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Heterodoxia suiza

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Sábado, 19 de noviembre, 20:00 h. Conciertos del Auditorio, Oviedo: OCL (Orquesta de Cámara de Lausanne), Renaud Capuçon (violín), Joshua Weilerstein (director). Obras de F. J. Haydn, L. Bernstein, Ligeti y R. Schumann.

Entendiendo el adjetivo heterodoxo como «disconforme con hábitos o prácticas generalmente admitidos«, el concierto de la Orquesta de Cámara de Lausanne en esta gira europea que recalaba en la capital asturiana dentro de su ciclo, así resultó por autores y obras que compartieron programa, algo habitual en los suizos, por un lado mostrando una versatilidad a prueba de estilos y épocas pero sobremanera teniendo al frente a un joven director preparado y plenamente convencido de hacer sonar compositores vivos (o más cercanos que los llamados «clásicos») en una labor pedagógica necesaria a pesar del disgusto para cierta audiencia constreñida por cierta comodidad auditiva que parece negarse el esfuerzo por catar sabores distintos o al menos de leerse las notas al programa (esta vez a cargo de la asturiana Lorena Jiménez) y no preguntarse qué sucedía en el último movimiento de «la 60 de Haydn«, como subrayando el sobrenombre de la misma.

Porque fue F. J. Haydn y su Sinfonía nº 60 en do mayor, Hob. I/60, «El distraído» la encargada de abrir boca en una plantilla ideal para esta obra que gozó de más fama que la actual, bien llevada por un Weilerstein con las ideas claras en cuanto a planos y dinámicas que los músicos suizos interpretaron a la perfección, detalles como colocar el fagot al lado de los cellos buscando color y dinámicas plenamente clásicas así como el empleo de los timbales «antiguos» (sin pedales) detrás de ellos, si bien las trompetas fueron de pistones (un detalle más visual que acústico) flanqueando con las dos trompas (sabor hispano) a los oboes. El gesto del director en el Prestissimo buscó la complicidad de un público no instruido previamente con toda la carga de humor habitual en «Papá Haydn«.

Cercano en el tiempo y popular aunque no siempre (re)conocido genio de la dirección, composición e intérprete de piano al menos singular, L. Bernstein (1918-1990) compuso su Serenata para violín y orquesta sobre «El Banquete» de Platón (1954) por encargo de la Fundación Koussevitzky (también para el Ligeti de la segunda parte) al músico norteamericano,
dedicada a la memoria de Serge
y Natalie Koussevitzky que contó con el violinista Renaud Capuçon, de nuevo en Oviedo, como solista de esta inusual y original composición para orquesta de cuerda, percusión y solista llena de novedades para su momento que hoy resultan tan «normales» como el Haydn anterior, cinco movimientos verdaderos cantos al amor platónico, verdadero simposio, placer y dolor, intimismo y voluptuosidad hechos música, diálogos complementados donde el Guarneri del Gesù “Panette”(1737) que perteneciese a IsaacStern (el mismo que estrenase esta obra y comprado para Capuçon por la Banca Svizzera Italiana), transitó por todos los estados anímicos, sonoridades y buen gusto desde sus primeras notas solo, esfuerzo y ejercicio interior más que extroversión y sin efectismos aparentes en una lección del maestro bien asumida por su alumno francés desde un perfecto entendimiento con Weilerstein y la OCL, contando con amplia percusión, reforzada para esta obra, funcionando como un reloj suizo, más unos solistas de primera en toda la cuerda (más el arpa), especialmente el diálogo con la chelista inglesa Catherine Marie Tunnell. Siempre de agradecer volver a escuchar a Bernstein en estas obras poco transitadas y tan vigentes como entonces, con la «firma» de Lenny en muchos pasajes más allá del jazz o las músicas judías.

Programar a G. Ligeti (1923-2006) sigue siendo un reto y más sus Ramificaciones para orquesta de cuerda (1968 por la exigencia técnica a una cuerda específica que debe tocar «desafinada» por exigencias del autor. Weilerstein se encargó de avisarnos antes de escucharla leyendo en perfecto español y haciendo gala de su «química con el público» que no intentásemos escuchar la música sino pensarla como un cuadro de Pollock, casi una sinestesia porque Ligeti siempre supone imágenes, personales o ajenas aunque el paralelismo pictórico y cinematográfico resulte más cercano a muchos, si bien Pollock tampoco convenza a quienes no les gusta Ligeti (quien siempre declaró «enemigo de las ideologías en el arte»). Lo dicho de abrir la mente y el oído. La OCL y Weilerstein volvieron a demostrar su calidad y simbiosis para esta partitura complicada que resultó necesaria y complementaria de un concierto «clásicamente heterodoxo» como en principio pensé titularlo.

