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(RE)encuentro con Dudamel

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Viernes 25 de junio, 19:00 horas. Clausura de los Conciertos del Auditorio, Oviedo. Orquesta del Encuentro, Gustavo Dudamel (director). Obras de Schönberg y Chaikovsky. Entrada butaca: 40 €.

Está claro que El Sistema fundado por el Doctor Abreu marcó a toda una generación de músicos y que su buque insignia ha sido Gustavo Dudamel (1981), todo un prodigio que con 18 años sería nombrado director musical de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, pasando a ser conocido internacionalmente en 2004 tras ganar la edición inaugural del «Concurso Gustav Mahler» de la Orquesta Sinfónica de Bamberger. Desde entonces le sigo esperando que su contrato en París nos lo acerque un poco más. Cada visita suya a Oviedo resulta todo un acontecimiento que recordamos como privilegiados, y es que nunca defrauda, agradeciéndole que de nuevo volviese a poner la capital asturiana en su agenda.

El propio Dudamel en 2012 creará su propia Fundación con la meta de “ampliar el acceso a la música y las artes ofreciendo herramientas y oportunidades a la gente joven para dar forma a sus futuros creativos”. Durante diez días con jornadas maratonianas, ha reunido en Madrid a 60 jóvenes músicos de cuerda de 12 países hispanoamericanos (con tres asturianos en sus filas *), seleccionados entre la excelencia y para ejercer un liderazgo en pocos años. Así es esta «Orquesta del Encuentro» tras el Covid y lo que supuso para todos, pero que esta generación en la que Dudamel cree firmemente, no solo han podido viajar (algo heroico ahora mismo) y trabajar con grandes instrumentistas como los de la Filarmónica de Viena (Rainer Honeck o Tamas Varga) o de Göthenborg (Johan Stern), por citar algunas figuras supongo que convencidas además de entusiasmadas por este nuevo proyecto del venezolano, y poder así ensayar y montar dos obras de envergadura para cualquier formación profesional de primer nivel,  pues bajo su dirección nada es imposible, como si existiese la «dudamelina» inyectada en vena, toda una experiencia docente y emocional para todos, incluidos quienes volvimos a llenar el auditorio ovetense en este reencuentro con el prodigio de Barquisimeto.

Acompañado de sus padres y abuela, así como de su esposa María Valverde, copresidenta de la Fundación Dudamel, siguen plenamente involucrados en la carrera de un Gustavo lleno de energía como siempre, entusiasmo, vitalidad, poder de convocatoria y convicción además de una atracción que solo unos elegidos tienen, y siempre con el amor por la música que sigue siendo el motor de su vida en plena madurez con 40 años, una mente prodigiosa.
A mitad del concierto nos contaría que además de la música que no necesita palabras, necesitaba las palabras para esta música que, como siempre y, desde la humildad innata de quien se sabe un trabajador más, dejó el aplauso para sus jóvenes.

En la parte musical una primera parte con Verklärte Nacht (Noche transfigurada), op. 4 de A. Schönberg (1874-1951), un sexteto en la versión para orquesta de cuerda (1943) del propio compositor, que cerrando los ojos sonaba impactante, rigurosa, contrastada por esa magia de los pentagramas capaces de expresar la angustia y la esperanza, el poema de Richard Dehmel puesto en notas, la vida misma insuflada por un Dudamel siempre claro con sus gestos peculiares y personales, más la respuesta exacta de una plantilla (16-14-12-10-8) que sonó camerística y sinfónica, tal fue la gama de dinámicas alcanzada y la respuesta precisa de unos músicos sin malear, entregados (bravo por el concertino español Meriem Abad ** y el viola nicaragüense William Aviles), disfrutando de un compositor que para ellos no resulta lejano aunque sí para el «gran público» que retorna a las salas con sus móviles encendidos y tosiendo ante una música que siguen sin comprender. Dudamel y su Encuentro lograron la magia, con un final para aprender, el silencio con arcos arriba y las manos manteniendo la tensión entre todos, el silencio dramático que incomoda pero necesitamos. Impresionante.

