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Con cierto desconcierto

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Viernes 10 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, abono 16: «Cuaderno de viajes IV»: OSPALuis Fernando Pérez (piano), Rossen Milanov (director). Obras de Brahms y R. Strauss.
Sabor amargo para un cierre de la temporada celebrando las bodas de plata de nuestra orquesta y de 77 años de historia de una orquesta como se nos recordó en el audiovisual proyectado antes del concierto. Hoy no es hora de balances sino de comentar la desazón sin acritud que me produjo el decimosexto concierto de abono, confirmando algo que viene arrastrando tristemente las apariciones de un titular al que no tengo ninguna animadversión personal pero que deja mucho que desear en cuanto a estilo directorial y trabajo, transmitiendo una inseguridad tal que de lo que podría haber sido una fiesta se quedó en susto y amargura. Prefiero hacer mucho con poco que poco con mucho, y manteniendo los símiles gastronómicos que al menos esta temporada se apartaron de los programas, cocinar también es un arte donde con buenos ingredientes y cantidad se puede estropear un plato y con mucho oficio las patatas fritas con huevos pueden resultar una exquisitez.

Tenía muchas ganas de volver a escuchar al pianista Luis Fernando Pérez (Madrid, 1977) con la OSPA tras unas excelentes «Noches falleras» con Lockington al frente hacía precisamente cinco años, dos temporadas aquellas en busca de director que trajeron al podio y al público mucha ilusión y ganas de continuar una historia sinfónica de tantos lustros.

El Concierto para piano nº 1 en re menor, op. 15 (Brahms) figuraba entre los sueños infantiles del madrileño como comentaba en OSPATV el propio solista (al que sigo desde hace tiempo), una obra para disfrutar de su potencia y sensibilidad enfrentado a una masa orquestal que debe mantenerse a raya. Pero el arranque del Maestoso ya parecía teñir el ambiente de tormenta amenazante, y la pugna no lo fue en los planos y dinámicas sino en ajustar que a fin de cuentas eso es un concierto, concertar y poner de acuerdo a los intérpretes. No hubo claridad de aire ni decisión de mando, el solista pendiente de la batuta tras las intervenciones y ésta desaparecida en su función, por lo que los desajustes comenzaron a aflorar, incluso finalizando este primer movimiento con la impecable cadencia del solista madrileño, hubo una indisposición en el patio de butacas (yo también estaba con el corazón en un puño) que pareció desconcertar a todos, como esperando acabar este «majestuoso» tiempo para resolver la situación en ambos lados del auditorio. Los aplausos esta vez «deseados» parecieron marcar un paréntesis emocional y la intervención de las emergencias sacó de la sala al pobre hombre.
Al menos el Adagio nos permitió saborear el sonido limpio de Pérez sin necesidad de estar pendiente de una pulsación conjunta nunca encontrada, contraponiendo la valentía y fuerza de los movimientos extremos al placer melódico y casi intimista del central.
El descalabro llegaría con el Rondo: Allegro non troppo, nuevo desencuentro total, la orquesta perdida y el pianista intentando engancharse para poder sacar a flote esta inmensidad de concierto que desgraciadamente resultó desconcierto. De nada sirvió que las secciones volviesen a estar ensambladas y en forma, escuchándose para intentar hacer música juntos ante un drama que abortó un concierto muy esperado por todos.

Tras Brahms no podía haber más como el propio Luis Fernando Pérez comentó agradecido de estar invitado a este cumpleaños, pero al menos el Bailecito del argentino Carlos Guastavino (1912-2000) le (nos) resarció del mal trago pasado y al que suscribe le reconfortó encontrarse con el piano cercano y sin tensiones.

La Oviedo Filarmonía también quiso sumarse a la celebración y parte de su plantilla se unió para poder ejecutar la inmensa Sinfonía alpina, op. 66 (R. Strauss) con una orquesta de 118 músicos que mis siempre despistadas vecinas comentaban «hoy está toda la orquesta». Desconozco los criterios para programar obras que necesitan semejante despliegue instrumental (esta vez el órgano eléctrico no pudo suplir al neumático del que nuestro auditorio tristemente carece) que necesitan reforzar una plantilla que el propio Milanov reconocía en la prensa como corta, y en un año con mucho Strauss en nuestras mochilas estaba claro que de la caminata por los Alpes nos quedaríamos como mucho en la cercana Sierra del Aramo o más bien una «sinfonía payariega» (de Pajares, lo más asturiano para una temporada donde la música de la tierra sonó enlatada en el documental inicial). La experiencia del búlgaro con el alemán no me ha dado alegrías y esta última tampoco. Los veintidós números de esta impresionante y especial sinfonía del gran orquestador alemán requieren ideas claras, mano firme y control total de la partitura, donde se pasa de momentos plácidos a verdaderas explosiones sonoras, pero hay más que las dinámicas para poder detallar esas postales musicales reflejo de la propia vida en este último cuaderno de viajes.

El escenario presentaba una imagen diríamos que idílica con instrumentos poco vistos como los cencerros, las máquinas de viento y tormenta, las tubas wagnerianas tocadas por varios trompistas, o el heckelfón (oboe bajo) así como la amplia percusión con dos timbaleros (uno de cada orquesta), y todo el despliegue con dos arpas, celesta, órgano (ya comenté que el eléctrico nunca sonará igual y menos sin darle el protagonismo que tiene en esta sinfonía) y una cuerda calculada a partir de los diez contrabajos, para un público que esta vez sí acudió al auditorio y la camaradería entre las dos formaciones, pero el número no daría la calidad a pesar de los esfuerzos demostrados por todos y cada uno de los músicos. La sonoridad potente debe administrarse para no desbocarse, y como un fórmula uno el piloto tiene la responsabilidad final de sacar el máximo partido a la máquina con la que los entrenamientos y el duro trabajo le darán el deseado dominio so pena de un accidente indeseado o una mala clasificación en carrera. Supongo que todo director quiere ponerse al frente de una orquesta de estas dimensiones, pero repito la necesidad de programar con lo que hay por muy vistoso y llamativo que resulte poder escuchar obras como «la Alpina«. Llevo años pidiendo una «Octava asturiana» pero desde la calidad y no el mero espectáculo sin el necesario trabajo de larga y dura preparación.

Loable la implicación de los músicos de ambas orquestas en sacar a flote esta «sinfonía payariega» con momentos puntuales de emoción contenida, pero como la canción popular Todos queremos más, y 25 años para esta OSPA merecían mejor colofón.
Tengo muchas dudas para la próxima temporada, que aún desconozco, pero mi desencuentro con el director titular al que aún le queda otro año de contrato, es total. Pasado el llamado período de cortesía o educado margen de confianza, no puedo salir de sus conciertos cabreado por la ineptitud ni ser «el bicho raro» que parece remar contra corriente de un público que parece confundir benevolencia con tragaderas, aplaudiendo todo sin rigor ni conocimiento.
Sigo a la orquesta desde 1972, y 44 años de mis 57 están con ellos, pero no bajaré mi grado de exigencia aunque las obras (casi) siempre superen a sus intérpretes. El futuro incierto no es buen consejero y como a mi alumnado, hay que pedir trabajo diario para labrarse una trayectoria sólida. La evaluación del curso la dejaremos para final de mes, como en mi oficio, aunque lo positivo será precisamente el acercamiento a los escolares con el Programa «Link Up», pero ésto lo dejo para otro día más sosegado.

La samba movió a la juventud

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Cuarto año del proyecto LinkUp que la OSPA ha traído desde el Carnegie Hall neoyorkino y su «Weill Music Institute» de la mano de Rossen Milanov hasta el Auditorio de Oviedo, y exportándose después a otras comunidades como Navarra, al igual que en EE.UU. cada vez más estados se suman al mismo e incluso en otros países, un proyecto que hasta ahora lleva tres monográficos, si bien se rehacen y adaptan cada temporada al español, por lo que «La orquesta se mueve» de este 2016 podríamos decir que es la versión 2.0 de un ciclo pensado para alumnado desde Primaria hasta Secundaria, donde he participado con mis alumnos de primer ciclo (1º y 2º ESO) del IES «El Batán» de Mieres desde la primera en 2013.

