profesión.

Imposible condensar la amplia biografía del pianista porteño afincado en España en los diez minutos de lectura de la directora del curso, que como bien contestó el homenajeado, es simplemente una trayectoria que comenzó de niño escuchando a Jessye Norman, para enamorarse de este mundo vocal en el que lleva toda una vida donde sigue aprendiendo de todos los que ha tenido al lado, y disfrutando cada vez que se sube a un escenario, algo que se le nota.

Dejo el programa con el orden final del concierto, alumnado y acompañantes, destacando sobre todo el estreno de dos obras, como ya viene siendo habitual en estos cursos:

None of Us (2013) de la compositora madrileña Mercedes Zavala (1963), dedicada a Malcolm Singer en su 60 aniversario y estrenada en Inglaterra, para barítono, clarinete en si bemol y piano, primera vez que se escuchaba en España, contemporánea de escritura con todas las dificultades para los intérpretes, Oscar Castillo, Rosa Fernández y Lelyzaveta Tomchuk, en una clara apuesta por obras de nuestro tiempo que no solo hay la obligación de estudiarlas sino de darlas a conocer al público, pues la parte educativa es para todos, difícil de escuchar sin un recorrido previo al tratarse de una obra llena de registros extremos, disonancias, juegos vocales y un obligado trabajo de cámara por parte del trío.
Mención especial el estreno en Asturias de La leyenda del tiempo (Madrid, 28 de enero de 2012) de mi admirado Guillermo Martínez Vega (1983) sobre textos de Federico García Lorca para cuarteto vocal y piano, encargo del «Cuarteto Vocal Español» formado por miembros del Coro de RTVE, la obra de un compositor que siempre asombra y agrada en toda su amplia producción, culto a la melodía, conocedor de sus recursos esta vez al servicio del cuarteto vocal formado por Ayelén Mose (soprano), Lola Fernández (mezzo), Adrián Begega (tenor), Pedro La Villa (bajo) y el piano de Manuel Burgueras (que también lo estrenó en el Monumental de Madrid), una belleza capaz de brillar para coro pero igualmente impresionante en cámara por su calidad, cercanía, armonías vocales, escritura pianística propia y propicia más allá del acompañamiento, combinando y jugando con voces, timbres y un mimo como sólo Guillermo sabe tratar cada intérprete en sus obras, que siguen aumentando en cantidad y calidad. De nuevo felicitar a la Asociación «La Castalia» por la apuesta de divulgar música actual, y sobre todo a este cuarteto vocal con el maestro Burgueras que la hicieron suya y compartieron con un público entregado a ella, buen termómetro de calidez y cercanía amén de la calidad subrayada.

No quiero dejar de citar otras obras como las Cuatro canciones sefardíes (1965) de Joaquín Rodrigo por Lola Fernández y Manuel Burgueras, una mezzo a la que que hacía años no escuchaba pero que sigue teniendo un registro amplio y potente con una musicalidad que nunca se pierde, la Chanson du printemps, opus 28 (Andreas Johann Lorenz Oechsner) para soprano, violín y piano, María Heres de timbre agradable, potencia y gusto, María Mirto Smith Ayuso perfecto sonido y coprotagonismo más un Alfonso Peñarroya al que seguiremos de cerca como pianista repertorista más que acompañante. También original propuesta la que iniciaba el concierto Tutto che il mondo serra (Bottesini) para soprano, contrabajo y piano con Ana Peinado, Roberto Norniella que luchó por afinar el instrumento virtuoso del compositor y el magisterio de Burgueras con estos alumnos.
Las siempre bellas melodías de Tosti Ideale y L’alba separa dalla luce estuvieron interpretadas por el tenor Gaspar Braña y la pianista Irina Palazhchenko, que no le ayudó mucho, o la hermosísima Élégie, opus 24 de Fauré con el chelo joven de Santiago Ruiz de la Peña Jr. aún inseguro, y el siempre solvente virtuoso del piano Sergey Bezrodny.