Y tras las palabras del Maestro, con mayúsculas, el pedagogo capaz de compartir y enseñar a unos músicos como esponjas, entregados, fieles, de respuesta aceptada, sin cuestionarse ni adocenarse como tantos en nuestro entorno, el gran P. I. Chaikovski (1840-1893) y otro encuentro, entre el trabajo y el liderazgo bien ejercido, porque Dudamel vence y convence. La Serenata para cuerdas en do mayor, op. 48 resultó la clase final de curso con matrícula de honor que también podrán corroborar en las islas afortunadas (esta vez también lo es Oviedo), aún más con esta música para orquesta de cámara que así sonó pese a la plantilla utilizada. Movimientos más allá de ejercicios técnicos, toda una paleta sonora para los pentagramas del ruso que brillaron como nunca: Pezzo in forma di sonatina. Andante non troppo – Allegro moderato, la batuta clara, la izquierda precisa, la respuesta exacta, las partes y el todo. Continuaría el Valse. Moderato. Tempo di valse, el bailable de los grandes ballets tan alejado del vienés pero tan rítmico y flexible. La emoción de la  Elegia. Larghetto elegiaco, la tensión de unas cuerdas increíbles por fraseos, dinámicas, protagonismos, primeros atriles maduros. Y el  Finale (Tema russo). Andante – Allegro con spirito, broche de oro para una serenata delicada, limpia, complejamente sencilla que esta orquesta brindó con el mando fácil de un trabajador más, cercano y conocedor de esos años juveniles que marcarán toda su vida, un reencuentro con el Dudamel auténtico, comprendido y entendido donde mejor se mueve, el verdadero artista.

P. D.: * Dejo foto con el reportaje que La Nueva España dedicó esta semana a los músicos asturianos que forman parte de la Orquesta del Encuentro:

**: El concertino es Andreas Siles-Mellinger, boliviano. Gracias por la aclaración desde su tierra.

Café musical balsámico

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Jueves 24 de agosto, 20:00 horas. Festival de Verano Oviedo 2017, Museo Arqueológico: Marina Pardo (mezzo), Kennedy Moretti (piano). «Café concierto», obras de Albéniz, Weill, Schönberg, Debussy, Villa-Lobos, Satie y Poulenc.
La música, como la vida, no se detiene nunca, y tras un verano complicado además de triste donde apenas tuve tiempo para mis habituales conciertos de estío, nada mejor para retomar el pulso que con este «café concierto» entre piedras monacales que surtieron efecto balsámico por ambiente, calidad y cercanía.

Volvía Marina Pardo con su pianista habitual, Kennedy Moretti, para dejar al público, que siempre responde en «La Viena del Norte» con llenos, una velada de salón con unas canciones bellísimas, sentidas y compartidas por este dúo que organizó el programa en bloques de tres canciones por autor con el intermedio de piano buscando una unidad orgánica desde la sabia elección de aires, textos (especialmente el francés) y sentimientos. Desde el casi desconocido Albéniz en inglés o el Schönberg más jazzístico tan de cabaret como Weill pero cantado con gusto más que arrebato cinematográfico o el folclore brasileño de Villa-Lobos mezclando saudade y vitalidad, pero sobre todo Satie con  una Pardo realmente «diva de Vetusta» y sobre todo su Poulenc adorado, mimado, sentido… verdadera «fiesta galante» en el Arqueológico para cerrar concierto.

