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Muertos que resucitan

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Jueves 2 de junio, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: concierto de clausura. Saimir Pirgu (tenor), Orfeón Donostiarra, José Antonio Sáinz Alfaro (maestro de coro), Orchestre National du Capitole de Toulouse, Tugan Sokhiev (director). Berlioz: Grande Messe des Morts (Réquiem), op. 5.
Impresionante clausura de los conciertos del auditorio de esta temporada a la que resta poco, con intérpretes de altura y una obra difícil de escuchar en directo por sus dimensiones humanas, algo que Oviedo puede permitirse (¿cuándo una «Octava de Mahler» Made in Asturias?) por instalaciones y contrataciones como este broche final, cerrando una gira podríamos que decir apoteósica.

El Requiem de Berlioz puso en escena más de doscientos intérpretes repartidos casi a partes iguales en casi todo: la orquesta francesa y «el Donostiarra» con cien voces en perfecto entendimiento bajo una dirección fabulosa de Sokhiev ó Sójiev (1977) atento siempre al protagonismo que tiene el texto latino realzado y nunca tapado por la orquestación de un genio como el compositor que ha elevado el himno francés a obra maestra, la de un ateo (o no creyente) capaz de entender este «requiem» como universal. Y es que el director ruso maneja con sus manos (como su maestro Temirkanov) este ejército sonoro como nadie, entradas, matices, tiempos pero sobre todo el balance ideal para disfrutar de un coro histórico que sigue haciendo las delicias del respetable con estas obras sinfónico corales.

Desde el «Introito» pudimos disfrutar las dinámicas amplísimas de la partitura, independientemente del volumen que tuviese la orquesta, siempre en su sitio y sin tapar en ningún momento las voces donostiarras, sólo titubeantes los bajos en el primer Kyrie pero un espejismo ante lo que vendría después. El Dies irae que arranca con una cuerda grave rotunda y presente prepararía las voces blancas dobladas por las flautas en una entrada aguda en piano contestada por las graves más una orquesta en una concepción coral global que va «in crescendo» en emociones e intensidades, una voluptuosidad desde la intimidad antes de la aparición de la «fanfarria» de trombones y tubas en la sala polivalente (no hubo el efecto cuadrafónico ni trombones bajos pero igualmente poderoso) más los cinco timbaleros para alcanzar la verdadera «ira de Dios» que hizo retumbar el auditorio. Momentos puntuales de éxtasis musical y sonoro sin perder unidad vocal con una cuerda de bajos (30 frente a los 20 tenores) igual de redonda que la instrumental. Voces en extremos sin tensiones, volúmenes potentes capaces de hacerse escuchar en todo momento dando paso a momentos casi «a capella» interiorizados por todos con el dominio absoluto de Sokhiev.
La formación de Toulouse es una maravilla en todas sus secciones, capaz de expresar como pocas las genialidades orquestales de Berlioz, contrabajos y oboes dando peso a unos tenores celestiales para el Quid sum miser, familias instrumentales equilibradas en todo momento y balanceadas con Sokhiev como si de un ingeniero de sonido se tratase. Podría decir lo mismo de cada número porque tal y como recalca Arturo Reverter en las notas al programa«este Réquiem no es, de principio
a fin, una obra tonante, espectacular, desaforada, alimentada por una llama
incombustible; es, al contrario, una composición generalmente discreta, incluso
intimista, en la que el matiz piano se afirma mayoritariamente pese a la
existencia episódica de efectos de potencia abrumadora»
. Rex tremendae resultó otra demostración de poderío vocal y orquestal, silabeo conjunto, fraseos de voces dobladas por una instrumentación genial del maestro (salvame), «crescendi» bien graduados, cambios de tiempo con suavidad sin sobresaltos, y llevando al Donostiarra en Quaerens me como si del propio Sainz Alfaro se tratase, tal fue el entendimiento entre vascos y ruso en esta belleza de número para disfrute de los muchos aficionados corales en una sala casi llena para esta clausura.