El punto final estuvo a cargo de la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo» dirigida por Pablo Moras, que con el piano del langreano Marcos Suárez cantaron dos números de zarzuela, género en el que participan hace años en el Festival del Campoamor, la «Barcarola» de Los sobrinos del capitán Grant (M. Fernández Caballero) y las «seguidillas» de La verbena de la Paloma (Bretón) dejando en el medio  el villancico Esta noche, caballeros de Benito Lauret, quien potenciara esta agrupación en los años 70, y en cierto modo homenaje siempre merecido por la labor que el cartagenero realizó en nuestra tierra.

Pese a la coincidencia de eventos en el Auditorio, una buena entrada en la sala de cámara sumándose al respaldo de instituciones y empresas para que «La Castalia» siga su labor docente y divulgadora.

Moscovitas: más que dulces

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Martes 7 de abril, 19:45 horas. Teatro Filarmónica: Concierto 1.922 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. Dúo Ignacio Rodríguez Martínez de Aguirre (violín), Sergey Bezrodny (piano). Obras de Bach, Beethoven, Prokofiev y Brahms.

Sigo disfrutando de la música allá donde voy pero comprobar cómo crecen en el amplio sentido de la palabra mis jóvenes amistades es algo que no tiene palabras. Alegría, orgullo, admiración por las familias que siempre están apoyando, sacrificándose, dando a sus hijos la mejor formación posible y compartir momentos como el de este primer martes de abril. Las sociedades filarmónicas siempre son la plataforma ideal para formar públicos e intérpretes, congratulándome que la centenaria ovetense, a la que tantos años estuve abonado, siga apostando por los jóvenes valores ofreciendo la posibilidad de foguearse, enfrentarse a conciertos de auténtica envergadura y sentir el calor del respetable, esta vez no ya el habitual, que va cumpliendo años, sino el contemporáneo del solista, compañeros y amigos de su generación, valores que tenemos que mantener desde una educación musical que complete la formación integral del individuo, algo que el actual gobierno no quiere o no sabe entender, relegando la «Música» a la categoría de materia optativa, perdiendo horas y considerándola como una materia que distrae. Sin comentarios.

Al violinista Ignacio Rodríguez (Oviedo, 1996) le sigo casi desde sus inicios, los mismos que podemos disfrutar en los vídeos de YouTube© apreciando la impresionante evolución en estos pocos años, formándose continuamente, actualmente cursando los estudios superiores en el CONSMUPA, afrontando repertorios cada vez más difíciles con una madurez interpretativa digna de destacar. Sus maestros han ido tallando un músico internacional con acento ruso: Vasiliev, Dourgarian, Lev, también a Teslya, Zhislin, Lomeiko y Krysa, pero especialmente Boris Belkin, un ruso enamorado de Asturias al que nuestro artista cautivó, viajando a Maastricht o Siena muchos años para ampliar estudios y entrar en la nómina del importante alumnado del genial violinista ruso.

No quiero olvidar un detalle que parece recurrente y que me sirvió de inspiración para mis primeras notas al programa nada menos que con «Los Virtuosos de Moscú» y Spivakov, su llegada a esta tierra cuando «Don Ignacio no estaba ni proyectado», esa apuesta por Asturias y todo lo que supuso, no ya colocarnos en el mapa musical internacional sino también sentar unas bases que de nuevo la miopía política de turno casi destrozan o dejan inacabadas como algunas carreteras, ferrocarriles del siglo XXI con velocidad del XIX y tantos proyectos incompletos o totalmente parados cual monumentos al despilfarro, a la ignorancia y a la incultura. Al menos muchos de aquellos virtuosos vinieron con amistades y familias, optando por quedarse pese a todo, cambiando la mentalidad de muchas familias sobre la educación musical profesional, no junto a otra carrera universitaria sino toda una vida dedicada a la música como profesión, algo que los rusos siguen reclamando, convenciendo y apostando por ello. De aquellos rusos virtuosos Sergey Bezrodny (Moscú, 1957) se quedó entre nosotros para 25 años después demostrar a muchos cómo la constancia, la paciencia, el trabajo y por supuesto el tiempo, acaban dando resultado, optando por acompañar a un joven violinista asturiano que podrá presumir de tener en su historial al pianista de otros grandes instrumentistas, todo un Maestro con el que Don Ignacio sigue aprendiendo y creciendo.