No era tarde para populismos ni grandes éxitos sino una apuesta por la calidad vocal sin etiquetas ni tesituras, con el piano compartiendo protagonismo, como en los grandes lieder, pequeños bocados de vida que los aplausos no dejaron paladear de tres en tres rompiendo la perfecta organización de las canciones. La voz carnosa de la mezzo «asturiana» capaz de emocionar con sus piani, hacernos vibrar en los agudos sin perder color ni calor, volcada en intenciones sin necesidad de bailes, marabús, boquillas, aros de humo o copas de champán, donde el único accesorio es la música con el complemento perfecto del piano brasileño de graves redondos, limpieza total para crear el ambiente deseado y el plano siempre adecuado favoreciendo la presencia vocal en todos los idiomas desde el único lenguaje universal. Gracias a Marina y Kenneddy por esta terapia de agosto.

PROGRAMA

I. Albéniz (1860-1909): A song of consolation; Will you be mine?; To Nellie.
K. Weill (1900-1950): Youkali; Die Moritat von Mackie Messer; Complainte de la Seine.
A. Schönberg (1874-1951): Der genügsame Liebhaber; Jedem das Seine; Arie aus dem Spiegel von Arcadien.
C. Debussy (1862-1918): La plus que lente (Vals para piano).
H. Villa-Lobos (1887-1959): Modinha; Na paz do outono; Lundú da Marquesa de Santos.
E. Satie (1866-1925): Tendrement; Je te veux; La diva de l’Empire.
F. Poulenc (1899-1963): Voyage a Paris; Les chemins de l’amour; Fêtes Galantes.

La propina, como no podía ser menos tras toda la velada, de nuevo Poulenc y de su «Metamorphoses» Fp. 121, el nº 2 C’est ainsi que tu es.

Distintos, no distantes

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Viernes 17 de octubre, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Sabina Puértolas (soprano), Mª José Suárez (mezzo), Roger Padullés (tenor), Christopher Robertson (barítono), Coro «El León de Oro» (director: Marco A. García de Paz), Oviedo Filarmonía, Marzio Conti (Director). Obras de Bach y Schönberg.

Comienza la temporada de los Conciertos del Auditorio con dos mundos totalmente distintos en un mismo universo sonoro, dos obras opuestas, «amor sacro y amor profano» que titula Juan Manuel Viana sus notas al programa, dos visiones distintas pero no distantes pero capaces de mostrar la versatilidad de una orquesta que sigue ganando en calidades bajo la dirección de su titular, y disfrutar de nuevo con el mejor coro asturiano capaz de cantar «a capella» o con orquesta siendo su sonoridad la de un instrumento más sin renunciar a sus señas de identidad: la búsqueda de la perfección desde un arduo y meticuloso trabajo que les ha llevado a triunfar incluso en Londres y todavía nos seguirán dando muchas alegrías.

El Magnificat en re mayor, BWV 243 (J. S. Bach) representa un despliegue sonoro y catálogo de emociones en sus doce números bien contrapuestos como joya barroca que es y cántico de la iglesia católica donde el genio nacido en Eisenach logra exprimir los textos en latín como si de su lengua vernácula se tratase. Una orquesta reducida y colocada para la ocasión (con el continuo de Sergei Bezrodni), cuatro solistas aseados y un coro valiente, convencido desde la primera intervención, siempre con las intensidades adecuadas, presencia y musicalidad en una formación que sigue renovando voces sin perder un ápice una sonoridad y estilo propio. Conviene recordar la dificultad técnica de esta obra cuya virtud está en parecer sencilla, y los tres números corales finales así sonaron, desde el potente fugado del Fecit potentiam hasta el Gloria Patri en momentos celestiales.