Y es que cerrando el círculo estaría R. Schumann y su Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor op. 97, «Renana» con la orquesta realmente al completo (todos los refuerzos traídos para la ocasión), que nos dejaron una interpretación profunda, limpia, de tiempos bien resueltos, equilibrios a pesar del despliegue de metales con líneas melódicas siempre claras destacando la rotundidad emocional por el empaste alcanzado entre todas las secciones del Nicht schnell y la ligereza brillante del Lebhaft, sonido impoluto, equilibrado (bravo por el cuarteto de trompas con tres españoles), vivo pero sin excesos, paladeando timbres y dinámicas en una versión de ideas precisas que se transmitieron sin dudas desde el podio a la formación suiza en esta última sinfonía (aunque lleve el número tres) del romántico alemán cerrando la forma con la que el padre de la misma abría velada plenamente heterodoxa.

La propina ese Boccherini cinematográfico de la música nocturna de Madrid «traducida» por Weilerstein (a quien se lo rifan muchas orquestas mundiales) como de Oviedo, dejándonos nuevamente a esa cuerda camerística y virtuosa con protagonismo para los «segundos» y un tiempo vivo que permitió a los cellos sonar como uno pese al aire elegido. Tendremos que seguir a este premiado del Concurso Malko en 2009 porque los daneses siempre han tenido buen ojo (quizá oído) para los directores prometedores. Sobre la visión cultural de los regidores mejor no hago leña del árbol caído (espero álguien vea las consecuencias) pero ni conocen la historia ni se preocupan en estudiarla, aunque tampoco calculan la inversión (que no gasto) en publicidad que supone este Oviedo musical, amén del beneficio económico en muchas áreas (la propia donde debemos sumar todo lo referido al ocio como restauración, alojamientos, pequeño comercio, transporte, etc.) porque no suelen ser habituales de los conciertos, las óperas o las galas con entrada gratuita…

Despedida agridulce

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Viernes 6 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Clausura temporada OSPA, Abono 14, Renaud Capuçon (violín), Rossen Milanov (director). «El mundo de ayer», obras de Berg y Mahler.

Sabor vienés, amores eternos, referencias al pasado, calidades contrastadas y distintas concepciones de una realidad siempre cambiante. Así se me amontonaba el día después las sensaciones del último concierto de la OSPA para los abonados y antes de su rápida gira por Bulgaria, tierra del maestro titular donde Asturias sonará con nuestra mejor embajadora cultural.

La conferencia previa a cargo de Daniel Moro Vallina, autor de las notas al programa que aparecen, como casi siempre, enlazadas en el inicio con los autores, la más nutrida de las programadas a lo largo del curso musical, nos preparó para lo que vendría a continuación, completando con magisterio tal vez demasiado arduo y técnico para el público asistente pero siempre de agradecer. Escuchándole parecía estar describiendo, con matices, nuestra actualidad aunque Austria no sea Asturias pese a que Oviedo  y Viena programen casi las mismas actividades musicales sin tener los «pesos pesados» de la época que bebieron y vivieron Mahler y Berg.

El Concierto para violín «A la memoria de un ángel» (1935) de Alban Berg es difícil no ya de interpretar sino de digerir por el público pese a ser una obra conmovedora de principio a fin donde el violín transforma sentimientos en música desde un dodecafonismo pleno de expresión, y el gran Renaud Capuçon transmitió dolor, pasión, poesía, en un diálogo con la orquesta que se adaptó al mismo como un guante de seda perfectamente guiado por Milanov. Obra dedicada a la muerte de Manon, la hija de Alma Mahler y Gropius, se estrenó en Barcelona, siempre a la vanguardia por geografía y cultura, suena actual y desgarradora en igual proporción como ajena para muchos de los presentes que prefieren otro canon de belleza menos conflictivo y más «cómodo de escuchar». Los intérpretes apostaron por el primer caso, lirismo desde el dolor, referencias escritas a corales bachianos donde la sección de viento me transportó a los órganos de Leipzig y el violín de Capuçon puso la voz sin palabras a esta obra que va unida a su propia vida. Impresionantes sonoridades desde dinámicas amplias por parte de todos. De regalo el violín desgranó la hermosísima e intimista «Danza de los espíritus» del Orfeo y Eurídice de Gluck que pareció acallar tripas tras las tensiones de Berg, versión solística llena de la musicalidad que el violinista francés atesora.