Las obras elegidas para este concierto fueron un pequeño muestrario de dificultades con las tres «b» de Bach, Beethoven y Brahms sumándose la del propio Bezrodny, para un complemento ruso en interpretación y acento perfecto para Prokofiev o la propina de Rachmaninov, dando ese toque moscovita como el dulce ovetense que tiene fama nacional.

Soledad abrumadora del violín con los tres primeros movimientos de la Partita nº 2, BWV 1004 en re menor de Bach que sirvió para apreciar cuánto trabajo (interpretado de memoria) y esfuerzo esconden sus movimientos, el instrumento junto al órgano donde «el kantor» volcaba su inspiración: Allemande más que un calentamiento de dedos, arco amplio y pulsación fuerte, la Courante con auténtico desparpajo juvenil de Ignacio, técnica cuidada y sonoridades suficientes y la Sarabanda íntima, dolorosa, profunda para un músico de pocos años que siempre volverá a «Mein Got» como revisión y recreación.

La Sonata nº 1 op. 12 nº 1 para violín y piano en re mayor de Beethoven la tengo grabada en mi memoria al haberla estudiado en mis últimos años de conservatorio, y la pude volver a degustar por estos mismos intérpretes en Gijón, comentando entonces la importancia del diálogo para una partitura donde el protagonismo está repartido, intención y fraseos, planos sonoros en continua vorágine pese a ser aún «clásica» aunque despuntando el romanticismo que instaurará el sordo genial. Respeto del alumno ante el maestro para un diálogo en tono de voz sosegado, casi susurrado y contenido en los tres movimientos, el Allegro con brio contenido, evitando sobresaltos, el Tema con variaciones: Andante con moto momento álgido tras el tranquilo tema inicial, palabra del Maestro al piano que el Alumno intenta contestar, intervenir tímidamente hasta que desarrollarán tensiones resueltas «románticamente» cual discusión que se enzarzase y elevase un poco de volumen antes de alcanzar el Rondó: Allegro final encauzando la conversación con distintos puntos de vista desde el respeto mutuo, protagonismos alternados, entendimiento musical desde ese idioma universal que tanto Ignacio como Sergey transmitieron al respetable.

Para la segunda parte y una vez superada la primera contenida, el ímpetu joven salió a la luz con el apoyo veterano y dominador del idioma, la Sonata nº 2 Op. 94 bis en re mayor (Prokofiev) que sonó más moscovita que nunca en el violín de un Ignacio Rodríguez volcado en expresión desde el Moderato inicial, arropado con esa base magistral de Sergei Bezrodny, total entendimiento y mismo acento ruso sin fisuras, cercanía del lenguaje, lectura de envergadura en una traducción musical equilibrada y fresca para un diálogo profundo sin edad, al mismo plano con la seguridad del trabajo bien hecho para un examen lleno de trampas en el Presto – Poco piu mosso del Tempo I que el aventajado violinista superó sin dudar. Remanso en el Andante que volvió al equilibrio piano-violín lleno de musicalidad y fraseos limpios desembocando en otro catálogo de turbulencias y juegos agógicos compartidos: Allegro con brio – Poco meno mosso Tempo I – Poco meno mosso – Allegro con brio, idioma entendible para una obra compuesta en los años 30 que mantiene la misma frescura que demostró el dúo. Largos y merecidos aplausos para el esfuerzo y arte demostrado por el dúo.

Y para rematar nada más profundo que el póstumo Scherzo en do menor (Brahms), auténticas palabras mayores para los dos intérpretes, hondura filosófica, escritura honda y exigente, casi cuartetística reducida a dúo, puro romanticismo para ambos intérpretes desgranando sonoridades impresionantes, sin complejos, de nuevo la memoria de Ignacio Martínez y el oficio en Sergey Bezrodny, brevedad de la vida en el último suspiro con dos ópticas: la juvenil que contempla lejano ese momento y la madurez intermedia para una deseada larga existencia, visiones unívocas musicalmente apasionadas dando lo mejor de ellos, obteniendo otra salva de bravos valorando una intepretación rigurosamente hermosa.