Me sorprendió la actitud corporal de Sabina Puértolas por una gestualidad a la que no estamos acostumbrados en estas obras. siempre más recogida incluso en la posición para sujetar la partitura, pero su voz y gusto superaron presencia en el Et exsultavit y continuaron en Quia respexit, cumpliendo sobradamente (con su «Micaela» madrileña aún en el subconsciente). El barítono Robertson, estadounidense afincado en Bilbao, cantó con el continuo su Quia fecit algo corto en el grave -parece difícil encontrar bajos cantantes, recurriendo a barítonos cuyo color de voz nunca es igual- aunque suficientemente. Del tenor catalán especialista en estos repertorios, me gustó cómo empastó con la mezzo asturiana en Et misericordia pero su Deposuit quedó algo mermado en volúmenes buscando asegurar afinaciones desde unas dinámicas menos arriesgadas, con una voz agradable y bien colocada. De mi querida Mª José Suárez siempre hay que destacar su profesionalidad y saber estar, sin excesos vocales en el citado dúo y bien en su Esurientes, fluido para esa ternura del texto latino. Finalmente la orquesta sin ser especialista ni dotarse de instrumentos para la ocasión, desde una sonoridad cercana al barroco pero con cierto romanticismo en cuanto a la intención por parte de todos, estuvo siempre acertada, un trío de trompetas sin complejos, los timbales mandando y con los ritardandi perfectos, maderas de tímbricas recogidas, y una cuerda siempre con el «vibrato» adecuado dando una textura homogénea para una obra tan bien concebida. Conti mimó cada número y se le vio cómodo tanto con los solistas como con un coro que muchas batutas quisieran tener enfrente, redondeando una interpretación bachiana no memorable pero si honrada en sus planteamientos y ejecución.

El salto espacio-temporal resultaría impensable tras la primera parte, no por los estilos, que también, sino por la búsqueda de sonoridades, y es que el Pelleas und Melisande, op. 5 (Schönberg) puso sobre el escenario una gran formación sinfónica (con muchos refuerzos) para un poema sinfónico exigente, vibrante, en cuatro secciones sin pausa, cercanas, emocionantes, disfrutando con cada tema en intervenciones solistas personales y de calidad, empaste, dinámicas extremas perfectamente logradas por Marzio Conti, versátil como su orquesta, capaz de afrontar en un mismo concierto dos mundos distintos pero no distantes, al gusto de todo buen melómano, extremos que se tocan, el «padre de todas las músicas» y el compositor vienés que revolucionaría la escritura musical desde la investigación y el conocimiento de los orígenes, el contrapunto como «madre de la composición», esponsales musicales para este inicio de temporada de grandes conciertos en la capital del Principado.  Obra compleja la del vienés basada en el drama de Maeterlinck que la Oviedo Filarmonía llevó fiel a su espíritu, sigue creciendo fuera del foso, aunque resulte un espejismo la plantilla desplegada para esta apertura, pero el florentino es capaz de liderar proyectos arriesgados como el de este luminoso viernes otoñal.

El próximo domingo 26 a las 19:00 horas nos espera otra celebración con Sir John Eliot Gardiner y su Orquesta Revolucionaria y Romántica no Bach o Monteverdi sino un Beethoven que seguro pondrá el listón muy alto, y un Berlioz en medio corroborando esta leyenda de distintos, no distantes…

Canciones y poemas con Hampson

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Sábado 8 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Thomas Hampson (barítono), Amsterdam Sinfonietta, Candida Thompson (concertino). Obras de Schönberg, BrahmsBarber, H. Wolf y Schubert.

Regresaba uno de los grandes a la capital asturiana aunque no llenó el auditorio, lástima porque el barítono estadounidense nos dejó en el 2011 un gratísimo homenaje mahleriano. Esta vez cambiaba piano por una joven orquesta de cuerda que fue protagonista plena y auténtica delicia interpretativa en Verklärte Nacht, op. 4 (Schönberg), una «Noche transfigurada» de 1917 revisada en 1943, enmarcada dentro de un programa titulado «Canciones y poemas» con textos más las respectivas traducciones en las notas al programa de Alberto González Lapuente. Nos dejaron encendidas las luces de la sala para poder disfrutar del maridaje letra música al que no es ajeno Schönberg al incorporarnos el poema homónimo de Richard Dehmel para ir entrando en materia. Impresionante sonoridad y sentimiento por parte de este «ensemble» de volúmenes casi sinfónicos con la concertino Candida Thompson al frente, aunque presumen de no tener director titular, que a la vista de lo escuchado no parece necesario cuando además se viene en larga gira europea (Oviedo era última parada española antes de volar a Lisboa) con un programa más que trabajado. Parte del público sigue considerando a Don Arnoldo demasiado moderno, no callaba ni dejaba de toser en el inicio, pero la interpretación de los holandeses no pudo sonar más romántica ni redonda, romanza sin palabras o poesía hecha música, antes de dar paso al protagonista.