Tres días (pues los dos previstos se completaron rápidamente nada más abrirse el plazo de inscripción) con doble función matutina a las 10:30 y 12:00 movilizando más de seis mil estudiantes y cuatrocientos profesores de casi 100 institutos y colegios asturianos, con unos materiales de calidad que nos proporcionan para esta fiesta musical. Nosotros acudimos al «estreno» del pasado miércoles 27 de abril en la primera función, siempre una incógnita cómo responderían todos, pero nuevamente la emoción marcó ya la salida en los dos autobuses tras un trimestre largo de trabajo en el aula con todo el repertorio. Si hasta entonces los compañeros comentaban cómo salen del aula cantando de las clases, el día importante había llegado, incluso ensayando con sus flautas para ir calentando.
Auditorio lleno de ilusiones, la orquesta calentando motores, la gran pantalla con pasatiempos musicales y con Gustavo Moral de maestro de ceremonias arrancaba este concierto único donde todos participan de él.

Cuenta atrás y afinación orquestal, seguida de las flautas y con el «vecino equipo habitual» formado por Sonia de Munck (soprano), Elena Ramos Trula (soprano) y Julio Morales (tenor) comenzaba el propio concierto lo que podemos llamar el «Himno LinkUp», el único tema que se repite, Ven a tocar (Thomas Cabaniss). Después vendría el «Can Can» de Orfeo en los infiernos (J. Offenbach) con dos jóvenes bailarinas intentando sumar a Gustavo mientras los diferentes sentidos de «mover» que tiene la música en este programa.

El Danubio Azul de J. Strauss hijo tiene una letra mejorada del primer año, por lo que el alumnado opta por la melodía conocida cantada con Sonia, o directamente en flauta, por las contestaciones instrumentales y sobre compartir todo con la OSPA bajo la dirección de su titular Milanov que optó por un tiempo más lento que el ensayado en el aula con una base solamente de piano, aunque el ritmo ternario la juventud ya lo tiene bien asimilado.

Como hace cuatro años el momento más emotivo es el «Nocturno» del Sueño de una noche de verano (Mendelssohn) transportado para poder interpretarlo con las flautas dulces, dos niveles de dificultad (pues el tercero lo tendrían los excelentes trompas de la OSPA), luces atenuadas y más de mil flautas disfrutando y compartiendo partitura con los profesionales, incluso mandando sobre ellos, porque ¿quién sujeta el ímpetu? Milanov hizo diabluras para hacer posible lo imposible y todo acabó encajando.

La obertura de Las bodas de Fígaro (Mozart) puso a prueba la velocidad en los músicos para un imaginario récord así como el necesario aprendizaje de participar con la escucha. Está bien «engañar» con un minutaje de 4:20 inferior al real y el empuje del animador Gustavo a la cuerda.

Uno de los momentos más esperados por el alumnado es el conocido «Toreador» de Carmen (Bizet) con «Escamillo Morales» nunca tan coreado como aquí. El francés no supone dificultad (aunque los americanos hacen su versión en inglés), la respuesta se convirtió en coprotagonista por el ansia contenida con la obertura operística mozartiana y la chaquetilla pequeña, sin necesidad de montera, acabó cual muleta para «torear» a Gustavo, con las sopranos unidas al coro escoltando a los «primeros espadas» con bellos abanicos.

Pese al arduo trabajo previo de preparación para saber escuchar a Beethoven y su Quinta Sinfonía en do menor, op. 67 (sólo el primer movimiento), está visto que los gustos de los chavales cambian y tras el triunfo hace cuatro años este no fue igual para ellos, pese a la interpretación bien llevada por la OSPA con Milanov, supongo que estar más de cinco minutos parados es algo imposible para esta generación. Seguiremos buscando fórmulas para alcanzar el placer de escuchar en una sociedad más bien «sorda» donde ni siquiera conseguimos dialogar en orden.

Distinto fue el otro tema de Cabaniss, Lejos vuelo con una coreografía muy ensayada en la parte central, uniéndose casi todos a la voz de Sonia quien con todo el «equipo» marcaron igualmente los pasos a un auditorio que daba gusto contemplar en movimiento acompasado con un tema muy actual de orquestación.

Pero el fin de fiesta fue realmente apoteósico, Vaudí y sus percusionistas entraron a ritmo de samba, levantando el jolgorio y contagiando el calor brasileño de Rio de Janeiro en Cidade Maravilhosa (André Filho), sumándose la orquesta y Elena luchando por afinar con todo el auditorio totalmente revolucionado cantando en portugués con la misma facilidad que en francés o español.

Recopilación musical cual trailer recordatorio de cabo a rabo con Gustavo y todos los músicos participando para poner rumbo al «insti» en perfecto orden. Aún quedaba otra función ese miércoles más las cuatro siguientes. De nuevo la música preparando y formando, cultura educativa aunque WERTgonzosamente «olvidada» al relegarla como en mi adolescencia al grupo de «marías» del que han sacado la «Religión» equiparada a «Valores éticos». No suelo ver políticos en los conciertos por lo que tal vez deberíamos organizar un «LinkUp» para ellos y comprobasen que la educación integral no es la que aparece en leyes no consensuadas.

Al menos en Asturias seguimos «conectados» y como este año, «La orquesta se mueve» con el alumnado, volvimos cantando, contentos, una experiencia que no acaba aquí porque hasta junio queda curso, y como se decía en los antiguos campamentos de verano, «esto sigue en vuestras casas».

La esperanza es lo último que se pierde y la música hace más llevadero nuestro quehacer diario. Soy feliz y disfruto dedicándome a lo que me gusta, la docencia y la música, pero las canas no salen solo por los años.

Geroncio, ángeles y demonios

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Jueves 17 de marzo, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Gijón: Concierto extraordinario de Semana Santa, OSPA, Allison Cook (mezzo), Zach Borichevsky (tenor), Nathan Berg (bajo), Coro FPA (maestro de coro: José Esteban García Miranda), Rossen Milanov (director). Sir Edward Elgar: El sueño de Geroncio, op. 38 (1900). Entrada: invitación abonados OSPA.

Hay obras que deben escucharse en vivo al menos una vez en la vida, y si además el propio compositor dice «Si alguna obra mía es digna de no olvidarse, ésta es», entonces podrán comprender mi deseo hecho realidad de este The Dream of Gerontius de Elgar, puede que sintiéndome ya un «hombre viejo» como el protagonista, sin importar cómo clasificar o analizar esta magna obra (oratorio, cantata dramática…) sobre textos del cardenal John Henry Newman (1801-1890). Está tan bien escrita para cada intervención que es maravilloso escuchar cómo se mueven y aparecen las voces solistas, el coro y la propia orquesta en una sucesión sin apenas respiro, con dos partes bien diferenciadas donde el descanso rompió un poco el dramatismo implícito: una primera parte «terrenal» y la segunda «más allá de la tierra», tal y como la concibió un inglés que adoraba a Wagner (como recuerda Lorena Jiménez en las notas al programa enlazadas arriba en el autor) pero cuya música tiene sello propio en este diálogo con la muerte lleno de serenidad.

Interesantes los tres solistas de este concierto extraordinario, comenzando por el tenor Borichevsky que tiene el papel más extenso. De timbre hermoso, emisión más que correcta en todos los registros y momentos de belleza casi íntima, especialmente cuando se convierte en el alma de Geroncio con unos pianissimi muy sentidos.
El bajo-barítono Berg al que pude escuchar hace años en el Auditorio, interpreta al predicador de la primera parte y al ángel de la agonía final, dos registros en uno donde el impacto del texto se refleja en su proyección desde un color algo metálico en el agudo pero ideal para inspirar el terror y temblor antes del último vuelo.
Encantado con la mezzo escocesa Allison Cook que «llena» la segunda parte como un ángel, voz carnal de amplio registro, destacando un grave homogéneo precisamente en los momentos dramáticos, una musicalidad etérea como el personaje y un fraseo siempre contenido lleno de gusto, sin exceso alguno e ideal color para esta obra donde su voz lleva los momentos más emocionantes. Cantando ópera es un nombre a tener en cuenta y apuntarlo.

El Coro de la FPA se enfrentó nuevamente a un reto ante la envergadura de esta partitura, superando con creces las exigencias. A lo largo de la obra pasa por todos los estados anímicos hechos música, «Los asistentes» con un Kyrie latino «a capella» bien emitido y afinado, siguiendo el Be merciful, be gracious con orquesta sin perder presencia, el Rescue him con Amén incluido para mantener gusto y musicalidad, aumentando las tensiones durante la segunda parte, ángeles y demonios reflejados en papel y línea de canto, con unas voces blancas angelicales, las graves algo cortas en número pero buen contrapeso, e insistiendo en la escritura tan excelente de Elgar, el empaste y búsqueda de un timbre propio ideal, donde los instrumentos doblan a veces (impresionantes las trompas) o realizan contracantos alcanzando un color único donde no era necesario aumentar volumen para escucharlos nítidamente. La aparente lejanía del canto (estaba en la fila seis lateral) sumó en vez de restar calidades, puede que la inseguridad puntual esta vez ayudase a unos pianísimos increíbles, poniendo los contrastes al ángel o el alma en los coros de «Demonios» o «Coro angelical» (especialmente las mujeres), clamando las «Voces de la tierra» al pedir misericordia y ese final de las Almas del purgatorio como clímax coral antes de despedirse como «almas» y nuevamente el «Coro angelical», amén incluido.
La OSPA sigue en niveles de excelencia en todas sus secciones, incluso con los refuerzos que esta obra exige aumentando vientos e incluyendo órgano. Su amplísima gama dinámica fue un placer, más allá de buscar ambientes complementarios del texto, protagonismo siempre presente y tesituras que refuerzan cada número coral.