El Lacrymosa prosiguió dando espectáculo, tenores estratosféricos con orquesta poderosa en vientos y cortante en la cuerda, desgranando el latín las distintas voces vestidas por la instrumentación ingeniosa y siempre acertada de Berlioz, protagonismo masculino con la cuerda doblando melodías en idéntica intencionalidad con una línea de canto global subrayada siempre por el Maestro Sokhiev, como la entrada femenina en verdadera lección coral llena de emociones, dinámicas cercanas al paroxismo pero conteniendo cualquier exceso al que de nuevo este número se presta por metales y timbales, tan bien colocados en partitura y escena que se escuchaba todo y a todos.
El «Ofertorio» dejó esos momentos de intimismo que Reverter cita, como el Domine Jesu Christe, con unos bronces diría que orgánicos cual instrumento necesario en esta obra, dibujando las voces, subrayándolas pero nunca tapando ninguna línea melódica, la cuerda orquestal con una redondez idónea para realce coral y nuevamente Sokhiev dominador absoluto del «ejército sonoro» con respuesta inmediata de sus huestes musicales. Hostias de regusto masculinamente wagneriano pero con esa orginalidad de Berlioz emparejando trombones y flautas en combinación nuevamente organística.

Llegó el esperado Sanctus para poder disfrutar del tenor albanés Saimir Pirgu, voz impecable de lírico, hermosa, delicada línea de canto bien arropado por las voces blancas donostiarras y una cuerda con flautas de colchón especial que ayudó a una interpretación «bendita», ubicado a la derecha del escenario entre orquesta y coro. Si una de las grabaciones de referencia es la de Pavarotti con los berlineses y Levine, puedo asegurar que la voz del XX está a la misma altura que la del italiano y está llamado a convertirse en uno de los grandes, si no lo es ya. El Hossanna in excelsis nueva maravilla sinfónico-coral, franceses y donostiarras con el tenor todos angelicales, una intervención breve para esta inmensidad musical del conjunto.
Final con el Agnus Dei uniforme en sentido e intención, un coro poderoso, ideal de empaste, afinación y sonoridad con el perfecto complemento orquestal (nuevo juego de trombones y flautas), medios «crescendos» apoyando un latín sin el que un «requiem» parecería perder sentido, pero especialmente Sokhiev todopoderoso, un placer observar sus manos controlando la inmensidad de Berlioz y sacar a la luz esta obra magna para redondear un concierto perfecto de clausura, con el Amén seguido de un respetuoso y largo silencio gracias al director ruso manteniendo sus manos en alto para la tensión necesaria que permite escuchar el último aliento.
Éxito total de nuestros queridos donostiarras que siguen siendo referente coral independientemente de la orquesta con la que canten, esta vez los vecinos de Toulouse con Tugan Sokhiev perfecto en todo.

Ya tenemos el avance de la próxima temporada, que dejo a continuación y apunta nuevamente a la calidad además de la cantidad, pero se merece otra entrada en días venideros.

Requiem de fuerza

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Domingo 26 de abril, 19:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Angela Meade (soprano), Marianne Cornetti (mezzo), Vittorio Grigolo (tenor), Carlo Malinverno (bajo), Orfeón Donostiarra (José Antonio Sainz Alfaro, director), Oviedo Filarmonía, Marzio Conti (director). Verdi: Messa da Requiem.

Auténtica despliegue sonoro el derrochado durante este último domingo de abril por todos los músicos intervinientes en el «operístico» réquiem verdiano. Uniendo fuerzas con nuestros vecinos donostiarras más un cuarteto vocal poco conocido pero equilibrado, incluso en color vocal, Marzio Conti volvió a liderar un auténtico espectáculo con el que se siente realmente cómodo, y eso que la partitura del genio de Le Roncole está repleta de momentos íntimos, a capella para coro, para solistas, frente a los más impactantes, debiendo alternar ambos desde un difícil equilibrio.