El regalo a la vista del halo tenía que ser también ruso, la tantas veces adaptada a distintos instrumentos Vocalise, Op. 34 de Rachmaninov que Rodríguez Martínez de Aguirre sintió y “cantó” con el violín cual homenaje filial a su entorno, tradición coral en su casa aunque no figure en su aún breve biografía, y Bezrodny con música en los genes llenando páginas y ejerciendo de «orquesta en miniatura» desde el virtuosismo al que nos tiene acostumbrados.

Espero seguir disfrutando muchos años de mi querido Don Ignacio y verle en los mejores escenarios del mundo. Tiene madera, afición, ilusión, ganas y toda una vida por delante.
P.D.: Crítica en el diario La Nueva España de Oviedo del jueves 9 de abril:
LNE09ABR2015Critica

El museo como sala de concierto

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Sábado 15 de noviembre, 20:00 horas. Museo Evaristo Valle, Gijón, Concierto de Cámara: Ignacio Rodríguez Martínez de Aguirre (violín), Sergei Bezrodny (piano). Obras de Tartini, Tchaikovsky, Sarasate, Beethoven, Mozart y Brahms. Entrada: 10€.

Los museos también tienen vida musical, se promocionan además de ofrecer unos espacios realmente únicos y apuestan por conciertos cercanos, de cámara, con figuras en ciernes o ya consagradas. El gijonés Museo Evaristo Valle tiene como seña de identidad un salón que alberga un excelentemente restaurado y bien conservado piano Steinway donado a la Fundación, que siempre es un placer escucharlo en esa ubicación de acústica impecable, más en las manos de un virtuoso como Bezrodny, esta vez a dúo con el joven violinista Ignacio Rodríguez que nos ofrecieron un recital íntimo, emocionante, cargado de dificultades para obras que sonaron preciosistas desde un perfecto entendimiento entre ambos músicos, la veteranía y poso del ruso con la juventud e ímpetu del asturiano, una promesa que se va haciendo realidad.

Las obras elegidas no siguieron un orden cronológico aunque sí cercano y de estilos variados. De G. Tartini escuchamos su Sonata «Didona Abandonata» en sol menor en tres movimientos, bien diferenciados, piano en segundo plano cual clave barroco con tiempos cantábiles en diferentes velocidades, Tempo moderato cual presentación sonora, Allegro con fuoco para regocijo del violín al más puro estilo veneciano, y el Largo / Allegro comodo solamente en la indicación, puesto que la dualidad exige crear ambientes contrapuestos desde una técnica virtuosa que no debe ocultar la musicalidad, algo que Ignacio y Sergei entendieron desde el primer momento.

Melancolía y amor adolescente son sinónimos hechos música por Tchaikovsky en su Serenade Melancholique, op. 26 en si menor, repertorio básico para un dúo con dos visiones de la vida y una musical, orquesta reducida a pianista maduro que arropa al violinista enamorado, música desde las entrañas con arranques de pasión bien contenida, románticamente rusas en sonoridades primaverales con madurez interpretativa. Me maravilla comprobar el crecimiento global de mi querido Don Ignacio, capaz de conmover con esta partitura enorme.

Todo virtuoso debe incluir a Sarasate en su currículo,  para el piano (una maravilla ver las partituras del virtuoso ruso) y lógicamente para el violín, repertorio global de diabluras con técnica no siempre al servicio de la música, donde el piano acompaña los dificilísimos pasajes del solista. En el Capricho Vasco, op. 24 el dúo astur-ruso solventó con profesionalidad y musicalidad una página cantábrica más que vasca, a pesar del zortzico inicial, por cercanas melodías. Poso en el violín y solera al piano, cercanía en la amplia gama de grises con el brillo de la madera, impregnada por los albores de la figura moldeada con el cincel del trabajo diario. Nueva confirmación del momento dulce que atraviesa Ignacio Rodríguez, conocedor de la dificultad de una partitura que necesita el fuego artificial sin demasiada interiorización pero que con Sergei Bezrodni alcanza otro sentido.