La dirección de Milanov tendió a ralentizar algunos números que perdieron impacto, salvo el inmenso y emotivo Preludio, aunque ganaron lirismo y emoción, pero hubiese preferido más aire que convenciese de los contrastes entre tierra y más allá, quedándonos en unos apuntes que el Jovellanos agradece por sus dimensiones, obligando a tocar muy juntos y escucharse todos. Este reto de Gerontio superado, supongo que en el Auditorio tendrá aún más grandiosidad tras este estreno gijonés.

Domingo para cerrar Musika-Música 2016

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Un paseo tranquilo por el Parque de Doña Casilda y al lado de la ría hasta el Guggenheim volviendo antes de la siguiente tormenta que nos precipitó hacia el Euskalduna en una mañana-tarde sin apenas tiempo para nada, solo para la música.

Domingo 6 de marzo, 13:00 horas: Kiosko Cósima, Conservatorio de Música de Calahorra,
Trío con piano: Ana Ausejo (violín), Beatriz Pérez (viola), Camila Bretón (cello), Alfo Fabo (piano): F. Schubert: Adagio y rondó concertante en fa mayor para cuarteto con piano D. 487: Rondó.

Gente joven, estudiantes destacados que se atreven a hacer música juntos con el desparpajo y buen entendimiento fruto de mucho trabajo previo donde tocar en público y templar nervios es una asignatura que superaron sin problema.
Octeto de viento-madera: Nerea Andrés (flauta), Miguel Ibáñez (oboe), Guillermo Arnedo y Ruth Arriazu (clarinete), César Calvo y Josep L. Lloares (fagot), Virginia Montes y Marta Llorente (trompa): F. SchubertOcteto para vientos D. 72: I. Allegro, II. Andante (arr. R. G. Patterson).

Cuando la música de cámara exige escucharse además de tocar, nos deja momentos como los de este octeto y una lección para no olvidar nunca que estos jóvenes tienen muy claro, así como el necesario apoyo de las familias a las que nunca se recuerda ni agradece su presencia y empuje. No nos quedamos a escuchar el Octeto de trompas por el horario algo apretado aunque teníamos las entradas numeradas para el siguiente. Mi cuerpo necesitaba un café porque el «kiosko» era más frío que las salas, por otra parte con buena temperatura que no influyó en exceso en los instrumentos.

Domingo 6 de marzo, 13:45 horas: Auditorio Odisea, Concierto nº 51, Orquesta Sinfónica del Principado de AsturiasRossen Milanov (director):
R. StraussUna vida de Héroe, poema sinfónico op. 40. Entrada: 10,90 €.
Remate straussiano de «nuestra» OSPA donde cada músico tuvo su propia vida de héroe en este monumental Strauss para despedir la presencia asturiana en Musika-Música, lástima la hora poco agradecida con menos público del esperado, y es que la interpretación resultó muy equilibrada y con momentos de una calidad rayando la excelencia. Nuevamente con la plantilla reforzada que funcionó como si llevasen toda la vida juntos y unos solistas que no decepcionaron en los seis números (incluso el dúo de trompetas fuera de escena), heróicos todos ellos en expresividad y fuerza. Sigue adoleciendo Milanov de precisión en las entradas (yo ya le llamo «batuta flácida»), pero logró dinámicas realmente buenas, sin estridencias, gustándome la amplia madera (excelencia de las flautas en rítmica bien encajada con oboes), todos los «bronces» y por fin la cuerda que a todos nos enamora, hiriente cuando se le pide, aterciopelada, con un Vasiliev rejuvenecido en sus solos. Ritmo frenético desembocando en La retirada del mundo y la plenitud del héroe, percusión contagiosa, trombones empujando y por las exigencias del escenario la colocación de percusión atrás y contrabajos a la izquierda detrás de los violines primeros que no restó luminosidad y puede que incluso favoreciese la sonoridad alcanzada en este Ein Heldenleben que inundó el auditorio en esta Odisea fantástica.

Domingo 6 de marzo, 15:30 horas: Auditorio Odisea, Orquesta del Conservatorio «Juan Crisóstomo de Arriaga»Maite Aurrekoetxea (directora): Obras de R. Wagner y F. Mendelssohn. Entrada gratuita.
Los músicos bilbaínos no se arredraron con las obras elegidas para interpretar en el Auditorio. Tres grandes que sonaron más que dignos: Wagner, «Lohengrin«, introducción al acto III, con unos vientos seguros y una percusión «mandando», Mendelssohn con su Sinfonía nº 4 «Italiana» de la que prescindieron del complicadísimo primer movimiento para dejarnos el II y III más que bien, algún desafine puntual de la cuerda que hasta los profesionales deben trabajar, y de nuevo Wagner con el majestuoso preludio de «Los Maestros Cantores de Nüremberg» perfecto colofón de este último concierto en la sala Odisea, realmente tal para una juventud que disfruta con la música y así será toda su vida, independientemente de su dedicación completa o no a esta difícil profesión.
Emocionante contemplar a las familias en el patio de butacas y ver a sus herederos en el escenario grande, verdadero premio a lo estudiado y ensayado, sientiéndose tan importantes como los maestros a los que han estado escuchando este fin de semana y conviviendo con otros estudiantes que han recibido su alternativa en este macroevento. Los locales son habituales del festival y no decepcionaron, con una directora de gesto claro y preciso que lleva a los estudiantes de la mano. Hay cantera de músicos porque el sacrificio tiene estos premios.

Domingo 6 de marzo, 17:00 horas: Sala Schubertiadas, Concierto nº 70, Judith Jáuregui: Obras de Félix MendelssohnFanny Mendelssohn. Entrada: 6,90 €.
Los hermanos Mendelssohn fueron los elegidos por la pianista donostiarra que exigió una iluminación más íntima para ambientar sus obras, comenzando con Albumblatt, op. 117, aplomo y fuerza de pulsación para la ligereza casi chopiniana de esta pieza de salón al igual que la Romanza sin palabras, op. 30 nº 6 (Venetianisches Gondellied), delicadeza y fraseo sentido para estas bellas melodías despojadas de un texto que la música recrea respirando.
La gran desconocida Fanny Mendelssohn a la sombra de su hermano menor nos dejó entre su amplia producción esta impresionante Sonata para piano en sol menor; impresionante la fuerza y decisión de esta sonata que explora todo el registro del universo de las 88 teclas, con una Judith cuidadosa del sonido, pedales apropiados y una musicalidad tan cercana que recreaba aquellas veladas de los románticos elevando el salón a la pequeña sala de conciertos. Y para cerrar de nuevo Félix y sus Variaciones serias en re menor, op. 54, trabajando siempre la melodía aunque se oscurezca en cada reinterpretación, ligereza y pulsación, sonido buscado hasta el detallo en estado de gracia nuestra Judith Jáuregui que sigue su crecimiento interpretativo buscando repertorios que le gustan y hace suyos con total naturalidad. Excelente punto final a nuestra Musika-Música con los hermanos Mendelssohn para descubrir un Félix virtuosístico y poderoso, más la increíble Fanny que seguirá sorprendiéndonos como la pianista donostiarra.

A las 18:05 pusimos el punto y final del «puente romántico 2016» donde Richard Strauss volvió a exigir a todos sus intérpretes, especialmente a las orquestas, y me encantó seguir a los conservatorios, así como a los pianistas. Habrá que esperar la sorpresa del año próximo aunque los tiempos parecen no estar precisamente bien para la música. Esperemos que el sentido común no sea el menos común de los sentidos y se mantenga un festival que representa convertir la capital vizcaína en un referente más allá del turismo músical.

Tarde completísima primando lo sinfónico

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Ambiente dentro y fuera del Palacio Euskalduna, una comida rápida y vuelta porque quedaban por delante más de cinco horas de música.

Sábado 5 de marzo, 17:00 horas: Auditorio Odisea, Concierto nº 19, Real Filharmonía de GaliciaPaul Daniel (director).
F. MendelssohnSinfonía nº 3 en la menor, op. 56 «Escocesa». Entrada: 10,90 €.