Pablo Meléndez-Haddad en sus notas al programa comenta al final de las mismas que «tanto la parte orquestal como la vocal -sin olvidar la que recae en los solistas-, posee un tratamiento propio de la madurez del genio verdiano, que no escatima en efectos y deja la puerta abierta a la inventiva del director que relee la obra, ofreciendo posibilidades que van desde la extroversión más pura, teatral y manierista, hasta la introspección propia de una obra religiosa, carácter, este último, por el que optan pocas batutas, ya que esta misa se reclina más en la espiritualidad que en la religión«.

Y quedaba poner el punto medio aunque balanceado hacia la explosión. Porque por ello optó el titular de la Oviedo Filarmonía que algo reforzada pareció olvidarse de los graves, quedando extenuados los contrabajos ante la catarata sonora demostrada por sus compañeros en todas las secciones.

Del Donostiarra sólo caben felicitaciones, volviendo a demostrar su excelencia en toda la gama de matices, afinación y presencia. Los fortísimos siempre en su sitio (cada Dies Irae un placer) y presentes pese a una orquesta que nunca quitó «f» de la partitura para aminorar volúmenes (impactando en el Sanctus), y los pianísimos tan delicados y bien pronunciados que nadie pensaría estar ante 90 voces en la escena. La formación de Sáinz Alfaro tiene más que banquillo de repuesto para seguir liderando estos repertorios con el perfecto relevo generacional llevado como sólo ellos llevan haciendo durante muchos lustros. Por echar de menos algunos bajos más, que siguen escaseando en nuestros coros, incluso los norteños, todavía necesarios en número para estas grandes obras sinfónico corales.

De la orquesta en general bien, pese a detalles mejorables como una más escrupulosa afinación en la cuerda (los violonchelos sobre todo), dominada como Conti nos tiene acostumbrados, y aplausos para los refuerzos que necesarios para este Requiem no desentonaron con sus compañeros de atril.

El cuarteto solista ya prometía desde su primera intervención, pese a alguna indecisión puntual, aunque estuvo dominado por el tenor Vittorio Grigolo con un volumen y color realmente asombroso, puede que exagerado en detrimento de sus tres compañeros, con una musicalidad «manierista» dejándonos un Ingemisco bello. Sus contrastes dinámicos agradecidos y una media voz que no pierde uniformidad tímbrica, difícil en estos momentos, pidiendo paso entre los tenores italianos del momento, pienso que fue el triunfador de la noche.

Me encantó la mezzo Marianne Cornetti en todas sus intervenciones, voz bellísima, equilibrada, de graves claros, dicción perfecta, pero sobre todo por su línea de canto puramente verdiana, lirismo en cada solo y dúo, sin diluirse en los cuartetos manteniendo ese nivel de principio a fin.

La soprano Angela Meade tuvo que enfrentarse a la «ingratitud» de una versión tan poderosa que obligó a pequeños tics que pueden deslucir la visión global, con un «vibrato» algo exagerado por momentos aunque una potencia sin perder afinación para aplaudir y un fiato impresionante. Los «pianísimos» detallistas aunque en algún ataque cortados y abusando a veces de un portamento como buscando la nota correcta. El papel más difícil y exigente del cuarteto, hay que alabar su entrega con todos los pros y contras, agradecer el darlo todo con los riesgos asumidos y brillando con luz propia.

Ante los otros tres solistas, el bajo Carlo Malinverno no desentonó pero estuvo un escalón por debajo. Color hermoso en el medio y agudo, volumen algo corto, su canto como en el Tuba mirum o el Confutatis es ideal con menos presencia orquestal, algo que en esta partitura es imposible obviar. En los cuartetos empastó y ayudó a un color homogéneo pero creo que le queda grande para su edad, sabiendo que con los años ganará en empaque. No desentonó en un Requiem difícil de encontrar cuatro voces que no cojeen, primando el resultado global que antiguamente se calificaba como aseado y yo prefiero llamar honesto.