Brahms elige para sus Vier ernste Gesänge, op. 121 «Cuatro canciones serias» con textos bíblicos, del Eclesiastés y una Carta a los corintios de San Pablo, protagonistas musicales luteranos de temática mortal (¡cómo resuena en alemán la palabra muerte, «Tod«!) antes de la encíclica más esperanzadora del converso, por lo que Hampson cantó esa oscuridad brahmsiana reforzada con el estreno de esta versión para orquesta de cuerda de David Matthews, que tras la transfiguración inicial puedo decir que nos dejó el corazón en un puño.
Menos mal que la segunda parte alternarían poemas variados a los que la música engrandece, más aún en la voz de un barítono universal capaz de emocionar tanto en la ópera como en el lied, donde cada canción es un microclima sentimental. «La playa de Dover» de Matthew Arnold musicada por Samuel Barber en Dover Beach, op. 3 en nuevo estreno de la versión para barítono y orquesta de cuerda de Marijn van Prooijen todavía rezuma sombras más que luces aunque Hampson saca brillo a todo lo que canta, esta vez en su inglés natal.

Los dos maestros del lied serían protagonistas hasta el final: Hugo Wolf resultó el contrapunto de alegría intercalado con el profundo Schubert, donde los textos casi los entendemos escuchando cómo los recrean Hampson y la Amsterdam Sinfonietta, que nos volvía a dejar una joya instrumental del primero, la Serenata italiana en sol mayor («Italienische Serenade») en arreglo del ya citado Prooijen, antes del Fußreise («Viaje a pie»), el número 10 de los «Mörike-Lieder» que Matthews engrandece en estos arreglos o intervenciones que llaman algunos, pues manteniendo la pureza de la escritura pianística la ensalza en tímbricas y dinámicas increíbles, también para Schubert y su Memnon D541 op. 6 nº 1 con texto de Mayhofer que Thomas Hampson sazonó al punto desde su poderío y gusto, imposible sin los ingredientes holandeses.

Luces y sombras, canciones y poemas, Mörike y Goethe, Wolf «En una caminata» (lied nº15 Auf einer Wanderung) y Schubert «Secreto»(Geheimes op. 14, nº 2) antes de cuadrar un círculo austrogermano total con la alegría del cuento musicado por Wolf Der RattenfängerEl cazador de ratas«), barítono que lleva de la mano a la orquesta, que recrea con su enorme presencia cada palabra, y esos arreglos mágicos dando mayor rango expresivo al lied vienés, al igual que las dos propinas (en Madrid llegó a cuatro): Anakreons Grab de Wolf, donde el propio barítono recordaba su anterior visita a Oviedo hace algo más de dos años antes de volver a regalarnos el Mahler de los Wunderhorn en arreglos igualmente de Matthews, aunque este sábado quedó algo más frío que en el año del aniversario. Lástima porque la calidad del conjunto se merecía más aplausos y éxito, pero «para gustos, colores», esta vez no brilló el arco iris.

Dedicado a quienes no pudieron estar en Oviedo, dejo aquí incrustado el concierto de Amsterdam, mismo programa para todo el Tour europeo, con propinas y todo:

Noche completa y vienesa

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Viernes 15 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de abono 8: OSPA, Matthias Bamert (director). Obras de Schönberg, Mozart y Schubert.
Tres obras de tres compositores con Viena como nexo común y un programa tal vez «obligado por la crisis» pero al que no podemos poner pegas.