De nuevo una orquesta de cámara que elige repertorio apropiado como la conocida «Escocesa», número ideal para evitar «males mayores» con refuerzos en pos de un espectáculo que no es tal sino un despliegue cara a la galería. Escribía yo en las notas rápidas lo de «Galicia Calidade» porque la formación con sede en Santiago nos pintó una acuarela escocesa  más que óleo, secciones bien equilibradas donde la cuerda suena lo suficiente para mantener las dinámicas en su sitio y donde las brumas del norte brillaron al mismo nivel que la orquesta y su director titular, sin batuta ni podio porque la cercanía también es física para exigir a sus músicos la máxima intensidad. Placer verle trabajar y cómo la orquesta responde siempre, contrastes de movimientos donde las indicaciones se interpretan literalmente: Andante con moto . Allegro poco agitato, Vivace non troppo, Adagio para disfrutar del sonido atlántico y Allegro vivacissimo – Allegro molto assai. No me defraudaron en absoluto aunque esta sinfonía sea siempre agradecida de interpretar y escuchar con las referencias gaiteras que tan bien entendemos todos los del llamado Arco Atlántico.

Sábado 5 de marzo, 18:30 horas: Sala Schubertiadas, Concierto nº 41, Galdós Ensemble con Ivan Martín (piano).
R. StraussCuarteto con piano en do menor, op. 13 TrV 137. Entrada: 6,90 €.

Siempre alternando sinfónico y cámara, quería volver a escuchar al canario Iván Martín con un trío de su Galdós Ensemble formado por Sheila Gómez (violín), Daniel Lorenzo (viola), Juan Pablo Alemán (violonchelo) y el citado Ivan Martín, en una obra poco conocida e interpretada, la más ambiciosa, lógico porque las dificultades técnicas son enormes y de nuevo necesario mucho tiempo de estudio previo para alcanzar la interpretación ideal. Impactante y duro romanticismo en estado puro este cuarteto opus 13 de Strauss, la «excelencia Galdós» con un trío que sólo junto a Iván Martín puede sonar así, cuatro movimientos a cual más intenso, sin respiros, con silencios subyugantes y sonoridades potentes en los cuatro, con una abundancia de ideas apabullante.
El Allegro de apertura muy elaborado y tempestuoso, alcanzó cotas y temperatura
elevada; El Scherzo con un piano decididamente straussiana, el Andante original y lírico con una melodía que pasa del piano a las cuerdas recordando a Brahms y sin cambiar el color del cuarteto y el Finale: Vivace otra vez romántico puro en ritmo sincopado, pasional e interpretado con el mismo entusiasmo de su compositor. Seguir recuperando al enigmático Richard Strauss camerístico porque la inmensidad también es necesaria.

Sábado 5 de marzo20:00 horas: Auditorio Odisea, Concierto nº 21, Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, Hanna-Elisabeth Müller (soprano), Rossen Milanov (director): obras de R. Strauss. Entrada: 10,90 €.

No quería perderme la presencia de nuestra orquesta asturiana, representación de nuestra cultura en este segundo concierto, esta vez con dos obras de un Strauss con el que Milanov se siente muy a gustoLas alegres travesuras de Till Eulenspiegel, poema sinfónico op. 28 presentaron una orquesta muy reforzada que nos ofreció un juguetón más que travieso Till, más sal gorda que maldon porque «amarrar» el poderío de una sección de metales se hace difícil y las exigencias para la cuerda se multiplican. Con todo Milanov pareció disfrutar con esta descarga sonora más atento a matizar que a sonsacar las melodías o dar entradas (alguna falsa), especialmente la que hace de motor de la obra. Tanto las trompas que están en un momento perfecto de ensamblaje como todo el metal y el entendimiento con nuestra madera siguen siendo de primera y esta fue la que marcó la intención de este grandioso poema sinfónico.

Las siempre hermosas Cuatro últimas canciones, op. 150 nos trajeron a una joven soprano alemana (1985) que promete en estos repertorios, con excelente carne en el agudo y más hueso en el grave pero dejando buen sabor «al ir a dormir» (Beim Schlafengehen) ante una obra asimilada incluso en escena, elegante en el amplio sentido de la palabra. «En la puesta de sol» (Im Abendroth) estuvo bien su dicción y musicalidad, con una interpretación no muy ayudada desde el podio, lo que por momentos la eclipsó pero una voz de la que tomo nota como «la Müller«, con una orquesta dúctil y más pendiente de la voz que nunca, don de los solistas cantaron con la misma intención que la soprano alemana.

Sábado 5 de marzo21:30 horas: Auditorio Odisea, Concierto nº 22, Bilbao Orkestra Sinfonikoa, Yaron Traub (director).
R. StraussSinfonía Alpina, op. 64. Entrada: 10,90 €.

Nada mejor para concluir este sábado que asistir a una obra sinfónica de las que hacen época por todo el despliegue instrumental casi wagneriano al que odió y admiró el músico muniqués. Siempre reconforta escuchar el órgano del Auditorio engrosando la enorme plantilla. Podría decir que el concierto hizo cumbre alpina con ostentación sonora, disfrutando del órgano y una pletórica orquesta local con un aparentemente algo cansado Traub cuyo oficio le permitió ir marcando las complicadas intervenciones de esta magna sinfonía en veintidós números sin apenas respiro.

El llenazo se puede apreciar en la foto de la propia organización y hasta me he localizado… Público entregado a su orquesta al que no le importó la tardía hora de finalización pasadas las 22:30 de la noche. Menos mal que nosotros estábamos cerca y llegamos a tiempo de una reconfortante cerveza y una cena ligera tan exquisita como este sábado completísimo.

Salud a mis lectores y aún queda la última entrada del domingo, de nuevo siguiendo a la OSPA, a los conservatorios y a mi admirada Judith Jáuregui, que nos redescubrió a Fanny Mendelssohn. Mañana más…

Casi para todos los públicos

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Miércoles 24 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, AVANTI: OSPA, Rossen Milanov (director). Obras de L. Diéguez, R. Wagner, W. A. Mozart, P. I. Tchaikovsky, G. Mahler, L. van Beethoven, A. Dvorak, J S. Bach, E. Grieg, G. Bizet, B. Lauret y G. Giménez.

El público seguidor de la OSPA decidió dentro de una encuesta con 25 obras (como los 25 años que celebramos esta temporada) una docena dentro de lo que podríamos llamar, con perdón de RNE, «Clásicos populares» y así sonaron las obras que paso a citar, incidiendo en lo de sonar más que interpretar, pues como bien dijo el maestro titular, que hoy ejerció de «presentador» de cada una, es la orquesta de Asturias, capaz de afrontar cualquier repertorio, esta vez en un abanico de 300 años que no siempre lució como era de esperar.

Abríamos con nuestro Himno de Asturias en la orquestación oficial de Leoncio Diéguez, la misma que tantas veces ha sonado en este auditorio, aunque esta vez el coro fue público con los mismos problemas que los «profesionales» porque si no se dirige correctamente, todos cantan «a su aire». Pero sentirse protagonista por unos momentos siempre es de agradecer y hasta nos olvidamos de calidades prefiriendo cantidades.
El «Preludio» del Acto III de Lohengrin (R. Wagner) necesita, como diríamos coloquialmente, amarrar los caballos para que no se desboquen, siendo obra sutil que sonó brava porque los balances son necesarios ante una lucha siempre desigual entre las distintas familias orquestales, hoy además al completo.
La cuerda de la OSPA siempre ha sido como la seña de identidad y el primer movimiento, «Allegro» de la Pequeña serenata nocturna en sol mayor, K. 525 (Mozart) era para lucirse, aunque no hubo intención de sentir esta joya que resultó bisutería, de calidad pero lejos de lo esperado. Triste recordar que la música no es solo la partitura.

Los ballets de Tchaikovsky son filigranas para toda orquesta y la Suite nº 1, Op. 71a del Cascanueces una muestra de su maravilloso sentido melódico e instrumental, plagado de detalles muy sutiles, eligiendo tres (o cuatro) de sus danzas: la rusa, la árabe y la china. Al menos pudimos disfrutar de la calidad de nuestros solistas, principalmente la madera, aunque la necesaria conjunción quedó en pinceladas, que no brochazos, de una batuta nuevamente deslavazada que no imprime ni ritmo ni aire, dejando a los músicos que intenten además de sonar, sentir.
Puede que por esa necesidad de sentimiento, el famosísimo y cinematográfico«Adagietto» de la Sinfonía nº 5 en do sostenido menor (G. Mahler) con la cuerda con Miriam del Río al arpa nos dejó el mejor momento de la velada, esta vez más emoción que precisión, para unos músicos que parecen querer dejar clara su valía, con unas dinámicas al fin angustiosamente interpretadas.