El breve descanso sirvió para cargar pilas ante un triunvirato de genios exigentes para exprimirlos al máximo. Mi memoria musical está unida a la Sonata nº 1, op. 12 nº 1 en re mayor de Beethoven, por lo que fui acompañando mentalmente cada compás y movimiento, disfrutando con el permanente diálogo de los dos intérpretes, seriedad y cascadas sonoras en el Allegro con brio, permutaciones emotivas en cada variación del Andante con moto, y derroche de sentimientos en el Rondo: Allegro, conversación musical en estado puro, mismo idioma con distintos acentos, los del piano y violín en perfecto entendimiento. Siempre un placer disfrutar del genio de Bonn, más en la música de cámara con sus sonatas para violín y piano, abecé de estudiantes pero también parvulario de melómano que se precie. Comprobar la evolución del violinista asturiano es un orgullo personal, verle ganar en sonido amplio, profundo, redondo, de dinámicas abrumadoras con un arco poderoso y una seguridad pasmosa, con una musicalidad genética, es síntoma de madurez y mucho trabajo.

El segundo movimiento del Concierto nº 5 en la mayor, K. 219 (Mozart) es un mundo anterior al del sordo pero fuente inagotable de musicalidad, con un piano «de orquesta» para un discurso violinístico plenamente salzburgués, ingenuo pero inconscientemente maduro, perfecto para este dúo con una cadenza bien tocada, con gusto y seguridad.

Rematar con el Scherzo en do menor para piano y violín de Brahms son palabras mayores tras todo lo escuchado anteriormente. El dúo debe ser y sonar uno, la inmensidad del hamburgués se respira en cada compás, energía y tormento mezclado con remansos perecederos donde la música sale a borbotones. Increíble interpretación de ambos músicos, entrega, pasión, energía, potencia, lirismo, incontinencia rítmica, contrastes dinámicos, auténtica montaña rusa de emociones para una obra grande y exigente en todos los aspectos, excelente colofón de un nuevo concierto en este museo tan musical como el gijonés.

Alina Brown, sobrina-nieta de Evaristo Valle, y coordinadora del museo, felicitando al dúo

Mi sincera felicitación a la Fundación gijonesa con su director Guillermo Basagoiti a la cabeza, que sigue apostando por la música en su bellísimo Museo, y enhorabuena enorme a Don Ignacio y sus padres Chonchi y Maque, pues tantos sacrificios tienen recompensas como la de este «concierto de museo». Su carrera ya en ciernes está bien encauzada, tener un pianista como el ruso supone garantía de éxito (merecido siempre), esperando verle en las siguientes etapas, reconfortante para quienes le seguimos y admiramos desde los inicios. No quiero plagiar a nadie pero la conocida frase «Me llena de orgullo y satisfación» en este caso la compartimos muchos.

Un Nevsky en cuerpo y alma

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Miércoles 6 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo. Proyección de la película de Sergei Einsenstein «Alexander Nevsky» (música de S. Prokofiev). Intérpretes: Marina Pardo (mezzosoprano), Coro de la Fundación Príncipe de Asturias (director: José Esteban Gª Miranda), Oviedo Filarmonía, Marzio Conti (director). Entrada libre.

Organizado por la Universidad de Oviedo y como ya hiciese con «Metrópolis» en el Campoamor en mayo pasado, esta vez en la pantalla gigante del Auditorio pudimos deleitarnos con la proyección de otra joya del Séptimo Arte, película de 1938 que no pierde con el paso del tiempo ni desmerece de las grandes producciones, en versión original con subtítulos al castellano de una calidad global impresionante en todo, máxime cuando la banda sonora original de Prokofiev pudimos escucharla en directo con unos intérpretes perfectos siempre guiados por el maestro italiano, que sigue arriesgando con propuestas que además salen bien.

Si la partitura de Prokofiev es una auténtica cantata que el Coro de la FPA dirigido por mi querido Pepu ya interpretó al menos otras dos veces que yo recuerde (guardando además una copia de la partitura), todo el entorno de este miércoles ayudó a disfrutar tanto a los músicos como al público.