El número de mahlerianos en el mundo aumenta cada día, su tiempo ha llegado hace años y es imposible actualizar grabaciones de sus obras o bibliografía, por lo que cada uno tiene sus preferencias y enfoques desde el conocimiento de sus obras. La Sinfonía nº 5 en do sostenido menor (1901-1902) la diseccionó perfectamente Daniel Moro en la conferencia, sin olvidarse del famoso Adagietto que un genio melómano como Visconti utilizó en «Muerte en Venecia», recordando que con ser el movimiento más corto de la quinta, su duración oscila entre los siete y los once minutos, algo que comentaré más adelante.

Me quejaba una plantilla todavía corta para la OSPA en la presentación de la próxima temporada y es que «La quinta» de Mahler volvió a ponerla en evidencia. El esfuerzo que tuvo que hacer la cuerda para conseguir equilibrar la masa sonora del resto de secciones fue ímprobo por momentos, y tampoco puedo compartir la versión de Milanov que estuvo falta de la necesaria continuidad en sus cinco movimientos, tres partes así concebidas por el propio Mahler, resultando desde mi propia «miopía auditiva» como visiones pintadas desde distintas técnicas:

La Trauermarsch (Marcha fúnebre) arrancaba con un excelente sólo de trompeta que pintaría un óleo a espátula, más sensaciones que líneas desde una búsqueda de tímbricas y volúmenes difíciles de equilibrar. El Stürmisch beweget, mit grössler Vehemenz (Arormentado, agitado, con gran vehemencia) fue como aguada con tinta china o acuarela que exige pintar con soltura al impedir la corrección una vez plasmado en el papel, borroso finalmente por una ausencia de continuidad melódica en detrimento de esa «vehemencia» por parte del director hacia los músicos, con pequeñas manchas en intérpretes otrora seguros.

El enorme Scherzo Kräftig, night zu schnell (Vigoroso, no muy rápido) fue el fresco lleno de color, pletórico en sonoridades donde Morató brilló cual solista de concierto bien arropado por sus seis compañeros, poniendo contrapuntos excelsos el resto de metales, percusión en dosis apropiadas y la cuerda esforzándose al máximo aunque faltase el contrapeso de los graves con cinco contrabajos algo cortos en sonoridad y redondez.

El equilibrio de líneas cual aguafuerte llegaría en el famoso Adagietto. Sher langsam (Muy lento) que permitió a la cuerda con el arpa disfrutar en la ejecución, por otra parte demasiado lenta y cercana a los once minutos (que me perdone Neira) distantes de un Bruno Walter más ajustado a los siete recordando que no es «Adagio» sino «Adagietto» aunque pueda comprender ese placer de alargar el disfrute de esta bellísima página en la interpretación de la sección estrella de la OSPA, pero la declaración de amor de Gustav a Alma es hermosa per se sin necesidad de amaneramientos. Comprendo que Milanov detuviese el arranque ante el siempre inoportuno carraspeo de este cuarto movimiento, inicial de la tercera parte, y retomase el inicio pianíssimo con un arpa de sonido algo hiriente en vez del sedoso a que nos tiene acostumbrado. Para el Rondó – Finale. Allegro optó el búlgaro por colores brillantes y explosivos, exigentes en maderas y metales bien compensados pero de nuevo «apretando» a una cuerda que sonó como si tuviesen el doble de efectivos, óleo sobre madera más que lienzo mezclando con trazos broncíneos o pan de oro homenaje sonoro al tocayo Klimt siempre asociado a Mahler en tantas portadas de discos.