Lástima que, como dice el refrán, «la alegría en casa del pobre dura poco» y Beethoven con su Sinfonía nº 6 en fa mayor, op. 68 «Pastoral» no corroboró el «hit» mahleriano. Pese a elegir los movimientos III y IV, la danza pastoril no resultó bucólica, a pesar de las trompas, faltó intención, aire y mando; la tormenta fue un chubasco, con poca claridad en los contrabajos que tronaron con los timbales.
No despejaron los nubarrones con el «Presto«de las Danzas eslavas, op. 46 nº 1 (Dvorak), borrosas, una Furiant nada ágil ni bailable y carente de un empuje rítmico que fue a borbotones y sin claridad en las melodías a pesar de los esfuerzos. Espero que en el próximo abono, de cámara, se resuelvan los problemas del «Avanti».

La grandiosidad de la famosa «Aria» de la Suite nº 3 en re mayor, BWV 1068 (Bach) permitió disfrutar de la cuerda pero sin criterio, ni historicista ni musical, fraseos sin sentido, volúmenes fuera de lugar, sin la pulsación barroca que requiere un movimiento tan cantable que se le denomina precisamente aria.

Otro refrán dice «de perdidos, al río» porque el cuarto número «En la cueva del rey de la montaña» de la conocidísima Suite nº 1, op. 46 de Peer Gynt (Grieg) nos dejó literalmente dentro de la oscuridad absoluta y nada platónica, cierto que los solistas intentaron poner un poco de luz pero el largo y progresivo acelerando sólo sirvió para llenar de barro, tras la tormenta pastoral o los traspiés eslavos, una obra donde los matices olvidados borraron la melodía principal en un final de fuego prehistórico.
Del ímpetu y colorido que tiene el «Preludio» de Carmen (Bizet) nos quedamos con lo primero porque más que de inspiración española me resultó griega (por las ruinas).

A Benito Lauret no me cansaré de recordarle y agradecer lo que hizo por Asturias en todos los campos. Sus Escenas asturianas tanto en la versión sinfónica como para banda recogen melodías que este cartagenero hizo grandes, y en el Finale da gusto el oficio de orquestador en un músico excelente, jugando con el «balamé» del Pericote y nuestro «Asturias patria querida» en una contraposición no ya de temas sino de colores en los que Diéguez también buscó su instrumentación. Es una obra que nuestra OSPA ha llevado por medio mundo y con grabación para la posteridad que se debería escuchar más a menudo, pues su riqueza dentro de cierto nacionalismo bien entendido y académico a más no poder, requiere un estudio previo y documentado. Algo parecido a nuestra fabada que con excelentes ingredientes y condimentos se puede estropear sin una buena cocción.

Y al final llegó el divorcio, vamos que el «Intermedio» de La boda de Luis Alonso (G. Giménez) resultó un «totum revolutum» a pesar de estar todo claro. Puede que con las cartas boca arriba y una partitura precisa se demuestra la falta de entendimiento entre lo escrito y lo escuchado, teniendo en nuestra memoria tantas y excelentes versiones con orquestas de menor calidad que nuestra OSPA.

Temblando estoy del panorama cercano donde podré escuchar otras formaciones españolas como la Orquesta Ciudad de Granada, las de Bilbao y Euskadi o la Real Filharmonia de Galicia, porque además las obras y compositores exigen no solo trabajo sino talento…

Amores y desamores boreales

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Viernes 19 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Auroras boreales II»: Abono 7 OSPA, Colin Currie (percusión), Rossen Milanov (director). Obras de Sánchez Velasco, Rautavaara y Rachmaninov.

Interesante conferencia previa al concierto del musicólogo y compositor Israel López Estelche, autor de las notas al programa (enlazadas arriba en los autores), poniendo más luz a unas «auroras boreales» finlandesas que nos ayudaron a aumentar la envidia por ese modelo político, educativo y social, el de los países del norte que han sabido apostar e invertir en lo suyo.

En menor medida también defendemos lo nuestro y fue una alegría ver cómo Daniel Sánchez Velasco (1972), clarinete coprincipal en excedencia de la OSPA, director y compositor, volvía a su casa con sus amigos y compañeros para escuchar el estreno (jueves en Gijón) de sus Danzas flamencas (2015) pensadas para la plantilla actual (arpa incluida) y puede que incluso en nombres propios para hacer sonar un ballet con la disculpa de Paco de Lucía en el recuerdo y armar cinco números totalmente melódicos, agradecidos, algo «arcaicos» en comparación con el resto del programa, conocedor de la instrumentación desde dentro, lo que se nota en cada número, un encargo para lucimiento de solistas y orquesta desde el folklore andaluz con tintes variados como Falla, Turina e incluso Rodrigo sin olvidar un toque de jazz sinfónico o una percusión plenamente española con castañuelas o maracas pero también «glockenspiel», y donde no faltó el cajón que Francisco Sánchez Gómez incorporaría al flamenco fusionando acentos para un mismo idioma. Así parece entender el avilesino desde su residencia cordobesa un Prólogo cual carta de presentación sin tópicos pero fiel a la raíz con los elementos inprescindibles: melodía, ritmo y armonía desde todos los estilos, antes de una Danza general casi cinematográfica, cartas boca arriba en cuanto a estructura coherente y formal donde la composición se vuelve recreación, danza vibrante preparando una romántica Escena con decorado de Guadalquivir cordobés más que sevillano, lucimiento de la flauta pero también de las violas, todo bien armado y encajado. Hasta Huelva nos llevó ese río flamenco en esencia con un Fandango sureño y cálido totalmente actual de fusión, como Paco de Lucía rompiendo tradiciones y tabúes que ahora se consideran leyenda. El Vito remontó río arriba hasta los incomparables alcázares en la línea de revisiones sinfónicas «albenizianas» de su Iberia sin complejos ni ataduras, creación libre de un Sánchez Velasco amable, formal y con oficio, bien correspondido por sus compañeros y un Milanov matizando más que moviendo, supongo que lejano en sentimiento de algo muy de raíz. Merece la pena escuchar la entrevista para OSPATV donde habla de estas danzas.

El finlandés Einojuhani Rautavaara (1928), como bien nos contó López Estelche, supo aprovechar el legado de Sibelius y la formación que su país le brindó para cumplir las expectativas antes de romper clichés desde su ideario de componer para él olvidándose de convencionalismo o modas, llegando a decir que «la música sin melodía puede ser interesante, pero demasiado a menudo suena falta de talento». Podría decir que con Rautavaara la disonancia es bella, su música cercana y actual a sus vitales 88 años, aceptando el encargo del músico Colin Currie componiendo estas «Incantations» para percusión y orquesta (2008), estreno en España, un verdadero alarde y espectáculo del solista dentro de una obra de estructura clásica en tres movimientos contrastados en tiempo para comprobar las posibilidades de un auténtico arsenal percusivo: marimba, vibráfono, campanas, platillos, membranófonos varios incluyendo un bombo accionado con el talón, cencerro (con otro pedal) y flexatone, todo un alarde tímbrico y melódico en unas permanentes disonancias contrapuestas a las distintas alturas de su peculiar batería. La energía del primer movimiento (Pesante – Enérgico) pareció quedarse en el primero para Milanov que seguía dibujando ondas con una batuta nada clara, que confunde más que ayuda, en una obra realmente compleja de encajar, con una orquestación que debe contrapesar equilibrios y marcar poliritmias con el percusionista, y eso que estos repertorios de estrenos son su tarjeta de visita. Con el Espresivo segundo movimiento Currie logró transmitir con el vibráfono ese paisaje que titulaba el programa, las resonancias alcanzadas dejando un peso sobre el apagador, virtuosismo de doble baqueta para interpretar terceras paralelas que convergen en cuatro voces casi corales, la formación vocal de todo finlandés llevada al concierto solista, con una orquesta de gravedad marcada por el solista escocés ante la ausencia búlgara. Tercer movimiento Animato y rítmico a más no poder, con ostinados simulatáneos que no encajaron como deberían en un despligue tímbrico por parte de todos con la marimba finalmente protagonista entre todo el amplio material percusivo, evocando la cálida madera nórdica y cierto espíritu de chamán en este virtuoso solista, verdadero mediador, más que intermediario, entre obra y público.

La breve propina de Elliott Carter volvió a cautivar con la marimba de este percusionista del que dejo aquí un fragmento de estas encantaciones.