En un foso «redescubierto» (que nunca antes se abrió en los muchos años del Auditorio) donde se colocó la orquesta, el coro sentado y separado en dos bloques de blancas y graves en el escenario, con atriles iluminados tenue pero suficientemente (qué bien funcionan los leds) y la caja escénica adelantada, el piano con Sergei Bezrodni a la izquierda, para coronar sobre ellos la pantalla gigante, unido a un sonido perfecto, pudimos saborear imagen y sonido como auténticos privilegiados, un público que hizo cola una hora antes y abarrotó la sala (algunos no sabían de qué iba, pero era gratis), escuchando nuevas texturas en esta disposición y ubicación global.

Casi dos horas de épica total, con una dirección perfecta en ajuste con la propia película, una orquesta que sonó «de otra forma» destacando por protagonismo los abundantes metales y percusiones, sin obviar la madera más una cuerda compacta y homogénea capaz de transmitir y subrayar el poderío escénico pergeñado por Eisenstein, y el coro empastado como nunca, cómodo, de amplias dinámicas y protagónico como pueblo a lo largo del film, sin olvidarme la breve pero emocionante intervención de la mezzo asturiana Marina Pardo, elegante, en el centro, ubicación excelente para proyectar su voz hasta el fondo del auditorio con la orquesta a sus pies, literalmente. Un Nevski en cuerpo y alma.

Enhorabuena a todos, especialmente a la Universidad y la Fundación Príncipe de Asturias, siempre con el Ayuntamiento apoyando, por seguir ofreciendo espectáculos de esta calidad y originalidad que ayudan a rescatar joyas de la historia cultural muy escasas, apuesta de futuro para unos tiempos donde los políticos parecen ir en dirección contraria.

Guillermo Martínez suma y sigue

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Sábado 28 de abril, 20:00 horas. Auditorio Valley de Piedras Blancas. Oviedo Filarmonía y Coro Universitario de Oviedo, Joaquín Valdeón (director). Entrada gratuita.

Obras y solistas: Magnificat (J. Willcocks) para soprano, coro, metales, órgano y percusión, Patricia Rodríguez Rico (soprano), Sergei Bezrodny (órgano). El sueño eterno (Guillermo Martínez) para soprano, bajo, sexteto vocal, coro y orquesta (sobre textos de Edgar Allan Poe): Juan Jurado y Nuria Sánchez (narradores, Maliayo Teatro), Patricia Rodríguez (soprano), Sebastián Covarrubias (barítono), Ángel Álvarez (órgano y armonio).

El compositor asturiano, aunque nacido en Venezuela, Guillermo Martínez Vega (1983) volvía a estrenar en Oviedo el día antes otra obra donde la voz es protagonista contando nuevamente con «su soprano» la ferrolana Patricia Rodríguez Rico y Joaquín Valdeón como destinatario y responsable del resultado global, comenzando la velada con otra obra de nuestro tiempo que resultó un maridaje perfecto para el concierto que llegaba al auditorio de la capital del concejo de Castrillón, pequeño y acogedor, con buena acústica aunque algo «apretados» todos los intérpretes.

El Magnificat (1997) de Jonathan Willcocks para soprano, coro mixto, órgano, metales y percusión es una nueva incursión del compositor británico nacido en 1953 en la música vocal que tanto domina, cinco partes que mezclan latín e inglés del siglo XV inspirado en oraciones a María, con ciertos paralelismos con la obra siguiente: músico formado en escolanía, utilización de textos eclesiásticos y profanos en distinto idioma, y sobre todo volcados en la voz solista y coro con unas instrumentaciones de nuestro tiempo que no pierden nunca la referencia tonal. Las notas o comentarios al programa son de Daniel Moro Vallina dejándolas enlazadas desde aquí.

De los instrumentos utilizados en el Magnificat la formación de metales de la OvFi contó con cuatro trompetas, tres trombones (uno bajo) más una tuba, lo que da idea del potencial sonoro, sumándoles dos timbalistas con distintas percusiones y un órgano que quedó algo oscurecido por momentos ante el derroche instrumental, siempre excesivamente presente para compartir protagonismo con un coro reforzado -aunque todavía corto en efectivos- para contrapesar toda la masa sonora, falto igualmente de una afinación más precisa así como de la deseada homogeneidad y empaste por otra parte esperables cuando se «arman» voces para la ocasión al no contar con plantilla suficiente para abordar estas obras. Con (que no frente a) todo, la soprano gallega nunca quedó tapada y en sus intervenciones volvió a brillar su voz, amplias dinámicas desde la calidez a la fuerza en Et misericordia o There is no rose, así como el «tutti» final del Gloria. La dirección de Valdeón siempre atenta y precisa aunque prendada del poderío de esta obra donde podría haber equilibrado un poco más las texturas y dinámicas.