Retomando las notas de Pablo Meléndez-Haddad, «este testamento musical de un agnóstico es un canto al alma humana que ha sobrevivido intacto a más de un siglo de existencia«. Y aunque las toses son peores que en las misas de doce, no ya por la media de edad sino por la total falta de educación cívica, la genialidad operística de Verdi sigue presente incluso en una misa para su difunto amigo Manzoni alcanzando la grandeza y pasión en una ira de Dios musical a más no poder hasta liberarnos con la soprano arropada por coro y orquesta en un hilo de tensión hacia una luz cegadora, no sabemos si eterna, totalmente operística desde el recitativo.

Conti como pez en el agua volvió a anotarse un logro con un compatriota suyo. No será el mejor Requiem de Verdi que haya pasado por el auditorio ovetense pero marchamos con las pilas cargadas ante una inyección sonora que levanta los ánimos aunque la lluvia parezcan lágrimas que no nos abandonan.

Furlanetto sigue regalando ópera

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Lunes 10 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Boris Godunov (Mussorgski) versión concierto. Ferruccio Furlanetto (bajo), Anastasia Kalagina (soprano), Garry Magee (barítono), Ain Anger (bajo) y más solistas del Teatro MariinskiOrchestre National du Capitole de Toulouse, Orfeón Donostiarra (director: Sainz Alfaro)Tugan Sokhiev (director).

En mis años jóvenes acudí a un «Boris Godunov» que pese a su grandiosidad tan solo recuerdo haberme dormido. Corría el año 1986 dentro de la duodécima edición de aquellos festivales internacionales de música y danza de Asturias organizados por la Universidad, sucediendo las primeras Semanas con mi profe Casares en cabeza, y distintas colaboraciones más patrocinios que eran todo un lujo entonces, relevo tomado por el malogrado Luis G. Iberni, y sirven para seguir presumiendo de tradición en la capital del Principado. Los programas de cada festival siguen siendo como reliquias por sus cortas tiradas, de los que conservo algunos con artículos que aún son referentes amén de información que tendré que ordenar algún día (de momento siguen en cajas y archivadores).

Esta vez aguanté despierto las dos horas y cuarto sin descanso gracias a un elenco completo, poderoso, equilibrado, comandado por el maestro Sokhiev, donde el protagonista total resultó el veterano Ferruccio Furlanetto, otro habitual en Oviedo en los años 70 pero que conserva no ya magisterio o cátedra sino un registro de bajo que ya quisieran muchos cantantes actuales. Resultó el más convincente para una ópera en concierto que, con la ayuda de los sobretítulos en español y la profesionalidad de todos, salió más redonda y creíble que algunas del Campoamor, lo que corrobora mi conocida apuesta por la música y las voces antes de nada (serán los años que no perdonan).

Catorce solistas del nivel escuchado no se encuentran fácilmente y menos para esta obra en la versión original (1869) de Don Modesto. Distintas presencias y protagonismos para un reparto impresionante, especialmente en voces graves aunque el tenor John Graham Hall como príncipe Chuiski (o Shuiski, que ya sabemos los problemas con el cirílico) se quedó un escalón por debajo frente a un Anger (Pimen) al que tendré que seguir de cerca. De las féminas la Xenia (ó Yenia) de la soprano Kalagina aunque secundaria me gustó su color vocal, más el de la mezzo Svetlana Lifar como el zarevich Fiodor.

Por supuesto «El Donostiarra» sigue siendo el coro ideal para estas producciones sinfónico-corales y que el director Sokhiev buscó «ex profeso» para ensamblar junto a la orquesta de la que es titular (las campanas fuera de escena repicaron incluso de más), todo un espectáculo dentro de estos conciertos y como propina a la recién finalizada temporada de ópera.

En el Baluarte pamplonés también disfrutaron del evento el sábado, compartiendo y corroborando todo lo escrito en «Beckmesser» por Jose M. Irurzun.

Felicitar a los organizadores por un excelente y grueso programa de mano que además de biografías y notas al programa del doctor González Villalilbre, incluye el libreto en castellano con las siete escenas.