El calvario que supuso el género sinfónico para Sergei Rachmaninov (1873-1943) se explica muy bien en las notas de López Estelche, y la Sinfonía nº 1 en re menor, op. 13 (1895) el mejor ejemplo. No es de las más programadas, es poco agradecida de escuchar, y supongo que de interpretar, pese a tener una estructura clásica de orquestación poderosa, con melodías que pueden hacerse eternas si además falta implicación y claridad para sacar a flote la complejidad, por lo que el sopor y calvario se hacen contagiosos. Rossen Milanov no convenció en el Grave-Allegro ma non troppo, la flacidez del gesto parece transmitir cansancio y así no hay forma de paladear los juegos entre clarinete y cuerda partiendo de ese motivo con tres notas cromáticas que estará presente en toda la obra pero sonando siempre distinto. La OSPA está en un momento ideal de entendimiento, cada sección suena empastada, sin fisuras, pero falta seguridad desde el podio, hacer música juntos y más allá de las dinámicas, que siempre han sido amplias y delicadas. Este primer movimiento no tuvo claros los motivos unificadores ni la intención, tampoco el paso del lento al rápido además indicado como «no demasiado». La plantilla es perfecta para jugar con los planos y ver crecer este arranque de sinfonía que tiene tutti grandiosos que se quedaron cortos, esta vez una continencia nada deseada, puede que por inseguridad. El Allegro animato pareció algo más claro en su exposición aunque sin «carnaza», de nuevo sin impulso a pesar de una cuerda hiriente como este primerizo Rachmaninov la quiere, de graves reforzados, con los metales seguros protagonistas y la madera con unas pinceladas luminosas, siempre acertadas, el «toque ruso» del que la orquesta tiene para regalar pero que el cocinero búlgaro parece obviar en busca de una expresividad que sale sola. El Larghetto me resultó soporífero, la obra se cayó literalmente y solo el Allegro con fuoco pareció despertarnos un poco a todos, por fin la batuta emergió contagiando seguridad y frescura, el fuego apareció con el ritmo vibrante, el toque de percusión y trompetas, el cuarteto de trompas empastado, la cuerda punzante, pero ya estaba todo quemado. Lo del séptimo de abono ha sido realmente una pena y un dolor porque hay producto o equipo para triunfar.

El próximo miércoles volveremos con un programa elegido por el público, y en marzo estaré apoyando en el Euskalduna a nuestra orquesta en dura «competición» con otras formaciones españolas para una «maratón musical» que tendrá de protagonistas a Schubert, Mendelssohn, Wagner y R. Strauss, esperando que el nivel interpretativo se ajuste a lo que de ella se espera.

Dejo finalmente las dos entrevistas para la prensa regional de Daniel Sánchez Velasco, que volvía a casa pero desde el patio de butacas como compositor, deseándole lo mejor en esta etapa y que su música llegue lo más lejos posible sin mucha espera…

Lunáticos en el Museo

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Jueves 21 de enero, 19:00 horas. Museo de Bellas Artes de Asturias, Oviedo. Conferencia «Pierrot Lunaire, la actriz y el pintor de sonidos» a cargo de María Sanhuesa. 20:00 horas, Concierto (extraordinario) OSPA en el Museo: Pierrot Lunaire, Op. 21 (Schoenberg): Rossen Milanov (director), Fernando Zorita (violín), María Moros (viola), Maximilian von Pfeil (violonchelo), Peter Pearse (flauta y flautín), Andreas Weisgerber (clarinete), Antonio Serrano (clarinete bajo), Patxi Aizpiri (piano), Anna Davidson (soprano).

En plena celebración de las bodas de plata de nuestra orquesta y programando conciertos en distintas ubicaciones, el recién ampliado Museo de Bellas Artes de Asturias siempre abierto al arte global, acogió en la zona nueva una jornada lunática digna de recordar, comenzando con la conferencia de la doctora Sanhuesa que fue más allá de las notas al programa tituladas «El retrato oscuro», con un lleno preparando el posterior concierto (y colas desde media hora antes), que nos enseñó, como buena docente que es, no solo a entender la muerte del Romanticismo en 1912, año del estreno de este Pierrot Lunaire, recordando al Schoenberg pintor que dudó por esta disciplina en vez de la «orfeística», preguntándonos si alguna vez hemos tenido ganas de matar a alguien, toda la carga satírica y crítica de una María siempre completa e inspirada, inquiriéndonos si podríamos matar el claro de luna… la respuesta estaba en el viento, imágenes y sonidos, Caspar Friedrich y el Werther de Massenet, Debussy y la Salomé de Richard Strauss, ya cercana a un año histórico, también recordando cuadros de nuestro Evaristo Valle, de Picasso o Juan Gris y hasta Botero con pierrots y arlequines músicos y las referencias al «futurismo asesino» para hacer música en el museo, poner sonido a la imagen, cultura de la que siempre estaremos hambrientos, la evolución de la Commedia dell’Arte y su inspiración artística mostrando también el lado oscuro de esta fuerza atesorada por un lunático Pierrot capaz de matar a cosquillas su Colombina, tortura o violencia sin géneros, incluso recordarnos qué es la triscadecafobia desarrollada por un Schoenberg al que la numerología puede apagar la luna poniendo luz pantonal (mejor que atonal y con la carga que hoy tiene el término «pantone«) en una obra centenaria que sigue asombrando.

Milanov se puso al frente de sus músicos trayendo del «otro lado del charco» a una soprano norteamericana cual Pierrot contemporáneo interpretando los versos franceses de Albert Guiraud traducidos al alemán por Otto Erich Hartleben y encargados por  Albertine Zehme, una actriz del melodrama (desde la acepción de palabras con música) a un Schoenberg siempre rompedor capaz, de conseguir lo máximo desde lo mínimo en unos tiempos de crisis totalmente actuales. Un placer poder seguir los textos en la revista trimestral de la OSPA con su correspondiente traducción al español, tres veces siete, veintiún melodramas de 12a estrofas vestidos por siete -en vez de cinco- enormes instrumentistas (donde Zorita sustituía a la programada María Ovín, baja por lesión) para ir recreando paisajes llenos de expresionismo, simbolismo y decadentismo, críticos con un romanticismo trasnochado, despojándolo de las lunas convertidas en inquietantes círculos rojos, desmenuzando cada texto algo falto de la fuerza vocal del sprechgesang (“canto hablado”) en momentos puntuales -y yo estaba situado a menos de cinco metros- pero inmenso con unos solistas a los que Schoenberg trata con un lenguaje contrastante, arisco y melódico desde un concepto tímbrico, combinaciones sonoras bien resueltas por los siete magníficos. Momentos álgidos en cada grupo de siete como Der Dandy vertiginoso, Rote Messe contrastado con madera y piano trémulos a la vez que escalofritantes, y Heimfahrt verdadera «vuelta a casa» de cálida madera y saltarinas teclas bien asentadas para una voz más cantada que hablada, tres ejemplos con cargas emocionales llenas de pinceladas nocturnas sin luz de luna.

Descubrimiento especial el «fichaje» cellístico von Pfeil o las sonoridades de Serrano en el clarinete bajo, la confirmación de los conocidos con un Pearse pletórico en un flautín desgarrador, un Weigerber incisivo, la recuperación del Aizpiri pianista con tanto trabajo sustentando cada cuadro, y un dúo ZoritaMoros recordando texturas olvidadas y corroborando el impresionante momento que estos músicos de la OSPA atraviesan en esta temporada plateada cual luna llena. Al maestro Milanov se le nota feliz con estos repertorios y apuestas por escenarios que terminarán siendo habituales para la música, siente esta música más que otros periodos, puede que sus carencias queden compensadas con conciertos arriesgados, y este de Schoenberg lo era. Cierto que sus músicos responden aunque los invitados parecen quedar en segundo plano, caso de una Davidson que luchó por sentir este Pierrot desde el poderío de unos textos alemanes muy exigentes, demasiado «pegada al papel» y esperando más escena. Mezclar lo grotesto, lo ligero, lo sentimental, parodia e ironía, horror y absurdo, no es tarea fácil, pero los cinco que fueron siete nos hicieron pasar por todos los estados posibles superando con creces lo esperado y alcanzando un éxito impensable para muchos lunáticos que hoy poblábamos el museo.

Cocinando El Brian de Goossens

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Viernes 18 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Fundación Princesa de Asturias: Concierto Extraordinario «Europa Canta a la Navidad». El Mesías (G. F. Haendel, versión para orquesta sinfónica de Sir Eugene Goossens, 1959). Eugenia Boix (soprano), Sarah Couden (contralto), Davide Giusti (tenor), Luis Ledesma (barítono), Coro de la FPA (José Esteban García Miranda, maestro de coro), OSPA, Rossen Milanov (director). Entrada gratuita con invitación previa.