Para El sueño eterno además de los anteriores efectivos el compositor aumentó hasta niveles desconocidos en su ya amplia producción la plantilla: la Oviedo Filarmonía creo que completa con cuerda, arpa, maderas, metales y una percusión más que abundante destacando siete timbales, campanas y un gran despliegue de placas, parches, látigo, carraca, triángulos, platillos, gongs… apareciendo también el órgano, sustituido en el centro de la composición por un armonio situado detrás de mi fila 13 que enriqueció el ya por sí caleidoscópico colorido instrumental, con el tenor del sexteto vocal, quinteto al frente en distintos momentos (se ve en algunas de mis fotos), el coro, como apunté anteriormente algo corto para las necesidades de la obra, y los solistas que tuvieron que lidiar con este tonelaje tímbrico, nuevamente la otra protagonista del concierto Patricia Rodríguez y el barítono chileno afincado en Barcelona Sebastián Covarrubias, que sustituyó al bajo inicialmente previsto (Miguel Ángel Arias Caballero) sin hacerme olvidar el color vocal tan distinto. Todavía queda añadir a los dos actores que interpretaron al inicio los textos en español de Allan Poe en los que se inspira, «La durmiente» o «El sueño eterno», ya onírico desde el planteamiento inicial (sin escuchar ninguna nota).

Las cinco partes de esta cantata son un nuevo ideario de sonoridades y armonías a cargo de un Guillermo Martínez que me asombra con cada obra, si bien ésta tenga altibajos en cuanto a mantener tensiones o expectativas que parecen llevar una senda y toman otra. Puede ser cierto «abuso» por momentos, en mi humilde opinión, de cierta reiteración en un leit motiv no del todo «redondo» aunque rítmicamente resulte. Su experiencia coralista (Escolanía de Covadonga, El León de Oro) y organista es clara en todas sus obras por el mimo con el que compone para ellos, en esta cantata tanto el Inicipit coral como las arias de bajo -esta vez barítono- y soprano, Hechizo y Nocturnos respectivamente, algo corta la interpretación del primero y sobrada la segunda, teniendo nuevamente a su favor poder mantener tensión y volumen para todo lo que las envuelve. Pese a ello destacar la musicalidad demostrada por ambos solistas, aunque componer pensando en una voz concreta creo que se nota.

Las partes instrumentales buscan más que melodías, que las hay y hermosas, texturas y combinaciones realmente asombrosas, destacando el juego entre arpa, cello y corno inglés seguido del ya mencionado armonio con el tenor del sexteto, y creador de solos plenamente líricos para el violín de concertino Andrei Mijlin o la exquisitez del cello a cargo del premiado Gabriel Ureña, sobremanera en el interludio orquestal central cuyo título es el de la propia cantata.

No analizaré la obra, que lo hace muy bien Daniel Moro, pero quiero reflejar que supone un paso adelante corroborando un lenguaje propio donde ese «tutti» final de Lux despliega sueños y realidades, recursos bien utilizados como ese acorde final del órgano que parece cerrar un ciclo abierto por Richard Strauss en su Zaratustra, conjugando herencias siempre claras que Guillermo Martínez nunca esconde pero trasciende, cinematografías siempre presentes porque su música (re) crea imágenes.

Enorme trabajo de todos los participantes, orquesta entregada, coro muy implicado en una obra complicada de concertar, solistas seguros y la dirección de un Joaquín Valdeón capaz de ensamblar todo el complejo sonoro de esta nueva obra, actual y espero que atemporal, auténtico valedor de la música de Guillermo Martínez. La cosecha del 83 sigue regalando unos frutos que darán mucho que contar.

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