La Noche transfigurada, Op. 4 -revisión 1943- (Schönberg) es un auténtico examen para cualquier cuerda orquestal y la de la OSPA volvió a sacar sobresaliente bajo una batuta experta como la del Maestro Bamert, de gesto contenido pero preciso y conocedor de esta Verklärte Nach originalmente para sexteto de cuerdas que además consiguió esa sonoridad camerística para la sección estrella de nuestra formación. Hacía tiempo que no escuchaba con tanta limpieza y vigor los arcos, en general todos los recursos que la obra exige, brillando solistas y conjunto en una lectura clara de la partitura. Emociones contenidas y muestrario anímico hecho música a partir de un texto de Dehmel que recuerda muy bien el maestro Rogelio Álvarez Meneses en las excelentes notas al programa (número 02 de la revista trimestral de la OSPA) que incluyo como enlace en los autores del inicio. Obra aún tonal pero expresionista por lo que a «expresión de sentimientos» concierne, personalmente lo mejor del concierto, con los músicos en total empatía.

Con el trasiego necesario en escena para la siguientre obra, enmarcada en la llamada «Harmoniemusik» (de la que nos habló Rogelio Álvarez en la conferencia previa) y finalmente el descanso que no sabíamos si vendría aquí, apareció el octeto de viento que podemos contemplar en las fotos, con el maestro suizo al frente, personalmente innecesario por la formación camerística pero igualmente artífice del excelente resultado de esta Serenata nº 12 en Do m., KV. 388 (Mozart), como espoleados por la «transfiguración» anterior y demostrando nuevamente el nivel de excelencia también en la sección de viento asturiana: Ferriol y Romero, Mascarell y Falcone, Andreas y Daniel, Morató y Rosado fueron desgranando los cuatro movimientos escritos con la maestría, dificultad y precisión del genio de Salzburgo, y un Bamert sin batuta mimándolos cual coro de cámara, empastes de cañas dobles, muestrario de combinaciones de cuatro a dos, con las trompas ensambladas como una -puntualmente algo fuertes- y clarinetes buscando equipararse a los oboes en presencia, todo un juego de excelencia donde el peso recayó en Juan Ferriol que sigue asombrando por su excelencia en todas sus intervenciones. Una maravilla mozartiana descubierta por muchos aficionados y colocada entre Arnold y el bueno de Franz, aunque la música de cámara con los solistas de la OSPA debería estar en otra programación.

La Sinfonía nº 8 en Si m., D. 759 «Incompleta» (Schubert) nos devolvió la orquesta casi al completo y recuperando la «colocación vienesa» que sigue funcionando a la perfección, sobre todo en este repertorio. Si las dos obras anteriores parecieron «calentamiento» para el tutti, la interpretación que Matthias Bamert hizo de esta sinfonía en dos movimientos hizo brotar todo lo anteriormente sembrado. «Intensidad e introspección» escribe Álvarez Meneses de esta obra polémica sobre su planteamiento, inconcluso o así pensado, resultó más que suficiente para disfrutar del conocido Allegro moderato con la entrada en graves envolviendo todo y el juego orquestal posterior, y sobre todo paladear el Andante con moto, «La apoteosis del amor» cerrando sentimientos presentados en la primera parte. No tiene final buscando el «aplauso fácil», tal vez interrogante buscada en esta «noche transfigurada» pero amorosa y menguada solamente en efectivos, que no en calidad. Sonoridades claras, contrastes en su medida, volúmenes ajustados, conocimiento y convencimiento para un compositor que nunca cansa al descubrir algo nuevo si hay química entre todos.
El próximo viernes tendremos el concierto extraordinario de Semana Santa con La Creación de Haydn donde recuperaremos orquesta, Coro de la FPA y la vuelta de Benjamin Bayl, pero todo a su tiempo…