«La vida de Brian» es una simpática película de los Monthy Python trata la vida de un judío que nace el mismo día que Jesús y ya de adulto incluso es confundido con él, algo parecido a este Mesías de Goossens quien «en 1959 orquestó para su amigo y mentor Sir Thomas Beecham, uno de los directores británicos más influyentes de su época, este gran oratorio barroco. Los arreglos de Goossens fueron hechos pensando en una orquesta sinfónica», algo que se indica en el programa para no llamar a engaño, aunque a la vista del escenario y cualquiera que hubiese asistido a los muchos Mesías anteriores en la Catedral de Oviedo se daba cuenta que esta OSPA iba a sonar distinta, reforzada para la ocasión y en esta elección del Maestro Milanov que ya la dirigiese hace dos años en el Kennedy Center Concert Hall a la National Symphony Orchestra y Choral Arts Society of Washington, repitiendo el de hace hoy seis años, todo un espectáculo para los norteamericanos tan dados a estos fastos sinfónico-corales pero que en Europa nos rechinan aún más que a los ultracatólicos la película de Terry Jones.

Lo que voy a contar me traerá calificativos de retrógrado, purista y demás lindezas porque gran parte del público que llenó el Auditorio salió encantado, pero evidentemente quiero explicar mi personal punto de vista porque sobre gustos no hay nada escrito y todos son particulares.
Si a una fabada asturiana con todo su compango le añadimos patatas y berzas se convierte en otro plato que llamamos pote asturiano, aunque puede estar igual de rico, incluso más. Si el producto base es bueno, en este caso nuestras alubias que llamamos «fabes», podemos cocinar otros platos también exquisitos aunque diríamos que menos típicos pese a figurar en muchas cartas: fabes con almejes, con jabalí, con centollo, con angulas, con langostinos, y todo lo que queramos añadirle porque es una legumbre que se adapta a todo, aunque yo quiero quedarme con nuestra fabada asturiana. Habrá frijoles, judíasjudiones, alubiones (de La Granja) y todo lo que se quiera, incluso podemos cambiar el compango tradicional de chorizo, tocino y morcilla por criollos, morcilla de Burgos o matachana de León, poner chistorra navarra y seguir cambiando ingredientes, todo muy rico pero ya no será una auténtica fabada asturiana. Cada uno que ponga el nombre al plato porque «¿a qué sabe la música?«…
El Mesías de Händel es como nuestra fabada, en principio un plato de ricos porque no todo el mundo tenía acceso a unos ingredientes caros aunque la sociedad ha ido mejorando y hoy podemos presumir de ser nuestro plato más universal que algunos quieren cambiar por el cachopo, muy popular aunque poco asturiano a pesar de chascarrillos y modas pasajeras. De cocina sabe más Milanov que un servidor, pero quiero pensar que tras la lucha por recuperar y reconocer el Barroco, una vez degustado en su punto ideal sería una pena pasarse de cocción con un plato que tanto tiempo llevó poner en su sitio. No soy muy aficionado a la cultura norteamericana que tanto daño está haciendo en nuestra juventud en una verdadera colonización donde los «burguers» son el emblema visible aunque no nos importe llamarlo comida basura.

Soy nacido en 1959, el año de esta (per)versión de E. Goossens con esta maravilla de oratorio barroco para cuatro solistas, coro y orquesta. Aunque Bach vence a Händel quiero contar que tengo en disco tres Conciertos de Brandemburgo en interpretación de la Marlboro Festival Orchestra dirigida por Pau Casals donde Rudolf Serkin toca al piano el papel del clave, un instrumento casi desconocido (o difícil de encontrar) allá por 1964, también versiones grandiosas de la Pasión según San Mateo con plantillas hoy diríamos que algo exageradas, pero hubo estudiosos que nos abrieron los oídos y las mentes para cocinar de otra forma encontrando los ingredientes apropiados en la proporción idónea, y así aprendimos a degustar estos platos de siempre, sin necesidad de excesos ni sucedáneos. En Oviedo han pasado distintos directores al frente de la OSPA para este Mesías con el que damos el pistoletazo de salida a la Navidad, pero la apuesta del cocinero Milanov creo que no era apta para mi paladar maleducado. La grandilocuencia y el espectáculo están en la propia música de Händel por la que Goossens parece no mostrar mucho respeto disfrazado de visión renovada. No es «el Bach de Stokowski«, que Milanov y la OSPA interpretaron en Musika-Música, ni tan siquiera aumentar efectivos para el original. Ni me atrevería a llamarlo orquestación porque no consiste en añadir percusión (bombo, platillos, triángulo, caja) donde los timbales ya tienen su protagonismo, y parece olvidar a los solistas, ampliando plantilla para un acompañamiento a los recitativos totalmente ignominioso, con un cuarteto de trompas más un arpa, o doblando arias con un clarinete bajo o flautín cuando no taparlas a base de redoblar el bombo o escuchar unos platillos atemporales. Tendría para seguir sumando sinsentidos que desdibujan, por no decir perturban una joya de la música barroca haciendo cual personal deconstrucción de una fabada inigualable. El famoso «Aleluya» puede parecer más impactante en esta destrucción del director y compositor británico en su época, adaptada muy al gusto de los actuales yanquis, los mismos a los que en los programas de mano se les pide que no marquen con el pie el ritmo de la música, aunque sigan mascando chicle o comiendo palomitas… Este no es Mesías sino Brian de Goossens, nada que ver con otros Mesías populares donde el respeto a la partitura no impide aumentar el número de participantes.

Los cuatro solistas internacionales tuvieron que luchar con el cocinero búlgaro, ingredientes de primera algo quemados en la olla a presión de una orquesta sinfónica que tocó lo que tenían escrito. La aragonesa Eugenia Boix puso el sabor español puro, conocedora como nadie de este repertorio que cantó un «Rejoice» limpio y sentido y un «How beautiful» al pie de la letra, sin perder la compostura con el «acompañamiento goossensiano» manteniendo el espíritu barroco en su canto, y un perfecto «He shall feed» con la contralto americana Sarah Couden, una voz ideal para este oratorio tan difícil en su registro, una mezzo grave, bien su «But who may abide» o «He was despised» tras el recitativo del barítono, devolviendo ese color tan especial, igualmente pugnando con la densa escritura orquestal. El tenor italiano Davide Giusti casi como su apellido, arrancando en frío su recitativo sinónimo antes de la hermosa aria «Ev’ry valley» llevada algo lenta, y destemplado hasta el «Thou shalt break them with a tod of iron» de la seguna parte, agilidades endiabladas de por sí con timbre bonito pero complicado brillar con una masa orquestal detrás. El mexicano Luis Ledesma hubo de cantar no «a bombo y platillo» sino con ellos, barítono más que bajo en «The people that walked in darkness» que Sir Goossens pareció tomar al pie de la letra, o la esperada «The trumpet shall sound and the dead shall be rais’d» donde quien «murió» fue nuestro Maarten al quedar reducida su piccolo a un plano nunca imaginado por Händel. Una lástima porque de tener la orquestación original hubiésemos podido disfrutar de estas voces más que prometedores.

El Coro de la Fundación sabe lo que son repertorios sinfónico corales románticos, contemporáneos y por supuesto este «Mesías» que llevan cantando hace muchísimos años con distintos directores, amoldándose a sus exigencias con verdadera profesionalidad, y este Goossens ha sido el más exigente por lo que supuso de intentar borrar tantos años de experiencia a sus espaldas, referencias totalmente distintas que acaban dando inseguridad, unida a unos tempi no siempre apropiados pero que compensaron con el dominio a base de fuerza, contagiados por una voluptuosidad inapropiada en pos de un espectáculo más de cocido que de fabada asturiana con mala digestión. Salieron airosos a pesar del fuego que casi quema el plato, «And the glory of the Lord» y «For unto us a Child is born» presentes, lo que ya era un triunfo, algo desajustados y cortos entre las cuerdas para «And He shall purify«, destemplados en el inicio de la Parte II «Behold the Lamb of God» donde tuvieron mucho más trabajo antes de un «Hallelujah» contagiados y algo desbocados hasta el «Amen» donde parecieron alcanzar la paz, aunque hubiese de regalar el popular «Aleluya» al que Milanov intentó sumar al repestable dentro de este espectáculo para mí bochornoso aunque entendiendo este «Refreshed» made in USA, porque el british es otra cosa.

