Miércoles 11 de mayo, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, Concierto nº 1651. Rafael Aguirre (guitarra). Obras de García Abril, Agustín Castellón Campos Sabicas, Esteban Delgado Bernal (Esteban de Sanlúcar), F. Tárrega, A. Piazzolla, F. Bustamante, Satie y Agustín Barrios Mangoré.
Volvía a Gijón el guitarrista malagueño Rafael Aguirre (1984) en solitario, como en sus inicios allá por los primeros años 20 lo hizo Andrés Segovia (el propio intérprete lo recordaba en sus redes sociales) y con un programa heterodoxo donde demostraría que la música no tiene etiquetas, el instrumento más español también es universal, y desde una técnica virtuosística unida a una musicalidad única, el concierto resultó todo un éxito para un público numeroso que disfrutó de este «omnívoro» de las seis cuerdas con una agenda a tope.
Con su simpatía fue presentando casi todas las obras y el porqué de la elección, si bien las de nuevo excelentes notas al programa, esta vez de Ramón G. Avello (enlazadas arriba en obras) desmenuzaba cada una de ellas, pasando a un lado y otro del Atlántico con la misma naturalidad de su acento, homenajes sonoros a la guitarra, clásica en concepto e infinita desde su amor por el instrumento.
Una de las «Evocaciones» de Antón García Abril (1933-2021) abrirían boca para apreciar con la segunda, La guitarra hace llorar a los sueños que con una amplificación discreta y necesaria, Aguirre hizo hablar este “pozo con viento, en vez de agua” como llamó Gerardo Diego a nuestro instrumento además de inspirarse en Lorca el recientemente fallecido compositor turolense, más actual que nunca. Y dos ejemplos del flamenco más íntimo para un boquerón que lo lleva en la sangre: del navarro Agustín Castellón Campos «Sabicas» (1912-1990) las alegrías Olé mi Cádiz, que llevaría a las grandes salas de conciertos, siendo referente de todo guitarrista, más los Panaderos flamencos de Esteban Delgado Bernal, Esteban de Sanlúcar (1912-1989), otra figura universal que en manos del malagueño nos transportaron a la esencia de un sonido impecable lleno de «pellizco».
Evidentemente no podía faltar Francisco Tárrega (1852-1909) de quien Rafael Aguirre es su mejor intérprete, primero su Capricho árabe de verdadera recreación y hondura, sin presentaciones, sólo la música del grande en las manos del malagueño, largamente aplaudido, y el cierre con las virtuosísticas Variaciones sobre el Carnaval de Venecia de Paganini, verdadera paráfrasis que el «endiablado italiano» parece contagiar al español, violín o guitarra en buena lid decantada hacia nuestro lado.
De las transcripciones y arreglos, todas tan bien realizadas que pareciesen estar escritas para las seis cuerdas, desde el Invierno porteño de Ástor Piazzolla (1921-1992) más íntimo que el propio quinteto original, la galopa Misionera del también argentino Fernando Bustamante (1915-1979) en un viaje a la frontera con Paraguay lleno de ritmo y pasión en una guitarra más completa que el piano, pasando al guaraní, no demasiado conocido, Agustín Barrios, Mangoré (1885-1944) contemporáneo del recordado Segovia, tan virtuoso o más que el español, cuya página Un sueño en la floresta exige unos trémolos virtuosos sin perder el sentido popular hecho obra clásica de salón. Así la sintió un Aguirre dominador de todos los estilos con un sonido pulcro, propio, poesía hecha música.
Y si Argentina miró siempre a Francia, la Gymnopedia nº 1 Lent et douloureux de Eric Satie (1866-1925) no sólo culminó el viaje trasatlántico sino que reafirmó mi idea de parecer escrita para la guitarra de Aguirre, la partitura sin indicación instrumental porque tanto el timbre como la interpretación del malagueño así la hicieron posible.
Con total naturalidad y demostrando que la guitarra es infinita, dos propinas conocidas que sonaron nuevas en sus arreglos: el conocido y cinematográfico Gabriel’s oboe de Ennio Morricone (1928-2020), relatando igualmente el videoclip que rodase en las Canarias cuando la pandemia cancelaba conciertos, y una Granada de Agustín Lara (1897-1970), perfecto broche de las visiones hispanoamericanas para el instrumento que suena en todo el mundo siempre con el calificativo de española, única e historia nuestra.
A Brasil, si nada lo impide, llevará con mis queridos Manuel Hernández Silva y Beatriz Díaz nuestra música con la Sinfónica de Sao Paulo, verdaderos embajadores de talla mundial.