Fantástica obra en interpretación algo desigual aunque disfrutándola como siempre, como la propia lucha interior de Gustav Mahler o de cualquiera de nosotros, la eterna dualidad, agrio y dulce, vida y muerte, placer y dolor para corroborar que «no hay quinta mala», poniendo broche a una temporada con altibajos de la que siempre nos quedaremos con lo que más no hizo vibrar, disfrutar plenamente. Veintitrés años de orquesta, dos con Milanov de titular que está creciendo con ella, aunque se avecinen tiempos de cambio, esperando que los tres restantes eleven la calidad a cotas de excelencia.

Como mosqueteros

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Lunes 3 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Nicholas Angelich (piano), Renaud Capuçon (violín), Daniel Müller-Schott (cello). Obras de Haydn, Brahms y Tchaikovsky.

En las jornadas de piano no podía faltar otro de los intérpretes grandes como el estadounidense Angelich que nos trajo a trío un lujo de concierto, demostrando cómo las figuras individuales cuando se unen para la esencia musical que es el género camerístico, pueden alcanzar cimas de excelencia, y este trío de mosqueteros al uso dejaron tres joyas muy dispares para esta formación.

Papá Haydn y su poco habitual Trío para piano, violín y violonchelo nº 39 «Zíngaro» en SOL M, Hob. XV/25 tiene tres movimientos bien perfilados sin seguir la «receta sonata» con más peso de la cuerda frotada pero perfectamente desarrollados en los protagonismos. La calidez de los tres intérpretes, en especial el cello de Müller-Schott que sigue impactándome por la sonoridad de su instrumento, nos dejaron un cuarto de hora de pura música de cámara bien entendida por el trío, con un Finale: Rondo al estilo zíngaro más escocés que gitano, recordándome la música folk británica que seguramente escuchó el compositor durante su estancia londinense, y probablemente donde compuso este trío como bien explica en las notas al programa la cellista y musicóloga santanderina Andrea Cabello Soldevilla.

Las notas de Brahms volvían a la sala como si hubiesen quedado flotando desde el sábado, y nada menos que con el Trío nº 1 en SIM, Op. 8, obra de juventud revisada casi cuarenta años después con toda la maestría del genio hamburgués, protagonismo compartido por unos músicos excelentes que fueron desgranando las bellas melodías del Allegro con brio. Tampoco tuvieron problema en afrontar el conocido y difícil Scherzo (Allegro molto) «meno molto» de lo esperado pero igual de exigente técnicamente (puede que la señorita que pasaba las hojas a Mr. Angelich no ayudase a una mayor concentración). Movimiento fresco llevado con ligereza y calidez en Capuçon, bien «contrapesado» por sus dos compañeros, desde el arranque solístico de Daniel y el poso de Nicholas. La emoción llegaba, como siempre en Brahms, con el Adagio resultando y resaltando hondura en los tres intérpretes, los arcos sonando como uno solo y el piano subyugante, para rematar «la faena» con el Allegro final, nueva muestra de entendimiento en la esencia camerística que tanto nos gusta a los que mamamos estas músicas en las sociedades filarmónicas.

Y la segunda parte el Trío para piano, violín y violonchelo ‘A la memoria de un gran artista’ en La m., Op. 50 (Tchaikovsky), también titulado «Patético» y dedicado al mentor y amigo pianista Nikolai Rubinstein muerto en 1881, dos amplios movimientos donde el piano lleva todo el peso de la obra, algo que Angelich asumió con alguna que otra dificultad, nuevamente poco ayudado al pasar hoja, algo excesivo en el uso del pedal, pero sin perder de vista el homenaje del trío a un pianista. Pezzo elegiaco: Moderato assai – Allegro giusto, la tragedia que acompaña al ruso hecha música para una formación nueva para él pero que consigue empastes casi sinfónicos desde el protagonismo del teclado y los arcos como toda la cuerda en sólo dos instrumentos. Y luego las Variaciones, piezas individualizadas agrupadas en dos bloques A) Tema con variazione: Andante con moto, todas de enorme virtuosismo para cada uno de los integrantes del trío, y B) Variazione finale e coda: Allegro risoluto e con fuoco – Andante con moto de comienzo pletórico, apasionado, romántico en estado puro o como escribe la cántabra «un juego de luces y sombras basado en la metamorfosis de un tema», luces del frío ruso y sombras de la marcha fúnebre final. Sombras y luces en estos tres mosqueteros que tocaron como el lema «Uno para todos y todos para uno», delicia camerística en un diciembre que acaba de comenzar.