De la sufrida OSPA solo ponerme en su pellejo y respigarme, debiendo tocar lo que tienen en el atril siguiendo las indicaciones del maestro. Me imagino el asombro de Rafael en la caja redoblando con el coro en este debut mesiánico, el triángulo otro tanto, Paco Revert al bombo atormentando al barítono y Jeffery con trabajo extra en casi todos los números. Del metal nunca tanto que tocar para no aportar casi nada: un cuarteto de trompas que debía hacer diabluras, un dúo de trompetas en un plano secundario olvidando un protagonismo propio, el trío de trombones y tuba doblando coros… La madera reforzada con intervenciones impensables siempre bien ejecutadas pero duplicando melodías o «engordando» recitativos, como clarinete y clarinete bajo, dos oboes más corno ingles, dúo de fagotes más bajo, flautín más flauta… ¿Goossens enloqueció? Y la cuerda a partir de cinco o seis contrabajos calculen, además de la mencionada arpa cuyos armónicos y resonancia no casan muy bien con la voz, así que pueden ir calculando el derroche tímbrico a pesar de buscar dinámicas apropiadas para lo imposible. Las partes donde el Sir no añadió demasiado de su cosecha, casi como limitándose a transcribir el órgano del que prescinde incluso parecían originales aunque más llenas, pero del alemán nacionalizado inglés sólo la presencia melódica, unes fabes de primera perdidas en una olla gigantesca con fuego excesivo que acabó atormentándolas. El chef Mr. Milanov nos sirvió una hamburguesa con patatas fritas cuando esperábamos alta cocina, pero la carta avisaba antes de probar el plato servido por la Fundación.

Climatologías musicales

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Viernes 27 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 2 OSPA, Ludmil Angelov (piano), Rossen Milanov (director). Obras de Saariaho, Chopin y Sibelius.

Volvía la OSPA a los conciertos de abono tras el paréntesis operístico mozartiano que le ha venido realmente bien, con si titular al frente en un programa de los que le gustan y domina, algo que se percibe en muchos detalles. La estructura del concierto la ya centenaria de colocar en el centro un concierto solista y finalizar con obra sinfónica, en este caso continuación casi del día anterior en el mismo auditorio aunque con otra formación con una obra breve, a veces de estreno, para abrir velada.

También volvían las conferencias previas una hora antes, esta vez con Daniel Moro Vallina, autor de las notas al programa (que dejo enlazadas arriba en los autores), centrando perfectamente, aunque con tecnicismos que no todos los presentes entendieron, las obras a escuchar con el título París-Helsinki: Centro y periferia europea del siglo XIX para un concierto bautizado como «Auroras Boreales I» al enmarcar a Chopin entre dos finlandeses.

Comenzábamos con el estreno en España de Cielo de Invierno (2013) de la compositora Kaija Saariaho (1952), en la línea de otras contemporáneas basada en «texturas espaciadas que evolucionan lentamente desde el sonido individual a la totalidad del espectro armónico» que escribe el conferenciante, o si se quiere, el trabajo del timbre instrumental para crear ambientes o imágenes sonoras que sabiendo corresponde a la segunda parte de una trilogía titulada Orion (2002) y abandona su habitual estilo electrónico para reencontrarse con la orquesta, nos da una idea de música cósmica. Con amplia plantilla donde no faltaba la percusión más piano y celesta (hoy tocados por dos compositores como Omar Majbour Navarro y Guillermo Martínez, puede que por entender mejor la mecánica de estas obras cercanas a su generación), saca sonidos que evocan constelaciones, estrellas, frialdad cósmica vista y sentida desde su país natal, tiempos lentos casi flotantes con los instrumentos utilizando sordinas, registros no habituales y una serie de capas superpuestas que el director búlgaro iba balanceando para pasar de unos planos a otros, sin olvidarse de unas dinámicas extremas (impresionante el pianísimo final) que completan un lenguaje poco personal y más argumental por no llamarlo descriptivo, incluso sin saber nada de la obra. Bien todas las secciones y los refuerzos para seguir apostando por la escucha de obras actuales, puesto que debemos educar el oído como el resto de los sentidos.

La parte central nada menos que el Concierto para piano y orquesta nº 1 en mi menor, op. 11 de Chopin a cargo de Ludmil Angelov, compatriota de Milanov por lo que podríamos decir que hablaron el mismo idioma para una escritura donde el protagonista es el solista y la orquesta acompaña con la dificultad del siempre necesario rubato romántico un poco en la línea del canto como también nos contó el doctor Moro en la conferencia. Sonido limpio y cristalino el de Angelov, con la técnica apropiada para Chopin, sin gran sonoridad y bien concertado por Rossen, disfrutando de este concierto que los pianistas de mi generación asociamos al último año de la entonces llamada carrera profesional. Salvo ligeros retrasos de la orquesta en algún final de frase, destacar la «colocación vienesa» que ayudó a ganar en color el papel orquestal de arropar al solista redescubriendo contestaciones del fagot o unas trompas contenidas y bien ensambladas, aunque siempre triunfando el piano en un clima de temperatura otoñal, con un buen comunicador el pianista búlgaro.
Y no podía haber otras propinas que Chopin, en solitario y con la misma limpieza y ligereza del número 1, el Nocturno en do sostenido menor profundo en lectura, más un personal Vals op. 64 nº 2 en la misma tonalidad, donde los juegos de tiempo fueron algo excesivos pero lógicamente buscando aportar algo nuevo para un repertorio que todo melómano conoce de memoria. Un excelente solista Ludmil Angelov en unas obras donde está reconocido como intérprete de referencia, aunque los grandes sigan en activo pese a los años que aún tiene por delante el búlgaro, verano de la Europa central en plena primavera vital.

Los fríos finlandeses los degustamos el jueves como preparándonos para estos climas nórdicos donde la música de Sibelius y otros vecinos parecen dibujar paisajes blancos de nieve, cielos azules intensos con auroras boreales, pero también bosques de apariencia devastadora con un encanto que a los asturianos nos toca de cerca, aunque sea un invierno con mejor temperatura. Finlandia y la segunda sinfonía nos hicieron descubrir una orquesta distinta de la habitual pero «Leyendas» la Suite Lemminkäinen, opus 22 sacó de la OSPA sus mejores cualidades, con Milanov sabedor de todos los recursos y calidades. Cuatro poemas sinfónicos o cuentos, historias de la mitología del frío con aires rusos cercanos y una escritura orquestal bellísima, llena de contrastes entre secciones, con intervenciones solistas que reafirman la calidad de cada atril, cuatro obras con personalidad propia conectadas por la unidad interpretativa desde un clima nunca gélido pero sí tenebroso, muy Mordor astur por emplear una imagen muy nuestra.
Lemminkäinen y las doncellas de la isla, arrancando con las trompas seguras, la madera nostálgica y alegre pero sobre todo la cuerda que nos cautiva, compacta, propia, presente, incisiva y aterciopelada, dinámicas muy trabajadas y manteniendo la pulsión del personaje con todas sus aventuras, melodías con el sello finlandés indescriptible con palabras e inconfundibles al oído, energía y vitalidad.
El cisne de Tuonela, probablemente lo más conocido de esta suite, nos dejó dos solos de corno inglés y cello dignos de unos intérpretes de primera que sintieron e hicieron sentir el ambiente nórdico desde nuestro paisaje y lenguaje asturiano, bien arropados por sus compañeros con un Milanov dejando fluir las melodías.
Lemminkäinen en Tuonela volvió a dejarnos una cuerda increíble, misteriosamente clara, trémolos presentes jugando con intensidades y ataques, la percusión, especialmente el bombo, más todo el viento derrochando protagonismos compartidos que el director búlgaro impulsó con autoridad en busca de la temperatura adecuada, balances dinámicos acertados y tensión mantenida con ritmos cambiantes y tímbricas increíbles.
El regreso de Lemminkäinen es como la reafirmación del paisaje plateado, los veinticinco años de esta OSPA continuadora de una larga tradición sinfónica asturiana que alcanza ahora un momento ideal para afrontar cualquier repertorio aunque Sibelius suene siempre especial en ella, y este regreso del protagonista nos permitió disfrutar de nuevo con todas y cada una de las secciones con un Milanov inspirado, brillo de metales, «pizzicattos» de cuerda punzantes, ritmo vigoroso y alegre reforzado por toda la percusión, píccolos volando a dúo, clarinetes chispeantes, tuba poderosa, trompas empastadas como nunca, la formación al completo y una sensación de trabajo bien hecho que como público agradecemos siempre, con ese final apoteósico que nos levantó el ánimo ¡y las posaderas!. Los siguientes directores invitados tienen ahora la responsabilidad de mantener e incluso superar el nivel actual.

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